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If... por BlackBaccarat

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Notas del fanfic:

Los géneros están en el resumen porque no me deja ponerlos en la otra parte. AY, que te follen, en serio.

Bien. Esto fue un impulso que me dio mientras escuchaba a Ailee y... realmente este fic debería haberse llamado 'Teardrop' en honor a la canción en cuestión, pero creo que 'If...' es más gráfico.

No hay aclaraciones ni nada de eso, así que, sencillamente espero que os guste. 

Mi segundo Aki/Kei, qué bonito. Ya echaba de menos esta couple. Espero que a la secta y a mi aquelarre(?) les guste esto.

Como siempre, os invito a seguirme en tuiter /si sois fans) y hacerme feliz(?). /necesito un fandom(?).

             «El mayor enemigo del hombre es uno mismo. Lo había escuchado una vez y aunque a esas alturas era incapaz de recordar dónde, cuándo o de qué boca, lo cierto es que no podía negar que la primera persona que pronunció dichas palabras no estaba lejos de tener razón, al contrario, pude jurar que no había escuchado nada más cierto en mi vida que aquello.

             La lluvia repiqueteaba sobre mi paraguas con insistencia esa oscura noche de invierno difícil de olvidar. La madera crepitando de un enorme edificio en llamas; llamas que alcanzaban tal magnitud y eran tan voraces, que siquiera el aguacero lograba apagarlas. Muchas veces aquella noche me pregunté qué hacía en ese lugar, cómo mi diario paseo se había terminado convirtiendo en eso.

             Yo, testigo de demasiadas muertes que por fatalidad no pude evitar, de pie, mientras las gotas se convertían en sangre y esos gritos, entre los que sonaban infantiles voces, se mezclaban con el sonido de la lluvia que, para desgracia mía, no fue tan ensordecedor como para apagar sus chillidos.

             Todos tenemos demonios. Son nuestra más cruel enemistad y a la vez son quienes nos arropan, quienes duermen a nuestro lado mientras la fría soledad planea desgarrarnos la piel y devorarla a la que nos despistemos. Aki… ¿de haberte encontrado en una situación similar, aquí, conmigo, pudiese haber sido el final distinto?

             Mientras las lenguas de esas llamas estaban augurando derretirme a pesar de la distancia a la que me encontraba, lo único en lo que podía pensar era en que quizá tú pudieses haber salvado a alguien, haberme salvado a mí. Si no hubiese sido tan duro contigo, si esa hubiese sido una noche normal y me hubieses acompañado como tantas otras: en silencio con tu frialdad impertérrita, con esa máscara impenetrable que no conseguía engañarme, a mí no; ¿había una posibilidad que las decisiones que hubiésemos tomado los dos, que hubieses tomado tú, además de distintas pudiesen haber sido mejores?

             Solo deseaba que aquello fuese una vulgar y burda pesadilla, lo deseé muy fuerte, mucho, tanto como se me permitió, tanto como pude; inquebrantable pero firme. Sin embargo, a pesar de aquellos intentos desesperados por volver atrás, por una segunda oportunidad, lo cierto es que no logré despertar y me quedé estancando en un mal sueño que estoy condenado a repetir una y otra vez en mi cabeza.»

              

             El joven de cabellos negros y mirada fría se agachó, hundiendo sus dedos en los restos calcinados de ese viejo edificio que la noche anterior había ardido tanto y que terminó por derrumbarse sin remedio ninguno. Se irguió tras un momento, emitiendo un suspiro justo después mientras un solo pensamiento correteaba sin parar por su cabeza, clavándose en su pecho: Dónde estaba Kei.

             Normalmente los paseos de ese hombre no eran en esa dirección sino en la contraria, y aun así no podía parar de preguntarse si el hecho de que aquella noche no hubiese vuelto a casa, algo tenía que ver con ese incendio.

             —¿Todavía no has podido localizarle? —Aki se giró, para darle una negativa al muchacho que había preguntado: un chico de su edad de cabellos teñidos de castaño y baja estatura, Mao.

             —Aún no —respondió. —En cinco años nunca ha tardado más de una hora en volver, ya han pasado doce, ¿dónde está? No puedo dejar de preguntarme si le ha pasado algo.

             Se metió las manos en los bolsillos, alzando la vista hasta el cielo un instante con entera seriedad, no dejando ver ni un resquicio de sus emociones, de su preocupación, de su dolor, de su miedo, a través de sus facciones o de esos pozos tan negros y profundos que tenía por ojos.

             —Seguro que está bien. Volverá.

             ¿Volvería? Eran palabras que intentaban ser tranquilizadoras pero ni Mao terminaba de creérselas. Al fin y al cabo, Kei nunca hubiese ido a ninguna parte sin decirle algo a Aki.

              

             «¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? Fue hace tres años, todavía eras un niño y creías que el mundo era tuyo. Todavía sonreías a todos sin miedo a que te rompiesen el corazón…»

             Apenas tenía catorce años cuando esas palabras de boca de Kei habían llegado hasta él. Cinco hacía y aquello seguía retenido en su memoria, tatuado en ella.

             En ese momento no fue capaz de recordarlo, una cara efímera de un muchacho doce años mayor que él que se había borrado de su cabeza, pero más tarde agradeció que, a diferencia de él, Kei sí lo hubiese recordado. Probablemente aquello había terminado por salvarle la vida, muchas veces…

             Era apenas un niño, jugaba a fútbol con varios compañeros cuando chutó demasiado fuerte y la pelota terminó colándose en la casa de un vecino. Una enorme casa rústica propiedad de la familia de Kei durante generaciones.

             No tuvo ningún tipo de problema en escalar aquellos muros, aunque le falló el no comprobar si había alguien, de forma que, a pesar que subió con facilidad, mientras descendía notó un tirón en su ropa y terminó precipitándose al suelo y acabando sentado sobre la hierba.

             —¿Dónde se supone que vas? —dijo Kei, y Aki al mirarle solo puso cara de entre inocencia y sorpresa, como si no hubiese roto un plato en su vida.

             —Se nos ha colado una pelota…

             —¿Y no sabes lo que es un timbre?

             Aki se encogió de hombros mientras fruncía levemente los labios, consiguiendo que Kei negase con la cabeza esbozando una sonrisa antes de hacerle un gesto con la mano para que fuese a buscarla. ¿Había sido él así  de niño? Él no había tenido once años. Lo había perdido todo con apenas nueve, un accidente de tráfico que se llevó a su hermana y a sus padres, dejándole graves secuelas que cerca de 20 años más tarde no se habían borrado del todo. Había tenido que hacerse adulto demasiado pronto, abandonado a su suerte en un orfanato por no tener a nadie que pudiese o quisiese hacerse cargo de él. ¿Quién adopta a un niño de nueve años? Nadie. No deseaba que nadie pasase por lo que él pasó y Aki se lo recordó. Era un niño cualquiera. No, parecía un niño cualquiera; sin embargo terminó siendo algo personal.

             Tres años después se encontraba sentado delante de él, pronunciando aquellas palabras sobre su desaparecida sonrisa, frente a un ente de mirada sombría que en nada se parecía al niño que había llegado a ser. Le había terminado sucediendo lo mismo que a Kei, lo mismo… perderlo todo y no tener a nadie. Se había encerrado en sí mismo, ya no sonreía, ya no lloraba. Era frío, distante, inexpresivo, abúlico. Distante. El dolor se había llevado su vivaz personalidad y ya solo quedaban negruzcas cenizas, al igual que esos ojos que, aunque no dejaban ver nada, ocultaban una enorme tristeza. Lo que había ocurrido antes de aquél fatídico día ya no tenía importancia, ya no existía. No volvería jamás.

             Era un dolor difícil de paliar, seguiría taladrándole las entrañas quizá de por vida y no podría evitarlo. Realmente no importaba qué hiciese; el pasado no puede volver y aquella era la carga que debía arrastrar Aki. El principio de algo nuevo y no por ello algo bueno. Un pequeño infierno, su infierno personal.

             —Puedo sacarte de este lugar —fue lo que Kei pronunció tras no haber recibido una sola respuesta, ni una sola mirada, a aquel corto discurso pronunciado poco antes— no tienes por qué quedarte aquí.

             —No quiero tu lástima —directo y conciso, ácido. Y Kei no se atrevió a objetar nada.

             ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Qué debía decir? No habría forma de convencer a ese niño de que sencillamente trataba de ayudarle. No se conocían de nada más que de haberse visto por la calle, sólo se habían dirigido la palabra una vez y Aki ni lo recordaba, pero aún así tenían un lazo, algo que les unía: un mismo pasado y el mismo dolor. Era irremediable que Kei se fijase en él, sin embargo, la susodicha era una ayuda que ese muchacho no estaba preparado para recibir.

             Así, ante la negativa de Aki, el mayor terminó llevándose consigo a otro niño de la misma edad, uno que con problemas cardiacos iba a necesitar una atención especial que en ese orfanato no podían darle. Mao, ese chico castaño que se había mostrado preocupado ante la desaparición de Kei tras aquella noche lluviosa, cuando el sol se quedó escondido incluso tras la llegada del amanecer.

              

             Los meses fueron pasando y con ellos Aki cada vez se cerraba más, cada vez rehuía más a las personas y se hundía en su propia oscuridad sin que nadie se percatase ni tratase de sacarlo de allí. Eran demasiados infantes para tan pocos cuidadores. Estaban tan saturados que no es como si pudiesen percatarse de lo que le sucedía a cada niño.

             El moreno se dio cuenta con el tiempo que esos niños vagaban sin rumbo la mayoría del tiempo, pero que había algo que les hacía cambiar su actitud huraña.

             Ese algo era Kei.

             El porqué estaba allí todas las semanas era ya un gran misterio para Aki. Al final, él siempre suspiraba al verle llegar y se escondía en un lugar alejado del orfanato para fumar sin ser visto a la espera de que ese chico que se había interesado en él nada más entrar, se marchase. Le tenía miedo por alguna razón, como si pensase que quería ganarse su confianza para algo maligno, malintencionado. No se atrevió a correr el riesgo de conocer esos motivos. Pero lo cierto es que estaba completamente equivocado, y cuando fue consciente de eso no supo cómo debía reaccionar.

             Los niños más veteranos (los que llevaban allí ya varios años) le contaron que Kei había pasado su infancia en ese lugar: que permaneció allí hasta cumplir la mayoría de edad (cuando dejó de tener la tutela del estado), que se había sentido solo y que su estadía allí fue dolorosa, que no deseaba que nadie más pasase por eso aunque bien sabía que era imposible salvarles a todos. Había sido poco después de ver su sonrisa, la de ese niño alegre del que nada quedaba que se había colado en su jardín por una pelota, que había tomado la decisión de hacer algo. Así, se llevaba a algunos niños a su casa y, aunque no era legalmente un familiar, ejercía de hermano mayor para aquellos que él pensaba que necesitaban huir más que el resto de aquellas paredes de cemento y ladrillo que eran una verdadera prisión. Cogió a dos la primera vez, cuando uno cumplió la mayoría de edad acudió a por otro, y así por tres años. Además, iba de tanto en cuando a distraer a los niños y niñas y, de esa forma, aparte de quitarles un peso a aquellos cuidadores entre los que habían voluntarios, lograba que los menores que residían en ese lugar olvidasen, al menos por unas horas, lo desgraciadas que eran sus vidas.

              Por la forma en que hablaban de él casi parecía que lo hiciesen sobre un ángel y no sobre una persona; a pesar que Kei tenía más demonios dentro que ninguno de ellos.

              

             «’¿Entonces tú puedes sacarme de aquí?’ Fui yo quien te cuidó siempre, Aki, quien se preocupó por ti e intentó darte un futuro. Yo, que no pude quedarme de brazos cruzados mientras tenías que sufrir y padecer lo mismo que yo sufrí en su día. Es imposible que pueda olvidar las cosas en las que me superaste, es imposible que pueda olvidar que no conseguí cambiarte, que seguiste siendo el mismo chico frío a través del que solo podía ver yo. Probablemente, llegó un momento en que dejé de ser nada sin ti. Siempre fuiste una persona increíble, no tardé en darme cuenta. Quise cuidar de ti, ¿cómo acabaste cuidándome tú a mí? Eso es cruel, como si intentases decirme de alguna forma que no me necesitaste nunca, ¿por qué pediste mi ayuda entonces? ¿Cuándo he terminado por volverme una carga…? Quise protegerte, pero mientras mis ojos se llenaban de lágrimas y observaba morir a todas esas personas, inmóvil por el miedo, solo deseé que me salvases.

             ¿En qué momento decidí dejarme arropar por un niño de 19 años?»

              

             —¿Entonces tú puedes sacarme de aquí? —pronunció llamando la atención de Kei, quien aunque de espaldas no tardó en darse la vuelta y encontrarse de frente con ese chico poco más bajo que él.

             —Estás cambiado —murmuró—. ¿Aki?

             El muchacho asintió al escuchar su nombre, y entonces el mayor con lentitud terminó por acercarse.

             Tenía los cabellos mucho más largos que cuando le conoció, y que cuando le visitó en el orfanato por primera vez, tras ello no había vuelto a verle, pero jamás sería capaz de olvidar aquellos ojos tan inexpresivos.

             Le miraba con seriedad, sin mostrar ni una sola emoción en sus facciones. Llegaba a asustarle, sin saber qué podía o debía esperar de él, pero aun así se acercó, aun así posó la mano en su cabeza y le vio, de forma casi imperceptible, titubear.

             Esbozó una sonrisa.

             —¿Puedes sacarme de aquí o no?

             —Ya te lo dije —largó—, por supuesto que puedo.

             —Pues hazlo.

             Sin previo aviso, el contrario le empujó apartándole y él y todo su misterioso ser desaparecieron al girar la primera esquina en dirección hacia las escaleras. Ni una palabra de agradecimiento, ni una sonrisa le dedicó y, aun así, la felicidad a Kei no le cabía en el pecho.

             Poco después alguien llamaría su atención al colocarse a su lado, y él pronto desviaría su mirada hasta esa persona.

             —Señor… —pronunció el director del orfanato.

             —Quiero a ese niño.

             —¿Ese niño?

             Asintió con efusividad.

             —Sí, Aki. Va a venirse conmigo.

             Tras un suspiro, el director se quitó las gafas y las colocó en la obertura de la camisa antes de cruzarse de brazos y mirar a ese chico al que debía doblar la edad y el cual ya parecía estar jugando con él. Le gustaba lo que hacía por esos niños, pero en ocasiones sentía que se reía de él.

             —Habíamos quedado en que el máximo serían dos. Tienes a Tsurugi y a Mao a tu cargo ahora. Ese chico puede esperar. —Kei suspiró.

             —Mizuki se está encargando de Tsurugi. No lo propondría si creyese que no seré capaz de ocuparme.

             —Es un chico difícil.

             Se le encogió el corazón. Esos sentimientos estaban allí sin motivo ninguno, sus ansias de protegerle, de tenerle cerca, de ver que alguien podía crecer cargando las mismas desgracias que él y ser capaz de crecer feliz, sin preocuparse de no ser querido, de estar solo, de no tener a nadie. No tenía los nueve años que tenía él al suceder aquella desgracia, pero eso no lo hacía más fácil.

             —Con más razón...

             Se estaba arriesgando a fracasar, y lo sabía, pero no podía rendirse sin haberlo intentado hasta el final.

             Oculto tras una pared, lo que Aki se preguntaba era por qué esa persona con la que siquiera compartía un lazo de sangre, estaba preocupándose por él de esa manera. Porque quizá Aki no expresaba nada, pero la situación de Kei era opuesta, era enteramente transparente. Y aquella tristeza tan nítida en sus ojos le daba tanto miedo al moreno como miedo daba al castaño la frialdad del menor.

              

             —Aquel es Mao —murmuró Kei refiriéndose a ese muchacho de cabellos castaños que se encontraba sentado en el suelo frente al televisor, después fijó su atención en un chico varios años mayor, que se mantenía tumbado en el sofá—, y ese, Tsurugi.

             —Ya —espetó él en respuesta.

              

             «El principio fue difícil para los dos. Aún así, le doy vueltas a por qué me aceptaste. Le doy vueltas a por qué creíste que quedarte conmigo era mejor que quedarte en ese orfanato. Tú eres una persona valiente, fuerte, decidida… ¿por qué huiste de esa manera? No es propio de ti…

             Hemos sido compañeros mucho tiempo, hemos sido cómplices, hemos sido amantes. No importa los años que hayan pasado, nos seguimos teniendo miedo. Miedo de no entendernos, miedo de equivocarnos en lo que concierne al otro… Miedo. Un miedo tan fuerte que me hace tartamudear cuando te tengo delante. Siempre ha sido así.

             No quiero acabar en el infierno. No quiero hundirme en la miseria, necesito abrir los ojos y que la pesadilla termine, quiero volver a casa y que todo sea como antes. Me pregunto si es mucho pedir… me pregunto. Me estoy ahogando en un mar sin fondo y deseo salir a flote.

             ‘Intentas ser como Mizuki, pero yo no soy Tsurugi’ te dije una vez, aunque ahora comprendo que ese chico es mucho más tenaz y mucho más valeroso que yo. Podría haber hecho algo, tú habrías hecho algo, ellos habrían hecho algo. Yo, sin embargo, me quedé completamente paralizado, y ahora solo veo dos cosas: a ti, y a esos niños que ya no estarán más en este mundo.

             Me gustaría que el lazo que compartimos no se rompiese, pero quizá es demasiado tarde para pedir algo así.»

              

             Fue receloso desde el principio. Probablemente la pérdida le había hecho mostrarse más desconfiado. Lo único cierto era que en ningún momento pareció interesado en socializar con esas personas. Se mantuvo con su expresión seria, dando vueltas a una distancia prudente y tratando de intuir qué pasaba por sus cabezas.

             —No te van a morder —espetó Kei, antes de permitirse estrecharle el hombro con cariño, recibiendo a cambio no más que un manotazo.

             —No te tomes tantas confianzas —Kei suspiró.

             —Lo siento.

             No recibió por respuesta más palabras de parte del contrario, solo una mala cara que le dejó mal cuerpo. Suspiró largamente, y mientras lo hacía, una quinta persona se había adentrado en el comedor, alterando a los otros dos. Sencillamente y sin que Aki entendiese por qué, Kei había sonreído casi aliviado con la presencia de ese hombre que en esos instantes revolvía los cabellos de Mao antes de inclinarse a darle un beso en la frente al que se mantenía sentado.

             —¿No dijiste que trabajabas esta noche? —preguntó Tsurugi, pero el otro se encogió de hombros tratando de retener sin mucho éxito una sonrisa.

             Le hubiese gustado responder al chico, pero al incorporarse dirigir sus ojos hasta la cocina, donde estaba Kei, y encontrarse con otra persona en ese lugar además de él, le hizo extrañarse. ¿Quién era ese chico de aura tan oscura que le miraba como si le odiase con todas sus fuerzas a pesar que no sabía de él ni su nombre?

             —Eh, ¿te has traído a otro? ¿Qué hay de tus normas? —le recriminó.

             —Tsurugi no está bajo mi cuidado, Mizuki, ya lo sabes.

             Un suspiro, con rapidez, escapó de sus labios, llevando pronto los ojos al recién mencionado, quien también le miraba curioso al descubrir la mirada ajena sobre él. Luego, con lentitud, sus ojos volvieron a Kei mientras se aproximaba.

             Aki observaba en silencio, callado tratando de resultar invisible: sin querer llamar la atención. Tanto, que casi ni respiraba. Esa cáscara que le cubría no se rompería con facilidad, pero eso no le hacía más valiente.

             En ese entonces, él siquiera sabía que Kei tenía la ventaja de que los sentimientos del moreno ya los había experimentado antes él, y podía entenderle a pesar de su inexpresividad latente.

             —¿Estás seguro de esto? Los niños no son juguetes, Kei…

             —No es necesario que te preocupes. Además, tú casi siempre estás aquí, y Tsurugi no es un niño. ¿De verdad crees que entre tres no podemos darles un futuro mejor a esos chicos?

             —No metas a Tsurugi en esto.

             Mizuki normalmente no era así, pero todo aquello le superaba. Estaban teniendo problemas con Mao, ¿y a Kei no se le ocurría otra cosa que meter a un chico huraño en casa? Si quería volverle loco iba a terminar lográndolo. Kei sólo suspiró y, endureciendo la mirada, decidió que la conversación había acabado.

             —Chicos, a la mesa. La cena ya está.

             Entonces Aki se giró llevando sus ojos a la mesa en cuestión. Por alguna razón, se sintió excluido al descubrir que habían cuatro sillas en la mesa en vez de cinco, como si él, como recién llegado, hubiese sido completamente olvidado.

             A pesar de no haberlo dicho en voz alta, a él, quien trataba de mantenerse impertérrito, con incomodidad se le encogió el corazón con lo que sucedió justo después de que su insegura cabeza pronunciase aquellas palabras que retumbaron en su cabeza sin él desearlo siquiera.

             Mao se levantó enteramente dubitativo, mirando a Tsurugi sin saber muy bien qué hacer, mientras Mizuki también se acercaba.

             —Mao, acércame la silla, ¿quieres? —pronunció Tsurugi con un tono de lo más gentil, a lo que el contrario solo alcanzó a asentir.

             —Yo te llevo, no te preocupes —murmuró Mizuki.

             —Vete a la mesa —espetó, obligando al contrario a parar en seco.

             Sin ninguna dificultad aunque sí con algo de ayuda de Mao, el chico subió a la silla de ruedas y se aproximó con la misma hasta la mesa, mientras Mizuki le miraba con cierta preocupación y algo dolido por la reacción que había tenido con él.

             Aki tragó saliva entonces, sin comprender qué acababa de ver, qué debía sentir. Pronto experimentó lástima, después miedo a verse en la misma situación y, por último, sintió una dolorosa curiosidad.

             —¿Qué le ha pasado? —murmuró, siendo Kei la única persona que, estando cerca, logró escucharle.

             Emitió un suspiro, antes de aproximarse por la espalda al chico de hebras morenas y abrazarle. Estaba tan sorprendido Aki que siquiera buscó apartarse, casi ni se percató de lo que aquella cercanía significaba, y de ninguna forma buscó romper el agarre. Por instantes olvidó ese forzado comportamiento que había tenido desde la muerte de sus progenitores, y lo cierto era que el calor de ese abrazo fue acogedor, se sintió como en casa por primera vez en mucho tiempo.

             —Una mala caída —dijo el castaño sin saber si era la respuesta realmente correcta. —Estas personas cargan con mucho dolor, ¿sabes? Mao lleva dando vueltas entre casas de acogida y orfanatos desde que tenía cinco años; Tsurugi sufrió malos tratos en su infancia; a Mizuki le dieron en adopción nada más nacer y ninguna familia quiso adoptarle. Sin embargo, pueden sonreír, establecer relaciones de amistad —murmuró, y terminó riendo sin quererlo al ver cómo Tsurugi le acariciaba la mejilla a Mizuki antes de darle un beso en el mismo lugar mientras entrelazaba sus manos con la contraria— o románticas. Cargan con ello, pero no es como si fuesen infelices, mírales.

             »Mi situación es como la tuya, pero fui capaz de salir adelante. Tú también podrás, Aki. Sé que es muy reciente y creerás que te miento, pero ya lo verás.

              

             No se atrevió a objetar nada, pero ciertamente sintió ganas de estallar en llanto. Empezó a temblar y el abrazo se hizo más firme además de más fuerte. Su miedo era una respuesta completamente natural, cualquiera en una situación como la suya se sentiría vulnerable, se sentiría dolido, solo, aterrado y angustiado por el futuro. Kei lo entendía porque había pasado por lo mismo. Necesitaba protegerle porque había pasado por lo mismo.

             Lo cierto es que, aquella noche, fue la primera y la última vez que Kei pudo verle llorar.

              

             —Sigue sin contestarme al teléfono —pronunció Tsurugi después de haberle llamado cerca de diez veces y haberle dejado más de un mensaje.

             Ya eran las doce del mediodía y el nerviosismo aumentaba. A Aki ya ni uñas le quedaban, Mao daba vueltas alterado y Mizuki no aparecía. Las personas no desaparecen así sin más, eso pensaban los tres, pero tampoco sabían qué hacer. ¿Y si no quería que le encontrasen? También habían pensado en ello, pero realmente estaban demasiado asustados y no podían terminar de creerse que no hubiese dicho nada a nadie.

             Estaban todos al borde del pánico pero realmente no había nadie en ese lugar más aterrado que Aki. Solo de pensar en perderle, solo de pensar en que le pudiese haber pasado algo…

             —No pienso quedarme aquí parado esperando a que dé señales de vida —espetó agarrando su chaqueta antes de salir por la puerta dando un portazo.

              

             Lo cierto es que no recordaba con demasiada claridad cuándo había terminado por enamorarse de quien debió ser un hermano mayor para él. Había sido inusual.

             Mizuki lo había dicho, que no era buena idea. Los otros dos no objetaban nada, pero tampoco estaban de acuerdo. Eran doce años los que les separaban, no eran dos días: Aki tenía diecisiete cuando todo aquello comenzó, a Kei le quedaba demasiado poco para cumplir los treinta.

             Pero, a pesar de ello, lo cierto era que el mayor había puesto muchos sentimientos en palabras, y en esos instantes aquellos se clavaban con crueldad en la cabeza de Aki, sin ser capaz de evitarlo. Eran muchos recuerdos, muchas memorias a flote y muchas ansias de encontrarle antes de sucumbir en la desesperación y empezar a pensar en lo peor.

              

             Las mañanas que se despertaba y descubría a Kei dibujándole no eran nada inusuales. Decía el castaño que le gustaba la naturalidad de su expresión cuando dormía, que hacerlo a escondidas le permitía ver partes de él que de otro modo no hubiese logrado. Se veía tan hermoso a sus ojos: con ropa de calle, tumbado en la cama sin arropar, con restos de maquillaje en sus párpados, sus cabellos tan largos eternamente despeinados…

             Tan concentrado estaba que aquella vez no se percató cuando Aki abrió los ojos y le descubrió, y ni tiempo tuvo de hacer nada al respecto cuando le arrebataron ese dibujo de las manos.

             —¡Eh! —se quejó, pero el contrario sencillamente se giró en la cama tumbándose de lado y dándose la espalda con ello—. Maldita seas, Aki, devuélveme eso, no he acabado —espetó.

             Se subió sobre el colchón con rapidez, tratando de interceptarle y quitarle aquello que le había arrebatado poco antes, pero solo consiguió ser atrapado por aquel y acabar con sus labios chocando con los ajenos, tumbado encima de su cuerpo.

             —Te he dicho mil veces que no me dibujes —largó, pero el contrario volvió a besarle sin responderle siquiera. No hacía falta, ambos sabían que no dejaría de hacerlo por mucho que el contrario insistiese en ello.

             En el fondo, Aki disfrutaba con esa parte de Kei, se quejaba sólo por molestarle, por ver aquella expresión de infantil enfado. Quizá seguía siendo tan inexpresivo como siempre, pero en ocasiones le costaba mantener el semblante serio con Kei cerca. Era el único que lo conseguía, el único que lograba quitarle aquella máscara, el único que era capaz de hacerle olvidarlo todo. No sabía por qué era, pero tenerle consigo era un verdadero regalo del cielo, un alivio para tanto dolor.

              

             Atrajo a Kei hacia sí, desnudando su hombro para poder comenzar a besar dicha zona, ascendiendo con lentitud hasta su cuello y obligándole con ello a cerrar los ojos a la par que ascendía sus manos hasta los brazos ajenos.

             —No me sueltes, no me dejes caer. Por favor, Aki… —murmuró Kei, antes de emitir un suspiro y abrir sus párpados. —Yo quería salvarte, no que me salvases tú a mí…

             Lo dijo en un tono triste, apático, pero aun así, el contrario terminó dejando escapar de sus labios una risa que además de sorprender a Kei, le sonrojó. Era tan raro que hiciese aquello, que no podía creérselo.

             Con lentitud entonces Aki se separó de él, aproximándose hasta el piano de cola que había en una esquina de la habitación para indicarle antes de sentarse que le siguiese y se acercase.

             Colocando las manos sobre el teclado, empezó a tocar como mejor sabía, y lo único que logró sacarle al contrario fue un suspiro además de encogerle el corazón.

             Era demasiado triste cómo el impactar de sus dedos contra las teclas lograba un sonido desgarrador. No era música: eran súplicas, eran plegarias, eran testimonios de un dolor que aunque inefable, se explicaba demasiado bien en aquellas partituras manchadas de lágrimas. ¿Cuánta carga llevaban los dos sobre los hombros? ¿Cuánto dolor?

             Se acercó con unos ojos que comenzaban a empañarse y se sentó a su lado, recargando la cabeza contra su hombro.

             —Eh, Aki… no te enseñé a tocar el piano para que lo hicieses mejor que yo —largó, recibiendo una mirada recriminatoria que hizo aflorar una avergonzada sonrisa de sus labios, todavía triste. —No me mires así…

             —Te miro como quiero —comentó el otro dejando de tocar.

             Le rodeó con un brazo por la espalda y con premura y cariño posó sus labios en su frente.

             —Es que incluso te has vuelto más alto. ¿Cuándo? Eres horrible, te odio tanto.

             Dijo eso, pero pronto le abrazaría y apoyaría la cabeza en su hombro, dejando que ese hombre que tenía muchos menos años que él le consolase, le protegiese y cuidase de él como él había jurado que cuidaría de Aki. ¿Era culpa suya que el menor se hubiese vuelto más fuerte que el mismo Kei? ¿Que fuese mejor en todo?

             Dibujaba mejor que él, tocaba mejor que él, era mejor con los niños que él. Ni siquiera le quedaba lo de ser más alto: ya le sacaba diez centímetros y Kei rezaba para que no creciese más y le dejase muy atrás.

             Si el mayor hubiese sabido que si Aki se esforzaba tanto en todo era por impresionarle; si hubiese sabido Aki lo orgulloso que Kei estaba de él…

              

             Empezó a bajar las escaleras como si tuviese prisa, siendo seguido por el muchacho de hebras morenas, quien a pesar de las insistencias de Kei no había cambiado de idea en lo que respectaba a acompañarle, incluso cuando el contrario había puesto tanto énfasis en que quería estar solo.

             Aprovechando la presencia de un paraguas, negro, entre sus manos, se giró cuando se le acabaron los peldaños y con la punta del mismo, golpeó el pecho de su pareja, causando estupefacción en las dos personas que se mantenían en el sofá: Tsurugi y Mizuki, el segundo tumbado sobre el pecho del otro y ya medio dormido.

             —Te he dicho que quiero ir yo solo. Déjame, Aki.

             —Quiero acompañarte, ¿qué hay de malo?

             —Eres muy terco —largó en un suspiro. —Volveré en una hora he dicho, no me sigas —y sin mediar más palabra, atravesó la puerta cerrándola de un portazo.

             Aki chasqueó la lengua, y estuvo dispuesto a perseguirle, pero la mano de alguien ciñéndose en torno a su muñeca se lo impidió.

             —No seas cabezota, Aki —murmuró Mizuki cuando aquél se giró buscando al propietario de esa mano.

             —A veces las personas necesitan estar solas —intervino Tsurugi—, déjale. Tampoco tardará mucho en volver.

             El castaño les hizo un gesto a los dos para que se acercasen y ninguno pudo negarse. Sin embargo, antes de comenzar el rumbo hacia donde ya se encaminaba Mizuki, Aki no pudo abstenerse de emitir un suspiro.

             Mizuki se sentó al lado de su pareja y le atrajo hacia sí, terminando aquel con la cabeza contra su cuello, acurrucado contra su cuerpo. Aki se sentó a continuación de los dos, mirándoles antes de emitir un nuevo suspiro. El momento que más le gustaba del día era cuando salían los dos a dar una vuelta. Aquella noche no había podido ser, el castaño parecía estresado y no le quería cerca. Y en esos instantes el moreno no podía sentir más que envidia de las personas que se sentaban en el mismo sillón que él.

              

             Kei ni supo por qué se decantó por tomar un camino distinto al de siempre, qué le hizo cambiar el rumbo a medio camino y no tomar esas estrechas calles que sí tomaba al ser acompañado por el contrario. Se sentía vulnerable caminando solo bajo la lluvia, necesitaba estar solo pero eso no significaba que alguna parte dentro de él no hubiese deseado que el contrario se hubiese mojado por perseguirle. Eso no había ocurrido. Al contrario, se encontró entre hipnotizado y aterrado frente a un edificio que empezaba a arder.

             Cristales rotos, la madera crepitando, gritos, disparos… ¿De verdad nadie había oído nada? ¿Nadie había escuchado a esas personas suplicar por ayuda? En las calles no había ni un alma: solo él, que paralizado por el terror y el miedo, derramando silenciosas lágrimas que dolían como ácido, no se atrevía a hacer nada, mientras cada recuerdo de esa noche estaba clavándose a fuego en su cerebro. Su paraguas se precipitó al suelo sin remedio, permitiendo que las gotas le empapasen.

             Al final, él había terminado siendo víctima también, un daño colateral más. ¿Importaba el porqué había sucedido todo aquello? No. Y aun así, no lo olvidaría jamás. Esa pesadilla de la que no volvería a despertar.

              

             Tsurugi había atraído a Mizuki hacia él en un intento de tranquilizarle dado su estado de histeria, obligándole a que se sentase encima de sus piernas, posando sus labios sobre los suyos con lentitud mientras el mayor derramaba alguna lágrima. Los dos estaban igual de nerviosos por la desaparición de Kei, pero parecía que Tsurugi mantenía la calma mejor, calma que deseaba transmitirle a él sin saber tampoco cómo.

             —Estará bien, cálmate… es Kei —rió. —Sabe arreglárselas…

             —Eh, chicos —murmuró Mao, consiguiendo la atención de los otros dos.

             Pronto fijaron sus ojos en lo mismo que había logrado llamar la atención del castaño, ese paraguas negro abandonado que tenía todos los números de ser propiedad de Kei. Tembló inevitablemente al darse cuenta, y mientras Mizuki se levantaba y ambos se acercaban con lentitud, el contrario pasó de largo y fijó su atención en cierto callejón.

              

             Sus brazos cayeron muertos a cada un lado de su cuerpo y pareció ponerse pálido, obligando a las dos personas que le seguían, a detenerse en seco por no querer saber el motivo de esa expresión tan repentina. Lo que había dentro de ese callejón… ¿qué había dentro de ese callejón?

             —Mao —cuestionó Aki a lo lejos, logrando la atención de los tres, aunque solo Mizuki se giró a mirarle—, ¿qué pasa?

             —No te acerques —murmuró, pero el otro que no le oyó, lo que hizo fue lo contrario, aproximándose hasta llegar a la altura de los otros dos—. ¡Que no te acerques! —dijo de nuevo, chillando. Y entonces sí que el moreno se detuvo en seco.

             —Mao… —repitió su nombre visiblemente nervioso, tartamudeando—, ¿qué pasa? —se acercó un poco más, sin recibir respuesta. —¡Mao!

             Empezando a derramar lágrimas, el aludido le miró. Esa expresión solo logró que Aki esperase lo peor y se alterase todavía más si era posible.

             Se acercó corriendo y, aunque Mao trató de detenerle y mantenerle lejos de allí, aunque hizo todo su esfuerzo por mantenerle en su lugar, llorando cada vez más y chillando su nombre, solo consiguió acabar en el suelo. Y mientras aquél descubría lo mismo que él en ese callejón, se acurrucó contra la pared, escondiendo la cabeza entre sus rodillas y poniéndose a llorar.

              

             El chillido que sin previo aviso emitió Aki justo después, gritando el nombre de la persona amada, debió oírse a calles y calles de distancia.

             Mao comenzó a sollozar mientras se arañaba los brazos, Mizuki se derrumbó y Aki terminó desplomándose en el suelo. Aquella máscara que llevaba desde hacía más de cinco años, se había hecho añicos en un instante.

              

             Arrastrándose dentro de ese húmedo y oscuro callejón, terminó por recoger los restos de aquello que jamás volvería.

             Agarrando el cuerpo frío y sin vida de aquella persona que siempre sería su todo, y que ya no estaba.

              

             Un tiro en la frente y sus ojos impregnados de lágrimas. Solo había estado en el lugar equivocado en el momento equivocado. En esos instantes, estaba condenado a repetir la misma pesadilla una y otra vez, sin poder despertarse.

             Y ese chico que nunca lloraba, ese chico inexpresivo que casi nunca sonreía, aquel que había jurado proteger a la persona a la que amaba más que a nada en el mundo, en esos instantes estalló en llanto como juró que jamás volvería hacer, estalló en llanto y estalló por dentro.

             Perderlo todo una vez es duro, dos es inhumano. En esa primera desgracia hubo alguien que le salvó, en aquellos instantes ese alguien se encontraba entre sus brazos, sin vida, contra su pecho siendo impregnado su rostro de esas lágrimas que no paraban de salir de sus ojos.

             ¿Y si Kei le hubiese dejado acompañarle? ¿Y si Mizuki no le hubiese detenido? ¿Y si hubiese hecho oídos sordos a todo y todos? ¿Y si Kei hubiese tomado el camino de siempre? ¿Y si hubiese huido, en vez de quedarse allí parado contemplando un brutal asesinado? ¿Y si…?

             No importaba. Al final el resultado era ese y no podía cambiarse. Todos esos «Y si» en forma de remordimientos que cargaba él, que cargaba Mizuki, que cargaba Tsurugi, que cargaba Mao, no servían de nada. Nada ni nadie les devolvería al pasado, y esa pesadilla de la que Kei no pudo despertar, ellos tampoco la abandonaron.

              

             Aki se suicidó dos días después.

             Nadie le culpó por no superar la presión, nadie le culpó por querer acabar con ese dolor y ese peso en sus hombros que ya no podía repartir con nadie. Sabía perfectamente que no era eso lo que Kei deseó para él, que no le sacó de ese orfanato para que acabase de esa manera, pero ya nada de aquello tenía algún sentido.

             No todos superan perderlo todo una vez, él no quiso vivir sabiendo que no había podido salvar a esa persona, aquella que había suplicado su ayuda hasta el final sin ser escuchado.

             Ese que le había reconstruido, que le había dado una vida y se había aferrando a él con todas sus fuerzas, ya no estaba.

             Juró perseguirle hasta el fin del mundo y esa fue una promesa que no pudo romper.

             Como las cenizas de ese edificio que se llevó el viento, como aquellos muros que cedieron y se derrumbaron esa noche, el dolor le consumió y nada volvió a ser como antes.

Notas finales:

Me pregunto si echábais de menos que matase a gente así en los fanfics... /termina de colocarse la armadura por si alguien quiere tirarle piedras(?).

Quedó menos angst de lo que yo quería pero creo que ha quedado bonito.


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