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Sobre el puente Mapo por blueous

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Notas del fanfic:

 El puente Mapo, hasta donde tengo entendido, es un puente en el que mucha gente se suicidó, por lo que le escribieron algunas frases e incluso posee un telefono para que la gente hable con alguien antes de elegir tirarse.

Notas del capitulo:

No es normal y aunque está revisado puede seguir teniendo fallas, lo escribí en aproximadamente 40 minutos después de escuchar "Song before killing yourself" de FatDoo. Como todo lo que escribo no tiene ni piés ni cabeza ni orden ni nada de nada. Es malditamente gris y... sí, perdón.

 Himchan podría jurar que el río le provoca, allí, un par de metros más abajo, la corriente se ríe de él, porque pudiendo estar en casa está apoyado sobre la baranda de un puente que ha presenciado más saltos que besos. Una rabia absurda y gris hace latir el corazón del chico un poco más fuerte cuando escupe al agua como si con eso le escupiese a la mierda que es su vida… su vida. Tan solo al pensarlo la sensación se difumina hasta los bordes más ambiguos de su alma. Su vida no es ni cercana a la mierda que podría ser, tiene un par de padres enamorados a pesar de los veintitrés años de matrimonio, una hermana menor que le llama “oppa” todas las mañanas con los ojos empequeñecidos por la sonrisa y un perro blanco que le espera todas las noches para dormir, su casa tiene dos pisos y, aunque no es tan grande, sobra el espacio que otro querrían, su perfil en Facebook reafirma la gran cantidad de conocidos y todas las comidas deliciosas que su madre prepara a la cena. Las lágrimas se le amontonan en los ojos y se mordisquea los labios hasta sentirlos secos porque a pesar de todo está allí: ambos brazos sosteniendo su cabeza mientras los ojos se le pierden más abajo, en el río.

 En realidad es un misterio para él mismo cuando empezó esto exactamente, ¿fue tal vez el día en que los noticiaros anunciaron que se iniciaba una campaña para llenar de mensajes positivos el puente de Mapo?, fue seguramente el morbo de ver que podía tener ese lugar que congregaba a tantos suicidas adolescentes lo que le hizo cambiar el trayecto a casa cuando el puente ya poseía incluso un pequeño teléfono para todo aquel que creyera esa era su última opción. Himchan no se quiere convencer a sí mismo de que fue algo más que curiosidad los que le hizo comenzar a acariciar con los dedos los bordes de concreto de la construcción colgante. El chico no sabe cuándo comenzó el sentimiento de pertenecer al vacío tras la baranda, pero sabe cómo, entiende de alguna forma que en vez de pasar como pasaba por todas partes, cuando avanzaba por sobre el puente Mapo se tomaba un tiempo extra: uno para imaginar su propio cuerpo cayendo al vacío y más allá. Himchan tiene recuerdos de dejar de caminar un día, dejar de fingir que pasaba de allí cuando siempre se quedaba al menos su mente hasta el día siguiente (cuando la recogía de ida al colegio), dejar de caminar en línea recta. Himchan  no cree poder olvidar el primer día que se dejó guiar por sus pies hasta la baranda de concreto del puente y apoyó los brazos allí, dejando la cabeza reposar sobre estos y sobre su cabeza el mundo. Todo parecía tan fácil así, con la posibilidad de terminarlo en un impulso. El lugar daba la sensación de que no importaba vivir, porque la solución final está allí, al alcance de la mano y los chicos siempre necesitan soluciones.

 “¿Has comido?

 El puente ya era como de él a los quince, le pertenecía. En su cabeza ese era su lugar, más que su habitación, más que la sala de música, más que su propio cuerpo. El lugar de Kim Himchan era al borde del puente, así que cuando el rayado en el puente apareció un día de la nada, Himchan apretó el material haciéndole menos daño del que se hizo a sí mismo, porque solo entonces se dio cuenta que no había comido. No había comido desde el desayuno, había regalado su colación y se había llenado de agua todo el día, porque si no era el chico guapo ¿qué era? No, no había comido. No había comido y no comería más de lo necesario en lo que ese puente fuera su hogar.

 Ese mismo día dio vuelta los muebles olvidados de la casa buscando todas las fotos de cuando era más pequeño, cuando tenía mejillas que cabían en toda la palma de las manos de su abuela, y las rompió.

 Desde entonces había pasado algún tiempo, pero él seguía pasando por el puente, cada día más suyo. A mediado de sus dieciséis comenzó a escapar por la noche, con solo una chaqueta delgada a propósito. No tenía la valentía suficiente para traspasarse las muñecas con la máquina de afeitar de papá, pero había descubierto el placer del sufrimiento al salir de noche sin abrigo al clima frío de Seúl. Era eso o que no comía bien, nunca estuvo seguro, pero comenzó a manifestar síntomas de resfrío durante todo el año. Su padre se había preocupado al principio, le había incluso hecho faltar a clases la primera semana, sin embargo se rindió al poco tiempo y la debilidad de su hijo mayor fue solo una pregunta de sobremesa en la cena.

 Lo gracioso de todo esto (y Himchan siempre se ríe a través de sus labios temblorosos y fríos cuando a eso de las dos de la mañana lo piensa antes de volver a escabullirse para entrar a la ventana como todos los días) es que nadie creería que lo único que le falta es un poco más de valentía para dejarse caer de un puente. Porque el chico es, por decirlo menos, amable con sus compañeros, obediente a la mayor parte de los profesores y risueño en los recesos de quince minutos de bloque a bloque. Sus ojos pequeños y cortantes son atractivos según las chicas y su actitud es buena según los chicos y “si simplemente no estuvieras enfermo todos los días Himchan-ie” podría ser tan perfecto.

 Dicen que el hábito es más fuerte que el instinto y Himchan se da cuenta que es cierto cuando las ganas de dejarse caer se ven levemente disminuidas por la ganas de simplemente sentirse mal. Es un descubrimiento que le sorprende sentado en posición india sobre las anchas bancas del puente a semanas de cumplir los diecisiete. Desde un tiempo a esta parte su vida es puro hábito. Es la costumbre de vivir siendo un Kim Himchan que ya no existe para sí mismo sino para el resto. A veces se pregunta qué Himchan es real, si el que él es o el que todos asumen que es. Pero Himchan se ha acostumbrado a vivir sin respuestas más que la que le ofrece el puente a un paso de sus límites y aún no se siente capaz de soportar esa respuesta, así que decide no pensar mucho en preguntas y respuestas. Se enfoca más en que su vida es un infierno. Cierra los ojos y permite que el frío le traspase por la piel hasta la sangre, que le haga temblar y evade la culpa repitiendo que todo esto es porque sus padres no fueron a la reunión de ese mes, porque su hermana se está volviendo caprichosa, porque sus amigos son demasiado superficiales, porque el mundo gira y él no quiere girar.

 El año en que el puente se fisura no es el puente de Mapo, es Himchan.

 Es el último año de clases y si el hábito desaparece entonces ¿qué es Himchan? Así que en medio de la primera cena familiar que su madre organiza en casi tres años Himchan se levanta y corre al puente. Tiene apenas una camisa y ya es de noche, se acurruca contra las barandas del puente y se rasguña los brazos como si se los pudiese sacar a pellizcos. De pronto todo duele y no está dispuesto a enfrentarse a la pregunta de su tío, no, no puede con el “¿qué vas a hacer de tu vida a fin de año?”. Es desde hace tiempo que Himchan no llora así, abrazado a sí mismo hasta que ya no hace nada además de ahogarse con su propia miseria.

 El puente está vacío a esas horas, así que al rato, después de enviar a su hermana un mensaje avisando que se queda en casa de uno de sus miles de amigos de grado y que lo siente tanto, tanto, tanto, se atreve a levantarse y encaramarse sobre el pequeño espacio que es la baranda del puente. Mientras se acomoda allí para sentir con más ganas el frío despertar y adormecer todos los nervios de su cuerpo lo ve de nuevo.

“¿Has comido?”

 Hay una risa amarga que se le escapa, porque no puede creer que le pregunten eso a alguien que está pensando que la vida no vale la pena.

—¡Claro que no! —Grita, pero no tiene fuerzas suficientes para hacer eco.

 Himchan no sabe cómo empezó, como un día le comenzó a tener más miedo a despertar que a dejarse arrastrar hasta el río, sin embargo sabe cómo tiene que terminar. Su cuerpo tiembla, casi como si convulsionara y él no puede evitar preguntarse cuán de tan mal gusto sería dejarse caer cuando ya le dijo a su hermana que estaba bien. ¿Qué acaso no estaría bien sin estar aquí?

—¿Has comido?

 Himchan se da vuelta con los ojos tan abiertos como puede abrirlos después de haber estado llorando por casi una hora (¿o fueron dos, o tres, o siempre?).

—¿Qué…?

—¿No tienes hambre? —Hay otro chico allí, y le habla.

—¿Qué?

 Él intruso sonríe algo incómodo y deja un vaso de café humeante a su lado, apoyado sobre la anchura de la baranda. El viento lo mueve y pareciera que va a caer. A Himchan no le gusta la idea de ese vaso perdiéndose en la negrura de las aguas.

—Hace frío.

 Himchan quiere decirle que lo sabe, que por eso está allí, para tener frío, para llenarse la cabeza con las peores ideas que la noche le quiere regalar, sin embargo toma el vaso de café y siente un escalofrío recorrerle la espalda porque sí, hace frío.

—Yongguk, Bang Yongguk, y no creo que ese sea lugar para alguien —Dice el chico y un vaho de vapor sale de su boca junto a cada sílaba —, ¿no quieres a alguien que te lleve a casa?

 Himchan no responde, porque no sabe cómo, pero se baja de la baranda y niega con la cabeza mientras toma un sorbo del café del chico.

—No, no, quédatelo —Yongguk responde moviendo las manos cuando Himchan hace el gesto de devolver el café caliente.

 El más delgado de los dos aún no sabe qué decir, así que solo comienza a caminar a casa, dejando que Yongguk lo siga un poco más atrás. No sabe qué va a hacer cuando llegue a su destino, quizás ni siquiera use la puerta y se escabulla por la ventana. Pero tiene hambre y quiere comer por primera vez en un buen tiempo.

¿Aceptará ese Bang Yongguk una invitación al puesto de pescado de la esquina?


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