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Ángeles enredados por MaknaeLuu

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Mientras el agua tibia bañaba suavemente cada rincón de su tez, otra vez aquellas preguntas sin respuestas bailoteaban en su pensar. Un profundo suspiro fue exhalado desde su pecho, la fina lluvia de la ducha caía sobre sus cabellos y empapaba su cuerpo en su totalidad. Podía pasar horas y horas dejando que el agua corriera por su piel pero una y otra vez sus pensamientos volvian a traicionar a su conciencia y se reflejaban como una luz en su mente. Aunque esta vez, decidió no darles importancia.
Cada hora de ese día no se había basado en más que perder el tiempo pensando y recordando cada pequeño detalle de esos extraños sucesos que su intelecto le proyectaba.
A pesar de que aquella herida en la parte trasera de su cuello ya había sanado, el contacto de ésta con las pequeñas gotas que caían de sus hebras impregnadas de jabón, hacían que ardiera pero casi escasamente.
Todo había sido un sueño. Desde aquella caminata solitaria que pensó haber tenido la noche anterior, pasando por esas copas de más que creyó haberse tomado, hasta la marca que aquella horrible bestia le había razgado en su nuca pero que la vez había sido tan real, dejandole tatuada una profunda cicatriz que lo acompañaría para toda la vida.

Una brisa helada que provenía desde las afueras a través de un pequeño ventanal le lamió su mojado torso. Sobre su cama, un refinado y varonil traje, un costoso calzado perfectamente lustrado al costado de la misma y una larga e inolvidable noche que allá afuera lo aguardaba. 

Creyó necesario pisar con sus propios zapatos aquel morboso lugar donde todo había comenzado. Aquel asqueroso burdel de quinta en el que había decidio ir a ahorgar sus penas. Reflejando su poder y su riqueza en esa costosa vestimenta, emprendió camino hacía su destino. Recordaba perfectamente aquel trayecto, casi como si realmente lo hubiese recorrido antes. Y así dirigió su andar por las largas calles de la ciudad, sobre la cual caía una fría y traicionera noche.
Casi como si su sueño se estaría repitiendo, así como si un deja vu se presentara ante él, sintió repentinamente su entorno exactamente de la misma manera como lo sintió aquella noche, cuando su tristeza lo hacía casi arrastraste por la acera. Una extraña sensación lo inundó por dentro, todo era demasiado real y lo era, ahora si lo era. Sintió miedo. ¿Qué pasaría si al llegar hasta el lugar todo sucediera como en su sueño? ¿Qué pasaría si se cumpliera lo que su conciencia predijo? No lo sabía pero a pesar de eso y del temor que lo invadía decidió seguir.
A unas pocas cuadras de su punto de llegada, a lo lejos pudo divisar aquel luminoso cartel que antes había visto.
Desde un principio supo que debía hacer caso omiso a lo que la voz en su cabeza le decía pero sin embargo, con la locura ya implantada en sí, lo hizo de todas maneras. Aún así había algo que murmuraba que no se adentrara allí. Sabía que algo malo iba a ocurrir. Sabía que estaba mal, pero una vez más se dejó llevar por sus impulsos.
Aceleró su paso, dejando atrás cualquier complicación o problema que lo atormentase atrás. Las puertas del oscuro e insano bar se abrieron ante él. Todo era idéntico. Por un momento se sintió dentro de su propio pensar somnoliento viviendo una vez más algo ya vivido. Observó a su alrededor con detenimiento. Los jóvenes danzando provocativamente en medio de la pista de baile, los mismos hombres maduros devorando sus esbeltas figuras desde las mesas mientras bebían algún trago, ese pasillo largo y oscuro desde el cual provenían casi inaudibles ondas sonoras en forma de súplicas que retumbaban en sus tímpanos, la misma barra, el mismo barman... Pensó en aquel muchacho con quien había tenido un cruce de miradas y sonrisas la última velada. Lo buscó dirigiendo su vista hacía el asiento donde lo había contemplado. Y ahí estaba. Bebiendo de ese jugo anaranjado, sin nadie a su alrededor.
No pudo evitar que un pequeño semblante se asomase por sus labios. Sus ojos parecían haberse iluminado de repente llenandose de pequeños destellos como diminutas estrellas.
Se acercó a la barra sentándose justo en el mismo sitio donde había estado hacía un par de noches atrás, justo en frente del susodicho. No bebió esa noche. Solo se quedó allí, observándo la inocencia de aquel chico de cabellos amarronados y ojos grandes llenos de aparente pureza.
Buscó su mirar. Fue él mismo quien esta vez intentó tener contacto visual con ese niño pero no lo lograba. Por más que lo observase las veces que lo observase fijando sus ojos en el otro, no podía. Se sintió frustrado. Tal vez no todo iba a ser semejante a lo que ocurrió durante su narcosis.
Cuando estaba a punto de darse por vencido, sintió en su ser una sensación que ya había experimentado anteriormente. Percibió cierte vigilancia en su persona. Alzó su rostro y su mirar se encontró con la profundidad y la belleza de otros ojos. Se quedaron clavados uno en el otro con una sonrisa boba presentandose en la comisura de sus labios.
Un leve coqueteo se vió en la expresión del chico, tratando de llamar aún más la atención de quien lo observaba. Y él, embobado con su perfección, quedó completamente flechado al instante. No había podido ver cuan bello era ese día en el que calló dormido, producto de tanto alcohol en su sangre, pero ahora podía y lo estaba haciendo. No iba a desaprovechar ningún instante de ese momento. Nada más se cruzaba por su pensar, por fin su mente estaba libre de pensamientos locos. Por fin se sentía libre y sin miedos.
El ajeno siguió con sus juegos, tratando de hacerlo caer en sus redes. Le coqueteó por largo rato desde el otro lado de la barra hasta que decidió ponerse de pie. Era delgado y de alta estatura, aunque no tanto como la suya. Vestía de negro, como en su sueño, con unos pantalones semi ajustados y una camisa entallada al cuerpo. Un aura cálida se desprendía de su figura.
Se acercó a él de manera seductora invitandolo a bailar. Ningun sonido fue emitido por ninguno de los dos, sus miradas estaban tan conectadas una con la otra que decían más que mil palabras. Solo ellas eran capaces de conversar, no hacía falta decir nada más.
Cuando menos se dieron cuenta, sus cuerpos danzaban uno enfrentado con el otro al compas de la música en el medio de la pista de baile. Sus figuras se perdían entre tanta muchedumbre. Las luces parpadeaban a medida que la melodía resonaba. El ambiente se tornaba oscuro y luego volvía a iluminarse de repente en tonos lilas y rojizos. La oscuridad seguido de aquel fulgor que obstruía la vista de algunos no era obstaculo para ellos pues sus miradas no dejaban de devorarse mutuamente. Sus pieles estaban cada vez más cerca, podían percibir el contacto del otro sobre sí a pesar de sus ropajes que parecían estorbar.
El chico de negro meneaba sus caderas a una diminuta cercanía con las del otro, creando un entorno un tanto excitante entre ambos. Reían y se sonreían sin dejar de hundirse en la profundidad de sus luceros.
-Te invito una copa- Por fin el más altó se dignó a susurrarle de manera seductora a su compañero al oído. Se apartaron de la gente a una mesa lejana para dos, buscando un poco de tranquilidad e intimidad.
-Nunca te he visto por aquí... ¿Es la primera vez que vienes?- Dijo tímidamente el muchacho de cabellos chocolatosos, cambiando su imagen a una risueña.
Una vez más, viejos pero a la vez recientes recuerdos le venían a la mente. ¿Realmente era esa la primera vez que pisaba ese lugar?
-Em... Si, es la primera vez- Sintió que estaba mintiendo. Otra vez sus pensamientos lo comenzaban a traicionar. -¿Tu vienes seguido por aquí?-
El joven jugueteó con sus dedos mientras observaba su trago a medio tomar sobre la mesa con una pícara sonrisa.
-Puede ser...- Le respondió desviando nuevamente su mirar fijandose en el suyo.
Por un momento sintió otra vez una extraña pero placentera sensación. El chico era agradable, le inspiró confiaza y algo más. Entonces la imagen del ángel que le quitaba el sueño se proyectó en su cabeza. Precibió un gramo de tristeza en lo profundo de su pecho.
-¿Estás bien?- Le preguntó.
No lo estaba, realmente no lo estaba. No podía traicionar a su amor, no podía serle infiel por más que fuese solo una ilusión falsa producida por su imaginación.
-Si- Mintió, camuflando su más pesado sentir en una dulce sonrisa.
Tenía que dejar de soñar y hacer las cosas concretas. Ya no era un adolescente, no podía seguir viviendo atado a esa fantasia. Aunque era más fuerte que su persona. Todo en su mente parecía ser más fuerte. No podía controlarlo, al contrario, sus pensamientos lo controlaban y lo manipulaban a él. Otra vez sus pensares traicioneros jugueteaban con su conciencia.
-Debo irme ya. Gracias por el trago. Fue lindo conocerte- La voz dulce de aquel niño penetró en sus oídos.
-¿Te volveré a ver?- Dijo él con la cabeza gacha sin dirigirle la mirada, aún sumergido en sus locuras.
-Siempre que quieras- 
Alzó nuevamente su mirar y se puso de pie junto a su compañero de esa noche. Era apenas unos 5 centímetros más bajo. Sus grandes y bellos ojos y la hermosa sonrisa que ahora adornaba el rostro contrario brillaban como un destello. Nuevamente se perdieron el uno en el otro, dejando que todo a su alrededor desapareciera y solo fuesen ellos.
-No me haz dicho tu nombre...- Susurró él mismo con algo de timidez, alzando levemente sus comisuras.
La expresión del otro volvió a transformarse, dejando a la vista una mirada pícara y seductora.
-Tu ya sabes mi nombre... Takuya- 
La sangre se le heló de repente. El chico se alejó perdiéndose entre la multitud, desapareciendo a otro lado de la puerta como si fuese un espíritu. 
¿Cómo sabía su nombre? ¿Acaso se lo había dicho y no lo recordaba? ¿Era posible que apenas unos tragos ya lo estén haciendo desvariar como para no acordarse? Nada volvía a tener sentido. No comprendía que había pasado. Parecía que otra vez su mente le estaba jugando una mala pasada.
Sintió algo posarse en su hombro. La mano del elegante chico que atendía la barra.
-¿Quieres un consejo muchacho?- Le dijo
-¿Por qué necesitaría un consejo?- Lo miró extrañado, un tanto desafiante. Si antes no entendía nada, ahora menos lo hacía
-Ten cuidado con ese chico- Lo palmeó amigablemente, como sientiendo pena, y se alejó a seguir con su trabajo, dejandolo solo con sus pensamientos.
¿Qué significaba eso? ¿Por qué le había hecho tal advertencia? ¿Acaso lo conocía? ¿Acaso sabía algo?
Sean cuales sean las respuestas y tal misterio, seguía sin ser conocedor de los hechos. De porque sabía su nombre, de porque el barman le advirtió que tuviese cuidado, de porqué sintió una conexión tan fuerte con ese joven que sabia que había visto en otra ocación. Volvió a sentir miedo y, una vez más, su pensar colapsó.
Tal vez todo eso era una señal. Tal vez sus sueños estaban tratando de decirle algo. Tal vez eran más reales de lo que él se imaginaba...


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