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Ángeles enredados por MaknaeLuu

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Sus negros cabellos ahora se perdían en la inmensidad del oscuro cielo nocturno. Su andar era tranquilo aunque un tanto tembloroso. El frío de la noche le helaba la poca piel que tenía al descubierto. Un vapor blanquecino salía de su boca con cada suspiro.
Las calles apenas eran iluminadas por la pobre luz proveniente de unos antiguos faroles. Poca era la gente que ahora deambulada por allí. Su serenidad era notoría. Esta vez no le permitiría a su mente que jugase de nuevo con él. Intentó no pensar en nada más y dejar sus pensamientos completamente en blanco. Aunque era difícil. Nuevamente con la soledad como su única y fiel compañera.
3 de la madrugada. El sonido de las ajugas de su reloj de muñeca eran ahora los únicos habladores de la escena. Nada más alcanzaban sus oídos a oír más que aquello y el sonar de sus pisadas. Una brisa refrescante penetraba a través de su nariz congelandole los pulmones. Las estrellas y la luna eran testigos de su nulo penar.
Las avenidas parecían hacerse cada vez más y más largas. O tal vez su vagar era el que se volvía más pausado. Una inmensa tranquilidad lo invadía por fin. Se sintía bien consigo mismo luego de mucho tiempo. Aunque aún así, no dejaba un segundo de recordar, más allá de que obligara a su conciencia a no hacerlo.
No iba a permitir que sus pensamientos le traicionacen otra vez y le hagan perder la cordura. Ya se sentía lo suficientemente desequilibrado como para seguir matándose psicológicamente. Pero como siempre sucedía, su intelecto iba en contra de sus propias decisiones. Tal vez sea cierto eso que dicen de que la mente humana es la cosa más incontrolable que el hombre posee. En su caso, si lo era. Una vez más, la tristeza fue reina de su sentir más profundo, llevandose la traquilidad y serenidad que reninaba en su pecho. A veces, ni él mismo era capaz de comprenderlo. Lo único que quería era ser feliz pero estaba muy lejos de lograrlo.
Una extraña sombra se paseó en forma fugaz junto a él. Se alarmó. De repente, era oyente del penar de las almas que por allí se paseaban con un padecer tan triste que se asemejaba al suyo. Tal vez estaba condenado a deambular como un alma en pena junto a aquellas por el resto de su miserable vida. Más aún, había momentos en los que se sentía más muerto que vivo. El viento sopló en forma de susurro resonando en sus timpanos. La piel se le herizó y una vez más, como aquella vez en la que en su somnoliencia le paralizaba el cuerpo, sus pies parecían haberse clavado al suelo, con el frío invierno helandole hasta el alma. En la penunbra de la noche, una figura inhumana pasó muy cerca de sí, impidiéndole ver de que se trataba. Su respiración se aceleraba. Su corazón latíá ritmica y aceleradamente. Cerró los ojos, tratando de aujentar cualquier locura que por sus adentros andaba.
Un perro con un pelaje hermosamente negro, con la mirada injectada de sangre apareció a unos cuantos metros de distancia suya. El miedo le recorrió la espina dorsal llendo desde sus pies, pasando por sus piernas y espalda, hasta la punta de su cabello más diminuto que de su cabellera crecía. Esa sed de matar que en los ojos del animal se reflejaba le hacía sentir escalofríos. El can le gruñía de forma desafiante, como queriendoselo comer vivo. No había nadie alrededor, ahora ni siquiera un alma. Su garganta no era capaz de resonar para pedir auxilio y sus piernas ahora parecían una parte más del pavimento. Cuando por fin pudo sentir algo desprenderse de las suelas de sus zapatos y fue entonces que se echó a correr rogando por su vida. No sentía deseos de vivir pero tampoco quería morir en las garras de un ajeno. Las calles lentamente se transformaban en largos y espesos cajellones sin salida. Por un momento creyó estar corriendo en circulos, pues no encontraba lugar en cual refugiar su pobre y nuevamente miserable vivir y cada vez que doblaba en alguna esquina las casas eran todas exactamente iguales a la anterios. Nadie había podido ser partícipe de aquella larga y desesperada persecusión. perfectamente sus gruñidos Poco a poco le comenzaba a faltar el aliento, su boca se secaba por dentro, sus piernas empezaban a cansarse y a falllar lentamente. Pero no debía detenerse, no si no quería morir como el fracaso que era en las garras de aquel feroz animal
Pero entonces, casi como si el Dios en el que creía hubiese oído sus súplicas mentales, a la vuelta de una esquina un ser fue enviado desde el cielo para salvarlo. Una sensación de alivio se impregnó en su sentir.
Ese aroma, esa ropa, esos perfecto cabellos color chocolate, ese aura celestial que su cuerpo despendría, ese semblante lleno de dulzura adornado por unos carnosos y aterciopelados labios, todo era raramente familiar y realmente lo era. Aquella pesadilla parecía volverse en ese tan anhelado y hermoso sueño que tanto quería hacer realidad. Ese que ahora estaba parado frente a su persona, abrazándolo de manera protectora, tratando de aliviar su desesperación y calmar su desconsolado llante con suaves caricias en sus hebras negruzcas, era él. Su ángel.
Se aferró con fuerzas al cuerpo contrario como no queriendo soltarlo nunca. Pensó si tal vez se trataba nuevamente de uno de sus engañosos sueños. No lo sabía pero si lo era, éste era el más real que había tenido. Se sintió protegido entre sus brazos, con sus alas rodeandolo ahora, cubriendo su débil cuerpo de la cruda helada. Su rostro descansaba escondido en el pecho de su arcangel, sus oídos eran ahora oyentes de la hermosa melodía que los latidos del corazón del chico tocaba para él. Se sonrió, dejando que lentamente su felicidad invadiera por completo su ser.
Aquellas suaves manos sobre su cabellera esparcian caricias que sentía llegar hasta su alma. No tenía nada que temer pues ahora el mundo giraba en torno a ellos y a aquella unión, en ese cálido abrazo que los unió como uno.
Casi sin quererlo, estandose sumergido en la perfecta serenata que el corazón ajeno le cantaba al oído, alzo su mirar. Un resplandor de luz lo encegueció. Todo se volvió blanco sin permitirle observar nada, y seguido de ello, una cortina tan negra como el azulado cielo nocturno se convinó con sus ojos y con la oscura noche haciendole una vez más perder la conciencia y caer profundamente dormido.


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