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Ángeles enredados por MaknaeLuu

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Las luces de la habitación 503 de algún costoso hotel de la ciudad de México se tornaban cada vez más débiles. El resplandor de un par de velas rojas que esparcían a su vez un embriagante olor a rosas iluminaba escasamente el romántico ambiente.

Las profundidades de aquellas sábanas blancas que vestían una cama matrimonial eran testigos de una guerra de besos y caricias.

La lujuria emanaba de los cuerpos de los enamorados, tenían el éxtasis a flor de piel. Se saboreaban mutuamente los labios en una apasionada batalla que parecía no acabar. Ambos con sus figuras desnudas en su totalidad, rozándose una con la otra en un encuentro carnal. Se mimaban todo el tiempo dejando escapar desde lo más profundo de sus gargantas quejidos de puro placer.

Parecían disfrutar de ese perfecto momento. Mientras uno le pedía por más, él otro parecía encantarle escuchar gritar a su sumiso por aquel deleite. Se degustaban sus cuerpos uno con el otro, contorneando con el roce de sus labios cada centímetro que alcanzasen de la piel ajena. Aquellas pieles mojadas no hacían más que encontrarse cada vez más en un profundo y seductor contacto. El sudor de ambos se combinaba en un delicioso y lujurioso coctel.

Sus manos, sus lenguas, sus labios, parecían en ese momento que solo habían sido creados para recorrer los rincones más prohibidos de la anatomía del otro. De las puntas de sus cabellos, gotas de sudor mojaban sus frentes y sus finos y delicados rostros.

El dominante con sus hebras negras cayéndole sobre los ojos, aumentaba el vaivén de sus caderas para que el dominado, con sus perfectos mechones amarronados completamente empapados, agudizara más y más el volumen de sus súplicas.  Aquellos gemidos incesantes de su presa eran música para los oídos del depredador.

La fina tez blanca del cuello del prisionero fue invadida por caricias y suaves mordidas, logrando que el cuerpo del chico se estremeciera e hiciera que sus jadeos y suspiros se escuchasen más allá de aquel cuarto.

Poco les importaba si alguien los escuchaba, nada les importaba más en ese instante que llenar de pasión al otro.

No pasó más tiempo para que el dominante de la guerra lograra llegar a su punto máximo de placer y llenara con su simiente al contrario haciéndolo gemir como nunca antes lo había hecho.

Sus respiraciones agitadas se chocaban entre si. Estaban prácticamente sin aliento. Un último beso fue el sello ideal para ponerle fin a ese encuentro tan lascivo. Se sonrieron mutuamente susurrándose cosas tiernas al oído como si de dos adolescentes en los inicios de un romance se tratara.

Aquel “ángel” con sus alas blancas abandonó ese que para él podría ser su edén, en los brazos de su amado en los que se entregó en cuerpo y alma. Caminó con su cuerpo desnudo y sus alas caídas hacía un espejo de allí que reflejaba su perfección. Por detrás, una figura semejante a la de él, la siguió, la de su adorado que lo abrazó delicadamente por la espalda, rodeando su cintura de manera sutil.

Este último alzó la vista. La curiosidad de ver aquella escena tan maravillosa ante sus ojos le ganó por completo. Pudo ver a su “árcangel” con la mirada baja. Sus alas desprendían un brillo celestial al igual que la hermosa sonrisa que en la comisuras de sus carnosos labios se asomaba. Pero sus luceros detectaron una pequeña cruz negra invertida tatuada debajo de su ombligo, quitándole al momento toda su magia angelical.

Observó con más detalle aquella imagen suya y de su amante en el espejo. Unas alas bañadas en brillosas y oscuras plumas negras nacían de su propio espinazo…

Sus sentidos comenzaban a agudizarse poco a poco, empezó a sentir como sus extremidades perdían el entumecimiento. Su corazón pegó un salto, casi saliéndose disparado de su pecho y finalmente despertó exaltado de aquel extraño sueño.

Su reloj de mesa marcaba exactamente las 3 de la madrugada. Su cabeza dolía. Se llevó los índices a las sienes masajeándolas para ver si así podría aliviar el dolor.

-¿Qué fue eso?- Se preguntó para si aún medio atontado. No lograba entender como había soñado aquello tan disparatado.

Tal vez el cansancio de haber estado casi 24 horas arriba de un avión le había afectado lo suficiente como para que empezara a desvariar. Era su primer día en México. El aire de aquel país que tan conocido era por su gran actividad turística era nuevo para él. La fría helada de invierno era, obviamente, muy contraria al caluroso verano que en Japón se hacía presente en ese mismo instante.

Sus ojos vacilaron y todo a su alrededor parecía dar vueltas. Su cabeza aún dolía. Se dejó caer nuevamente sobre su cama, la misma cama en la misma habitación en la que había tenido aquel hermoso encuentro con ese ángel en su más preciada narcosis, y cerró sus ojos lentamente.

Sintió sus sábanas y sus ropas humedecidas. Aquel sueño había sido tan real para su cuerpo que al parecer sus fuentes masculinas no soportaron ese goce tan concreto y dejaron que sus aguas emerjan desde lo más profundo de ellas. Se río de si mismo. Nunca un orgasmo le había sido tan grato… A decir verdad ninguno. Era la primera vez que tenía tal acercamiento con aquel joven que le había arrebatado el sueño y cuando más lo recordaba, más deseaba tener aquella figura esbelta y delicada nuevamente en lo abismal de su cama y hacerlo suyo las veces que sean necesarias para saciar esa sed de sexo que tenía. De volver a recorrer con besos y caricias esos lugares tan inimaginables que quizás nadie se atrevería a recorrer, de sentir su estrechez oprimir sus partes más íntimas haciéndolo sentir deseoso de más, de probar nuevamente esas carnosidades que adornaban sus facciones en una impecable sonrisa y que tan loco lo volvía.

Y entonces recordó eso tan extraño que había presenciado. ¿Por qué aquel tatuaje? ¿Por qué algo tan demoníaco en una criatura que parecía ser tan inmaculada? ¿Por qué esas alas negras que nacían de su propia espalda? ¿Por qué negras y no blancas como las de su adorado niño? Esas y muchas otras preguntas que no tenían respuesta alguna en ese momento.

Una vez más su velada había sido interrumpida por la aparición de aquel fantástico ser. Pero aún así, por más que lo intentara, no lograba recordar su rostro al despertar. Aquel sueño tan maravilloso en un principio y tan confuso al final, lo había dejado intrigado y con ganas de más. Curvó pícaramente un pequeño semblante ladino. Decidió no pensar en eso último que tan confundido lo había dejado y solo quiso recordar ese instante en el que fueron uno. Por su mente se cruzaban miles de cosas, entre una de ellas, volver a revivir ese sueño mojado o, incluso mejor, hacerlo realidad.


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