2017. Junio
Abrió los ojos lentamente, enjugando las lágrimas que terminaban de caer por sus mejillas. Apretó la mandíbula aún más afligido, sabiendo que el recuerdo del muchacho, de aquella primera vez que se dirigieron la palabra, fue el primer día que se dio cuenta de lo mucho que ese joven era para él. él sabía que ese muchacho tan dulce y tímido, era a quien quería tener siempre a su lado. Que quería verlo cada mañana al despertar, y cada noche retorciéndose con él en la cama.
Apretó los puños con ira, con ira al mundo, y a si mismo. Con Ira a esa bendita suerte que había quitado al chico de su lado. Miró la tumba nuevamente. Vio las florecillas tan pequeñas y frágiles, tan inocentes y delicadas.
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C-Chris... T-Te amo- Jadeó el joven apretando su mano.
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Y Yo a ti, Piers – Respondió él acariciándolo suavemente
Un frágil recuerdo atormentó su mente y su cuerpo, retorciendo el lado sensible de sus emociones mientras jugaba con la sangre de su interior. Acaricio su propia mano, intentando recordar la sensación de la piel del menor, pero era imposible. Nada que tuviese, ni la seda más fina, se comparaba a la sensación de su mano.
Se fue lentamente hacia su hogar, caminando tranquilo mientras veía los primeros copos de nieve caer. - A Piers le gustaba la nieve – Pensó y recordó diferentes días en la nieve, el joven y su inequívoca bufanda verde. Estiró su mano a la altura de su pecho, mientras el aire frio le congelaba la punta de los dedos. Esperando y con paciencia un copo cayó despacito en su mano. Sonrió mientras lo veía disolverse y mientras en su cabeza sucedían las imágenes de Piers caminando a su lado. Lo buscó con la mirada, convenciéndose a si mismo que el joven podría estar aún a su lado. Pero internamente sabía que eso era mentira.
Sabía que nadie podía escapar del frio abrazo de la muerte, y que cuando ella te reclamaba no había forma de negarle aquello que por derecho ya le pertenecía. Caminó en silencio y despacio por las frías e inhóspitas calles, que teñidas de un tenue color blanquecino daban una imagen perfecta que acompañaba la soledad y la tristeza del alma de nuestro protagonista. El precio de la vida era siempre la muerte, y el peso de ser feliz sería siempre la tristeza, ¿será entonces que el precio de haber amado, era finalmente el vacío de su alma que ahora esperaba abrazándose a si misma, esperando el toque angelical de la persona por la que aguardaba?
Llegó a su hogar, un lugar pequeño pero sumamente acogedor. Recordó las mañanas y las tardes al lado del muchacho, recordó los desayunos, las cenas, las películas, las cansadas vueltas de las misiones que solían celebrar con una taza de café, para una persona, o tal vez dos si se pone mucho esfuerzo. Tomó una botella de cerveza del refrigerador y se sentó en el sofá preferido. Miró a su derecha, y vio el sofá donde Piers solía sentarse. Recordó cuando fue por primera vez a su departamento y la dulce imagen de la inocente figura de Piers lo inundó por un segundo.