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Convicto por WinterNightmare

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Notas del capitulo:

¡He vuelto! bueno, nuevamente corta de tiempo, pero será sólo por ésta semana. Pronto volveré con más... ¡gracias por leer y por sus comentarios! :D

 

Despertó sintiéndose ahogado, con esa sensación de opresión sobre su cuerpo sudado, y se sentó sobre la cama. Era la quinta noche, aquella semana, en que soñaba cosas de las que no estaba del todo seguro si alguna vez fueron acontecimientos en su vida, o simples productos de su imaginación.

 Cada vez que cerraba los ojos, imágenes del “pasado” venían a su mente, recuerdos de su infancia, lo momentos más infelices de su vida, y la prisión…

Todos sus sueños terminaban en la prisión, con la imagen de aquel prisionero que le había protegido. Con la imagen de Tom, de su silueta avanzando hacia la brillante luz proveniente desde el patio de la oscura cárcel.

Le inquietaba el hecho de que el recuerdo de aquel hombre terminara con todos sus horribles sueños, calmándole. Y es que no había sido una simple vez, y por mera casualidad o trauma por lo vivido en la prisión, sino, habían sido cinco veces y probablemente serían más.

Lo cierto era, que no había dejado de pensar en Tom desde que abandonó la prisión aquel día.

Agitó su cabeza rápidamente, intentando vaciarla de todo pensamiento. Se puso de pie y caminó hasta el baño por el cual había rogado a sus padres, le construyeran uno en su cuarto, ya que así tendría más privacidad; y por sobre todo, no sería necesario salir de su pieza todos los días ni siquiera por las necesidades básicas.

Luego de una refrescante ducha con agua helada –ya que, en su casa no se podía “malgastar” el gas, porque no había suficiente dinero para éste-, salió del baño y se dispuso a vestirse con algo rápido y ligero. Nunca se despreocupaba de su imagen, siempre iba bien arreglado a donde sea que fuese. No le hacía falta ropa cara, ni maquillaje –aunque le gustase traerlo-, siempre encontraba la forma de verse bien y sentirse cómodo.

Esta vez, lo escogido había sido una ajustada polera color gris, unos jeans oscuros, sus gastadas zapatillas de siempre, y un adorno negro con aplicaciones metálicas sobre su cuello. Tomó de su vieja mochilla y salió de su habitación.

Caminó unas cuantas cuadras hasta llegar a la parada de autobús, la cual siempre estaba llena. Subió a la primera máquina que pasó, y toda la gente se aglomeró por alcanzar un asiento, por lo que se vio prácticamente obligado a sentarse en el primero que encontró, siendo éste detrás del conductor.

La máquina encendió su marcha, avanzando con rapidez a través de las calles de la ciudad. Bill miraba sin mayor interés a través de la ventana, fijando su vista en una que otra cosa de allá afuera que pudiese quitarle el aburrimiento de un tedioso viaje en un autobús repleto.

De pronto su cuerpo se paralizó al ver algo afuera que captó por completo su atención, y por poco se pone de pie de la pura impresión. Era un hombre con vestimenta holgada, y unas trenzas largas y negras que le recorrían el pecho. Estaba de pie en la esquina frente a un paradero de autobús, donde un hombre viejo y acabado se le acercó y se estrecharon de manos afectuosamente. Fue ahí cuando el hombre de ropas anchas levantó la mirada, y Bill pudo notar con decepción y calma, que no se trataba de quien había imaginado.

Volvió a relajar su cuerpo sobre el asiento, siendo observado por varias miradas curiosas que habían notado su tonta reacción. Sintió que el rubor se expandía por sus mejillas, y buscó con necesidad algo en que distraerse. Levantó la mirada hacia al frente, y entre los rayados que el bus tenía, pudo notar el papel que indicaba el recorrido que éste hacía.

Siguió con su vista cada milímetro de la línea que indicaba el camino que el bus recorría, leyendo cuidadosamente las calles y los dibujos que había como señal. Divisó la calle de su colegio y vio un dibujo de una escuelita pequeña sobre esa calle. Bill sonrió levemente.

Continuó su camino con la mirada fija en el papel, siguiendo y pasando por cada calle. Cuando de pronto llegó al final del recorrido, y un dibujo peculiar le llamó la atención; era un cuadrado con una reja sobre él, y para Bill, eso sólo significó una sola cosa: la prisión donde estaba Tom. La prisión de máxima seguridad y única en aquel suburbio tan pequeño.

El autobús se detuvo en otra parada, la de su escuela. El pelinegro, con la mirada perdida, notó como uno a uno los niños bajaban y vaciaban la máquina. Quiso bajarse, debía hacerlo. Debía ir a clases y sacar buenas calificaciones, sólo así haría feliz a su madre. Sólo así, lograría obtener una buena vida, o al menos, una mejor a la que tenía… pero su cuerpo no se movió ni un sólo centímetro.

El chofer observó a través de un espejo al resto de los pasajeros que quedaban dentro de la máquina, cerró las puertas, y aceleró. Bill continuó con la mirada perdida en algún punto del suelo metálico, ¿qué demonios estaba haciendo? Se golpeaba mentalmente por no haber bajado donde debía hacerlo.

Uno a uno los pasajeros fueron bajando, y Bill no lo había notado hasta que el conductor le preguntó hasta donde iba. El pelinegro no supo como responderle y sólo tartamudeó algunas frases sin sentido en varias ocasiones hasta que pudo divisar la fría, gris, y enorme estructura a unos cuantos metros. La señaló y el hombre que manejaba asintió sin hacer más preguntas.

Las puertas del autobús se abrieron y sus piernas temblorosas parecían quebrarse a cada paso que daba. La máquina aceleró bajo la atenta mirada preocupada del moreno, quien no tenía idea de donde estaba, qué estaba haciendo ahí, por qué había ido hasta la cárcel, y por sobre todo: cómo se volvería a casa.

Caminó hasta la puerta de aquel lugar, temeroso. Notó como varios guardias y policías le miraba extrañado, y sintió ganas de salir corriendo inmediatamente del lugar.

Volteó su cuerpo nuevamente en dirección a la calle, cuando un hombre le detuvo, cruzándose frente a él - ¿Qué sucede, muchacho? ¿Te has perdido? – Escuchó decir, y lentamente se vio obligado a levantar la mirada al encuentro de aquel hombre.

Notó que era un policía bastante amable, tan sólo por el tono que tenía su voz al momento de hablarle. Levantó aún más la mirada y se percató de que probablemente aquel hombre, era el más anciano de todo el lugar. Las arrugas y marcas en su piel le daban una impresión de tener más de 60 años. Bill sonrió con ternura antes eso, pensando que ejercer de policía por –probablemente- 40 años, era bastante tiempo, y aquel hombre seguía luciendo un uniforme tan impecable como el del primer día en cualquier trabajo.

-Sí – Respondió, pero rápidamente sacudió la cabeza y se corrigió – Realmente no… no estoy perdido. Yo… yo quería…

El oficial rió ante la torpeza de las palabras del moreno y le golpeteó levemente el hombro, con suavidad - ¿Estás buscando a alguien?

El rubor le volvió a las mejillas mientras asentía, y agachó la cabeza intentando que el hombre no lo notase. El hombre dejó reposar su mano cómodamente sobre uno de los hombros de Bill, y le guió los pasos hasta entrar a la prisión.

Una vez dentro, el pelinegro notó como todos los demás oficiales le respetaban enormemente a aquel hombre, sonriéndole, o haciéndole algún gesto que demostrase el respeto que le tenían. Lo más curiosos para él, era que el hombre sólo se limitaba a sonreírle con sinceridad a todo el mundo que le miraba con temor y elogio.

-Bueno – Dijo el anciano hombre – Supongo que no buscabas a algún oficial, ¿o si? – Bill negó con la cabeza – Bien… - Hizo una seña hasta otro oficial más joven que se encontraba cerca del lugar y éste se acercó rápidamente hasta ellos.

El veterano, le pidió al joven que guiara al muchacho hasta la sala de visitas, y que de forma extraordinaria, trajera hasta ella al reo que Bill estaba buscando.

El escuchar esto, el pelinegro se sintió perdido. No había pensado bien las cosas hasta aquel momento, cuando ya era muy tarde para arrepentirse, y se encontraba siguiendo los pasos del oficial menor hasta algún lugar dentro de la prisión. No había pensado en que vería a Tom así, de esa forma, tan personal. Uno frente al otro y en privado. ¿Qué le diría entonces?

Llegaron hasta una sala con gruesos ventanales que le dividían a la mitad. Cada ventanal, tenía una especie de mini cabina -hecha también de vidrio-, y con una silla en su interior. Al otro lado del cristal, el ordenamiento y distribución de la sala, era el mismo. Pudo notar que había un micrófono incorporado en cada cabina, cosa de que el reo y la visita, pudieran hablarse.

Su cuerpo comenzó a temblar nuevamente y su corazón se aceleró. De pronto se encontraba en otro problema cuando el policía le preguntó información sobre la persona a quien buscaba y Bill notó que sólo supo responder “Tom”, y dar algunas características físicas de cómo él le recordaba.

Se sentía un verdadero estúpido. Estaba visitando a un reo en una cárcel de máxima seguridad en la mitad de la nada, sólo porque él le había salvado de un golpe. Sólo porque él le había sonreído. Sólo porque él le había hablado de buena forma. Sólo porque recordaba cada palabra que el prisionero había pronunciado. Sólo porque todo el día resonaba aquel nombre en su mente. Sólo porque él se aparecía en sus sueños…

Sacudió su cabeza intentando volver a la realidad cuando el oficial le indicó que entrara a una de las cabinas y esperara. Pronto Tom estaría frente a él, sonriéndole y creyéndole un mocoso inocente y bastante educado como para venir a darles las gracias por evitar un simple golpe.

La puerta de entrada se abrió y Bill se sobresaltó. Volteó el rostro en dirección a la puerta del lado contrario y entonces le vio… ahí estaba Tom. Tal y cual como él le recordaba.

El oficial dejó que Tom caminara hasta la cabina y luego salió del lugar, cerrando la puerta para evitar cualquier intento de escape. Tom se acomodó, posicionando sus esposadas manos sobre la mesa frente a él.

Bill miró las manos ásperas, y luego su rostro. Tom no le miraba aún, seguía atento a las esposas, quizás dudando si mirar o no.

Lo cierto era que Tom no sabía que esperar. Nunca había sido visitado, ni en casa, ni mucho menos en prisión.  No hacía quien podría ser la persona que estuviese sentada frente a él, al otro lado del cristal, y le aterrorizaba la idea de levantar la mirada y encontrarse con quien no quisiera ver.

Tomó una gran bocanada de aire y se armó de valor para levantar la mirada y encarar a su visitante, pero de pronto toda su mente se fue a blanco. Y sólo pudo reír al ver el aterrorizado y pálido rostro del chico sentado frente a él. Parecía un gatito atemorizado, siendo prácticamente tragado por la silla de tanto intentar mantener la distancia con Tom, a pesar de que le separaban los cristales.

Bill notó que el prisionero le miraba y luego comenzaba a reír. A reírse de él. Se sintió estúpido como nunca antes y nuevamente quiso salir del lugar pero su tonto cuerpo no obedecía, y el rosado de sus mejillas volvía una vez más.

Tom levantó el rostro otra vez y pudo notar aquel rubor. Pensó, entonces, que el pelinegro se había molestado por sus carcajadas, y que había espantado a su única visita – Hey, mocoso, no te enojes – Habló, y su voz retumbó con fuerza en los oídos del pelinegro – Es sólo que te ves gracioso con esa cara del terror – Intentó explicarse con serenidad, pero la risa no quería abandonar su cuerpo y continuó burlándose de la expresión en el rostro del menor.

El moreno fijó su vista en la sonrisa de Tom, y su rostro asustado se esfumó poco a poco. Era la primera vez que le veía sonreír, y su sonrisa no lucía como la de un reo. Sus dientes estaban un poco amarillentos pero bien cuidados y acomodados. Entonces miró el resto de su rostro, y… no había nada en Tom que le hiciera pensar en él como una persona mala.

-Yo te conozco… eres el niño que Volker quería – Habló nuevamente, y Bill supo que había estado muy distraído viendo la sonrisa de Tom como para pensar en algo que decirle. Todos sus pensamientos habían huido de su mente.

- ¿Quería? – Preguntó, sin entender lo que el prisionero quería decir.

Tom le miró con seriedad por varios segundos, pero sus ojos aún parecían sonreírle a Bill. Fue cuando supo que no sabía como responderle. Había pasado tanto tiempo tras las rejas, que ya había olvidado como se hablaba afuera, en la calle. Dentro de las opacas paredes, había otro lenguaje, códigos que debían seguir y normas que debían respetar. Era la vida de un convicto.

-¿Qué haces aquí? – Preguntó Tom, evadiendo la pregunta del pelinegro.

- Yo… vivo cerca – Contestó, arrepintiéndose de sus palabras al notar la expresión de mofa en el rostro del mayor.

- Ah, sí… ¿y por eso pasas a la cárcel? – Preguntó, riendo nuevamente. Esta vez, molestando a Bill.

- Escucha – Habló de pronto, sonando más cabreado de lo que planeó – Yo sólo quería agradecer a al gente de éste lugar por haberme enseñado cosas valiosas. Por darme la oportunidad de conocer la vida acá dentro y hacerme saber que no es lo que quiero – Bufó – Hasta un reo como tú me ha ayudado a saberlo.

Tom no supo como sentirse ante eso. Por un lado se sentía como una lacra de la sociedad una pésima influencia, y mal ejemplo para los niños, reflejando en él todo lo que un adolescente no quiere llegar a ser cuando adulto.

Pero por otro, se sentía aliviado. Aliviado de saber que había salvado a aquel molesto mocoso de caer en un lugar como ése. Le había salvado de las manos de Volker y de tantos tipos más como él. Le había enseñado a ese niño, que había una mejor vida afuera, y que todo lo que debía hacer, era vivirla.

Tom se recostó en su asiento, mirando fijamente a Bill, quien mantenía sus manos y vista sobre su propio regazo. Pensando en qué decirle, cómo responderle a aquello. La verdad era que había pensando mucho en aquel niño desde que le salvó de uno de sus compañeros. La mirada atemorizada, el pequeño y débil cuerpo, y esos ojos brillantes por las lágrimas que no quería dejar salir, le habían quedado grabados en la mente.

Pero lo cierto era, que nunca pensó en volver a verle. Sabía que un mocoso como él, tenía un buen corazón. Y una mente lo suficientemente inteligente, como para saber que no debía hacer y evitar llegar a un lugar así.

Recordaba, casi todos los días, que le había dicho a ese niño que no todos ahí eran malas personas. Y es que eso cierto. Él no era una mala persona, sólo un ser humano demasiado estúpido e ingenuo que no supo hacer las cosas bien. Sólo había cometido errores, como todos los demás.

Notó que Bill suspiró profundamente, y con la mirada aún gacha, se ponía de pie. El pequeño iba a irse – Gracias – Dijo, y volteó dándole la espalda, sin mirarle siquiera por última vez. Sin sonreírle, sin nada. Vacío.

Algo dentro del cuerpo de Tom se incomodó debido a esto. Se sintió intranquilo y nuevamente solo. Abandonado, como lo había estado toda su vida.

-Oye, mocoso – Llamó, incorporándose un poco sobre su asiento – Puedo ayudarte si lo necesitas – Habló, carraspeando un poco. Ese había sido su intento por pedirle que no se marchara, que volviera a verle aunque sea una vez más.

Algo en aquel molesto niño, le agradaba. Se sentía un poco torpe de pedirle a un pigmeo de no más de 15 años, que volviera a visitarle. Ese crío debía de estar en la escuela, cumpliendo con sus deberes. No en la cárcel, visitándole a él.

Comprendería si él no volvía. Había sido poco amable, y ni siquiera le había conversado de algo. Después de todo, el chico sólo quería ser buena gente con él.

-No soy un mocoso – Respondió de pronto, volteándose a mirar a Tom – Mi nombre es Bill.

Y dicho esto, dio media vuelta a su cuerpo, y se fue.

Tom continuó un par de minutos más en aquel lugar. Analizando y pensando en todo lo ocurrido desde la primera vez que vio a ese niño. Algo en todo esto no le gustaba, algo estaba mal, algo empeoraría y le arruinaría la vida nuevamente.

¿Qué tan mal estaba que un reo con un expediente como el de él, fuera visitado por un niño que escapaba de su escuela para ir a la cárcel?

Tom sacudió la cabeza levemente y cerró sus ojos, descansando un momento. Entonces pensó que no importaba, que su vida no podía estar más jodida de lo que ya estaba, y que lo que ese mocoso imprudente hiciera, no era de su incumbencia.

Pero ahí estaba él otra vez, en imágenes de sus recuerdos. Con aquella expresión de temor pasmada en el rostro. Con los ojos llorosos y el puño de Volker a segundos de impactar contra su fino rostro. Ahí estaba con las mejillas enrojecidas por la cólera. Ahí estaba sentado frente a él.

Ahí estaba ese niño… ahí estaba Bill.

Notas finales:

¿Comentarios? háganme saber qué opinan :D


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