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Convicto por WinterNightmare

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Notas del capitulo:

Siento la demora D: prometo volver pronto con más. ¡Esto se pone cada vez mejor!

Había sido un día de mierda. No se atrevía a decir que el peor de su vida, pues sabía que le quedaba tiempo por vivir y por pasar por días mucho peores. Pero hasta hoy, éste ganaba. O eso creía; todo le había salido mal.

Había perdido el primer autobús, y por ende, llegado más que tarde a clases. Debía dar uno de los últimos exámenes que le quedaban por éste año, y eso le tenía frustrado. Entró a la sala de clases bajo un tumulto de regaños de su maestra, quien sostenía un cigarro a unas cuantas inhaladas de ser apagado por sus viejos zapatos. La mujer le miró de pies a cabeza y bufó; el resto de la clase sólo reía o gritaba ciertos “insultos” al moreno mientras éste avanzaba hasta su puesto bajo una lluvia de papeles arrugados.

Luego de dos horas después de aquel terrible inicio de día, seguía sentado en su lugar, casi recostado sobre la mesa, con el ceño fruncido y la punta del lápiz de madera enterrado sobre el blanco papel lleno de borrones. No lo entendía; había estudiado todo el maldito fin de semana, no había despejado un solo ojo de sus estudios, y ahí estaba… prácticamente solo en medio del salón, intentando terminar un caso perdido.

-Kaulitz – Le llamó la mujer de pronto. Bill levantó su cabeza y le vio inhalar profundamente de un nuevo cigarrillo. Probablemente el noveno de lo que va de la mañana - ¿Quieres seguir intentándolo? Sólo te quedan 5 minutos.

El pelinegro le miró enfadado – Lo haré – Dijo. Volviendo a centrar toda su atención en el examen.

Pero no continuó. La mujer reía a viva voz, incluso inclinándose hacia atrás en el respaldo de su asiento. Bill levantó la mirada nuevamente, se sentía como una bomba nuclear a punto de estallar.

-Oye, eres un caso perdido – Le habló, viéndose seria de pronto. Inhaló nuevamente, y caminó en dirección al pelinegro – No tiene sentido que lo intentes siquiera, Bill.

El menor se sintió abofeteado. ¿Quién era ella para decirle que no podía lograr algo? ¡Por supuesto que podía! Había estudiado durante días, estaba seguro de que lo haría.

-Aún tengo tiempo – Dijo, fijando nuevamente su atención sobre el papel.

- No, no lo tienes – Y le arrebató el examen de sobre la desgastada y vieja mesa. Miró el papel lleno de borrones y unos cuántos cálculos apresurados sobre el – Está bien, Bill… nadie esperaría más de ti.

Bill quedó boquiabierto. De pronto en su mente, cayó la posibilidad de que eso fuera cierto. De que nadie esperaría más de él. De que, quizás, no podía dar más de lo que hoy había dado. Había estudiado demasiado, sí que lo había hecho… y aún así, había fracasado.

Abandonó la escuela a paso lento. Se había dado el gusto de caminar con toda la lentitud que él quisiera, observando todo a su paso. A veces se preguntaba porque había llegado hasta ese lugar. Una escuela sucia y descuidada. Donde no importaba el futuro de los niños, sino, el mísero sueldo que los “maestros” ganaban.

Cruzó la calle con descuido, recibiendo uno que otro bocinazo para despabilarle. Se quedó de pie junto a la parada del microbús. Pronto pasaría aquella línea que le llevaría a casa. Pronto estaría en su cuarto, tranquilo y solo. Con suficiente tiempo libre como para quedarse toda la tarde mirando a través del cristal de su ventana.

“Q10” apareció por el otro lado de la calle. Una línea curiosa. Un cartel que en su descripción anunciaba la escuela, pero que también, le anunciaba a Tom…

Bill dudó unos segundos, ¿debía hacerlo?

En su mente vacilaban los recuerdos de la vez anterior, la primera y última visita al prisionero de aquella cárcel. No había resultado del todo bien. No había sido como él lo había imaginado. Y una vez que lo pensó bien, quizás ése había sido el problema; haber imaginado una situación perfecta, teniendo a un convicto como principal protagonista en la historia. Partiendo porque Tom estaba tras las rejas, las cosas ya iban bastante mal.

Corriendo cruzó la amplia avenida y en un abrir y cerrar de ojos, se encontraba nuevamente en aquel lugar. A mitad de la nada, sólo él y las opacas paredes.

El estómago se le remecía fuertemente a medida que se adentraba en la enorme estructura. Sonreía tímidamente a los oficiales que se encontraban a las afueras, custodiando el perímetro de la prisión. Temía que alguno de ellos le interrogara para saber a qué venía, o peor, que le reconocieran como uno de los chicos que participó en la visita a la cárcel.

Si lo último pasara, probablemente metería a Tom en grandes problemas. Le vincularían en todo tipo de cosas, mala influencia quizás. Pero… aquel prisionero no lo era, ¿o si? Después de todo, le había salvado de la golpiza de su vida. Tom no podía ser una mala persona.

No podía arriesgarse más, y echó a caminar rápido por los fríos pasillos. Uno cuantos metros más allá estaba la verdadera puerta de entrada a la prisión, cruzaría sin ningún inconveniente y se las arreglaría por poder observar a Tom otra vez. No hablarle, sólo mirarlo. Quería verlo con los demás reclusos, socializar con ellos. Era tan diferente…

Empujó la puerta con ambos brazos, poniendo verdadero esfuerzo en poder abrirla ya que ésta era muy pesada. Levantó la mirada y se sintió fuertemente abofeteado. La sala de entrada a la prisión, estaba repleta de oficiales.

Su rostro se fue a piso y quiso echarse a correr de vuelta a la calle, cuando el viejo oficial de la otra vez, le llamó – Bill.

El pelinegro volteó, abrumado, sin saber cómo y por qué aquel hombre sabía su nombre. Cómo le recordaba y por qué lo hacía. Todo en su mente daba vueltas de un lado a otro y en todas las direcciones. Se sentía realmente tonto y confundido, ¿había pensado que una prisión de máxima seguridad sería fácil de evadir? Já.

-¿Vienes a ver a Tom? – Preguntó el hombre sin más rodeos, una vez que hubiesen abandonado la entrada, avanzando por los pasillos de la prisión.

- No – Negó con rapidez. Sonando casi molesto – Olvidé algo, la vez pasada.

- Oh, ya veo… cuando viniste a ver a Tom – Rió tranquilamente el hombre y Bill se ruborizó hasta las orejas, apretando sus puños y frunciendo el entrecejo.

Caminaron juntos hasta la misma sala de la otra vez, el pelinegro tomó asiento en el mismo cubículo que la vez anterior y esperó, suspirando pesadamente y en reiteradas ocasiones. Su corazón latía con fuerza, y es que otra vez se sentía atrapado en una terrible situación. Estaba otra vez ahí, en la prisión, visitando a un hombre que no conocía y sin motivo alguno.

 

-Trümper – Llamó el oficial, haciendo que Tom levantara la mirada en dirección a quien demandaba su atención – Ven acá un momento.

El prisionero obedeció y caminó hasta donde se encontraba el hombre, éste le pidió que se voltease y le esposó las manos – Vas a salir nuevamente… tienes visita  - El corazón de Tom se detuvo por un momento, ¿sería posible…?

El oficial se aseguró de que las manos de Tom estuviesen bien sujetas tras su espalda, y le guió fuera del lugar, adentrándose por aquellos fúnebres pasillos.

Tom iba callado, distraído y a la vez concentrado en algo, y el oficial no tardó en notarlo – Ten cuidado con lo que haces, Trümper – Habló – Él es sólo un niño.

El cuerpo de Tom se tensó - ¿Crees que le estoy haciendo algo malo? – Interrogó, sonando cabreado.

El hombre guardó silencio por unos minutos, sin saber realmente qué decir – Estoy enjaulado, ¿qué demonios podría hacerle, decirle, darle, venderle, obsequiarle? – Continuó – No puedo hacer nada tras las rejas.

-Y espero que tampoco lo hagas estando fuera. Sabes que no estarás aquí por siempre, Tom.

El de trenzas guardó silencio. Aquello era cierto, tarde o temprano él debía salir. Volvería a las calles, buscando maneras de sobrevivir. Y es que no sólo buscaba la supervivencia en el mundo exterior, sino, quería vivir bien; y con un trabajo como el único al que podía optar allá afuera, no le ayudaba demasiado para cumplir sus caprichos.

Volvería a delinquir, volvería a la cárcel una vez más. Volvería a ser un mal ejemplo, aún teniendo la oportunidad de estar fuera y ser mejor. De no volver…

La puerta de la sala de visitas estaba ahí, a unos cuantos pasos. Tom levantó la mirada hasta ella y la observó confundido.  El hombre de uniforme sacó sus llaves y abrió la puerta, girando lentamente la manilla, dándole una última mirada de “corrección” a Tom, como queriéndo hacerle entender que ver a ese muchacho era algo malo.

Tom tragó saliva y desvió su mirada desde el oficial hasta el muchacho que les esperaba, nervioso. Sus grandes ojos negros delineados, le miraban con preocupación. Tom sonrió para sus adentros, recordando la primera vez que estuvo frente a Bill en la misma situación, y cómo lucía éste de asustado.

Caminó hasta el cubículo donde Bill estaba y se sentó frente a él, mirándole con detalle. El pelinegro se removió nervioso, ¿no iba a saludarle ni decirle nada?

-¿Qué? – Preguntó sin pensarlo, mirando asustado al hombre de traje naranjo frente a él.

- ¿Qué haces aquí otra vez, mocoso?

Bill frunció el ceño – Me llamo Bill, ya te lo dije – Respondió serio – Vaya recibimiento – Se quejó, sin notar cómo la expresión en el rostro de Tom se volvía cada vez más sería y molesta.

-No tengo por qué darte uno, mocoso Bill – Recalcó Tom las últimas palabras.

El moreno le miró indignado – Qué desagradable y grosero eres.

-Pues lo siento, pigmeo de las buenas costumbres – Molestó Tom, sin cambiar la expresión en su rostro, luchando por contener la risa ante las mejillas del menor sonrojadas por la cólera.

Bill se quedó en silencio por varios minutos, con el ceño notablemente fruncido en expresión de completo enojo. Había sido un tonto en pensar que podría mantener una conversación con Tom, no… ¡ni siquiera en eso había pensado! Simplemente había ido hasta ese lugar a quedar como un imbécil, sentado frente a un desconocido que cumplía condena por, vaya a saber Dios, qué.

-¿Por qué sigues visitándome? – Preguntó Tom, pasado un rato. Y Bill no supo cómo responderle, tartamudeando algunas palabras sin sentido – No está bien.

El rostro del menor suavizó su expresión, viéndose casi deprimido. Levantó su vista hasta encontrar los ojos de Tom, se inclinó un poco hacia delante y afirmó ambas manos sobre la mesa – Tienes razón – Se puso de pie – No volveré.

La profunda mirada castaña de Tom reflejó desesperación. El mocoso insoportable se marchaba, estaba caminando en dirección a la puerta y él no podía hacer nada. Se encontraba al otro lado, tras un vidrio reforzado, con las manos esposadas; inútil.

-Volverás – Demandó de pronto, elevando el tono de su voz.

El menor se detuvo, completamente confundido, sin siquiera atreverse a mirar a Tom.

-Vas a volver, mocoso – Dijo de pronto, poniéndose de pie, haciendo que el ruido de la silla al correrse sobresaltara al moreno.

Bill se quedó inmóvil, sin saber si voltearse a mirar. Le asustaba; jamás había visto a Tom actuar con agresividad, y es que sólo le había visto tres veces… y justamente esa era la respuesta; no había visto a Tom en más de tres ocasiones. No le conocía en absoluto.

El pelinegro apretó sus puños y encaminó nuevamente sus pasos en dirección a la puerta de salida, decidido – Bill – Escuchó antes de salir, y algo hizo que su corazón latiera con fuerza.

Giró la manilla metálica y salió de la sala. Cuando volteó para cerrar y asegurar la cerradura, pudo notar a Tom de pie en medio del cubículo, observándole fijamente. Bill tragó saliva, luciendo afligido y asustado, sin preocuparle siquiera que el miedo se viera reflejado en su rostro.

Cerró la gran puerta metálica, girando un pequeño seguro que ésta tenía. Y antes de marchar, levantó la mirada, viendo a través de la pequeña ventanilla que la puerta tenía. Tom seguía ahí, él también le veía a través del cristal. Y de pronto sonrió.

Una sonrisa de medio lado, fría y calculadora, pero bella y deslumbrante como ninguna otra. Todos los vellos de su cuerpo se erizaron y un violento escalofrío le hizo temblar. Inmediatamente apartó su mirada, desconectándola de la de aquel prisionero, caminando rápidamente fuera del lugar.

 

Ya anocheciendo, llegó a su casa sintiéndose exhausto. Empujó la puerta de entrada sin mayor esfuerzo y dejó su vieja mochila chocar contra el sucio suelo. Dio unos cuantos pasos más y se acomodó sobre un viejo sofá, roto y descuidado; cerrando sus ojos y pensando.

¿Qué había sido lo que había pasado hoy? Nada tenía sentido. Tom molestándolo. Tom enojado. Tom sonriéndole. Tom… quizás queriendo volver a verle.

Todo era realmente confuso, y un tema demasiado tonto y agotador –e incluso, molesto- de pensar y analizar con mayor detalle. No entendía por qué pensaba tanto en Tom. Porque le visitó después de clases, e incluso, le visitó ausentándose a clases. Por qué aquella tonta insistencia en querer verlo,  a pesar de todo. No lo entendía, o quizás, no quería entenderlo. Sea como sea, realmente no le importaba.

Suspiró cansado, y llevando sus manos hasta los costados de su cabeza, presionó queriendo dejar de pensar en todo lo relacionado a Tom aunque fuese por un pequeño momento.

Abrió nuevamente sus ojos, volviendo a la realidad de su hogar. Aquella casa descuidada y vieja, de precarias condiciones. Con olor a tabaco y licor, a fruta vieja y añejada. Miró cada rincón de su casa, recordó a su maestra, al convicto, y al desgraciado de su padre… y deseó poder tener algo mejor que todo eso algún día.

Notas finales:

¿Comentarios? ¿Sugerencias? ¿Opiniones? :D


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