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Caligrafía de amor y fe por FanFiker_FanFinal

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Notas del capitulo:

Notas de autor: Muchas gracias por los reviews recibidos. Aprovecho para desearos Felices Fiestas y Feliz Año Nuevo. Que este nuevo año sea mejor que el anterior.

Ahí va el segundo capítulo, un poquito más largo. Espero que os guste.

Harry llegó al bufete ya desayunado y descansado. Cuando Hermione asomó la cabeza por su despacho y lo vio enfrascado en unos papeles, afeitado y perfumado, entró sin llamar y se quedó mirándolo hasta que su amigo notó su presencia.

—Me vais a matar a sustos —dijo Harry llevándose la mano al pecho.

—¿Vais? ¿Quién te ha asustado además de mí? —preguntó la chica, ataviada esta vez con un traje a rayas, también ajustado.

—Oh, nadie. Buenos días, Hermione.

—Harry —sonrió ella, apreciando su aspecto cuidado—. Te ves estupendo. ¿Has conocido a alguien?

El joven pareció sonrojarse y mirar hacia la puerta, pensativo. Hermione se volvió, pero allí no había nadie.

—No. Estuve con Laylen el fin de semana. ¿Qué tal la playa?

—Bien. A Rose le encantó, aunque no pudimos bañarla. Tampoco pude desconectar demasiado del trabajo, ¿tienes ya el resumen del caso del señor Bison?

—Aún no, Hermione, perdona. Me lo estoy leyendo, te lo entregaré en una hora, ¿está bien? No he podido leerlo antes —la chica se inclinó hacia la mesa, con los brazos atrás y mirándolo con detenimiento.

—¿Ha ocurrido algo, Harry? Dímelo, te has afeitado y perfumado. ¿Ha ido bien el fin de semana? Y no me digas que es porque Laylen te ha visitado. Es una chica y…

—Sí, Hermione, no soy ciego —interrumpió el joven algo violentado porque Draco conociera su preferencia sexual de ese modo—, es porque Christine ha dicho que las pulsaciones de Teddy han mejorado. Ha dado un informe de las últimas observaciones al neurólogo. Es muy positivo.

La chica juntó las manos en señal de rezo.

—¡Harry! Eso es maravilloso.

—El neurólogo se pasará mañana y nos dará una valoración. También le hará un electro. Estoy contento.

—Eso es estupendo, Harry —Hermione rodeó la enorme mesa de caoba para abrazar a Harry y desordenarle el cabello—, llamaré a Ron para contárselo. Te dejo para que trabajes.

La puerta se cerró con estrépito y Harry volvió a hundirse en la lectura.

—Es una mujer fuerte e intuitiva —anunció una voz conocida—. Y te quiere mucho, Harry.

—Lo sé —asintió él irritado, porque no sabía qué sentir—. ¿Vas a estar ahí todo el rato? Tengo bastante que leer.

—El tiempo no existe en este plano —fue la explicación—, de todos modos no tengo nada mejor que hacer, ¿te molesta que te mire mientras trabajas?

Harry quiso decir que sí, que necesitaba concentrarse, y que su presencia le ponía nervioso. No de una forma agradable, sino… uf, no sabía cómo sentirse frente a Draco. ¿Debía invitarle a venir, debía sugerirle marcharse? No es como si fuera su amo ni nada de eso. Ni siquiera era… una persona, aunque él lo viese como un hombre.

—No, es solo que… no podré hacerte caso durante un tiempo.

—Me aburriré —sentenció el rubio—. Tendrás que hacer una pausa para hacerme caso. Es un rollo observar y no poder hacer nada. Prométeme que hablarás conmigo después.

—Necesitaré dos horas, Draco —el rubio asintió. Paciencia no le faltaba, y tiempo tenía todo el del mundo. Harry se quedó conforme y se sumergió en la lectura.

El descanso de Harry no fue hasta el almuerzo, una vez que hubo dejado en manos de Hermione los datos y el resumen solicitado por ella. El bufete estaba situado muy cerca de la zona de Kensington, y Harry decidió comprar algo de comer para llevar e ir hacia Kensington Gardens. El cielo estaba encapotado, pero la meteorología no anunciaba lluvia. Harry apresuró el paso y se dirigió hacia el lago más próximo a la entrada, se sentó en la hierba vestido con su traje azul marino mientras a su lado, Draco, hacía lo mismo.

—Qué raro es sentarse —proclamó, cruzando las piernas en un ángulo aparentemente olvidado.

—Tú eres raro —sonrió Harry desenvolviendo su sándwich de pavo y queso—. ¿No te sientas nunca en ese plano?

Cuando Harry decía "ese plano", Draco notaba cierto resquemor en sus palabras, como si le fastidiara que realmente existieran.

—No me canso nunca, si es a lo que te refieres. Pero me siento, sí, cuando me apetece.

—Es la primera vez que te veo sentarte.

—Eres muy descortés, no me lo has ofrecido en tu casa —pinchó el rubio.

Harry quiso lanzarle el sándwich a la cara. ¿Qué haría, le traspasaría? ¿Notaría algo? Pero como no le apetecía quedarse sin almuerzo, sus ojos se pasearon por el césped, localizó una bellota y se la arrojó con fuerza.

—¡Oye! —se quejó Draco, mientras la bellota caía al otro lado, tras traspasarlo—. Eso ha dolido. Espera a que tenga un cuerpo sólido para lanzarte una piedra a esa cara de idiota que tienes.

—No ha podido dolerte eso —Harry no podía aguantarse la risa.

—No soy ningún fantasma, te lo repetiré hasta la saciedad. Los objetos pasan a través de mí, pero los noto, me golpean. No es agradable, no vuelvas a hacerlo —advirtió, cruzándose de brazos.

—Eres toda una nena —bromeó Harry, y masticó el sándwich con gusto. Desde que el rubio había llegado, se notaba más desinhibido, más alegre. Se sentía mejor. Elevó la vista hacia el cielo plomizo—. ¿Por qué te llamas Draco? Es un nombre raro.

El chico siguió su mirada y explicó:

—Solo recuerdo estar en una larga cola, como en una aduana; en nuestro turno, nos permiten elegir nombres de constelaciones o de flores. No es fácil, tenemos que ponernos de acuerdo. Ninguno puede tener el mismo nombre, porque cada uno llevamos un registro. Pero es de las pocas cosas que podemos elegir, así que yo estoy contento de poder elegir mi nombre. La túnica ya es otra historia.

Harry paseó la mirada arriba y abajo, quizá con demasiado descaro.

—¿Qué le pasa a la túnica?

—Siempre tengo que llevar el mismo color.

—¿Por qué?

—Aquí no existe la moda, Harry. Aquí vistes según los trabajos que tengas que realizar. Gris marengo, azul o blanco. Muchísima variedad, como ves.

—Siempre hubo clases… A mí me parece que ese color te queda bien —el moreno se encogió de hombros. Para él era muy cómodo llevar una misma prenda siempre, si le obligaran a vestir de un mismo color no le importaría. Casi le aliviaba saber que no debería preocuparse de su aspecto, como si la apariencia fuera algo secundario.

—Eso lo dices porque no estás en mi lugar.

—No me preocupa algo así. Para mí el vestir es simplemente, una necesidad. No considero que tengas que verte mejor con un color o con otro, aunque las mujeres opinen lo contrario —luego echó un vistazo al parque, donde algunos ejecutivos caminaban y mucha otra gente iba en bici—, ¿no ves a nadie como tú por aquí?

—Ahora mismo, no. Tampoco importa, pues cada uno tenemos una misión y tenemos prohibido intervenir en la de otros.

Harry bebió un sorbo de Dr. Pepper.

—¿De verdad? ¿Entonces no habláis entre vosotros? ¿No tenéis relaciones?

—El amor es común en todos los planos. La necesidad sexual, no —ambos se miraron, Harry algo incómodo, decidió reformular la pregunta.

—¿Y tú tienes a alguien que te guste? —el rubio adoptó una postura sugerente, apoyando el antebrazo sobre la hierba tupida y estirando las piernas.

—¿Por qué? ¿Te interesa cortejarme? —Harry se atragantó con la bebida y tosió varias veces tratando de recuperar la respiración. No ligaba en su plano y ahora un medio fantasma le decía eso… desternillante. Tenía ganas de reír. Draco era muy intuitivo y si sabía tanto de la gente solo con mirar, debería haber adivinado ya su preferencia sexual. De hecho, Hermione lo había dicho en su cara—. ¿Has oído ese refrán humano de "quien calla, otorga"?

—No me gustan las transparencias.

El gesto de Draco se contrajo en una mueca de enfado y trató, con todas sus fuerzas, de coger esa bellota que le habían tirado para lanzársela a la cara. Algo fútil, por cierto, porque él no podía tocar cosas del mundo de Harry. Sí podía apoyarse, o sentarse en ellas, pero no manipularlas. Sobra decir la frustración que tenía por haberse saltado las reglas para hablar con ese humano tan idiota mientras Harry se rebozaba de la risa.


Draco no se había vuelto a presentar en el bufete y tampoco había seguido a Harry para interrogar a un cliente. Así que el moreno tuvo que llevarse trabajo a casa. Cuando volvió, Draco apareció por encima del hombro de Harry, tratando de leer las interminables hojas de lo que parecía un nuevo caso. No parecía enfadado. Quizá había olvidado la última ofensa, o quizá tenía sentido del humor. Más bien se inclinaba por lo primero.

—Tengo un caso complicado —suspiró al notar su presencia—. El acusado tiene una declaración defensiva e inconsistente. No sé por dónde pillarlo. Quiero que me cuente si fue él quien robó a su esposa, pero no logro hacerle confesar.

—¿Quién es? ¿Dónde vive? —Harry separó una hoja con todos los datos del hombre. Draco desapareció enseguida. Harry se preguntó adónde había ido. Porque Draco había estado muy callado desde que compartieron el almuerzo en el parque. Desechó toda imagen de él para poder concentrarse en el señor Bison y su acusación referente a haber robado a su esposa. No tenía historial delictivo y tampoco parecía una persona agresiva. Pero Harry lo había visto nervioso en el interrogatorio, como si ocultara algo. Hermione tampoco había podido sacarle mucho más, a pesar de convencerlo de que sus abogados debían saber toda la verdad para poder cubrir los puntos débiles en la defensa.

Harry y Hermione pasaron tres días de intenso trabajo encerrados en Grimmauld Place. Durante ese tiempo, Teddy respondió a estímulos externos, como cuando Harry le agarró la mano y él le apretó; también sonrió a Christine cuando ella le puso el suero. Y durante todo ese tiempo, Draco no apareció. Harry se encontró extrañando las conversaciones profundas y las pullas que el rubio le lanzaba. Y lo peor de todo es que no lo podía comentar absolutamente con nadie. Hermione le cosería a preguntas que ni siquiera él había formulado y el resto de sus amigos pensaría que deliraba. Después, se le ocurrió que quizá Draco había desaparecido ya porque Teddy estaba a punto de despertar; y eso, sin duda, era una buena señal. Claro. Harry no tenía que echar de menos a Draco, porque él se iría igualmente, esas fueron sus palabras. Su vida sería feliz con Teddy a su lado. No necesitaba a nadie más.


Pasó el fin de semana en casa de Ron y Hermione, mientras Christine cuidaba de Teddy. El médico les había visitado, había hecho pruebas y se mostró muy positivo con todos los informes de la enfermera. No aseguraba su despertar, pero sabía que muchos pacientes en coma tenían episodios breves de lucidez. Cuando Harry volvió a Grimmauld Place, lleno de papeles, despidió a Christine amablemente tras tomarse con ella un té y recogió la cocina. Debería limpiar, se dijo, de modo que subió a hacer los baños. El de la primera planta seguía dando problemas y Harry se preguntó por qué demonios había dejado que pasara tanto tiempo. Cuando giró la llave se dio cuenta del mal estado del lavabo: tendría que llamar al fontanero. Debía haber algo atascado, pues girando el pomo en ocasiones salía muy poca agua y a veces el chorro lo empapaba, como hizo entonces. Harry se miró las ropas mojadas y se quitó la camisa rápidamente, secándose el pecho lampiño con la toalla.

—Joder, no se puede ser más torpe…

—Estoy de acuerdo —Harry alzó la cabeza para encontrarse con el chico tanto tiempo desaparecido.

—¡Draco! Has vuelto —el joven, por algún motivo, desvió la mirada y trató de serenarse.

—Viéndote ahora, casi me arrepiento —sonrió ligeramente, pero en su mirada se adivinaba algo de tristeza.

Harry terminó de secarse y dejó la toalla sobre su cabello ligeramente mojado.

—Creí que no volverías.

—No puedo marcharme hasta que Teddy no despierte —recalcó él, y sacó la libretita de su bolsillo—, y también cuando tú estés bien de salud.

—Yo estoy bien, ¿no me ves? —sonrió Harry, y se dio cuenta de que el otro repasaba ligeramente su cuerpo con la mirada.

—¿Quién te dijo que necesitabas un curso de autoestima? —Harry se sonrojó, dándose cuenta de que no llevaba camisa y que, probablemente, Draco se haría una idea equivocada, como que se desnudaba delante de cualquiera. Subió a su cuarto y se vistió con el pijama negro, dejando los pantalones del traje a un lado. Después recordó que a Draco le gustaba mucho que los chicos cuidaran su apariencia. ¿Qué habría sido en su vida anterior, algún esnob presumido? De repente quería hacerle preguntas. Sin embargo, era el propio Draco quien lo sorprendió con la conversación.

—El señor Bison tiene una amante —el moreno se giró, y la toalla cayó al suelo, antes de que se apresurase a recogerla.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo espié durante varios días —dijo Draco, entrando en la habitación, situándose, como siempre, a cierta distancia del otro—. Creo que por eso estaba nervioso en el interrogatorio, no quería que saliera a la luz.

Harry boqueó, confuso, debatiéndose entre preguntarle por qué lo había observado, si era culpable o no, si realmente se había alejado de él porque estaba enfadado o solo quería ayudarlo.

—A esto se le llama dejarte sin palabras, por lo que veo —sonrió Draco cruzando las piernas.

Harry se sintió ridículo, se sentó sobre la cama.

—¿Acaso buscabas impresionarme? —el rubio alzó una ceja, divertido, y mostró su bloc de notas.

—Todo esto de ayudarte me dará puntos para evolucionar y podré pasar a otro plano.

—Así que soy un chollo —sonrió Harry abriendo las manos, apoyándose en ellas.

Ambos se miraron, sin decir nada más. Harry reconoció en ese instante que estar junto a Draco era divertido; el muy capullo irritaba a cualquiera, pero así, envuelto con ese vestido gris perla, descalzo e impecablemente peinado, con ese gesto de altanería en su rostro se convertía en material deseable. Una pena que no fuera sólido. Debía tener un cuerpo de pecado. Quizá Draco no había venido a ayudarle, sino también a torturarle. De todos es sabido que siempre lo más interesante es lo más peligroso. Suspiró, sintiendo un deseo que no había sentido en mucho tiempo, y se apresuró a ponerse boca abajo para que su problema no asomara la cabeza.

—¿Vas a contarme qué viste? Me mata la curiosidad.

Draco sonrió y relató cómo el señor Bison cogía el metro para ir a trabajar y, tras finalizar la jornada laboral se pasaba por casa de una señora que vivía al este de Londres. Allí, ambos compartían sexo y después el señor Bison, tras sentirse terriblemente culpable, volvía a casa con su mujer e hijos.

—¿Se siente culpable de engañar a su esposa?

—No. Lo hace como si fuera algo natural, algo que en casa no tuviera y necesitara salir a buscarlo. No se siente culpable por eso. El Señor Bison no quiere divorciarse y la amante, al parecer, quiere ocupar el sitio de la esposa; por eso, y porque conoce su residencia, ha entrado a robar en varias ocasiones a apropiarse de lo que cree que le corresponde. Y él lo sabe, o, al menos, lo sospecha.

—Es lo que hubiera hecho un detective privado, Draco —ahora Harry sí estaba impresionado.

—Conozco los sentimientos entre ellos porque estuve allí. De otra forma, sería más difícil precisar quién es sincero.

Harry sonrió ampliamente. Sabiendo esos detalles, presionarían a Bison hasta que confesara. Y así, podrían encauzar la defensa desde otro ángulo, dejándolo libre de cárcel.

—Tengo que llamar a Hermione —anunció, levantándose, animado. Su cabello se había desordenado por la humedad y parecía como si hubiera estado luchando con alguien. Pasó por delante de Draco, cuya voz advirtió entonces:

—¿Cómo se lo vas a explicar? ¿No sería mejor pensar antes de actuar?

Harry asintió, y tras hablar largo y tendido con Draco del caso, durmió de un tirón. Por la mañana apenas pudo contener su alegría ante Christine, sorprendida del buen humor de Harry; y es que la emoción de contarle a Hermione le embargaba. Por eso, al llegar al bufete invadió el despacho sin llamar, causando cierto respingo en la joven, que botó ligeramente sobre la mullida silla. Su despacho estaba más ordenado que el de Harry, pero tenía libros abiertos por todas partes. Y sobre estos, miles de pósits coronando las hojas.

—Harry, ¿ha pasado algo?

—Creo que sé por dónde podemos atajar el caso —la joven observó a su mejor amigo; radiante, con el cabello revuelto, afeitado y perfumado. Se negaba a pensar que su aspecto, visiblemente renovado, se debiera solo a que Teddy se encontrara mejor. Harry se sentó frente a la mesa de su amiga y comenzó a relatarle los pormenores del señor Bison y su amante. Hermione escuchó, fascinada.

—¿Cómo sabes todo eso?

Una voz interrumpió el soliloquio interno de Harry, advirtiendo:

—Si le cuentas sobre mí, Harry, desapareceré —el moreno desvió la vista para encontrarse con Draco, ahora con ellos, en la misma sala, y Harry inventó lo primero que se le ocurrió.

—He tenido un sueño revelador.

Hermione frunció el ceño, extrañada.

—¿Un… sueño?

—Sí, Hermione. Suelo tener sueños premonitorios, a veces. Solo que no los controlo.

—¿Un sueño te ha dicho todo eso?

Harry se hizo el ofendido.

—¿No me crees?

—Joder, Potter, mientes de culo, no me extraña que no te crea nada de nada —Harry estuvo tentado de mandarlo callar, pero la situación se agravaría por momentos.

—Vayamos a hablar con él ahora mismo —la chica se levantó, cogiendo su chaqueta—, si lo que dices es verdad, podremos ganar el caso ante el fiscal.

Y esa misma tarde, Hermione y Harry consiguieron gracias a su profesionalidad y a la ayuda de Draco, que el señor Bison confesara. Por mucho que el hombre rogó acerca de que no saliera a la luz su secreto, sus abogados no pudieron asegurarle al cien por cien que fuera así. La esposa de Bison atendería el juicio, y tendrían que interrogar a Bison para de ese modo, desviar la atención de él hacia la culpable. Si el señor Bison hiciera entrar en razón a su amante, hasta quizá se libraría de tener que pagar una indemnización. El hombre no prometió nada, bastante sorprendido estaba de que aquellos abogados supieran qué ocurría a su alrededor.

Harry se dejó caer en el descolorido sofá de su casa, se liberó de la corbata y de la chaqueta y se tumbó.

—Ha sido un día tan provechoso…

Habían intentado presionar al acusado sin éxito desde un primer momento, pero después solo necesitarían exponer su defensa, sin perder más tiempo. Además, saber que era inocente también ayudaba.

—¿Se librará de la cárcel aunque no haya pruebas? —preguntó Draco a su lado.

—Tendríamos que acusar a la señora Mills, y sería ella quien debería indemnizar a la esposa.

—El señor Bison no os agradecerá que la acuséis si va a terminar en la trena.

—El señor Bison debe pagar las consecuencias de sus acciones, como todo el mundo.

Draco se quedó pensativo.

—Él no tiene la culpa de tener una amante cleptómana.

—Si lo sospechaba, debió haberla dejado. Y si la ama, solo tiene que divorciarse y ya está. Pero no se puede jugar a dos bandas, esas cosas siempre acaban mal —Harry y sus valores.

—¿Lo dices por experiencia?

Harry se incorporó, quedando apoyado con el codo en el sofá color beige, que hacía juego con la pintura de la pared, sobria y simple.

—Bueno, quizá no soy el más indicado para hablar… yo también he cometido errores.

—Mucha gente actúa sin pensar y después no quiere enfrentarse a las consecuencias. Por eso hay tantos que debemos redimirnos después —aclaró Draco, más para él que para el otro.

Harry se incorporó hasta quedar sentado.

—No me has contado qué fue lo que hiciste tú para que tuvieras que llegar a ese plano.

Ahí estaba de nuevo ese deje de rechazo. Draco se apoyó en el otro sofá.

—Simplemente, actuar con orgullo y con falta de amor. Estos actos crean deudas kármicas con otras personas y hasta contigo mismo.

—Actos de los que hablas los hacemos todos. Todos, por egoísmo, alguna vez hacemos algo malo, así que todos vamos a pasar por donde tú estás ahora, ¿no es verdad?

Draco conectó la mirada con Harry. Él sí adoraba esas conversaciones, era lo único que tenía, lo único por lo que podía luchar entonces. No recordaba nada de sus antiguas vidas pasadas, pero tenía sensaciones... como si su profundo yo hubiera despertado para saber que tenía una misión entre manos que le daría la oportunidad de subir puntos en la evolución. La vida es como un gran juego de mesa.

—No es tan simple. Hay actos que realizamos que son egoístas y en los que perjudicamos a otros. Pero después nos arrepentimos de corazón. Si llegamos a ese nivel, no es necesario redimirse, salvo que el alma lo pida. Así que nos podemos equivocar cuantas veces queramos porque estamos aprendiendo.

—Da igual, al final siempre tendremos que solucionarlo —dijo Harry, como si aquello que oyera fuera aún menos motivador que morir y que se acabara todo.

—Por nosotros mismos, no por nadie más. Mucha gente queda desubicada cuando muere porque cree que todo lo malo que ha hecho se disuelve, que nada importa, cuando no es así. La gente se llena de posesiones, objetos, incluso prefiere robárselos a otros para tener más. Pero cuando uno muere, todo eso se queda aquí. El daño que uno haya hecho a los semejantes, va siempre contigo. Así como el amor que se haya dado.

—¿Y por qué no lo escribís en algún lado? De alguna forma que la gente sepa que uno debe vivir así por su bien.

—Se intenta. Pero hay personas que piensan que es mucho más cómodo haber sido colocado ahí y quitado de en medio en el momento de la muerte. "Estoy vivo, viviré a tope, ¿qué más da? Al final moriré y nada importará." Es tan cómodo pensar así. Es como una madre que golpea a un niño cuando es pequeño. Ella piensa "no importa, no se acordará cuando crezca". Pero sí se acuerda: cuando este crece, ha alimentado una intolerancia hacia ella en su subconsciente.

—Entonces la iglesia tiene razón, estamos condenados —concluyó Harry, más como una acusación que un desenlace.

—Claro que no, siempre podemos cambiar. Siempre tenemos esa oportunidad. Pero es duro, nadie quiere enfrentarse a lo que ha hecho mal. Al final ningún Dios es nuestro juez, sino nosotros mismos.

Ambos quedaron en silencio. Harry, preguntándose cuántas cosas negativas regaban su perfil para impedirle su evolución, si es que existía tal cosa, y Draco observándole.

—Todo eso… todo eso está muy bien, Draco, pero, ¿qué ocurre con alguien como Teddy, alguien que ni siquiera ha vivido? ¿Acaso él está pagando alguna deuda con su accidente?

—Aunque no haya vivido aquí, lleva una carga de todas sus vidas anteriores. En cuanto a tu segunda pregunta, solo lo sabe él. Cuando digo "saber", no me refiero a su mente limitada, sino a su ser interior, el que almacena todos los datos y sensaciones.

—Esto es demasiado… me estoy agobiando —confesó Harry, quitándose los zapatos.

—¿Te agobia mi conversación y por eso te desnudas? —sonrió Draco—. ¿Crees que así evitarás que yo te hable?

—Bueno, espero que mirando mis pies puedas quedarte sin respiración y sin habla —rio el moreno.

—Se necesita mucho más que eso para impresionarme.

Harry estudió la apariencia del rostro de Draco, notó la abrumadora sensación que entonces le corría por dentro. Es como si estuvieran flirteando. Como si un océano de frescura emergiese de algo puro y limpio en alguna parte de su cuerpo, como si estuviera despertando algo hace tiempo olvidado.

—No estoy teniendo esta conversación con un fantasma —dijo, tratando de convencerse mientras se tiraba de nuevo al sofá; y esa vez no se refería a la plática espiritual.


Harry no durmió esa noche: era consciente de muchas cosas: de que pronto tendría a Teddy a su lado; de que resolverían el caso del señor Bison; de que estaba aprendiendo mucho de la vida y la muerte; y de que estaba sintiendo algo que creía perdido. Y en lugar de asustarse por las tres primeras opciones, le aterraba la última, la definitiva: la que amenazaba con poner nombre y etiqueta a su estado. Algo en su interior se encogía y se expandía en ocasiones, haciéndole sentirse vulnerable e invencible a la vez. Y no quería sentir eso. No por él. Draco era un buen amigo, le había ayudado mucho, pero, definitivamente, los de arriba (si había algo ahí), no estarían de acuerdo en lo que estaba sintiendo Harry. Y en sus dudas y temores. Enamorarse a su edad no estaba mal, claro que no. El problema residía en el motivo de su amor. Alguien que no podría entregarle nada físico, con quien solo podía compartir palabras y conocimientos, alguien a quien no podía tocar. ¿Enamorarse de una quimera? Bueno, eso estaba haciendo Harry, destruir su futuro antes de que comenzara.

—Harry, ¿qué pasa? Han vuelto tus ojeras —informó Hermione mientras rellenaban el formulario para la defensa del señor Bison.

—Oh, no he dormido bien —respondió él como si no pasara nada, marcando la página del libro con un pósit rojo.

—¿Estás saliendo con alguien? —Harry elevó la vista, impresionado. Su mejor amiga, Hermione, su madre en sus ratos libres (y los no tan libres).

—Sabes que no, ¿por qué preguntas eso?

—No sé —Hermione siguió copiando—, estos últimos días te veía alegre, hasta te afeitaste y te arreglaste más de lo normal.

Harry se encogió de hombros, acariciando el tomo de un libro.

—Bueno, las noticias del médico me pusieron de buen humor.

—Ya lo estabas antes de conocer las noticias médicas —Hermione sonrió con sinceridad. Era imposible ocultarle nada, era una suerte que Ron no tuviera amantes como el señor Bison—. ¿De qué te ríes?

—De nada, pienso en Ron y en que no podría tener una amante. Tú le descubrirías el pastel.

—Y además, lo demandaría —añadió ella, y ambos estallaron en risas y volvieron al trabajo.


Draco lo abordó a las seis de la tarde. Había anochecido y Harry decidió dejar el resto de documentación para el día siguiente.

—Hola, detective —saludó Harry de buen humor.

—Ah, vaya, ahora tengo otro empleo. Creo que soy la criatura más pluriempleada de mi plano —y sacó la libretita blanca cubierta de una especie de material impermeable—. Christine tiene un deseo.

Harry se levantó inmediatamente, asustado.

—¿Ha pasado algo con Teddy?

—Cálmate, hombre, el niño está bien. Christine tiene a un familiar enfermo, pero no te dice nada porque sabe que cambiar de enfermera exige papeleo y tú no tienes a nadie que te cuide a Teddy mientras tanto.

—Es que no lo tengo. La necesito —Harry rodeó el escritorio y comenzó a guardar papeles en su maletín.

—Podrías darle permiso para que se marchara antes —sugirió Draco, y explicó que él no podía darle el suero a Teddy ni tampoco cambiarle, pero sí podría vigilarlo durante varias horas, hasta que Christine volviera.

—¿Y cómo le explico que a Teddy le va a vigilar un fantasma? —Harry apenas se dio cuenta de lo pronunciado. Draco, cuyo gesto resultó triste y ofendido, replicó:

—Solo era una sugerencia. Parece bastante preocupada. Además, ¿quién iba a ser tan rápido en venir a buscarte? Pero tú eres el entendido.

Y desapareció. Genial. Ese día, Harry cenó solo, maldiciendo su impertinencia. Después de hablar con Christine se dio cuenta de su egoísmo. Ella también tenía una vida, al parecer su padre fue ingresado por un episodio de gota. No era grave, pero seguramente querría estar a su lado. Prefirió hablar antes con Draco y ver si su oferta estaba en pie antes de permitirle visitarlo. También estaba pendiente lo del baño. Ah, qué desastre, dejaba las cosas para última hora. Le costó más de lo habitual tratar de dormir después de haber llamado al fontanero, porque Draco solía relatarle muchas cosas hasta que Harry caía redondo, y esa noche Draco no se presentó.

Al día siguiente, miércoles, Harry se alegró de la vuelta de Draco, y el desayuno se hizo más ameno. Cuando Christine atravesó la puerta y lo saludó, Harry le preguntó si sucedía algo, hasta sonsacarle el tema (de otro modo, explicar conocerlo hubiera sido complicado). El moreno hizo un trato con ella: le daría cuatro horas con su padre a cambio de que viniera dos horas por la mañana y dos por la tarde, para poner el suero a Teddy. Ella aceptó, encantada y visiblemente emocionada le dio las gracias besándole en los labios.

—Ese beso es mío —demandó Draco desde su posición, sin poder intervenir hasta que Christine se fuera.

Harry se despidió, girándose hacia el rubio antes de marcharse.

—Me quedaré hasta que vuelvas —le tranquilizó el otro, como si fuera a dudar de la promesa.

Harry se sintió tan culpable… Draco se lo había ofrecido con toda la buena intención y él lo había insultado. Lo miró, deseando poder tocarle. Deseando poder disculparse.

—Yo… lo siento. Y… gracias —de forma automática elevó los brazos como si realmente fuera a tocarlo, pero los dejó a medio camino. Tragó saliva. ¿Cómo se agradecía algo de un plano a otro?

—Abrázame, Harry —pidió él cerrando los ojos tras una larga pausa—. Pon tus brazos alrededor, te sentiré.

El moreno tragó saliva. ¿Qué era más duro, tener un cuerpo sólido o vivir en ese plano, conociendo y sintiendo más que un humano? Obedeció, abriendo los brazos y tratando de cobijar la figura de Draco en ellos. Sintió una resistencia, como si el cuerpo del otro le impidiera moverse, pero no lo suficientemente sólido para que el brazo de Harry descansase en la espalda de Draco. Trató de apretarlo, pero solo notaba la resistencia. No podía captar nada más; ni el olor del chico, ni su calor, nada. Se separó, sintiéndose terriblemente frustrado. Deseaba a Draco. Aunque no pudiera tener relaciones sexuales con él, darle un simple abrazo o besarle, tampoco era posible. Y aquello le hizo recordar que no había tenido citas en mucho tiempo, desde la última vez que estuvo con Glen. Glen era un chico dos años mayor que Harry, moreno, de mandíbula marcada y con muchos músculos. Tenía los ojos oscuros y la nariz ligeramente ancha. Draco lo conoció aquella tarde, cuando Harry volvió del trabajo. Eran las cinco y media y un señor embutido en un mono azul y con un maletín de herramientas lo saludó mirándolo de arriba abajo.

—Harry. Cuánto tiempo. Me alegra que me llamaras. Lo tendré listo enseguida. ¿Desde cuándo tienes el grifo averiado?

Harry ignoró la doble intención de las agudas palabras del fontanero; hizo memoria, sin poder precisar el tiempo exacto.

—No sé, quizá cuando te marchaste, no recuerdo bien el tiempo exacto.

Glen se volvió mostrando extrañeza.

—¿No has usado el baño desde entonces?

—No. Utilizo el de arriba, desde que Teddy cayó en coma.

—Oh. Oh, Harry, ¿cómo está? Perdona, no recordaba que estuviera contigo aún. Creí que estaba con su abuela.

—Ella se mudó —explicó Harry—, ahora vive en Francia. La humedad de Londres no le hacía mucho bien.

Glen no preguntó nada más, y se puso a trabajar mientras Harry lo esperaba abajo, en la sala de estar. Draco permanecía a su lado, subiendo de vez en cuando, como para asegurarse de que Glen no fuera ningún ladrón o hiciera algo impropio. Draco no comentó nada, pero Harry notó una mueca de fastidio en su rostro, como si le estorbara que invadiera la casa y la paz que los tres conservaban. Glen lo llamó una hora después para enseñarle una bayeta casi corrompida que, al parecer, había estado atascada en la válvula de desagüe.

—Ahora el agua pasará con facilidad. Te he puesto un tapón nuevo, el otro estaba oxidado.

—Está bien, Glen, dime cuánto te debo.

—Deshazte primero de esa bayeta —Harry obedeció y cuando volvió de dejar la bayeta en la basura, Glen ya había recogido todas las herramientas y lo esperaba en la sala de estar—. Harry, ¿podrías ofrecerme un poco de cerveza?

El joven pestañeó, asintió y bajó a la cocina.

—Tu amigo tiene mucha cara, ¿no? —dijo Draco, sin tapujos—. ¿Qué pasa, no había otro fontanero en servicio?

Harry no respondió, simplemente subió la cerveza a Glen, quien se sentó en el sofá para degustarla tranquilamente. Harry agarró un enorme volumen de leyes y comenzó a leer. Glen pronto se hartó de la no conversación y comenzó a hablarle. Le habló del precio de las cervezas, del tiempo y de cómo había cambiado. De que lo encontraba joven y guapo. Harry se volvió, mirándolo. Glen ya había llegado a su altura, asomándose por encima del libro.

—Vaya, sigues igual de estudioso que siempre —y dejó a un lado el libro—, descansa, hombre. ¿No bebes nada?

—No me apetece —el moreno notó el movimiento de Glen, y supo lo que pasaría. A través de sus gafas lo veía respirar entrecortadamente mientras le miraba la boca. Inmediatamente después, un dedo traicionero repasó los botones de su camisa.

—Harry, relájate un poco —fue lo último que pronunció Glen antes de que su boca lo asaltase de forma inminente. Harry sujetó al otro chico por los hombros, pero Glen insistió hasta tumbarlo en el sofá. Entonces, presionó el cuerpo contra él y Harry se sintió perdido. Llevaba mucho tiempo sin estar con nadie, ni siquiera de esa manera, y Glen le atraía. Además, había estado conteniéndose durante varios días porque Draco no era mortal, y como tal, no podía ser tocado. Consciente de su estado y pensando que no pasaría nada por echar una cana al aire, sucumbió a las caricias de Glen. Él sabía dónde debía tocarle, dónde hacer más presión, donde debía quedarse más rato… pronto, la habitación se llenó de jadeos incontenibles y de rasgaduras de ropa y ruido de saliva. La sensación de piel contra piel era tan intensa, le parecía olvidada. Había dejado sus deseos a un lado para preocuparse de un niño de ocho años y ahora todo le estaba pasando factura. El momento en que su corazón bombeaba rápidamente, la necesidad de sentirse deseado, amado. En esa ocasión, Harry fue el pasivo y no se arrepintió para nada. Se sintió aliviado, aunque después reconociera sentirse vacío cuando Glen abandonó la casa. Solo entonces alzó su vista miope para encontrarse con la borrosa figura de Draco, cuya expresión de tristeza era tal que parecía a punto de derrumbarse. Sus ojos estaban brillantes, y estaría llorando de no ser porque no le era posible hacerlo. Apenas abrió la boca para decir:

—No te quiere. Solo te utiliza. Estas son las almas egoístas que roban energía a otras personas porque no saben amar —se giró, y añadió—. Por cierto, la gamuza la atascó él.

Y después, desapareció.

Notas finales:

CONTINUARÁ


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