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Baby Pornograph por jotaceh

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Notas del capitulo:

Hola a todos!!!

Espero que se encuentren muy bien :D

Bueno... me atracé un poco en subir este capítulo, es que tuve unos problemas el viernes y me quedé sin energías para escribir... lo siento!!!

Y bueno... a leer!!!!

CAPITULO XXVIII: El fin de la sequía.

Su respiración entrecortada muere en mi cuello, mientras siento el calor de su cuerpo en mi espalda, sudoroso y cansado por la agitación.  De pronto su barba raspa mi piel frenéticamente, dejándome enrojecido y perplejo ante tal convulsión. El calor de aquel cuerpo se entremezcla con el de la mujer a mi lado, cuyos pechos se menean incesantemente sobre mi hombro, estoy a un palmo de sus senos y ella, sin descaro, sigue allí como si nada, mirándome de vez en cuando para cerciorarse de mi humor. Pero no solo son ellos dos quienes rozan mi piel candente, también siento el trasero regordete de un joven estudiante, unos cuantos años mayor. Veo como una gota de sudor recorre la deliciosa piel de su rostro, como también escucho su respiración, conmocionada ante tal escena. Sus cuerpos se frotan en el mío, en un vendaval insaciable que parece no tener fin.

¡Me quiero bajar de aquí! Me encuentro en medio del pasillo de un microbús, el peor de todos los medios de transporte. Hace poco estaba en un bello parque, platicando con doña Enriqueta, la gentil anciana que le dará trabajo a Diego. Luego de tan grandiosa noticia, decidí ir a visitar personalmente a mi amado, quiero ver la reacción que su rostro generará al enterarse que le he entregado una solución, que podrá continuar desarrollando su más ferviente anhelo. No quise subirme nuevamente al metro, por lo que decidí tomar el transporte terrestre y craso fue mi error, porque ahora me encuentro apretujado en un mar de gente que no conozco, sintiendo sus olores y compartiendo el calor que a estas alturas se ha vuelto insufrible.

¡Oh por Buda! Me acaban de agarrar el trasero. Hay alguien igual de pervertido que yo, una persona que le han gustado mis glúteos y ha decidido actuar. Necesito saber de quién se trata, me es imperante conocer el bello rostro del hombre que me ha manoseado, porque de seguro fue un varón. Debo ser disimulado, por lo que no volteo de inmediato. Finjo estar concentrado en el tránsito de esta avenida tan concurrida y de pronto, luego de ver transitar velozmente a un motociclista, giro intentando seguir su destello, cuando realmente lo que hago es mirar detrás de mí. De sopetón me encuentro con unos labios rojos, los más luminosos que jamás haya visto. ¡Me ha toqueteado un payaso! Hubiese sido mejor, pero no, quien realmente me ha acosado fue una mujer. –Hola guapo, ¿tienes algo que hacer esta noche?... No tengas miedo, no muerdo… solo si no me lo piden, claro…- Me dice la morena de labios prominentes. Quedo perplejo al estar siendo seducido por una fémina, una cercana a los treinta, vestida de traje formal y con cara de profanadora de cunas. ¡Es mayor que mi hermana! ¿Cómo puede estar intentando liarse con un chico de trece años? Además, ¿acaso no se da cuenta que soy gay? Digo, porque yo creo que todo el mundo se entera.

Esto tiene que ser el karma, de seguro es el precio que debo pagar por haberle reventado una teta a la oxigenada del metro. ¿Y ahora como me deshago de esta tipa? No me encuentro mentalmente equilibrado, por lo que hago lo primero que se me viene a la mente. –No estoy acostumbrado a ser follado por un transexual, pero si tú lo deseas… Supongo que todavía no te has operado el pene ¿verdad? Porque yo con los dildos no me excito mucho… que buena cirugía al cuerpo te has hecho, eso sí… deberías operarte el rostro, aún tienes muchas facciones de hombre.- Le respondo con el tono de voz más alto que me permite la garganta. Pronto todos los reunidos en el microbús nos quedan mirando perplejos. -¡No soy un transexual! Soy una dama… siempre lo he sido…- Grita la pobre desesperada al ser enjuiciada erróneamente. La mirada de cazadora se esfuma inmediatamente, dejando solo paso al pánico, al miedo de tener encima todos aquellos ojos acusadores. –Por favor, a otro perro con ese hueso… Se nota que es hombre ¿verdad señora?- Le pregunto a la regordeta parada a mi lado, quien de inmediato asiente ante mi aseveración. En realidad no creo que lo sea, sin embargo las personas suelen creer todo lo que le dicen. Mi acosadora termina tan intimidada, que debe agachar la mirada y dejar el asunto hasta ahí. Eso le sucede por seducirme, ¿Quién se cree? ¿Acaso no se da cuenta que no me gustan las mujeres? Que desfachatada es.

Finalmente llego al otro lado de la ciudad, a aquel barrio donde vive Diego. Hace mucho que no caminaba por aquellas lujosas calles. Solo al llegar frente a la mansión Recabarren, logro recordar que los padres de mi novio no me estiman en lo más mínimo, así es que ir hasta su hogar es una clara ofensa a sus principios. ¡Que se pudran! A mi pastelito me lo como sin guantes ni tenedores, y jamás le he pedido permiso a esos dos ancianos para que me dejen amarle, así es que pueden joderse con mi presencia. Toco decidido el timbre, al rato me encuentro escoltado por el mayordomo, quien me guía hasta la sala de estar.

-Pero que gusto tenerte aquí querido, cuanto tiempo… ¿Vienes a ver a Diego? Claro que sí, si hacen tan bella pareja.- Es lo primero que escucho de la boca de aquella mujer. Doña Laura aparece con una amplia sonrisa, tal como si fuésemos íntimos amigos. ¿Qué ha sucedido con ella? ¿No es que yo era una mala influencia para su hijo? De repente comienza a tratarme bien y me quedo perplejo, ¿qué ha sucedido aquí? Lo peor es que me saluda de beso en la mejilla y un apretado abrazo. Me hace sentar nuevamente en aquellos amplios sillones de la sala, la intención es esperar a mi novio, aunque lo único que hago es escuchar las miles de historias de infancia que la mujer cuenta sobre él, con el mejor de los ánimos y casi besándome los pies por haber decidido amar a aquel hombre.

Al rato llega a quien esperaba, justo antes de entrar en la más profunda de las locuras y es que su madre me tiene agobiado. -¿Mamá? ¿Te sientes bien?- Pregunta un incrédulo Recabarren y es que hasta para él es extraño el repentino amor que me profesa doña Laura. Subimos las escaleras para llegar a su cuarto, solamente ahí el hombre me cuenta lo que posiblemente ha sucedido con la mujer. –Le comenté sin querer lo sucedido en tu casa el otro día, que eres hijo de la difunta Fernanda Lancaster y tan solo al escuchar el apellido, quedó perpleja… Creo que ha comenzado a aprobar nuestra relación porque en realidad perteneces a una familia influyente.- Esperen, ¿no importa que haya convertido en homosexual a su hijo? ¿Lo único relevante es que era pobre? Claro, un marica rico es mil veces mejor que uno indigente, y luego dicen que nosotros pervertimos la sociedad.

Su cuarto sigue tal cual como aquella vez en que perdí mi lechuga, ¿estará todavía escondida debajo de algún mueble? Lo más probable es que no y es que después de tanto tiempo de abstinencia, como pasivo en realidad, estoy sintiendo que mi virginidad se ha reestablecido. Mis pensamientos son interrumpidos por un fuerte abrazo de mi novio, de pronto todo el frío desaparece y me encuentro sumergido en el candor magistral de sus brazos. Jamás me he sentido mejor que cuando le tengo tan cerca de mí, eso es realmente la gloria, alcanzar el cielo de un solo golpe. –Te necesitaba, hoy comencé a trabajar con mi padre y deseaba tenerte cerca para sentirme mejor…- Me susurra al oído notoriamente deprimido. El dejar de lado sus sueños y realizar aquello que no le gratifica, es la peor de las torturas. Me doy cuenta que es el momento indicado para hacerle saber lo que acabo de lograr con doña Enriqueta. -¡Adivina qué acabo de hacer!- Le digo infantilmente, demostrándole que es algo importante y que quiero jugar un poco. -¿Con quién te acostaste?- Me dice inmediatamente, con un rostro preocupado. ¿Acaso no confía en mi fidelidad? ¿Por qué cree que todo lo que hago está relacionado con el sexo? ¿Le he dado razones para pensar así? Ok, será mejor que no me respondan, pero de todos modos me siento ofendido ante su pregunta. Engordo mis mejillas y le doy la espalda, tendrá que hacer mucho mérito para que le disculpe.

¿Les había comentado que no soy muy elástico? Tampoco es que sea igual a una estatua de piedra, pero eso de abrirme de piernas no es muy sencillo para mí. De pronto me veo vestido como un porrista, con un pantalón de gasa blanca que acaricia delicadamente mi piel, mientras que arriba llevo una polera del mismo material, tan solo que de color azul y decorada con unas letras doradas que forman un Thunders, esas típicas bandas americanas de cheerleaders que buscan animar a los jugadores de algún equipo deportivo. Así me encuentro sobre la amplia cama de Diego, con unos ponpones de papel en las manos y acariciado por la gaza, que es la única tela que cubre mi cuerpo desposeido de toda ropa interior. Me veo de pronto el trasero y me percato que toda aquella piel se trasluce. ¡Oh si Baby! Esto es realmente sensual.

La puerta del baño se abre y me encuentro frente a un atractivo jugador de básquetbol. ¿Les había dicho además que me encantan los uniformes de aquellos deportistas? Y es que sus prendas son tan holgadas, que me dan mucho que imaginar. Ver los cuerpos fornidos de esos jugadores, corriendo detrás de una pelota naranja, sudando y meneando aquello que llevan entre sus piernas, cubiertos por aquella tela generosa que resalta su virilidad, es una imagen que siempre me ha gustado apreciar. Ahora Reacabarren usa uno de aquellos uniformes, uno de un impacable rojo. Una sudadera prominente cubre su torso, dejando entrever sus brazos que no son trabajados, pero que poseen la carne necesaria para gozar al verle. Aquella polera le deja al aire los sensuales vellos de sus axilas. ¡Me gustan aquellos pelos! ¿y qué? ¿Acaso creen que estoy loco por eso? Pues no hay nada que no me encienda más que un hombre mostrando sus axilas, lo encuentro tan… tan… sucio… tanto que llega a ser excitante. Ya saben, hasta un burro con sombrero rosado puede resultarme sensual.

Debajo lleva esos pantaloncillos tres cuartos, que cubren sus rodillas, pero dejan descubiertas sus pantorillas y aquellos deliciosos vellos de las piernas. Sí, me gustan los hombres peludos ¿y qué? Esa tela rojiza es tan holgada, que me hace comprender que la carne candante que tanto anhelo está liberada, gozando del espacio necesario que pronto yo usurparé, para hacerme con él y no dejarle escapar más.

Como aquella vez con el marinero y el doctor, esta vez nuevamente Diego me sorprende con unos disfraces. Ahora me he convertido en el porrista sensual y elástico, mientras que él personificará al basquetbolista rudo y calentón. -¿Por qué arrendaste estos trajes? ¿Acaso intuías que vendría a tu casa e intimaríamos?- Le pregunto antes de comenzar con la obra erótica. El profesor tan solo esboza una pequeña sonrisa, antes de caminar un poco hasta su armario. Le sigo hasta aquella pieza donde guarda la gran cantidad de ropa que posee. ¡Joder! Si tiene más vestuario que las tipas de Sex and the City. Sí, ya sabemos, él es el activo y yo el pasivo, no se confundan por esto, es solo que es… bueno, un poco más afeminado que yo, pero el pene no lo deja de utilizar eh, eso sí que no.

Caminamos hasta el final de la habitación, donde nos topamos con unas puertas de maderas. Un nuevo armario se encuentra en frente, uno pequeño, así del porte del que todos tenemos en casa. Recabarren lo abre y así deja al descubierto todos los disfraces que posee. –Desde que comenzamos a salir, me di cuenta que no te gustaba la monotonía y que cada vez que tuviéramos sexo debería improvisar… Así es como comencé a comprar disfraces y utensilios. Te prometo que nunca te aburriré…- Me dice con unas bolitas de plástico un tanto sospechosas. Esas se las mete en el trasero él, que yo ni loco las pruebo. Me he quedado impresionado por su colección, aunque luego me percato que lo hace por mí y eso me llena de vigor, realmente es el amor de mi vida. Poco a poco lo estoy pervirtiendo, el día en que llegue con una idea más calenturienta que la mía, sabré que el discípulo ha sobrepasado al maestro.

Veo una pelota girar en su dedo índice, magistralmente como todo un profesional. –En la universidad pertenecía al equipo de básquetbol.- Me dice al percatarse de mi sorpresa. Ahora veo por qué hace tantas maniobras con el balón, y es que mi novio es todo un experto. ¡Ay por Buda! Si este hombre es cada vez más sexy.  –Ven y encéstame aquí…- Le digo sensualmente mientras me abro de piernas y acaricio la zona entre mis glúteos, aquella que él debe penetrar. Como la tela de mi pantalón es blanca y delgada, trasluce aquella piel y tienta a mi amante. En esa posición tan sugerente, veo como el falo de Diego se erecta poco a poco, erigiéndose majestuoso sobre la tela rojiza de su pantaloncillo, escapando de su dulce envoltorio. Camina hasta mí y sin aviso previo, se lanza sobre mi cuerpo sin ninguna delicadeza. Gimo un poco debido al dolor que produjo su peso, sin embargo el ahora basquetbolista me tapa la boca y rudamente me amenaza. –Quédate tranquilo y no grites… Ahora sabrás lo que realmente es bueno, abre bien tus piernas y siente el poderío de mi verga.- Me dice como todo un machote sudado luego de la práctica. Este sí, este es el Diego que me gusta, no el que conocí en la playa.

Mis piernas abrazan su espalda mientras su falo aplasta mi abdomen. Siento la cadencia de su piel, la respiración muriendo ardientemente en mi cuello y sus inquietas manos acariciando mis glúteos. Con rudeza rasga mi pantalón, para dejar libre la piel que busca conquistar. Sin dejar de presionar su erección sobre mí, lleva sus dedos a su boca y los enjuaga en saliva. Su mirada me invade salvajemente, intimidándome, señalando que pronto comenzará a actuar en serio. Aquellos dedos pegajosos se adentran en mi cuerpo, por aquel orificio que lentamente comienza a dilatarse. Primero es uno, para luego dar cabida a dos y finalmente a tres. Gimo por la presión que está provocando en mí, solo que aquel sonido muere en la palma de mi amante, quien sigue tapándome la boca para no gritar. Se ha dado cuenta que estoy preparado y sin más introduce de una sola vez toda la extensión de su pene. ¿En qué momento se colocó el condón? Pues parece que ya es todo un experto en esto del sexo. ¡Qué miedo!

Su glande se mueve sin control, entra y sale de mí con tenacidad, provocándome placer desde la punta de los pies hasta mis cabellos. Diego se mece rudamente sobre mi cuerpo, azotando la delgadez de mis pieles con el sudor candente de sus embestidas. Nos mezclamos en un solo ser, impregnados por el aroma del gozo y los lazos del amor. De pronto detiene el vendaval y me desprende de su agarre. Entre gemidos me voltea y colocando sus gruesas manos en mis caderas levanta mis glúteas para luego penetrarme nuevamente. El agarre se ha intensificado y cada vez le siento más dentro de mí, logrando que un fuerte escalofríos transite por todo mi ser, colocándome los vellos de punta y satisfaciéndome como hace mucho no sucedía. Entre el poderío de sus manos y la bestialidad de sus embestidas, ambos llegamos al clímax y nos reducimos en un poderoso torrente de esencias y gemidos. Finalmente terminamos tendidos sobre las níveas sábanas de la cama, cansados y sudados, sin embargo, las sonrisas en nuestros rostros es sumamente notoria.

¿Se acuerdan cuando eran pequeños y querían un juguete con todo el anhelo de sus corazones? ¿Recuerdan lo felices que se sentían cuando sus padres finalmente se lo regalaban? Pues así me siento ahora, y es que mi papacito me ha permitido jugar nuevamente con su juguetito. ¿Cómo pude estar tanto tiempo sin esto? Es imposible, es que lo imagino y no puedo creerlo. –Fue genial.- Escucho el leve sonido de la voz de Diego, quien todavía no recobra la respiración normal. -¿Fue?- Le pregunto un tanto incrédulo. ¿A qué se refiere? ¿Por qué habla en pasado? ¿Acaso cree que esto ha sido todo? Pues no señores, dos veces más como mínimo. Tomo un poco de aire y me posiciono encima de sus piernas, deberá recobrar la pasión lo antes posible, porque ya me estoy impacientando.

-¿Qué es eso que hiciste hoy? Al final nunca me contaste…- Me pregunta Diego luego de estacionar su carro frente a mi edificio. Claro, me enojé tanto con su respuesta que finalmente solo nos dedicamos a tener sexo. ¡Cinco veces! Al final fueron esas las veces en que intimamos, ¿no es genial? Creo que fue la tarde más productiva que he tenido. Ahora tengo mucha hambre y solo quiero entrar a la cocina para asaltar el refrigerador, pero antes debo darle la  buena noticia a mi amado. –En fin, resulta que fui a visitar a Arturo y luego de ello, caminé por un parque… ahí me encontré con una anciana muy gentil, quien resultó ser ni más ni menos que Enriqueta Fernández de Castro, la abuela política de Martín Arístegui… ya sabes, el vocalista de Cassiopeia…- Digo ante el rostro de sorpresa de Recabarren. ¿En serio no sabe de quién hablo? Si son mi grupo favorito, pues que mal novio es. –Bueno, yendo al grano… Ella es directora de un colegio y tras contarle tu problema, me dijo que con gusto te haría una entrevista para poder contratarte… ¿No ves? Tienes una nueva oportunidad para seguir cumpliendo tu sueño de ser profesor.- Le digo con una amplia sonrisa. Debo esperar un momento antes de contemplar su reacción. Sus ojitos brillan cual soles, pareciera que todo él se ilumina y finalmente me abraza eufóricamente. Me agradece en incontables ocasiones, jamás le había visto tan alegre. Su felicidad es la mía y ahora ambos nos sentimos embelesados, pertenecientes al mismo sueño y queriendo alcanzar las mismas metas.

Con el corazón hinchado, subo las escaleras, recordando todos los besos de agradecimiento que mi novio me regaló. Me río solo al recordar sus facciones de bebé gigante, su risita de pequeño impaciente por hacer aquello que quiere. Si esto no es amor, no sabría qué puede ser. Finalmente llego a mi piso y lo único que encuentro es el más completo de los caos. En el departamento de al frente tal parece que hay una mudanza, porque muchos muebles están fuera de él. ¿La señora Torres se irá del edificio? ¿O ya se habrá muerto? Que impaciencia, quiero saber qué es lo que está sucediendo. Al final no entro de inmediato a mi casa, sino que me quedo allí para enterarme de lo acontecido. De pronto un grupo de hombres con overol salen de aquel lugar, teniendo entre sus brazos un pesado piano -¡Tengan cuidado grupo de orangutanes! Es el único recuerdo que tengo de mi esposo, el muy tacaño ni siquiera me dejó hijos…- Es lo que grita mi anciana vecina mientras guía a los sujetos de la mudanza. -¿Qué sucede? ¿Se irá a un asilo?- Le pregunto sin tapujos y es que es lo mejor que puede hacer, realmente es una anciana de lo más fastidiosa. –Pues no afeminado, me iré a la playa, necesito un lugar con mejores aires que esta apestosa ciudad… espero que allá no esté de moda los gais, como sucede aquí… ¿a cuántos ya has contagiado de SIDA?- Me dice con aquel tono tan desagradable que siempre me ha dirigido. Cada vez estoy más seguro que sí tuvo hijos, tan solo que se los comió después del parto. Para mi suerte ya no tendré que verla más, eso ya es una excelente noticia.

Volteo para ingresar a mi departamento cuando me encuentro frente a alguien conocido. Allí está nuevamente don Benjamín, ¿querrá ver a Natalia? –Buenas días señora, ya veo que la mudanza va en perfectas condiciones… ¿Ya ha firmado los papeles de la venta del departamento?- Extrañamente el hombre se dirige a la señora Torres. ¿Qué significa todo esto? ¿Se supone que este hombre ahora será mi vecino? ¿Qué pretende? –No te alarmes, era obvio… ya sabes, nunca me rindo… Como sé que ustedes no querrán regresar a mi lado, pensé un poco y me di cuenta que si Mahoma no va a la montaña, la montaña debe ir a Mahoma… Y aquí me tienes, estaré cada vez más cerca de ustedes dos…- Me revela sonriendo ampliamente, pero que hombre más atosigante, ¿cree que volverá a ser mi padre solo por vivir cerca? Pues está complemente loco, eso nunca sucederá. ¡Lo prometo!

Notas finales:

Nos leemos pronto

Cuidense mucho!!!! :3


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