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I... will forget you. por HarukaChiba

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Notas del capitulo:

Fanfic escrito para el projecto de Undead :3

 

A mí me tocó el TsuruKei y aunque al principio no lo shippeaba ahora... pues como que le he cogido el gusto a esto(?) Os invito (yo también) a que leáis el resto, sería demasiado genial ^^ 

 

Se pasaba las horas muertas en clase mirando por la ventana, no le interesaba ni lo más mínimo el contenido de las asignaturas que daba en aquel lugar, sin embargo, lo que ocurría fuera, en la calle, eso sí que le resultaba interesante.

Aquel día no fue distinto a los demás, se pasó la mayoría de la jornada escolar observando a un chico a lo lejos, sentado en uno de los bancos del parque que había al lado del instituto. No supo por qué, pero en cuanto lo vio, allí, solo, mirando a la nada, al suelo, al cielo, con la expresión seria, casi depresiva, se sintió atraído magnéticamente por él; no pudo apartar la mirada de su distante figura. Era un completo desconocido, y ni siquiera lo veía demasiado bien, a causa de la larga distancia a la que se encontraba, mas atraía su atención como nunca antes lo había hecho nada ni nadie. El lejano muchacho pareció darse cuenta de su presencia y volvió el rostro hacia el alto edificio que tenía cerca. Las miradas de los dos chicos se encontraron levemente, durante apenas un segundo, a pesar de la distancia. El corazón del estudiante dio un vuelco en el interior de su pecho.

Dejando de mirar a la lejanía prestó atención a lo que estaba ocurriendo dentro de su aula. El sonido del timbre que indicaba el comienzo de la comida inundó el lugar, así como el alboroto de alumnos arrastrando sus sillas para despedir al profesor con la típica reverencia; que luego comenzaron a moverse por el lugar buscando a los compañeros con los que iban a comer, todos los días. Uno de sus amigos llamó al delgado chico desde el marco de la puerta, ambos pertenecían a clases distintas y éste siempre iba a visitarlo para salir a comer juntos. Era unos centímetros más alto que él, con el pelo largo y rizado, y de naturaleza tímida; su nombre era Mizuki.

Cogió su mochila, y sacó de ella el almuerzo que su madre le había preparado aquella mañana, dirigiéndose hacia donde su amigo le esperaba.

A continuación, ambos subieron a la azotea del edificio y se colocaron en el sitio habitual. Les gustaba comer allí arriba, nadie les molestaba, tal vez la razón de esto era que poca gente solía estar por el lugar a esa hora. Podían hablar de cualquier cosa que quisieran, sin miedo a que alguien les llegara a escuchar.

Aquel día se encontraban completamente solos.

Cada uno abrió su respectivo almuerzo y comenzó a comer de él, ninguno de los dos abrió la boca para comentar nada, lo que para Mizuki resultó algo extraño. Su amigo siempre sacaba tema de conversación, no importaba de qué, siempre tenía algo que decir, pero aquel día se veía extraño. No solo porque no hablase, sino porque tampoco parecía encontrarse en el mismo lugar que él. Era como si su cerebro se hubiera alejado de aquella azotea. Y es que no podía dejar de pensar en el chico que había estado observando hacía apenas media hora.

-          ¿Estás bien? –quiso saber el muchacho de pelo rizado.

-          ¿Humm? Ah, Mizuki. Sí, sí, estoy bien. Estaba pensando.

-          ¿Tú? ¿Pensando? –el aludido frunció el ceño pero no comentó nada.

Alejando al desconocido de sus pensamientos intentó sacar el tema de conversación como ya era parte de su rutina diaria, no lo consiguió, sin embargo. Su mente no hacía más que volver al lugar donde, quizá todavía, se encontraba aquel misterioso y melancólico chico de hebras castañas.

Mizuki agitó la mano enfrente de los ojos de su amigo ayudándole a bajar, una vez más, la cabeza de las nubes.

-          No será que estás enamorado –bromeó.

-          Ya sabes que esas cosas no me interesan.

-          O eso dices tú…

Los dos amigos se miraron un momento antes de seguir comiendo. Tenían que darse prisa en terminar sus bento o no llegarían a sus próximas clases. Tragando, pues eso es lo que estaban haciendo (al fin y al cabo), la comida que les quedaba con rapidez acabaron al paso de dos largos minutos para, segundos después, oír como sonaba de nuevo el timbre que anunciaba el final de la hora.

Se despidieron en la puerta del aula de Mizuki, el más bajo de los dos siguió caminando hacia la suya, una vez llegó y se dirigió a su silla pudo ver que alguien le había dejado una carta en el momento en el que había desocupado su asiento. La carta, blanca, estaba decorada con un más que vistoso corazón de color rosa. El chico miró el trozo de papel y se lo guardó en la mochila. Como había dicho antes, no le interesaban ni lo más mínimo ni las chicas, ni aquello que las personas llamaban amor.

Se sentó en su sitio, momentos después de suspirar y esperó pacientemente a que llegase el profesor encargado de darle matemáticas mientras miraba por la ventana. Como había esperado, el solitario chico que había visto hacía una hora, ya no estaba por ninguna parte. Seguramente se había ido a comer a algún restaurante cercano o, tal vez, la persona a la que esperaba ya había hecho acto de presencia y se habían marchado juntos.

Cuando la puerta de la sala se abrió y el profesor entró por ella, el chico castaño, así como el resto de sus compañeros, se levantó de su silla para saludar correctamente al recién llegado quién, para sorpresa de todos y sobretodo de dicho estudiante de estatura media, no venía solo.

Una vez volvió a sentarse, no pudo evitar despegar la mirada del intruso y su corazón comenzó a latir con fuerza dentro de su pecho ante la sorpresa. El nuevo no era nadie más que el chico que había visto la hora anterior, de eso estaba seguro; vio cómo el recién llegado intentaba no mirar directamente a ninguno de los allí presentes a los ojos, se le notaba levemente cohibido por tantas miradas curiosas que le recorrían sin ningún tipo de pudor. El otro pudo oír un par de susurros mal disimulados, así como alguna que otra risilla por parte de las chicas, y algún que otro comentario sobre “lo guapo” que era, proveniente de las mismas. Escrito en la pizarra se encontraba el nombre del chico nuevo:

-          Kei, por favor, preséntate al resto de tus compañeros.

El estudiante de nombre Kei dio un paso vacilante al frente y se encaró a los que iban a ser sus compañeros de clase y con voz leve y apenas audible pronunció alguna que otra palabra que solo llegaron a oír los alumnos de primera fila, el profesor y el cuello de la camisa de estudiante del propio Kei. Pronunció en voz más alta la última frase de su presentación para ponerse completamente rojo al paso de menos de medio segundo. Aquello, el sonrojo así como sus palabras, volvió a causar un rumor que recorrió la clase entera.

-          Siéntate al lado de Tsurugi, Kei –le indicó el profesor señalando hacia donde el muchacho de pelo castaño estaba situado intentando no demostrar nerviosismo, ni de parecer culpable de nada.

Kei hizo lo que le habían mandado. Pero no dio muestras de haber visto en algún sitio al otro. Tsurugi suspiró aliviado. ¿Cómo había llegado a pensar que Kei podría reconocerle? Se habían mirado desde una distancia lo suficientemente amplia como para que no pudiera identificarle, ni siquiera por el lugar en que se encontraba la ventana cercana a él. No era como él, que podía quedarse con las caras de la gente rápidamente, sin importar lo lejos que la otra persona se encontrara.

La clase de matemáticas se pasó lentamente para Tsurugi (o podría decirse que fue mortalmente tediosa) quien intentaba, por todos los medios, no cruzar una sola mirada con el chico nuevo, y evitar el impulso que tenía de ponerse a mirar por la ventana le resultaba una tarea de lo más complicada. Así que cuando llegó la hora de cambiar de asignatura pudo respirar con tranquilidad y relajarse. Tenían Educación Física y eso le permitiría alejarse durante un tiempo de Kei, así como enfriar su mente alejándola de aquel muchacho.

Sin embargo, su tutor de aquel año tenía otros planes diferentes para él; nada más acabó la clase le llamó desde la mesa al igual que a Kei. Tsurugi si dirigió hacia su profesor con lentitud y nerviosismo siguiendo a su compañero desde una prudente distancia.

-          Tsurugi, quiero que te encargues de Kei. Como hoy es su primer día no ha traído la ropa necesaria para vuestra siguiente clase, así que quiero que la dediques a enseñarle las instalaciones del colegio, ¿de acuerdo?

-          De acuerdo –contestó con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.

 

Se dejó caer agotado al lado de Mizuki en el banco y suspiró sonoramente, de forma exagerada. Su amigo de pelo rizado le miró divertido por su actitud.

-          Enseñar todo el colegio es una actividad de lo más agotadora –se quejó.

-          ¿Y qué tal es el chico nuevo?

-          Callado, sumamente callado… me recuerda a alguien pero últimamente parece que solo quiere hablar –y dirigió su mirada a su acompañante quien se rio levemente.

-          Ya sabes: «La confianza da asco».

Se quedaron en silencio durante unos minutos.

Tsurugi miró su reloj y volvió a suspirar, pero esta vez de forma nerviosa.

-          ¿Cuánto más piensa este hombre hacernos esperar?

-          Ya sabes que cuando llega tarde lo hace de verdad…

Tuvieron que esperar una larga media hora a que el amigo con el que habían quedado hiciera acto de presencia. Y cuando lo hizo, como parecía ser ahora la costumbre de todos los que rodeaban a Tsurugi, no vino solo; alguien caminaba junto a él y, como si el destino se estuviera riendo del castaño, ese alguien era Kei.

-          Llegas tarde, Mao –se quejó Mizuki cruzándose de brazos, intentando parecer enfadado. Tsurugi, en cambio, no dijo nada.

-          Lo siento, Mizu, pero estaba esperando a Kei –contestó el recién llegado señalando a su acompañante. Y, a pesar de que le estaban intentando culpar por la tardanza, Kei, al igual que Tsurugi hacía unos segundos, se quedó completamente callado.

A continuación, hicieron las presentaciones necesarias. Mizuki recibió al nuevo con una media sonrisa, cortés, y un leve movimiento de cabeza para mirar segundos después al adolescente llamado Mao con el ceño fruncido. Tsurugi, quién se dedicó a asentir levemente al oír el nombre de Kei sin dedicar ni una mirada tan siquiera a éste, se dio cuenta de que a su amigo de pelo rizado le incomodaba tanto, o más, que a él la presencia del castaño. Tal vez Mizuki pensaba que estaba intentando levantarle el novio. Por su parte, Kei no hizo ni comentó nada y Mao observaba a todo el mundo con una extraña mueca en su rostro.

-          ¿Puedo hablar contigo un momento, Mao? –preguntó Mizuki, todavía con el ceño fruncido, pasados unos segundos en completo silencio.

-          Claro –respondió éste, más extrañado que antes, y se alejó de los otros dos, dejándolos solos.

Tsurugi evitó por todos los medios el rostro de Kei, le incomodaba su presencia, pero lo que más lo hacía era lo que acababan de hacer Mizuki y Mao. No le importaban sus riñas de enamorados, tan siquiera le importaba si cortaban o no, solamente quería que dejasen esas cosas para cuando tuvieran una cita, no le gustaba que le dejasen solo con alguien que le ponía tan nervioso como Kei lo hacía.

 

. . .

 

 

Su estación favorita del año siempre había sido el otoño. Le gustaba ver las hojas de los árboles volverse de color marrón y caer al suelo. Adoraba pisar las mismas, esparcidas por todas partes. El cielo, la mayoría de los días, de color gris acompañaba su estado de ánimo. Era un chico depresivo, que no encajaba en ningún lugar, siempre cambiando de ciudad por culpa del trabajo de su padre.

Aquel era su primer día en Tokio, pero aquella vez la causa no había sido la típica, no, aquella vez había sido él mismo el que había decidido mudarse a la capital japonesa. Necesitaba alejarse de todo lo que lo enlazaba a su familia. Necesitaba un nuevo aire en su vida, aunque eso significase volver a ser el desconocido, volver a no encajar con los demás, necesitaba olvidarse de él. No quería pensar más en él. No quería seguir estando enamorado. Quería olvidarse de aquella tan accidentada relación que tenían. Estaba cansado de las peleas, de tener que esconderse, de tener que aparentar que se llevaban a matar.

Olvidar, olvidar todo era lo que más necesitaba en ese momento y Tokio era una buena forma para hacerlo. Podría haberse ido del país, a cualquier otro lugar del mundo, pero no lo había hecho, solamente sabía japonés, ni siquiera el inglés se le daba bien y, además, por alguna razón que desconocía completamente, sentía que debía quedarse en el país nipón.

Había decidido buscar trabajo, no importaba en qué, los estudios ya no le interesaban, había perdido la beca universitaria cuando tuvo un accidente y no pudo seguir jugando al baloncesto, y por esa razón sentía cierta repulsión hacia la universidad y la gente que allí estudiaba. Pero aquello era lo más difícil, encontrar trabajo, nada en especial se le daba bien, y no tenía ningún estudio después de la preparatoria. Además, estaba su forma de ser, siempre callada, siempre tímida, hacía mucho tiempo que había dejado su lado rebelde (todo gracias a cierta persona de la que necesitaba olvidarse por completo), aunque aún seguía tiñéndose el pelo con frecuencia.

Al no tener ingresos de ninguna parte, pues sus padres no pensaban darle ni un mísero yen y todavía no había encontrado trabajo, y solamente llevaba consigo el poco dinero con el que se había ido de casa (menos el que gastó al comprar el billete de tren que le llevó a Tokio) tuvo que quedarse en un modesto hotel lejos del centro de la ciudad, en uno de los barrios más pobres. No tenía más remedio.

Semanas pasaron hasta que por fin le contrataron en un restaurante de comida rápida, atendía las cajas y daba los pedidos a sus correspondientes dueños. No pagaban demasiado, pero era suficiente por aquel momento. Y para cuando quiso darse cuenta ya llevaba poco más de un mes en la nueva ciudad. Hablaba poco, y no había hecho ningún amigo todavía, aunque tampoco es que le corriese prisa ni tuviese intención alguna de hacerlo.

 

***

 

Tumbado en la cama, completamente a oscuras y con la vista clavada al techo pasaba sus horas muertas. El pelo blanco, cada vez más gris, esparcido por las sábanas y las amargas lágrimas cruzándole el rostro. No entendía qué era lo que le estaba ocurriendo. Mizuki lo había llamado amor. Una risa burlona cruzó su mente, era suya pero al mismo tiempo no lo era. Tsurugi enamorado, de un chico, eso sí que era nuevo para él. Bueno, era nuevo para todos. Él no creía en el amor, no al menos en que él pudiera sentirlo. Cierto era que le gustaba leer novelas románticas, pero de eso a enamorarse él había un precipicio muy grande, al que había, al final, terminado por caer.

Intentaba evitarle por todos los medios, no hacer contacto visual con él, pero de un modo u otro, por culpa del destino, de la suerte o de lo que fuera, siempre acababa teniendo que hacer algún trabajo, o alguna cosa, con él. Y eso no ayudaba, más bien echaba todo su esfuerzo a perder. Siempre acababa acompañado por él. Sin embargo, por mucho que pretendiese aparentar que no le gustaba estar tan cerca de Kei lo hacía, le gustaba su, casi completamente silenciosa, compañía. Aunque intentase evitarle, y afirmase que su presencia le incomodaba así como no le gustaba tener que hacer cosas con él, en realidad deseaba verle todos los días, a todas horas. Nunca era suficiente el tiempo que pasaba con Kei, siempre quería más.

La señales estaban ahí, cualquiera podría verlas, cualquiera menos él; no es que no quisiera hacerlo, simplemente las ignoraba con todas sus fuerzas.

Aún en la oscuridad de su cuarto decidió que no podía seguir así, no podía continuar mostrando aquella profunda tristeza, tenía que dejar de llorar, de auto compadecerse de esa forma, porque de ese modo, y Tsurugi lo sabía, lo único que iba a conseguir era hacer cada vez más daño a las personas que se preocupaban por él, y hacérselo a sí mismo.

Se secó las lágrimas y decidió dar una vuelta por la calle para despejarse un poco, para dejar de darle vueltas todo el rato al mismo asunto. Quería alejar de su mente a Kei durante el mayor tiempo posible aquel domingo, pues al día siguiente le iba a volver a ver aunque no quisiera.

Mientras caminaba por la ciudad sin tan siquiera detenerse para mirar por dónde iba acabó chocándose con alguien que parecía ir más distraído aún que él. La persona a la que había empujado sin querer, quien había terminado en el suelo, se quejó dolorosamente del golpe. Fue entonces cuando Tsurugi se fijó en quién era. Iba vestido completamente de negro, y su pelo, también de ese color oscuro, le tapaba su siempre seria cara que mostraba una mueca de dolor en ese momento, aun así, el castaño le reconocería en cualquier lugar, era Aki.

Ayudó al chico a levantarse tendiéndole una mano, y cuando Aki ya se había recuperado del golpe se fijó por primera vez en el causante de su caída. Se sorprendió al ver a su amigo plantado delante de él. Tsurugi no pudo evitar sonreír ante el rostro de sorpresa del pelinegro.

-          ¿Qué haces aquí? –preguntó el muchacho.

-          Vivo aquí, Aki, ¿es que no lo recuerdas? –y sonrió ampliamente a su amigo-. El que debería sorprenderse de verte tendría que ser yo, ¿qué haces fuera de Osaka?

-          Trabajo.

-          ¿En qué?

-          Camarero –y señaló un pequeño bar que tenían a apenas dos pasos.

-          ¡Yo también trabajo ahí!

-          Ah.

Aki no era un hombre de demasiadas palabras, Tsurugi lo sabía, pero nunca se podría acostumbrar a su forma de hablar, y siempre le iba a causar gracia ese rasgo en la personalidad de su amigo. Aunque, cierto era, que todo le daba risa.

-          ¿Cómo así no hemos coincidido en ningún turno?

Aki se encogió de hombros ante la pregunta de Tsurugi.

-          He empezado esta mañana –contestó en un tono de voz bastante bajo.

-          Ah, es que yo los domingos no trabajo… Oye, ¿te importa si me quedo un rato contigo? Al menos hasta que entres de nuevo a trabajar.

Como el pelinegro había hecho antes, se volvió a encoger de hombros.

Pasaron unos minutos en completo silencio, Aki sentado en el bajo escalón de la puerta del bar y Tsurugi con su espalda apoyada en la pared mientras se fumaba un cigarrillo siguiendo a la gente, que caminaba enfrente de ellos, con la mirada.

-          ¿Cuándo te fuiste de Osaka? –quiso saber el peliblanco todavía observando a la gente.

-          La semana pasada.

-          Podrías haberlo dicho…

-          Lo siento.

-          No hace falta que te disculpes. Ya sé que te gusta más ir por tu cuenta –y ladeando la cabeza sonrió a su amigo que le miraba desde abajo.

A continuación, tiró los restos del desgastado cigarrillo antes de suspirar profundamente y de desperezarse como lo haría un gato.

-          Bueno, Aki… Será mejor que me vaya ya… Me alegro de haberte visto. Adiós.

-          Adiós –contestó el pelinegro levantándose del suelo.

Tsurugi siguió caminando durante un rato más. Haberse encontrado con su amigo, a quién no veía desde hacía años pero que seguía igual que siempre, le había ayudado a distraerse de forma momentánea. Sin embargo, ahora en la soledad, no pudo evitar comenzar a pensar de nuevo en todo lo que tenía que ver con Kei.

 

. . .

 

 

Tercer día del segundo mes en Tokio. Todo pasaba lentamente. Se sentía como si llevara ahí más de dos años, y no poco más de dos meses. La soledad, la tristeza, echarle de menos, aquello tampoco ayudaba demasiado a que los días se fueran con más rapidez. Cualquier ordinario acto, cualquier acción, por pequeña e insignificante que fuera, le resultaba una gran hazaña que realizar. No importaba cuánta gente le rodease, con cuántos compañeros del trabajo hablase, siempre se sentía solo. Y por mucho que desease olvidar a Tsurugi no podía evitar querer encontrárselo por la calle, no podía evitar echarle de menos, ni a él ni a sus besos ni su forma de ser, siempre tan alegre hasta en los momentos tristes.

Iba y volvía de trabajar como un autómata. No se paraba a hablar con nadie casi nunca y, cuando lo hacía, era para intercambiar frases de cortesía acerca del trabajo bien hecho, o cosas por el estilo. No había hecho ninguna amistad, ninguna relación, que para lo único que salía por Tokio, aparte de para ir al restaurante, era para comprar. Su vida social se reducía a los clientes que atendía y a hablar de vez en cuando con Aki para ver cómo iban las cosas por Osaka. Evitando el tema de Tsurugi, no quería que éste se presentase en Tokio de repente.

Pues por saber, el castaño no sabía dónde estaba.

Y no había riesgo de que Aki se fuera de la lengua, pues el pelinegro nunca lo hacía. Aunque a veces, en lo más profundo de su ser, deseaba que a su amigo se le escapase enfrente de Tsurugi su nuevo lugar de residencia. Esperaba ver al castaño traspasar el umbral de la puerta del restaurante donde trabajaba, de un momento a otro, todos los días que llevaba viviendo en Tokio. Pero eso, ni había pasado, ni iba a pasar, nunca.

Era mejor no hacerse ilusiones.

Olvidarle, eso era lo más fácil… pero también lo más difícil, porque dolía… dolía demasiado.

Quedarse parado a mitad de una orden o pensativo mientras esperaba a que entrasen nuevos clientes era lo típico en él y a veces le causaba problemas pues no rendía lo suficiente, y ya había estado a punto de ser despedido alguna que otra vez. Aunque sus compañeros hacían lo necesario para cubrir a ese extraño chico cuando las cosas le salían mal, muchas veces era imposible disculparle. Pero cuando más pensativo estaba era cuando tenía el descanso para comer, los que trabajaban con él siempre hablaban entre ellos, se reían, comentaban lo que habían hecho fuera del restaurante y hacían ruido; y él, sin embargo, se quedaba callado, mirando su comida, removiéndola, comiendo sin ganas, y siempre en silencio.

Y aquel día no iba a ser diferente a los demás. Sacó su bento preparado, que compraba todos los días en una pequeña tienda cerca de su casa antes de ir a trabajar, y se sentó en la mesa sin comentar nada y arrastrando levemente los pies. Pero no había ni levantado la tapa cuando alguien gritó su nombre, y una de sus compañeras a las que les tocaba atender a los clientes asomó la cabeza por el resquicio de la puerta buscando al castaño con la mirada.

-          Kei, hay alguien que pregunta por ti –comunicó al muchacho quien se sorprendió al oír aquello.

Levantándose como bien pudo, pues sus temblorosas piernas a penas le conseguían mantener de pie, se dirigió fuera de la sala de descanso y entonces lo vio, su pelo negro cayéndole por los ojos era inconfundible, así como su postura falsamente relajada y seria: era Aki. El corazón de Kei volvió a latir con normalidad al relajarse. No era Tsurugi como había pensado en un principio.

-          ¿Qué haces aquí? –quiso saber el castaño saltándose los saludos.

Aki le miró como siempre hacía, sus ojos no mostraban ningún sentimiento, pero Kei pudo leer en ellos una gran hostilidad.

-          ¿Podemos ir a algún sitio más tranquilo a hablar? –preguntó el otro, fríamente, en un susurro.

-          De acuerdo –aceptó el otro siguiendo al más alto al exterior.

Una vez en la calle, Aki se dio la vuelta para enfrentar a su amigo quién se abrazaba a sí mismo, pues fuera hacía frío y él iba en manga corta (por el uniforme del restaurante).

-          Vuelve a Osaka.

Kei se quedó pasmado ante la petición del pelinegro.

-          No quiero –contestó intentando no tartamudear.

-          Vuelve a Osaka –repitió Aki, como si fuera un robot programado para decir solo aquella frase.

Hubo un tenso momento en el que ninguno de los dos amigos dijo nada, hasta que al final Kei reunió las fuerzas necesarias para preguntar:

-          ¿Por qué?

-          Lo está pasando mal. Desde que te fuiste ya no es el mismo de siempre, ha adelgazado, y ya sabes que siempre ha sido muy delgado, apenas sale de casa si no llega a ser por nosotros… Le decimos que no sabemos dónde estás, pero se nos están acabando las escusas y comienza a darse cuenta de que le estamos mintiendo… Te necesita. Por favor, Kei, vuelve a Osaka.

-          No quiero –dijo conteniendo las lágrimas que luchaban por escaparse de sus ojos-. Yo… he… he conocido a alguien…

Mintió, mintió descaradamente para que le dejara en paz, pero había tartamudeado y Aki no era para nada estúpido, sabía la razón por la que mentía. Era para intentar convencerse a sí mismo, que para convencer a Aki, de que ya no necesitaba a Tsurugi, que ya no estaba enamorado de él, y que ya no iba a volver a caer en sus brazos como tantas otras veces había hecho tiempo atrás. Pero en cierto modo, sabía, todos sabían, incluso el propio Tsurugi (quien ahora mismo no estaba como para pensar en positivo) sabía, que acabaría volviendo, tarde o temprano.

El pelinegro sonrió de medio lado observando con pena a su amigo.

-          Haz lo que quieras, Kei –y suspiró agotado-. Yo ya te he dicho lo que debía decirte. Les dije a Mizuki y a Mao que esto no iba a funcionar, no al menos inmediatamente, pero no me escucharon y me han mandado aquí. Sabes que lo que estás consiguiendo con esta actitud tuya no es más que hacer daño a Tsurugi, y hacértelo a ti mismo… Tú sabrás lo que haces… pero no puedes seguir así. Ninguno de los dos podéis seguir así…

Y dio media vuelta alejándose del castaño, dejándolo solo, llorando, pues las lágrimas al final acabaron consiguiendo su cometido y se derramaron sin consuelo por las mejillas de Kei.

El muchacho se había quedado paralizado a mitad de la calle, siendo zarandeando de vez en cuando por la gente que pasaba con prisa a su alrededor. Era como si el tiempo se hubiera parado mientras hablaba con su amigo, y ahora había comenzado a andar a una rapidez anormal.

No supo cuánto tiempo llevaba ahí, parado, pero estaba seguro de que hacía rato que debería haber vuelto al restaurante, mas no le apetecía seguir trabajando. Solo quería continuar ahí de pie (o al menos sus piernas querían eso, pues no estaban por la labor de moverse) helándose de frío poco a poco. No le importaba si le acababan despidiendo, ya nada le importaba, no al menos aquel día. Solo deseaba volver a casa, volver a su apartamento y derrumbarse en la cama viendo el tiempo pasar, notando como se quedaba sin lágrimas, sin voz, y como acababa por dormirse con las mejillas todavía mojadas.

Pero tuvo que volver a trabajar aunque a veces no viera bien lo que apuntaba o hacía a causa de sus ojos empañados.

 

***

 

 

Tsurugi estaba teniendo uno de los peores días de su vida, nada le salía como realmente quería y tuvo que irse a atender mesas en el bar donde trabaja a tiempo parcial con un humor de perros. Su hermana había estado toda la mañana haciéndole cambiar muebles de un lado a otro de la casa y estaba agotado, no solo por el trabajo físico que había hecho, sino también porque se había tenido que levantar a las siete de la mañana. Todas las Navidades pasaba lo mismo, y estaba harto. Además de eso, su madre le había echado en cara que no hacía nada en la casa, a pesar de haber estado toda la mañana sin parar ni un mísero segundo, y de tener que ir a trabajar unas pocas horas después de comer. Y en el trabajo tampoco tuvo casi ningún tiempo de descanso, se paseó como bien pudo entre las mesas cada vez más llenas de gente, algo que nunca antes, desde que llevaba trabajando ahí, había ocurrido. Supuso que era por las vacaciones.

A eso de las ocho y media de la tarde el local ya se había vaciado considerablemente, solo quedaban dos o tres personas, y su jefe le dejó descansar. Decidió salir a fumar un cigarrillo a la calle mientras dejaba escapar el tiempo a la vez que el humo por su boca. Entre calada y calada suspiraba, o bostezaba cansado. Pensaba en lo bien que le vendría una cama cuando los pocos clientes que quedaban dentro salieron. Era la hora de cerrar, así que, después de despedirse de los clientes con un leve movimiento de cabeza, volvió para limpiar todo y dejarlo ordenado para que al día siguiente Aki encontrase todo en orden cuando fuera en su turno de la mañana.

-          Bueno, Tsurugi, yo me tengo que ir –le dijo el jefe mientras el, ahora, castaño limpiaba una de las tazas de café-. Cierra todo cuando te vayas, y no te olvides de activar la alarma. Hasta mañana.

-          Hasta mañana –contestó el muchacho evitando un largo bostezo.

Y siguió limpiando como si aquella interrupción no hubiese ocurrido.

Pasada una media hora, cuando estaba terminando oyó un ruido desde la puerta de la calle que le hizo levantar la vista de un vaso para ver qué había sido aquello. Alguien estaba intentando entrar al bar.

-          Lo siento, hemos cerrado –comunicó volviendo a su labor sin siquiera observar a la persona que acababa de entrar hasta que oyó su nombre. O más bien un susurro que se parecía a su nombre.

Entonces lo vio. Un magullado Kei le observaba apoyado en el marco de la puerta. Inmediatamente, Tsurugi dejó lo que estaba haciendo y corrió hacia su amigo preocupado. Sabía que se metía en peleas, pues algún que otro día le había visto con un ojo morado o el labio partido, pero nunca antes lo había visto así. El castaño más joven casi ni se podía mantener en pie, y se hubiese caído si no llega a ser porque Tsurugi llegó justo a tiempo hasta él. Y apoyando todo el peso de su amigo en su cuerpo lo llevó hasta el despacho de su jefe, que siempre dejaba abierto.

-          ¿Con quién te has peleado para que hayas acabado así? –preguntó el más alto mientras colocaba a Kei en una silla.

Kei sonrió enseñando sus dientes ensangrentados.

-          Tendrías que haberle visto a él –dijo orgulloso.

-          ¡Kei! –exclamó Tsurugi cansando de la actitud del más joven-. Esta vez os habéis pasado, lo sabes, ¿verdad?

Y desapareció del despacho al baño continuo para buscar algo con lo que desinfectar las heridas de Kei.

-          ¡Ah! Hace daño… –se quejó el muchacho al notar un algodón chocar contra su cara en una fea herida.

-          ¿¡Y qué te esperabas!?  Debería llevarte al hospital –dijo entre dientes mientras se ocupaba ahora del labio de su amigo.

-          ¿Por qué tanta preocupación ahora tan de repente?

-          ¿A qué te refieres? –paró un momento para mirar a Kei a los ojos intentando hacerle ver que no entendía de qué le estaba hablando.

-          Siempre me hablas con frialdad e intentas evitarme siempre que puedes… ¿por qué ahora te preocupas por mí?

-          ¡Eres tú el que se ha presentado en mi trabajo de este modo! –se quejó Tsurugi exasperado.

Silencio. Solamente se escuchaban las quejas de Kei cuando notaba el alcohol desinfectar sus heridas cuando Tsurugi le curaba, y algún que otro suspiro del más alto, quién se había olvidado por completo de lo muerto de sueño que estaba hacía apenas una hora.

-          ¿Puedes levantarte? –quiso saber, una vez hubo acabado.

Kei negó.

-          Deberíamos haberte llevado a urgencias –se volvió a quejar Tsurugi separándose del otro para irse a sentar en la silla de su jefe, detrás del escritorio del despacho.

Sin embargo, algo se lo impidió. Cuando se dio la vuelta para ver qué era lo que ocurría vio que Kei le había agarrado de la manga de la camiseta tirando para que no pudiera moverse demasiado.

-          ¿Qué?

-          No te alejes –se quejó en un susurro.

-          Solo me iba a sentar ahí.

Kei negó con la cabeza, sus ojos se habían llenado de lágrimas que caían por sus mejillas sin consuelo, a Tsurugi se le paró el corazón al ver a su amigo de ese modo.

-          No te alejes –repitió el muchacho sin poder parar de llorar.

El más alto volvió sobre sus pasos y se arrodilló hasta poner su rostro enfrente del de Kei, y le secó las lágrimas con renovado cariño.

-          No me alejo –susurró.

Entonces, sin poder evitarlo, se aprovechó de la situación así como de la cercanía de los labios ajenos y besó levemente a Kei. Fue un beso que duró tres segundos, y cuando el mayor se separó no vio ni rastro de la sorpresa que esperaba ver en el rostro del otro, sus ojos, que contenían un extraño brillo, indicaban que aquello le había gustado. Fue la siguiente vez Kei quien besó tiernamente a Tsurugi. Y así, poco a poco, entre tiernos besos el más joven acabó por quedarse dormido.

Al ver cómo respiraba con los ojos cerrados Tsurugi sonrió, medio de mala gana, y volvió a aprovechar la situación de Kei para llamar por teléfono a la madre de su amigo contándole qué era lo que le había ocurrido a su hijo.

 

Como Tsurugi había esperado, la madre de Kei le llevó al hospital, pues su estado era peor de lo que parecía. El muchacho se había roto unas cuantas costillas así como desencajado la rodilla derecha y habían tenido que ingresarlo hasta que pudiera volver a andar de nuevo y a hacer su vida con normalidad. Después de aquello Kei había prometido no volver a meterse en una pelea nunca más.

Pasado más de un mes desde que había ingresado en el hospital el castaño recibió dos noticias que le dejaron peor de lo que ya estaba de por sí; el chico con el que se había peleado, quién había acabado también hospitalizado, se había suicidado en su cuarto, no había denunciado a Kei, porque no quería causarle más problemas de los que ya le había causado, y pensaba que su suicidio y su ingreso en el hospital era suficiente castigo para él (o al menos eso fue lo que aquello le llevó a pensar a Kei).

Cuando ya quedaba poco más de una semana para que Kei pudiera salir Tsurugi recibió la llamada preocupada de la madre del más joven. Kei había desaparecido de su habitación y no lo encontraban por ningún lado.

-          Tranquilícese, ¿vale? Lo encontraremos, ¿de acuerdo? No se preocupe, señora. Encontraré a su hijo.

Malhumorado y enfadado con su amigo por haberse escapado Tsurugi salió de su casa a toda prisa aquella tarde. De forma apresurada se dirigió al lugar al que Kei había ido. No le había hecho falta pensar ni un segundo y ya sabía dónde era que estaba.

-          Este chico será mi tumba –se quejaba entre dientes el castaño cuando ya se encontraba bastante cerca del sitio donde seguramente estaba su amigo-. Mira que escaparse del hospital en su estado, ¿pero en qué mierda está pensando?

Se paró al llegar a un campo de baloncesto, cerca de la canasta más lejana Tsurugi pudo ver una figura de una persona sentada. El muchacho suspiró y se acercó a su amigo lentamente. Cuando ya estaba cerca de él se sentó a su lado. Kei, sin embargo, no se sorprendió. Le había estado esperando.

-          Si he venido aquí es por varias razones, y una de ellas es que sabía que tú eras quien me iba a acabar encontrando –comentó el más bajo todavía mirando al frente, antes de que Tsurugi pudiera echarle en cara nada.

-          ¿Por qué te has ido del hospital, Kei?

-          Necesitaba pensar, ahí es casi imposible hacerlo…

-          En lo que deberías estar pensando es en recuperarte del todo, y no en cosas egoístas, para que puedas seguir viviendo como siempre –al oír aquella frase, Kei no pudo evitar reírse con frialdad.

El castaño miró a su amigo sin entender qué había sido eso. Sin embargo, Kei siguió sin devolverle la mirada.

-          Para que pueda seguir viviendo como siempre, ¿eh? –repitió el muchacho sin alegría-. Tsurugi… no voy a poder volver a jugar al baloncesto… voy a perder la beca y por lo tanto seguir en la universidad me va a ser imposible.

Tsurugi se quedó en silencio ante aquello, sabía que el baloncesto lo era todo para su amigo y que perder la única cosa que le hacía feliz en el mundo era lo peor que le podía ocurrir. De repente ya no estaba enfadado con Kei, el enfado había dado paso a la tristeza. No podía compararse con el baloncesto, y aquello le dolía, pues, aunque egoístamente, él quería ser el único que hiciera feliz a Kei, quería ser su todo.

-          Tsu… -susurró el menor y apoyó su cabeza en el hombro del otro con cansancio-. No te vayas tú también… por favor… quédate conmigo… para siempre.

-          Claro que me quedaré contigo. No lo dudes –contestó el delgado muchacho algo más feliz.

-          ¿Para siempre? –preguntó Kei de forma infantil.

Tsurugi besó la frente de su amigo.

-          Para siempre –prometió.

Y afianzaron la promesa con un largo beso que les hizo caer al suelo entre risas para volver a besarse con desesperación a continuación tumbados como estaban.

 

. . .

 

Intentar borrar de la memoria los recuerdos pasados juntos era una acción difícil de llevar a cabo. Pero necesaria si quería olvidarle por completo, si quería continuar con la vida nueva que había encontrado en Tokio.

Un año había pasado desde la última vez que había visto a Tsurugi, desde la última vez que se habían peleado. Había pasado un año desde que decidió marcharse de Osaka. Y ahora, se podría decir que ya lo había olvidado del todo o que, al menos, pensar en él no le seguía doliendo, había encontrado a otra persona, la persona adecuada para ocupar el espacio que el castaño dejó en su corazón. Sin embargo, no podía negar que, de vez en cuando, se derrumbaba en las noches más solitarias, en unos momentos de debilidad que odiaba pero que tanto necesitaba. Se cuidaba de no llorar enfrente de aquella nueva persona, no quería preocuparla, tenía miedo de que le acabara dejando si descubría lo débil y penoso que podía llegar a ser al pensar en el pasado con Tsurugi. Además, habría que añadir, su pareja actual desconocía que una vez había llegado a amar tanto a alguien de su mismo sexo y nunca debería saberlo.

Quería que lo que había tenido con Tsurugi se quedara en su interior, que nadie de Tokio lo supiera, así sería su secreto, un secreto que siempre debería quedarse como tal. Más ahora que se iba a casar, no ahora que por fin iba a reencauzar su vida con una hermosa mujer, como debería haber sido siempre. Nadie en Osaka sabía que le había pedido matrimonio a su, ahora, prometida, nadie excepto Aki quién se lo había sacado, a quien nunca le había mentido antes.  Sabía que había sido muy arriesgado a hacerlo, pero era un riesgo que estaba dispuesto a correr. Tal vez porque en su interior esperaba que Tsurugi fuera a impedir la boda, tal vez porque quería que el castaño le buscara por fin para irse con él lejos, o tal vez porque, en el fondo, no le gustaba la idea de casarse. Era cierto que amaba a su prometida pero también quería guardar las apariencias.

Quedaba menos de un mes para el día señalado. Kei se encontraba en un constante estado de nerviosismo, así como de estrés, y mirara por donde mirara sus ojos no hacían más que causarle visiones, veía gente que en realidad no estaba ahí, o confundía personas con otras. Más de una vez había parado a alguien en la calle llamándolo por un nombre que, al final, no era el suyo al encontrarse cara a cara con una persona que no conocía de nada. Cualquier hombre de mediana edad con el pelo castaño que pasara delante de él le recordaba a Tsurugi y comenzaba a tener problemas para darse cuenta de que el hombre a quién miraba no era su antiguo novio.

Hasta que aquella mañana…

Salió del edificio de oficinas en el que trabajaba a toda prisa pues había tenido una reunión de última hora y llegaba tarde a probar tartas de boda, pero no llegó muy lejos, alguien enfrente de él le hizo detenerse de repente a la carrera. Su corazón había dado un vuelco emocionado para comenzar a latir con fuerza a continuación. El hombre que tenía delante era demasiado real como para no ser la persona que tantas veces, tantas noches y tantos días, había deseado ver otra vez. A penas había cambiado. La misma cara de siempre, el mismo pelo castaño con flequillo, la misma altura, la misma delgadez excesiva, idéntica sonrisa. No había ninguna duda, quien tenía delante era Tsurugi.

Notó la boca seca y los pies clavados al suelo. Tantas veces había soñado con el momento del reencuentro que ahora, cuando por fin había llegado, no sabía qué hacer, cómo actuar. Siempre se había imaginado corriendo a sus brazos sin pensarlo, había pensado que le besaría con necesidad ahí donde se encontraran, sin importar quién estuviera mirando y, sin embargo, ahí estaba, con las manos sudándole y el corazón a punto de salirse de su pecho.

Entonces fue Tsurugi el primero que habló pronunciando el nombre de su desaparecido amigo. Aquello fue suficiente para hacerle despertar, para que la burbuja de Kei se rompiera, y pudiera moverse y actuar con normalidad.

 

- - -

 

 

-          ¿Qué haces aquí?

-          Te casas –no era pregunta-. ¿La quieres?

-          Sí.

Las lágrimas surcaron el rostro del castaño de más edad. Era la primera vez que Kei le veía de ese modo, siempre había sido el propio Kei el que había llorado y no al revés, por lo tanto la escena le resultó demasiado extraña e irreal.

Se habían ido a casa de Kei, olvidándose de que tenía que ir a probar tartas de boda, y ahora mismo se encontraban en uno de los sofás del salón del más pequeño. Cerca, demasiado cerca, pero a la vez tan lejos.

En un acto, casi involuntario, Kei le secó las lágrimas a su amigo con ternura. Se le encogía el corazón al verlo de aquel modo, tan débil, tan pequeño.

-          Ke… i –suspiró Tsurugi a la vez que sollozaba.

-          Lo siento –le interrumpió el otro-. Siento haberme ido de ese modo, siento todo el daño que te hice, soy la persona más estúpida y egoísta del mundo, no te merecía… no te merezco…

-          No, Kei… -negó con la cabeza mientras cerraba los ojos con cansancio-. Si hubiera sabido lo que sentías, si te hubiera hecho caso las veces en que me decías que nos fuéramos de Osaka juntos… si lo hubiera sabido… El estúpido soy yo… fui yo quien te hacía daño…

-          Tsurugi…

Se quedaron en silencio durante un largo momento. Cada uno echándose la culpa a sí mismos por dentro. Ambos habían sido estúpidos, ambos habían sido egoístas, ambos habían hecho daño al otro, cada uno a su manera.

A continuación, se miraron profundamente a los ojos como tantas otras veces en el pasado y, como los polos opuestos de un imán se atraen, comenzaron a besarse con desesperación, de un modo en el que nunca antes se habían besado. Tsurugi fue el que se separó levemente y con lentitud.

-          Te vas a casar –fue lo que dijo.

-          Me da igual –contestó Kei-. No sabes las veces que he deseado volver a tenerte de este modo… No me dejes… por favor…

Tsurugi acortó una vez más la poca distancia que los separaba y le besó de nuevo, esta vez con ternura. Deseaba tanto a aquel hombre de hermosas facciones, de tan deliciosos labios… No quería perderlo una vez más, no quería volver a estar lejos de él, quería amarlo para siempre, quería volver a ser su todo.

-          No te dejaré, pequeño –susurró en el oído de Kei momentos antes de morderle el lóbulo de la oreja. Acto que hizo que el otro sintiera cómo se derretía sin poder evitarlo.

-          Quédate conmigo, por favor… Para siempre.

-          Para siempre –afirmó Tsurugi besándole ahora el cuello.

-          ¿Lo prometes?

-          Lo prometo.

Y así como habían hecho años atrás se hicieron aquella misma promesa.

 


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