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Beginning of the end. por ZeroDetraqueur

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Notas del fanfic:

¡La tercera es la vencida! 
De verdad, comienza a afectarme mi falta de experiencia en AY. 

 

Como sea. 

HUHUHUHHU. ¿Tardé mucho, corazones? ¿Se desinteresaron ya? 
Me tomaré mi tiempo para escribir, estas cosas llevan tiempo, al menos para mí, y últimamente me saturo con facilidad. 
La buena noticia es que sé perfectamente, después de dejar este capitulo abandonado por la mitad después de tanto tiempo, el giro que tomará la cosa. Están prometidas todas las advertencias que lleva la introducción, así que absténganse de aburrirse ahora. 

Me callo ya, ¡Buena lectura, corazones! 

Notas del capitulo:

No olviden enviar comentarios, porfis, con todas sus dudas, correciones, sugerencias de couples y demás. 

¡Léanme seguido! :* 

No era normal. Absolutamente nada era normal, pero, vamos, tampoco era una sensación nueva por más contradictorio que sonase. Es fácil comprenderlo, era un sentimiento similar al de un mal sueño, por ejemplo, el intentar correr e ir cada vez más lento, el prender cientos de luces y que ninguna sea suficiente para iluminar una habitación, incluso la sensación de que se lleven tus pertenencias y no poder hacer nada al respecto; desesperación, falta de control sobre uno mismo, fastidio, ira…

La camioneta era color ceniza claro por fuera, sus ruedas eran completamente negras, tenía una extraña pegatina en la ventana trasera izquierda con una frase que no alcanzó a comprender y vidrios polarizados, lo que por cierto fue lo que más llamó su atención; ¿Cómo es que no los detenían por eso? Los vidrios oscuros estaban prohibidos en la ciudad y éstos incluso hasta aparentaban poseer un blindaje. Pero, bien, estos solo eran detalles que alcanzó a percibir antes de ser empujado dentro, por la puerta trasera, y cegado con una venda extrañamente húmeda. Estaba más claro que el agua, lo estaban secuestrando, ¿Qué carajos les importaba la policía? Saldrían del país en menos de una hora y entonces todo sería parcialmente legal.

Estaba atado de manos y pies, con nudos ridículamente sencillos pero duros, amordazado y completamente ciego. El aire viciado se notaba caliente, a pesar de la fría época, predominaba el olor a cigarrillo sobre el de canela, sudor, whisky y el incomparable olor a cloroformo. ¡Ja, ja! Por supuesto, no serían tan idiotas de dejarlo consciente todo el camino, en cuando lo empujaron dentro taparon su rostro con esa porquería. Completamente puro, y en su rostro durante mucho tiempo, podría haberle causado la muerte, pero si lo disolvían en agua, y tenían algo de suerte, tendrían un resultado extraordinario; no mataban a la víctima, pero la dormían lo suficiente para atarla y alejarse de la ciudad cagando leche, para cuando despertase poco recordaría, y no tendría forma de ubicarse. Y era tal así su situación actual.

Cada presencia dentro de aquel vehículo emanaba tensión, podía sentirse en la atmósfera, tan denso que podría cortarse con un cuchillo, una tensión firme y resistente. Contó cerca de cuatro personas, y un par más en la parte delantera; por un momento se alegró de haber puesto tanta resistencia, e incluso dibujó una ligera sonrisa en sus comisuras, mas tampoco tardó mucho más en comprender que no era el único atado de pies y manos allí, al menos dos personas más estaban en su misma situación, o quizás un poco peor… Sus intentos desesperados por deshacer los nudos y sus respiraciones agitadas los delataban. Fuera de todo eso, lo único que salía de los límites de la normalidad, era el ruido. Nadie hablaba, se quejaba o intentaba gritar a través de la mordaza, era un silencio penetrante, escalofriante, que incluso le llegaba a desconfiar de sus oídos; pero no, sí que oía, podía oír cada movimiento de sus secuestradores, oía cómo inhalaban el humo tóxico de sus cigarrillos, oía cómo internamente maldecían por el creciente calor en la reducida atmósfera, y oía también el irregular ritmo cardíaco de sus pobres compañeros, escuchaba incluso el ruido de las gotas de sudor que caían por sus frentes.

¿Y qué podía hacer más que esperar su juicio final? No era más que un simple escritor cuyo nombre resultaba más irrelevante que la ciudad en donde había nacido. Tenía una buena carrera, varios libros publicados y se hallaba trabajando en una universidad poco importante como profesor de literatura, su sueldo era estable y a menudo se permitía algún que otro capricho, que iban desde cenas carísimas hasta viajes con descuento al ser un educador. Asistía al teatro al menos una vez por mes, cenaba afuera los fines de semana y, en sus tiempos libres se dedicaba exclusivamente a su pequeño grupo de lectores aficionados. De pequeño había estudiado artes marciales, defensa personal y toda la chorrada para evitar un robo, sabía exactamente qué hacer, cuándo, cómo e incluso, en aquél rato que llevaba sentado y completamente inmovilizado había ideado más de quince planes de cómo salir de esa con alguno de sus compañeros a salvo, pero ese tipo de entrenamiento no es precisamente como andar en bicicleta, y los años de sedentarismo frente a su anticuada máquina de escribir le habían jugado en contra. 
SeHun no tenía más de veinticuatro años, pero su enorme inteligencia le había aportado, a lo largo de su vida, las responsabilidades, y todo el aspecto, de un hombre mayor. Había fingido ser quien no era por mucho tiempo, ahora su máscara era su verdadero rostro.

Tenía cerca de dos teorías con las que contaba para no entrar en pánico. La primera era que, si le estaban secuestrando, entonces tendrían el cuidado de evitar que se quedase sin tiempo, es decir, no moriría indignamente ni arrojarían su cadáver en la carretera sin culpa alguna; más probabilidades para escapar con vida… y tiempo. Y la segunda; todavía no habían visto su cronómetro, lo cual era obviamente menos probable, por algo le tenían allí y, si bien no había salido de su hogar con mucho tiempo de más, tenía unos tres días por los cuales cualquiera habría matado. Qué tonto, en tiempos tan delicados, ¿Cómo se le ocurría salir cargando con tanto? Unas ocho horas habrían sido más que suficientes para cumplir su jornada, pero no, claro, el pánico le inundaba cada vez que salía, los recuerdos de la muerte de su única familia aún le atormentaban. Tenía cuatro años cuando presenció la adquisición de su hermano, seis cuando le vio perder la vida por la misma razón; su padrastro había dejado a su madre con diez minutos exactos para regresar a la casa luego de una pelea, ¡Qué estúpido al no reaccionar a tiempo!  Su hermano corrió a la puerta con la vena de su cuello saltando a la superficie frenéticamente, sujetó el brazo de su madre y salvó su vida, luego se quitó la propia… Era tan joven, tan estúpido, aún no dominaba bien su cronómetro ¿Cómo se le pudo ocurrir pasar tiempo sin ningún cuidado? ¡¿Cómo?! Y teniendo tan poco, además… Le pasó sólo quince minutos y se desconectó, tiempo que su madre gasto llorando su repentina muerte hasta caer desconectada ella misma ¡Qué estúpida! Teniendo dos hijos, ¿Cómo perder el tiempo así? ¡¿Cómo?! Él no tenía cronómetro por aquella época, era un niño, todo un crío estúpido, de haberlo tenido habría gastado su tiempo lloriqueando para ir con ellos, para comprender un poco mejor cómo se habían ido con tanta facilidad, pero no. Por supuesto que nadie a sus seis años piensa alguna vez en quitarse la vida, a una edad en la que ni siquiera comprender la verdadera naturaleza de la muerte, por lo que vivió con aquél hermoso recuerdo el resto de su vida. Con el tiempo, aprendió a olvidarlo, superarlo y esconderse detrás de la pequeña puerta de la locura para aislarse del dolor, siguió sus estudios, su carrera, reconstruyó su vida poco a poco y, con la lección de desconfianza que el abandono de su padrastro le había dejado, jamás volvió a atarse a las personas. Ignoró incluso a la mano que le alimentó el resto de su niñez.

SeHun era frío como el hielo, inteligente hasta la médula y más apuesto que cualquier modelo flacucho de revista. No estaba en forma, y  sin embargo, tenía una figura digna de pasarelas, teñía su cabello de rubio y lo cortaba a menudo en la misma peluquería de siempre. Había formado una costra asombrosamente dura alrededor de su quebradizo corazón y se había mantenido en pie cuando la mayoría se habría derrumbado después de tres pasos.

Y, sin embargo, ni su espíritu luchador logró apaciguar la ola de pánico que le invadió al adquirir una nueva certeza: Iba a morir.

La camioneta se detuvo poco a poco, obligándolo a inclinarse sobre una superficie fría que determinó que sería la división de la cabina del conductor, hasta por fin cortar de golpe el ligero impulso de la inercia. Contuvo un suspiro y apretó sus párpados bajo la venda, a la espera de alguna orden, palabra, consuelo quizás… No encontró nada más que el ruido de una puerta al abrirse, un asiento removiéndose, y la misma puerta cerrándose sin delicadeza alguna. A esta le siguieron otras dos puertas más, incluyendo la trasera, por donde lo habían metido. Bajaron tres personas, los cuales —y estaba más que claro— resultaban ser los agresores, y dentro permanecieron sus dos compañeros exhaustos de intentar soltarse y él, que sabía con exactitud que era lo más inútil que podría haber hecho en lugar de conservar algunas energías. 
Transcurrieron unos diez, quince, veinte minutos hasta que oyó los pasos de quien se aproximaba a la puerta trasera. Una mano cálida y áspera le retiró la mordaza con brusquedad y realizó el mismo movimiento con la venda de sus ojos, que quedó en el lugar de la anterior sin llegar a afectar su habla. El sol le cegó el tiempo suficiente para que el tipo le sacase de la camioneta de un tirón y le obligase a colocarse de rodillas con la puerta abierta de la camioneta detrás, para cuando su dañada vista había lograrse acostumbrarse a la nueva luz invasiva, sus colegas se hallaban en la misma posición a su izquierda, todavía medio ciegos.

Uno de ellos era un vecino no muy cercano de SeHun, era el típico empresario importante que pasaba tardes enteras frente al computador, descuidando a su pequeño bebé y a su joven esposa, con la esperanza de conseguir un ascenso. Era el tipo ejemplar que seguía al pie de la letra las extravagantes dietas que otorgaban los nutricionistas y salía a caminar a menudo por la manzana, con un pequeño pitbull que habría jurado que ni nombre tenía.  El tipo no lo reconoció, cosa que tampoco le extrañó teniendo en cuenta su escasa afición a relacionarse con sus vecinos, pero él sí y con su mera presencia en aquél lugar supo que estaba metido en un problema grave. No era una broma, ni  un robo simple que le dejaría con media hora para cruzar de vuelta la ciudad hasta llegar a su hogar y abrir una nueva cápsula de tiempo de su caja de ahorros, era un robo grande, complejo y sumamente planeado. Habían cometido secuestro, agresión, más de una violación a las normas de tránsito y, por si os parece poco, estaban más que dispuestos a matar por uno o dos días. 
El otro tipo tenía rasgos chinos, era moreno y de tez pálida, entendía el idioma a la perfección a juzgar por cómo reaccionaba a las órdenes que se le indicaban en coreano, y aparentaba tener su edad, sólo que SeHun pasaba por un cuarentón como si nada. No lo reconoció —y nunca lo haría—, pero habían sido buenos amigos en los tiempos de preparatoria, cuando ninguno de los dos había adquirido su cronómetro y tenían una vida salvaje, llena de retos y libertad, toneladas de libertad. Su ocupación no era algo que se le pudiese deducir a simple vista, su rostro emanaba inocencia e incredulidad y sin embargo sus acciones eran frías, cortantes y de quien posee cierto grado de consciencia fatal respecto a la situación; era a quien buscaban.

Lo más probable es que en estos momentos deduzcan que lo que buscaban de ellos era tiempo, años, horas, siglos quizás, y no estarían equivocados en absoluto, pero el tema iba un poco más allá, un poco muchísimo más allá. SeHun y su vecino tenían rasgos exclusivamente similares, ambos rubios, de buen porte y similar altura, vivían en la misma manzana y de vez en cuando hasta tomaban el mismo tren, el chino también tenía su misma altura, el mismo corte de cabello, aunque obviamente en otra  tonalidad, y no era la primera vez que SeHun le había visto por la ciudad —y es que él tenía buena memoria: no reconocía quién era, y no lo conocía, pero habría jugado dos cápsulas de un siglo a que había visto su rostro alguna vez entre la marea de gente de las mañanas de los lunes—. 
Sabía tres cosas: La primera, el moreno sabía algo que él no y era el plato fuerte de los agresores; la segunda, estaba siendo secuestrado, se hallaba a más de dos horas de la ciudad más cercana y aún no había desayunado; y la tercera, estaría de vuelta en su hogar en unos cuarenta minutos, con seis años extra contando en su pobre cronómetro.

Detectó un ligero olor a pólvora filtrándose por sus pulmones, resultaba extraño notar aquella sensación incluso antes que el olor en sí, teniendo en cuanta que era algo que una persona promedio jamás habría sentido, y fue precisamente aquello lo que le paralizó. Si alguna vez han fabricado fuegos artificiales caseros, y fallaron en más de un intento al encender la pólvora, entonces comprenderán el instinto lleno de pánico de apartar la mano o echarse a correr unos metros más atrás, ¿No es así? Era exactamente lo que experimentaba en aquél momento, arrodillado sobre la tierra húmeda, atado de manos y pies y con un par de compañeros más en su misma situación sin un intelecto relativamente coherente como para aceptar que gritar e intentar golpear a los agresores armados era inútil. 
Pasaron unos diez minutos más así, inmóviles bajo la custodia de un tipo de nacionalidad dudosa con una enorme arma, hasta que su preocupación por la pólvora desapareció por completo, tenía dos teorías al respecto: en primer lugar, y la cual resultaba extrañamente coherente pero estúpida a la vez, había posibilidades de que se encontrasen cerca de una fábrica de pólvora; Shinegae City era, sin duda, un punto específico de concentración de distintas variantes de fábricas y, encontrar una de estas en sus afueras, en medio de un bosque, no resultaba tan incoherente después de todo… ¿O era que la droga aún afectaba su cordura? La segunda era, naturalmente, que los tipos hayan tenido algún problema con sus armas, un punto que realmente resultaba escalofriante teniendo en cuenta la avanzada tecnología de las armas de fuego modernas, que lo único que no hacían era utilizar pólvora para su funcionamiento. 
Estaba determinando una hora exacta para dejar de fingir que los inútiles nudos en las cuerdas de mala calidad que tenía en sus extremidades le inmovilizaban por completo, cuando los agresores que había dado ya por extraviados en el variante bioma del clima aparecieron por el costado de la camioneta que no estaba a su vista. Todos vestían de negro, llevaban pasamontañas y sobre sus hombros cargaban escopetas antiguas que prácticamente estaban extintas; dedujo que de allí provenía el inquietante olor a pólvora, cosa que, en cierto punto, debía haberlo tranquilizado, de no ser porque sabía que habían sido recientemente cargadas.

El tipo que aparentaba tener más años, y más control sobre la situación sujetó la mandíbula de SeHun sin cuidado alguno, obligándole a levantarse, y palpó con ambas manos su anatomía entera de arriba y abajo, más de una vez, sin ningún rastro de repulsión ni siquiera cuanto le tocó a su hombría. SeHun sabía que lo que buscaban no eran objetos punzantes o algún tipo de estupefacientes.


“Quiero a éste, encárguense del resto”.

No supo exactamente cuándo, ni dónde ni en qué momento, pero lo único que recuerda con precisión después de que el rutinario olor a cloroformo le devuelva unas horas más de oscura paz y tranquilidad, fue una hilera incesante de balazos exageradamente cerca. 
Uno para cada uno de sus compañeros. 

Notas finales:

¿Preguntas, comentarios, correcciones, quejas, halagos? (?)

Contáctenme, gentecita

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