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Vida, obra y deshonra de Andrew Isley por subtratosfera

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La primera vez que entrevisté a Andrew Isley estaba drogado. Mi primer pensamiento fue que la entrevista iba a ser un fracaso y la editorial nunca más iba a darme otra oportunidad de redactar algo grande como aquello. Andi, me has jodido de entrada, pensé, y traté de que no se notaran mis ganas de abalanzarme sobre él y romperle la cara.


Pese a que no pude entregar nada para la publicación del lunes, sí obtuve la entrevista que cualquier reportero de la farándula o el rock hubiera deseado. Yo no quise darla a conocer; destruí la cinta esa misma noche con la esperanza de destruir también las imágenes que se habían asentado en mi cabeza.


Recuerdo que Andi estaba solo, comiendo comida china con palillos que apenas podía manejar. Masticaba despacio, como si la tarea de comer requiriera de absoluta concentración. La mitad del rostro que no cubría su cabello lucía agotada y con más años de los que tenía, cosa extraña pues hacía menos de veinte minutos dio una función sublime, llena de vitalidad.


Nos saludamos. Quiso que le recordara para qué revista trabajaba, me invitó un vaso de coñac que rechacé, prendí la grabadora y empecé. Le pregunté por el concierto y luego sobre su infancia, tonterías de rutina para entrar en calor y que no me interesaban, lo que la editorial quería saber era si uno de los miembros fundadores de Andi and The Chocolate Muffins iba a irse con otro grupo. Pero nunca llegamos a eso.


No sé si por la droga, por la presión que conlleva albergar ese tipo de… experiencias o vaya a saber qué, pero Andi Isley comenzó a desenterrar toda la mierda del jardín de su infancia con un completo desconocido.


—¿Sabes…? —preguntó mientras comía lo último que le quedaba de chop-swey—. Uno de los recuerdos más claros que tengo de cuando era niño es Bobby Draper. Bobby Draper era unos años mayor que yo. No sé si se ofreció o si fue idea de la maestra, pero una vez vino con otros tres o cuatro chicos a leernos un cuento, estábamos aprendiendo el alfabeto y todo eso. Supongo que a él le gustó porque luego volvió un par de veces más él solo.


»Yo no sé… no sé si me gustaba Bobby Draper, pero a partir de entonces comencé a escaparme al patio de los mayores al menos una vez por día para verlo, le pedía que me enseñara sus historietas o me leyera mi cuento preferido. Me parecía el chico más genial del mundo aunque más tarde me di cuenta que en su clase era un bicho raro, muy serio, medio muerto. ¿Por qué nunca como todos? No sé. Yo no sé si me gustaba Bobby Draper, pero lo quería, lo quería muchísimo.


»A eso de los… siete años, creo, Bobby Draper y yo nos distanciamos. Comencé el primer grado y me estaba esforzando por dejar de lado mi timidez, en el jardín estuve muy solo, ¿sabes? Pude hacer algunos amigos aunque no era lo mismo que andar con Bobby Draper. No me le acercaba como antes, creía que tenía demasiados amigos y cosas geniales que hacer como para perder el tiempo conmigo.


»Juro que no sé si me gustaba Bobby Drapper, tampoco me acuerdo cómo amanecí ese día de septiembre ni cómo nos cruzamos en el pasillo, sólo sé que de un momento a otro estaba en el baño de varones, con él detrás de mí. Con su pija preadolescente entrándome mientras su cuerpo temblaba y murmuraba como un perro apaleado: “Andi, no vayas a llorar, por lo que más quieras, no vayas a llorar”. El dolor fue… terrible, ¿sabes?… Hasta el día de hoy, eso fue lo más doloroso que me ha pasado. En un momento creí que me había cagado en los pantalones, pero no, sangraba. Estaba tenso, muerto de miedo y eso sólo me jodió más, imagínatelo. Bobby Drapper se movía bien… quiero decir, era un ir y venir fluido y yo pensaba que no debía llorar, que Bobby Draper estaba muy triste y no podía fallarle. Recordé nuestras lecturas y hoy día me da pena, porque él tenía doce años en ese entonces y si sabía coger así era porque alguien también se lo había follado contra su voluntad.


»Hice todo mi esfuerzo y apenas gimoteé algo. No sé cuánto tiempo fue, cinco minutos, cinco horas. Recuerdo que la sangre corría por mi pierna y si alguien la veía iba a estar en problemas por ensuciarme. Me las arreglé para cambiarme en mi casa, claro, esos pantalones terminaron en la basura. Bobby, no estoy llorando, mira… No me salían palabras de la boca sino ruidos ahogados. De a ratos me quebraba y quería irme de allí, me retorcía como un loco, pero Bobby Drapper era fuerte y bastaba con que me apretujara los hombros para dejarme inmóvil otra vez. Él quería terminar y se iba a tomar todo el tiempo que necesitara. Por supuesto, no derramé una sola lágrima ese día ni lo delaté.


»Ese fue mi primer encuentro con un chico, ¿sabes? No sé, pienso en Freud y todo ese blah-blah y no sé si Bobby Draper me gustaba o si me empezaron a gustar los tipos después de que él hiciera… lo que hizo. A veces creo que quizá el pensó que me gustaba y sólo me dio lo que buscaba. Pero te juro, te juro que no sé si me gustaba Bobby Draper de esa manera. No recuerdo haber fantaseado con eso, sólo quería que me leyera porque era el chico más genial de la escuela.


Andi se sorbió la nariz despacio, luego se levantó para tirar la caja de comida y los palillos. Como en todas sus apariciones como cantante, el cabello castaño oscuro y ondulado le cubría la mitad del rostro, pero aún así era obvio que había llorando con una ferocidad silenciosa.


Ese niño en el baño no derramó lágrima alguna. Pienso que decía la verdad, pero estoy seguro de que siempre que recordara o contara esta historia, lloraría como si todo volviera a suceder.


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