A las cinco y media de la mañana del 25 de diciembre, un portal se abrió en el salón del orfanato St. St. James, haciendo que el joven de veintiocho años sentado en el sillón al lado del árbol de Navidad diera un pequeño respingo (más pequeño del que una persona normal daría al ver un portal abrirse en medio de sus salón a las cinco y media de la mañana de Navidad).
Un hombre de unos treinta años entró en el salón y, con un suspiro y una sonrisa enorme, se sentó en el cojín al lado del sillón. Con los ojos pidió poder apoyar su cabeza en el joven de ojos verdes, al cual sólo pudo asentir.
— Hola otra vez, bombón de fresa y nata.
— ¿Tienes hambre?
— Nah, he estado comiendo galletas y bebiendo leche durante casi veinticuatro horas.
— Bueno, acabo de descubrir que Santa Claus existe, así que será mejor que te bebas la leche y te comas las galletas que hemos hecho para ti — dijo Gideon con voz severa pero cariñosa, señalando la mesa a su lado. Nick no pudo evitar imaginarse que así sería exactamente la manera en la que hablaría con los niños revoltosos a su cargo. Y con su hijo en un futuro (la pareja de un lobo de la estirpe Claus sólo podía quedar encinta una vez).
— Si ese es tu deseo... — con un gruñido de dolor — fingido — Nick se extendió para intentar alcanzar el plato pero, antes de que llegara a él otra mano los alcanzó.
— Descansa. Y habla.
— Si, señor.
En dos bocados, Nick se terminó el plato de galletas, y de un trago el vaso de leche.
— Delicioso.
— Me alegro de que te guste. Ahora hablemos.
— ¿Qué quieres saber primero?
— ¿Qué es eso de “pareja”? ¿Lo de “sentir”, “oler”?
— Nada de “¿cuales son tus sueños?” ¿verdad?
La única respuesta de Gideon fue levantar una ceja.
— Supongo que ya te he convencido de que soy Santa Claus, dado que no has empezado por allí. Ahora queda decir que soy … ummm... un hombre lobo.
Nick, con la cabeza todavía apoyada en el regazo de Gideon, le miró entre sus pestañas.
— Vale.
— ¿Vale?
— Sí, vale. Te creo.
— ¿En serio? Hace una hora creías que era un psicópata caníbal.
— Hace una hora desapareciste de mi salón a través de una puerta que hiciste aparecer con un chasqueo y hace diez minutos volviste por el mismo lugar. Creo que voy a poder creer que una vez al mes te sale pelo en cada parte de tu cuerpo y aúllas a la luna
— La verdad es que puedo transformarme cuando me apetece, sólo que en ése día mi instinto animal está más desarrollado y a veces pierdo el control... Pero eso no importa ahora.
— ¿Y que es lo importante ahora?
— Lo que importa ahora es que cada hombre lobo tiene un compañero predestinado. Allí es cuando entras tú.
— ¿Yo?
— Lo supe en cuanto te olí. Chocolate caliente, galletas de vainilla recién hechas, noche estrellada y nieve recién caída.
— Parece que huelo bastante bien.
— Ni te lo imaginas.
En la sala se hizo un pequeño silencio, hasta que Gideon dijo:
— Así que...
— ¿Sí?
— ¿Qué significa ésto?
— Bueno, para empezar, que estoy destinado a estar contigo por y para siempre.
— Siempre es mucho tiempo.
— Lo es. Aunque debo decir que no soy realmente “inmortal”. Tal vez dos mil años.
— Sabes que yo soy humano, ¿verdad?
— Cuando nos unamos ya no.... bueno, sí. Pero no. Tu vida se enlazará con la mía. El único problema es que si yo muero (lo cual sería muy raro pues hay muy pocas cosas que maten a los de mi especie) tú también. Pero tu seguirás siendo cien por cien humano... noventa y nueve...
La cara de Gideon palideció y sus ojos se abrieron de par en par.
— E-eso es mucho tiempo....
— Bueno, tengo cincuenta años, así que nos queda alrededor de mil novecientos cincuenta...
— Ya veo... ¿Algo más que quieras decirme? ¿Algo que me puede afectar de una forma irreversible?
Nick se quedó un rato pensando.. o más bien reflexionando: ¿decirle o no decirle que había unas grandes posibilidades de quedar embarazado? Mejor ahora que luego...
— Pues... digamos que te puedes quedar — Nicholas se aclaró la garganta ates de soltar de sopetón — quedarembarazado.
— ¡¿Perdón?!
— Shhh. Los niños.
— ¡Soy un hombre!
— Yaaaa... Mis bisabuelos eran hombres...
— Ay mi madre...
Todavía con la cabeza de Nick en sus piernas, Gideon se llevó las manos a la cara y se encorvó, dejando sus rostros a unos centímetros de distancia. No fue hasta tres minutos después que Nick vio las lagrimas.
— ¿Gideon? ¿Estás bien? No tiene que ser justo ahora. Podemos esperar unos cuantos cientos de años si quieres. Puedo esperar, de verdad.
Gideon levantó la cabeza, sus ojos brillando.
— ¿Sabes cual es mi mayor sueño, Nick? — sin esperar la respuesta, Gideon continuó — Tener una familia. Siempre supe que mi única oportunidad de ser padre era mediante la adopción. Pero tú me estás dando la opción de tener a un niño en mis entrañas. De sentirlo crecer y formarse dentro de mi. Siempre me pregunté como se sentiría una patadita. No me malinterpretes, me gusta ser hombre, pero a veces deseaba disfrutar de la dicha maternal. Y tú me la estás dando en una bandeja de plata.
Con estas palabras, Nick perdió la dura batalla que se libraba en su interior y, con un ahogado gemido, saltó sobre los labios de Gideon, que abrió la boca por la sorpresa. Conforme el beso se hacía más apasionad, más desesperado, Nick se erguía sobre Gideon y lo rodeaba con sus brazos.
Las manos de Gideon rodearon el cuello del lobo y empezó a jugar con su pelo blanco, su gorro olvidado en el suelo.
Las manos de Nick empezaron a rozar los costados del humano, provocándole un escalofrío.
Cuando Gideon sintió el duro suelo debajo de él, empezó a golpear los hombros de Nick en busca de aire.
Nick se apartó de sus labios y, con una sonrisa, empezó a besar las mejillas, la barbilla, el cuello y, finalmente, el pecho de su compañero.
— E-espera Nick. ¡Los niños se van a despertar!
— Pues entonces sólo debemos ser silenciosos.
Y con estas palabras, descendió sobre el pobre humano con una sonrisa lobuna.