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Un Santa diferente por Evangeline_Evans

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Notas del capitulo:

Y este es el último capítulo. Espero que disfrutéis leyéndolo, tanto como yo disfruté al escribirlo.

 

 

—¡Gideon!

—¡Arthur! ¡Ya estás despierto!

El niño pelirrojo de unos  6 años se quedó parado en la puerta del salón, con los ojos fijos en el desconocido de pelo blanco que le sonreía.

Arthur le sonrió de vuelta, feliz.

—¡Santa!

Gideon, que en ese momento se acercaba a él, se quedó paralizado y se dio la vuelta para mirar a Nick.

—Hola, Arthur. Me alegro de que este año hayas sido un buen chico y hayas dejado de tirar de las coletas de Molly.

—Pero ella me sigue robando las tortitas cuando Gideon no mira —dijo con un puchero.

—Por eso tú has conseguido lo que querías y ella no.

Arthur giró su cabeza hacia la enorme pila de regalos con los ojos brillantes y sus pequeñas piernas corrieron en su dirección.

—Ah, no —dijo Gideon, interceptándolo a medio camino y levantándolo en brazos—. Nada de regalos hasta que todos estén despiertos y hayan desayunado, lo sabes.

—Pero Mark nunca se despierta temprano —se quejó.

—Pues ya puedes ir subiendo a despertarlo. Dile que si no está aquí a las 7, se va a encargar de lavar los platos.

Cuando los pies de Arthur tocaron el suelo, salió corriendo en dirección a las habitaciones, gritando y golpeando las puertas a su paso.

Gideon miró al techo, donde empezaban a escucharse pisadas de niños.

Después se giró a Nick, que lo observaba con una cara de adoración.

—¿Cómo sabe que eres Santa Claus?

—Los niños pequeños lo perciben —respondió, encogiéndose de hombros—. Además, Laponia es un sitio que todos los niños han visitado en sueños al menos una vez en su vida. Incluso tú, aunque no lo recuerdes.

Nick se quedó pensando en sus palabras, aunque el creciente ruido de la casa lo puso en marcha, desterrando sus preocupaciones a un rincón para más adelante.

—Es hora de preparar en desayuno, o esos pequeños monstruitos nos comerán vivos.

Nick siguió a Gideon a una cocina decorada con campanitas, globos y serpentinas de colores.

—Vale, vamos a preparar las tortitas. Tengo la harina…

La voz de Gideon se rompió cuando Nick hizo aparecer un portal en medio de su cocina.

Un portal por el que aparecieron dos elfos y dos elfinas con bandejas repletas de tortitas recién hechas, galletas y chocolate caliente.

—¿Cuándo…?

—Hice un pequeño viaje para dejar a los renos antes de venir y les dije que prepararan el desayuno para un regimiento de niños.

Gideon seguía mirando sorprendido a los seres de estatura media, entre metro cincuenta y metro sesenta, vestidos con ropa de colores brillantes y con unas orejas puntiagudas que dejaban la comida en las mesas.

—Gracias, chicos.

—De nada, señor Claus —dijo una de las elfinas, que tenía un aspecto un poco mayor que los demás. Después lo miró a él—. Es un placer ver que ha encontrado usted a su pareja. Y tan pronto… sus padres estarán muy felices cuando se enteren.

—Estoy seguro, Lalia. Gracias por todo.

Los elfos le dirigieron una reverencia a Nick y otra a Gideon antes de desparecer por el portal, que también se esfumó.

—Elfos…

Nick lo miró con pena.

—Toma asiento, yo me encargo de los platos.

Gideon se sentó en su sitio y miró como Nick sacaba platos, cuchillos, tenedores y vasos y los ponía delante de cada asiento. También puso las botellas de leche y diferentes mermeladas y siropes en la mesa.

Cuando se sentó a la derecha de Gideon y le dio un beso, apareció Arthur, quien corrió hasta sentarse al lado de Nick.

—¡Ya está!

Más niños empezaron a entrar por la puerta, quienes se quedaron estáticos al ver al desconocido sentado al lado de Gideon.

Los más pequeños lo reconocían y corrían a rodearlo, haciendo preguntas sobre que les habían traído. Los mayores se le quedaban mirando con dudas, como si su rostro les sonara, pero no recordaran de donde. Y luego estaban los adolescentes, que miraban a los niños más pequeños con condescendencia, y a Nick con apreciación.

Nadie se peleó por el  cambio de asiento, pues la regla de la mesa era que el que llegaba primero elegía donde quería sentarse, sin quejas de los demás. Eso les hacía intentar llegar temprano.

—Mark, me alegra ver que estás despierto. Venga, coged tortitas. Después iremos a abrir los regalos y comoeremos galletas.

—¿Santa va a repartir los regalos? —preguntó Molly, al lado de Arthur.

—¡Sí! —gritaron muchas voces.

Gideon miró a sus niños con cariño.

—Si eso es lo que queréis —contestó.

Durante los próximos minutos, lo único que se oyó fueron las voces entusiasmadas de los niños y los tenedores arrastrándose sobre los platos.

Gideon se sentía feliz en esas ocasiones y su plan era pasar el resto de su vida cuidando a los niños. Que, teniendo en cuenta los últimos acontecimientos, iba a ser muy larga.

Miró a Nick, sentado a su lado y respondiendo a las preguntas que le hacían desde el otro lado de la mesa, preocupado. ¿Esperaba que se fuera con él? ¿Qué abandonara el orfanato? ¿A los niños?

Nick, sintiendo la mirada penetrante, clavó sus ojos en los suyos, viendo las dudas y el miedo.

Le cogió la mano y se acercó a él.

—No te preocupes —le susurró—. Nos quedaremos aquí. Aunque habrá que hacer algunos cambios para hacerme un despacho, que la gente se cree que Santa Claus no hace nada los otros 354 días del año y eso no es verdad. También me gustaría que fuéramos de vez en cuando a Laponia, para que los elfos se acostumbren a ti. Ah, y tienes que conocer a mis padres. A ser posible, hoy. Se supone que íbamos a tener una cena para celebrar la Navidad. Sólo habrá que añadir un plato más —hizo una pausa—. O 30.

Gideon sintió como si le quitaran un peso de encima. No era un iluso; sabía que no todo iba a ser de color rosa, pero al menos no iban a empezar con mal pie.

—No, sólo un plato estará bien. Tengo a otras tres personas trabajando aquí, pero les he dado libre ayer y hoy, para que lo pasen con sus familias. Vendrán a la tarde.

—Entonces les mandaré un mensaje después de repartir los regalos. Y hablando de eso… ¡Niños! ¿Estáis?

—¡Síí!

—Pues vamos.

Las sillas hicieron unos chirridos horribles cuando los niños se levantaron y salieron corriendo hacia los regalos.

Nick y Gideon se rezagaron un poco, dándoles tiempo a los niños para pelearse por sus asientos, y tomando las dos bandejas con galletas. La mayoría se había sentado en el suelo, rodeando el sillón y el árbol, aunque hubo algunos que ocuparon los sofás.

Gideon pasó por delante de los niños, tendiéndoles a cada uno la bandeja, de la que elegían emocionados una galleta de entre todos los diseños navideños. Nick hacía otro tanto con la otra bandeja.

Cuando todos los niños tenían ya su galleta, se sentó en el sillón mientras Nick se acercaba a los regalos y cogía uno envuelto con papel rojo con copos de nieve dorados.

Sin ni siquiera mirar a quien iba dirigido, se acercó a Takao, el último niño que había llegado al orfanato, dos meses atrás, que tenía 12 años.

—Merīkurisumasu, Takao.

El niño cogió el regalo, emocionado, aunque no rompió el papel, sino que quitó con cuidado el celo. El papel era demasiado bonito para romperlo.

Dentro había una colección de libros.

—¡Es Harry Potter!

—Sé que perdiste la tuyo y que querías volver a leerlo.

—Mi okasan me lo leía.

—Lo sé.

Takao dejó con cuidado los libros en el suelo y se levantó para darle un gran abrazo y después se acercó a Gideon, para abrazarlo también.

—Gracias.

—Ese es el regalo de Santa, no mío —dijo, con la garganta apretada.

—Lo sé —susurró—. Gracias.

Nick se había acercado y había cogido otros dos regalos, aunque se quedó mirando la escena que se desarrollaba a unos centímetros de él.

—Vamos, vuelve a tu sitio. Los demás niños se están impacientando.

Takao corrió de vuelta a su almohada y cogió los libros para abrazarlos contra su pecho.

—Sigamos. Arthur…

 

a94;♥a94;

 

100 años después

 

Gideon se despertó a las 5 y media de la mañana, sintiendo movimiento cerca de él.

—Hola, mi pastelito de moras. Veo que otra vez te has quedado dormido.

—No soy un hombre lobo, necesito dormir.

—Que malo eres, te dije que me esperaras preparado. Al final Santa no te traerá nada.

—Hummm, ¿eso hará Santa?

—Sin duda, sin duda —murmuró mientras frotaba su cara contra el pelo de Gideon.

Este sacó la mano de debajo de la manta y le agarró el pelo blanco. Mantuvo su cabeza quieta mientras le daba un beso en los labios, y después se alejó para sentarse, dejando la suave manta deslizarse por su pecho desnudo hasta su regazo, permitiéndole a Nick apreciar que tampoco tenía pantalones.

—¿Quién ha dicho que no estoy preparado?

Nick sintió la llamara de lujuria crecer dentro de él, extendiéndose por su cuerpo.

—Tal vez me precipité afirmando que habías sido malo.

—Tal vez debas investigar que tan bueno he sido, ¿no te parece? Sólo estás viendo la mitad del panorama —susurró mientras su mano se movía sobre su pecho y bajaba hasta desaparecer debajo de la manta—. Tal vez deberías investigar muy—a—fondo.

Nick se puso de pie y empezó a desabrocharse los pantalones.

—¿Qué tan a fondo?

Gideon inclinó la cabeza y sonrió.

Lentamente se levantó del sofá, dejando la manta deslizarse al suelo. Sus ojos estaban casi a la misma altura, verde hierba contra azul cielo. La mano derecha de Gideon acarició su pecho desnudo y la izquierda rozó su hombro con los nudillos de arriba hasta abajo.

Se acercó y pegó sus labios a los suyos, dejándole saborearlo. Luego dejó unos milímetros de distancia entre sus labios y susurró:

—Profundo.

Nick tardó unos segundos en darse cuenta de que tenía algo en la mano.

Alejó a duras penas la mirada de sus ojos traviesos y los bajó hasta su mano (no sin antes dar una buena ojeada a su miembro, rojo y erguido). Un pequeño mando.

Gideon aprovechó su sorpresa para acercarse al sofá. Nick lo miró fijamente mientras su pareja se arrodillaba en el sofá, con las piernas ligeramente abiertas, dejando a la vista su perfecto trasero y su… ¡Oh, Nicholas! ¡Oh, por el gran Nicholas! En aquella postura se podía ver perfectamente el vibrador de color rojo que tenía enterrado hasta el fondo.

Profundo.

Rápidamente se quitó el resto de la ropa y se arrodilló detrás de su compañero, dando pequeños besos y mordiscos a su piel.

Y encendió el vibrador en el nivel medio—alto.

Gideon no pudo contener un grito al sentir el repentino movimiento dentro de él.

Tampoco pudo contener los gemidos y gruñidos cada vez que Nick sacaba el vibrador y volvía a meterlo.

A veces lo sacaba del todo y lamía su rosado agujero, para luego volver a introducirlo lentamente.

Llegó un momento en el que todo lo que podía soltar eran palabras inteligibles y gruñidos. Tampoco podía tocarse porque su fuerza se centraba en mantenerse agarrado al sofá con todas sus fuerzas para no caerse.

—¡Nick! ¡Hazlo ya o te castro! ¿Me has oído?

—Oh, cariño, creo que te han oído hasta las hadas.

Aunque no es que Nick pudiera decir nada. Estaba tan duro que dolía.

Con un último mordisco, le sacó el vibrador y se pe agarró la polla por la base, intentando no correrse.

Y empezó a meterse, poco a poco, apretando los dientes. No hacía falta que fuera tan despacio, Gideon estaba debidamente abierto, pero le gustaba como su espalda se tensaba cuando su piel rozaba la suya, como apoyaba su mejilla sonrojada sobre el respaldo del sofá con los labios rojos abiertos y respirando entrecortadamente. Le gustaba sentir como era engullido poco a poco.

Cuando llegó hasta el fondo, se inclinó sobre su espalda, soltando un suspiro.

—Oh, cariño.

—¿Vas a moverte? ¿O qué?

Nick soltó una risa entrecortada.

—A tu órdenes.   

Apoyó las manos a ambos lados de su cabeza y empezó a moverse, al principio con lentitud, pero cada vez con más fuerza y rapidez.

En ningún momento lo tocó. Sabía que iba a correrse sólo con él en su interior, al igual que Nick se corría sólo con sentirlo a él dentro de su cuerpo.

—Nick. Nick.

—Lo sé, cariño. Lo sé.

Gideon reunió sus últimas fuerzas para erguirse en el sofá. Con los brazos temblando por haber estado tanto tiempo en el mismo sitio y por el esfuerzo que había hecho, buscó la cabeza de Nick, quien sabía exactamente lo que buscaba. Dejó que le rodeara el cuello y le atrajera hacia él. Le besó con fuerza, con poco aliento y con mucha saliva, exactamente como le besaba en los últimos segundos antes del orgasmo.

Orgasmo que llegó enseguida, poniendo su cuerpo en tensión y sacando sus garras, que se hincaron en las caderas de Gideon.

Gideon también se corrió, soltando un grito ahogado.

Joder.

Joder.

Se dejaron caer a un lado del sofá, uno encima del otro, una maraña de brazos y piernas y alientos entremezclados.

—Bienvenido a casa.

Nick soltó una risita.

Esa era la frase que le decía desde hace 100 años cada 25 de diciembre, después de follar hasta dejarlo sin fuerzas.

Y Nick esperaba oírla durante 2000 años más.

—Ya estoy en casa, bizcochito de almendras.


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