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Erase una vez... mi historia por Killary

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Tan cerca, tan lejos,

Estoy perdido en el tiempo

Listo para seguir una señal

Si hubiera tan sólo una señal

El último adiós arde en mi mente

¿Por qué  te dejé atrás?

Supongo que estabas muy alto para escalar

(Justify – The Rasmus)

 

 

 

1.  Señal

 

 

 

Desde mi habitación podía oír los gritos. Otra vez mis padres discutían, como siempre.  Cuando empezaron los golpes  mi  hermana Miriam intervino.  Más gritos, más insultos. Estaba cansado de todo esto. Cogí mi chaqueta y salí huyendo por la ventana que daba a la escalera de incendios. Empecé a correr. A lo lejos escuché la voz de Miriam, llamándome. No  miré atrás. No me detuve.

 

 

Llegué a la tienda de don Mario. Me conocía desde que era un niño. Ahora a mis 16 me sentía todo un adulto. Compré un paquete de cerveza y cigarrillos. Me los vendió sin problemas, supuse que pensó eran para mi padre. Siempre le hacía ese tipo de mandados.  Con todo, caminé hasta que me topé con un parque algo alejado de mi barrio. Se veía lo suficientemente solitario.  Sábado 11 de la noche, obviamente todos deberían estar en alguna fiesta, o concierto, o cita, o quién sabe. Todos menos yo. Comencé a tomarme la cerveza despacio. Encendí un cigarrillo mientras pensaba en lo  miserable que me sentía con mi vida. En cuándo podría tener el valor de librarme de todo… En el maldito de Carlos… Dios como quisiera olvidarlo, enterrarlo, desaparecerlo… ¿Algún día podré  ser feliz?… Levanté la vista de pronto sintiéndome inquieto y lo vi… Allí parado frente a mí, mirándome con sus ojos negros como la noche sin estrellas que nos cobijaba en ese momento.

 

—Hola — Me dijo sin apartar la vista de mí… No supe que  decir, me le quedé  mirando extrañado. — Soy Gustavo, vamos a la misma escuela. ¿No me recuerdas? — Ah sí, ya me parecía conocido, lo había visto en la escuela varias veces y nos habíamos saludado otras tantas. Sin el uniforme lucía diferente. Era guapo así que supongo llamó mi atención. Yo era homosexual, claro que muy pocas personas lo sabían. Y mis padres lo ignoraban.

 

—Hola... — Respondí sintiéndome algo cohibido.

 

— ¿Qué haces por aquí? Nunca te había visto por este lugar.

 

— Nada especial, pasando el rato — Contesté tratando de parecer indiferente mientras me encendía otro cigarrillo.

 

— ¿Me invitas una? — Señaló las cervezas. Le alcancé una lata. Vi cómo se sentó a mi lado mientras la abría y empezaba a beber.  Por un momento me quedé hipnotizado sin poder apartar la vista de sus labios delgados y sensuales. Casi al instante giré la cabeza avergonzándome por reaccionar de esa manera.  Me concentré en el cigarrillo que me fumaba en ese momento.

 

— ¿Vives por aquí? — Traté de alejarme de esos pensamientos que inconscientemente se querían apoderar de mí.

 

— Si, a  2 cuadras hacia abajo. — Señaló en esa dirección. — Tu nombre es Jair, ¿cierto? — Abrí los ojos desconcertado mientras asentía con la cabeza.

 

— ¿Cómo sabes? — Pregunté sintiéndome tonto al instante. Íbamos a la misma escuela, seguramente lo había escuchado allí.

 

— Cuando te vi la primera vez se lo pregunté a un compañero de clase. — Parecía algo avergonzado… Espera, ¿avergonzado? Abrí la boca unas cuantas veces tratando de decir algo, pero las palabras no salían. Bajé la vista mientras cogía otra cerveza y la abría algo nervioso.

 

— Lo siento, no quise que te sintieras incómodo...

 

— No, no me incomodé, solo… me sorprendió — Dije tímidamente. Vi como su rostro se iluminó con una sonrisa. Sentí que la vida se detuvo en ese momento. Era la sonrisa más hermosa que había visto en mucho tiempo. No podía apartar la vista de su rostro perfectamente enmarcado por una cabellera azabache. Su nariz recta, su piel pálida… Le devolví la sonrisa. Parecía un momento mágico, un sueño… Sentí como mis dedos quemaban… Se había consumido el cigarrillo y no me había dado cuenta, ¡diablos!  Lo solté maldiciendo en un gruñido, llevando los dedos a mi boca instintivamente.

 

— ¿Te encuentras bien? — Preguntó algo divertido.

 

— Si, si, no es nada. Soy tonto a veces... — Respondí sin sacar los dedos de mi boca. Gustavo soltó una suave y deliciosa risa… Espera… ¿Deliciosa? Dios qué me pasa, ¿qué estoy pensando? ¡Apenas lo conozco! Cálmate, cálmate. Deben de ser efectos de la cerveza. Suspiré profundamente entrecerrando los ojos.

 

—Jair — Lo escuché decir, abrí los ojos y lo miré más sereno — no quiero que lo tomes a mal pero…— Dejé de respirar un momento, pensando en que me diría algo desagradable, como que se dio cuenta que era gay y no le venían las “mariquitas”… Había escuchado ese término despectivo tantas veces… Se aclaró la garganta — Me gustaría salir contigo como… en una cita... — Terminó de decir  en un susurro, mientras se sonrojaba casi imperceptiblemente.

 

— ¿Cita? — Mi voz tembló un poco. ¿Qué? ¿Queeeeee? Me sentía desconcertado e incrédulo. No podía esconder el asombro que se apoderaba de mi rostro.

 

—…Si, cita… Salir al cine, a comer, no sé… Quisiera conocerte mejor...— Vi como recuperaba la serenidad y la confianza.

 

— … — No sabía que responderle. Me quedé callado por un buen rato mientras él esperaba mi respuesta sin apartar sus ojos de mí.  Sin decir nada terminé de tomarme la cerveza que tenía entre las manos y abrí otra. Hizo lo mismo. Un silencio incómodo se instaló entre nosotros.

 

— ¿Jair?...— Levanté los ojos y lo quedé mirando fijamente.

 

— ¿Te estás burlando de mí? — Pregunté de pronto, sintiéndome molesto. ¿Y si sólo estaba jugando conmigo? ¿Y si esto era una broma? Pareció desconcertarse  con mis palabras.

 

— No me burlo. Te hablo en serio. — Suspiró. — Sé que es inesperado pero… Tenía  ganas de invitarte desde la primera vez que te vi. — Bajó la vista — Y ahora que te encontré aquí… Reuní valor suficiente para decirlo…— Lo miré fijamente. Parecía sincero.

 

— ¿Quién te dijo que era gay? — Solté  logrando sorprenderlo.

 

— Yo… nadie me lo dijo — Me confesó – Parecerá tonto pero… Siempre te observé en la escuela y… lo noté. — ¿Ah? ¿Lo había notado? ¿Tan obvio era? Creo que se dio cuenta de lo que pensaba porque inmediatamente agregó — No, no, no creas que todo el mundo lo nota, es que yo… Te observé por mucho tiempo…y…— Otro silencio incómodo. Me di cuenta que nos habíamos tomado todas las cervezas. 

 

 

Busqué con la mirada un contenedor donde botar las latas vacías. Divisé uno no muy lejos, me paré y caminé lentamente hacia allá. Él camino junto a mí.  Llegamos y me deshice de los envases. Miré la hora en mi celular. 1am. Que rápido pasa el tiempo. Tenía que regresar a casa.

 

—Ok— Le dije. Me miró como si no comprendiera. Suspiré. — Que sí, que saldré contigo. — Otra vez esa sonrisa. No, no, no, esta vez no me dejaría atrapar. Bajé la vista, evitándola.

 

—Gracias— lo escuché decir. ¿Gracias? ¿Por qué me daba las gracias? Levanté mis ojos con cara de querer preguntar. No debí hacerlo. Otra vez me sentí hipnotizado. Su sonrisa, sus ojos, sus labios… No, debo controlarme...

 

— Me tengo que ir — solté inmediatamente.

 

— Te acompaño — dijo enseguida dispuesto a seguirme.

 

— No es necesario, no estoy muy lejos, no pasa nada.

 

— ¿Por lo menos me darás tu número  celular?

 

— Ah, claro. — Intercambiamos números.

 

— ¿Te parece si mañana por la tarde nos encontramos para hacer algo? — Lo miré sin saber que responder. Asentí con la cabeza. — Te llamaré como a las 5, ¿te va bien? — Otra vez asentí de la misma forma. ¡Diablos! ¿Qué me pasaba? ¡Estaba actuando como un completo idiota!

 

— Entonces nos vemos — dije girándome y echando a andar rumbo a casa rápidamente.

 

— ¡Jair!... ¡Jair! – Me llamó.  Me detuve dando vuelta lentamente. — ¡Nos vemos! – Lo vi mover la mano y sonreír de esa manera que me dejaba cautivado. Sonreí también.  Me giré de nuevo y empecé a correr con la sonrisa aun en mi rostro. Me sentía feliz.

 

 

Llegué al departamento y entré por la misma ventana por la que había escapado. Encontré a Miriam sentada en mi cama esperándome.

 

—Ya era hora de que llegaras — Dijo molesta.

 

— ¿Qué pasa? ¿Ahora se te ha dado por controlarme? — Bufé.

 

— Hubieras podido quedarte para ayudarme a detenerlos, ¿no?

 

— ¿Para qué? ¿Para terminar en el hospital otra vez? — Recordé que la última vez que intervine en una de sus discusiones para tratar de calmarlos, mi padre me golpeó tanto que terminé en el hospital con un brazo roto. Según lo que dijo mi madre al doctor, me había caído por las escaleras. Si, como no. — Estoy cansado, vete que quiero dormir.

 

— Sabes que estoy aquí ahora. Eso no volverá a pasar. — Sentí como pasaba su mano acariciando mi cabeza. Suspiré. Puede que tenga razón, por el momento. Mis padres siempre le hacían caso y detenían la discusión cuando ella intervenía.

 

— No estarás aquí para siempre, Mimi, volverás a irte… Tienes que seguir estudiando, tienes una vida… y yo aún debo quedarme aquí.

 

 

Mi hermana hace 2 años viajó a estudiar a otra ciudad. Cuando ella se fue, las cosas se pusieron mucho peor. Las peleas se volvieron terribles y los golpes empezaron. Y yo estaba en el medio de todo. Cada vez que intentaba detenerlos, acababa golpeado por mi padre, y culpado de todo por mi madre. Así que decidí aislarme de todo. Mi mundo comenzó a girar en torno a las 4 paredes de mi habitación.  Mientras menos contacto mantenía con ellos, mejor.

 

 

Empecé a beber y fumar a escondidas. Y por ese entonces también acepté mi homosexualidad. No tenía en quien confiar, con quien hablar, sólo estaba Carlos (maldito seas, mil veces maldito), pero cuando él se fue… Comencé a sentir recelo de todo y de todos. Y me aislé del mundo. Hasta que conocí a Tatiana un día en que me escondía detrás del gimnasio para fumar. Se me acercó sentándose junto a mí y pidiéndome un cigarrillo. Con su cabellera chocolate cayéndole en los hombros y esos ojos color miel que destilaban rebeldía y desenfado. Conversamos mucho.  Nos hicimos los mejores amigos.  Me contó su historia, le conté la mía. Fue como un rayito de luz que entró en mi oscura vida. Sentí unos labios sobre mi frente que me hicieron regresar al presente. Era Miriam dándome un suave beso.

 

— Siempre estaré para ti. Si me necesitas, sólo tienes que llamarme. Te quiero, pecoso. — Me abrazó fuerte. Sentí un nudo formarse en mi pecho. Tenía ganas de llorar. Pero no lo haría. Hace mucho me juré que jamás volvería a llorar frente a alguien. Le di un par de palmaditas en la espalda. — Ya, ya, no nos pongamos sentimentales — dije tratando de sonar relajado. - Voy a dormir, muero de sueño.

 

— Vale, hasta mañana, pecoso. — Que manía de llamarme pecoso. Si, tenía algunas pecas pero no eran nada espectacular, llamarme así era una exageración. La vi salir por la puerta cerrándola tras de sí.

 

 

Sacudí la cabeza tratando de ahuyentar los recuerdos que se agolpaban en mi mente. Me desnudé y me puse el pijama. Entré en la cama despacio. Busqué el celular que había dejado sobre la mesa de noche para ver la hora. Tenía un mensaje. Lo abrí, era de Gustavo. “Buenas noches, dulces sueños” leí en la pantalla. Otra vez la sonrisa boba en mi cara. No sé si tendré dulces sueños, con no tener pesadillas me basta, susurré.  Me acurruqué en la cama sin soltar el celular viendo el mensaje. Recordé su rostro, sus ojos, su sonrisa. Mientras el sueño me atrapaba, un pensamiento adormecido apareció:

 

 

¿Serás tú la señal? 

 

 

 


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