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No lo digas... Esperemos a estar juntos. por TheFifthPhase

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El estado en el que se encontraba Sakkaku le había arrastrado hacia un círculo de insomnio y aburrimiento, acompañado de demasiado tiempo para pensar y darle vueltas a todos esos dañinos sentimientos en su distraída cabeza.

El frío ya evidente hacía que los días transcurrieran con demasiada lentitud. La oscuridad pareció apropiarse tanto de él como del resto del mundo. El sol se empeñaba en marcharse lo antes posible, al igual que se esconde un gato callejero tras las primeras gotas de lluvia.

Las pesadas tardes encerrado en su habitación daban paso a  prolongadas noches en las que el sueño no se dignaba a aparecer. Noches insoportables en las que el silencio y la oscuridad conseguían que su mente se adentrara aún más en esa tristeza que le invadía.

El día a día se hacía insoportable. Las clases pasaban lentamente mientras él era incapaz de mantener la atención por más de unos minutos, tras los que volvía al tema que le absorbía durante todos esos meses. Las largas noches sin dormir no eran para nada de ayuda, aún así se esforzaba en mantener los ojos abiertos, intentar ocupar su mente y sobre todo hacer todo lo posible para que nadie sospechara nada.

No lograba comprender como algo tan breve podía causar tanto dolor. Algo que tan solo duró unas semanas, y que de un momento a otro se esfumó, dejándole vacío por primera vez en su vida.

A pesar de llevar meses dándole vueltas a lo mismo tan solo pudo llegar a la conclusión: No era a él a quien añoraba, sino a la felicidad que pudo experimentar durante el tiempo que compartieron juntos. La pérdida de su primer amor le hizo caer desde lo más alto, precipitándole hacia un frío y duro suelo de mármol que hizo añicos su corazón como si de una muñeca de porcelana se tratara.

Entendió que a partir de ahora no sería capaz de avanzar sin recomponer antes su desmembrado corazón, pero le resultaba imposible encontrar bajo tanta oscuridad todas las esquirlas del hielo que siempre había guardado en su pecho.

Sakkaku se dio por vencido y desistió. El momentáneo alivio que las lágrimas de sangre que recorrían su piel le proporcionaban cada noche la posibilidad de contener sus desbordantes sentimientos un día más.

La monótona rutina acabó gracias al último día de clases, aunque esto solo significaba tener mucho más tiempo para sentarse frente a la soledad y la desesperación que firmemente se negaban a marcharse.

Esa misma tarde, que parecía agotar sus horas vanamente frente a la pantalla del ordenador mientras apoyaba su confusa cabeza en un cansado y adormecido brazo acabaría siendo el inicio de unas interminables y desesperantes vacaciones. Al menos eso pensó Sakkaku.

Tras horas en los que las tenues voces morían al toparse con la puerta de su habitación al final del pasillo y una marea de clics repetitivos que se clavaban en sus oídos encontró a alguien con quien hablar. Sería la típica persona que tras dar su opinión en un comentario desaparecería sin la mínima intención de mantener una conversación. Aún así Sakkaku contestó. Segundos después un recuadro azul se iluminó, dando a entender que tenía un nuevo mensaje.

Al parecer encontró a alguien con quien hablar, hecho que le animó levemente, dándole la esperanza de acabar el día distraído de sus preocupaciones. Resultó ser un joven un año mayor que el llamado Saru. Al instante le pareció simpático, y sin nada mejor que hacer dedicó el resto de la tarde y gran parte de la noche a mantener una conversación con él.

Esa noche hablaron de muchas cosas, y a la vez de nada. Temas irrelevantes que carecían de importancia, pero que para su sorpresa, lograron apartar de su mente esos pensamientos tan grisáceos que acumuló durante meses.

Cada día que pasaba, el único deseo de Sakkaku era poder hablar con Saru, al que acababa de conocer y del cual solo sabía su nombre, pero que tampoco necesitaba conocer más con tal de que este le sacara una sonrisa tras otra.

Como los pedazos de la muñeca de porcelana, los pedazos del corazón de Sakkaku seguían esparcidos por ese frío y oscuro suelo, pero algo había cambiado. Con cada día que pasaba, la luz que parecía haber desaparecido para siempre se fue encendiendo de nuevo, permitiéndole recoger todos los trozos de su destrozado corazón. Saru pareció ser esa luz que tanto necesitaba Sakkaku, y que al fin se había encendido de nuevo.


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