Sabe que está mal. Es un hombre que odia las mentiras y mentirse a sí mismo solo sería otra razón más para odiarse.
Sabe que irá al infierno, que tiene plaza reservada con entrada VIP. Sabe que a su lado, cualquiera podría ser buena persona. Pero que dulce maldad.
Al principio se reprimía tanto como podía, ¡cómo dejarse llevar ante tan impúdicos sentimientos!, ante tan malsanas necesidades ¿en qué momento todo se había truncado? ¿En qué momento se había vuelto un pervertido? Un ser despreciable. Pero, oh joder, que dulce maldad.
Él no le había llamado, él se había presentado, como quien dice, en las puertas de su casa. Literalmente. ¿Y cómo iba dejarlo fuera? Era tan pequeño, parecía tan débil y hacía tanto frío fuera. Si dios no hubiera querido eso jamás le hubiera presentado tan suculenta oportunidad.
Él no estaba enfermo, solo era un poco diferente, pero si de verdad alguien se hubiera fijado en esos grandes y brillantes ojos azules que miraban el mundo desde un metro veinte de altura, entonces entenderían lo que había acabado llamando locura de amor.
Sabe que está mal, pero cuando en las noches frías su cuerpo pequeño se acurruca en su pecho, piel con piel y su boca comienza emitir pequeños ronroneos, entonces no parece algo tan pecaminoso.
Oh joder, maldita pero dulce tortura. Sabe que está mal, que irá al infierno, pero no se arrepiente. Porque arrepentirse sí que sería un pecado.
Debido al mínimo de 500 palabras impuesto por la página a la hora de subir un capítulo, me veo en la obligación de ponerlo otra vez, lo cual hace que quiera morirme porque queda estéticamente horrible, pero las normas son las normas, así que de aquí para abajo puedes irte a las notas finales, porque aquí abajo me repito.
Sabe que está mal. Es un hombre que odia las mentiras y mentirse a sí mismo solo sería otra razón más para odiarse.
Sabe que irá al infierno, que tiene plaza reservada con entrada VIP. Sabe que a su lado, cualquiera podría ser buena persona. Pero que dulce maldad.
Al principio se reprimía tanto como podía, ¡cómo dejarse llevar ante tan impúdicos sentimientos!, ante tan malsanas necesidades ¿en qué momento todo se había truncado? ¿En qué momento se había vuelto un pervertido? Un ser despreciable. Pero, oh joder, que dulce maldad.
Él no le había llamado, él se había presentado, como quien dice, en las puertas de su casa. Literalmente. ¿Y cómo iba dejarlo fuera? Era tan pequeño, parecía tan débil y hacía tanto frío fuera. Si dios no hubiera querido eso jamás le hubiera presentado tan suculenta oportunidad.
Él no estaba enfermo, solo era un poco diferente, pero si de verdad alguien se hubiera fijado en esos grandes y brillantes ojos azules que miraban el mundo desde un metro veinte de altura, entonces entenderían lo que había acabado llamando locura de amor.
Sabe que está mal, pero cuando en las noches frías su cuerpo pequeño se acurruca en su pecho, piel con piel y su boca comienza emitir pequeños ronroneos, entonces no parece algo tan pecaminoso.
Oh joder, maldita pero dulce tortura. Sabe que está mal, que irá al infierno, pero no se arrepiente. Porque arrepentirse sí que sería un pecado.