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Notas del fanfic:

Strawberry Panic y todos sus personajes son propiedad de Sakurako Kimino, sin embargo, los sucesos aquí narrados son única propiedad de mi imaginación -tomando ciertas reminencias del Anime.- 


 


Creado sin fines de lucro. 


 


Cualquier comentario, queja, sugerencia y demás será cordialmente bienvenido. 


 


Sin más que decir por el momento, ¡disfruten de la historia!


 


Charlie

En el jardín trasero de la catedral la conoció. Fue en un día primaveral, en el que los pájaros cantaban de manera armoniosa y el sol relucía con todo su esplendor. En aquella ocasión, Yaya se sentía perezosa, y no deseaba estar en el ensayo del coro. Por esa razón, se fue allá, a su refugio, aquel lugar donde jamás iba nadie; a pesar de que fuese tan bonito para descansar de las tediosas clases, y deleitarse con la naturaleza y tranquilidad ni una persona –aparte de ella, claro está- se acercaba ahí.

Fue entonces, cuando cruzó el umbral de las finas puertas de caoba, que se encontró con un ángel. Era de una belleza exquisita, parecía el ser más delicado de todo el cielo y, de pronto, la escucho cantar la melodía que practicaban las chicas dentro de la iglesia. El corazón de Yaya se agitó con un frenético latir al escuchar tan hermosa voz, no creía posible que pudiese existir algo así. Sus ojos se llenaron de brillo y sus iris se dilataron, contemplando ensimismada al bello ángel entonar la hermosa melodía.

Se quedó quieta, limitándose a escuchar. No podía moversepues era demasiado magnifico lo que contemplaba. Y no se dio cuenta en que momento la chica volteo a verla, percatándose de su existencia soltó una exclamación de sorpresa apenas audible. Fue entonces que la castaña pudo reaccionar, y sin apartar su mirada de la celeste, se dirigió con parsimonia a la rubia, que se encontraba alejada apenas unos cuantos metros.

Cuando ya casi podía estirar su mano y tocarla, la pequeña chica sucumbió al miedo y corrió, alejándose. Yaya le grito un: “Espera” y se dispuso a seguirla a su mismo paso, corriendo. La chica le llevaba apenas una estrecha distancia cuando tropezó con una roca y cayó en un lecho de flores, lastimándose el bello rostro que poseía.

Preocupada, la castaña se arrodillo ante ella, respirando las dos de forma exaltada por la carrera que llevaban. Pasaron algunos segundos, cuando sonó  la bella voz que minutos antes cantaba.

-Lo siento.- exclamo, con los ojos a punto de estallar en lágrimas.

-¿Por qué te estás disculpando?-pregunto con voz calmada y sin salir de su posición, disfrutando el momento.- no has hecho nada malo.- afirmó. Tenía las manos apoyadas en los costados de la chica rubia, y la observaba desde arriba. Suspiró y se movió a un lado para permitir que la chica se sentara.

-Pero…- comenzó a decir, con aquella voz que hacía que la piel de Yaya se erizara.

-Eres una estudiante nueva, ¿verdad?- pregunto para cambiar el tema y no hacerla sentir incomoda. Sin embargo Hikari no  respondió y se limitó a cerrar los ojos- ¿Te gusta cantar?- insistió la castaña, con sus orbes color miel destellando de ternura. Era lo que Hikari le provocaba, Ternura.

-Sí. –soltó con un hilo de voz mientras asentía.

Ambas se acomodaron, y entonces Nanto empezó a cantar una melodía, la misma que momentos atrás cantaba “el ángel”. Con timidez y las mejillas ruborizadas, la otra chica se le unió. Cuando inició, la mayor se detuvo y la observo con cariño, pero la otra todavía no se animaba a verla.

Pasaron algunos segundos y la rubia se atrevió, miro los orbes de su acompañante; resultaron tan reconfortantes que no se detuvo ni se avergonzó. Al ver esto, la más alta la acompaño de nuevo con su voz. 

-Me llamo Yaya- exclamo la castaña cuando la canción hubo finalizado. Después de dicho aquello, se puso en pie.

-Yo Hikari. Konohana Hikari- se presentó la que se encontraba sentada, en esta oportunidad sin tanta vergüenza.

-Cantemos juntas.- le propuso Nanto, extendiéndole su mano a la chica.

-Vale.- le contesto con dulzura, una sonrisa y  las mejillas rosadas. Luego de eso, Konohana tomo su mano, y ese fue el inicio de una gran amistad.

Y de un gran amor; aunque fuese solo de parte de una de ellas.

 

Habían pasado casi dos años de eso, y Yaya se encontraba sentada en su cama, aún en piyama. El ambiente se apreciaba tenso, no existía ruido alguno, y olía a rosas marchitas. ¿Era acaso porque el ángel iba a otro paraíso?  En las habitaciones reinaba el silencio; todas las chicas se encontraban en la ceremonia de las Etoile. Ella, a pesar de ser la mejor amiga de una de las candidatas no asistió, le dolía demasiado el pecho como para ir. Esbozo una sonrisa amarga, seguramente era la única persona que no fue, esas ceremonias son muy esperadas por todas las estudiantes, pues era el nacer de unas nuevas “modelos a seguir”.  Estaba ensimismada en sus pensamientos, hasta que un casi inaudible suspiro se escuchó en la habitación.

Ah, era cierto… Tsubomi tampoco se presentó a la ceremonia. Se encontraba al otro extremo de la cama,  haciéndole compañía de alguna forma. Seguramente solo estaba ahí porque, por más fría, calculadora y madura que parecía ser, al lado de Hikari todo se le deshacía, y se mostraba tremendamente tímida y frágil. Posiblemente residía en ese lugar, al lado de ella, porque ambas se encontraban enamoradas del hermoso ángel, temían ser más lastimadas. Aunque Tsubomi no le hubiese dicho tal cosa, Yaya Nanto lo intuía.

-La elección de Etoile está empezando - comenzó a hablar, rompiendo el silencio. No se animó a voltear a ver a la menor, no sentía ánimos de nada.

-Se quién va a ganar, no necesito verlo. – respondió casi de inmediato y sus mejillas tomaron un leve rubor, miro sus rodillas a las que abrazaba, intentando protegerse de sí misma, del latir de su agitado corazón.

-¿Pero qué dices?- pregunto Yaya, aún sin voltear a verla. Estaba confundida, quería gritar de la impotencia que sentía al no poder estar al lado de su compañera de habitación, mejor amiga y amor imposible. –Hikari va a enseñar toda su gracia y su belleza, ¿eres tonta o qué? – logró articular, intentando convencer a la pequeña que abandonara el lugar. Quería estar sola y poder llorar.

-Sí, soy una tonta.-con esa afirmación, logro atraer la mirada sorprendida de la castaña, que la observo con los labios entre abiertos. El rubor en sus mejillas se acrecentó. Le dio miedo que Yaya pudiese escuchar el latir frenético en su pecho. –Yo quiero quedarme aquí. –acepto, armándose de valor.

-Haz lo que quieras. –se limitó a suspirar la mayor volviendo a su posición inicial, abrazando sus piernas y mirando a las blancas sabanas de su cama.

-Pues claro. –le contesto Tsubomi algo desilusionada. Miró hacia otro lado. Permaneciendo las dos de nuevo en silencio.

Amane y Hikari en esos momentos estaban en el baile, sacando a relucir su encanto. Nagisa y Tamao también lo hacían. Sin embargo, en el fondo, todo mundo sabía que las ganadoras indudablemente serían el “caballero y su ángel”. Aun así, disfrutaban de la participación de ambas, pues si bien las segundas no eran tan aclamadas como las primeras, si eran lo suficientemente populares entre el alumnado como para ser admiradas. Bailaban un delicioso vals, el que con esfuerzo y muchos días de práctica lograron armar.

Tsubomi Okuwaka era una chica recién ingresada al primer año, pero no por eso era infantil o tonta. Cuando entro a Spica se sentía perdida, confundida, en un lugar que no era al que pertenecía. Sin embargo, en un tiempo más bien ridículo hizo amigas. El primer día de clases, la chica se acercó a la catedral, pues de ahí provenían hermosos cantos. Y a ella siempre le había atraído ese ambiente, tan sereno,  de completa paz.

No obstante, a medida que se iba acercando,  se dio cuenta que no eran muchas personas, y pudo distinguir solo una, que resonaba por todo el lugar. Apresuró su paso para descubrir de quien provenía aquella voz que la hizo tocar el cielo. Con las manos temblando, se asomó por la puerta de la iglesia, y fue ahí cuando en su corazón quedó grabado un rostro, una voz.

Sus mejillas se incendiaron en carmín. La chica que tenía adelante, de largos cabellos castaños e increíbles facciones, cantaba con toda el alma –al parecer de Okuwaka-. Pasó mucho tiempo así, mirándola sin detenimiento; y lo más agradable de todo era que, como la chica se encontraba con los ojos cerrados, no se inmutaba de su presencia.

Desde ese día, Tsubomi  decidió a unirse al coro de la Iglesia solo para permanecer más cerca de  ella y poder estudiarla.

La chica de cabello rosado suspiró cerrando los ojos ante el recuerdo de cómo conoció a quien se convertiría en su “primer amor”, como la gente solía llamarle al fuerte sentimiento que aparece por primera vez en tu vida.

-A ti también…- exclamó en un susurro la castaña, atrayendo la atención de la joven que estaba a su lado- ¿te gusta…?- no pudo terminar la pregunta porque un fuerte “No” resonó por el cuarto. Ladeó la cabeza, confusa del porqué la estudiante de primer año se apresuró tanto en contestar.

-Estas confundida con mis sentimientos.- sus ojos parecieron cristalizarse, y prefirió esconder el rostro entre sus manos. No podía decirle a Nanto que la razón por la que se fijaba tanto en Hikari era porque ansiaba saber que era lo que hacía que el corazón de la castaña se emocionara tanto. Y eso era lo que más le dolía. Que pensaran que estaba enamorada de la futura Etoile, cuando su corazón le pertenecía por entero a otra persona.

No podía decírselo directamente, sin embargo intentaría expresárselo en la medida que pudiese. Aprovechó que la chica había extendido las piernas y acostó su cabeza en ellas, para de esa forma mirarla directamente a los ojos, e intentar decirle con ellos que la verdadera razón por la que se encontraba ahí, y no festejando la fiesta, era por ella. Porque su corazón le pertenecía por entero, y que en ella podía apoyarse siempre.

-Tsubomi.-la llamo por su nombre, haciendo que se ruborizara. Más en un acto de valentía pura, no apartó sus ojos de los de ella. El corazón le latía intensamente. Yaya acercó su mano a los cabellos de la chica que se encontraba en sus piernas, y jugó con un mechón, enredándolo en su dedo anular.

No se dijeron nada, no se necesitaban palabras. Sus miradas lo decían todo en un silencio abrumador.

Una, se encontraba desecha porque su Ángel no podría corresponderle nunca.

Y la otra, porque a pesar de todos sus intentos, no podía alcanzar el corazón de la chica.

Similares.  

Las lágrimas empezaron  a brotar de los ojos verdosos de la mayor, caían sobre las mejillas, nariz y labios de la pequeña. Y esta a su vez, al ver a la contraria en su estado más frágil, también permitió que el llanto se apoderara de ella; aunque en menor efusividad que el de la castaña. Las almas de ambas gritaban por entendimiento, por sanarse.

 Pasaron largo rato así, consolándose con la presencia de otro cuerpo que sufría lo mismo.

 

Yaya se durmió acostada en el pecho de Tsubomi solo hasta cuando se hubo quedado sin agua para derramar. Y ésta la observaba, velando su sueño. Entendía que estaba sufriendo mucho, y agradecía de todo corazón que la joven se hubiese abierto con ella, eso significaba que le tenía aunque sea un poco de confianza.

La melodía que había escuchado la menor en labios de la otra cuando la conoció ahora resonaba en los propios. Intentaba con eso tranquilizar su alma aunque fuese un poco, cerrando los ojos y sintiendo la proximidad de la chica que dormía plácidamente. 

Cuando terminó de entonar la canción, agachó la cabeza con suma cautela al rostro de la castaña y, cuidando que no se despertará.  Unió sus labios con los contrarios en un beso rápido, ese podría ser el único que le daría. Por tanto, disfrutó lo máximo que pudo la tibieza y suavidad de estos.

Lanzó un suspiro y cerró los ojos para de esa forma intentar dormirse también.

Una sutil sonrisa se esbozó en los labios de Yaya, aquellas atenciones que le dedicó la chica, y que ella apreció haciéndose la dormida, la reconfortaron.  

 


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