–Bueno, que podría decirte, soy hijo de un gánster. Creo que eso lo resume todo.
–Sí, lo resume todo, ¡ahora lárgate! –le grité. Quería estar solo.
–Espera, espera, todavía queda el otro pedazo –me dijo calmadamente–. Cuando tenía 16 años me escape de casa para vivir en este pequeño y muy oscuro apartamento, como te darás cuenta. Me he acostumbrado a vivir escondido entre las sombras para que nada ni nadie pueda reconocerme o cogerme.
Lo pensé un poco, debe ser horrible vivir así. Escondido, atrapado, restringido, sin poder salir a la luz del día solo por miedo a que alguien te reconozca como un cómplice o un familiar de una persona mala. Levanté mi rostro de la almohada y miré hacía la puerta. Ahí afuera estaba él, seguro parado o sentado…
>>–Seguí estudiando y da la casualidad que te conocí. Vi que eres muy diferente a mí y como un buen humano que soy me gusta lo nuevo y diferente –casi igual que a mí. –Te observé mucho entre las sombras, puedo decir que llegue a ser algo similar a un espía o un acosador, fue muy divertido pensar en eso…
– ¿Por qué nunca te vi? –pregunte bajito. Parece que me alcanzó a escuchar.
–Porque toda una vida de práctica hace al maestro –rio. Esa respuesta me dio una punzada al pecho. –El caso es que el día de la fiesta me fui primero más salí a caminar un rato y fue cuando chocaste conmigo y pasó lo que pasó.
– ¿Cómo quedaste…? –me interrumpió.
– ¿Ciego? No lo estoy, solo es una venda que llevó en los ojos porque tuve una grave herida en una pelea con los chicos que te iban siguiendo. Me la quitaran en unos meses si no se intoxica.
Lentamente me levanté de la cama y me dirigí a la puerta, la abrí y Yesung tuvo que mantener el equilibrio para no caerse, estaba recostado en la puerta. Lo miré de forma fría pero él no podía notarlo así que relaje la cara.
–Explícame más.
Yesung sonrió y se levantó, poniendo sus manos frente a él logró entrar a la habitación por sí solo. Lo mire más detalladamente. Cómo fue que no me di cuenta que esa capota ocultaba su venda y su ceguera. Me siento algo culpable y me alegra no haberme ido de aquí. ¡Santa sea la pereza! Ok no, la pereza es mala. Aquí solo fue cuestión del destino… no, tampoco. Debe haber otra cosa pero no me pondré en eso ahora.
–Qué deseas que te explique.
– ¿Sabes por qué me seguían esos chicos? –pregunte con curiosidad.
Yesung se puso serio. De haber tenido al descubierto sus ojos hubiera visto su mirada volverse seria, tal vez. Se tensó también.
–No te hagas el que no sabes –respondió frío.
Tragué duro.
–E-es por eso… –dije temeroso.
–Sí, me lamento.
–No tienes por qué hacerlo, no fue tu culpa…
–Temo decirte lo contrario. No fue directamente, pero ciertas cosas tuve que ver en ello.
Miré a Yesung con sorpresa. No, no podía ser. Él no. Tendría que contar las cosas desde el inicio, no ahí que este confundido por algo. Por favor, que sí esté confundido. No podría tolerar que haya tenido algo que ver con…
–Yesung, voy a contarte lo que sé, tú me dirás si sí o no coincide con lo que tu sabes, ¿de acuerdo?
Él asintió.
–Era lógico que no me creerías. El mundo no es pequeño para ti –tenía razón, no lo era. El mundo era demasiado grande, la ciudad era muy grande, mi casa quedaba (tal vez) a kilómetros de aquí.
–Bien, con eso claro, comencemos.