El autobús de la ruta azul pasaba todas las mañanas, a las 6:30 en punto, donde haría su gran recorrido atravesando la ciudad y haría exactamente 45 minutos para hacer la parada frente al instituto Sur de Corea. La ruta era directa, no hacía cambios ni desviaciones, para tomarlo solo debías apurarte por la mañana, y nada saldría fuera de lugar.
Kim JongIn había obedecido la regla general que sus padres habían impuesto… hasta hoy en día. Apartó las mantas con fuerza de su cuerpo mientras daba un salto fuera de la cama, pisando mal y haciendo que su pie se doblara, pero aún así contuvo el equilibrio. Gimió en desesperación, las baterías del despertador habían dado todo lo que tenían y a media noche habían decidido por fin, dar el último suspiro de su energía.
Maldijo un poco (aunque él no era de malas palabras), no había tiempo para una ducha, así como para un desayuno decente. Se colocó los calcetines, primero brincando en un pie y después en el otro, cambió sus calzoncillos por unos nuevos y los otros simplemente los dejó en el suelo.
Tomó la camisa del uniforme una vez que tenía los pantalones puestos y se colgó la corbata en el cuello, ya después la anudaría en el autobús. Corrió entonces a toda prisa, totalmente enojado y alterado, no podía permitir que el transporte pasara y lo dejara ahí, tendría que esperar casi dos horas para que volviera a pasar. Llegó a la cocina, en realidad sin tiempo de preparar una comida real, tomó una manzana y le dio un gran mordisco mientras tomaba su mochila del suelo y enfundaba los pies en los zapatos frente a la puerta. Gritó un “me voy” para Monggu, quien solo ladró en respuesta. Miró el reloj antes de salir por la puerta maldiciendo al ver que faltaban cinco para la media.
Mientras corría no pudo evitar pensar que no llegaría, no había demasiado tiempo y sus piernas no eran tan largas para abarcar más centímetros. Entonces a lo lejos divisó la parada, con el camión ya ahí, la última persona subía. Su corazón se aceleró y la adrenalina se disparó por todo su cuerpo, haciendo que corriera más rápido que antes. La visión se le tornó borrosa por el esfuerzo, debía hacer algo o no llegaría. Extendió la mano tanto como pudo y entonces graznó un poderoso “Alto” que no fue escuchado por nadie más que por sí mismo.
Estaba tan cerca pero tan lejos, alcanzó a tocar la parte trasera del gran transporte pero apenas con la punta de los dedos, entonces sus pies se enredaron entre ellos, haciendo que se tropezara y cayera justo sobre la banqueta, el camión avanzando cada vez más lejos. Lanzó un jadeo y soltó todo el aire, quejándose un poco cuando vio desaparecer el autobús en la esquina.
Eso era todo.
Lo había perdido.
El único camión que debía tomar si quería llegar a salvo a la escuela, había girado lejos de él.
Kim JongIn se encontraba perdido.