Oveja negra, vuelve a casa…
Gabe se aferró a su pequeño hermano y se despidió por última vez.
—Recuérdame hasta el final, Cassie—susurró mientras le daba su sonrisa traviesa.
Castiel observó como su hermano partía junto a la mujer que amaba. Iría con Kali al mismo lugar en que se conocieron por primera vez.
A él también le hubiese gustado tener a alguien con quien pasar las últimas horas de su vida.
El fin del mundo se acercaba con cada minuto que pasaba. Hoy sería su última mañana… su última oportunidad de sentir el canto de las diferentes aves que se posaban en su árbol preferido.
Tenia sueño, quería dormir. Pero… ¿de qué serviría? Había estado hablando con Gabriel toda la madrugada, recordando su infancia y juventud. Ambos rieron y lloraron a escondidas al ser parte de este cruel desenlace.
Conversaron de su familia y en un punto donde ya no cabían más las palabras, se preguntaron por qué las cosas habían terminado así.
¿Por qué su madre Naomi, se aferraba a las reglas con tanta fuerza? O ¿por qué sus hermanos mayores no aceptaban un no como respuesta?
Castiel y Gabe eran las ovejas negras de su rígida familia. Ellos habían desobedecido las órdenes para ser libres.
Y los años que vivieron con plena libertad, los disfrutaron al máximo con sus aciertos y errores.
Castiel moriría solo en el fin de los tiempos… pero tal vez en un lugar mejor que su casa. Salió al exterior a esperar…
Oveja negra, vuelve a casa…
Dean agarró las llaves de su auto y despegó hacia ninguna parte…
Pensó que el apocalipsis se podía ir al demonio. Ya no esperaba la hora señalada.
Ya había estado con Sam y su esposa e hija. Quería quedarse con su hermanito… pero era mejor así.
Él no valía la pena, pero su familia sí. Condujo hacia ningún rumbo… el destino tenia un final, después de todo.
Y Dean solo le sonreiría, como la oveja negra que había sido siempre.
Hola de nuevo, amigo de un amigo, te conocí cuando nuestro objetivo era esperar el fin del mundo.
Dean estacionó cerca del observatorio de la ciudad. Era su sitio de mayor preferencia a la hora de escapar del bullicio de la gente y de sí mismo.
Llevó una botella de Jack’s y acarició la puerta de su Impala. Siempre recordaría a su chica.
Caminó unos cuantos pasos y se detuvo al ver que otra persona había ocupado su espacio.
Pensó que después de todo, no estaría solo…
—¿Quieres compañía?—dijo mientras agitaba la botella de whisky.
El sujeto lo miró para luego posar sus ojos tormentosos en el líquido de malta.
—Lo apreciaría mucho.
Dean se sentó a su lado sin importarle el espacio personal del otro hombre.
¿Para qué sentirse incomodo? Las emociones se desvanecerían en segundos, como todo a su alrededor.
—Castiel Novak.
—Dean Winchester.
Ambos dijeron sus nombres con mucho entusiasmo. Ya que sería su último saludo.
Ahora la verdad, era solo una regla que puedes retorcer. Agitas el látigo, burlaste y cambiaste el pasado de nuevo.
Los dos hombres conversaron por un largo rato y se encontraban en un estado emocional relajado, en parte por el alcohol que los inhibía y porque su mutua compañía era confortable, aunque nunca lo admitieran.
Castiel sintió que podía afrontar cualquier cosa y Dean hizo una señal con su dedo medio al cielo, haciéndole saber que le importaba una mierda lo que pronto sucedería.
Ellos se habían dado cuenta de que si se hubieran encontrado en otra situación… tal vez… podrían tener algo diferente en sus vidas. Una segunda o tercer oportunidad.
Te envió mi amor en un telegrama, animándote cada vez que todo el mundo se aleja… de ti.
En un instante, el cielo se oscureció, anunciando su llegada.
Desde donde se ubicaban, no podían ir los gritos de las personas… el miedo… la desesperación.
Solamente los latidos de sus corazones.
La fachada de la alegría se había esfumado. La sobriedad volvió a sus cuerpos. Ya no podían disimular que las cosas cambiarían si ellos querían.
El viento se levantó con todas sus fuerzas y grandes nubes negras seguían cubriendo todo a su paso.
El tiempo ya no contaba…
—¿Puedo sostener tu mano, Dean?—preguntó Cas con una voz quebradiza. Ofreciéndole una sonrisa casi torcida.
Dean sostuvo su mano y rió por lo bajo.
—Ni lo preguntes, Cas. Sólo no te alejes…