Jotaro, al igual que su abuelo Joseph, veía imágenes en su mente de Dio. Jamás veía su cara, solo su espalda, ancha y fuerte, cabello rubio largo y descuidado, y ,sobresaliente, la marca de nacimiento Joestar: una estrella por entre el cuello y el hombro. Sabía que esta era la marca de nacimiento Joestar, pues él mismo poseía una.
Esa noche en particular les había tocado dormir en un hotel. Al fin.
Como sucedía por lo general, a él le había tocado dormir en la misma habitación que Kakyoin "Los estudiantes deberían de estar juntos, ¿No crees?", decía el pelirrojo. La verdad es que Kakyoin era de su completo agarado; sereno y relajado, aunque a veces un poco parlanchín cuando dormían en la misma habitación. A pesar de su duro exterior, a Jotaro no le pesaba quedarse hasta la madrugada hablando de trivalidades con él. Hacía ya un tiempo que no tenía un amigo.
Esa noche, Jotaro yacía tendido en su cama, los brazos reposando detrás de su cabeza sobre la almohada. En la cama de al lado, Kakyoin ya estaba dormido, con pijama a rayas puesta. Juraba poder escucharlo murmurar en su sueño cosas sobre cerezas y su característico "Rero rero rero rero rero..." Sonrió, la mirada hacia el techo.
La imagen de Dio llegó a su mente.
Esta vez era diferente.
Podía verlo en sus aposentos, una cama con postes y dosel, lleno de cojines y almohadas, a la luz tenue de las velas. Su torso estaba desnudo, y su miembro estaba fuera de sus pantalones. Se estaba masturbando.
Con una mano estimulaba uno de sus pezones endurecido, Jotaro alcanzó a notar que llevaba las uñas largas y con esmalte negro. Sintió su propia erección comenzando a formarse en la ropa interior. Los suaves gemidos escapaban de sus labios "JoJo", alcanzó a escuchar entre ellos. Un escalofrío recorrió su espalda. Dio se lamía los dedos sin dejar de tocarse, y cuando los creyó listos, introdujo uno, dos, tres, en su entrada. Jotaro sentía que el corazón se le salía, su rostro caliente y teñido de carmesí, los gemidos ahora altos y claros de Dio le estaban llevando al extremo. El rubio siguió introduciendo los dedos, la expresión de placer en su rostro era realmente obscena. Continuó hasta llegar al clímax con un grito ahogado y derramándose sobre su probio abdomen. Abrió los ojos. Jotaro sintió que realmente aquellos ojos rubí podían verlo. "Te haré mío también, JoJo" sonrió maliciosamente. Las últimas palabras hicieron al moreno venirse dentro de su ropa interior.
Se despertó y la imagen del ardiente vampiro se desvaneció de su mente. Miró el reloj. Las 2:30 AM, Kakyoin seguía dormido. Jotaro asumió entonces que todo había sido producto de su imaginación, aunque resulltara extraño tener sueños húmedos con Dio. Tomó un cigarrillo y el encendedor de su chaqueta para fumar, quizás para mañana el recuerdo se habría disipado, pensó.
En Egipto, Dio observaba a Jotaro.
-Es bueno,- murmuró- que pienses que todo ha sido un sueño, JoJo.