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Nikolay por Lance

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Pasión.

El delirio que sufrías cuando gritabas mi nombre tras suspirar de placer entre cada orgasmo. Libertad.

La liberación que sentías al saber que mi cuerpo correspondía al tuyo.

 En el elíseo del placer siempre hay hueco para dos…pero ¿también se pueden incluir tres?

El regocijo que sentía contigo me conducía a la misma sensación que contemplar el derrumbe de un castillo de naipes ante mis ojos. Sentir aquel deseo susurrándome palabras expresivas en mis oídos, escuchar tus suspiros ahogados en mi nuca, sentir las fuertes sacudidas que hacían vibrar todo mi cuerpo…Si, sabía a estas alturas que solo sería un putón para ti. Un mísero muñeco que seguiría tus órdenes, expiraría tu perfume, anhelaría tus caricias…pero ambos vivíamos alejados de las fantasías que conducen al amor.

 Tú caminabas sobre las losas amarillas donde el poder, el dinero, las mujeres y los hombres se rendían a tus pies. Pero yo…mi camino es completamente diferente al tuyo, caracterizado por su color tan plomizo, donde la luz es escasa.

¿Desde cuándo nos convertimos en amantes?

La verdad…no lo sé con certeza pero… ¿Qué es la verdad para ti?

 Capítulo 1:

Aquella noche el frío se calaba hasta llegar a mis huesos. Miraba mi móvil a cada segundo, pero no conseguía respuesta alguna, hasta que de pronto, unos gigantescos faros aparecieron disipando la oscuridad. Caminé hacia delante sin prisa, porque seguramente sería algunos de tus ayudantes en mi busca.

Y acerté de pleno.

El gigantesco coche negro frenó esperando a que subiese, y así hice. Me introduje en las entrañas de la bestia.

 Durante el viaje y mientras mi cuerpo recuperaba el calor, notaba la mirada acusadora del conductor. Seguro que se preguntaría ¿Qué hace un chico como tú con un magnate como mi jefe? A mí no me preguntes, porque si necesitas una respuesta ni siquiera lo sé.

Mientras seguía sumido en mis pensamientos, de pronto mi móvil comenzó a vibrar fuertemente. Un mensaje: “¿Estás ya en el coche?...espero que llegues pronto, hoy te tengo una sorpresa”.

Nunca entenderé porque mi cuerpo se estremeció tanto con aquel texto. Llevo años haciendo esta clase de encargos. Me enfrento con tipos grandes, altos, gordos, delgados, extranjeros, mayores… dispuestos a mancillar sus manos  por el simple hecho de arrancarle la virginidad a un niño.  Y  por supuesto, su papel es el más simple. Pagan, te meten la polla hasta las entrañas y se marchan sin nada cargado en su conciencia.

Para ellos es muy fácil andar por las baldosas amarillas. Pero… ¿sería igual de fácil para mí si dejo de pensar?

Pensar. Aquella palabra me hacía reír.

El coche detuvo su rumbo, y el conductor salió para abrirme la puerta. Me quedé un poco pasmado al ver el lujoso edificio que se hallaba ante mis ojos

Su entrada era completamente fasto. A los extremos, se localizaba unas largas hileras de luces cubiertas por vegetación que embellecían aún más aquel edificio titánico. Flores de colores vivos que resaltaban por las luces y ancladas en la pared unos cristales oscuros enormes que cubrían la primera planta del edificio.

 Bajé mi mirada hacia mis pies y por primera vez en mi vida pude ver lo que era una alfombra roja de verdad. De las de terciopelo y no las de imitación de los hoteles de calidad media.

Tragué saliva al ver aquel olimpo del poder y cuando me giré para contemplar el otro lado, me topé con la figura del chofer.

Era un tipo nuevo para mis ojos.

Era alto, con el pelo oscuro un poco revuelto, que para ser sinceros le quedaba bastante bien. Su complexión era fuerte y aquel traje acentuaba demasiado su forma esbelta y cuidada, pero lo que más me atrajo de aquel tipo era la cicatriz que tenía en su ojo izquierdo, la cual le llegaba hasta la barbilla. Sus fracciones eran bastante hermosas, para ser un chofer corriente.

Lo sé porque en las películas románticas, el chofer siempre suele ser un hombre mayor mucho más feo y demacrado que el protagonista, pero en estos momentos, las descripciones de las películas románticas se equivocan en muchos puntos.

Seguí al chofer trajeado, para pasar la puerta giratoria, la cual presentaba una perfecta imitación de oro macizo.

Si el exterior parecía refinado y lujoso, el interior era un gran espectáculo de ornamentación Clásica.

Las paredes de la habitación principal, tenía ciertos tonos de beige. Cuadros clásicos con marcos a juego se anclaban por toda la estancia, y finas cortinas de seda cubrían de modo austero los grandes ventanales. Asientos de primera calidad repartidos por la estancia, decorados como si fuesen pequeños salones de invitados.

Todo aquello se encontraba esclarecido por luces suaves.

La alfombra continuaba hasta una gran mesa de mármol blanco y negro. Tras ella un gigantesco armario con un sin fin de huecos mostraban las llaves de las habitaciones junto con sus números y un papel, que seguramente sería la carta de bienvenida o algún detalle por haberles escogido por sus servicios o algo así.

 

Anduve a paso lento notando como los alojados echaban un vistazo rápido, aquello venía acompañado de murmullos y gestos. Algo de esto no me gustaba. Para ser certeros sentía una náusea horrible, cuyo malestar descendía hasta llegar a mis piernas.

Y, de pronto el camino se me hizo interminable.

Cuando llegamos a recepción, el contacto del mármol con mi mano me espabiló un poco, pudiendo reposar en el tiempo en que aquel chofer pedía las llaves de la habitación. Cerré los ojos durante unos segundos para calmarme, y cuando quise darme cuenta aquel tipo estaba parado, mirándome e indicándome el sitio donde debía de ir.

Nuestro paso se volvió ligero hasta llegar al ascensor y una vez dentro, indicó la planta y la calma vino a mí de nuevo.

-…vaya cada cita es en un hotel más lujoso…debería de haber venido más a juego con la decoración…

Aquel tipo no dijo nada. Estaba de pie y yo contemplando sus espaldas. Aburrido, bajé la mirada recorriendo su figura hasta toparme con algo que captó mi atención.

En su mano izquierda, numerosas cicatrices recorrían su palma, pero lo más extraño de todo aquello era que le faltaba el dedo gordo. No tenía aquel dedo. Miré mi mano, preguntándome si podía vivir sin un pulgar, y cuando alcé la vista abstraído por la falta de aquel miembro, el tipo me estaba observando. Sus ojos eran oscuros. Pero su mirada quería decirme algo, pero no estaba muy seguro de ello.

El ascensor dio una pequeña sacudida. Ya habíamos llegado.

El silencio de aquel pasillo, era eterno. Aquellas luces tan tenues creaban una ilusión que cubría toda la sala. Como si de las paredes, de las bombillas, de la alfombra y de las puertas brotara sangre.  Metí las manos en mi chaqueta, intentando hacer el paso más lento pero antes de darme cuenta ya habíamos llegado.

El chofer, llamó con los nudillos.

Tragué saliva.

¿Qué era lo que me esperaba esta vez?

Miré de reojo al chofer. Él me miró y la puerta se cerró a mis espaldas.

En el interior solo se podía respirar el humo del tabaco.

Las habitaciones estaban completamente rodeadas por grandes ventanales, que al igual que la habitación principal, se encontraban ocultas entre finas cortinas de seda rojizas. El interior  de las habitaciones, guardaba un decorado al más puro estilo barroco. Las cristaleras estaban flanqueadas por dos enormes estatuas de un desnudo femenino con brazos amputados. Recuerdo haberla visto en algún lugar…pero dentro de aquella habitación no existía tiempo para pensar.

Delante de mí y con un gran puro habano, la grandiosa figura del magnate Nikolay Vorobiov. Este tipejo llevaba al día los negocios más sucios de la mafia Rusa. Movía grandes gestiones, regentaba famosos club de alterne, pero lo que más odiaba de él era su apestoso olor a puro habano. ¿Qué por qué sé que es Habano? Solo él fumaría unos puros de esa calidad. Su ropa parecía hacer gala a su nombre pero su cuerpo y cara, más bien parecían las del típico ayudante de la malvada bruja que intenta sabotear el amor de su hijastra.

Jamás entenderé porque las mujeres se rinden a sus pies.

Ya sé. Su enorme y gran billetera.

Cuando ojeé hacia la izquierda, el consejero político Mijail Ivanov. Un tipo demasiado flaco para la pasta que retiene su bolsillo, pero demasiado baboso. Ambos,  forman un buen dúo en esto de las prostitutas.

El tipejo gordo hizo acoplo de sus confianzas y me echó el brazo por encima. A pesar de ir tan trajeado el hedor a sudor estaba impregnado por toda su ropa.

Ahora me arrepiento de no llevar muestras de colonia en los bolsillos.

-Vamos Mijail, no me digas que este saco de huesos es tu prostituta favorita-le dio otra calada a aquel maldito puro.

 -Solo es prestado…no vayas a pasarte con él…no me haré responsable de tus actos.-El flacucho movía negando con la cabeza mientras ojeaba su móvil.

-Tranquilo…contigo nos desahogaremos un poco…vete a limpiarte y ponte el traje de clienta de hotel. Te follaremos mejor así que con esos estúpidos harapos.-Sus dedos anchos parecían querer partirme el hombro cuando lo apretaba en señal de “amistad”.

Cuando me dejó  libre, su lengua se abrió paso por mi garganta. Aquel molesto olor me producía arcadas, pero a estas alturas sabía hacer que mi cuerpo se comportase de una manera que solo complacería al cliente.

Me deshice de su apestosa e insoportable presencia, y con rapidez me encerré en aquel baño, como no compartiendo el mismo lujo que la habitación. Me miré al espejo e intenté calmarme con un poco de agua.

Él no estaba allí. Y el hecho de que faltase me incomodaba.

Cuando eran más clientes, él paraba a los que exigían más, pero estaba solo ante dos ingratos que solo querían echar un buen polvo. Las náuseas volvieron a rondar por mi cuerpo. Sentí un escalofrío que recorría toda mi espina dorsal.

Tenía frío.

Yo solo quería volver a casa y poner la radio.

 Reí al recordar mi cachivache, y poco a poco retomé el control de mí mismo.

Miré por la habitación hasta dar con el dichoso vestido de gala.

Me parecía absurdo colocarme aquella falda y chaqueta. Tener que repetir palabras como “jefe” o “amo” ¡Qué novedad! Cada vez que hacía un servicio me encontraba con gustos más raros y llamativos. Aunque lo más raro que hice fue vestirme de perro. Aquel tipo y su obsesión por decirme “Doggy”

Mi método para olvidar el miedo era simple. Desde pequeño me encantaba oír la música clásica de la radio. A pesar de ser un inculto social, aquella música me recordaba al mar, al aire y las olas. Recordaba cuando él me llevó por primera vez a ver aquel ancho lago azul y me compró la radio que a día de hoy conservo.

Ahora que recuerdo…ni siquiera recuerdo si fue él o no…pero me sentía tan protegido a su lado…

Mi hilo de calma se destruyó en mil pedazos con sus risas tan estridentes. Probablemente haré algo rápido y con suerte me marcharé. Si eso haré. Saqué mi móvil, y me dispuse a llamarle.

“el número marcado no existe”

Volví a marcar

“El numero marcado no existe”….

Volví de nuevo a marcar

“El numero marcado no existe”…

Mi mente se quedó en blanco.

¿Cómo que no existe?...ese había sido siempre su número…él siempre confiaba en mí… ¿Por qué me abandona ahora?... ¿Acaso él?...

Mis latidos presionaban con fuerza mi pecho, al igual que los nudillos en la puerta del baño. Volví a respirar de nuevo.

Pausadamente.

Me faltaba el aire.

Palabras malsonantes y risas falsas resonaban por toda la sala.

Tipos trajeados que discutían acompañados de vino y puros caros. Debatían sobre la mala suerte que me deparaba, sobre quién me montaría encima como si fuese una yegua de campo.

Debía de hacerlo por él…

Si no dejaría de quererme…

Seguro que tras terminar me cogerá el teléfono…

Porque él me ama y yo a él también…

 


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