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El Contrato (Kaisoo) por Baby_Nana

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Notas del capitulo:

Hola, gracias a todos los que comentaron el primer cap, aqui les dejo el segundo, intentare actualizar uno cada dia!!

Gracia y sigan leiendolo!!

Capítulo 2

 

Jongin acarició las fotografías de los tres hombres que Kyungsoo le había enviado. Todos eran perfectos: cultos, con estudios y preciosos. Entonces ¿por qué se habían apuntado a una agencia de citas para encontrar un marido temporal? Tenía que haber algún tipo de conexión entre ellos y el propio señor Casamentero, pero Jongin  no conseguía dar con el.

Candidato número uno, Huang... Sin apellido. Según el informe, era estudiante de derecho de segundo año y tenía las típicas deudas de estudios. Le encantaba el arte y dedicaba su tiempo libre a correr maratones. Jongin volvió a mirar la fotografía. El parecido con Tao era desconcertante. Kyungsoo había pensado en todo, hasta el punto que había incluido las medidas y el peso del chico al final de la página. Debajo de la fotografía, Kyungsoo había escrito una nota explicando que las agencias de citas solían utilizar imágenes antiguas del instituto retocadas con Photoshop, pero que Alliance actualizaba las suyas cada seis meses.

Candidato número dos, Siwon... De nuevo, sin apellido. Ayudante en la consulta de un médico y preparándose para entrar en medicina. Le encantaba la navegación y pasar temporadas en lugares exóticos. Había viajado por muchos países, pero los papeles de Kyungsoo no hablaban de cómo se lo había costeado.

Candidato número tres, Donghae... Jongin no se molestó en buscar el apellido. Sabía que no aparecería por ninguna parte. Donghae podría haberse dedicado al mundo de la moda. Sus ojos, de un azul increíble, y su hermoso cabello de un castaño oscuro eran suficientes para dejar sin respiración a cualquier hombre. Donghae no iba a la universidad y tampoco tenía préstamos de estudios pendientes. Dirigía una especie de hogar para ancianos y hacía de mentor para chavales en un club para niños y niñas.

Los tres eran perfectos. Entonces, ¿por qué tenía la sensación de que ninguno de ellos encajaba?

Se inclinó hacia delante y cogió el teléfono.

—¿Y bien, Lay? —preguntó cuándo su ayudante respondió al otro lado del teléfono.

—Todavía tengo un par de llamadas sin respuesta, pero he encontrado algunos datos interesantes acerca del señorito Do.

—Genial, tráeme lo que tengas.

Jongin  se acercó al ventanal de su despacho, que ocupaba toda una pared desde el suelo hasta el techo, y miró hacia abajo, a la ciudad que se extendía a sus pies. Llevar su negocio de transporte marítimo desde cuatro puntos distintos del mundo le daba ventaja sobre sus competidores. Había levantado la empresa desde la nada a pesar de la oposición de su padre. Jongin quería demostrarle que no necesitaba su dinero, ni su título, y esa misma determinación le servía de combustible para seguir adelante. Sin embargo, el apellido Kim le había abierto muchas puertas a lo largo de los años, y menospreciar el grueso de su herencia no era algo que estuviese dispuesto a hacer, especialmente ahora que el viejo llevaba tiempo muerto.

Lay llamó a la puerta del despacho antes de entrar. Jongin se dio la vuelta y señaló con la cabeza hacia la mesa de café que ocupaba una esquina de la estancia, donde podría ver los documentos que Lay llevaba en la mano.

—Pongámonos ahí.

Lay se sentó y rápidamente repartió los papeles sobre la mesa para que Jongin los revisara.

—Do Kyungsoo, veintisiete años, nacida en Connecticut, hijo de Harris y Marta Do.

Jongin tomó asiento.

—¿Por qué me suenan esos nombres?

—Deberían sonarte. Harris era un pez gordo de los medios hace ya bastantes años. Fue acusado de evasión de impuestos y malversación de fondos. Él y su familia vivían en una mansión de veinte millones de dólares y tenían propiedades en Francia y Hawai. El sueño americano, vamos.

Jongin lo recordaba. El gran hombre de negocios neoyorquino había canalizado todos sus fondos a través de una estafa piramidal. Firmaba pólizas de seguros para casas, terrenos, negocios y propiedades varias con víctimas que no sospechaban nada y a las que no tenía intención de pagar un solo dólar. Si la memoria no le fallaba, los federales no consiguieron pillarlo por corrupción pero se las arreglaron para meterlo en la cárcel por evasión de impuestos. Sus cuentas y todas sus propiedades fueron embargadas y su familia al completo se desmoronó.

—Marta, la esposa, no pudo soportar semejante declive en su estatus. Se tomó una caja de pastillas con ginebra y nunca volvió a despertar.

Lay relataba los detalles de la vida familiar de Do Kyungsoo como si se tratara de un culebrón.

—Según la prensa, la hermana de Kyungsoo, Irene, intentó seguir el ejemplo de su madre sin éxito y acabó sufriendo daños cerebrales. Estoy esperando que me pasen los detalles de dónde está la chica ahora. Kyungsoo sobrevivió a la desastre, pero acabó recogiendo los trozos que quedaron de la familia. Dejó la universidad, donde estudiaba empresariales. Seguramente consiguió esconder una pequeña cantidad de dinero de la que el Gobierno no sabía nada para pagarle un centro a su hermana. — Lay tomó aire y entregó una lista de nombres a Jongin.

—¿Qué es esto?

—Es gente con la que el señorito Do se relaciona. Crecer rodeado de gente rica y bien relacionada le proporcionó algunas amistades que han perdurado en el tiempo. Los adultos cortaron cualquier lazo que los uniera a los Do, pero los amigos de Kyungsoo no. Esta lista incluye a la hija de un senador y a dos abogados en rápida ascensión. Todavía no estoy seguro de cómo averiguó cosas de tu pasado, pero tengo una llamada pendiente.

Jongin pasó las páginas y encontró una fotografía de la familia Do cuando aún eran felices. Iban a bordo de un yate. Marta estaba delgada como un lápiz y sus hijos, ambos en bañador, posaban detrás de ella. Kyungsoo llevaba el pelo recogido en una pequeña coleta de manzana. Irene, mucho más joven que Kyungsoo, tenía el cabello oscuro de su madre y un cuerpo minúsculo. Harris, con al menos veinte kilos de sobrepeso, tenía una mano apoyada en el hombro de su mujer y sonreía a la cámara.

Las fotografías eran engañosas. Recordó la imagen de un retrato familiar muy parecido al de Kyungsoo. El padre de Jongin posaba de pie detrás de su mujer, con una mano sobre su hombro. Los nudillos de la madre se aferraban, blancos de la tensión, al brazo de la silla en la que descansaba. Aún recordaba el día en que se había tomado la instantánea. Jongin había discutido con su padre porque quería hacer unas prácticas de verano que le ayudaran a mejorar sus posibilidades de entrar en una buena universidad. Edmund se negaba a que Jongin trabajara para nadie, y menos sin cobrar. Su padre creía que los estudios solo eran necesarios para fanfarronear con los amigos. El trabajo, sin embargo, era una palabra de siete letras con la que ningún Kim tendría jamás relación alguna mientras él tuviera algo que decir al respecto.

—Y yo que creía que mi familia era disfuncional —susurró Jongin.

—Creo que el señorito Do se lleva el premio.

Jongin sabía que aquel era un premio que no merecía la pena ganar.

—¿Dónde vive Kyungsoo?

—Vive de alquiler en una casa en Tarzana.

—¿Algún compañero de piso?

—Es difícil saberlo.

—¿Novio? —preguntó, sin saber muy bien por qué.

Lay le clavó la mirada.

—No lo he comprobado, pero lo haré. —Justo en ese preciso instante, el teléfono de Lay sonó dentro del bolsillo de sus pantalones. Lo sacó y comprobó el número—. Es sobre la hermana —explicó antes de atender la llamada.

Lay habló mientras Jongin estudiaba los nombres que aparecían en el papel que sujetaba entre las manos. Kyungsoo tenía muchos amigos. Se preguntó si alguno de ellos lo ayudaba económicamente.

Lay silbó, con el teléfono todavía en la oreja, y llamó la atención de Jongin.

—De acuerdo, gracias —se despidió antes de finalizar la llamada.

—¿De qué se trata?

—Está claro que el señorito Do realmente necesita tenerte como cliente.

—¿Sí? ¿Por qué?

—Su hermana está ingresada en el Moonlight Villas. Bonito nombre para un centro asistencial para adultos que cuesta ni más ni menos que seis cifras al año.

Jongin se quedó pálido.

—¿Y nadie ayuda al señor Do con los pagos?

Lay sacudió la cabeza.

—No que yo sepa. Puede que sus amigos lo aconsejen, pero la única fuente de ingresos constantes es la empresa.

Una empresa a la que Jongin ya había investigado y de la que conocía hasta el último detalle.

—Interesante.

—¿Y cómo es el? —Era la primera pregunta personal que le hacía Lay.

Jongin visualizó su piel de alabastro y la firme línea de su mandíbula. Y esa voz. Dios, solo recordarla fue suficiente para querer volver a hablar con el.

—Es un hombre de negocios —le dijo Jongin a su ayudante—. Te gustaría.

Tener el control era parte de su trabajo, de modo que cuando Kim Jongin insistió en cenar con el para hablar de los candidatos a convertirse en su futuro esposo, Kyungsoo imaginó diferentes escenarios.

Quizá Jongin había reconocido a alguno de los hombres o relacionado un apellido con una cara. Kyungsoo siempre obviaba los apellidos para que sus clientes tuvieran que valorar los méritos de cada hombre teniendo en cuenta sus atributos, no los de sus familias. El mismo tenía que sufrir que la gente lo juzgara por las acciones de sus padres. Tras la caída de su familia, Kyungsoo había llegado a considerar la opción de cambiar de nombre e incluso de color de pelo. Al final decidió mudarse a la costa Oeste y evitar a la prensa. Y funcionó, porque los tabloides pronto dejaron de prestarle atención. En cuanto apareció un nuevo escándalo, la gente se olvidó del suyo. Al vivir cerca de Hollywood, se aseguraba de que los focos iluminaran siempre a otra persona. Además, su cara no había aparecido en prensa desde el funeral de su madre.

Si Kyungsoo hubiera sido un bellezon o un yonqui de los medios, los periódicos lo habrían seguido sin dudarlo, pero un buen día empezó a vestirse como el feo del baile, y evitar a los periodistas fue coser y cantar.

¿De qué querría hablar Kim? Quizá ya se había puesto en contacto con su abogado y necesitaba los detalles que no constaban en la documentación que le había entregado. Cuando fundó la empresa, Kyungsoo había tenido en cuenta hasta el último detalle para que no quedara ningún cabo suelto. Siempre pagaba sus impuestos («Gracias, papá») y guardaba los contactos a buen recaudo. Nada de lo que hacía, en lo referente a comprobaciones o detectives privados, era ilegal. Cuando necesitaba información, solía recurrir al género femenino. No es que creyera que las mujeres no cometían ilegalidades, no era tan tonto. El problema venía de su falta de confianza hacia los hombres. En su vida eran pocos los que no lo habían traicionado de una forma u otra. En realidad, si se paraba a pensar en ello, no se le ocurría ninguno.

El sol todavía no se había puesto cuando entró con su coche en el aparcamiento del restaurante más caro de Malibú, en primera línea de mar. No pudo evitar al aparcacoches, así que dejó el motor de su sedán de fabricación americana en marcha y se bajó. Le dio las gracias al chico y vio como este se sentaba tras el volante y aparcaba apenas a unos metros de el. Su GMC parecía fuera de lugar rodeado de tantos Lexus, Mercedes y Cadillac.

Kyungsoo entró en el restaurante y dejó que el delicioso olor del ajo y las hierbas le embargara los sentidos. Había pasado un año desde la última vez que cenó en un restaurante de cinco tenedores, con uno de sus clientes felizmente casados. Hacía tiempo que Kyungsoo había renunciado a los restaurantes caros y al estilo de vida opulento del pasado, pero a veces lo echaba de menos. Entre sus objetivos a corto plazo estaba el de dejar de comer comida para llevar o preparados para microondas.

Cuando se disponía a entrar en el salón y buscar a la maître del restaurante, un hombre la abordó por la espalda.

—¿Señorito Do?

No llevaba el uniforme del personal. Quizá era el gerente.

—¿Sí?

—El señor Kim la espera.

«Seguro que es el gerente.» Kyungsoo le siguió a través del restaurante hasta un reservado con vistas sobre el Pacífico. Kim Jongin, que la había visto acercarse, se levantó para recibirlo.

Al igual que en su anterior encuentro, Kyungsoo vio los rasgos cincelados del rostro de Jongin y la forma en que el traje de firma que llevaba se amoldaba a su cuerpo y no pudo evitar sentir un estremecimiento recorriéndole la piel. Aquel hombre dominaba el espacio con su sola presencia.

Él, por su parte, recorrió el cuerpo de Kyungsoo con la mirada y una pequeña sonrisa afloró en la comisura de sus labios. Kyungsoo había escogido un traje sencillo, no demasiado informal pero tampoco apropiado para acudir a la gala de los Oscars. Y a juzgar por la expresión en el rostro de Jongin, no le había defraudado. No es que el se vistiera para recibir su aprobación, pero tampoco quería parecer fuera de lugar sentado a su lado. Lo miró a los ojos y sintió que una descarga le recorría la espalda.

—Llega tarde —dijo él con voz burlona.

Kyungsoo se quedó con la boca abierta como un pez, a punto de responder, pero decidió no hacerlo.

—Touché.

Jongin sonrió.

—Me he tomado la libertad de pedir una botella de vino. Espero que no le importe.

Aguardó hasta que el estuvo cómodamente instalado en su lado de la mesa para coger la botella de vino de la cubitera.

Kyungsoo lo observó mientras él servía el pálido líquido en una copa de cristal, concentrando todos sus esfuerzos para que su mirada no resultara demasiado intensa.

—¿Celebramos algo?

—Quizá —respondió él mientras dirigía la botella hacia su copa.

Quería acelerar la conversación, preguntarle qué candidato era el elegido. Claro que todavía no los conocía, así que no creía que ya se hubiera decantado por uno.

Jongin levantó su copa en alto y esperó a que el se le uniera en un brindis.

—Por una relación de negocios exitosa.

Un escalofrío de incertidumbre recorrió la mano con la que Kyungsoo se disponía a coger su copa. Había algo raro en la forma en que Jongin había pronunciado la palabra «relación». Tras chocar la copa contra la de él y tomar un sorbo de vino, descansó las manos sobre el regazo para ocultar el leve temblor que la delataba.

—Espero que el trayecto en coche no le haya causado problemas.

Vale, no irían directos a hablar de negocios como a el le habría gustado. En lugar de presionarlo, prefirió dejar que la conversación siguiera su curso.

—La autopista del Pacífico siempre es un problema a última hora de la tarde.

—Gracias por acceder a reunirse conmigo.

—Me sorprende que haya elegido este sitio. Para una cena de negocios sería más apropiado un local menos formal. —Menos romántico, le habría gustado añadir.

Jongin se relajó en su asiento. Kyungsoo, por su parte, apenas podía concentrarse en la razón por la que estaba sentado frente a él. Los rasgos de su cara eran perfectos, casi pecaminosos. Resultaba muy fácil perderse en la belleza de aquellos ojos grises y caer en la trampa de su cálida sonrisa.

—Va contra mis normas invitar a un hombre hermoso a un bar a tomar un cóctel.

Vaya por Dios, hora de poner los pies en el suelo. Kyungsoo sabía que no era guapo, atractivo.

—Es usted encantador, señor Kim, pero pierde el tiempo conmigo. Supongo que ha tenido oportunidad de revisar los documentos que le he enviado por fax.

Jongin entornó los ojos, pero no dijo nada. Kyungsoo tragó saliva y juntó las manos sobre el regazo. En lugar de evitar su mirada, se la devolvió, aunque prefirió mantener los labios sellados.

Tuvo que ser el camarero quien rompiera la tensión. El chico, de unos veinte años, enumeró los platos especiales del chef mientras Kyungsoo escogía de la carta. Kim Jongin era su cliente y la tradición mandaba que fuera el pequeño quien se ocupara de la cuenta, aunque el restaurante se escapara del presupuesto. Al final, escogió el pez espada acompañado de una pequeña ensalada e hizo todo lo posible por ignorar los precios del menú. Lo cargaría a su tarjeta de crédito con la esperanza de poder cobrar el cheque del señor Kim antes de que le pasaran el cargo.

—Dígame, Kyungsoo, ¿por qué cree que malgasto mis encantos con usted? —le preguntó Jongin cuando se quedaron a solas.

Pronunció su nombre como la caricia suave y delicada de un amante. A Kyungsoo le pareció captar un leve dejo inglés, un acento que en realidad debería ser mucho más marcado en alguien con un título nobiliario como el suyo.

—Estamos aquí para hablar de su futura boda con uno de los tres hombres que están a mi servicio —le recordó el—. No sé de qué le sirve a usted emplear sus encantos conmigo.

—¿Todo tiene que tener alguna utilidad?

—En los negocios, sí. —Al menos así funcionaba en su mundo.

—¿Y en su vida personal?

Jongin se inclinó hacia delante y se le abrió la chaqueta. Fue entonces cuando Kyungsoo se dio cuenta de que no llevaba corbata. Los dos primeros botones de la camisa estaban desabrochados y dejaban al descubierto unos centímetros de piel bronceada en la que Kyungsoo  no había reparado hasta ese momento.

—No estamos aquí para hablar de mi vida privada.

—Yo no estaría tan seguro de eso. El resumen que ha hecho esta mañana de mi vida me ha llevado a hacer algunas averiguaciones por mi cuenta.

Kyungsoo se preparó para afrontar el juicio de Kim. Nunca intentaba ocultar su pasado, pero sabía que se arriesgaba a perder un cliente por culpa de los errores de su padre.

—No es necesario cavar muy hondo para desenterrar mi pasado, señor Kim.

—Creí que habíamos decidido que podía llamarme Jongin y, ya que estamos, ¿te parece que nos tuteemos?

Nombres propios, tuteos y conversaciones sobre relaciones. Aquello no iba nada bien. Kyungsoo tomó un buen trago de vino, deseando que fuera algo más fuerte.

—Mi padre es un hombre horrible. Mi madre era una cobarde. Ninguno de los dos me representa a mí ni a mi modo de hacer negocios, Jongin.

—No he dicho lo contrario.

El tono de su propia voz a la defensiva y la mirada de compasión en los ojos de Jongin le sentaron como un tiro.

—Ignoras los apellidos de los hombres a propósito. ¿Por qué?

Perfecto, otra vez de vuelta a los negocios.

—No soy el único cuyos padres han afectado negativamente en la opinión que la gente tiene de mí. Soy consciente de que la familia puede suponer un problema en cualquier relación, aunque se trate de una relación de negocios. Empezar solo con la información de ellos y no de su entorno ayuda a mantener la puerta abierta a todas las posibilidades.

—¿Son todos niños ricos que viven del dinero de papá o son hijos de estafadores convictos?

—Nada más lejos de la realidad. Los tres han cortado los lazos familiares, al menos en el aspecto económico, y por eso buscan seguridad en lugar de amor.

Jongin acarició el borde de su copa. Kyungsoo siguió sus movimientos con la mirada y por un instante se preguntó cómo sería sentir sus manos sobre la piel, acariciándole los brazos, recorriéndole los muslos. Notó que un calor intenso le subía por el cuello y tuvo que apartar la mirada.

—Si insistes, puedo darte sus apellidos. Si va a influir en tu decisión, es mejor que lo sepas.

—No es necesario. Ya he escogido al hombre que quiero.

Kyungsoo lo miró fijamente. De pronto apareció el camarero con las ensaladas y no tuvo más remedio que morderse la lengua y esperar a que terminara de sazonar los primeros con pimienta negra recién molida y rellenara las copas de vino. El suspense lo estaba matando. ¿A quién habría escogido y por qué? ¿Cómo podía decidir con quién quería casarse sin ni siquiera haberlos conocido? Era demasiado arriesgado, incluso para un millonario como el que tenía delante. O quizá no. En realidad, ¿qué sabía el de Kim Jongin? Que le gustaban los hombres delgados. De ahí que Kyungsoo hubiese escogido a los tres hombres más guapos de su pequeña agenda negra —que en realidad era una libreta.

—¿No quieres conocerlos antes?

De pronto, la idea de que fuera capaz de escoger esposo a partir de una imagen le pareció demasiado superficial, incluso para sus estándares. ¿Una cara bonita era suficiente para decantar las intenciones de un hombre? La respuesta era sí. Kyungsoo sabía que Kim Jongin podía ser tan superficial como el que más, sin embargo, no podía evitar sentirse decepcionado al comprobarlo en primera persona.

—¿A los chicos de las fotografías?

Kyungsoo  asintió, confundido.

—Por supuesto, ¿a quién si no?

—No. —Jongin cogió el tenedor y se lo llevó a la boca.

¿No? Mierda. Había decidido casarse con otro. De pronto, los pequeños símbolos de dólar que llevaba grabados en la retina desde el mismo día en que había oído hablar del duque por primera vez empezaron a desvanecerse lentamente

—¿Has encontrado a otro dispuesto a casarse contigo?

—No ha dicho que sí, al menos no de momento. —Jongin comió otro bocado, siempre controlando la situación y sin darle mayor importancia.

Si él no pensaba utilizar sus servicios, ¿qué demonios hacía el allí?

—Entonces, ¿Alliance es una especie de plan B? —Quizá todavía no tenía intención de deshacerse de el. Los hombres como Kim Jongin  no hacían nada sin un motivo.

—No exactamente.

Kyungsoo dejó el tenedor sobre la mesa y lo miró fijamente.

—Lo siento, señor Kim, pero hay algo que no entiendo. Esta misma mañana buscaba a un hombre  dispuesto a firmar un acuerdo con el que satisfacer sus necesidades. ¿Ha cambiado algo en las últimas horas? ¿O es que no está satisfecho con los hombres que le he presentado?

Jongin dejó de fingir interés en la comida y puso las manos sobre la mesa a ambos lados del plato.

—Tutéame, por favor. Los hombres que has escogido son perfectos. Demasiado. Como sabes, no tengo demasiado tiempo para escoger esposo, por lo que conocer a cada una de esos adorables hombres y tomar una decisión al respecto es un lujo que no puedo permitirme. —Metió la mano debajo de la mesa y sacó un maletín que Kyungsoo no había visto. Cogió una carpeta de su interior y la deslizó hacia el por encima de la mesa.

—¿Qué es esto?

—El contrato que mi abogado y yo hemos redactado esta misma tarde.

Kyungsoo se moría de ganas de abrir la carpeta, pero en lugar de hacerlo la cubrió con una mano.

—¿Qué contrato?

Los ojos grises de Jongin no se apartaban de los suyos.

—Te estoy ofreciendo un acuerdo de matrimonio.

El corazón de Kyungsoo se desplomó en el interior de su pecho con un golpe seco.

—Yo no estoy en el menú, señor Kim.

Empujó la carpeta hacia Jongin, pero él cubrió su mano y la sujetó firmemente. El contacto desató la misma descarga de la primera vez, una corriente que se propagaba por su cuerpo hasta la punta de los pies y subía otra vez. Se le aceleró el corazón y sintió que el vello se le ponía de punta. Todo su cuerpo se estremecía y lo único que estaba en contacto entre los dos eran sus manos.

—Todo el mundo tiene un precio, Kyungsoo.

—Yo no. —Intentó retirar la mano, pero él le apretó los dedos para evitarlo.

—Voy a crear un fondo fiduciario para ocuparme de Irene de por vida. Aunque te pasara algo a ti, Irene recibiría todos los cuidados necesarios.

Kyungsoo abrió la boca y volvió a poner cara de pez, y es que una explosión no podría haberlo sorprendido más. Jongin venía con los deberes hechos, sabía lo de su hermana y las necesidades especiales de esta.

—Mi hermana solo tiene veintiún años y podría vivir hasta los cien. —Según los médicos, eso era poco probable, aunque tampoco existían indicios de que fuera a morir joven.

—Y sus cuidados te cuestan ciento seis mil dólares al año. El gasto no hará más que subir. —Su mano se relajó, pero Kyungsoo no retiró la suya.

—¿Estás dispuesto a pagarme más de ocho millones de dólares a cambio de que sea tu esposo durante un año?

—Más el veinte por ciento. Esos son tus honorarios, ¿no?

Kyungsoo asintió lentamente y luego sacudió la cabeza.

—¿Por qué yo?

—¿Por qué no? —El pulgar de Jongin empezó a moverse por su mano, pero el pequeño seguía demasiado impresionada como para moverse.

—No soy tu tipo.

—¿Mi tipo?

—Alto, rubio, espectacular.

Jongin soltó una carcajada que devolvió a Kyungsoo a la realidad. Aquello no era más que un trato, un acuerdo comercial, nada más ni nada menos. Jongin le había dado la vuelta a su mano y ahora le estaba acariciando la parte interna de la muñeca, describiendo círculos lentamente. Bueno, quizá un contrato matrimonial era algo más que un acuerdo de negocios.

Kyungsoo apartó la mano.

—¿En qué consistiría para ti este matrimonio?

—Tu vida no cambiaría en nada —respondió Jongin, mientras se llevaba la copa de vino a los labios—. Una escapada rápida al juzgado, quizá a Las Vegas. Tendríamos que hacer algunas apariciones durante los primeros meses para satisfacer a los abogados que mi padre contrató antes de su muerte y también a mi primo, que sería el principal beneficiado si todo esto no funcionara. Yo paso la mitad de mi tiempo en Europa y la otra mitad aquí, en Malibú, así que no nos estorbaríamos el uno al otro.

—¿Y por qué no buscar esposo en Europa?

—Para minimizar la atención de la prensa de allí. En Estados Unidos no hay revistas del corazón dedicadas a reyes y reinas, duques y duquesas. Aquí la novedad de mi matrimonio se olvidaría pronto.

Según las condiciones del testamento de su padre, Jongin tenía que estar casado y asentado antes de cumplir los treinta y seis años si quería heredar la fortuna familiar, además de conservar el título. Tras un largo debate, los abogados habían decidido que, cuando se cumpliera el primer año de matrimonio, el Estado renunciaría a la herencia y levantaría cualquier otra restricción legal que existiera. Al menos eso era lo que los contactos de Kyungsoo en Londres le habían contado.

—¿Qué tipo de apariciones?

—Una pequeña recepción y unas cuantas apariciones en actos públicos. Tendrías que viajar a Londres conmigo para firmar con los abogados los papeles referentes a mi título. A nuestros títulos, vamos.

Kyungsoo tragó saliva. Por un momento había olvidado que el hombre que tenía delante era duque.

—No tengo ni idea de cuáles son las atribuciones de un duque.

Jongin cogió el tenedor y se dispuso a comer.

—Serías la primera, así que yo tampoco estoy muy seguro.

Kyungsoo no pudo evitar que se le escapara la risa.

—Esto es una locura.

—Me sorprende que pienses eso. Para mí, el acuerdo tiene todo el sentido del mundo.

El camarero volvió con los segundos y se marchó rápidamente.

Kyungsoo recordó el consejo que le había dado a Jongin ese mismo día: «Depende de su capacidad para controlar sus instintos más básicos, señor Kim». Quizá lo había escogido porque con el le resultaría más fácil permanecer lejos de su cama. Eso sí tenía sentido. Quizá había visto las fotografías de los candidatos y se había dado cuenta de que, tarde o temprano, acabaría acostándose con ellos.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jongin.

Tenía que mejorar su cara de póquer cuanto antes.

—Nada. Es que... son muchas cosas de golpe. No me lo esperaba.

—Pero lo estás considerando.

—Sería estúpida si no lo hiciera.

—A mí no me pareces estúpida —le dijo él, mientras se llevaba un trozo de carne a la boca.

No, Do Kyungsoo no era estúpido.

—Mañana le echaré un vistazo al contrato.

—Excelente.

Notas finales:

Les gusto?!?!?!?!

Espero lo sigan leiendo y dejandome sus preciosos rw!!


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