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Fetiches por Mirii Hesse

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Notas del fanfic:

Una vez más, one-shot escrito para el intercambio del grupo en facebook "Aomine x Kagami [Español]".


Dedicado especialmente para Aomine Daiki -Que raro se siente decir eso-.


Espero que les guste.


 

Notas del capitulo:

Esta historia es traída a ustedes desde lo más profundo de la mente de esta humilde escritora.


 


Ni los personajes ni sus dementes personalidades me pertenece, todo es de Tadatoshi Fujimaki.

En el sexo, siempre hay al menos tres protagonistas:

una pareja y la fantasía.

-Octavio Paz-

 

 

Forcejeaban sobre la cama, como fieras, luchado por el poder, jadeantes y ansiosos. Azul y rojo, fuego contra hielo, el Sol contra la noche, piel morena contra aquel torso blanquecino, cada vez que tenían sexo era lo mismo, ambos buscaban dominar, someter, deleitarse con su pareja, como una competencia, como lo era todo en su vida desde que se habían conocido… aunque esta vez, su lucha no era como cualquier otra que hubiesen tenido.

 

El de piel morena había terminado por ganarle –una vez más– a su pareja, sentado sobre su cadera, con las piernas a cada lado de la cadera contraria, sonriendo con arrogancia y deseo, ansioso, victorioso, malicioso… Su pareja fruncía el ceño, jadeante, en espera de cualquier falso movimiento que pudiera ayudarle a invertir las posiciones.

 

Ambos con el torso al descubierto, podía notarse los músculos trabajados de ambos, así como el subir y bajar de su pecho, haciendo notar su respiración acelerada, pequeñas gotas de sudor deslizaban por sus cuerpos, tomándose el tiempo para recorrer los trabajados cuerpos de aquel par de hombres que parecía se habían quedado en pausa, ambos quietos, mirándose a los ojos, esperando.

 

—Déjame hacerlo—. Pidió el de tez morena, más como si fuera una orden, o una advertencia, porque lo haría de cualquier forma.

 

—No—. Fue su tajante respuesta, como un gruñido, haciendo que lograra fruncir aún más el ceño.

 

Montones de revistas se encontraban rodeándolos, varias más esparcidas por el suelo, aquellas que no habían tenido suerte de permanecer sobre la cama ante el forcejeo anterior, todas sobre la misma temática, con la misma portada, con la misma finalidad.

 

Aomine Daiki, aquel chico de tez morena, de mirada filosa, de azules cabellos, aquel que representaba el frío y la noche, sonrió con la malicia que lo caracterizaba dejando en claro que el ‘no’ era una respuesta que no iba a aceptar.

 

Un nuevo forcejeo comenzó, aunque claro estaba que esta vez, el de ojos azules tenía mayor ventaja, no es que le costara dominar a su pareja con frecuencia, pero esta vez quería intentar –por fin– algo… diferente, aunque el pelirrojo se negara.

 

Kagami Taiga, el pelirrojo de mirada fiera, cual felino amenazante, el de tez bronceada, aquel que representaba el Sol y el fuego, tan abrasador y ardiente como lo eran aquellos símbolos, se retorció bajo la figura imponente de su pareja actual, gruñendo al ver ese objeto en las manos contrarias.

 

—Vamos Taiga deja de moverte, compláceme esta vez, joder, nada te cuesta.

 

—Y a ti nada te cuesta dejar… eso, maldición Ahomine, te dije que no.

 

A pesar de los reclamos, el moreno no pensaba rendirse, no esta vez, no ahora que a su parecer habían llegado tan lejos. Tomó una de las revistas en su mano disponible, observando la portada y luego aquel objeto en su otra mano, la lujuria fue perceptible en su mirada, la cual terminó de nuevo sobre su pareja, ahora con un rastro anhelante y deseoso.

 

Los ojos rubí, por el contrario, flameaban enojados, molestos, salvajes, reflejando el desagrado de su portador ante tales ideas… y más allá, en aquel mismo mirar, para quien pudiera conocerlo bien, se podía notar la vergüenza que le causaban las ideas del mayor, y el miedo a que lograra salirse con las suyas.

 

Aquel objeto cayó por fin sobre el torso del pelirrojo, haciendo que los ojos de Aomine brillaran victoriosos y que Kagami comenzara a maldecirlo, intentando zafarse, el forcejeo no se detuvo y el calor inicial, aquél que te rodea cuando tu cuerpo disfruta, cuando el placer inunda tu mente y te hace perder el control sobre ti, desapareció, dándole paso a otro tipo de ambiente, no uno tenso, pero si las miradas mataran…

 

—¡¡Dai-chan!!—. Una voz conocida resonó en los tímpanos de ambos, proveniente de afuera, haciendo que se congelaran sobre la cama.

 

La puerta del cuarto –perteneciente al moreno– se abrió en ese instante, dejando ver a dos figuras paradas en el margen de ésta, un hombre y una mujer, mejores amigos de la pareja, uno con el semblante sereno y la otra, curiosa ladeó la cabeza al no entender aquella situación.

 

Kuroko y Momoi podían asegurar que eso era lo más extraño que habían visto que la pareja –aún sobre la cama y sin moverse– había hecho hasta ahora. Y también se podía asegurar que ninguno de los cuatro se había esperado estar en una situación como esa…

 

Porque, no todos los días ves a una pareja de dos hombres sobre la cama a la mitad de lo que parecía ser el acto sexual, aunque claro, hasta aquí se podría esperar que todo fuera normal cuando se trataba de esos dos. 

 

Pero… el corpiño de color celeste que el pelirrojo traía puesto así como el resto de la lencería al lado de la almohada donde el mencionado estaba recargado, el que el moreno sostuviera una de sus revistas pornográficas –según Momoi– como si estuviera demostrando un punto, la posición, el que Kagami estuviera jalando aquel cabello azul como si… Kuroko no estaba seguro de si lo que quería hacer era alejarlo o atraerlo un poco más.

 

Eso no era nada normal.

 

El silencio reinó por varios segundos, que a más de uno le parecieron eternos, ninguno de los cuatro se movió, ni siquiera parecía que quisieran parpadear o incluso respirar, el ambiente ahora sí se sentía tenso.

 

La mirada de la pelirrosa, aún curiosa, como si no entendiera la situación, recorrió la habitación hasta posarse en la prenda que portaba Kagami. La analizó detenidamente, como si no importara la situación en la que los dos más altos se encontraban, sino que algo iba mal justo con esa prenda.

 

—Dai-chan—. Habló de modo tranquilo y los restantes, se tensaron de inmediato. —¿Ese no es mi…?

 

Antes de que pudiera terminar aquella frase, y decirles a todos los presentes que había reconocido aquella prenda como suya, Kuroko tapó su boca, sin dejar de lado su semblante sereno.

 

—Creo que están ocupados, así que volveremos más tarde, disculpen la intromisión, Aomine-kun, Kagami-kun.

 

Kuroko hizo una reverencia ante cada uno sin dejar libre a la chica que seguía sin entender del todo el ambiente. Salieron tan rápido como entraron –El peliceleste arrastrando a su acompañante– y el silencio volvió a reinar en el lugar.

 

Ninguno de los dos despegó su vista de la puerta, como si aún pudieran ver a sus amigos, Aomine no volteaba porque sentía que recibiría un puñetazo en la cara y Kagami, se había sonrojado ante las palabras de la chica, no podía estar más avergonzado.

 

El primero en reaccionar fue el pelirrojo, incorporándose de manera abrupta, logrado que su pareja, al estar distraído, terminara por caerse sobre la cama, liberándolo al fin.

 

Se quitó la dichosa prenda, lanzándosela en la cara al moreno, que apenas vio cómo se ponía la camiseta se paró de inmediato para intentar detenerlo, estaba en aprietos y lo sabía.

 

—Taiga, ¿a dónde crees que vas? Oye espera.

 

—Me largo idiota, te dije que no, pero eres necio, como siempre, tú, maldito fetichista, déjame en paz.

 

Furioso, el pelirrojo azotó la puerta al salir del cuarto, donde volvió a reinar el silencio. Aomine dio un suspiro de resignación antes de entrar a tomar una ducha de agua fría, oh sí, una larga abstinencia estaba por venir, estaba casi seguro de eso.

 

Fetiches. Acciones, situaciones u objetos que nos causan una excitación fuera de lo común.

Todos, en algún punto de nuestra vida, hemos gozado y nos hemos deleitado ante los placeres que trae consigo un fetiche, por más mínimo que fuese éste, desde el gusto por cierto tipo de posición, hasta la excitación por hacerlo en lugares públicos.

 

Se cree que uno no es fetichista hasta que lo dice en voz alta; para Aomine, admitir tal cosa era algo que le tenía sin cuidado, la verdad era que ni siquiera se molestaba en ocultarlo.

 

Era fácil identificar cuál era su mayor fetiche: amaba los pechos, pechos grandes en una bella mujer, y ver a una mujer así usando lencería, bueno, Aomine no quería pensar en eso o su erección regresaría.

 

A pesar de que ahora tenía por pareja a un hombre, eso no hacía que sus gustos cambiaran, incluso podía decir que era lo contrario, la sola idea de imaginarse a Kagami en lencería, cubriendo aquellos botones donde era más que sensible, con unas medias subiendo por aquellas piernas tan firmes, unidas en un liguero que subiera por su bien formado trasero hasta posarse en su cadera… Dominado, sonrojado, con aquella fiera mirada, sometido ante él…

 

El peliazul chasqueó la legua al ver que esta vez, su entrepierna sí había reaccionado al imaginarse a su pareja así, es que no podía evitarlo, todo era culpa de ese pelirrojo por ser tan… atrayente y es por eso que nadie podía culparlo a él.

 

Kagami era atrayente, llamativo, sobresaliente, cualquiera que lo viera podía asegurar eso, Aomine había sido arrastrado hacia él desde el momento que lo vio por primera vez, hace más de un año.

 

**********

 

Antros, bares, billares, fiestas, conciertos… Aomine era alguien que a sus veintiún años de edad se la pasaba en todo tipo de lugares donde pudiera tomar un buen trago y encontrar a alguien con quien pudiera coger por una noche.

 

Cada semana, visitaba alguno de estos lugares por lo menos tres veces, la Universidad era algo en su vida que estaba en segundo plano y no veía un futuro más allá de la noche, una buena noche de placer.  Había perdido ya la cuenta de cuantas –y cuantos– habían pasado ya por su cama.

 

Ese sábado, se dignaba a visitar un nuevo antro, tenía dos meses de haberse inaugurado y había escuchado hablar bastante bien de él, aunque poco le importaba mientras hubiera alcohol y un buen polvo.

 

La música estaba a todo volumen, el lugar era pequeño y estaba repleto, las personas bailaban tan cerca una de la otra que para hacerse paso Aomine tuvo que entrar como si fuera uno más en la pista, deslizándose entre los cuerpos de los presentes, el olor a alcohol inundaba el lugar además del cigarro, la luz era escasa y cambiaba a cada momento, dejando todo el lugar en penumbras.

 

Aun así pudo verlo, porque no había manera de no verle, aquellos cabellos rojizos sobresalían, todo de él sobresalía, el moreno pensó en que si había una palabra para describirlo esa era atrayente…

 

Estaba del otro lado de la barra, vistiendo unos pantalones negros y una camiseta blanca de manga larga, aunque la tenía doblada a la altura de los codos y los primeros botones de su camiseta estaban desabrochados, vestía el simple traje de trabajo, todos los demás vestían igual, pero él se veía… diferente. Sonreía mientras servía una copa tras otra, con agilidad y rapidez, mezclando mil cosas para servirlas.

 

Sus ojos eran tan llamativos como todo en él, rojos como el fuego, como su cabello, apasionados, felices, radiantes y sobre ellos, como si no quisieran desencajar y ser normales unas cejas partidas a la mitad se situaban, curiosas, graciosas, atrayentes.

 

Daiki se recargó en un lugar disponible sobre la barra, sin apartar su vista de aquel pelirrojo, quien al sentir la mirada volteó a verlo regalándole una sonrisa sincera, como si no fuera consciente de lo que su simple presencia podía causar en más de uno.

 

Aomine le devolvió la sonrisa, pero de forma lujuriosa, deseosa, maliciosa, alguien tan llamativo como ese chico, era inevitable que estuviera en su cama. No saldría de ahí sin tener a ese pelirrojo para él.

 

—¿Qué te sirvo?—. El pelirrojo se acercó al moreno, aún con esa aura alegre, sonriente, amable, sólo porque así lo dictaba su trabajo.

 

—¿Qué tal a ti sobre la cama?—. Preguntó descarado, haciendo su sonrisa más grande y arrogante, como si su petición fuera un halago.

 

La sonrisa del de ojos rubí se borró de inmediato, en su lugar, su ceño se frunció y su mirada se volvió más dura, molesta, incluso asqueada. Tomó un vaso de agua –que solían tomar los trabajadores– y sin pensarlo dos veces se lo lanzó a la cara.

 

—Imbécil—. Escupió aquella palabra con molestia y se fue, dejando al moreno más que sorprendido.

 

****

 

Su turno había terminado, pasaban de las tres de la madrugada cuando el pelirrojo salió del local, después de asegurarse de que todo estaba cerrado y que no quedaba nadie dentro, se despidió de sus compañeros de trabajo comenzando a andar tomando el camino hacia su casa.

 

Cuando lo vio.

 

Estaba recargado en la pared del local, fumando de manera tranquila, como si fuera algo normal estar a las tres de la madrugada, afuera de un antro, en una calle no muy transitada, fumando con el frío que estaba haciendo.

 

Hundió su cara entre el abrigo y la bufanda que traía frunciendo el ceño, pasando a su lado, a lo que el otro sujeto reaccionó de inmediato, siguiéndole.

 

—Que pésimo servicio hay en ese lugar ¿no crees?—. Comenzó a hablar como si le conociera. —Uno de los empleados me tiró un vaso de agua en la cara, que poco cortés.

 

—Te lo merecías—. Gruñó el pelirrojo sin voltearlo a ver, sin detenerse, caminando incluso más rápido.

 

Lo escuchó reír, como si se divirtiera viéndolo enojar, volteó de reojo analizando al chico, era de tez morena y de cabello azul, tan azul como la misma noche que cubría todo a su alrededor. Regresó la vista enfrente y se dignó a ignorarlo, no le parecía una persona con la cual valía si quiera la pena hablar.

 

—Dime tu nombre—. Exigió el moreno. Pero el pelirrojo ni siquiera volteó a verlo, sólo siguió caminando, como si no estuvieran hablando con él. —¿Eres de esos que no dice su nombre si el otro no lo dice primero? Bien, te concederé el honor de saber mi nombre. Aomine, Aomine Daiki. Ahora dime tu nombre.

 

Volvió a exigir, pero el pelirrojo sólo viró los ojos, molesto ante su arrogancia y siguió caminando.

 

—¿No vas a decir nada?—. Aomine comenzaba a fastidiarse, ni siquiera supo en qué punto comenzó a seguirlo y cuanto se habían alejado del local donde aquel pelirrojo trabajaba. —Bien en ese caso, te acompaño a casa porque para allá vas ¿no? Y de noche la zona puede llegar a ser muy peligrosa.

 

Se detuvo en seco, volteando a verlo de reojo con el ceño fruncido, notando esa sonrisa altanera que lo único que hizo fue aumentar su enojo.

 

—¿Qué quieres?—. Gruñó.

 

—Tu nombre.

 

Chasqueó la lengua y le dio la espalda, siguiendo su camino, no, no iba a darle el gusto… no iba a hacerlo. Pero el moreno aún lo seguía y comenzaba a ser molesto, por lo que después de dar apenas un par de pasos, volvió a hablarle.

 

—Déjame tranquilo, pareces un acosador.

 

—Sólo dame tu nombre.

 

El pelirrojo gruñó como respuesta. —Kagami... Ahora déjame en paz.

 

Pero Aomine aún lo seguía, sin decirle nada, tarareando una canción de moda que había escuchado antes dentro del antro, estaba colmando su paciencia, ese tipo era estresante.

 

Kagami se había encontrado con muchas personas durante su trabajo, no era la primera vez que lo buscaban pidiendo sexo como lo había hecho el moreno, pero sí estaba siendo el más acosador, nadie, nunca lo había esperado hasta que saliera de trabajar, ni mucho menos lo había seguido a casa, pero el pelirrojo en vez de sentir miedo hacia lo que le podía hacer, estaba molesto, irritado.

 

El departamento de Kagami no estaba lejos del lugar donde trabajaba, por lo que no tardaron en llegar, para desagrado del propietario, Aomine no se quedó en la reja del edificio, sino que lo había seguido hasta que estuvieron frente a la puerta de su hogar. Una vez ahí, el pelirrojo sacó las llaves de la bolsa del pantalón y abrió la puerta, encarando por fin al moreno antes de entrar.

 

—Escucha, Aomine ¿cierto? no sé lo que quieres, pero no vas a pasar.

 

—No quiero entrar. Y ya te he dicho lo que quiero, aunque...

 

—¡¿Qué?!

 

—Sal conmigo—. Esperaba una respuesta positiva, el que le pidiera una cita era halagador, para más de uno, no a cualquiera le daba ese privilegio y pensaba que la respuesta de Kagami sería como todos los demás, que gritaban de la emoción ante esto.

 

—No.

 

Fue la única palabra que salió de labios del pelirrojo y después, le cerró la puerta en la cara.

 

****

 

El de cabellos azules estaba molesto, furioso, inquieto, insatisfecho y no sabía por qué, o más bien, fingía no saber.

 

Desde que cumplió los catorce y su vida sexual había comenzado, nunca, nadie lo había rechazado, hasta apenas hace unas noches cuando ese pelirrojo de lo más tranquilo había dicho de manera tajante "no".

 

¿No? ¿Qué se supone que significa eso? Maldito idiota, de seguro es asexual o virgen y le dio miedo enfrentarse a alguien tan experto como yo, de seguro es eso, estúpido pelirrojo, ni a quien le importe, puedo conseguirme a alguien más, ni que estuviera tan bueno... arghh si lo está, maldita sea, ese, ese... Bakagami, ¿por qué tiene que ser tan... atrayente?

 

Sus pensamientos eran un desorden. Después de aquella negativa tuvo que volver al local por su auto y luego, bastante molesto regresó a casa.

 

No volvió al lugar donde conoció al pelirrojo, pero no había día que no pensara en aquellos fieros ojos, flameantes, ni en aquel llamativo cabello. Comenzaban a frustrarse sus encuentros carnales, con todo aquel que se le cruzaba enfrente, comenzó a frecuentar más a los hombres que a las mujeres, pero no era suficiente...

 

Estaba asqueado consigo mismo por no poder sacarse de la mente a aquel pelirrojo tan orgulloso, quería dominarlo, someterlo, tenerlo en su cama suplicándole por más, escucharlo decir su nombre, lo quería poseer.

 

Sólo es un capricho, sólo quiero hacerlo mío y después de eso, podré volver a disfrutar de los placeres de un buen par de pechos, entre más grandes, mejor.

 

****

 

Habían pasado dos semanas ya desde que había conocido a aquel moreno, pero la diferencia radicaba en que Kagami no volvió a pensar en él más y se alegró de no verlo en su sitio de trabajo al día siguiente.

 

El martes –su día de descanso– el pelirrojo fue a hacer una de las cosas que más amaba. Salió de su apartamento en la tarde, calzando un par de tenis, ropa ligera y un balón bajo el brazo derecho. Se encaminó hacia la cancha más cercana a su hogar.

 

El básquetbol era su mayor pasión, lo adoraba y era bueno jugando, fue un gusto que obtuvo desde los diez años, y ahora, aunque hubieran pasado ya once desde que comenzó a jugar, no podía dejar de divertirle como antes.

 

Un par de dribbleos, canastas de tres puntos –que no eran su especialidad pero que intentaba mejorar en ello–, saltos, tan altos como sólo él podía hacerlo, casi como si volara, rematando contra el aro con fuerza, jugando en un one vs one contra sí mismo, no había nada que hiciera que mantuviera una sonrisa sincera más que eso.

 

—¡Ehh! Bakagami.

 

Escuchó un grito a lo lejos, haciendo que se distrajera, el balón chocó contra el aro y rebotó cayendo a los pies de aquel nuevo individuo que lo había llamado.

 

No le reconoció hasta después de unos segundos, ¿Cómo había dicho que se llamaba? ¡Oh sí! Aomine. Frunció el ceño ¿Qué se supone que hacía él ahí?

 

—¿Qué quieres aquí? ¿Y a quién mierda llamas Bakagami? Tú, grandísimo.... Ahomine.

 

El moreno botó el balón sin responder a sus preguntas, como si no hubiera dicho nada, anotó una canasta de manera impresionante y volteó a ver a Kagami, con una sonrisa altanera, retándolo, obteniendo una sonrisa igual como respuesta, aceptando el juego.

 

No dijeron nada más después de eso, pero la sonrisa no se borró del rostro de ambos, sólo que ahora era alegre, divertida, competitiva, una sonrisa de emoción al sentir la adrenalina correr entre sus cuerpos ante el juego, sus ojos centellaban, ansiosos, con deseo de más, sus manos se rosaban aumentando la carga eléctrica que los recorría por completo. Un juego, uno en el que ambos podían sentir que su cercanía ya no era tan molesta sino agradable a comparación de su primer encuentro.

 

Una inexplicable emoción comenzó a crecer en el pecho del pelirrojo, que sin darse cuenta, comenzaba a sonreír admirando los tiros de Aomine, tiros sin forma que a pesar de la posición en la que estuviera, no fallaban, era imposible no mirarlo, eso pensaba en ese momento.

 

El de ojos como la noche se fue como llegó, terminó por ganarle por una considerable diferencia, se burló de él, pero a Kagami no le molestó, lo consideró más bien un nuevo desafío, lo que hizo que sus últimas palabras antes de que el otro se fuera salieran con emoción.

 

—¡La próxima vez voy a ganar!—. Gritó.

 

La próxima vez...

 

****

 

Apretó el vaso en su mano, soltando un gruñido amenazante, como si estuviera advirtiendo que en cualquier momento terminaría por estallar, y como buen depredador, arrasaría con todo el que se le pusiera enfrente.

 

Aomine regresó a aquel lugar un mes después.  Free Night se había vuelto muy popular desde aquella primera vez en la que fue, pero poco le importaba, él sólo había ido a ver al pelirrojo, porque no podía sacarlo de su cabeza y quería olvidar todo eso ya.

 

Como las veces anteriores, no fue difícil encontrar al pelirrojo, no estaba tras la barra como cuando le conoció, sino atendiendo mesas, pero ese día, el atuendo era diferente.

 

Iba vestido –como el resto– con un pantalón militar, tan apegado a su cuerpo que podía notar lo bien formado que estaba cada uno de sus músculos, y qué tan bien dotado estaba el pelirrojo, además de ese trasero, que tan sólo con darle un vistazo, el libido de Aomine voló hasta límites que no había creído posibles, al menos no que consiguiera un hombre.

 

Una camiseta holgada de color blanco que le llegaba arriba del ombligo adornaba su torso, dejando a la vista su bien trabajado abdomen, incluso un poco más arriba, pues la prenda se levantaba cada vez que el pelirrojo se movía, y aplacando sus rebeldes cabellos, una gorra puesta al revés, de los mismos colores que el pantalón complementaba el traje.

 

Aomine hubiera estado más que contento con aquella vista... de no ser porque no era el único que podía disfrutar de ello. Kagami no le había dirigido ni la mirada a pesar de que lo vio entrar, se la pasaba atendiendo todas las demás mesas, y Daiki, con rabia debía ver cómo le sonreía al resto.

 

Pero eso no era lo que tenía al moreno tan molesto, creía que podría aguantar aquello, pero el ver como el resto le coqueteaba al pelirrojo de forma tan descarada, había visto un par de manos deslizarse por el cuerpo del pelirrojo, había visto como apretaban el trasero del mesero, había visto como lo tomaban de la cintura, como más de uno lo apegaba a su cuerpo de manera posesiva, las miradas lujuriosas y asquerosas posarse sobre todo su cuerpo.

 

¡Y lo peor de todo! Kagami no hacía más que sonreírles y sonrojarse ante el atrevimiento de esos tipos. Faltaba poco para que el vaso en su mano terminara por romperse ante la presión que estaba ejerciendo.

 

Ese idiota... dejaba que otros le coquetearan, ¡incluso que lo tocaran! pero si se trataba de él ¡Claro! ni una mirada podía dirigirle. Era ilógico, no había persona que no quisiera una oportunidad con él, pero Kagami...

 

Definitivamente tiene que ser asexual, o tener pésimos gustos, esos tipos son una mierda ¿Porque a ellos sí les haces caso? Estúpido Bakagami... ¡Ey tú! Imbécil, deja de tocarlo, es mío... bueno no mío, pero lo será, aunque sea sólo una noche... pero no estoy seguro de que quiera dejarlo ir después... Arghh ¿Qué mierda? Yo me largo de aquí.

 

El vaso se rompió cuando vio como uno de los sujetos lo tomó desprevenido, jalándolo hacia enfrente a punto de besarlo, terminó por llamar la atención de los que atendían el lugar, y de Kagami en especial, logrando que por fin se alejara de esos sujetos.

 

****

 

Desde ese día, Daiki se pasaba todas sus noches en el Free Night.  La convivencia con Kagami fue inevitable, puesto que al cabo de una semana el pelirrojo se había rendido y terminó por hacerle caso, al menos no era tan desagradable como pensó.

 

El moreno se había enterado de que los martes era el día libre del pelirrojo, así que dejó de ir esos días, no había razón para hacerlo. También supo que Kagami odiaba a los perros porque les tenía miedo, pero que amaba a los gatos y de hecho tenía planeado comprarse uno, que amaba las hamburguesas con queso, que no estudiaba, pues al terminar la preparatoria comenzó a trabajar en aquel lugar.

 

Sabía que odiaba los días nublados, porque él amaba el sol, le gustaba ir a la playa y ayudar a la gente. También que vivía solo porque hace varios años su madre había muerto y que con su padre no tenía una buena relación. Que su cumpleaños era el mismo mes que el suyo y que no le gustaba pelear con la gente, aunque su carácter era muy explosivo por lo que terminaba haciendo lo contrario.

 

Le gustaba el helado de fresa y adoraba preparar daiquirís, que llevaba trabajando ahí casi cuatro años y que tenía su edad. Que era experto en la cocina aunque él nunca había probado nada que el pelirrojo hiciera y que amaba con locura el básquetbol desde que era un niño.

 

También se enteró de cosas que el pelirrojo no le dijo, pero que él pudo notar. Era distraído la mayor parte del tiempo, por lo que no notaba la mirada lasciva de los demás, era muy inocente por lo que no lograba captar lo que sus actos podían ocasionar. Le gustaba bailar al ritmo de algunas canciones mientras hacia su trabajo y lo hacía con gusto.

 

Pudo ver que era alguien sincero y directo, razón por la cual cuando lo conoció, terminó por lanzarle el vaso de agua en la cara al verlo como alguien atrevido y que, para molestia de ambos, tenía que soportar a todo tipo de clientes, por lo que dejarlos tocarlo era parte de su trabajo.

 

Por su parte, Kagami supo que Aomine estaba estudiando administración empresarial, que era un tipo influyente y con dinero que iba a heredar una empresa familiar apenas terminara la Universidad, que los perros le encantaban y era la persona más resistente al alcohol que había llegado a conocer.

 

Que una de sus bebidas favoritas era el whisky preparado como fuera, que era soltero y que le gustaba vivir la vida  –como él solía decirlo–, que su comida favorita era cualquiera que tuviera teriyaki. Que amaba el básquetbol tanto o más de lo que el pelirrojo lo hacía, que era hijo único y vivía con sus padres.

 

Se enteró de que Aomine tenía un insano gusto por los pechos grandes en mujeres hermosas y que aunque no lo dijera como tal, tenía un fetiche con la lencería, pues amaba ver a sus parejas portando dichas prendas, fueran hombres o mujeres –aunque si se trataba de alguien con pechos grandes, mejor–.

 

Supo que tenía un gusto por coleccionar tenis de marca, y que a diferencia de él, prefería pasar los días en casa, durmiendo, que le gustaban los días nublados y pasear entre montañas, mejor si había nieve o neblina. Que era una persona sin preocupaciones y eso a veces le molestaba.

 

Se enteró de que el moreno no era alguien tolerante y que siempre buscaba a una persona que pudiera significar un reto, que lograra hacer que se esforzara en conseguir algo, no que le dieran todo a la primera, que era un codiciado bisexual de veintiún años y que se aprovechaba de ello.

 

Que no le gustaban las cosas dulces, de hecho odiaba la fresa, pero que era un adicto al café y al cigarro. Que de pequeño era más alegre y optimista, pero con el paso del tiempo se llevó varias decepciones que hicieron que su personalidad cambiara.

 

Kagami también supo que ahora era un arrogante, presumido, odioso, vanidoso y altanero ser que creía que podía hacerlo todo y que nadie era mejor que él... Aunque también supo que lo miraba de forma tierna cuando creía no estarlo viendo, que siempre llegaba hasta el final para quedarse el tiempo suficiente para lograr acompañarlo a casa cuando su turno acababa, que comenzaba a frecuentar sus lugares favoritos sólo para toparse con él, entre otras cosas más.

 

Y después de casi medio año de conocerse, Kagami supo una cosa más... supo que ese moreno le había gustado desde la primera vez que lo vio y que, ahora, inevitablemente estaba enamorado de él.

 

****

 

Daiki nunca fue una persona paciente, es por ello que le sorprendió que pudiera esperar más de un mes sin tirarse al pelirrojo, o simplemente, que no haya perdido el interés en él después de tanto tiempo.

 

Pero es que para su desgracia, había terminado por enamorarse de ese estúpido pelirrojo, de cada una de sus acciones y cada uno de sus gestos, de cómo fruncía el ceño cada vez que no comprendía algo, de la forma en como sonreía cuando lo felicitaban en el trabajo, de la manera en que su cuerpo deleitaba a su vista.

 

El moreno nunca había estado en una relación seria, de hecho detestaba los compromisos y prefería vivir lo bastante lejos de ellos por un buen rato. Pero había algo en Kagami que hacía que quisiera arriesgarse a quedarse con él… para siempre.

 

Porque Kagami era irresistible, atrayente, perfecto… para él.

 

Un sábado, antes de ir al Free Night como cada noche, se decidió a que ese día, por fin debía hacer algo para que Kagami supiera lo que sentía por él, y que si lo rechazaba al menos lo había intentado. Aomine no era de los que se ponía a llorar ante una negativa, la vida sigue, si él no quiere, alguien más lo haría… aunque para ser sincero, esta vez sí le iba a doler. 

 

Pero antes, necesitaba un plan… Y tenía a cierta persona en mente para que le ayudara.

 

****

 

Kise Ryouta era el modelo más atractivo de todo Japón, según las revistas de moda, también era reconocido internacionalmente y a sus veintidós años de edad, estaba entre los mejores cincuenta de todo el mundo.

 

Kagami lo reconoció en cuanto entró al lugar donde trabajaba, no porque fuera alguien de verdad deslumbrante, o porque pudiera ver mucho con las luces led inundando el lugar, o porque tuviera una gran vista que le permitía distinguir a cada uno de sus clientes, sino porque era imposible que no distinguiera a la persona con la que venía.

 

Kagami sabía que Kise era un modelo reconocido internacional, lo que no sabía era qué hacía en un antro tan pequeño y descuidado de Japón, ni mucho menos que hacía con Aomine, con su Aomine.

 

Ambos chicos se sentaron en la primera mesa disponible, el modelo traía puestos unos lentes que intentaban inútilmente tapar su identidad. Esta vez, Aomine no se acercó a la barra como de costumbre, ni siquiera volteó a ver al pelirrojo que no les quitaba la vista de encima, aún no tenía un plan y por eso estaba nervioso, no quería ver al pelirrojo hasta poder tener las cosas claras.

 

—Una vez más Aominecchi…— Comenzó a hablar el rubio. —Recuérdame por qué estamos aquí.

 

La música era tan alta, que el rubio tuvo que acercarse al moreno, tanto como para poder casi gritarle en el oído y que así pudiera escucharle, aunque desde la posición donde Kagami observaba, parecía más como si estuviera por besarlo en vez de estar hablando.

 

—¿Ves a ese chico pelirrojo tras la barra?—. Aomine tomó una postura inclinada hacia el rubio, para poder hablar con él aunque sea un poco. —Creo que estoy enamorado de él.

 

Kise se sorprendió y su rostro dejó ver en claro aquello, conocía al moreno desde que eran unos niños, desde la escuela media; y no recuerda ni una sola vez en la que el moreno haya mencionado esas palabras, ni siquiera por compromiso. Por eso supo que hablaba en serio, más cuando notó como desviaba la mirada de la suya, reacio a verlo a los ojos.

 

El modelo entonces, levantó la vista hasta toparse con los ojos rubíes de aquel chico, bajó sus lentes un poco dejando ver sus ojos, tan amarillos como la luz, igual que su cabello, que chocaron de inmediato contra el fuego que resplandecía en los ojos del bar-tender.

 

El rubio pudo entender entonces por qué su moreno amigo había caído enamorado, ese pelirrojo tenía algo que hacía imposible desviar la mirada de él, aunque en estos momentos, le dirigiera una mirada tan fiera y asesina que Kise no pudo hacer otra cosa más que sonreír divertido e incrédulo.

 

Si tan sólo te hubiera visto antes… Pensó el modelo con pesar antes de soltar un suspiro y apartar la mirada, casi de forma obligada, de aquellos ojos.

 

—Tengo una idea.

 

Se paró de su lugar, siendo consciente de que el pelirrojo aún seguía viéndolos y de manera natural se sentó sobre las piernas del moreno, como si fuera algo común entre ellos, pasando sus manos por el cuello del más alto. Para fortuna del plan de Kise, ambos tenían la confianza suficiente como para hacer eso sin que el otro terminara por soltarle un puñetazo, por lo que Aomine sólo levantó una ceja extrañado sin entender a qué venía eso.

 

—¿Qué se supone que haces Kise?

 

—¡Es parte del plan Aominecchi! Deberías ser agradecido porque te esté ayudando.

 

Aquella posición, fue la gota que derramó el vaso de los sentimientos de Kagami, no sabía la razón, pero le molestaba la forma en que aquel estúpido rubio podía acercarse al moreno. Y aquella sonrisa victoriosa que el modelo le dedicaba, era el colmo, como si se estuviera burlando de sus sentimientos.

 

Impulsivo como era, tomó una bandeja con un par de vasos y caminó hacia la mesa de aquel par, ajenos a los pensamientos de Kagami. Justo antes de llegar, fingió tropezarse con algo tirando el contenido de los vasos encima del rubio, por completo y mentalmente se felicitó por su puntería.

 

 —¡¡Pero que mierda te...!! Ohh Kagami.

 

Kise se había parado como resorte al sentir el frío líquido, mientras que Aomine estuvo por soltar maldición y media al ver a su acompañante en tal estado, pero al ver al pelirrojo frente a él, se quedó callado, sin saber bien de qué lado ponerse, ni tener un plan en la mente…

 

—Ups…— Dijo el pelirrojo de manera fingida, era pésimo mintiendo. —Fue un accidente.

 

La música había bajado a un tono más suave, donde todos aprovechaban para tomar algún par de tragos, ajenos a la escena que el trío montaba. El rubio intentó no mostrar la sonrisa divertida que intentaba salir de él ante las reacciones tan obvias de aquel pelirrojo.

 

—No te preocupes, aunque si quieres arreglarlo, podrías darme tu ropa, me encantaría ver que hay debajo de ella—. Murmuró tan cerca de él que era casi imposible que Aomine les escuchara, si sólo tenía esa oportunidad para coquetearle, no iba a dejar que sólo pasara. —Es broma guapo, Aominecchi, creo que me voy, no quiero andar apestando a alcohol.

 

Vieron al rubio partir y Kagami, en vista de que ya no tenía nada más que hacer ahí, regresó a la barra antes de tener que llegar a dar alguna explicación. Pero el moreno era más rápido y antes de que lograra escapar, lo tomó de la muñeca jalándolo hacia la puerta trasera del lugar, alejado de los demás para tener un momento más privado.

 

—¿Qué crees que haces idiota?

 

—¿A qué vino ese comportamiento Bakagami? Y no me mientas, sabes que eres malo mintiendo, así que dime ¿Por qué le hiciste eso a Kise?

 

—¡Fue un accidente!—. Evitaba ver aquellos ojos azules, tan profundos como un pozo, a toda costa, no era momento para decirle lo que sentía, nunca debía saberlo.

 

—No me mientas Taiga—. Lo tomó de la barbilla haciendo que alzara la vista hasta que ambos pares de ojos se conectaron.

 

Kagami siempre pensó que los ojos de Aomine eran penetrantes, profundos, pasionales, aquellos que transmitían lo que sentían sin molestia a ocultarse, tan abrazadores que podías sentir cada emoción que cruzaba por ellos, desde la ira hasta la lujuria; y cada vez que los veía, terminaba prendido de ellos, perdido en una noche oscura sin salida.

 

Aomine por su parte, siempre pensó que los ojos del pelirrojo eran muy peculiares, desde su color, hasta lo que transmitían, era como si vieras el fuego en ellos, como cuando las llamas de una fogata te atrapan, haciendo un baile entre tonalidades diferentes de rojo. Eran tan atrayentes como lo era todo en el pelirrojo. Tan llamativos y sinceros, tan puros…

 

El ambiente entre ellos comenzó a sentirse cada vez más íntimo, a pesar de que estaban rodeados de cientos de personas, y la música volvía a resonar tan alto como podía en el local, no había –para ellos– nada más allá del contrario.

 

—Taiga…— Fue lo único que pudo mencionar, antes de sentir los labios contrarios sobre los suyos.

 

Él no había dado el primer paso como lo tenía planeado en ese instante, él no se había movido más de un centímetro. Había sido el pelirrojo quien se había abalanzado sobre él, en un beso pequeño, torpe, nervioso, efímero como las puestas de Sol donde el día y la noche llegan a encontrarse.

 

—No lo soporté ¿de acuerdo? No me gustó la idea de ver a alguien más cerca de ti. No estoy tan seguro de lo que sienta, o bueno si, pero no quiero decirlo, no porque no lo sienta… Tch esto no tiene sentido, lo que quiero decir es…

 

Las palabras del pelirrojo fueron calladas por el moreno, quien ahora tomando el control, posó sus ansiosos labios sobre los contrarios, devorándolos en un beso desesperado, ardiente, anhelante.

 

—Me gustas… No, estoy enamorado de ti —Terminó la frase el moreno.

 

**********

 

Salió de la ducha después de casi una hora, asegurándose que su pequeño problema no volvería a regresar. No podía creer que había pasado ya casi un año de aquella terrible confesión y casi dos años desde que conoció a ese pelirrojo molesto que le alegraba la vida.

 

Se acostó en la cama dando miles de vueltas, sin poder conciliar el sueño, si no hubiera sido por esos dos que interrumpieron horas antes, ahora podría estar durmiendo junto a su pelirrojo después de haber cumplido una de sus más grandes fantasías y deseos.

 

Un par de horas después, pasada la media noche, recibió por fin un mensaje de su pareja, bien, al menos Aomine podía decir que el de mirada rojiza no estaba enojado con él, por lo que eso significaba que no había abstinencia.

 

De: Bakagami.

Asunto: --

 

Mañana, te quiero en mi casa después del trabajo idiota. Te tengo una… sorpresa.

 

Extrañado, dejó su celular de lado, sin entender del todo las palabras de su pareja, se acomodó sobre la cama y ahora sin preocupaciones, se quedó dormido al instante.

 

****

 

Kagami salía del trabajo los jueves a las once de la noche, por lo que a las diez, Aomine iba saliendo de su hogar –puesto que vivían un tanto lejos, aunque la idea de pedirle a su pelirrojo que se mudara con él cada vez era más llamativa–.

 

En vista de la falta de tráfico ese día, llegó antes de lo planeado, por lo que cuando estuvo frente a la puerta del apartamento ajeno sacó un duplicado de la llave de su bolsillo. Kagami se la había dado hace unos meses por si era necesario había dicho, y esa era la primera vez que iba a usarla.

 

Como era su costumbre, se quedó dormido en la habitación del pelirrojo mientras lo esperaba, aburrido al ver que se iba a tardar un poco más de lo que acostumbraba. Aomine detestaba el trabajo del pelirrojo, porque había sido testigo de todas las miradas que le dirigían a su chico, pero había sido una batalla que había terminado por perder cuando Kagami le dijo que ese era su único sustento.

 

El moreno no estaba seguro de cuánto tiempo había pasado desde que se quedó dormido, pero abrió los ojos cuando escucho el sonido de unas cadenas y un leve ‘click’ después de un rato. La cama se hundió a su lado y fue en ese momento que el de ojos azules abrió los ojos.

 

—¿Taiga?—. Preguntó confundido.

 

Escuchó una leve risita que le hizo abrir por fin los ojos, topándose con la figura de su pareja sentada sobre su cadera, sonriendo de manera inocente, como siempre solía hacerlo.

 

—Eres un flojo Daiki, mira que quedarte dormido.

 

—No molestes, te tardaste más de lo usual, no es mi culpa, maldición ¿Qué hora es?

 

Aomine intentó buscar su celular, pero al mover su mano apenas un poco pudo escuchar de nuevo las cadenas, confundido despabiló un poco más antes de dirigir su vista hacia sus manos, encontrándose con que estas estaban atadas a la cabecera de la cama con unas esposas.

 

—¡¿Pero qué mierda…?!

 

En ese momento, fue consciente de que no sólo sus manos estaban atadas, sino que también sus piernas –una de cada lado del filo de la cama– y que no traía camiseta.

 

Miró a su pelirrojo confundido, pidiendo con la mirada una explicación, viendo como la inocente sonrisa del pelirrojo cambiaba por una que reconoció más como suya: llena de lujuria y placer contenidos.

 

—¡¿Qué rayos crees que haces?!

 

—Desde que te conozco, tienes ese insano gusto por los pechos y por esa dichosa Mai-chan y por todo esto de la lencería, maldito fetichista—. Habló Kagami con un tono de voz molesto, como si lo estuviera regañando. —Pero ¿sabes? No eres el único que tiene ese tipo de… gustos.

 

Fetiches. Acciones, situaciones u objetos que nos causan una excitación fuera de lo común.

Todos, en algún punto de nuestra vida, hemos gozado y nos hemos deleitado ante los placeres que trae consigo un fetiche, por más mínimo que fuese este, desde el gusto por cierto tipo posición, hasta la excitación por hacerlo en lugares públicos.

 

Se cree que uno no es fetichista hasta que lo dice en voz alta; Kagami no era del tipo de chicos que se la pasaba hablando de ese tipo de cosas, nadie sabía acerca de sus gustos en el ámbito sexual.

 

Kagami amaba ver a sus parejas sometidas, aún cuando él seguía siendo el pasivo de la relación. Ver la desesperación en los ojos contrarios por querer tocarlo, por querer moverse, por querer ser partícipe del acto lo hacía delirar de placer.

 

Y era algo que Aomine, estaba por descubrir.

Notas finales:

Y bueno, una vez más aquí con mi segundo fic, es un poco más corto que el primero pero pues, la Uni me absorbe :c

Esta vez la historia está basada en una imagen, me tocó una un tanto, peculiar, pero creo que lo logre :3

 

Cualquier review, comentario, critica o sugerencia son bien recibidos n_n 

Gracias por leer.


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