En la torre más alta, una solitaria flor vivía,
Rodeada de fino polvo, la vida de un príncipe protegía.
Al nacer, KyungSoo había sido condenado, de esa flor su vida pendía.
Una flor frágil y delicada, con pétalos de seda, que con el tiempo se desprendían.
Uno a uno caían al suelo, meciéndose al ritmo del viento,
Y junto a ellos el príncipe perdía el aliento.
Desesperado, corrió y corrió por los largos pasillos, bajando las escaleras, atravesando puertas hacia la libertad, donde se encontró rodeado de un oscuro firmamento.
Se bañó bajo la luz de luna; las estrellas indicaban el camino. Caminó, caminó y caminó. Entonces se detuvo, cuando detrás de unos frondosos arbustos percibió un movimiento.
El miedo se extendió en su interior en ese momento.
Parado ahí, mudo y tenso, dio unos pasos hacia atrás.
En ese instante un joven apareció, avanzando hacia él como si bailaran al compás.
El príncipe quiso correr, pero sus pies no respondían. Algo en él se sacudió cuando el hombre sonrió audaz.
Exigió saber su identidad. El muchacho respondió, JongIn era su nombre.
KyungSoo se presentó como un príncipe; se sentía nervioso ante la presencia del hombre.
Su blanca sonrisa y ojos profundos lo hipnotizaban,
Y su corazón palpitaba fuerte bajo esa mirada que en su alma profundizaba.
El viento invernal arrastraba palabras a sus oídos, los guardias del palacio lo estaban buscando.
Sobresaltado, escuchaba cómo gritaban por él; JongIn lo tomó de la mano, lo arrastró donde su caballo esperaba, subieron y huyeron cabalgando.
Se ocultaron durante días y noches,
KyungSoo, poco a poco se acostumbró y paró de hacer reproches.
Cuando la primera nevada cayó, los pétalos comenzaban a agotarse.
El príncipe, pálido y apagado, no lograba ni de pie pararse.
JongIn no podía simplemente detenerse a ver su vida marcharse.
Mientras cuidaba de él, un caluroso amor surgió entre ellos,
JongIn se sentaba a su lado, mirando su débil sonrisa y escuchando sus anhelos.
Murmurando con voz suave, el príncipe le contaba sus sueños;
Susurrando cerca de su oído, JongIn le narraba montones de cuentos.
Una tarde JongIn salió,
Y montando su caballo a una vieja torre llegó.
Subió por las escaleras, explorando.
Y cuando llegó a la cima, supo que por fin lo había encontrado.
El regalo perfecto para su amado.
Era algo único, de gran belleza,
Un rayo de luz se filtraba por una ventana, iluminando su pureza.
Era la flor perfecta, sabía que no había dos como esa,
Se acercó hasta ella, se arrodilló y la arrancó con delicadeza.
Los únicos tres pétalos de ella cayeron, como un efímero soplido del viento.
JongIn bufó, soltó el tallo de sus manos y salió de ahí, para nada contento.
Su obsequio se había arruinado,
Pensaba en lo feliz que podía haber hecho a KyungSoo mientras iba llegando.
Entró en la cabaña, sus pasos resonaron en la madera;
Antes de entrar a la habitación, sintió frío y encendió la caldera.
Abrió la puerta y encontró al príncipe con los ojos cerrados,
Tuvo un mal presentimiento y corrió hacia él, apresurado.
Con el pulso acelerado, lo revisó; KyungSoo no estaba respirando.
Gritó con dolor, su sangre hirviendo con furia;
Sus lágrimas resbalaron, una a una, y afuera comenzó a caer la lluvia.
Besó su frente con dulzura; el rostro del príncipe reflejaba paz.
JongIn imploró al cielo, se negaba a creer que no lo vería nunca más.
Abrió la ventana, dejando que su llanto se mezclara con el sonido del agua y el viento helado y espeso;
Y en ese momento, JongIn le dio a KyungSoo un último beso.
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