Jadeando y sudoroso, en contra del viento que le quemaba las mejillas y labios, corrió atravesando una casa en ruinas de aspecto deplorable. Tropezó con algo que parecía ser un tabique derrumbado, cayendo al suelo empolvado y levantándose casi de inmediato. Gimió ahogadamente cuando notó que una de sus heridas de su mano izquierda se volvía a abrir, empezando a derramar sangre de color escarlata. Sin embargo, eso ya no le importaba absolutamente nada. Lo que le preocupaba muchísimo más era encontrarle.”
Después de recorrer precipitadamente lo que quedaba de las calles de aquella ciudad, pudo verle. Su cuerpo descansaba apaciblemente, sin enterarse de nada de lo que sucedía a su alrededor. De apariencia casi mortecina a la luz del sol que le iluminaba, estaba colocado por algún buen samaritano sobre una manta blanca, ahora manchada con el rojo carmín que emanaba de sus contusiones y laceraciones.
Más lejos, podía verse a su hermano mayor, Italia Romano, de apariencia casi similar a pesar de ser varios años mayor, ayudando a rescatar a una familia que había quedado atrapada bajo los escombros bélicos de su hogar. Él había sido quien le había recostado allí, y no dudaría en atacar furiosamente al alemán si le veía, ya que él era el causante de todo aquello.
Lo primero que hizo fue agacharse junto al lastimado italiano. Le acarició el cabello sucio de sangre seca y tierra, sin recibir respuesta alguna. Lo acunó entre sus brazos y le levantó la cabeza, pudiendo observar sus finas facciones que siempre le habían deleitado. Facciones que ahora estaban masacradas por la Segunda Guerra Mundial, por los Aliados y por los de Eje equitativamente.
- I-Italien... Hey... Despierta, todo ha pasado ya.
El rubio entrelazó sus dedos con los de la diestra del italiano, suplicando una respuesta mínima.
- En serio, me enfadaré mucho si no despiertas ahora mismo... Le darás cien vueltas al campo de entrenamiento con Bertliz persiguiendote. ¿Es eso lo que realmente quieres? - la orden intentaba parecer autoritaria, sin embargo, no había poder ninguno en ella. Esta se estaba quebrando paulatinamente en millones de pedazos, las millones de víctimas de aquella guerra, las millones de vidas destrozadas por su culpa.
Fue entonces cuando juntó su frente con la suya. Frente con frente, nariz con nariz, y labios con labios. Este no era sino un burdo intento de reanimar la vivaracha actitud del véneto, que ahora se encontraba yaciendo casi muerto entre sus brazos.
- Italien, todo ha sido... Meine schuld... Pero gracias a Dios, mi ejercito ya se está retirando de tu país. Yo nunca quise esto, de verdad. Despierta, bitte... Despierta, meine liebe...
Lágrimas que años atrás habían renegado a aparecer aun con todas aquellas atrocidades cometidas por su gobierno, brotaban ahora de sus ojos como si no hubiese un mañana. Simplemente, él había permitido que sucediera. Él había hecho que Italia se encontrase tan malherido y deshecho en aquel momento.
Lo abrazó, hundiendo la cabeza en su cuello mientras sollozaba. Aun colgaba de su cuello aquella cruz, la Cruz de Hierro que le había entregado el día del Pacto de Acero en señal de su reciente amistad. No se lo había quitado ni cuando su país había comenzado a arrebatarle la vida poco a poco.
En el horizonte, vio una tropa desfilando hacia su posición bajo una alabada Jack Flag, que ondeaba desplegando todos sus colores. Supo que aquel era su final, Alemania desaparecería bajo el mandato de los cuatro países Aliados, y la única persona que había aceptado ser su amigo le odiaría... Y quizás nunca volvería a ser la misma... Porque él mismo se había encargado de destruirla sin quererlo.
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En ese instante, abrió los ojos.
No se encontraba en el campo de batalla. No tenía a Italia ensangrentado e inconsciente entre sus brazos. Sus heridas habían sanado... O más bien, ya no existían. Era simplemente una persona que acababa de despertar de una terrible pesadilla, empapado en sudor, y que, entre jadeos, trataba de encontrarle una explicación lógica a lo que acababa de suceder.
- Mein Gott... - musitó Alemania, pasándose la mano por todo su rostro.
Miró a su alrededor. Todo estaba en su lugar. Aster, como siempre, se había postrado ante los pies de su cama y dormía plácidamente sin percibir ruido alguno de su dueño. Su mandíbula tembló, junto con todo su cuerpo. Las lágrimas caían por sus ojos, mientras él se agarraba a la cruz militar que colgaba de su cuello.
Sin esperanzas de reconciliar el sueño y de que si se levantaba no iría para mejor, el alemán decidió volver a cubrirse con las sábanas y cerrar los ojos a la espera de un nuevo día, en el que se hubiera olvidado de aquel maldito sueño.
O eso hubiera hecho, de no ser porque un bulto caliente y demasiado humano empezó a moverse entre ellas. El conocido rulito italiano se dejó ver entre las mantas, y luego, con un susurrado “Ve~”, los ojos permanentemente semi cerrados de Italia Venecciano asomaron, viendo con expectativa al alemán.
- Ve~ ¿Qué es lo que pasa, Germania? - preguntó inocente el castaño. - ¿Por qué estas despierto?
- ¡¡ITALIEN!! ¡¿QUÉ HACES EN MI CAMA A ESTAS HORAS... DE NUEVO?! - chilló Alemania, avergonzado y asustado de verle allí.
- ¡V-Ve! ¡Scusate, Capitano! ¡Yo solo quería dormir contigo, ve~! ¡Soñé con que el monstruo espagueti volador quería acabar con toda la pasta del mundo y yo no podía protegerla, veeee~! - exclamó despavorido.
La mitad de esa oración la dijo envuelto entre los musculosos brazos del mayor, con el pecho agitado y las manos temblorosas. El latino lo observó asustado, creyendo que iba a castigarle por haberse colado en su lecho por la noche... Sin embargo, lo que escuchó no fue ni más ni menos que un suspiro entrecortado proveniente de la grave voz del alemán.
- Italien...
- ¿Ve? ¿G-Germania? - preguntó el castaño, visiblemente asustado. ¿Acaso eran esas lágrimas en sus ojos? - ¿Por qué lloras? ¿Pasa algo, ve? ¿Te duele en algún lado? Quieres... ¿Quieres que llame a Japón, ve?
Italia miró al más alto, que le miraba con la nariz y mejillas sonrojadas, con algún que otro surco aun húmedo bajo sus ojos azules. ¿Alemania llorando? Se confundió más aun. Era la primera vez desde que lo conocía que veía aquella expresión, con esa mirada tan triste y asustada por algo desconocido en ese instante para él. Simplemente, le rompía el corazón en pedazos verlo así.
- Italien... Yo... Lo siento mucho. Perdóname por todo lo malo que te he hecho en el pasado... Bitte...
- Ve... Germania... - con una mano le recogió el flequillo empapado en sudor y se lo colocó en su sitio. - La verdad, no se de que me hablas. Pero si has hecho algo malo sabes que nunca me enfadaría contigo, ve~
- ...
- ¿Podemos volver a dormir, ve~? Tengo que estar en forma mañana... para poder huir del entrenamiento.
- Si tendrás... Olvida todo esto. Duérmete.
El mayor se recostó, ya calmado y con el sincero perdón de Italia habiéndole quitado parte de aquel peso de encima. El italiano lo abrazó alegre, con una sonrisa de oreja a oreja. Porque esta vez, había descubierto algo nuevo de Alemania, y además, era la primera vez que no le echaba de la cama en varias décadas... El rubio también sonreía, imperceptiblemente, amando aun más a ese idiota come-pasta llorón que susurraba “Ti amo” en su pecho.