Ya habían pasado algunos días desde que me entregué a Sebastián, mi fiel mayordomo. Desde entonces él ha procurado no separarse de mi lado ni para lo más mínimo, así como yo tampoco suelo alejarme mucho de él.
Habían sido unos días increíbles, melosos quizá. Días en que pensé sobre lo que podría llegar a ser en un futuro y, justo fue ahí, donde todo se derrumbó...
Cada magnifico día se veía cegado por el temor. ¿Temor a que? A esperar algo que podía jamas llegar. Esperar ser correspondido por "él", y que eso no fuera posible jamás.
Lo acepto, nos entregamos esa noche, yo y él estábamos tan ansiosos, tan pasionales y nuestros cuerpos parecían encajar a la perfección... Pero ¿y si fue solo eso? Una noche de pasión, de desenfreno...
La noche en que me entregué a Sebastian no fue más que dejarme corromper, dejar que sintiera lo que quizá ansiaba, para luego tomarle poca importancia pues obtuvo lo que quería.
Era estupido pensar asi, de ser en tal forma, él no me procuraría tanto... Pero ¿Y si era lastima? ¿Si él ya sabía que me sentiría inseguro y decidió mimarme un poco para tranquilizarme?
Tenía miedo, lo admito... Miedo a vivir la dicha de tener a quien me quiera, que me cuide. Miedo a sentir la felicidad y que me sea arrebatada por segunda vez. Con mis padres fue suficiente, con madame Red quizá no me afectó tanto... Pero si era Sebastian...
Si Sebastian solo jugaba conmigo y terminaba negándolo todo, tengo por seguro que me quebraría como nunca antes lo hice. El conde orgulloso, soberbio y que llevaba siempre el manejo de todo caería ante los pies de un demonio. Humillado, implorando, llorándole de la forma más miserable posible.
-Sebastian...-
Un suspiro se apoderaba de mí, luego de haber mencionado su nombre. Parecía una jovencita enamorada, tal como Elizabeth parecía estarlo de mí en su tiempo.
-Sebastian…-
Volví a mencionar, pues el simple echo de pronunciar su nombre me causaba sensaciones que nunca antes sentí. Lo sé, yo fui quien lo nombró así, pero era tan distinto, no era solo el nombre, sino que le pertenecía a él.
-Una rosa, aunque tenga otro nombre, seguirá siendo tan bella y fragante…-
Si, así era Sebastian… Una rosa oscura, pero no marchita. Fragante y destacable por su perfección. Cualquier otro nombre le ajustaría cual anillo al dedo, porque sería él aun así.
Ahora que lo pensaba ¿Cuál era su verdadero nombre? ¿Cómo se llamaba mi mayordomo en realidad? Si sabía algo sobre los demonios es que tenían un nombre el cual nunca hacían saber. Lucifer era el único certero para esa época, se conocía bien por la religión, pero escasos eran los demonios que denominaban por su nombre, quizá inventado, quizá real. ¿Sebastian estaría en esa lista de nombres?
No quise perder más el tiempo, la duda anterior había quedado fuera de mi mente, ahora deseaba con ganas desbordantes saber el verdadero nombre de él, de ese demonio tan perfecto. Sin más esperar me dirigí a la biblioteca, entre estantes enormes llenos de libros, seguramente habría alguno de demonios, cabía la posibilidad.