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Rumbo a las estrellas por Madilan

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Notas del fanfic:

A lo mejor algunos de vosotros conoceis este FanFic o habeis oido hablar de mi con el nombre de Sienna Lauren. Anteriormente tenia un blog donde publicaba algunos de mis libros, pero por problemas personales tuve que dejarlo.

Ahora he decidio abrir una cuenta aqui para poder compartir algunas de mis historias con todos vosotros.

Empiezo con Rumbo a las Estrellas del cual ya tengo varios capitulos escritos. Espero que os guste la historia y que lo disfrteis.

Notas del capitulo:

Hola a todos. 

Este es mi nuevo fanfic; Rumbo a las estrellas.

Espero que sea de su agrado y que le den una oportunidad. Los titulos, como seguramente algunos os deis cuenta; son canciones del grupo irlandes U2. Tengo una pequeña, muy pequeña obesesion con ellos.

Disfuten de la lectura y comenten. Cualquier critica ya sea nagativa o positiva sera aceptada con cariño.

Intentare actualizar una o dos veces por semana

Beautiful Day  -Bonito Día-

 

A las once de la mañana de un sábado demasiado soleado para ser principios de septiembre, un chico de dieciocho años se presentó en la iglesia con el mejor y único traje que tenía en su armario. Su sonrisa pretendía ser radiante y alegre, pero dudaba que estuviera haciendo un gran trabajo.

Mantenía su mirada miel entrecerrada, protegiéndose del sol de la mañana. Los rayos atacaban sus ojos como si millones de cuchillas recién afiladas estuvieran clavándose en su cabeza, una a una, para hacer más daño. El café negro  y la aspirina picada que se había tomado escasas horas antes no habían tenido ningún efecto en la resaca de caballo que llevaba. Teniendo en cuenta que cuando tenía que estar saliendo de casa, el pelirrojo aún estaba entrando por la puerta, eso era lo más normal del mundo.

La fiesta había merecido la pena. No sabía cuándo volvería a ver a sus amigos después de la mudanza, así que se había despedido por todo lo alto. Eso incluía alcohol, bailes, alcohol música, y más alcohol.

Así que allí estaba, preguntándose por séptima vez en el día que narices era lo que pintaba en una iglesia, vestido con un esmoquin que le daba un aire a un pingüino mareado y con su madre agarrada de su brazo, ambos caminando hacia el altar, como si fuera directo a la guillotina.

Con cincuenta y tres primaveras a la espalda, un bigote que más bien parecía un ser independiente con vida propia y una cabeza muy escasa de pelos, Enrico Benedetti se alzaba en todo su “glorioso esplendor” al final del pasillo formado por sillas y sillas de invitados.

Muchos de los presentes se preguntaban de donde había salido tal espécimen. No a muchos les importaba la respuesta, la mayoría solo lo querían saber para poder presumir delante de sus amigas que conocían todos los trapos sucios de la alta sociedad.

Solo una de las personas podía admitir sin ningún remordimiento que estaba completamente desinteresado en Enrico. El chico de cabellos rojos y  ojos miel encontraba  más interesante el movimiento de una mota de polvo que el hecho de que su nuevo padre le esperase a menos de diez metros de distancia.

El chico no pudo evitar notar que los risueños ojos del señor brillaban con alegría contenida y si te fijabas bien, algo de amor se escapaba por las esquinas. Por otro lado, los de su madre parecían inertes y aburridos, como si su boda fuera un gran estorbo.

—Mama, podrías sonreír un poco, se supone que es el día más feliz de tu vida.— su madre se sorprendió al oírle pronunciar la palabra “mama”, normalmente la llamaba Carmen. La relación que mantenían no era precisamente el epitome en lo que a relaciones madre hijo se refiere, eran más bien como dos desconocidos que vivían juntos en la misma casa porque no les quedaba otra opción.

—No te preocupes hijo, soy realmente feliz. — Gabriel sintió como su tripa se revolvía con la sonrisa falsa que le dirigió su madre. Solo con pensar en los ojos verdes que le miraban con asco, le daban ganas de salir corriendo de la iglesia y vomitar hasta la primera papilla en medio de la calle.

El chico no era precisamente un creyente fiel, de esos que van a misa todos los domingos y se confiesan cada dos por tres. Siendo realistas, Gabriel no había pisado terreno santo desde que hizo la primera comunión con sus nueve años recién cumplidos pero no era tan maleducado como para vomitar en medio de la “Casa de Dios”.

Regresando su mirada hacia el altar Gabe se sincronizo con los pensamientos del resto de los presentes. ¿Qué podía haber visto Carmen en Enrico? Sin embargo las razones que le llevaban a esa conclusión eran completamente opuestas a los del resto. ¿Su madre enamorada? Imposible. Todos dicen que el amor lo puede todo, pero en este caso Gabriel era capaz de apostarse  sus colecciones de manga de Naruto y Bleach a que todos los invitados, incluyendo al cura, sabían que el dinero había sido un factor con mucho peso a la hora de decidir el futuro de la relación.

Enrico no estaba solo. A su izquierda, su hijo Rodrigo, lo observaba todo aunque su mente parecía estar en otra parte. La mirada de Gabriel se dirigió hacia él como haría un satélite con su propio planeta.

Era enorme, como una montaña con patas. Su espalda parecía lo suficientemente grande como para aparcar un avión en ella. El traje negro a rayas le sentaba como un guante, como una segunda piel y se ajustaba a sus músculos, abrazándolos como lo haría un amante a la hora del sexo. Una impecable camisa blanca se dejaba ver por debajo, sin corbata ni pajarita, con el cuello abierto, destacando su piel bronceada, marca de su ascendencia italiana. Un rastro de bello ensortijado, negro como la noche, asomaba por encima de la tela. Su pelo ensortijado era negro como el carbón, y Gabriel podía jurar que algunos reflejos azules estaban esparcidos por todo el cabello.

Sus ojos son lo que más le llamaron la atención. Azules, del mismo color que luce el mar en las postales de playas caribeñas. Ojos que le miraban con un aire travieso y una sonrisa burlona en sus labios.

Gabriel giró su cabeza bruscamente, buscando a su alrededor al destinatario de esa mirada, pero no tardó en darse cuenta de que no había nadie más detrás que le estuviera prestando atención al moreno. Con el pulso acelerado y el corazón latiendo como un martillo neumático en su garganta, volvió a cruzar sus ojos con los azules.  Con una tranquilidad pasmosa y muy mal disimulada,  el mayor se pasó la mano por la barbilla, como si estuviera limpiándose algo invisible y, para terminar el espectáculo, le guiñó un ojo descaradamente.

El pelirrojo abrió sus ojos horrorizado al darse cuenta de lo que su nuevo hermano estaba intentando decirle. Que cerrase la boca, que se le estaba empezando a resbalar la baba. El pelirrojo hizo ademan de juntar sus mandíbulas solo para darse cuenta de que el otro se estaba riendo de él. El color ascendió a su cara sin que pudiera hacer nada para evitarlo y en menos de dos segundos estaba rojo como un tomate que ha estado demasiado tiempo expuesto al sol. El moreno no fue capaz de esconder su diversión y le miró con una mueca de altivez en su cara.

Cuando sus pies se detuvieron a escasos centímetros del escalón y ambos se pararon sobre el altar, el pelirrojo se giró sobre sus talones, arriesgándose a parecer maleducado pero sin ninguna gana de ver la sonrisilla que le dedicaba su nuevo hermano.

La boda transcurrió sin ningún imprevisto y mucho más rápido de lo que Gabriel podría haberse imaginado cuando se plantó allí una hora antes. No había desviado la mirada de la túnica del cura en minguan momento durante el trascurso de la ceremonia. Ni cuando los anillos fueron dados o el sí quiero pronunciado.

Podía decirse que tuvo bastante suerte durante todo el día. No era una persona a la que le gustase mucho estar entre multitudes. Además la resaca que cargaba no era precisamente la mejor amiga a la hora de entablar nuevas relaciones. Y aunque hubiera estado más fresco que una lechuga tampoco había mucha gente que se acercase a él. No conocía a nadie de los presentes excepto a su madre, pero todos ellos estaba demasiado centrados en conocerse los unos a los otros como para incluir al pelirrojo rarito en la conversación.

No podía culparles, el tampoco hacia mucho para que conseguir que la gente se acercara. Desde el inicio de la fiesta que seguía al banquete había permanecido sentado en una esquina, pegado a un vaso de vino que parecía ser de lo más interesante. Teniendo en cuenta que llevaba allí más de media hora y el líquido rojizo no había disminuido ni un centímetro, Gabriel estaba alucinado.

Se sorprendió cuando una presencia oscura se sentó en la silla contigua y un brazo moreno y con bello paso por delante de su cara y le robo el vaso de vino que había sido el centro de sus pensamientos.

— ¿Qué haces tan solo, nene?— el vaso contra sus labios amortiguo las palabras, pero no era la primera vez que le oía hablar. Durante todo el día la voz de Rodrigo había estado llenando los vacíos de cualquier conversación que se desarrollara a su alrededor, y cuando este estaba en silencio o Gabriel estaba demasiado lejos para oírlo, su cabeza hacia el trabajo de recordársela. El gran interrogante era quien sería el supuesto nene de su hermano.

No podía entender como tenía el descaro de sentarse a su lado, cogerle el vaso de vino delante de sus narices y comenzar a hablar con otra persona sin siquiera decirle una palabra a él.

—No te hagas el interesante. — El humo de un cigarro entro en el ratio de vista de Gabriel que se giró enfadado. Los ojos azules le miraban fijamente. — Hablo contigo nene.

— ¿Conmigo?— y de nuevo el pelirrojo miro a su alrededor preguntándose porque narices quería hablar con él. No se le pasó por la cabeza que el hecho de que ahora eran hermanos era gran excusa para entablar una conversación.

— ¿Ves a alguien más sentado en la mesa?— pronuncio Rodrigo como si estuviera hablando un bebe de tres años y le tuviera que explicar las cosas lentamente. Gabriel miro a su alrededor disimulando a pesar de que sabía la respuesta a su pregunta

—Errr… ¿no?— Su contestación debió de ser lo más cómico y gracioso del mundo porque Rodrigo estalló en sonoras carcajadas. Tuvo que detenerse un momento a toser por culpa del humo de su propio cigarrillo.

—Te preguntare de nuevo, ¿Qué haces tan solo, nene?

—Me llamo Gabriel. — contestó, harto del estúpido apodo.

—Se cómo te llamas. — replico el otro como si le hubiera insultado.

—Entonces por qué…— dos chicos comenzaron a aporrear instrumentos en un pequeño escenario improvisado con mesas y sillas. No tenían ritmo alguno y parecía que cada uno iba a su aire.

—Oh esa es mi señal. Tengo que irme, los chicos me esperan. – Acabándose de un trago su copa de vino, la dejo sobre la mesa— Luego hablamos nene. — apagó el cigarrillo en la palma de su mano y salió disparado hacia el escenario a grandes zancadas.

— ¿Tienes un grupo?— la pregunta se perdió entre los gritos de la gente y Gabriel agradeció que no la hubiera escuchado. Era un poco tonto preguntarle eso.

La gente comenzó a agolparse como adolescentes con su grupo favorito alrededor del escenario, empujándose unos a otros, buscando el mejor lugar para verlo. Gabriel ni siquiera se movió de su posición. Con los codos apoyados en la mesa y la barbilla descansando en sus manos se dispuso a cerrar los ojos e ignorar al grupo de su hermano.

—Estoy muy feliz de poder estar presente en este día tan importante para mi padre. Le conozco desde hace 22 años y sé por experiencia propia que no es muy fácil convivir con él. — risillas se escucharon por todo el comedor. — así que puedo decir sin lugar a dudas, que Carmen, tienes el cielo ganado. — más risas y algún que otro comentario subido de tono volvieron a llenar la estancia. —  También he de decir que me siento muy afortunado. Pocas personas son capaces de encontrar una nueva familia, y eso es lo que mi padre me ha dado, así que no puedo hacer nada más que agradecerle por esta nueva vida. — y con esas palabras se había metido en el bolsillo a todos los presentes. Gabriel pensó que Rodrigo se estamparía contra una pared de ilusiones rotas cuando conociese realmente a su nueva madre. — y ahora me gustaría dedicar esta canción a la nueva pareja. Beautiful Day

Gabriel conocía demasiado bien esa canción como para ignorarles.

Como si de una tormenta se tratarse, los aplausos tronaron por todo el comedor, metiéndose en los oídos de Gabriel como sus propias bombas particulares. Reticente, el pelirrojo rodo sobre su asiento y enfoco la mirada en el grupo. Cada uno de ellos parecía sacado de diferentes libros de ciencia ficción. El más normal, muy a su pesar, era nada más y nada menos que Rodrigo.

Solo habían sonado los primeros acordes de la canción pero la multitud parecía haber enloquecido. Todos gritaban dejándose la garganta en el proceso y muchos de ellos saltaban como niños pequeños con un juguete nuevo. Mucho de ello era causa de las altas cantidades de alcohol que habían ido de una mano a otra durante toda la velada.

Cuando el grupo terminó con su tercera canción, Rodrigo ya llevaba más de cinco cervezas encima y el público continuaba con su griterío incansable.

Tambaleándose como un bebe que estaba aprendiendo a andar, Rodrigo descendió del escenario improvisado con la ayuda del resto de los integrantes de la banda. Aunque teniendo en cuenta el estado en el que se encontraban la mayoría, si seguían con esa ayuda por mucho tiempo, más de uno iba a acabar en el hospital con una buena brecha en la cabeza.

Cuando el amasijo de piernas, brazos y pelos llego al suelo, la mirada azul de Rodrigo se dirigió directamente a donde estaba sentado Gabriel con una precisión milimétrica, imposible de conseguir en su estado. El pelirrojo se preguntó si su hermano estaba tan borracho como aparentaba.

Rodrigo no venía solo. Como si fuera un príncipe, su propio sequito personal le acompañaba. Aunque todos parecían más bien patos mareados que personas de la realeza. Además por su olor y las pintas que llevaban podrían confundirse fácilmente con ratas de alcantarilla.

—Chicos, os presento a mi nene. Gabriel. — el nombrado estuvo  a punto de caerse de la silla por culpa de la impresión. ¡¿Su qué?!

—Hola encantado. — el único que no parecía un desecho humano fue el primero en presentarse. Era algo más grande que el resto y también parecía un par de años mayor. A su lado colgaba un chico rubio que parecía tener todo el cuerpo lleno de tatuajes entrelazados entre sí. — Mi nombre es Omar. — miro hacia el chico, sopesando si sería capaz de contestar. — El que está colgada de mi brazo es Alex. Parece ser que ha bebido demasiado. —termino con una sonrisa de disculpa.

—No te preocupes, sé de otro que también…— la mirada de ambos se dirigió hacia Rodrigo que descansaba sentado en la misma silla que había estado antes de que empezara el concierto y con la cabeza apoyada contra la mesa. —…se ha pasado con la bebida.

Gabriel de fijo en que Rodrigo tenía varios mechones de pelo negro pegados a su cara y gotas de sudor descendían por la abertura de su camisa hasta perderse en la tela.

—Así que tú eres el nuevo hermano de Rodri. — Omar puso en palabras lo obvio.

—Sí, el mismo. — coincidió Gabriel entre dientes mientras miraba como su nuevo familiar roncaba suavemente a su lado.

—Pues creo que esta noche te tocara a ti llevarlo a casa. — dijo Omar, como si esto le pasara todos los días.

— ¿A casa? No tengo ni la más mínima idea de donde vive. Hasta mañana no teníamos pensado ir por allí.

—Mierda. ¿No sabes dónde viven?

—Pues no. – Gabriel nunca se había sentido cómodo contando su vida al resto de la gente o dando explicaciones de sus actos, pero sintió que en este momento valía más contarle lo que había pasado. — no hace mucho que mi madre y su padre se conocen, sinceramente conocí a Rodrigo hoy, en la boda.  Y luego con todo lo de que el novio no puede ver el vestido de la novia antes de la boda… pues decidimos que era mejor aojarnos en un hotel hasta que todo se calmara un poco.

—Si quieres os puedo llevar a su casa, queda un poco lejos pero con la furgoneta del grupo…

—No pasa nada. Mi madre y yo tenemos una habitación en un hotel cercano, le llevare allí. Seguramente que mi madre y Enrico quieren privacidad esta noche. — Los ronquidos a su derecha cesaron y los ojos azules volvieron a la vida por un momento pero desaparecieron en cuestión de segundos.

— ¿Estás seguro de eso? No me es ningún problema…

—No, no, de verdad. Ya me encargo yo de él. Ya tienes bastante con el mono que cuelga de tu cuello. — Gabriel quería terminar con la conversación lo antes posible para poder irse a la cama y meterse entre las cobijas. No había dormido nada la noche pasada y las pocas cabezaditas que había echado habían sido entre trago y trago. El cansancio le estaba pasando factura.

—Oye te he oído. — una nueva voz se unió a la conversación

—Vámonos mono, es hora de dormir la siesta. — Omar le guiñó un ojo a Gabriel antes de girarse sobre sus talones. — Encantado Gabriel, espero que nos veamos pronto.

—Increíble, el nuevo y tú os ponéis en mi contra, que injusticia. — todavía fue capaz de oír a Alex mientras se alejaban. Eso le recordó que Rodrigo y él estaban casi solos en el comedor. Hacía tiempo que los invitados habían comenzado a irse y la pareja de recién casados abandonó el lugar hace, por lo menos, dos horas.

—Rodrigo despierta— intentó despertarlo usando un tono un poco más elevado, pero sin llegar a tocarlo.

—5 minutos más…— Rodrigo estaba actuando como un niño pequeño y el pelirrojo no pudo evitar que se le escapase una pequeña sonrisa.

—Se han ido todos, incluso tus amigos. Vámonos. — repitió con un poco más de fuerza y zarandeándolo por uno de sus hombros. La camisa estaba pegajosa por el sudor pero no le importaba.

Los ojos azules se abrieron lentamente y con pesadez. Estaban nublados por el sueño y el alcohol, pero no habían perdido el brillo travieso.

—Hola nene. — las palabras salían arrastradas de su boca y la voz estaba apagada, pero la sonrisa era la de siempre.

—No me llames así. — replicó Gabriel a la vez que obligó al moreno a levantarse de la silla y colocarse sobre sus pies. En un primer momento pareció que va a ir derechito contra el mármol del suelo, pero finalmente debió encontrar el punto de equilibrio ya que se mantuvo erguido y sonrió como un bebe por su logro.

— ¿Por qué? Me gusta cómo suena, eres mi nene. — no habían dado ni dos pasos hacia la salida cuando el cuerpo de Rodrigo amenazó con irse contra el suelo. Gabriel suspiró cansado y pasó uno de sus brazos bajo los brazos de su hermano para ayudarle.

—Vamos Rodrigo, estás borracho como una cuba y estás todo sudado, necesitas un baño. — Todavía quedaban algunas personas a su alrededor, aunque la mayoría roncaban como cerdos en las sillas o tumbados sobre los sofás.  El olor del alcohol y el sudor que emanaba Rodrigo estaba acabando con la poca paciencia que le quedaba a Gabriel. — tienes que ayudarme, no puedo llevarte en brazos.

—No peso tanto— el moreno estaba completamente fuera de cualquier raciocinio cuando, de un salto, intento colgarse del cuello de Gabriel.

—Estate quieto Rodrigo, pareces un niño pequeño. Camina que quiero ir a la cama. — el aire frio de la noche les impacto en la cara como una bofetada. Gabriel agradecía la buena idea de su madre a la hora de escoger un hotel cercano al lugar donde se celebraría el banquete. No podría cargar con el moreno durante mucho tiempo.

—No me llames Rodrigo. Suena mal. Soy Ro-dri. — pronuncio con tono infantil. — Ro-dri. No es tan difícil.

—Vale Rodri, ahora camina— Gabriel ya podía ver el letrero luminoso del hotel, con cada paso que daba se acercaba un poco más.

— ¿Ves? No es tan difícil. Además se supone que vamos a ser hermanos ¿no?

—Pues yo soy Gabriel o Gabe, como prefieras.

—Nene. — dijo haciendo un puchero.

—Ga-be.                                                                      

—¡Ne-ne!

—¡Ga-be!— Gabriel no se dio cuenta de que había comenzado a alzar la voz y en breves ambos estaban gritándose el uno al otro.

—¡NE-NE!— la señora mayor que estaba en la recepción les miro sorprendidos cuando entraron en el hotel agarrados como dos amigos que se conocían desde siempre.

— ¡GA-BE!

—¡¡NE-NE!!— Gabriel supo en ese momento que no iba a ganar la discusión y menos con Rodrigo borracho y sin opciones de entender un razonamiento. Además ahora les tocaba subir dos tramos de escaleras para llegar a la habitación. Maldijo en silencio la tacañería de su madre al escoger uno de los únicos hoteles que existían que no poseía un ascensor.

—Vale, tú ganas. Pero ahora tenemos que subir las escaleras.— sin soltarle Gabriel se dispuso a subir uno  a uno cada uno de los escalones cargando con un peso muerto a su costado.

—Rodri por Dios, ¿quieres mirar donde pisas?— desde el tramo anterior el moreno se empeñaba en apoyar el pie en escalones inexistentes y de vez en cuando intentaba subirlos de tres en tres.

—Yo no tengo la culpa de que ellos se muevan. — protestó Rodrigo con los ojos entrecerrados intentando comprender por qué los escalones no podían estarse quietos.

Gabriel vio a cámara lenta como su hermano, al que subir los escalones de tres en tres debía de parecerle poco, intento subir su pierna derecha hasta un cuarto escalón inexistente. Como era de esperar, perdió el equilibrio y se precipito hacia el suelo llevándose a Gabriel por el medio.

El pelirrojo no pudo evitarlo, su cuerpo ligeramente inferior al de su hermano no tenía fuerzas para ejercer de tope cuando sus ojos castaños vieron con horror como la esquina del último escalón del segundo piso se acercaba a su cara demasiado rápido. No le dio tiempo a colocar ningún pensamiento en su cabeza antes de que su mundo se volviera negro.

Notas finales:

Espero sus opiniones y reviwes con ansias.

Un saludo: Madilan


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