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Rumbo a las estrellas por Madilan

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Notas del capitulo:

Teniendo en cuenta que es la primera vez que publico, voy a poner dos capitulos para que podais empezar a comprender un poco la historia.

Disfruten de la lectura y comenten. Cualquier critica, ya sea negativa o positiva sera aceptada con cariño.

A Room At The Heartbreak Hotel

-Una habitación en el hotel del corazón partido-

 

Cuando Gabe fue capaz de abrir los ojos, lo primero que pudo distinguir  fueron dos pozos azules mirándole desde arriba y al momento una nube de humo volvió a dejarlo sumido en la oscuridad.

No le molestaba el tabaco ni que la gente fumase a su alrededor, el mismo fumaba cuando se sentía estresado o salía de fiesta, pero el hecho de que te escupieran una nube de humo a la cara cuando acabas de salir de la inconsciencia no era un acto que se pudiera considerar muy agradable.

Cuando su visión regreso de nuevo, se incorporó sobre los codos, y parpadeo un par de veces para enfocar la vista y eliminar los rastros de tabaco de sus ojos. Estaba tumbado en un sofá, en un lugar que no le sonaba ni un poco, un salón pequeño con muy pocos muebles. Las persianas estaban bajadas pero la luz del día entraba por las rendijas entre cada una de las piezas que las formaban.

Se sentó sobre su trasero y se apoyó sobre el brazo del sofá para evitar caer de morros contra el suelo.  Sentado en la mesita auxiliar, que estaba frente al sofá, se encontraba su hermano, que le miraba fijamente con un cigarrillo entre los labios y una media sonrisa. Gabriel se dio cuenta de que sus ojos estaban inyectados en sangre y que tenía unas ojeras dignas de envidiar.

—La princesita ha vuelto a la vida. Yo que pensaba darte un beso para despertarte. — esta vez el humo del cigarrillo voló hacia otro lado y Gabriel lo agradeció.

— ¿Dónde estoy?—Contestó ignorando el tono burlón de Rodrigo y llevándose una mano a la cabeza con la mente un poco aturdida aun.

—Vamos mal si tú no lo sabes. Es la habitación de hotel a la que me trajiste anoche. — dijo moviendo las manos a su alrededor, abarcando oda la extensión del cuarto. — menudo golpe te diste por cierto. Al principio creía que te habías muerto. Caíste al suelo redondo, rebotaste y todo, como en la películas. — no había ni una gota de preocupación en sus palabras y no le sorprendió.

Los ojos de Gabriel se abrieron cuando recordó lo que había pasado. Estaba cargando con su hermano por las escaleras cuando el otro perdió el equilibrio y ambos se precipitaron contra el suelo. Rodrigo había salido mejor parado del accidente.

El moreno sonrió con autosuficiencia como si estuviera leyendo los pensamientos de Gabriel y le dio una última calada al cigarrillo que se estaba consumiendo entre sus dedos.

Se hizo un silencio incómodo. El moreno miraba fijamente a Gabe como si no lo hubiera visto en su vida, y este estaba poniéndose de los nervios. La mesa auxiliar donde estaba plantado el culo de Rodrigo estaba unos centímetros más alta que el sofá y añadiendo que él también era algo más alto, parecía que el de ojos azules estaba encima de él, añadiendo más nerviosismo a la ecuación.

— No voy a darte las gracias por traerme a esta pocilga – dijo. El cigarro ya se había consumido pero lo seguía teniendo entre los labios. Parecía molesto de repente.

— Vale – contestó Gabriel simplemente. No tenía ganas de discutir.

—Yo no te lo pedí. — insistió de nuevo el moreno.

—Vale.

—No te debo nada.

—¡Que si joder, para la próxima vez te dejare ahí tirado!— exclamo Gabe harto. Había esperado una mínima muestra de agradecimiento, un “te debo una”, un “gracias” o una simple sonrisa habrían sido más que suficientes. Pero Rodrigo tenía que ir diferente a todos, por el camino contrario, se lo estaba reprochando como si fuera el pelirrojo el que tendría que estar agradeciéndole a él que le dejara cuidarle.

De nuevo un silencio incomodo se creó entre ambos. Gabriel esperaba que Rodrigo se largase a hacer algo, cualquier cosa, solo que desapareciese de su vista, pero no, seguía allí sentado mirándole fijamente con el cigarrillo consumido en sus labios.

Aprovecho esos momentos para observar fijamente a su nuevo hermano. Llevaba una sudadera puesta, con la capucha echada tapando la mayor parte de su cabeza. Sin embargo sus ojos brillaban entre las sombras. Gabriel no pudo evitar fijarse en el logo de la Sudadera. U2. Para ser más concretos la sudadera oficial del 360º Tour. Él tenía una idéntica. Por supuesto, a Rodrigo le quedaba mucho mejor que a él, pegándose a su cuerpo y marcado cada musculo. Gabe podría perderse dentro de la enorme sudadera. Se sintió molesto de que ambos tuvieran algo en común, aunque solo fuera un grupo de música.

—Creo que será mejor que llame a mi madre. — anunció con los dientes entrecerrados.

—Ya lo he hecho yo. Nos esperan en casa para la hora de comer. — Respondió levantándose de la mesa y alzando la manga de su sudadera para observar su reloj. — en una hora. Aunque creo que será mejor que te limpies toda esa sangre antes de que vallamos allí. A tu madre va a darle un infarto.

Gabriel no se molestó en resaltarle a su nuevo hermano que posiblemente su madre no se enteraría ni aunque apareciese por casa con una pierna y un brazo amputados. Se miró a sí mismo y vio unas manchas de sangre repartidas por el cuello de su camiseta. Admitió para sus adentros que Rodrigo tenía razón, que su madre no se diera cuenta no quería decir que podía andar por ahí ensangrentado. Con un suspiro se levantó del sofá.

En el mismo momento en que su culo se separó de la tela deseo no haberlo hecho; aun sentía los pinchazos en la cabeza y estaba ligeramente mareado. Perdió el equilibrio y dando un traspiés se precito de nuevo hacia el suelo. Esta vez tuvo suerte y no se cayó de morros.

— Anda, ya le ayudo yo, abuela – dijo Rodrigo riéndose por lo bajo a la vez que lo sujetaba del brazo. Gabriel se enfadó y se sacudió el contacto del moreno, pero al momento volvió a perder el equilibrio.

Escucho la risa de Rodri y sintió como volvía a agarrarle el bíceps y esta vez, pasaba un brazo por su cintura para mantenerlo derecho.

—Ahora vamos a ir al baño, ¿vale nene?— Rodrigo usó otra vez esa maldita palabra y Gabriel ni siquiera se molestó en responder.

Rodrigo no estaba dispuesto a soltarle mientras caminaban la poca distancia que los separaba del baño. En una ocasión normal a Gabriel no le hubiera gustado tener a un chico tan cerca, y menos a uno que pudiera considerar atractivo. Sus sentimientos encontrados acerca de su sexualidad desde que tenía los 14 le habrían obligado a soltarle un fuerte puñetazo, pero le necesitaba a su lado si no quería irse de nuevo contra el suelo y abrirse la herida.

El baño era muy pequeño. Consistía en una pequeña ducha, el retrete y un lavabo, todo muy junto, y la bombilla que colgaba del techo parpadeaba ligeramente. Gabriel se miró al espejo que parecía la cosa más vieja que podías encontrar en una tienda de antigüedades.

Efectivamente, su cara parecía sacada de una de las películas de Saw. Siempre había sabido que la sangre era muy escandalosa, además si la herida era en la cabeza aun peor. Pero la sangre seca en su pelo, la frente, su cuello y la parte superior de la camisa no presagiaban nada bueno.

Abrió el grifo del lavabo y cuando fue a mater las manos bajo el chorro de agua fría, Rodrigo se adelantó y las aparto de la corriente.

—Estate quieto— dijo.— déjame a mí.

— ¿Qué? ¡No!.— el mundo de Gabriel se tambaleo y supo que no había sido buena idea gritar. — No tengo cinco años, puedo hacerlo yo solo. — protestó en un tono de voz un poco más normal.

—No dudo que no puedas. — Replico Rodri. — pero en tu estado acabaras empotrado contra el lavamanos,  te desmayaras y luego sería yo el que te tendrá que arrastrar hasta la casa de mi padre.

Gabriel tenía en la punta de la lengua una nueva contestación para que el moreno le dejase en paz, pero Rodrigo hablo antes de que pudiera si quiera abrir la boca.

— ¿Quieres ir a casa? Pues acabemos esto cuanto antes. — el pelirrojo se dio cuenta de que tena razón, estaba mareado y no lo graba enfocar la vista en el mismo punto por más de dos segundos. Nunca lo diría en voz alta, pero alzo las manos con resignación, dando su permiso.

Rodrigo sonrió de lado, y sus ojos brillaron, sabiendo que había ganado esa batalla.

—Fuera la camisa. — ordenó. Gabriel refunfuño un poco pero acabó obedeciendo. Había tomado la decisión de portarse bien para acabar lo antes posible y poder ir a su nueva casa y meterse en una cama decente.

Se sacó la camisa por los hombros ignorando los mareos que le asaltaron y la dejo caer en el suelo a su izquierda. Ya no tenía salvación. La sangre era muy difícil de quitar cuando aún estaba húmeda, y cuando estaba seca era imposible.

El tiempo se detuvo un momento y las miradas de ambos se encontraron a través del espejo. Azul contra castaño. Esta vez, Rodrigo fue el primero en apartar la vista, pero no se fue muy lejos. Sus ojos bajaron por su pálido pecho, parándose en sus pezones rosas que estaban duros como piedras a causa del frio y de la atención. Gabriel no pudo evitar que un estremecimiento recorriera su cuerpo y como si fuera una señal, el moreno alejo su mirada y la centró en algún punto del lavabo.

—Terminemos cuanto antes. Te vas a quedar congelado. — aun con la mirada perdida, coloco una mano en su espalda y le obligo a inclinarse sobre el lavabo.

El agua fría choco con sus terminaciones nerviosas como un torpedo contra un submarino. Toda la piel se puso de gallina y su cuerpo tembló ligeramente a causa del cambio de temperatura. Sin embargo lo agradeció fervientemente ya que el dolor de cabeza parecía haber desaparecido.

Entonces noto como las manos de Rodrigo se hundían entre su pelo, con delicadeza, limpiándole la sangre. Gabriel podía ver claramente como el agua machada de rojo se escurría por el mármol blanco del lavamanos y desaparecía por el desagüe. Se sorprendió cuando las manos húmedas descendieron por su nuca y se movieron por su cuello y hombros, rozando con los dedos desde la mandíbula hasta la clavícula.

Y no puedo evitar pensar que aquello era estupendamente raro. Su nuevo hermano, todo un desconocido, le estaba tocando mucho más de lo que su madre lo había hecho en años. Más bien, desde que había nacido. Su parte de “soy un macho” le recordó que debería estar apartándose del contacto o sentirse como mínimo incómodo. Pero nada de eso, más bien lo que su cuerpo sentía era tranquilidad.

De nuevo su parte de machote salió a la luz y se dijo a si mismo que lo que le estaba pasando era totalmente normal, que sentiría lo mismo por cualquier persona que estuviera ayudándolo. Era solo agradecimiento, ¿no?

Llevaba más de seis años negando esos enrevesados sentimientos enfrentados, ningún extraño y menos el patán que había adoptado como nuevo hermano iban a obligarle a replantearse su vida.

Cuando termino, Rodrigo le ayudo a levantarse y cubrió su espalda y cuello con una toalla limpia. Le obligo a sentarse sobre la tapa del retrete y miro su obra con una sonrisa.

—Espera aquí un momento. — y salió del cuarto de baño corriendo. 

Gabriel echó la cabeza hacía atrás, se sentía limpio pero igual de espeso que antes, seguía mareado y la bombilla que no paraba de parpadear no ayudaba.

Rodri apareció de nuevo en el baño y le lanzó algo.

Era una camiseta negra, de esas que se venden por internet con un garabato gracioso en el frente. Gabriel entrecerró los ojos y la miro fijamente, dándose cuenta de que, de nuevo, él tenía una igual en su maleta.

—Un momento… esta camiseta es mía. — razono acusando a Rodrigo con la mirada.

—Muy bien lince. — se burló el moreno mientras limpiaba las manchas de sangre que habían quedado en el lavabo.

—Y la sudadera que llevas…también. — comento a la vez que se pasaba la camiseta por la cabeza

—Así es. Imagine que no te molestaría. Toda mi ropa olía a alcohol y a sudor. La tire a la basura.— Rodrigo salió del cuarto, rumbo a la cama que estaba situada en frente del sofá y como si la maleta fuera suya la colocó encima de la cama y comenzó a cerrar las cremalleras. Gabriel  se dio cuenta de que los pantalones que llevaba también eran suyos.

— ¿Qué hiciste qué?

—Tranquilízate nene, solo es ropa. Vamos, coge tu maleta, hay un taxi esperándonos abajo. — Rodrigo ya tenía la maleta amarillo canario de su madre en las manos y se encaminaba hacia la puerta.

— ¿Taxi?— con la puerta cerrada a sus espaldas ambos se dirigieron hacia las escaleras que la noche anterior parecían tener vida propia, aunque ahora parecían más tranquilas.

—Sí, esos amasijos de metal con cuatro ruedas y asientos que conduce un señor que te lleva a donde quieras si le das unos papelitos verdes que…— Rodrigo ni siquiera se giró para mirarle mientras entonaba su monologo personal.

—Se lo que es un Taxi. — murmuró con los dientes entrecerrados y los ojos brillando enfadados. Rodrigo le esperaba a los pies de la escalera sonriéndole como si fuera un bebe.

— ¿Seguro?— el moreno intentaba contener la sonrisa, con todas sus fuerzas, pero no podía evitar que se le escapase alguna que otra carcajada. Gabriel decidió ignorarle y se dirigió sin mirarle a la recepción para dejar las llaves a la señora que había estado allí la noche anterior.

—Buenos días señor. — la frase salió tan velozmente que Gabriel se imaginó que bien podía ser un robot. Aunque por las miradas que les estaba dirigiendo a los dos, se podía decir que no estaba muy contenta con su comportamiento de la noche anterior.

—Buenos días. Aquí le dejo las llaves de la habitación 7. — dijo lo más amable que le fue posible, sintiendo los ojos de Rodrigo clavados en su espalda como dos faros en medio de la oscuridad.

—Muchas gracias señor, espero que haya disfrutado de su estancia. — la señora sonrió automáticamente y asintió varias veces con la cabeza reafirmando su afirmación.

Cuando se giró para ir con el moreno hacia el taxi que les debía de estar esperando fuera, este había perdido el control y se reía a carcajadas junto a la puerta del hotel con la mano en la barriga como si fuera doloroso.

— ¿Te estas riendo de mí?— preguntó tan inocentemente como pudo. Sabía que debería haber mantenido la boca cerrada y no haberle dado conversación, pero la forma en la que se reía y las caras que ponía eran imposibles de ignorar.

—Puede ser. — Contestó el moreno con los ojos risueños. — Vámonos, nos espera el taxi. Por cierto esta sudadera mola mucho. A lo mejor te la quito más a menudo.

Gabe no se molestó en contestar ni una sola palabra. Cualquier cosa que dijera entraría por un oído de Rodrigo y saldría por el otro, así que no iba a gastar tiempo en un caso perdido. Meneando la cabeza con aire cansado siguió al moreno y se metió en la parte trasera del coche.

El camino hacia su nueva casa fue bastante tranquilo. Un silencio se había instalado entre ellos desde que habían salido del Hotel, pero no era para nada incómodo. Rodrigo parecía ir dormido, con la cabeza apoyada en la ventanilla y Gabriel miraba todo lo que les rodeaba con aire soñador. Sus ojos color miel se detenían en todo lo que había fuera del taxi y brillaban cada vez que algo le llamaba la atención.

El vehículo se detuvo pocos minutos después, a las puertas de una gran mansión de madera blanca y grandes ventanales rectangulares.

—Ya hemos llegado nene. — confirmo Rodrigo y echo a caminar por el ancho sendero después de lanzarle un par de billetes al taxista. No se molestó en esperar la vuelta.

Gabriel miro de reojo al hombrecillo que los observaba medio escondido en la ventana del conductor.

—Malditos maricones. — Murmuro entre dientes y con el ceño fruncido.

El pelirrojo parpadeó asustado y miro a su hermano, para comprobar si este había oído el comentario, pero el moreno parecía muy interesado en algo negro y pequeño que se movía entre sus piernas. Por un momento se le paso por la cabeza gritarle algo al hombre, pero eso solo llamaría la atención de Rodrigo y no tenía ganas de una discusión. Su cabeza palpitaba como una loca y no se sentía preparado para escuchar los gritos del moreno.

Decidió ignorar el comentario y se apresuró al maletero del coche a recoger sus maletas. No tenía ganas de que el taxista homofóbico desapareciera con su ropa como pago extra por haberlos llevado hasta allí.

Se detuvo a la entrada de la gran mansión con los ojos clavados en el taxi que se alejaba velozmente y una maleta colgada de cada brazo. Cuando el vehículo desapareció un par de calles más abajo, Gabriel de dio cuenta de que su vida había dado un giro de ciento ochenta grados.  No se quería girar, no quería traspasar las enormes puertas de metal que se le antojaban las rejas de una cárcel enorme que sonreía con la idea de atraparlo para siempre en su interior.  Poner un pie en el enorme sendero le obligaría a asumir la realidad. A asumir que la realidad había picado a su puerta, y que no podía ignorarla.

— ¿Qué haces ahí parado? ¿No estarás esperando a que te coja en cuello verdad?— la expresión horrorizada en la cara de Rodrigo le provoco una pequeña sonrisa. — Vamos, nene. Quiero presentarte a alguien.

Eso consiguió llamar la atención de Gabriel que se giró y con un suspiro silencioso dio los pocos pasos que le separaban de su nueva vida. Se preguntó quién podría ser la persona que Rodrigo quería presentarle. Su madre solo le había hablado de Enrico y de su hijo, en su conversación solo los menciono a ellos dos. La sombra de una posible novia se adueñó del corazón del pelirrojo. No entendía el por qué, Rodrigo no había dado muestras de tener novia, pero tampoco había dicho de que no la tuviera. Además no podía echarle en cara al chico que fuera heterosexual.  Miro a ambos lados, buscando a la perfecta novia de su hermano. Sus ojos se detuvieron por un momento en los brazos de su hermano, donde una bolita de pelo negro y ojos verdes le miraba fijamente.

—Te presento a Batman. Nene, este es Batman. — Rodrigo parecía realmente orgulloso cuando le mostro a una rata negra que se retorcía entre sus manos con chillidos lastimeros.

—Suelta a ese pobre animal. Le estás haciendo daño. — Rodrigo frunció el ceño y miro a la rata negra fijamente. Luego con mucha lentitud soltó su agarre sobre ella y la deposito en el suelo. Como una sombra, el animalillo salió corriendo en dirección a la casa hasta desaparecer por la puerta entreabierta.

La cola de grandes dimensiones y el cuerpo alargado del bicho negro le dijeron a Gabriel que no era una rata. No se parecía en nada a una rata.

—Viste que listo es. Seguro que está esperando en la cocina para que le dé la comida.

—Rodrigo, ¿Tienes un hurón de mascota?

—Sí. ¿No es una monada?— en ese momento Gabriel habría dado todo el dinero que poseía, que no era mucho, por ver su propia cara reflejada en un espejo.

—Esto… s… si. — el pelirrojo había tardado en comprender que su hermano no estaba riendo de él ni gastándole una broma. El hurón era su mascota.

—Vallamos a comer. Papa y Carmen estarán preocupados por nosotros. — le arrebato una maleta de la mano y echó a andar por el camino sin girarse para ver si Gabriel le seguía.

En la sala de estar le esperaba su padre, sentado en su butaca beige de siempre con el periódico del día en las manos. La mujer de ojos verdes que estaba en el sofá a su izquierda alzo los ojos hacia él con gran curiosidad y una sonrisa en la cara.

—Carmen, Papa. Me alegro de veros.

—Oh Rodrigo, llegaste. — sonrió el hombre

—Hola Rodrigo, es un placer verte de nuevo. — Unos pasos deliberadamente lentos a sus espaldas señalaron que otra persona había entrado en el cuarto. —Gabriel.— el tono de la madre de Gabe había cambiado drásticamente.

—Enrico, Madre. — la última palabra salió pronunciada entre dientes y todos se dieron cuenta de ello.

—Esto… chicos ¿Por qué no van al piso de arriba? Rodrigo, muéstrale su habitación a Gabe. — intento salvar la situación Enrico. Aunque por las caras de madre e hijo, sin mucho éxito.

Rodrigo no se entretuvo ni dos segundos y encabezó la marcha hacia el piso de arriba. Daba una pequeña explicación por cada puerta que iban dejando atrás, para que su hermano no se perdiera y tuviera una mínima idea de cómo era su casa nueva.

—Esta es tu habitación. — señalo una puerta de madera oscura. — está al lado de la mía, así que si necesitas algo en algún momento sabrás donde acudir. — Gabe se guardó para sí mismo la observación de que Rodrigo no estaría muy dispuesto a darle lo que él buscaba.

El pelirrojo se quedó en el umbral de la puerta, dudando en que hacer a continuación. No se atrevía a entrar, pero tampoco podía montar un campamento en medio del pasillo.

—Vamos nene. Pasa. ¿No piensas quedarte aquí todo el día no?—

— ¿Sería un gran problema?—Pregunto también en broma, pero con algo de pánico en la voz.

—Mientras tu mama no te vea tirado en el suelo y diga que te tratamos mal…— Rodrigo no se había perdido la interacción entre madre e hijo, si es que eso se podía llamar interacción.  Quería saber más sobre el tema, así que uso la palabra mama para saber cómo reaccionaría el pelirrojo.

—Dudo que se enterase de…— su boca se cerró de golpe y miro con los ojos entrecerrados a su hermano. — Se lo que intentas hacer y no lo vas a conseguir.

—No sé a qué te refieres. — dijo con el tono más inocente que pudo.

—Sí, sí que lo sabes. No intentes liarme, no lo vas a conseguir. — no sabía si Gabe lo decía como un desafío, pero Rodrigo se lo tomo como tal. Dio un par de pasos hacia su hermano, hasta que sus narices quedaron a pocos centímetros.

— ¿Y qué pasa si quiero “liarte”?— Su intención era hacer que Gabriel retrocediera con el rabo entre las piernas. Lo que no sabía era que Gabe también sabía jugar a ese juego. Así que no pudo articular palabra alguna cuando el pelirrojo, con gesto desafiante y seguro, entrecerró sus ojos y acerco más sus caras, hasta que sus narices entraron en contacto.

—Que perderás. — murmuró a la vez que se acercaba con intención de juntar sus labios, sonriendo cuando fue Rodrigo el que retrocedió asustado y anonadado. — No desafíes a alguien sin conocerle. Y no juegues sin conocer las reglas. — y con una mueca de suficiencia, envidiada por el mismísimo Draco Malfoy, y un sentimiento de triunfo, desapareció detrás de la puerta, dejando a su hermano con los ojos clavados en la madera.

Notas finales:

Espero sus opiniones y reviwes con ansias.

Un saludo: Madilan


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