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Entre la vida y la muerte por HarukaChiba

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Notas del fanfic:

Fanfic escrito para el UNDEAD 10th Anniversary Fanfic Project. 


Cuadro que me tocó fue Los Papas de Francis Bacon: ttps://jaquealarte.files.wordpress.com/2013/03/08060101_blog-1-uncovering-org_ospapas.jpg

Y el año 2011. De este año escogí dos canciones de Sadie: Doukoku y Mabuta no yuutsu, porque no podía elegir una sola.

Las pequeñas partes en español que veréis en partes del fic las saqué de la traducción de esta magnífica página: http://tamashii-no-kyoku.blogspot.com.es/ 


Los números extraños que aparecen de vez en cuando son más o menos aleatorios... los 00. se refiere al presente (aunque estén escritos en pasado), y el resto son quitando años y cosas raras.


Elegí escribir un TsuruKei, y aquí está.

He experimentado con varias cosas pues el cuadro que me tocó hizo que mi imaginación me hiciera decidir escribir en un registro que no suelo utilizar mucho. Pero en cierto modo me gusta como me quedó.

Notas del capitulo:

Aún sigo mirando en el espejo mis hinchados párpados por la mañana. Un suspiro llega de forma despiadada, me mareo; estoy temblando bajo la noche eterna, junto con la monótona rutina diaria.


Mabuta no Yuutsu


 

00.

 

«Mis lágrimas y mi sangre se derramaron, haciendo eco en el nebuloso cielo»

 

Una noche más sin poder dormir. El doloroso silencio inunda la habitación haciendo más difícil conciliar el sueño a medida que el tiempo pasa. Nada importa ya. Las noches en vela son tantas, que hace mucho perdí la cuenta. Cuando el sol cae, y la oscuridad se abre paso en el mundo de los vivos, mi alma queda expuesta así como mis debilidades y lloro, lloro sin poder evitarlo.

Dudo, dudo si hay algo más allá de esta vida, dudo si podré verte en el mundo de los muertos en un futuro que parece no tan lejano, pues no sé si creo en su existencia. Me gustaría poder creer que esperas a que vaya contigo, mas no lo hago. Ojalá pudiera.

Ojalá todo pudiera volver a ser como antes. Levantarme a tu lado todas las mañanas, darnos los buenos días con nuestro usual beso necesitado, como si hiciera años y no horas desde la última vez que nos vimos, quedarnos en la cama durante largos -así como felices- minutos. Poder dormir, reír, hablar, estar a tu lado el máximo tiempo posible, ser feliz junto a ti; con poder hacer todo eso, aunque solo sea una vez más, encontraría las fuerzas necesarias para seguir con mi vida, un poco más.

Ojalá la realidad en la que ahora vivo fuera un sueño. Ojalá recordarte no fuera doloroso, ojalá no tuviera que recordarte. Ojalá tus fríos labios me recorriesen por completo en esta fría noche, dándome el calor que necesito.

Una noche más acabo por quedarme dormido, abrazándote dentro de mi cabeza, pronunciando las palabras que tantas veces pronuncié a tu lado. Una noche más acabo por quedarme dormido mientras una lágrima solitaria recorre mi cara y moja levemente la almohada.

 

-04

 

Un muchacho de hebras castañas lucha con su abrigo por culpa del fuerte viento, y estornuda sin poder evitarlo. Solo a él se le ocurre salir a la calle con el pelo mojado. Llega tarde, es costumbre, por eso ni se molesta en secarse bien. No puede permitirse perder más tiempo. Consigue llegar a su hora a penas sin aliento a causa de la carrera. El médico le llama unos segundos después y mientras pasa a la consulta puede recuperar su respiración normal.

Se sienta donde el anciano doctor le manda y espera pacientemente a que éste comience a hablar, como suele hacer siempre. El hombre se pone a pasar hojas y hojas de un informe que parece no acabar nunca, revisa todo lo que tiene apuntado, deteniéndose en los detalles más pequeños, asintiendo con la cabeza con frecuencia. Cuando pasan unos minutos en los que solo se escuchaba el sonido de las hojas cada vez que el médico pasaba una, el hombre deja los papeles a un lado. Coloca sus manos debajo de la barbilla y observa al muchacho por encima de la montura de las gafas que adornan su rostro.

-¿Cómo te encuentras? –pregunta, tal vez interesado por la respuesta, tal vez por rutina.

-Bastante bien.

-Veo que has vuelto –comenta señalando el pelo, aún medio mojado, del chico.

Asiente levemente, nervioso por si ha hecho mal en saltarse las indicaciones médicas antes de tiempo.

-No has tenido ningún problema, ni ningún tipo de dolor, entonces.

-No. La verdad es que no.

-Bueno… me alegro. Mira -hace una pausa mientras escribe algo-, si por alguna razón, comienza a dolerte otra vez, tómate estas durante tres semanas a la hora de la comida, y si te sigue doliendo pide cita. De todos modos, nos vemos dentro de dos meses.

-De acuerdo.

 

 

Unas cuantas pruebas rutinarias después, el muchacho de hebras castañas sale por la puerta de la consulta médica a la sala de espera. El médico se despide de él con una cordial reverencia. Nada más darse la vuelta con intención de marcharse a la calle se choca con la fija mirada de color marrón, casi negro, de un chico un poco más alto que él, quién por alguna razón sonríe, y que se mantiene de pie gracias a la ayuda de una aparatosa muleta. El otro no puede evitar ponerse nervioso al instante, siendo esta la primera vez que le pasa algo así, notando un escalofrío, así como un extraño cosquilleo cálido recorrerle la boca del estómago. Traga saliva cuando le ve acercar un poco más pero se relaja al ver que simplemente ha comenzado a caminar hacia el interior de la consulta, con una sonrisa ladeada dibujada en sus labios.

-¿Cómo va la rodilla, Tsurugi?

Es lo último que escucha antes de que el médico cierre la puerta a su espalda.

Mueve su cabeza hacia los lados como queriendo desprenderse de una molesta mosca y continúa su camino a la calle en busca de la farmacia más cercana.

Aún siente esa profunda mirada del chico llamado Tsurugi clavada en la suya propia, no de un modo incómodo. Todavía le cuesta hablar así como moverse con normalidad cuando la farmacéutica le pregunta por la receta médica. Consigue dársela con torpeza, así como luego el dinero y por último recoger su medicina.

Minutos después la sensación se pasa y puede continuar con la rutina de su día.

Mas lo que él no sabe es que esta no será ni la primera ni la última vez que sus caminos se crucen. Ni que unos meses después comenzarán una accidentada y dolorosa relación.

 

 

 

«Perdiendo, destruyéndose, cayendo hasta que te hayas ido»

 

-0.3.

 

Paseaba por aquel parque solitario de todos los días. Era invierno, recién entrado, por lo que la mayoría de la gente prefería quedarse en casa al calor. Pero él no era como la mayoría de la gente. Le gustaba observar el lago a medio congelar o descongelar, dependiendo de cómo se mirase. Le tranquilizaba en los días agobiantes. Se sentó en uno de los vacíos bancos y observó desde él cómo el tiempo pasaba en silencio. Arriba, en el cielo, un tímido sol le calentaba levemente la cara con uno de sus rayos. El muchacho cerró los ojos para sentir aquella placentera calidez.

No supo cuánto tiempo estuvo disfrutando de aquel precioso momento, no era importante saberlo.

Alguien se sentó a su lado, pudo notarlo aunque no verlo, mantenía los párpados completamente cerrados. Oyó la respiración de la persona desconocida en su oreja derecha. A continuación, un suspiro. Levantó la mirada hacia su compañía, y se encontró con los ojos castaños del mismo muchacho de siempre. Durante una fracción de segundo se sorprendió para luego forzar su cara en una mueca que pretendía emular una diminuta, aunque sincera, sonrisa.

-¿Desde cuándo llevas observándome?

-Desde que has salido de casa –contestó el otro como si fuera algo normal.

-¿Y qué hacías en mi casa? –quiso saber más bien por curiosidad que por otra cosa.

-Intentaba decidirme en llamarte. Me dejé un libro la otra vez.

-¿Por qué no me lo has dicho cuando me has visto? –levantó una ceja mirando a Tsurugi de forma inquisitiva. Pero el delgado chico se quedó callado-. Volvamos y lo coges.

 

-¿Kei? –llamó Tsurugi a su acompañante después de unos cuantos minutos en silencio.

El aludido se dio la vuelta parándose de pronto.

-¿Qué?

-N-nada… -contestó el otro desviando su mirada hacia un lado sonrojándose levemente.

Kei continuó caminando negando con la cabeza. No podía evitar pensar que aquel alegre chico de nombre Tsurugi era de lo más extraño.

La primera vez que habían hablado, después de aquel fugaz primer encuentro, había sido en el mismo centro médico de la ciudad, unos meses después. Se había sentado a su lado y había comenzado a contarle su problema sin que Kei le hubiera preguntado por él. Tsurugi tenía una enfermedad incurable, que acabaría por matarle de un momento a otro –cuando menos lo pensase- y, sin embargo, no dejaba de sonreír mientras se lo decía a Kei, como si le estuviera hablando de lo que le gustaba hacer un día cualquiera.

Desde entonces se hicieron amigos.

Empezaron viéndose solamente en la sala de espera de aquel médico, hasta que un día Tsurugi se decidió a pedirle salir, regalándole al castaño una de las más brillantes sonrisas que Kei había visto nunca en el rostro menudo del muchacho. Aceptó inmediatamente sin entender muy bien por qué lo había hecho, así como sin pensárselo ni un solo segundo.

Ni siquiera cuando Tsurugi se encontraba en cama, con altas fiebres y sin poder moverse un solo centímetro, el más bajo se separaba del lado de su amigo. Su único amigo.

Le había cogido cariño, sin saber muy bien cómo, sin pretenderlo. No podía evitar querer cuidar a aquel chico de mirada profunda y eterna sonrisa. Pasar todo el tiempo necesario con él, era lo único que necesitaba día a día.

A medida que los meses pasaban, el afecto que Kei sentía hacia Tsurugi se hizo más fuerte, más real, más doloroso. Había acabado enamorándose de él, sin poder evitarlo, y en poco tiempo. Quería decírselo, quería que Tsurugi supiera lo que sentía por él, pero nunca era el momento oportuno. No encontraba la manera de declarar sus sentimientos, y siempre que lo intentaba acababa liándose con sus pensamientos optando al final por quedarse callado.

Tenía miedo a confesarse y que el otro huyese. No podría soportarlo.

Sin embargo, por su parte, a Tsurugi le estaba pasando exactamente lo mismo, lo mismo cruzaba su mente a todas horas del día y la noche. Hacía mucho tiempo atrás que se había enamorado de Kei, por no decir que sentía algo por él desde la primera vez que se vieron. No quería hacerle daño, pues tarde o temprano su vida se acabaría para siempre.

Ninguno de los dos podía imaginarse un mundo sin el otro, ninguno de los dos podía creer en una vida sin la compañía ajena, sin las conversaciones, sin los leves (así como involuntarios) roces de manos, sin las mutuas sonrisas. Querían vivir juntos por y para siempre, sin enfermedades que les entorpecieran el camino que juntos deseaban andar durante el resto de sus vidas.

 

-02

 

Kei empujaba la silla de ruedas a lo largo de la extensión de césped con energía, causando que Tsurugi tuviera que agarrarse con fuerza para no salir despedido por culpa de los botes, ambos riendo como si no hubiera un mañana. Disfrutando de la cálida primavera evadiéndose de los problemas, olvidando por completo la enfermedad del muchacho de más altura, aunque solo fuera por unas horas, aunque la felicidad durase poco.

-Kei… -llamó una vez se hubieron parado enfrente del lago donde siempre solían hablar.

El aludido le miró haciéndole ver que le escuchaba, que era todo oídos solamente para él. Haciendo caso omiso de los celosos pájaros que cantaban con fuerza encima de los altos cerezos llenos de flores blancas y rosadas, demandándole atención.

-Ojalá estos momentos durasen para siempre –susurró Tsurugi en el oído contrario.

Ante dicha frase un frío sudor cruzó el cuerpo del castaño por completo. Consiguiéndole recordar la fragilidad de la vida del chico del que estaba enamorado. El contrario pudo leer la repentina tristeza del rostro haciéndole desear no haber pronunciado nunca esa frase.

-Lo siento, no pretendía…

Se calló al ver que su acompañante negaba con la cabeza, sonriendo con los ojos cerrados, quitándole hierro al asunto. Relajando a ambos.

Kei sacó un cigarrillo mirando de forma distraída las ondas que el suave viento formaba en el agua del lago. Mientras se lo encendía Tsurugi no apartó la mirada del perfecto perfil ajeno, adoraba ese perfil (en realidad adoraba a Kei entero).

Un natural silencio se formó a su alrededor, abrazándolos. Solo se escuchaba el lejano sonido de la ciudad. Esta clase de silencios era habitual en su relación, en los que no era necesario hablar, simplemente disfrutar de la compañía del otro, nada más.

El tiempo pasaba, ninguno decía nada, y la tarde se acababa. Comenzaba a hacer frío, ambos podían notarlo en la pequeña perturbación de la piel de sus desnudos brazos, pero hasta que Tsurugi no empezó a tiritar no volvieron a casa.

 

-Odio mi debilidad –comentó el más pequeño a altas horas de la madrugada.

No podía dormir, y Kei tampoco.

»Odio no poder hacerte feliz todo el tiempo que te mereces.

Sin poder evitarlo había comenzado a sollozar con suavidad, con la cabeza apoyada sobre el cuerpo de Kei. El contrario lo abrazó con fuerza, intentando que Tsurugi dejase de llorar, sin conseguirlo.

-Kei… -pronunció, tiernamente, como un niño pequeño, asustado e indefenso-. Tengo miedo.

Confesó. La confesión había salido con naturalidad de sus labios. Estaba cansado de aparentar que no tenía miedo, cansado de callarse lo que realmente pensaba, lo que tanto intentaba ocultar mediante aquella eterna sonrisa. No podía aguantarlo más, necesitaba sacarlo de su interior, necesitaba sentir cómo el peso de ese sentimiento de, lo que él creía ser, cobardía se aflojaba en la boca de su estómago y así como de su garganta.

-Es normal –contestó Kei de forma pausada-. Yo también lo tengo. Pero sabes que estaré a tu lado, sin importar lo que pase.

Tsurugi se movió en la cama de forma que sus ojos pudieron observar a Kei en la oscuridad del cuarto, a la luz de la luna azul que pendía en el cielo cubierto por las diminutas lucecitas blancas llamadas estrellas. Su mirada, como hacía ya unas cuantas horas, recorrió con detenimiento el rostro del chico, intentando memorizar todas y cada una de las partes de éste, para, poco a poco, acercar sus labios a los contrarios besándolos en una pequeña pero sincera caricia.

-Te quiero –susurró a continuación, segundos antes de que el más bajo rodease su cintura con los brazos para atraerlo más a él.

Besándose una vez más, olvidándose así de todos sus temores, aunque solo fuese por un pequeño momento, aunque solo fuese por aquella noche. Meciéndose juntos, recorriendo por completo mediante besos el cuerpo ajeno, deteniéndose levemente en cada pequeña parte, sacando gemidos, consiguiendo estremecer al otro mediante delicadas caricias mojadas. Usando solamente su boca como instrumento para conseguir sacar del interior más profundo de la garganta de Tsurugi un duradero, así como placentero, orgasmo. Logrando, de este modo, calmar al más joven por el resto de la noche, haciendo que este acabara por quedarse dormido unos pocos segundos después de haber llegado al máximo éxtasis. Así Kei también sucumbió al abrazo placentero del sueño con una sonrisa pintada en su rostro.

 

00.

 

Horas antes, el día que te perdí, soñé que un ángel sangriento me visitaba y me arrancaba cruel y lentamente el alma. El ángel más horroroso de la creación divina me observó desde el tenebroso cielo y, alzando sus manos ponzoñosas hacia mi pecho, se llevó consigo mi corazón aún latente, sonriendo macabramente. Mientras el sonido de unas invisibles campanas estremecía mis oídos; dejándome sordo, haciendo que mis tímpanos sangrasen, convulsionando mi cuerpo, ayudando a elevar cada vez más mi alma hacia las manos del humanoide alado. Mas aquello que el ángel se llevaba no era mi alma, sino la tuya; no era mi corazón el que había arrebatado de mi pecho, sino el tuyo; no era yo a quién quería el ángel pútrido, sino tú.

Y yo lloraba, lloraba sin consuelo pues te había llevado con él, te había alejado del calor de mis besos y mis caricias. Ya no podría volver a estrecharte entre mis brazos, no volvería a ver el color de tu sonrisa pintar tu hermoso rostro, tu cabello castaño nunca más sería mecido por el viento. Te perdería para siempre, como tantas veces antes había soñado, mas ahora haciéndolo realidad, una dolorosa realidad. El tiempo te devoraría, pudriendo tu carne, corrompiendo entero tu cuerpo, alejándote de mí, escapándose entre los dedos de mis manos cual arena arrastrada por la brisa.

Aún hoy en día puedo rememorar el rostro del malvado ángel que con sonrisa mecánica te había arrancado de mis brazos, aún hoy escucho el fuerte sonido de las campanas. Todavía consigue revolverme el estómago el olor rancio de la muerte que tantas veces se ha apoderado de mi cuerpo.

Ya no vivo, pues a esto no se le puede llamar vivir, deambulo por el mundo de los vivos buscando mi final, buscando el momento en que volveré a observar tu preciosa sonrisa, el momento de descansar eternamente a tu lado; sintiendo tu calor, tu compañía durante toda la eternidad.

Soy un esqueleto que camina sin rumbo fijo, repitiendo la misma rutina una y otra vez. Mi castigo es continuar en el mundo mundano, atrapado entre la vida y la muerte, pues no muero, como tampoco vivo, por mucho que desee morir, por mucho que odie la vida.

 

«Mis lágrimas y mi sangre se derramaron, haciendo eco en el nebuloso cielo»

 

Ojos hinchados por las noches malgastadas llorando. Color blanquecino de la cara indicador de los días sin haber visto el sol; el número exacto se encuentra en algún profundo lugar en mi mente, ya olvidado. Exagerada delgadez marcada en cada parte de mi cuerpo. Todo esto y más me devuelve la imagen que observo en la nítida superficie del espejo. No puedo continuar por el mismo camino, pero ya es demasiado tarde para dar la vuelta, las fuerzas no me acompañan.

No puedo dejar de recordar que tú fuiste quién me sacó de un gran bache, y que fuiste tú quien me acabó por meter en otro. Mas no puedo guardarte rencor por nada de lo que hiciste el tiempo que estuviste conmigo, pues tú me devolviste la vida, me diste las ganas de vivir que tanto necesitaba. Me hiciste sonreír, me hiciste feliz de nuevo, a pesar de lo difícil que fue; había estado tanto tiempo solo, odiando a todo el mundo por haberme dejado de lado, tanto tiempo fingiendo mi sonrisa, tanto tiempo usando las mismas excusas… Pero tú continuaste, a pesar de lo maleducado que fui contigo, a pesar de todo seguiste intentando animarme.

Y ahora… todo ha vuelto, la soledad, los días conmigo mismo, encerrado en estas blancas y vacías paredes. Vuelvo a enloquecer, he vuelto a caer en esa espiral de la que tanto te costó sacarme y, por mucho que lo intento, no consigo encontrar la salida. No quiero encontrar, pues si lo hago te acabaré olvidando, y no puedo permitirme olvidarte. No puedo.

 

«Esta voz quebrada llamando a alguien seca mi garganta»

 

Me despierto entre gritos lejanos. Dolorosos alaridos manchados de sangre. Alaridos procedentes de las profundidades del podrido infierno que arrancan mi piel y carne ya putrefactas. Una voz llama a alguien, alguien pide clemencia a un cruel Dios que no existe, y ese alguien soy yo, yo soy quien grita, soy yo quien te llama.

Me incorporo en el frío tatami, todo mi cuerpo convulsiona sin control, los temblores son terribles, noto un nudo en mi garganta que lucha por desatarse y vomito sobre el suelo, no sé cuánto tiempo permanezco de rodillas con la cabeza gacha. Cuando me levanto dirección al baño, en mi boca solo queda el amargo sabor de la bilis, continúo temblando, ahora con menos violencia.

He soñado contigo. Te veía a mi lado. Mas no eras tú, tu cuerpo se había convertido en un esqueleto, tu sonrisa en una negra cavidad vacía y sin vida, y tus ojos en dos huecos oscuros, no había rastro de su particular brillo. Me llamabas, me pedías que fuera contigo, y cuando me negaba a causa de un irracional miedo me llevabas contigo a las profundidades de la nada, sonriendo macabramente de algún modo, haciéndome daño, arrancando mi alma de mi interior como hizo aquel sangriento ángel la noche anterior a que murieras.

Consigo llegar al cuarto de baño para lavarme la boca, así como la cara llena de sudor. Me lavo levemente los dientes para quitar el horroroso sabor de la bilis que aún impregna mi boca desde la seca garganta. Observo mi reflejo en el espejo que tengo delante, quedándome horrorizado por lo que mis ojos ven, aquel ser no soy yo, no puedo serlo, es imposible. Me he convertido en el mismo ser repugnante que te alejó cruelmente de mí en sueños. Comienzo a gritar descontroladamente, haciéndome daño en las cuerdas vocales, y me desmayo al cabo de un rato, dejándome caer al frío suelo de baldosas grises, echo un ovillo, cubierto de sudor, sangre y restos de vómito en todo mi cuerpo y mi ropa.

 

«Mi decaída sonrisa de alegría se remueve junto con la arena al pasar el tiempo»

Ver al amor de su vida de ese modo era doloroso, como si millones de pequeñas y punzantes agujas se clavasen en su malherido corazón. Se sentía mareado de tanto aguantarse las lágrimas, no quería preocupar a Tsurugi, no quería que el único hombre al que había amado en su vida sufriera más de lo necesario. Sufría en silencio. Gritaba por dentro como si le estuvieran arrancando la piel a tiras.

Mientras tanto, él le miraba sin apenas verle a través de sus empañados ojos. Veía a Kei demasiado lejos, como si alguien se tomase las molestias de llevárselo de su lado cada vez más, en un gesto egoísta, celoso. Mas él también tenía celos. Tenía celos del mundo, celos del tiempo, celos de todo lo que le rodeaba pues cuando él se fuera, todo, el tiempo, el mundo, le seguiría teniendo. Tsurugi moriría, pero Kei seguiría viviendo. Y dolía, dolía más que la enfermedad que se llevaba su energía vital, sentía más dolor que en toda su maldita y podrida vida. Y si a él le dolía, no quería, no podía ni imaginar cómo se estaría sintiendo Kei en esos momentos.

Llamó, sin poder despegar bien los labios, no sabía si había conseguido pronunciar el nombre de él, al notar que Kei se acercaba y le cogía de las manos con suavidad supo que sí había hablado y que él le había oído. Sonrió, mas no del mismo modo de siempre, esta era una sonrisa cansada, la sonrisa de un moribundo, de alguien que intuye, que sabe que su vida está cada vez más cerca del final. Kei puso su rostro a escasos centímetros de Tsurugi y besó tiernamente el intento de sonrisa, llenado el cuerpo de Tsurugi de una abrumadora calidez, haciéndole sentir en paz.

-Te quiero –pronunció el de pelo más corto, rompiéndose sin poder evitarlo, comenzando a llorar sobre el lecho ajeno, dejándose llevar por la pena y la desesperación.

Con un gran esfuerzo Tsurugi le acarició el pelo, diciéndole de este modo que no pasaba nada, que era normal ponerse de así, que le entendía.

-Yo… t… ambién… te quier-o –consiguió articular medio temblando de dolor, viendo como se le escapaba una solitaria lágrima del ojo izquierdo-. Vive… prométe… me… que seguirás…

Aquellas fueron sus últimas palabras, lo último que consiguió decir antes de exhalar un último respiro. Sus ojos se cerraron, dejó de respirar dejando la frase a medias, su corazón se había dormido para siempre, y nunca más volvería a despertarse.

Mas Kei siguió llorando, sabía que el amor de su vida acababa de fallecer, sin embargo, no encontraba las fuerzas para levantar su mirada y verle el rostro una última vez. Había entendido lo que Tsurugi le había dicho, aunque solo fue un suspiro, y estaba dispuesto a llevar a cabo esa promesa, aún si eso significaba vivir entre la vida y la muerte. Estaba dispuesto a seguir viviendo pues, al fin y al cabo, ese había sido el último deseo de aquel esquelético muchacho de mirada brillante y eterna sonrisa.

 

 

«Perdiendo, destruyéndose, cayendo hasta que te hayas ido; para evitar este destino solo se puede hacer una cosa: vivir»

 

 

 

Notas finales:

Resumen random de la vida~

Espero que os guste el experimento este extraño que tanto me ha encantado escribir aunque me haya dado tantos millones de quebraderos de cabeza.

Gracias por leer, a todos~

 

 

 

¡FELIZ ANIVERSARIO, SADIE~<3! *iconitos de fiesta*

 

Leed los fics de esta serie ya que nos ha costado tanto esfuerzo y sudor escribir a todos los que hemos participado, y comentad mucho, pues merecerá la pena, yo os lo aseguro. Que son todos muy agshahsjagdjaha<3

 

P.D. La enfermedad de Tsurugi de este fic es una aleatoria que me he sacado de la manga, ni siquiera tiene nombre y no me he documentado de ningún sitio, solo gracias a mi hermoso cerebro(?)

 


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