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The Teacher por MMadivil

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De nuevo llovía como si el cielo fuese a caerse en pedazos, a Sebastian no le hizo mucha gracia pensar que tendría que mojarse para llegar a su próxima clase después de haber perdido su paraguas.


El edificio sur estaba completamente vacío, podía escuchar perfectamente el golpeteo de las gotas de lluvia contra la entrada principal y el tamborileo de sus dedos contra la lata de soda que jugueteaban. Estaba vacío porque era la hora del almuerzo. Estaba inquieto porque no acostumbraba a estar en un edificio de dormitorios diferente al suyo. Y estaba impaciente porque Wild no había llegado aún.


¿Cómo había terminado pidiéndole a ese profesor que se encontrasen a la hora del almuerzo? En su edificio. En su dormitorio. Para buscar un formulario que NO existía.


No sabía cómo, pero sí sabía por qué.


Cuando era solo un niño había descubierto que sus “malos presentimientos” no hacían referencia a cosas que sucederían o a las personas que lo rodeaban —como sucedía con esa peculiar habilidad de Ethan—, él tenía la indeseable facultad de saber cuando alguien estaba mal. Algo que era útil, pero no favorable. No importaba si conocía a las personas desde hacía años o apenas unos minutos, él solo lo sabía, y odiaba saberlo.


Porque saber y no hacer nada debía convertirlo en una mala persona. Es por eso que el cielo estaba lleno de ignorantes.


Eran muy pocas las veces en las que realmente pensaba en entrometerse, pero cuando lo hacía terminaba ganando algo que no sabía si agradecer o no. Pues así había conocido a Ethan, a Simon y así había aceptado a su padre. Tener amigos no era malo, pero su tendencia a sobreproteger lo que le importaba era algo que no estaba bajo su completo control.


—O solo tengo un estúpido complejo de hermano mayor —masculló para sí mismo mientras le daba un último trago a su bebida.


Había dos razones por las que no había abandonado el edificio en estos diez minutos.


La primera: Llovía como la mierda, no saldría de aquí aunque tuviese que perder el descanso, de hambre no moriría.


La segunda: No quería, necesitaba ver a Wild.


Dejando a un lado lo mucho que Wild se había esforzado en molestarlo durante clases, cuánto lo detestaba por doble cara y… lo que había ocurrido en el salón de música cuando las luces se apagaron, ese estúpido presentimiento de que algo no estaba bien lo estaba molestando.


Y lo había estado ignorando lo suficiente hasta ahora, como siempre lo hacía, pero cuando comenzó a entrelazar pequeños sucesos (como el que el profesor se hubiese desmayado a mitad del pasillo, verlo tan distraído y que estuviese más susceptible) tuvo que aceptar que algo le ocurría a Wild. Además… haber visto que inclusive ese hombre podía dejar caer su máscara para sonreír, había llenado el vaso de ansiedad de Sebastian.


Cuando se dirigía a depositar su lata vacía en el basurero, escuchó las puertas de la entrada abrirse y cerrarse con rapidez, con algunas quejas de por medio.


—Estúpida lluvia, ya ni siquiera puedo librarme de ella en los pasillos —musitó el profesor Wild antes de que pudiese percatarse de la presencia del moreno.


Y Sebastian fue consciente de la extraña sensación que pareció envolverlo cuando miró al profesor.


Sus rizos rubios se habían revuelto con rebeldía, húmedos y con pequeñas gotas deslizándose por ellos, haciendo brillar su saco por segundos al momento de caer. Lo interesante era que sus mejillas podían estar tan pálidas como su piel, pero sus labios no parecían ceder a ningún tipo de temperatura, éstos permanecían rojizos siempre que podían.


Interesante.


Fue entonces cuando el rubio por fin se hizo consciente de que Sebastian estaba esperándole.


—¿Has estado esperando mucho? —preguntó mientras se deshacía de algunas perlas de agua en su frente con el dorso de la mano— No, espera, mejor no me respondas. Estoy seguro de que fue así. Disculpa, la última clase duró más de lo que pretendía.


—Usted pierde la noción del tiempo fácilmente profesor, pero es igual mientras consiga lo que necesito —respondió cortante, ganándose una mirada antipática por parte del rubio.


El ceder en venir a ver a Wild no implicaba portarse bien.


—Siempre tan honesto Wayne… —masculló de mala gana en dirección al elevador. Sebastian lo seguía a una distancia prudente—. ¿Cómo olvidaste tu libro para empezar?


El rubio presionó el botón del último piso cuando ambos estuvieron dentro y Sebastian se limitó a mirar algún punto invisible en las puertas metálicas.


—También tengo derecho a olvidar las cosas cuando estoy al límite de mi capacidad para mantenerme despierto —respondió con indiferencia—. Al final soy humano.


—Tengo mis dudas respecto a lo último…


A Sebastian se le escapó una sonrisa que supo disimular a la perfección cuando las pesadas puertas se abrieron, revelando ese largo pasillo con una única puerta en el centro. Wild se adelantó para abrir la puerta y Sebastian creyó escucharlo suspirar de alivio cuando ambos estuvieron dentro.


—Pasa, no creo que sea necesario enseñarte dónde está cada cosa —indicó el profesor—. Pero sería de gran ayuda para los dos que logres recordar dónde lo pudiste haber olvidado.


Sebastian no pudo prestarle atención, estaba asombrado nuevamente por la inmensidad de ese lugar. Si bien ya había estado aquí, no era lo mismo venir a plena luz del día —si es que se le podía llamar luz con este clima—, pues cada uno de los objetos en la habitación parecía brillar aclamando atención. Tampoco se había dado cuenta de la gama de colores que lo rodeaba hasta ahora, lo más oscuro en ese lugar era la pantalla plana empotrada a la pared y la alfombra. Lo demás eran colores suaves, una gama de colores pastel que no caían en el mal gusto, simplemente relajaban más de lo que pretendían.


Además pudo notar objetos que no había percibido antes. Por ejemplo, la cantidad de cuadros que estaban cubiertos con mantas que parecían de seda, todos acomodados en una perfecta fila en el suelo y apoyados contra la pared, esperando a ser colgados. Por supuesto, quería mirar todos.


También podía divisar mejor los libros acomodados en los estantes que rodeaban la enorme pantalla, no eran muchos pero le parecían suficientes. Las enormes ventanas estaban desnudas al tener las cortinas abiertas y podía verse perfectamente cada gota castigar al vidrio. Al parecer eso no le gustó nada al profesor, pues se acercó a la ventana y la cubrió de un solo tirón.


—¿Le incomoda la lluvia, profesor Wild? —inquirió Sebastian al verle de soslayo.


—“Incomoda”… que palabra más sugestiva —dijo con un gesto pensativo—. Sí, es una buena forma de describirlo, me siento incómodo con la lluvia.


—Por alguna razón no me sorprende… —murmuró el moreno mientras fingía buscar cerca del sofá donde se había sentado esa noche.


—¿A qué te refieres? —quiso saber el rubio, y aunque Sebastian esta vez no lo estaba mirando, fue fácil darse cuenta del genuino interés que desprendía esa pregunta.


El moreno se encogió de hombros antes de responder.


—No vaya a tomar la comparación por otra línea, pero es como escuchar al mismo sol quejarse por ser opacado con el mal clima.


—¿¡En qué otra línea podría tomar eso!? —dijo ofuscado—. Para tu información, no me creo el centro del universo.


—Por supuesto que sí —refutó el menor, poniendo los ojos en blanco—. Y usted se ha encargado de dejármelo muy en claro.


Sebastian volteó solo para poder enfrentarse a su mirada, pero el profesor abrió y cerró la boca un par de veces antes de evitarla.


—Eso es… diferente.


—¿Es diferente porque era una venganza infantil e inútil por no haber hecho lo que usted quería?


—Es infantil, no inútil —respondió sentándose en el borde de uno de los sofás—. Hace unos días creía que era inútil, pero viéndote bien, parece que funciona.


—¿Qué es lo que supuestamente funciona? —inquirió el moreno alzando una ceja.


—Estás enojado.


—No lo estoy.


—No mientas —lo señaló el rubio con una mirada acusadora y brillante—. Sé que lo haces para que parezca que solo pierdo el tiempo intentándolo, pero sí te molesta.


Sebastian entrecerró los ojos y dejó de buscar para encararse al profesor, colocando una mano en sus bolsillos. Casualmente, el bolsillo que tenía el formulario finamente doblado y recién hecho la clase anterior.


—¿Y eso importa porque…? —curioseó con indiferencia.


—Porque satisface mi ego, es todo —respondió con honestidad el profesor—. Aunque admito que el no poder ver tu trabajo, de una u otra forma sigue siendo una ligera molestia.


¿Estaba hablando enserio? Sebastian quería ocultar lo sorprendido que estaba por escuchar palabras honestas salir de su boca.


—Profesor Wild no me diga que ya está curado de la mitomanía… —soltó con sarcasmo.


—Los mitómanos mienten sin una finalidad Wayne, pero todas mis mentiras tienen una —replicó el mayor.


—No lo dudo profesor, usted no pierde el tiempo cuando se trata de satisfacerse a sí mismo.


—¿Y por pensar de esa forma es que me detestas? —inquirió el hombre, esta vez frunciendo un poco el ceño— Wayne, ya sé que te enferma mi hipocresía, me doy cuenta. Pero “el fin justifica los medios”, y si así consigo lo que quiero, me doy por bien servido.


—¿Aplica la filosofía de un hombre cuyo nombre ha sido utilizado para describir lo inmoral y lo corrupto?


—Él no tenía la culpa de decir la verdad.


—¿Y es esa su justificación para vivir a base de mentiras?


—“Quien engañe, encontrara siempre quien se deje engañar, todos verán lo que aparenta y pocos lo que es…”


—“…y estos pocos no se atreverán a ponerse en contra de la mayoría”. El príncipe de Nicolás Maquiavelo —habló en voz baja Sebastian, con la comisura de sus labios amenazando con alzarse—. No sabía que le gustase la filosofía.


—Cortesía de mi mejor amigo —comentó con una leve sonrisa el rubio—. Pero tú no tomas clases de filosofía, así que… ¿A qué debo atribuirle tus conocimientos sobre ese libro?


—Cortesía de mi mejor amigo —repitió el moreno.


El de rizos entrecerró sus ojos de muñeca inglesa sin borrar la sonrisa fresca, levantándose del sofá para sorpresa de Sebastian.


—Ya que ambos perdimos el descanso, espero que no te importe quedarte a almorzar el tiempo que queda, puedes seguir buscando tu formulario entonces.


—¿Usted sabe cocinar?


—Sé usar el microondas —expuso dirigiéndose a la cocina.


Sebastian aprovechó que había desaparecido por la entrada de la cocina para reírse por lo bajo y sacó el formulario de su bolsillo para esconderlo en una de las divisiones del sofá más grande.


—Ah pero espero que no tengas problema con los platillos, no hay mucha variedad… —advirtió Wild asomándose un poco desde la barra que dividía la cocina con la sala de estar.


—¿Por qué los tendría?


El rubio arrugó la nariz un poco.


—No me gustan las cosas dulces.


Y esta vez, Sebastian sonrió.


—A mí tampoco.


Fue un gesto involuntario, en realidad no pretendía hacer eso delante del profesor, pero al ver que éste había quedado absorto con su rostro un momento, Sebastian decidió dirigir su atención a un tema distinto cuando se acercó a la barra.


—Creí que los profesores se limitaban a comer en su cafetería privada.


—Y yo que no tenías ningún interés en saber sobre mi persona, pero aquí estás… —contraatacó el rubio de forma burlona mientras le tendía un vaso con jugo natural, abriendo sorprendido los ojos cuando se dio cuenta de algo— ¿Qué te sucedió en la mano?


Había elegido la mano errónea para sostener la bebida, y se agradeció a sí mismo lo precavido que era. Su mano izquierda, la única que tenía las manchas de tinta, estaba envuelta por vendas que solo cubrían los dedos hasta la mitad.


—Un accidente, no es nada —respondió con un encogimiento de hombros, cambiando de mano al instante—. Nada que no pueda arreglarse.


—Si todas las heridas fuesen tan simples… —murmuró Wild, volviendo la mirada hacia los platos que acababa de sacar—. No esperes un gran almuerzo, pero podemos sobrevivir con esto.


El profesor sacó dos platos para meter al microondas lo que debía de ser una mezcla de lo que pudo encontrar en su refrigerador, y consistía en papas gratinadas, un poco de pasta y raviolis. Sebastian lo miró inquisitivo.


—No preguntes Wayne, a la cocinera le salió la vena italiana esta semana —explicó sin darle mucha importancia.


—No pensaba hacerlo —mintió mientras daba un trago a su bebida—. Profesor Wild… ¿usted hizo esos cuadros? —dijo mientras señalaba con un gesto los cuadros cubiertos a su espalda.


—Algunos… —respondió sin pensarlo y parpadeó un par de veces— Espera, espera, ¿tú sí me puedes hacer preguntas pero nunca contestar las mías?


—Usted me miente en la mitad de ellas.


—Pero lo sabes, así que no cuenta como mentir… —trató de defenderse, pero no lo logró—. Wayne ¿de verdad no me vas a dejar ver ni siquiera un poco de tu verdadero talento?


—Jamás Wild.


El de rizos rechinó los dientes y suspiró.


—Vamos, solo una vez, tienes que admitir que te ofrecí un muy buen trato la última vez —pidió sin que aquello sonase como una súplica. Él jamás suplicaría.


—Mi proyecto ya está hecho, así que ese asunto no está a discusión —aclaró el menor.


—Otro proyecto inexpresivo… —dijo con una mueca, apoyando el rostro sobre el dorso de su mano cuando su brazo se acomodó contra la barra—. Siempre puedo hacer que lo hagas otra vez.


—Eso solo ocurre cuando le enseñan los trabajos antes de la fecha límite, me temo que aunque lograse convencerme no habría tiempo para volverlo a hacer —trató de desanimarlo Sebastian.


Pero en lugar de eso, se ganó una mirada confundida.


—¿Cómo que no habría tiempo? —inquirió lentamente el profesor.


—Estamos a menos de dos semanas para que acabe el mes, no podría terminar la pintura en ese tiempo —explicó, tensándose un poco por la mirada perdida del rubio—. ¿Wild…?


—Wayne… ¿Qué día es hoy…?


—Diecisiete de Marzo… —dijo sin rodeos, pero con cierto tacto.


El profesor pareció marearse por un momento, Sebastian inclusive hizo a un lado su bebida cuando lo vio aferrarse con fuerza a la barra que los separaba. El suave color rosáceo que tenía su rostro había desaparecido, dejando lugar a un semblante pálido y… aterrado.


—¿Profesor Wild? ¿Qué le sucede? —inquirió sin poder ocultar la preocupación en su voz, mirándolo algo alarmado.


El rubio negó con la cabeza y se cubrió con una mano la frente, ocultando parcialmente su mirada.


—Estoy… estoy bien, solo es la falta de sueño, si me disculpas… solo necesito usar el baño —se disculpó rápidamente y se dirigió al baño sin esperar respuesta alguna por parte del moreno.


El microondas emitió un frágil tono para indicar que había finalizado su trabajo, y Sebastian sintió nuevamente una presión en sus hombros, esa sensación se intensificó de un momento a otro. Se debatió mentalmente entre lo que era correcto y lo que era imprudente, acercándose lentamente a la puerta del baño, pero justo cuando estaba por tomar el picaporte… se detuvo.


No había nada que él tuviese que ver con ese hombre. ¿Por qué intentaría meterse en su vida de esa forma? ¿Qué derecho tenía para involucrarse en sus asuntos? Se sorprendió al sentirse… decepcionado, porque no tenía ninguno.


Cerró nuevamente la mano en un frustrado puño y se dirigió nuevamente a la cocina, donde sacó los platos del microondas para ahorrarle el trabajo a Wild en lo que volvía. No consideraba prudente hacer preguntas, así que solo jugaría con las cartas que tenía en sus manos.


Manos.


Se miró la mano cuyos dedos eran blancos por las vendas y grises por la suciedad, provocando que la idea más disparatada que había tenido, cobrase vida con fuerza. Él no podía preguntar nada, pero sabía de alguien que sí.


“Vuelve pronto”


Solo debía procurar dos cosas. Que Wild estuviese ahí, y que las luces estuviesen apagadas. Complicado pero no imposible.


Cuando el profesor regresó, Sebastian trató de buscar indicios de ojos hinchados o mejillas húmedas, pero fue sorprendente que inclusive el color había vuelto a su rostro. Como si nada hubiese ocurrido.


Wild tenía poderes extraños.


—Lo lamento, supongo que no desayunar correctamente causa estragos —se excusó con una sonrisa. Una falsa sonrisa.


Mentiroso.


—Está bien, no tiene que darme explicaciones si así lo desea, conmigo no es necesario —comentó el moreno, pasándole su plato—. Pero tiene que comer, y ahora no se lo estoy preguntando.


El rubio lo miró por unos segundos que a Sebastian le parecieron innecesarios, el profesor se colocó un mechón de rizos tras la oreja y se mordió el labio.


—Gracias Wayne… —dijo en voz baja.


A ese hombre le costaba agradecer tanto como a Sebastian.


—Solo coma, no es nada… —respondió mirando hacia otro lado, llevándose a la boca uno de los raviolis.


Para ser de microondas, debía admitir que no estaban nada mal.


—¿Estás seguro de que dejaste aquí el formulario? —preguntó con curiosidad el de ojos avellana.


—No lo sé, supongo que tendré que saltarme la siguiente clase si no lo encuentro —respondió con un ligero encogimiento de hombros.


—Lo siento por eso… —se disculpó el mayor.


—Está bien, quedamos a mano con el almuerzo, su comida de microondas no está tan mal —señaló Sebastian haciendo un gesto hacia su plato.


Y de nuevo… le robó una de esas curvas que eran difíciles de ver.


—Es tan perfecta como yo, así que cállate —bromeó el rubio, tratando de ocultar su linda sonrisa.


~*~


Nunca encontraron el formulario.


Después del almuerzo improvisado que ambos tuvieron, Sebastian se había asegurado de que no pudiesen encontrarlo, al menos no mientras él estuviese ahí. De todas formas no tuvo que ocultarlo por mucho tiempo, cuando se dieron cuenta faltaba solo unos minutos para que Wild tuviese que impartir su siguiente clase, y Sebastian en realidad sí tenía que entrar a la suya.


Hizo lo mismo que aquella noche en la que se había quedado, escaleras hasta el tercer piso y después el elevador. Debía admitir que era útil, y no le extrañaba que Wild se supiera trucos como aquel.


Ahora tenía un nuevo plan, el problema sería ejecutarlo. No había conseguido mucha información en el tiempo había pasado con él, pero al menos podían hablar sin querer matarse el uno al otro. Un gran avance a los ojos de Sebastian.


Al salir de su última clase pensaba enfrascarse en los espacios en blanco de su plan, pero cualquier idea se vio interrumpida por una compañía que no esperaba. Alguien lo estaba esperando cerca de la puerta, y ambos esperaron a que el resto de los alumnos se dispersaran.


—¿Mal día? —inquirió sin detener el paso.


—Ciertamente no fue tan bueno como el tuyo —dijo Simon con una media sonrisa, separándose del marco para acercarse al moreno—. Ignoraré que te hayas desaparecido en el almuerzo, no es novedad, pero tienes un trabajo a cambio de eso.


—Siempre tengo un trabajo a cambio de tus favores Simon —aclaró sonriendo de la misma forma.


—Tú eres el paranoico que quiere que cuide a Ethan, así que es hora de que te hagas responsable —explicó mientras se masajeaba el cuello—. Se encontró con Avery hoy, y si quieres saber de lo que hablaron tendrás que preguntarle. Pero de una vez te advierto que no se veía nada bien.


Sebastian hizo una mueca y tensó la mandíbula, no le gustaba que a Ethan lo estuviesen rondando últimamente, y menos la cara con la que Simon se lo advertía.


—¿Crees que Avery sea un problema?


—Avery no solo es un problema, carga con uno que es aún peor: Darrell Bloom —explicó el de cabellos castaños con un irritado suspiro—. Si no fuese su perro faldero no tendría que preocuparme…


—Si Ethan te escuchase hablar así, pondría en duda todo lo que sabe sobre ti —advirtió el de lentes con una risa ligera.


—Incluso tú lo pones en duda —dijo con cierto sarcasmo—. Pero estás aprovechándote de eso, así que no hay quien te culpe.


El moreno negó con la cabeza mientras le indicaba a Simon que lo acompañase a caminar por el pasillo vacío.


—¿Te causa algún inconveniente el favor que te pedí?


—Cuidar a Ethan no es un problema, pero él es un imán para ellos. ¿Por qué lo están rondando precisamente esos tres? —inquirió chasqueando la lengua—. Entiende algo Sebastian, hay un límite para lo que puedo hacer, y lo sabes.


—¿Entonces el apellido Harvey no lo puede todo? —se burló mirándolo de reojo.


Simon sonrió poniendo los ojos en blanco.


—Lo puede casi todo.


Sebastian extendió una mano y le revolvió el cabello, Simon ni se inmutó.


—¿Y cuál es la excepción? —dijo curioso.


—Puedo prevenir las complicaciones Sebastian, no repararlas —aclaró con una mirada seria, antes de volver a sonreír como siempre— ¿Vendrás a la fiesta del viernes?


—Ni en un millón de años, ahora vete, tengo algo que hacer —lo empujó Sebastian con suavidad hacia la ruta que seguía los dormitorios—. No le digas a Ethan que me viste.


—¿De qué hablas? Si yo he estado siempre en mi dormitorio —se hizo al desentendido y comenzó a caminar por el rumbo al que lo había empujado el moreno— ¡No te olvides de ir a ver a Ethan!


—Sí, sí… —murmuró comenzando a caminar hacia el salón de música.


Tener a Simon de su lado era un completo alivio cuando no podía estar todo el tiempo pegado a Ethan. A veces simplemente deseaba dividirse o multiplicarse para estar en todas partes al mismo tiempo, pero estaba más seguro con Simon como su sombra que con él mismo. Sebastian no se había hecho su amigo con un interés egoísta, a decir verdad ni siquiera sabía su nombre cuando aún comenzaban a conocerse, pero Simon resultó convertirse en la mejor de sus armas.


Aunque de vez en cuando resultaba ser de doble filo.


Caminó sin prisa por los pasillos desnudos, ahora no llovía, pero el olor a humedad y el viento frío seguían como un recordatorio constante de que podría regresar en cualquier instante.


—A mí tampoco me gusta… —murmuró mirando hacia la infinidad del oscuro cielo abierto.


Pero eso jamás se lo diría.


Cuando llegó al salón de música, las luces estaban encendidas.


~*Jeremy*~


—Son un asco, seguirán siendo un asco, y yo debería dar clases de ukelele. Sería más fácil —masculló sin sentido mientras aporreaba contra el escritorio los exámenes que solo servían para limpiar pisos—. La idea de un examen teórico es que se salven de morir en la horca de la práctica. ¡Pero son una completa mierda!


El vocabulario daba igual en este punto, además estaba hablando solo.


La práctica fue igual de terrible que en los últimos días, los exámenes fueron aún peor de lo que esperaba, la mitad de sus alumnos ahora estaban enfermos por el clima y en dos semanas había prometido una presentación para el viejo William y algunos miembros de la asamblea de maestros.


¿¡Cómo podría enseñarles una porquería como esta!?


—Me cortaré la lengua, eso haré, así podré evitar insultar a la madre que parió a estos mocosos… —escupió de mala gana, levantándose del pequeño escritorio para ir a sentarse a en la primera fila de espectadores— Dios santo ya me escucho como Byron… —gruñó inclinándose hacia adelante, apoyando los brazos en las piernas y la frente en las manos.


Había tenido una mañana tranquila, una tarde… inigualable… ¡Y ahora le salían con esta mierda! No era así como esperaba terminar su día, sabía que era demasiado bueno para ser verdad.


Una tarde inigualable…


Y vaya que lo fue, jamás pensó que su dolor de cabeza se convirtiera en un alivio para él. Cuando Wayne no ponía esa pesada barrera entre ellos se sentía tan… cómodo. Y era tan refrescante recordar esa tarde que hasta le robaba una sonrisa.


—“Comida de microondas”. Gabrielle le hubiese cortado el cuello… —murmuró con una risa ligera.


Ah y además le había visto sonreír. ¡Y fue muy difícil no restregárselo en la cara! Tenía muchas ganas de soltarle algo como que no tenía idea de que los robots también podían sonreír, pero se mordió la lengua porque sabía que sería cavar su propia tumba. No sabía cómo diablos había conseguido pasar una tarde con él, ni por qué el chico no había escapado a la primera, pero debía admitir que no era tan malo como aparentaba. Era serio y fastidioso, pero ya conocía a alguien así y la experiencia hablaba por sí misma.


Si tan solo pudiese cumplirle el capricho de verle pintar con verdadera pasión por una sola vez… probablemente podría morir en paz.


—Lo pediré como regalo de navidad —murmuró levantándose para hacer lo que más odiaba pero le entretenía: Ajustar cuerdas.


Era odioso porque solo era ruido, no estaba tocando alguna linda sonata así que no le interesaba, pero era entretenido ajustar las cosas justo como él quería, así no había margen de error. Y si lo había, daba igual porque había sido culpa suya y él jamás se fijaba de sus errores porque todo lo que hacía era perfecto.


—Pero no por eso me creo el centro del universo… lo soy —dijo divertido para sí mismo, hablar sólo no podía ser una buena señal, lo hacía pensar que podía estar parcialmente loco.


Pero ya era un artista, así que no tenía ninguna cordura que salvar.


Y justo cuando estaba ajustando la más fina y aguda de las cuerdas… las luces se apagaron.


El rubio entró en pánico por un instante y se levantó de su lugar, agarrando con fuerza el mango del instrumento. A eso se refería cuando decía que al estar en el lugar de la orquesta no podía escucharse nada, esto no estaba bien. En primera porque no había forma de que las luces en Haverville se fueran de la nada, tenían su propia planta de luz. Y en segunda…


… la maldita puerta de entrada se cerró de golpe.


Jeremy dio un respingo al escuchar pasos en el pasillo y retrocedió un poco solo para apoyar la espalda contra la pared. Una regla básica si alguien pretendía atacarte era no arrinconarse, pero si no podía verlo, era más ventajoso tener la espalda cubierta. Tuvo que guardar silencio porque sus ojos habían sido privados de la luz muy inesperadamente y todo lo que veía era penumbra, eso lo dejaba en una completa desventaja, por supuesto que el corazón le latía con fuerza pero era lo último en lo que pensaba.


Además, cualquiera que haya visto suficientes películas de terror y suspenso sabe que es una completa estupidez preguntar si alguien está ahí. ¡Por supuesto que hay alguien ahí! ¿Qué se piensan, que el asesino les va a decir hola y les pedirá un café?


Más ruido. Pero esta vez provino de un lugar que hizo que el alma le regresara al cuerpo, así como el calor, una gran emoción que no cabía en su pecho y unas enormes ganas de matar a un ángel.


Era la cubierta de uno de los violines siendo abierta, y su acompañante tocó a propósito las cuerdas de éste con los dedos. Lo sabía porque el arco no producía ese sonido, pero Jeremy dejó escapar un suspiro de alivio.


—Casi me matas de un infarto ¿sabes? —dijo en voz baja el profesor, pero no se movió de su lugar—. Agradecería algún tipo de aviso para no atravesarte una guitarra en la cabeza… y apagar las luces de la nada es de mala educación —parloteó solo para llenar ese silencio.


El ángel no hablaba.


¡Pero por supuesto que no hablaría! Si el mismo Jeremy le había dicho que no lo hiciera, el solo esperar una respuesta de su parte era una simple estupidez. Además… aún no estaba tan seguro de querer saber su identidad.


El anonimato de este chico le generaba confianza, el no ver su rostro o conocer su voz… por más intrigante que fuese, era lo mejor. Porque él podía imaginárselo como quisiera, podía ignorar el hecho de que ambos se veían todos los días, y podía fingir que ambos eran unos perfectos desconocidos.


¿Cómo sería si conociese al ángel? ¿Cómo sería mirarlo todos los días entre clases? Sonaba tan extraño e imposible… porque para él ambos estaban fuera de la realidad.


Su forma de tocar el violín estaba fuera de la realidad.


Pero entonces… ¿¡cómo se comunicaría con él!?


—E-escucha, ambos sabemos que no quiero que me digas quién eres pero… jamás habías venido aquí mientras yo estuviese —dijo con honestidad, comenzando a caminar lentamente sin despegarse de la pared—. Y no es la primera vez que me asustas a morir, supongo que puedo considerarlo como una venganza por haberte hecho lo mismo… así que… ¿A qué has venido?


Y esta vez, como una especie de muda respuesta, el chico tamborileó los dedos en la tapa del instrumento, paseando los dedos por las cuerdas nuevamente.


Y si Jeremy no era tan idiota y había entendido bien, juraría que ese tipo iba a…


Ah, demasiado tarde.


Comenzó a arrancar notas sin darle tiempo a respirar, como si estuviese mandándolo a callar antes de que pudiese tan siquiera abrir la boca. Y antes de que pudiese reaccionar ante las notas, ya sabía lo que estaba tocando. ¿Lo peor? Era difícil tocar esa pieza solo, porque interpretar todo un concierto es imposible.


Pero “La Stravaganza” de Antonio Vivaldi era impecable en sus manos.


Cada nota, perfecta e impoluta, extraída con una irremediable pasión de ese violín, arrancada con la misma fuerza con la que deseaba transmitirla, con la misma diversión con la que era tocada.


Y estaba tocándola para él.


Sin razones, sin motivos, sin pensar. Simplemente disfrutando de un solo de violín perfecto. Por primera vez escuchándolo de cerca, tan vívidamente que se le erizaba la piel y un agradable escalofrío le recorría la columna vertebral. El imaginarse esos dedos moviéndose con rapidez mientras la mano se movía con una infinita delicadeza al sostener el arco y acariciar las cuerdas lo estaba enloqueciendo. En algún punto quiso comenzar a llorar, no de tristeza, jamás de tristeza frente a él, era la impresión de la belleza de lo que escuchaba.


Para una persona normal, era solo más música. Para él, era la vida entera. Era capaz de vender su alma al diablo solo para escuchar el violín siendo tocado por ese ángel una y otra vez hasta morir.


Esa dulce música lo envolvió, embriagando todos sus sentidos con cada nota al subir y bajar. El rubio no emitió un solo sonido cuando se deslizó lentamente hacia abajo y se sentó en el suelo cubierto por una alfombra, con la espalda apoyada contra la pared, y no era que no quisiese permanecer de pie, es que no podía hacerlo. Todo su cuerpo temblaba.


Cuando menos lo quería, el pequeño solo llegó a su fin, y las últimas notas quedaron flotando en el aire con un precioso eco. Jeremy tuvo que limpiarse la mejilla cuando se dio cuenta de que enserio estaba llorando.


Entonces el sonido de unas notas agudas lo hicieron reír. El chico había hecho un efecto de sonido que parecía sacado de una caricatura, era como si el violín estuviese hablando por él y había salido en el tono de una pregunta.


—Lo interpretaré como un “¿Estás bien?” así que tendrás que ver cómo sacarme de mi error, pero sí, lo estoy —dijo volviendo a reír mientras se limpiaba un poco—. Es solo que siempre me ha maravillado tu forma de tocar… y el que ahora hayas tocado para mí creo que me ha tocado una fibra sensible. Pero si le dices a alguien que me escuchaste llorando lo sabré —advirtió.


Y de nuevo, el tono de una pregunta.


—Oye no soy adivino, tendrás que establecer un nuevo idioma con el violín si quieres que te entienda… ¿Es respecto a algo que dije?


Una especie de afirmación feliz con una sola cuerda.


—¿Sobre sacarme de mi error?


Vaya forma de negar tan acertada, notas graves y molestas.


—Ya, ya, tampoco me regañes. ¿El que me guste tu forma de tocar?


Afirmativo. Bien, iban progresando.


Si le cuento a alguien que estuve hablando con un violín, me envían al manicomio.


—Ah es que… no es la segunda vez que te escucho —admitió sin pensarlo, estúpidamente encogiéndose de hombros en la oscuridad como si el otro pudiese verle—. La primera vez que lo hice… estaba en el salón de artes, pero tuve que irme antes de poder verte, y cuando regresé… ya no estabas —contó con una melancólica sonrisa—. Eres uno de los mejores violinistas que he tenido el privilegio de escuchar, tomando en cuenta que eres joven. Creo que… solo una vez escuché a alguien tocar con tanta pasión —el tono de voz bajó hasta convertirse en nada.


¿Por qué… tuvo que mencionarlo justo ahora?


Cerró los ojos con fuerza a pesar de que seguía viendo lo mismo, una oscuridad inconfundible. Tensó la mandíbula un instante y volvió a limpiarse la mejilla con el dorso de la mano. Estaba húmeda otra vez.


—Esa persona probablemente hubiese opinado lo mismo… —dijo comenzando a incorporarse, avanzando hacia el frente con cautela—. Tienes todo lo que se necesita para ser un gran violinista. Me alegro de que no estés en mis clases de música, esos idiotas no te harían justicia… —comentó mientras tanteaba a duras penas para ubicar su escritorio, y suspiró aliviado cuando lo encontró.


Escuchó un par de pasos pero no prestó atención al lugar al que se dirigían, Jeremy pensó que solamente iba a regresar el violín o que iba a cambiarse de lugar para ser más cauteloso. Él se limitó a seguir utilizando el método de tanteo para encontrar su portafolio.


Pero el violín arrancó una nueva pregunta. Y aunque no quisiera aceptarlo, conocía con exactitud ese tono. Byron se lo repetía muy a menudo.


«¿Ocurre algo?»


—Prefiero… no responder —murmuró suavemente—. Creo que… debería de irme, puedes usar el salón cuando me vaya, solo tienes que estar al pendiente de que nadie te-…


El rubio casi dio un salto cuando una mano le tocó el hombro, nunca supo cuándo llegó hasta ahí, pero escuchó al violín asentarse contra el escritorio, el arco caer al suelo y sintió unos enormes brazos envolverlo.


Demonios… no lo hagas.


Tensó cada músculo de su rostro, cada centímetro de su piel, y cerró con fuerza los ojos. Pero ese abrazo lo arruinó todo. Derrumbó todos sus intentos por mantenerse estoico. Comenzó a temblar, a maldecir y después a llorar. Pero no se permitió entregarse al llanto, no permitió que su voz se quebrase, simplemente las lágrimas que corrían por su rostro eran lo único que amenazaban con acabarle.


“Siempre tocaré solo para ti, Jeremy.”


Se aferró a esos brazos mientras intentaba recuperar el control sobre sí mismo. Ese simple gesto había conseguido calar en lo más hondo de una herida que comenzaba a abrirse, aquello había acabado con su resistencia.


—Déjame ir… no quiero hacer esto frente a ti… —pidió con la voz quebrándose.


Se volteó por un instante e hizo lo mismo que la vez anterior. Un simple beso, una suave caricia, y una ilusionada petición.


—No vuelvas.


~*Sebastian*~


Viernes 19 de Marzo.


—Esta es información directamente de la dirección principal, las clases de hoy con el profesor Jeremy Wild han sido canceladas, por favor abandonen la sala de artes y manténganse en la cafetería o los dormitorios. Recuerden pasar… —el vicepresidente de consejo siguió hablando, pero Sebastian no quiso escuchar lo demás, simplemente miró por última vez el cuadro cubierto de ese Narciso y salió del aula.


Pateó el primer basurero que encontró. Con suerte estos estaban pegados al suelo.


—Maldita sea… —masculló pasándose una mano por el cabello y se quitó de mala gana los lentes.


Habían pasado apenas dos míseros días y Wild ya había desaparecido. Su preocupación estaba alcanzando el límite. ¿De qué habían servido sus intentos de enterarse dos noches atrás? ¿Y el peligro que corrió al poder haber sido descubierto? A quién diablos le importaba cuando Wild estaba aún peor de lo que imaginó.


Y Sebastian tenía esa molestia que no podía sacarse de encima. Fue un completo error haberse entrometido tanto, ahora sabía que no podría salirse de ello y no se detendría hasta ver a Wild de regreso con su estúpida y molesta sonrisa que le decía que todo estaba bien y que el mundo solo giraba a su alrededor porque él era Narciso hecho persona.


Necesitaba ver todo eso ahora…


¿Por qué desaparecería a estas alturas? ¿Qué demonios fue lo que había sucedido? Lo que más le dolía era la posibilidad de que él hubiese sido el culpable. Tal vez removió cosas que no debía y se metió más de lo que se suponía. ¿Fue un error haber tocado para él?


Los famosos “sentimientos encontrados” le venían como anillo al dedo justo ahora, porque no tenía ni la más mínima idea de cómo sentirse al respecto. Toda una marea de emociones se le estaba viniendo encima.


Él jamás… había tenido tantas ganas de consolar a alguien. Jamás lo había querido con esta magnitud. Y al mismo tiempo, jamás había tenido tantas ganas de golpear a una persona.


Volvió a patear al pobre basurero con impotencia hasta que se cansó, dándose por vencido después de aliviar su frustración.


—¡Oye Wayne! ¿Vienes con nosotros? —preguntó uno de los chicos de la clase de artes, alguien a quien Sebastian habría pasado por alto sin dudarlo— Iremos a los dormitorios del este, los de último grado piensan saltarse todas las clases de hoy por la fiesta.


—No lo creo, pero gracias por la oferta —respondió cortante, nunca le había gustado entablar amistades con interesados.


Aunque sabía que ellos no se tenían la culpa de que él desconfiara del mundo.


—No seas aguafiestas, el profesor Wild debe estar celebrando así que deberíamos hacer lo mismo, diremos que fue en su nombre —dijo uno de los tipos que lo acompañaba con una gran sonrisa estúpida.


Pero eso sí capturó la atención de Sebastian.


—Perdón, creo que me perdí de algo. ¿Qué se supone que debería estar celebrando el profesor Wild? —inquirió el moreno con un genuino interés.


—Escuchamos por ahí que su cumpleaños es… ¿Hoy? ¿Mañana? ¿Cuándo dijiste que era, Armand? —preguntó a un tipo alto y bien parecido que tenía aspecto de no querer ser asociado con esos idiotas.


A ese chico nunca lo había visto.


—Mañana zopencos, y yo no lo dije, eso lo rumorean los del último año —se lavó las manos del tema con facilidad, aunque se mostraba más relajado que los otros.


—Yo también escuché eso, dicen que siempre falta a clases ese día o el día antes —mencionó otro.


—Pues que dicha tener unas vacaciones como esas, tres días sin hacer nada —comentó el primero.


Sebastian estaba harto de escucharles, ya había obtenido lo que quería.


—Bien. No es de mi incumbencia, así que si me disculpan, me voy —se despidió sin mirarlos realmente, mostrando su completo desinterés por ellos y por el tema.


Aunque la verdad es que solo quería irse para que no lo vean patear el bote de basura otra vez.


“No vuelvas”


Gruñó de solo recordar esa frase. Y entonces, a medio pasillo y con la rabia a punto de salirle hasta por los oídos, masculló.


—Nunca he dejado que me digas qué hacer Wild, así que tampoco te dejaré ahora.


~*~


Estaba a punto de romper todas las reglas, eso lo sabía.


Las que se había impuesto a sí mismo, la que le había impuesto Wild y las que la universidad calificaba como altamente estrictas.


Pero no había nada mejor que romperlas.


“La primera vez que lo hice… estaba en el salón de artes”


Sebastian miró hacia arriba, donde se veía claramente aquel salón que le veía entrar casi todos los días, se veía más pequeño de lo que en realidad era. Con el salón de música pasaba lo mismo, ya fuese porque lo estaba viendo desde el pasillo más alejado o porque realmente daba ese efecto. Ambos eran diminutos en comparación con lo que había dentro.


Al atravesar el camino hacia ese edificio fue bañando por la luz de la luna y al mirar el cielo solo se encontraba con una oscuridad intensa, opacada por ciertas nubes grises que retumbaban de vez en cuando, desprendiendo algún un rayo de luz que Sebastian nunca alcanzaba a admirar. Probablemente llovería a cántaros esa noche.


Sabía que le había dicho que no volviera, pero Wild no podía esperar a que él realmente le hiciera caso alguno después de lo que sucedió esa noche. Y es que no lo había visto llorar, pero algo se hizo añicos en su pecho cuando lo escuchó tratar de controlar esas ganas de romper a llorar. Temblaba como un niño pequeño y se había aferrado a él como tal.


¿Quién te habrá hecho tanto daño, Wild?


La última vez que miró la hora, eran más de las once. ¿Sería la media noche ya? Había una gran probabilidad de que el profesor no estuviera ahí, pero Sebastian realmente necesitaba volver a tocar, aunque fuese sin él. Era la única forma de drenar lo que sentía y no estaba dispuesto a tocar en su habitación.


Y justo cuando se acercaba a la entrada, un muy familiar sonido lo paralizó.


Alguien estaba… tocando… el violín.


La luz que salía por la puerta ligeramente entreabierta era demasiado tenue, eso solo significaba que si bien las luces en la zona de espectadores estaban apagadas, las de la orquesta debían estar encendidas.


El sonido venía y se iba tan rápido que Sebastian ya no estaba seguro de lo que estaba escuchando. ¿Qué estaba haciendo? ¿Y quién diablos era?


Entreabrió la puerta suavemente, cuidando no hacer ruido alguno, pero tuvo que pegarse lo suficiente a ésta cuando escuchó las notas que comenzaron a surgir con una rapidez impresionante hasta tomar su ritmo natural.


Rápidas, bajas, altas, escalofriantes, lentas.


Danza macabra… —se escuchó musitar en un hilo de voz.


Una sensación fría recorrió el cuerpo de Sebastian al escuchar esa tonada. Por alguna razón, por más hermosa que fuese, por más perfecta que estuviese, algo en ella comenzaba a asustarle.


Era la forma en la que estaban tocándola.


Desprendían de ese violín las notas con cariño y a la vez desprecio, como si el violinista disfrutase de cambiar de emoción como cambiaba de nota.


Y era perfecto.


Wild le había mentido. Había alguien… mil veces mejor que él en esta universidad. Existía alguien capaz de derrocar la perfección de Sebastian, porque su trabajo era inigualable.


Tuvo que aferrarse a la puerta para no abrirla de golpe, moría por ver a la persona que estaba tocando en ese instante, al ser que estaba arrancando con tanta fiereza unas notas tan bellas. ¿Era esto lo que Wild había sentido al escucharle tocar? Si era así, cuánto lo compadecía. Pero él no cometería el mismo error, no se quedaría con la duda de saber quién era la persona que ahora endulzaba sus oídos de una forma siniestra.


Danza macabra era más que una simple sonata, era un poema, y eso era lo que más le asustaba.


Describía a la muerte tocando el violín a media noche, con los muertos saliendo de sus tumbas para danzar hasta el amanecer. Ellos solo podían salir mientras el sol estuviese oculto y la luna estuviese en su punto. Al son del violín moverían sus cuerpos solo para volver a desfallecer.


Cuando alcanzó las últimas notas, el violín parecía llorar, pero en vez de dejar que las notas desaparecieran suavemente, las apagaron de golpe. Cuestión de segundos en un silencio indescriptible, pero fue una eternidad para la ansiedad de lo que Sebastian estaba a punto de escuchar.


Vivaldi.


Tormenta de Antonio Vivaldi.


No solo era su compositor favorito, esa era su pieza favorita, pero ni una sola vez había conseguido tocarla de forma que le hiciese justicia a su memoria.


Sin embargo, nuevamente esa forma tan sombría de tocar…


De cierta forma se sentía arrastrado por los sentimientos del violinista, eran como las olas aporreándose contra las rocas, te golpeaban una y otra vez como la misma tempestad, pero ésta era tan bella que se lo permitías, simplemente no podías impedir que entrara hasta lo más profundo de tu ser.


Sebastian ya no sabía si estaba maravillado, asombrado, o aterrado.


Era la primera vez que se sentía intimidado por un violinista.


No solo era su perfección, era el poder que ejercía sobre él. Estaba jugando con sus sentimientos a su antojo.


Una tormenta era el sinónimo de la destrucción, una danza macabra invocaba a la muerte. ¿Qué clase de persona se atrevía a juntar a esas dos? ¿Qué era lo que sentía con tanto dolor para expresarlo de esa forma?


Y justo cuando pensó que nada podría asombrarlo más, nuevamente las notas callaron de golpe para arrancar unas nuevas.


Sebastian dejó de respirar y sintió un escalofrío recorrerle la espalda.


El trino del diablo de Giussepe Tartini.


¡Era una pieza tan maldita como imposible! ¿Qué clase de mala broma le estaban jugando?


Si los ángeles pudiesen tocar…


—Eso no es un ángel… —murmuró abriendo cada vez más esa puerta.


Lo único que se decía en torno a esa sonata era que había sido compuesta por el mismo diablo, toda una leyenda, Tartini la había escuchado en un sueño cuando le vendió su alma al rey de las tinieblas a cambio de escucharle tocar. Nadie lo creyó hasta que Paganini aseguró lo mismo, y casualmente ambos han sido laureados como los mejores violinistas de la época. Paganini inclusive tocaba cuando las cuerdas de su violín se rompían, y había gente que aseguraba que Tartini debía tener seis dedos para poder tocar el trino del diablo.


Es por eso que quien tocaba, no era un ángel.


Las notas comenzaron a rozar el descaro y el sarcasmo, como si ahora fuesen una simple burla, como si quisiesen reírse a carcajadas de la sonata. Se estaba burlando porque se sentía superior, pero ese violín seguía liberando unas notas que solo parecían un eterno lamento.


Comenzaron a ser demasiado rápidas, Sebastian sintió una adrenalina recorrerle las venas cuando terminó de abrir la puerta con el violín arrancando notas a una velocidad vertiginosa y fulminante.


Y lo que vio… lo dejó sin aliento.


Quien provocaba esas escalofriantes notas… era la única persona que sonreía como si fuese un ángel. Aunque esa mirada cargada de lágrimas y esa boca torcida en una burla repugnante solo hacían justicia a lo que Sebastian había evitado pensar.


El violinista del diablo era Jeremy Wild.


Lo que temía se hizo realidad, había comenzado a tocar con tanta rapidez y fiereza que el arco ya no acariciaba las cuerdas, las estaba cortando.


En ese momento una de ellas cedió y estalló.


Sebastian se movió en contra de su voluntad y corrió como la vez que había visto esos rizos rubios desplomarse hacia el suelo, pero esta vez con más urgencia.


Wild tiró el arco contra el suelo y giró con un ágil movimiento el violín, tomándolo con ambas manos del mango, dispuesto a estrellar el instrumento contra el suelo.


Y justo cuando ambos esperaban el horroroso sonido de la madera desgarrándose y rompiéndose, el sonido seco de un golpe en las manos de Sebastian fue lo que hizo a ambos reaccionar.


Wild lo miró como si estuviese ante la presencia de un monstruo. Con los ojos avellana inyectados en rojo, cristalinos por las lágrimas que recorrían sin piedad sus mejillas, con el ceño fruncido por el dolor con el que había estado tocando, con los labios entreabiertos por la sorpresa de que alguien lo estuviese mirando.


Sebastian le arrebató el instrumento y lo mantuvo seguro entre sus manos, pero la cólera de Wild alcanzó el límite que ninguno de los dos conocía.


—¿¡Cómo diablos te atreves a venir aquí e impedir algo que no te corresponde!? —vociferó sin importarle que su voz podía ser escuchada hasta el edificio contiguo.


—¡Iba a destrozarlo, no podía permitirlo! ¡El violín no se tiene la culpa de lo que usted esté sufriendo! —contestó el moreno con el mismo tono de voz.


—¡No te atrevas a hablar como si superas algo! —gritó cerrando las manos en puños frustrados— ¡Ese violín tiene tanta culpa como yo! ¡Llevo diez malditos años juntando el valor para destrozarlo y tú te entrometes! ¿Quién demonios te crees que eres? —exigió saber con la voz hecha pedazos, con el alma haciéndose añicos—. ¿Quién demonios… crees que eres? —repitió esta vez con un hilo de voz.


La mirada del rubio se dirigió hacia el instrumento, con esos hilos de lágrimas cayendo sin piedad.


Sebastian miró por primera vez el violín. Uno que jamás había tocado, que jamás había estado en la sala de música.


Pero no era la primera vez que lo había visto.


Un violín Stradivarius.


Sebastian lo giró con delicadeza, buscando algo que sabía dónde encontrar. En la tapa frontal del violín, una esquina inferior, un grabado inconfundible y a la vez invisible.


Stradivarius Lebrant.


—¿Por qué…? ¿De dónde sacó esto? —inquirió Sebastian con los ojos abiertos con sorpresa y las manos comenzando a temblar.


—¡Eso es algo que a ti no te incumbe! —escupió el rubio con una mirada fiera al ver al moreno sostener el instrumento de aquella manera.


—¡Por supuesto que me incumbe! —vociferó esta vez.


—¡No seas un maldito entrometido, no tienes ningún derecho sobre ese violín!


—¡Lo tengo porque me pertenece! —gritó Sebastian con una fuerza que dejó a Wild paralizado.


—¿¡De qué demonios estás hablando!?


—¡Mi nombre es Sebastian Lebrant, y este violín es de mi padre!

Notas finales:

¡Happy Halloween!

 

(Aún me aman, lo sé)


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