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The Teacher por MMadivil

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—Hace 10 años—

Hace mucho tiempo pensaba que la única forma de mantenerse a salvo de los demás, era demostrando ser superior a ellos. Siempre creí que si dejabas entrar a alguien en tu vida, no debías darle el poder suficiente para destrozarla.

Pero siempre quise imaginar… ¿Cómo sería entregarle a alguien todo?

—¡Evans patéalo, va a escaparse! —les gustaba gritar a esos idiotas como si estuviesen en un circo.

La víctima en el suelo se retorcía y se quejaba, el dolor en las costillas debía ser insoportable, en su boca había rastros de color carmesí que comenzaron a salir para mancharle el uniforme.

Ah pobrecillo… pero no era suficiente. Tenía que hacerlo pagar.

Lo levanté del suelo mientras reía, me gustaba ver sus rostros plagados de miedo mientras sus bocas suplicaban por piedad. Ni siquiera sabía el nombre de ese bastardo, pero era lo que menos me importaba, solo quería golpearlo hasta verlo desfallecer.

El chico de cabellos oscuros a mi lado bostezó mientras miraba con indiferencia cómo terminaba de golpear a mi antojo a ese costal humano.

—En cualquier momento vendrán por nosotros, termina con esto de una vez —me advirtió sin alarmarse, apoyándose contra la pared.

Y parecía que ese chico tenía una habilidad para predecir las cosas.

—¡Es la señora Seller, corran! —gritaron el resto de cobardes que nos acompañaban.

¿Y yo? Bueno, no había sido castigado esta semana. Uno más no me mataría.

—Vete Byron, si te atrapan conmigo el viejo va a castigarte otra vez —le dije al de cabello azabache con una sonrisa burlona—. Terminaré pronto.

—No te tardes mucho, me aburro en el almuerzo —accedió con algo de indecisión aunque lo fingiera, pero logró desaparecer justo a tiempo.

La secretaria del director llegó justo cuando noqueé al tipo y éste cayó al suelo como un muñeco de trapo.

—¡Jeremy Evans, deténgase ahí!

Y este era mi inicio de cada semana.

~*~

—¡Esto no puede ser posible! Tres reportes por agresión y seis alumnos visitaron el hospital con heridas de gravedad. Y ni siquiera sabemos si es la totalidad de lo que usted hace señor Evans —alzó la voz el director bastante enojado—. ¿Qué más oculta?

—La cura contra el cáncer y que me masturbo dos veces a la semana.

—¡Evans por Dios!

—Usted preguntó —respondí alzando las manos de forma descarada.

—¡Basta! Ambos sabemos que podría sacarte de la universidad en este instante —amenazó pasándose una mano por la cabellera que cada día estaba más opaca y gris—. Sin embargo, te daré una oportunidad.

—¿Otra? Que aguante tiene director, lo felicito, se la pasará en grande con el resto de los hijos de puta que abundamos en Haverville —le aplaudí con sarcasmo—. Bien, gracias por las buenas intenciones, me retiro.

—Estás alcanzando mi límite Evans —advirtió, señalando que volviese a sentarme—. Tienes suerte de que no pueda enviarte a una correccional.

—Seamos honestos William, no me sacas porque Byron así lo quiere.

—A este punto no me importaría encerrarlo contigo —expuso sin señales de dar su brazo a torcer esta vez.

Un año de conocer a Byron y ya lo arrastraba con mis problemas.

—¿Y entonces qué? ¿Vas a enviarme a clases de regularización otra vez? ¿Seré suspendido? ¿Limpiaré los baños de cada edificio? Creo que ya he hecho la mayoría Will, tendrás que pensar en algo bueno —enumeré torciendo la boca.

Sabía que estaba sacando al hombre de sus casillas, pero me gustaba buscar el límite de su paciencia.

—Tengo algo especialmente para ti.

Esta vez parecía más relajado, y eso me había puesto tenso. Un hombre seguro era un hombre asegurado. El director tenía un as bajo la manga.

Se dirigió a abrir la puerta de su oficina con un aire de superación imposible de ocultar, y por desgracia yo le daba la espalda a esa puerta.

—Adelante profesor —le había escuchado decir y puse los ojos en blanco.

¿Un profesor? ¿Enserio? Y una mierda, en la primera oportunidad saldría de aquí y no volvería a pisar la oficina… hasta la próxima semana.

—¿Ya te quedaste sin opciones tan pronto Will?—dije con una risa sarcástica —. Mira que traer a un maldito profesor…

Me levanté del asiento con mis propios aires de superioridad, dispuesto a encarar al imbécil que intentaría “corregir” mi adorable personalidad.

Pero mi sonrisa se borró en un instante.

Un hombre alto, con el cabello castaño oscuro casi hasta los hombros, un flequillo que se iba de lado sin cubrirle completamente la frente o el rostro, unos ojos profundos de color chocolate y una sonrisa. Una maldita y enorme sonrisa. Una estúpida sonrisa que decía “Pero si solo eres un mocoso”.

Era la primera vez que lo veía.

—Evans, considerando todo lo que hablamos, llegué a la conclusión de que tomarás clases de regularización individuales —explicó William—. Te presento a tu nuevo profesor particular, Vicent Lebrant.

Miré de pies a cabeza al profesor y sonreí.

—Váyase al diablo.

—¡Más respeto para tu profesor! —me recriminó el director.

—Está bien director Rogers, no pasa nada —habló por primera vez ese hombre, con una voz tan serena y dulce que era fastidiosa—. Jeremy Evans ¿Cierto? Bueno, ya que me has mandado al infierno en el primer día, me tomaré la libertad de llamarte por tu nombre.

—¿Está tratando de tomarme el pelo? ¿Pero qué clase de profesor es usted? —contesté de mala gana.

—No considero una falta de respeto ser llamado por el nombre que te identifica. En todo caso, ¿qué clase de alumno eres tú?

—William ¿de dónde sacaste a este tipo? —dije señalando a Lebrant como si fuese un bicho raro.

William Rogers siempre tenía cara de querer darme una patada en las bolas por cada vez que abría la boca para decir una grosería. Aún no entiendo cómo es que se limitaba a solo estrangularme mentalmente.

—Este es el segundo año del profesor Lebrant impartiendo clases en la universidad —explicó remarcando su apellido—. Es el encargado del área de artes y música.

Y para qué ocultarlo, solté una monumental carcajada en la cara de ambos.

—¿Un artista? ¿Me conseguiste un maldito artista? Creí que iba a tener un profesor, no una niñera.

—¡Evans bast-…!

—Director Rogers —lo cortó el de cabellos largos con una increíblemente paciente mirada—, ¿me permitiría llevarme a mi estudiante en este momento? Yo le explicaré sus horarios, estoy seguro de que usted tiene ocupaciones por atender y Jeremy no detendrá sus ataques verbales.

—No me gusta admitirlo, pero estoy de acuerdo aunque tenga cabello de niña —señalé con un encogimiento de hombros.

—¿Está seguro de que quiere estar a solas con él? —inquirió el director con bastante sorpresa.

—Viejo sigo aquí ¿sabes?

—Seguro —respondió Vicent con una suave risa—. Solo es un estudiante director, no un demonio.

—Yo no aseguraría nada —mascullé encaminándome a la salida sin prestar atención—. Nos vemos la próxima semana William.

—Por Dios Evans, no…

Vicent solo se rió. Ese tipo parecía un niño. Aún no me creía que me hubiesen asignado a un hippie para cuidarme.

Porque a mí parecer eso eran los artistas. Y los músicos. Todos terminaban pidiendo limosna a las afueras del metro de la ciudad, o terminaban en los coros de la iglesia para follarse después a las monjas. Aunque ese profesor no tenía ni la cara ni el semblante de querer tirarse a alguien.

El mejor momento para escapar por el pasillo era justo ahora, con él adelantándose y dándome la espalda.

Pero no era tan tonto como pensé.

—Si estás pensando en irte no tengo ningún problema, podría fingir que asististe a clase, pero Rogers no confía en ti lo suficiente y terminará haciéndonos preguntas a ambos —advirtió sin darse la vuelta cuando comencé a desviar mi camino.

—Así que eres de esos que se abren al soborno… —escupí con ganas de atravesarle la cabeza.

—No, porque no hay nada que necesite de ti —explicó en un tono tranquilo—. Trato de decirte que el único que se meterá en problemas eres tú.

—Entonces déjame largarme. A fin de cuentas es MI problema.

—Hazlo. Pero disfrutaré de ver multiplicadas tus clases conmigo y con la constante vigilancia de Rogers que nos incomodará a ambos hasta el punto de hacer las clases insoportables.

Esa fue la primera vez que me quedé callado e hice lo que jamás se me cruzaba por la mente y probablemente me hubiese solucionado la vida un par de veces: Obedecer.

Tal vez fue por ello que la primera clase de artes que tuvimos fue espantosa. Me sentía como un loco siendo arrastrado al psiquiatra, donde te hacían dibujar números, paisajes y te preguntaban qué era lo primero que veías. Bueno, no fue tan distinto, y fue aún peor que eso, mis habilidades para hacer garabatos eran comparables a las de un genio… de dos años. Ni siquiera mi madre los pegaría en el refrigerador. Las rosas parecían bolas arrugadas de papel y las nubes una deforme coliflor extendida.

Y no hablemos del intento de molino. Era un cilindro con una estrella satánica en el centro. ¿Por qué me había pedido dibujar un campo? Ni siquiera podía dibujar un maldito círculo correctamente.

Estaba seguro de que quería burlarse, es por eso que a los tres días de sentirme en la primaria, exploté.

—¡Estoy harto de esta mierda! Pierdo horas haciendo garabatos estúpidos contigo, horas que podría estar utilizando para otra cosa. ¿Alguien te dijo que tengo una vida ahí afuera? ¿Amigos? —alcé la voz lanzando el cuaderno de dibujo hasta la ventana contraria.

—Y estoy seguro de que están muy orgullosos de ti… —comentó mientras pasaba con delicadeza la hoja del libro que llevaba leyendo por horas. Esas que yo perdía.

—No, no lo están, y si el objetivo es que pierda tanto tiempo aquí que ya no pueda partirle la cara a nadie, déjame decirte que de todas formas lo haré.

—Si puedes encontrar tiempo para golpear a otro estudiante, lo puedes hacer para ver a tus amigos —argumentó sin alzar la vista.

—Vete-al-carajo —articulé despacio mientras le enseñaba mi perfecto dedo corazón—. Me largo, que William haga lo que se le venga en gana. Que me meta a una correccional si quiere, pero estás muy estúpido si crees que voy a quedarme aquí a…

—Cuida ese lenguaje Jeremy, no hay nada peor que una persona malhablada.

—Díselo a Byron… —murmuré de mala gana.

—Ese chico tiene sus propios asuntos, no los mezcles con los tuyos.

—¿Y tú qué puedes saber de eso? —pregunté, encarándolo de forma prepotente.

—Lo suficiente —respondió cerrando el libro y por primera vez en esa tarde volteó a mirarme—. Recoge ese libro de dibujo o Byron también tomará las clases contigo.

Por más a la defensiva que estuviese, sabía que a él no debían castigarlo. Si las clases de Vicent terminaban en su expediente, metería a Byron en problemas, y él ya tenía suficientes.

Me acerqué a la ventana maldiciendo por lo bajo y chasqueando la lengua, me permití patear el libro antes de recogerlo y miré por el vidrio de la ventana una masa gris que cubría el cielo, con algunas gotas comenzando a nublar mi vista del paisaje de afuera.

—Vaya día… —murmuré irritado.

—¿Te gusta la lluvia? —inquirió con curiosidad.

—Es como ver al cielo llorar, la detesto —respondí de mala gana.

—Sé a lo que te refieres —admitió con una suave y dulce risa—, pero inclusive los paisajes más tristes tienen su encanto, siempre debes fijarte en lo mejor de cada existencia.

—Es difícil cuando solo te enseñan la peor parte.

—Esa es la idea Jeremy, para disfrutar de lo mejor siempre se tiene que sufrir un poco.

Dejé de ver hacia la lluvia para enfocarme en mi reflejo contra ese vidrio. Aún tenía esa mancha violácea apenas visible en el mentón, provocada por el intento de defensa de mi última víctima. Mi cabello era un asco por la humedad, a pesar de estar bastante recortado de los lados, no se podía hacer nada con los cortos rizos rubios que se alzaban rebeldes desde mi frente.

Si los peores paisajes tenían su encanto, daría lo que fuera por encontrar el mío. Tal vez eso me haría menos miserable.

—¿Por qué siempre tienes que solucionar las cosas con la violencia? —inquirió delicadamente.

—Por que las palabras no solucionan nada, y los golpes me hacen sentir mejor —respondí indiferente.

—¿Por qué te haría sentir mejor herir a alguien?

—Ellos se esfuerzan en herir a alguien que me importa, es lo menos que puedo hacer por ellos.

—¿Te importa tanto como para tomar esa venganza en tus manos?

—Me importa tanto que puedo disfrutarla.

Y estaba tan absorto en el recuerdo de mi sangre hirviendo cada vez que alzaba los puños, que no me fijé del momento en el que Vicent llegó a mi lado.

—Vengarse es cubrir una herida con otra.

—Entonces solo tengo que cubrirlas a ambas —murmuré.

Hubo un extraño silencio, uno de esos en los que Vicent parecía cavilar posibilidades.

—Jeremy, te daré el derecho de elegir una sola vez. ¿Puedes seguir dibujando? ¿O preferirías tocar un instrumento?

La pregunta me sorprendió, pero solo pude mirarlo por el reflejo en la ventana mientras pensaba en la respuesta.

—Aunque quisiera, no sé tocar ninguno.

—¿Estás seguro? Creí que a los herederos de las mejores familias se les obligaba a aprender por lo menos un instrumento como parte de la formación de un caballero.

—Eso es solo para los príncipes… —corregí mientras reprimía una sonrisa—. Cuando tenía seis años contrataron a un profesor para enseñarme a tocar el piano, solía pegarme en las manos con una regla de madera cada vez que me equivocaba —relaté con la mirada perdida en las brillantes gotas de lluvia—. Después lo intenté con la flauta al imaginar que sería más sencillo, pero detestaba gastarme el aire en un instrumento que ni siquiera producía un sonido agradable.

—¿Y detuviste tu búsqueda tan pronto?

—Mi padre decía que los únicos instrumentos que pisarían la casa serían el piano y el arpa, porque el piano debía ser tocado por caballeros y el arpa por las damas… y tengo dos hermanas, no había muchas opciones.

—¿Nunca intentaste tocar el arpa?

—Jamás —respondí rápidamente, pero un recuerdo arrasó mi mente casi en una protesta—. Bueno… una vez, por curiosidad, había escuchado a mis hermanas tocar tantas veces que me preguntaba si podría sonar igual de dulce aunque fuese un hombre. Tal vez, afortunadamente, el sonido fue tan agudo que me resultó desagradable en mis manos.

—Entonces jamás has tocado un violín —acertó Lebrant con un brillo en sus ojos que resultaba indescriptible.

—No… pero se escucha difícil, complicado y cansado, no tengo ningún interés por aprender.

—Si lo hicieras, pasaríamos más tiempo en el salón de música que en el de artes y no tendrías que dibujar todo el día.

Para suerte de Vicent… no lo pensé mucho cuando acepté.

Y fue exactamente como lo había prometido, no entramos al salón de arte ni una sola vez en esos días, dejó de molestarme con los bocetos sin sentido y yo dejé de preocuparme por mis terribles habilidades para el dibujo.

La primera vez que toqué un violín fue indescriptible.

Me encantaba el sonido de esas cuerdas, el tamaño del instrumento, el tener que apoyar la barbilla en él y sentir sus vibraciones como un cosquilleo. El problemático arco era la parte más dura, no podía controlar el movimiento de mis manos, toscas y torpes, pues antes solo habían servido para atravesar en forma de roca la mejilla de alguien.

Vicent me enseñaba todo lo que estaba en sus manos, descubrí que comenzaba a disfrutar de escucharlo hablar sobre su filosofía de vida, sobre su forma de ver el mundo que lo rodeaba. Para él todo era hermoso, algo muy difícil de creer para mí, pues todo lo veía con una oscuridad intensa. Y no solo me enseñó a tocar el violín, me enseñó a escucharlo, a apreciar cada nota de principio a fin, le gustaba remarcar que las mejores melodías eran las que estaban compuestas a base de sentimientos, y esa era la mejor forma de escucharlos.

Fue difícil desde el principio, lo maldije innumerables veces al enseñarme un instrumento tan complicado, pero él seguía insistiendo en que no había belleza en lo que era fácil. Mientras más trabajo me costase, más grata sería la recompensa.

Pero antes de darme cuenta, con el paso de las semanas, el violín no fue lo único que comenzó a gustarme.

—Jeremy —me llamó una vez con un tono extraño y apagado—. El director me ha felicitado por los pocos problemas en los que te has metido hasta ahora, dice que la próxima semana podrás abandonar las clases.

Por un momento me quedé sin aliento. Abandonar. Habría rogado por ello semanas atrás, probablemente hubiese matado por dejar de venir aquí.

Antes de conocerlo a él.

—Ah… ¿Es así? Ya era hora, he pasado demasiado tiempo enclaustrado como para no tener resultados —comenté con cierto sarcasmo.

Pero la verdad es que había dejado de sonreír.

—Prométeme que te portarás bien aunque no vengas —pidió mientras me miraba, obligándome a separarme del violín para responder.

—No me gusta romper promesas Vicent.

—Entonces no lo hagas…

—Es por eso que no voy a prometerte nada —aseguré, robándole una triste sonrisa a mi violinista.

La semana pasó justo frente a mis ojos, y con ella se fueron nuestras clases.

Nunca deseé sentirme mal al respecto, sabía que debía estar agradecido por haber terminado con esas horas extras, había desaparecido la única distracción que tenía. Y no era el único que había notado que no estaba feliz con ello.

—¿No volverás a tomar clases con Lebrant? —me asaltó una vez Byron en el almuerzo, ignorando por completo mis intentos por ignorar el tema.

—William me ha exentado de ellas ¿por qué las tomaría, idiota? —respondí de mala gana, dejando caer el tenedor al plato de forma ruidosa.

—Porque eres un imbécil y no parecías nada molesto con ellas —dijo sin inmutarse mientras seguía comiendo—. Además no le has partido la cara a nadie en dos semanas, Estefan dijo que lanzaría fuegos artificiales.

—¡Y juro que voy a lanzarlos! —dijo una voz a espaldas de Byron, haciendo que éste pusiera los ojos en blanco—. Mi rubia, no sé dónde te has metido pero todos están diciendo que William por fin te puso una correa.

Un tipo alto de cabello corto, rubio casi platinado y lacio se acercó a revolver el cabello de Byron por detrás, haciendo que éste le soltara un puñetazo en el primer lugar que encontró.

—No digas estupideces Estefan —señalé al idiota de Bloom aunque no podía evitar sonreír—. Tal vez el viejo hizo algo interesante esta vez, pero no voy a dejar que mi reputación se vaya por el caño.

—Jeremy, Jeremy, hermano de cabellera —dijo sentándose por fin en la mesa, acariciándose el golpe que había recibido—, si te atrapan otra vez, Rogers va a sacarte.

—Es verdad, el viejo me sentenció a mí también hace unos días —confirmó Byron, con sus enormes ojos azules algo enojados por hablar al respecto.

—Pero tú no debes meterte en problemas Byron, déjanos esto a Jeremy y a mí, alguien tiene que cuidar de tu cabeza —le pidió Estefan.

—Así es, si terminamos en la miseria con nuestros apellidos, tú tienes que mantenernos —completé, chocando los puños con el rubio de Bloom al ver la cara frustrada de nuestro amigo.

—No voy a mantener sus oxigenados traseros ni porque me supliquen —amenazó, aunque nadie podía tomarlo enserio con ese rostro adorable de niño pequeño—. Todo esto es porque son unos estúpidos, principalmente tú Jeremy, eres el único que se deja atrapar por William o alguna de las hermanas Seller.

—El enano tiene razón, a este paso solo conseguirás que te castiguen de nuevo y te pongan a Lebrant por todo el año —argumentó Estefan, tomando un gran bocado de comida.

Abrí los ojos de golpe, con una extraña sensación recorriéndome el estómago por la simple idea.

—Algo me dice que eso no te molestaría para nada… —masculló Byron lo suficientemente fuerte como para hacer que Estefan también sonriera.

—¿Qué demonios están insinuando ustedes dos? —me puse a la defensiva cruzando los brazos sobre la mesa.

—Creo que Byron se refiere a que el tal Harvey ha estado algo insoportable últimamente… —comentó Estefan al aire, pero los tres sabíamos a lo que se refería.

—Y creo que Estefan pensaba llamarlo mañana en el pasillo principal para tener una pequeña conversación —completó el de cabello azabache.

—Entonces creo que encontramos la forma de hacerte quedar bien con William, niño bonito —le dije a Byron con una renovada sonrisa—. Hazla de soplón esta vez y avísale a William de un pequeño accidente con Harvey, y tú no vayas a meterte Estefan.

Nunca planeábamos nada. Pero la única vez que lo hicimos, fue perfecto. Me pregunto qué hubiese sido de los tres si las paredes de la universidad no nos hubiesen limitado.

Al día siguiente ya tenía los nudillos rasgados y ensangrentados mientras sostenía del cuello a Lucian Harvey. Alguien cuyo apellido era tan poderoso como sus golpes, pero después de un rato dejó de luchar, terminó sometiéndose inevitablemente. Estábamos en uno de los pasillos principales a plena luz del día, soltando golpes a diestra y siniestra, escupiendo maldiciones que se perdían por el ruido que provocaba nuestro alboroto y las voces animadas que nos rodeaban, incitándonos a golpearnos cada vez más fuerte.

Todos sabíamos cuál sería el resultado en el momento en el que logré colocarme encima de Harvey e inmovilizarlo. Y vaya que extrañaba la adrenalina de una buena pelea, lo golpeé hasta quedar casi satisfecho, liberando toda la energía reprimida.

—¡Es Rogers, salgan todos! —gritó alguien en algún lugar, provocando que todos los estudiantes emprendieran una estampida hacia el lugar más cercano para ocultarse.

Cobardes.

Sonreí bastante satisfecho al escuchar un par de pasos justo detrás de mí, soltándole un último golpe en la cara a mi pronto inconsciente víctima.

—¡Jeremy Evans, suelta a ese muchacho en este preciso instante!

Me levanté del lugar bastante contento de obedecer esa orden, probablemente se veía toda la felicidad en mi rostro, pero cuando encaré a quien pensaba que sería Rogers acompañado de Byron, me llevé la sorpresa de mi vida.

Era Vicent. Y me dolió la mirada cargada de decepción que me dedicó.

—Llamaré para que lleven a este chico a la enfermería, profesor Lebrant usted puede quedarse con-…

—No —lo cortó inmediatamente sin dejar de mirarme—. Yo llevaré al estudiante a la enfermería, usted puede quedarse con Evans.

Sentí un golpe bajo.

—Sí, es lo mejor —accedió William—. Evans, acompáñame.

Vicent pasó de largo como si no existiera.

Ni siquiera me di cuenta de las horas que pasé con William en su oficina, lo escuchaba sermonearme como nunca, pero yo solo asentía de vez en cuando, ni siquiera podía prestarle atención. Solo repetía en mi mente el rostro decepcionado de Vicent y la forma en la que pasó a mi lado como si fuese invisible. ¿Lo habría hecho enojar tanto?

—El profesor Lebrant quiere hablar contigo, me pidió que lo vieras en el salón de música cuando terminase contigo. Si te desvías Evans, voy a enterarme, así que más te vale llegar a ese salón —amenazó mientras me abría la puerta.

Nunca estuve más feliz de salir de ahí.

Ni siquiera le respondí, aceleré el paso hacia el edificio de artes, casi corriendo por los pasillos sin importarme hacer a un lado a las personas al pasar. Lo había calculado todo mal, pero no sabía qué hacer. ¿Cómo podrían funcionar las disculpas en estos casos? Creí que a Vicent no le importaría… pero pronto caí en cuenta de que era la primera vez que me veía de esa manera.

Jamás hubiese querido que él presenciara una escena como aquella.

Él, quien todo lo veía de una forma hermosa, viéndome destrozar a alguien con la forma más baja de brutalidad y violencia.

No debía de haber salido así.

Y cuando llegué al enorme salón de música… estaba vacío.

Me pasé las manos con brusquedad por los rizos que apenas y podía tomar para jalarlos, y de todas las cosas que pude haber hecho, me acerqué a uno de los violines con ganas de desquitarme. Y comencé a tocar.

Decidí darle la espalda a los espectadores, a la puerta, inclusive a mis problemas y comencé a tocar para mí mismo, como el idiota egoísta que era. Tocaba solo para mí. Y aún con las notas desaliñadas y bastantes errores, no me detuve, quería tocar hasta que me dolieran los dedos.

No sé cuánto tiempo transcurrió antes de descubrir que no estaba solo, nunca sentí llegar a Vicent, pero él tampoco hizo ruido alguno cuando se colocó a mis espaldas y sus manos se posaron sobre las mías, obligándome a seguir tocando mientras reparaba cada error que cometía.

Jamás había tocado tan perfecto.

Una melodía que no era tan complicada, e inclusive a mí me fue sencillo comenzar a seguirle los pasos, al menos hasta que aceleraba y cedía el movimiento de los dedos a Vicent.

No era la primera vez que nos encontrábamos en esa posición, inclusive los primeros días me era imposible controlar el arco, por lo que Vicent siempre debía estar detrás de mí. Sin embargo, era la primera vez que era consciente de algo más que sus manos. Era su espalda ancha sosteniendo la mía y sus brazos rodeándome de forma cómoda mientras respiraba muy cerca de mi nuca.

Cuando terminamos, estaba mentalmente exhausto.

—¿Qué estábamos tocando…? —pregunté en voz baja cuando me di cuenta de que permanecíamos inmóviles.

—“La folía” de Antonio Vivaldi —respondió muy cerca de mi sien, pero de haber sabido que terminaría separándose de mí, jamás hubiese abierto la boca.

Me di la vuelta con el violín en una mano y el arco en la otra, mirándolo antes de que se alejase mucho más.

—Vicent yo…

—¿Por qué lo hiciste Jeremy? —inquirió mirándome a los ojos. No soportaba esa mirada— No creí que hablaras enserio cuando me dijiste que no podías prometer que no te meterías en problemas otra vez.

—Yo también puedo hablar enserio de vez en cuando… —murmuré, desviando finalmente la mirada.

—Honestamente estoy decepcionado… de mí. Creí que podría ayudarte, y lamento haberme equivocado —expresó algo dolido, dejando de mirarme cuando yo volví a hacerlo—. Tenías razón, solo te estaba haciendo perder el tiempo. Pero no te preocupes, Rogers dijo que era mi decisión reincorporarte a mis clases, y esta vez no lo haré.

—¿Qué…? ¿Por qué demonios no? ¡Tú no hiciste nada, Vicent idiota, pasé dos semanas sin que mis puños tocaran la cara de alguien! Nadie en esta maldita universidad hizo algo parecido.

—¿Y eso de qué me sirvió? —alzó la voz, cruzándose de brazos—. Fueron dos semanas en las que logré contenerte, pero apenas te solté, te fuiste a golpear al primero que se te pusiera en frente. ¡Lo mandaste al hospital Jeremy, tenía la nariz roza! ¿Qué te hizo para molestarte así?

—¡Se metió con Byron, eso fue lo que hizo, eso es lo que todo el mundo hace!

—Hasta donde sé por lo que me ha dicho Rogers, ese chico se defendía muy bien el año pasado.

—Y sé que incluso ahora puede partirme la cara a mí, pero tengo una deuda con él —expliqué dejando caer el violín sobre el escritorio—. Quien sentenció su vida en esta universidad fui yo, así que es lo menos que puedo hacer.

—Ninguna persona que pueda considerarse tu amigo puede pedirte hacer lo que haces.

—Él jamás me lo pidió —vociferé con rabia, alejándome lo más posible de Lebrant—. ¡Pero eso da igual! No eres mi profesor, así que no tengo por qué darte explicaciones.

—¡Estoy tratando de entenderte, Jeremy! —me aseguró, cortando la distancia que yo había marcado—. Quiero saber de dónde viene esa necesidad de ser violento. ¿Por qué te veías tan indiferente golpeando a ese chico? Le atravesabas la cara como si tu objetivo no fuera él.

—¡Eso es porque lo eras tú! —manifesté sin darme cuenta, perdiendo por completo la cabeza—. ¡Porque tú mismo lo dijiste, era la única forma de regresar aquí! Y creías que estaba bien abandonando las clases, ¡pero no sabes nada! En toda mi vida jamás me interesé por algo, y la única vez que se me ocurre hacerlo, resultas estar en el medio.

Vicent se quedó callado, mirándome como si acabase de revelarle el origen del universo, cohibiéndome de pies a cabeza cuando fui consciente de mis palabras. Ahora estaba tan confundido como parecía estarlo él.

—Jeremy… ¿En qué estás interesado exactamente? —musitó suavemente, recobrando la suave tranquilidad que siempre emitía su tono de voz.

—Me gustaría decir que en el violín… —respondí torciendo la boca, deseando escapar en ese instante.

Vicent comenzó a acercarse tanto que casi tropiezo al retroceder, pero cuando lo tuve justo frente a mí, no pude volverme a mover.

—¿Te arriesgaste a ser expulsado por Rogers… solo por regresar aquí?

—No sería la primera vez… pero ésta es la única que ha valido la pena —admití bajando el rostro.

Y por primera vez en muchos años, probablemente la primera vez en toda mi vida, sentí arder mi rostro. Sí, eso era nuevo para mí.

—Tienes un enorme moretón en la mejilla —comentó obligándome a mirarle, alzando mi mentón con suavidad.

—No se defendía tan mal ese tipo…

Ahí comprendí que las veces en las que Vicent sonreía, siempre me estaba mirando. Y temía que fuese contagioso, porque era demasiado atractiva esa sonrisa para mí.

Y hablando de esa sonrisa… ésta se acercó suavemente a posarse en el golpe de mi mejilla. Quería que alguien sacara esos bichos que me hacían cosquillas en el estómago cuando hizo eso. Fue placenteramente doloroso, el golpe era demasiado reciente, no pude evitar hacer una mueca mientras mis mejillas parecían arder.

—No es el único que tienes en el rostro, así que no quiero imaginarme los que has de tener en las costillas —reveló mientras acariciaba mis heridas con la punta de los dedos. Tan suave que parecían tocarme plumas.

—¿Vas a besarme donde veas golpes?

—Probablemente.

—¿Quieres saber dónde hay uno que duele más?

Vicent alzó una ceja. Demonios, así se veía más atractivo. Estúpido cabello largo, quería enredarlo entre mis dedos, y no me quedaría con las ganas.

—¿Dónde?

—Aquí… —murmuré antes de tomarlo del cuello con cierta brusquedad, juntando nuestros labios sin pensarlo dos veces.

Esa era la mejor forma de vivir, sin pensar.

Fue la primera vez que besé a alguien deseándolo realmente. Y estaba seguro… de que no había nada mejor que ser correspondido. Jamás hice algo que me enorgulleciera, o había soltado mi orgullo por alguien, pero la única vez que lo hice, no me arrepentí.

—Mentiroso, no tienes nada… —respondió con una radiante curva en los labios.

—Aún me duele, cállate y bésame —pedí obligándolo a juntar nuestros labios de nuevo, y aunque decidió complacerme, se separó nuevamente.

—Prométeme algo antes…

—No esperes que me convierta en un santo Vicent, pero si me vas a pedir lo que creo…

—No te metas en más problemas Jeremy, y esta vez promételo de verdad —me cortó a media frase.

Lo miré a los ojos. Me gustaban mucho sus ojos, eran grandes y oscuros, era precioso mirarlos. Pero prefería sus labios, esos eran suaves, adictivos, y podía morderlos.

Acaricié su frente para alejar suavemente su flequillo, dejándolo caer después mientras le sonreía.

—¿Y si tengo que defenderme?

—Jeremy… —comenzó a reclamar, pero me reí.

—Lo prometo Vicent, pero tendrás que mantenerme ocupado, así que mejor cállate —le ordené mientras volvía a atraerlo, y esta vez inclusive sus manos abandonaron mi rostro para acercarme por la cintura.

Era malditamente alto, no estaba en mis planes sentirme como una chica, pero eso era lo último que me preocupaba. Si este juego duraba un día, dos semanas, o un mes… no me importaría, Vicent es lo que yo llamaba “alguien muy difícil de encontrar”.

En ese momento solo sentía cierta atracción por él, es el tipo de reacción natural después de haberlo odiado por el tiempo suficiente, además él no estaba mal físicamente. Considerando que desde muy joven había sido consciente de que era bisexual, no me sorprendí en lo más mínimo con la afinidad que sentía por él.

Pero siempre lo vi como algo pasajero. Como cuando iba a la tienda y escogía un nuevo juguete asegurando que sería mi favorito en todo el mundo, al menos hasta que aparecía uno más interesante.

Probablemente ese fue mi error. Pensar que era igual a todos los demás. Muy lentamente la venda se fue cayendo de mis ojos, y tardé mucho tiempo en darme cuenta de lo que en verdad comenzaba a sentir por Vicent.

Mientras estaba en ello, aprendí muchas cosas de él, y también de mí mismo.

Vicent se había encargado de que Rogers estuviese completamente seguro de que yo necesitaba tomar sus clases de forma permanente, pero que para prevenir problemas, prefería mantener mis clases individuales. Tuvo que difamarme un poco con el viejo, pero se lo perdoné muy pronto. A cambio de ello, yo debía entregar un proyecto que William también revisaría al final del mes, así que por más que quisiera estar encima de Vicent todo el día, siempre terminaba haciéndome trabajar.

Era una rutina que no me cansaba, y todo el mundo estaba feliz porque yo había dejado de meterme en problemas. Además, había descubierto que realmente me apasionaba la música.

Y todo fue gracias a las sonrisas alentadoras de alguien a quien solo planeaba robarle besos.

Al menos hasta… un día especial. Eran mediados de septiembre, había pasado más de medio año desde que nos conocimos, y ambos solo sabíamos lo esencial de cada uno. Él sabía prácticamente todo sobre mí, era mi turno de conocer su pasado.

Una noche lo encontré solitario en el salón de música, sentado en la silla del escritorio con un estuche de terciopelo negro entre sus manos, lo acariciaba de forma distraída.

—¿Vicent? ¿Te ocurre algo? —pregunté despacio, acercándome a él hasta abrazarlo por la espalda. Él solamente me acarició los brazos.

—¿Sabes qué día es hoy? —inquirió como respuesta en un tono suave.

—¿Viernes? ¿Viernes once? —respondí antes de señalar el estuche— ¿Ese estuche es de un violín?

Vicent suspiró mientras asentía, mirándome de reojo antes de abrir el estuche para mostrarme su contenido. Tenía suerte de estarlo abrazando, de otra forma hubiese caído al piso.

Era un Stradivarius en perfecto estado, pulcro, maravilloso, reconocible a metros de distancia. Incluso antes de que Vicent me enseñase a tocar, había leído sobre ellos, eran los violines más caros y famosos, además de antiguos… probablemente mundialmente reconocidos. Inclusive alguna vez llegué a pensar que brillarían si los comenzabas a tocar.

Lo mejor era ese diminuto pero visible grabado en una de las esquinas.

Stradivarius Lebrant.

—¿Cómo lo conseguiste? —pregunté bastante sorprendido—.¿¡Y por qué nunca me lo dijiste!?

—Porque nunca pensé que estuviéramos juntos por tanto tiempo —respondió en un tono extraño, pero se aferró a mis brazos con más fuerza—. Siempre esperé a que te cansaras Jeremy, pero no pareces querer hacerlo.

Me quedé callado. No podía reclamarle cuando tenía razón, sería muy hipócrita de mi parte.

—Yo esperaba lo mismo… —murmuré besando suavemente su mejilla—. Pero no estás así por eso Vicent… ¿De dónde sacaste el Stradivarius?

—Era de mi hermano —respondió con una media sonrisa—. Se lo heredó nuestro padre porque era el mayor de los dos, vengo de una familia llena de famosos violinistas ¿sabes? Lo llevamos en la sangre —contó con una de sus atractivas y suaves sonrisas, pero ésta era más bien triste—. Mi hermano siempre fue mejor que yo, tocaba increíble, nuestro padre decía que era como un ángel…

—¿Era? —pregunté con cierta delicadeza, me daba la impresión de que no quería escuchar la respuesta.

Vicent miró hacia la nada por un tiempo que pareció eterno.

—Hoy cumple tres años de haber fallecido —respondió cerrando los ojos—. Siempre tuvo un corazón muy débil, es por eso que no resistió un infarto… me dijeron que su último deseo era que yo me quedase con su violín. Pero nunca entendí por qué.

—¿A qué te refieres…? Tú eres su hermano, es entendible… —susurré, abrazándolo cada vez con más fuerza.

—Tuvo un hijo… —reveló comenzando a acariciar el violín— Con una florista de la que estaba locamente enamorado, se casó muy joven y se fue de casa a la primera oportunidad. Me incitó a hacer lo mismo. Cuando cumplí veinte me escapé de casa, y todo lo que me había llevado era mi propio violín. Siempre soñé con tocar en una orquesta… y lo conseguí.

—¿¡Lo hiciste!?

—Sí, y conocí París, toda Francia, me enamoré perdidamente de las calles de Italia y volví a Averville un par de años después… cuando ya tenía una trayectoria de la cual enorgullecerme.

—¿Cómo terminaste aquí… si tenías la vida que soñaste?

—La muerte no solo se llevó a mi hermano, Jeremy… era feliz cuando cada navidad regresaba a su hogar y abrazaba a mi sobrino para llenarlo de regalos, él también aprendió a tocar el violín. Su esposa era una cocinera excelente, a veces bromeaba diciendo que también estaba enamorado de ella…

—Vicent…

—Es broma —dijo sonriendo de lado—. Pero cuando él falleció… ella volvió a casarse, y no la culpo porque tenía que mantener a su hijo, pero todo a lo que podía llamar hogar… había desaparecido.

Guardé silencio un rato, comenzando a comprender muchas cosas.

Es por eso que se había encerrado en este internado. Porque no tenía un lugar al cual regresar.

—¿Cómo se llamaba? Tu hermano.

—Sebastian, igual que su hijo.

—Sebastian Lebrant…  —pronuncié despacio—. Suena mejor que Vicent.

Él se comenzó a reír, haciendo que todos mis esfuerzos por no llorar valiesen la pena.

—Lo es… y estoy seguro de que estaría feliz de escuchar eso —admitió—. Gracias, Jeremy…

—¿Por adular a tu hermano?

—Por escuchar la historia y mantenerte a mi lado a pesar de saber quién soy.

—Esa es mi línea —advertí mientras lo soltaba y cambiaba de lugar para mirarlo de frente, acercando mi rostro al suyo—. Escúchame bien, eres y serás mío, no importa si no tienes un lugar a dónde ir… porque siempre estarás conmigo.

—Lo que usted diga, mi príncipe rebelde —aceptó, esta vez siendo él quien me atrajo hacia sus labios.

—Toca para mí, Vicent…. —le pedí sin separarme, sabía que eso sería lo mejor para él.

—Siempre tocaré solo para ti, Jeremy.

Y comencé a caer… cada vez más profundo en los brazos de ese hombre. Se la pasaba enamorándome con su loca ideología en la que todo era perfecto, quería enseñarme a amar incluso lo que más detestaba. La lluvia era el mejor ejemplo, siempre me hacía verla, o ambos nos mojábamos debajo de ella solo para terminar enfermos y decir que valió la pena. Lentamente fui consciente de que era más feliz estando a su lado de lo que imaginé. Me dediqué a aprender sobre todo lo que quería enseñarme, perdí la cuenta de todas las melodías que tocamos juntos, de todos los cuadros que pintó para mí, de todos los que pinté para él, de todas las noches en las que planeábamos volvernos locos contando las estrellas desde la ventana… de todos los besos que nos robamos a escondidas.

Estoy seguro de que alguien debió pensar que nuestra felicidad era demasiado perfecta… es por eso que decidieron terminarla.

Alguien nos descubrió.

La información ni siquiera pasó por las manos de William antes de llegar a los miembros del rector. Tardó segundos en llegar hasta mis padres. Lo peor es que habían inventado una cruel mentira basada en verdades a medias.

Los rumores decían que Vicent me había enamorado para quedarse con mi fortuna porque habían investigado su origen. ¿¡Pero de qué les servía!? Él tenía el dinero suficiente para volver a las orquestas en Europa y vivir ahí su vida entera.

No es como si yo quisiera esa fortuna en primer lugar.

William ya se había enterado de todo, hizo todo lo que estuvo en sus manos para protegernos a ambos, pero ni los mejores abogados podían luchar contra la idea de que nuestra relación no solo era ilícita, si no que ponía en riesgo mi apellido familiar, y eso era algo que mi padre no iba a permitir.

Ninguno de nosotros tuvo elección, mis padres amenazaron con comenzar la demanda contra la universidad para cerrarla definitivamente, y muchas familias se unieron a ello. Entre ellas estaba la de Estefan, quien por más que trató de persuadir a su padre, no tuvo muchas opciones cuando ambos ya traían problemas.

Entonces hizo algo de lo que me enorgullecí tanto… que me dio una gran idea.

Estefan desechó el apellido Bloom… sin importarle nada, ni nadie. ¿Por qué no podía hacer lo mismo?

Traté de jugar esa carta en contra de mis padres, sabía que no tendrían opción al recordar que era su único hijo, ellos jamás permitirían que mis hermanas se hicieran cargo de los negocios. Logré salvar la universidad, pero no pude hacer lo mismo con Vicent. La condición para ello era que él tenía que irse.

Me faltaban tres malditos años para salir de ese internado, ¿cómo demonios podía pensar en que Vicent se fuera? Apenas cumpliríamos un año de estar juntos y ya teníamos que separarnos. ¿Por qué tenía que ser justo cuando me había dado cuenta de que en realidad lo amaba?

Fue entonces… cuando Marzo comenzó a alcanzar su fin, y el día en el que Vicent abandonaría la universidad estaba escrito. 20 de Marzo. Vaya regalo de cumpleaños…

Y una noche antes, en la oscuridad del salón en el que nos habíamos terminado de conocer… Vicent me propuso una locura.

—Escápate conmigo.

—¿¡Estás loco!? ¡Si nos descubren te meterán a la cárcel! Vicent conozco a mis padres, cuando desaparezca no habrá piedra en la cual esconderme.

—¡Entonces nos cambiaremos de país cada mes, cada semana o cada día! Podríamos hacernos pasar por gitanos y darle la vuelta al mundo mientras nos escondemos hasta que dejen de buscarte —propuso mirándome con una convicción que jamás había visto en sus ojos.

—¿Y de qué viviremos, del violín, pan y agua? —dije comenzando a sonreír, era una locura.

—Por supuesto, podemos tocar en las calles y sobrevivir con eso, también podemos cambiarte el apellido, a uno menos llamativo.

—¿Otro apellido? Pero tú tendrás que ponerlo, y no me pienso llamar Lebrant.

—Tienes razón, además pensarían que somos familia y esto ya sería aún más ilegal… —dijo haciendo que me riera a carcajadas—. ¡Ya sé! Wild.

—¿Cómo mi abuela? Se escucha raro…

—Jeremy Wild no se escucha raro, es lindo —aseguró mientras besaba mi frente—. Si eso no es suficiente, te cambiaremos el aspecto.

—Ah no, no —me negué al instante—. Te conozco a ti y a tu estúpido fetiche, no me dejaré crecer el cabello, pareceré una chica.

—Una muy linda por cierto…

—¡Vicent!

Él se echó a reír, acariciando mi rostro con ambas manos.

—Escapémonos juntos Jeremy… —volvió a pedir, esta vez más enserio.

—Pero tú te vas mañana… ¿Cómo me esconderé para irnos? Estarán escoltándote —le recordé con nerviosismo.

—Vendré a buscarte, justo después de que la vigilancia se acabe. William no te negará la salida, estoy seguro —reveló. Estaba seguro de que llevaba pensando en ello mucho tiempo.

Solo tuve que mirarlo un instante. Acaricié su rostro y sus labios con la yema de los dedos, probablemente me moriría si estuviese sin él… no tuve que pensarlo por más tiempo.

—Vámonos.

Vicent sonrió con una alegría desmedida y me besó como nunca antes lo había hecho, me abrazó con tanta fuerza que estuvimos a punto de caer los dos al suelo y lo único que se escuchaba eran nuestras incontenibles carcajadas de felicidad.

—Jeremy, di que me amas.

—Lo haré cuando vengas a buscarme mañana —anuncié con una sonrisa, acariciando sus labios con los míos una vez más—. Y te lo diré todos los días que le sigan a ese, así que promete que vas a regresar.

—¿Tengo que hacerlo?

—Si lo haces, incluso me dejaré crecer el cabello.

—Entonces lo prometo. Y así cada vez que lo veas, recordarás lo mucho que me amas.

—Como si no lo hiciera ya, estúpido Lebrant.

—Feliz cumpleaños 21 Jeremy…

Esa noche seguimos hablando de todo lo que haríamos al salir de este lugar, de la forma en la que celebraríamos mi cumpleaños, emocionados por las noches que pasaríamos juntos, por los viajes que nos esperaban, por todo lo que nos quedaba por disfrutar…

…pero Vicent no cumplió su promesa.

La mañana que dejó la universidad, los frenos del vehículo en el que iba estaban dañados, en una de las curvas el auto se salió del camino haciéndolo caer por un barranco. La ciudad lo calificó como el peor accidente del año.

Vicent no sobrevivió.

“Probablemente me moriría si no estuviese con él…”

Me enseñó todo, menos lo que haría el día que no estuviese a mi lado.

Y algo en mí se murió junto a él.

“Siempre creí que si dejabas entrar a alguien en tu vida, no debías darle el poder suficiente para destrozarla”. Le entregué todo lo que tenía, hasta el último de mis sueños, y él se lo llevó todo. Él era dueño de todo.

Mi paraíso… se transformó en un infierno en el que todo lo que había eran recuerdos. Recuerdos de una felicidad que ahora no podía tener, y de un “Te amo” que jamás pude pronunciar. Uno que él jamás alcanzó a escuchar.

¿Cómo podía seguir con vida… si no tenía motivos para hacerlo?

Todas las pertenencias de Vicent se perdieron… menos un único objeto que él había olvidado. Por causas del destino, lo único que dejó conmigo fue ese violín lleno de recuerdos. Uno que ahora solo tocaban los muertos, incluyéndome.

Me habían desgarrado el alma y todo lo que recordaba eran besos, sonrisas, melodías…

Vicent, debiste decirme que esa sería la última vez que me besarías.

Y estaba sentenciado a vivir en esos muros llenos de memorias, condenado a pisar todos los días el lugar en el que nos conocimos, tocar el instrumento que aprendí de él, pintar como si lo hiciera para él, sonreír como si estuviese con él…

Jamás me enamoraría otra vez.

—¡Mi nombre es Sebastian Lebrant, y ese violín es de mi padre! —vociferó el chico de ojos oscuros al ver el Stradivarius que traía entre las manos.

Sebastian Lebrant. El sobrino que Vicent tanto había amado.

Jeremy retrocedió sintiéndose desfallecer, mirando a ese chico como si fuese el mismo demonio encarnado. Cada recuerdo que había guardado en lo más profundo de su mente, cada dulce memoria que conseguía atravesarle el alma hasta dejarlo sin aire había regresado solo con ese nombre.

No podía procesar esa información tan rápido, no podía concebir que el único Lebrant que quedaba estuviese parado frente a él. No podía ser una simple coincidencia que también lo hubiese odiado desde el principio, que también sea un…

Las piezas encajaron.

El por qué nunca se había dado por vencido con ese chico, por qué sabía que tenía un enorme potencial, por qué dibujaba tan bien que Jeremy perdía la cabeza, por qué su violinista no estaba en el salón de música, si no en el de artes…

“Vengo de una familia llena de violinistas ¿sabes?”

“Tuvo un hijo… con una florista de la que estaba locamente enamorado, se casó muy joven y se fue de casa a la primera oportunidad.”

“Nunca vi un autorretrato tan preciso. Esa flor es un narciso ¿cierto?”

“Él también aprendió a tocar el violín.”

“—¿Qué te sucedió en las manos?

—Un accidente, no es nada”

Jeremy dirigió nuevamente la mirada a esa mano llena de vendas en los dedos.

No había otra respuesta.

Sebastian Wayne y su ángel eran la misma persona, y esa persona había resultado ser otro Lebrant.

Quería que algo le atravesara el pecho en ese instante.

—¿Por qué lo tiene usted… profesor Wild? —preguntó más tranquilo, completamente ajeno a una historia que lo incluía.

Vicent… ¿Y ahora qué hago?

Notas finales:

Espero haberlos hecho sufrir un poco.

Quiero un premio por haber actualizado en una semana ; ;

Si bien no avanzamos, ahora ya se pueden quitar de encima a Vicent y a Estefan. Aunque a éste último no tanto, pero nos quitamos unas cuantas preguntas de encima. ¿Vieron que dejé tirado a un Harvey por ahí? No se rompan la cabeza, fue al azar, no quería buscar más apellidos. Y hablando de apellidos, maté dos pájaros de un tiro con el de Evans. Ahora ustedes imagínense quién llamó a Byron.

¿Ya ven que sacaron conclusiones muy rápido? Vicent era demasiado joven para ser padre.

Dejaré mis fastidiosos comentarios hasta aquí, fue divertido leer todos los "Oh por dios" y "¿¡Qué!?" En los comentarios la semana pasada, nunca me gustó tanto dejar un final inconcluso, pensaré en hacerlo más seguido. ¡Sus maldiciones son un amor!

En fin, las muestras de amor-odio en twitter fueron divertidas (Porque puedo responder con gifs) Aquí se los dejo: @MMadivil 

¡Nos vemos la próxima sem-...! A quién engaño, nos vemos el próximo capítulo. 

Los adoro, sufran.


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