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The Teacher por MMadivil

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Byron se cruzó de brazos y tamborileó los dedos mientras esperaba a que el elevador llegase al último piso. Era una húmeda tarde de domingo en la que probablemente llovería hasta el anochecer, pero así eran los inicios de la primavera.

Sumado al extraño humor que tenía hoy, no sabía lo que podía esperar de este día.

Toda la mañana del día anterior había estado con Ethan, y la conversación que tuvieron no era la que Byron precisamente hubiese querido sacar a la luz. Lo había dejado pensando en muchas cosas, se había dado cuenta de que no estaba seguro de otras y había confirmado que el cariño que sentía hacia Ethan solamente aumentaba. También había descubierto algo nuevo: Detestaba verlo llorar.

Llegó un punto en el que Byron creyó que su límite sería rebasado y terminaría contándole todo al chico, pues lo único que pensaba era que si no estaban más cerca uno del otro era por su culpa. Tampoco podía culpar a Ethan, debía ser frustrante no saber nada sobre la persona que amas. El mismo Byron sabía que deseaba saberlo todo del chico, podía imaginarse lo que era estar en sus zapatos y al mismo tiempo detestarse a sí mismo.

Reprimió un agotado suspiro cuando el elevador por fin se detuvo y le abrió las puertas a un solitario pasillo con una sola puerta en el centro. Estaba algo ansioso e impaciente, por lo que antes de tocar la puerta lo que hizo fue intentar abrirla por su cuenta, y afortunadamente ésta cedió al instante.

—Jeremy, ¿cuántas veces te he dicho que cierres la puerta con llave? —lo reprendió el de cabello azabache a mitad del umbral.

—¡Pero si el único idiota que podría entrar por su propia cuenta eres tú! —escuchó decir al rubio desde algún lugar de la cocina.

Byron se rió con algo de alivio al escuchar a Jeremy con sus habituales comentarios, cerró la puerta a sus espaldas y se dirigió a su encuentro arrugando inconscientemente la nariz.

—¿De nuevo intentando experimentar con la comida?

—No estoy experimentando, Gabrielle me dijo que podía intentar hacer pasta porque el microondas no le hacía justicia a su comida —explicó antes de gruñir—. Pero olvídalo, no sé qué hice, solo sé que se quemó.

El de cabello azabache sonrió al verlo desde la barra que los dividía, apoyando los brazos en ésta. Jeremy estaba radiante, con el cabello delicadamente amarrado en una pequeña coleta y el rostro tan pulcro y sonriente como siempre. Inclusive su palidez había desaparecido, su piel tenía un suave color rosa que Byron había extrañado. Tenía tantas ganas de preguntarle cómo había estado… pero no quería arruinarlo.

—No tienes que aprender, al final siempre terminarás regresando tras Gabrielle —le recordó y miró hacia la pequeña estufa con una pequeña cacerola que inclusive se veía quemada por fuera—. Mejor aléjate de la cocina… ni siquiera sé por qué te permitieron mantener una estufa.

—¿Recuerdas que siempre dijimos que uno de los dos tenía que aprender? —recordó el rubio mientras reía— “El día que Gabrielle no esté…”

—“… nos moriremos de hambre” —completó Byron asintiendo—. Lo recuerdo, aún no sé cómo nos las arreglamos cuando tuvo sus vacaciones.

—Nunca había estado tan agradecido con William —dijo Jeremy—. Si no fuera por él, no sabríamos de la existencia de la sopa instantánea.

—Estábamos demasiado mimados como para saber que existía algo como eso…

—¡No hables en plural! Fuiste el primero en quejarse sobre la extraña procedencia de esa sopa, el mimado eras tú —lo acusó, señalándolo con una cuchara—. Aunque no había forma de que lo supieras, el principito nunca había salido de su castillo —se burló el rubio.

—¿Disculpa? Hasta donde sé, tú mismo aseguraste no haber salido de casa ni para pisar el jardín cuando eras niño —expuso Byron.

—Detalles, detalles —le restó importancia—. Por cierto, no sé qué hayas hecho, pero me alegro de que lo hicieras —comenzó a decir mientras parecía examinar el rostro de su amigo minuciosamente—. Te ves mucho mejor que la última vez que te vi, aún tienes esas malditas ojeras pero son las permanentes, no las que dicen “podría estar muerto ahora”.

—De nuevo estás hablando sin mirarte en un espejo —señaló con un gesto—. Hasta parece que Narciso bajó a bendecirte otra vez…

—Y dale con lo de Narciso…

Byron alzó una ceja.

—Yo jamás te había dicho Narciso antes.

Jeremy pareció maldecir por lo bajo y se dio la vuelta en ese instante para buscar algo en el pequeño congelador, sacando lo que parecía ser un bote pequeño de helado.

—No me hagas caso, es otra cosa —desvió el tema con una sonrisa—. ¿Qué hiciste ayer finalmente? Me pregunto a quién le habrás vendido tu alma para amanecer con buen aspecto.

—No tienes ni idea… —masculló, con Ethan atravesando su mente— Me dediqué a dormir, ricitos. Dormí como si fuese a hibernar en plena primavera —respondió con cierto sarcasmo—. Deja ese helado, te enfermarás con este clima.

—Créeme, después de todo lo que he aguantado, una fiebre no me matará —dijo desobediente, abriendo el bote con facilidad. Había nieve verde, y al parecer había comenzado a comer desde antes que Byron llegase.

—¿Y qué es lo que se supone que…? — “has aguantado” iba a preguntarle, pero mejor se mordió la lengua— Nada, olvídalo. Eso me recuerda, el viejo dijo que mañana tendrás que ir a su oficina, no me dijo lo que quería pero ya lo conoces…

—Sí, sí, él es el señor misterio… en ese sentido te pareces a él —los comparó, y por un momento dejó la cuchara enterrada en el helado mientras miraba a Byron a los ojos con una sonrisa, reprimiéndose para no reírse—. Ni tú lo soportas Byron, te mueres por preguntarme qué hice ayer ¿verdad?

—Gracias al demonio que te diste cuenta… —dijo el de cabello azabache con un sonoro suspiro, apoyándose con más comodidad en la barra y haciendo que Jeremy soltase una carcajada—. No quería echarlo a perder.

—Lo sé… gracias —aseguró tomando su bote de helado para salir de la cocina y arrastrar a Byron con él hacia el sofá—. Pero respecto a eso… tengo algo que contarte —confesó algo dudoso—. Conocí a alguien. Aunque no es completamente cierto porque ya habíamos hablado antes… o peleado mejor dicho… —murmuró— Pero me gusta pensar que “lo conocí” ayer.

Byron se encontró a sí mismo bastante sorprendido por la revelación de Jeremy y alzó las manos para hacerlo callar un momento y procesar la idea.

—Espera… ¿Tú… qué? ¿Ayer? —inquirió confundido mientras miraba al rubio juguetear con la cuchara de forma impaciente—. ¿A quién?

—A-antes de que te lo diga tienes que hacer un poco de memoria, estoy seguro de que eso no será problema para ti —le indicó con la mirada clavada en su postre—. ¿Recuerdas al chico que no soportaba? ¿El que una vez te dije que no sabía qué hacía en mis clases…?

—Y cuando te pregunté a qué te referías me dijiste “es cosa de artistas” y me mandaste al diablo, lo recuerdo.

Jeremy puso los ojos en blanco ante ese reclamo.

—Y ahora… ¿recuerdas al violinista que he estado intentando cazar desde hace unos meses?

—¿No era solo tu imaginación?

—Parece que no… —masculló, antes de meterse un gran bocado de helado— Adivina quiénes resultaron ser la misma persona…

El de cabello azabache lo pensó por un momento y quiso abrir la boca para decir algo, pero sus labios comenzaron a curvarse en una sonrisa y no resistió las ganas de echarse a reír.

—Jeremy estás jodido… —dijo entre risas.

—¡Lo sé! ¿Quieres saber la parte más divertida? —dijo el rubio con una enorme sonrisa, antes de clavar la cuchara con fuerza en el helado— Su nombre es Sebastian Lebrant.

Y ahí murió la voz de Byron.

Lo miró como si le hubiese dicho que cometió un asesinato, aunque eso lo hubiese sorprendido mucho menos, y trató de adivinar por todos los medios lo que Jeremy pensaba en ese momento, pero él solo tenía la mirada perdida en la mezcla verde que jugueteaba.

—Esa es una broma de mal gusto Je-…

—No es una broma —lo cortó, mirándolo directo. Esos ojos avellana se veían tan seguros como… ¿confundidos?

Byron parpadeó un par de veces, acariciándose el puente de la nariz con los dedos.

—Dime que solo es una coincidencia. Una muy mala coincidencia.

—Me gustaría —admitió, alzando la cuchara para ofrecerle algo de su helado a Byron—. Pero reconoció el Stradivarius de su padre, el hermano de Vicent.

El de cabello azabache se echó hacia atrás ligeramente, esquivando lo que le ofrecía.

—¿Cómo… demonios te enteraste de todo esto?

—Prueba el maldito helado primero —exigió el rubio antes de tomar su rostro con una mano y hacerle probar por la fuerza esa congelada cosa verde—. Y espero que estés cómodo, es una larga historia.

Byron tragó duramente lo que le había dado, haciendo arder su garganta al instante. Ahora entendía por qué Jeremy estaba tan relajado.

Entre el sabor del limón dulce y artificial, había una sensación amarga que se entremezclaba con el postre congelado: Vodka.

~*~

—Jeremy estás jodido…

—Gracias, es la segunda vez que lo escucho y sigue sin servirme para nada —respondió con sarcasmo, echando la cabeza hacia atrás para mirar el techo.

Otro Lebrant…

Byron no podía ni imaginarse todo lo que Jeremy debía de estar sintiendo, todo lo que debió procesar en una sola noche y cuánto debió haberle dolido enterarse tan rápido de quién era ese chico.

Le había revelado… todo.

Y por otro lado, él mismo tenía sentimientos encontrados, porque Ethan le había mentido. Cuando le preguntó el motivo por el que conocía el apellido, el chico le dijo que llevaba años sin escucharlo, que alguien que conocía lo llevaba pero no había vuelto a escuchar de éste.

Pero ahora ese Lebrant estaba aquí, y Byron sabía que era el mejor amigo de Ethan. Él mismo se lo había dicho, todo encajaba.

—¿Por qué no dejaste que viniera…? —inquirió frunciendo leve el ceño.

—Porque él estaba aquí… y... creo que me sirvió de algo estar con él. También sé que estás pensando que ahora debo desear tirarlo de una ventana, pero no lo odio ¿sabes? —respondió Jeremy, bajando la voz—. Él ni siquiera sabía lo que le había sucedido a su tío, no sabía que el violín de su padre existía… y sin embargo lo lleva en la sangre —dijo riendo por lo bajo—, no sabes lo que es escucharlo tocar… Vicent probablemente se enojaría si escuchara esto, pero él lo superó demasiado pronto.

—Creí que le guardarías rencor… —murmuró Byron, mirando el delicado perfil de su amigo.

—Le grité todo eso y más antes de desmayarme, creo que eso fue suficiente —admitió, sonrojándose ligeramente—. Además, no necesito detestarlo por eso, tiene muchas cualidades: Ya es arrogante, frío, amargado… me llama Narciso… es un excelente violinista… es un idiota…

El de cabello azabache juntó las cejas en un gesto preocupado. La forma en la que Jeremy hablaba de él era muy parecida a la primera vez que le habló sobre Vicent.

—Jeremy, ¿crees que ese chico pueda llegar a…?

—No —lo cortó sin dejarlo terminar la pregunta—. No puedo enamorarme de él, y tampoco quiero hacerlo.

—¿Por qué no? —inquirió Byron incrédulo, dejando a Jeremy en el mismo estado.

—¿¡Cómo que por qué!? —dijo como si fuese algo obvio—. No pienso condenarme otra vez a enamorarme de un Lebrant, no porque le tema a lo que pueda suceder, pero no podría vivir con la idea de que ese chico me guste solo porque Vicent también lo hacía. ¡Sería como perseguir su maldita sombra!

—¿Y si él no fuera un Lebrant, qué harías?

El rubio abrió la boca como si fuese a responder, pero la respuesta no salió inmediatamente de sus labios y frunció ligeramente el entrecejo como si no hubiese considerado jamás lo que Byron había dicho.

—¿Tan siquiera se parece a Vicent? ¿Crees que son tan iguales que no podrías vivir pegado a su recuerdo? Por como lo describiste, el chico no tiene absolutamente nada de él.

Jeremy bajó la mirada hacia lo poco que le quedaba del helado verde, Byron al final también había ayudado a terminárselo con el pretexto de no dejarlo solo.

—¿Y de qué sirve pensar en ello…? —dijo finalmente, mordiéndose suave el labio— Sebastian jamás me vería de esa forma, mucho menos después de enterarse de esto.

—¿Cómo estás tan seguro?

—Me odiaba desde el principio, tanto como yo a él —respondió con una tierna sonrisa.

—También odiabas a Vicent, Jeremy.

—Pero Vicent nunca me odió a mí.

Byron finalmente comprendió a lo que se refería y suspiró. Hubiese dado cualquier cosa por ver a Jeremy superar lo sucedido con Vicent, hace un par de años inclusive hubiese vendido su alma con tal de ver a Jeremy sonreír “de verdad” por una vez.

—Así es la vida, una perra, no hay nada que hacer —comentó en voz alta el rubio, dejando el bote ahora vacío de helado sobre la mesa de centro y se tiró en un abrazo encima de Byron—. ¿Por qué no solo puedo enamorarme de ti y ya? Nada estaría más jodido que eso.

El de cabello azabache soltó una carcajada, acariciando la espalda de Jeremy mientras lo dejaba aferrarse a él.

—Todo hubiese sido más fácil ¿no es cierto? —concordó Byron.

—Ya estoy permanentemente ligado a tu existencia, por supuesto que sería más fácil —respondió aún riendo—. Pero los dos sabemos que no nacimos para eso, si no, también estaría enamorado de Estefan.

—Demasiado rubios para estar juntos, no son una buena combinación —dijo arrugando levemente la nariz.

—Sería divertido tenerlo aquí también… —murmuró el de rizos.

—Solo un año más, Jeremy.

~*~

El comienzo de semana no fue lo que Byron esperó. El director decidió llenar su agenda con juntas, reuniones académicas y tediosas charlas con el rector que el profesor no soportaba. Cuando esas juntas terminaban, solo le quedaba respirar profundamente y evitar cometer un homicidio.

Era demasiado difícil ponerse a pensar que estaría tratando con esas personas toda su vida.

—Profesor Byron —llamó su atención la señora Seller al salir de la oficina de William—. Regáleme unos minutos por favor.

—Para usted, las horas que quiera —respondió con una sonrisa que hizo reír a la mujer.

—El paquete que me dio aún no ha podido ser enviado, no confío en el sistema de correos que envía el rector, así que esperaremos por el que uso personalmente —le informó antes de tenderle un papel cuidadosamente doblado—. Y me dejaron un mensaje para usted.

—¿Un mensaje? —inquirió con curiosidad, desdoblando inmediatamente la nota.

Pero con solo leerla, Byron se tensó un poco y esbozó una sonrisa.

—Le sugiero que espere a que termine la junta, para poder usar el teléfono fijo de la oficina del director Rogers —dijo en voz baja—. Es el más seguro de la universidad por ser privado, no se preocupe.

—Gracias Alejandra —agradeció en el mismo tono y le hizo un guiño, mirando hacia los ejecutivos que ahora comenzaban a salir de la oficina del William.

Muchos de los miembros se despidieron del profesor de forma cortés, ansiosos por tenderle la mano y entablar alguna conversación con él, pero Byron impidió cualquier tipo de cercanía. Mentalmente quería que todos murieran de forma extraña e instantánea, solo eso lograba que mantuviera su sonrisa.

Que hipócrita.

Finalmente, el viejo William se asomó al recibidor para ver partir a todos esos hombres, haciendo reír a Byron cuando todos se marcharon y el mayor soltó un suspiro de alivio.

—¡Esos viejos estafadores! Todo lo que quieren es sacarme aún más dinero —los maldijo el director chasqueando la lengua—. Es un nido de serpientes Byron, un nido que debería arder lentamente en el fuego de su propio dinero.

—Vaya viejo, que orgulloso estoy de escucharte hablar así —comentó verdaderamente animado—. Hasta podría presumir que te conozco.

—Que gracioso… —musitó, negando levemente con la cabeza—. Creí que escaparías a la primera oportunidad Byron, ¿qué clase de capricho te traes entre manos?

—¿Cómo te atreves a insinuar que yo únicamente vengo a pedirte favores, viejo? —manifestó haciéndose el ofendido, sin borrar esa socarrona sonrisa.

—Los favores se pagan Byron, así que tú vienes como príncipe a exigir, no a pedir —apuntó el director y lo hizo pasar con él a la oficina, indicando con un gesto que cerrase la puerta al entrar.

—Pago a mi manera, lo sabes —se defendió, tomando su respectivo asiento frente a William—. Aunque si pudiese pedir cualquier cosa, sería que cambies esa silla…

—Deja de meterte con mi silla y dime lo que quieres —argumentó el viejo, tomando algunos papeles para hacerlos a un lado y poder prestarle atención a Byron.

—Déjame usar el teléfono privado.

—¿Es absolutamente necesario? —inquirió, alzando una de sus grises cejas, marcando las arrugas de su frente.

—Según mi contacto, sí —aseguró mirándole.

—¿Y el contacto es…?

Byron le tendió el papel que le había dado antes la secretaria, esperando mientras William leía y suspiraba.

—Esto no me gusta nada, espero que no sea grave… mándale mis saludos, ¿de acuerdo? —comentó antes de dejar el papel sobre el escritorio—. Pero antes de que hagas la llamada, quiero hablar contigo.

—No sé qué haya pasado pero yo no lo hice —respondió inmediatamente, haciendo reír al director.

—¿Tan siquiera existe algo que no hayas hecho ya? —dijo con cierta diversión— Dime Byron, ¿qué ha pasado con ese chico?, Ethan Collins.

El profesor borró su sonrisa casi como un acto reflejo.

—¿Por qué quieres saber sobre él? —inquirió a la defensiva.

—Oh bueno, ¿no es obvio? —señaló con indiferencia—. La última vez que lo mencionaste fue cuando tuvimos “esa” conversación, solo quiero saber si al final fue tan pasajero como juraste que sería…

—Nunca lo juré… —masculló, mirando hacia otro lado.

—Pero que interesante reacción… —apremió el viejo—. Bueno en ese caso, puedo pedirte que me pagues el favor del préstamo del teléfono.

—Dijiste que yo no pedía favores.

—Pero nunca dije que escucharía tus exigencias, yo también tengo las mías —respondió con una media sonrisa—. Quiero que traigas a Ethan Collins mañana.

Byron entrecerró los ojos con desconfianza, midiendo las palabras del director.

—¿Por qué…?

—Porque quiero hablar con el chico, por supuesto. Tenemos asuntos pendientes con la mensualidad de su beca, pero podríamos aprovechar a que estés por aquí sí así lo deseas —anunció, encogiéndose ligeramente de hombros— ¿O es que no estás interesado?

—Creo que prefiero no estar presente, así solo hablarán de la beca —respondió inmediatamente—. No es que no esté interesado, pero no necesito escucharte hablando de más.

—¿Acaso temes que le diga algo, Byron?

—Temo a que le digas todo, viejo —dijo tragando saliva, mirando hacia otra parte.

El hombre lo miró por encima del marco de las gafas y también entrecerró los ojos, imitando el desconfiado gesto del profesor.

—No se lo has dicho…

—Y aún no pienso hacerlo. El chico ni siquiera sabe mi nombre, William —reveló con frustración.

—Bueno, entonces si no sabe nada de eso, no debo preocuparme porque aún no están juntos ¿cierto? —inquirió el hombre, y esta vez, el silencio de Byron habló por sí mismo.

William se recargó en el respaldo del asiento y se quitó las gafas para pasarse una mano por la cara, cavilando por unos eternos segundos lo que Byron acababa de afirmarle sin haber hablado.

—Hijo, una relación no puede comenzar a base de secretos, lo sabes —dijo con una voz tranquila y pausada, sin alterarse—. Y a menos que solo quieras jugar con ese chico…

—No estoy jugando con él —le aseguró, internamente receloso—. Si bien al principio no confiaba mucho en lo que pudiese llegar a sentir por él, ahora sé que haría cualquier cosa por mantenerlo a mi lado.

—Entonces me estás dando la razón, y al mismo tiempo estás cavando tu propia tumba —señaló, acariciándose la barbilla—. Debe de ser difícil para ese chico no saber con quién realmente se está metiendo. Pero Byron, me parece una exageración el que no sepa ni siquiera tu nombre…

—Lo sé, no tienes que decírmelo, pero él quiere averiguarlo por sí mismo, es… una especie de trato entre ambos.

—¿Y en qué parte del trato piensas decirle que cuando termine la universidad, tú no puedes irte con él? —inquirió el viejo, congelando a Byron en su lugar.

—William…

—Tú mismo pusiste esa condición Byron, y te advertí que no lo hicieras porque me temía algo como esto. No que te fueras a enamorar de un estudiante, si no de que encuentres un motivo que te impulse a querer salir de aquí —le recordó el hombre—. Hijo, no puedes obligar a ese chico a quedarse contigo, no puedes asumir que ocurrirá lo mismo que con el profesor Wild.

—Déjame pensarlo —dijo bajando la mirada.

—No hay nada que pensar —declaró Rogers, levantándose de su asiento tan viejo como él para encaminarse a la salida—. Cuando Ethan sepa tu nombre, Byron, tendrás que decírselo todo. Y deberás traerlo frente a mí cuando lo hagas.

—¿Y qué se supone que haré… si él no lo comprende? —el profesor no volteó a mirar, pero esa pregunta flotó en el aire por unos segundos.

—Entonces lo que siente no es amor.

Y dicho esto, el director cerró la puerta a sus espaldas, dejando a Byron solo en esa ostentosa oficina. Se sentía extrañamente enorme cuando William no estaba dentro.

De nuevo esos pensamientos llenos de miedos e inseguridades tomaron posesión de su mente, pero no quería dejarlos entrar con más fuerza.

Suspiró y se levantó del asiento para rodear el escritorio y tomar el teléfono fijo que siempre ocupaba un espacio en la esquina de la mesa, el profesor se apoyó de espaldas al borde de ésta, ignorando la vieja silla. Marcó rápidamente el número que quería y miró hacia el alto techo mientras escuchaba los timbres sin respuesta.

Al quinto tono, una grave y familiar risa se escuchó al otro lado de la línea.

—Eres tan impaciente… no pasó ni una hora desde que llamé a la universidad.

—Estaba en una junta, Alejandra aprovechó para dejarme el mensaje —se excusó el profesor, sabiendo que no serviría de nada—. Te hemos dicho que es peligroso llamar sin avisar, nunca sabes quién contestará.

—Sí, sí, pero me aseguré de tentar a la suerte. Además, ¿cómo se supone que avise si no me dejan llamar? —aclaró, restándole importancia después—. ¿Cómo está nuestra querida rubiecita?

—No tienes ni idea… —masculló Byron antes de suspirar—. Pero está mucho mejor que todos los años anteriores juntos. Pasó algo jodido, pero está mejor.

—¿A qué te refieres con algo jodido…? No, espera, mejor no me lo digas —se retractó rápidamente—. Dejaré que Jeremy me lo cuente, se pondrá como una fiera si no lo hago.

Byron rió por lo bajo, en eso tenía toda la razón.

—Recuérdame que le debo un regalo de cumpleaños, aunque no quiera.

—Lo haré, pero no creo que hayas llamado precisamente por el cumpleaños de Jeremy, ¿o sí? —dijo Byron, tomando del escritorio el papel que le había dado al director antes.

—Siempre tan directo… deberías dejarme saber sobre la vida en Haverville por lo menos un poco. ¡Recuerda que soy una pobre alma exiliada!

—Te diré lo que quieras después de que me expliques lo que significa tu estúpido “mensaje” —le informó, volviendo a leer lo que la señora Seller le había dado.

“Han estado tratando de contactarme desde hace un par de días,

llámame lo antes posible.”

¿Quién ha estado tratando de contactarte, Estefan?

—Alguien a quien creí que tenías en tus manos, Byron.

~*~

Byron miró el reloj en su muñeca por enésima vez en clase. Había un silencio inquebrantable, ni siquiera se escuchaban los bolígrafos al pasar por los exámenes, aunque probablemente era porque ninguno de ellos sabía las respuestas.

El profesor entrecerró los ojos tratando de concentrarse en su lectura, a pesar de que lo único que escuchaba en su cabeza era la voz de Estefan y la advertencia que le había hecho.

Alzó la mirada de forma indiscreta, le daba completamente igual que se diese cuenta. Darrell Bloom en ningún momento alzó la vista, pero estaba seguro de que era consciente de que Byron lo estaba atravesando con intensidad.

Finalmente la horrenda campana se escuchó, dando fin al tiempo que tenían para seguir contestando la prueba. Se escucharon quejidos y gemidos disgustados junto a uno que otro lamento, pero todos se levantaron de forma obediente, sin que Byron dijera palabra alguna y le entregaron sus respectivas pruebas en orden.

Los había entrenado bien.

—Profesor Byron, ¿la próxima semana pondrá otra prueba? ¿O solamente veremos el último tema para los finales?  —inquirió uno de sus alumnos, sacándolo de sus pensamientos. Un chico tan bajo como Ethan de cabello castaño.

—No creo que puedan soportar otra prueba, señor Harvey —respondió—. Así que no dudaré en ponerla justo antes de los finales.

El chico pareció temer de tal forma que hasta dejó de respirar, pero sabía que no tenía muchas opciones.

—Por supuesto, yo… —comenzó a responder desganado, hasta que miró en dirección a su asiento antes de entrecerrar los ojos y no poder terminar la frase.

¿Era su idea o por un instante ese chico miró de forma asesina ese lugar?

Por simple curiosidad siguió el curso de su mirada, pero lo que vio lo hizo sentir exactamente igual.

Ethan estaba rodeado por Luke Avery, Bruce Hudson y… Darrell Bloom.

Pero Byron no podía moverse de su lugar aún, los otros estudiantes seguían entregándole sus pruebas y tenía que verificar que no hicieran cambios en ninguna de éstas. No podía hacer nada.

—Gracias, profesor Byron —dijo Harvey rápidamente, antes de darse la vuelta y caminar a prisa en dirección a esos cuatro.

Byron continuó recibiendo las pruebas, pero trató de no despegar la mirada de ellos, necesitaba hablar con Ethan lo antes posible. No podría hacerlo si ellos seguían ahí, y tampoco pudo escuchar mucho de la conversación que tenían.

Pero si de algo pudo darse cuenta, fue de la forma en la que Avery y Bloom se pusieron a la defensiva cuando llegó ese pequeño chico, Simon Harvey. Ese apellido le sonaba bastante familiar…

¿Dónde lo había escuchado por última vez?

Entrecerró los ojos, forzando su memoria hasta que dio con un recuerdo específico.

“Creo que Byron se refiere a que el tal Harvey ha estado algo insoportable últimamente…”

“Harvey tendrá un pequeño accidente”

—Lucian Harvey… —murmuró para sí mismo, sin dejar de mirar al chico.

Quién diría que un Harvey volvería a estudiar en Haverville.

Lo más sorprendente es que ese chico se encargó de alejar a Ethan de Darrell Bloom y su séquito de esclavos, quienes se dirigieron a la salida al no tener nada más que hacer ahí.

—Ethan vayamos a almorzar, podremos arrastrar al señor “odio los dulces” porque su clase está cerca de aquí… —escuchó decir al chico a medida que se acercaban, pero Ethan solo le sonrió con cierto cariño. Uno que a Byron le hizo sentir una punzada de celos, pero nada de lo que no pudiera desquitarse después.

—Gracias Simon, pero tengo que hacer algo antes ¿de acuerdo? —le indicó de forma amistosa, recibiendo una palmada en el hombro de parte del otro chico.

—¡De acuerdo, pero no tardes! Sabes cómo se pone Sebastian si no estás…

Frunció ligeramente el ceño ante la mención de ese nombre. Eso le había recordado que tenía un par de cosas que aclarar antes…

—Profesor Byron, ¿ocurre algo? —inquirió Ethan con su angelical sonrisa.

Maldita y hermosa sonrisa.

—De nuevo tenemos que hablar, y me temo que esta vez no puedo esperar a que sea otro día. Ve a verme cuando terminen las clases Ethan —le informó sin querer preocuparlo, aunque en realidad estaba algo enojado.

El de ojos verdes solo asintió, deteniéndose justo antes de acercarse más porque la puerta del lugar seguía abierta y se dirigió a la salida.

Byron suspiró cuando lo único que quedó en el aula… fueron los exámenes.

~*~

Después de aquella petición, prácticamente contó las horas para ver a Ethan, presionado por la idea de saber que tal vez le exigía demasiado con hacerlo ir al salón privado al terminar las clases, pero ya no podía esperar más.

Inclusive él tenía trabajo pendiente, no se suponía que viese al chico entre semana, no porque no quisiera, si no porque para ambos era casi imposible. Ahora se tenía que concentrar en adelantar parte de su trabajo antes de que Ethan llegase. El manuscrito estaba listo.

Y justo cuando estaba en el nivel de concentración máximo de su lectura, el sonido de una cerradura cediendo fue la que lo sacó de su trance. Un chico sonriente, cansado, y de cabello color caramelo entró a su santuario con prisa, relajándose cuando lo envolvió la seguridad de las cuatro paredes del salón privado.

—¿Esperaste mucho tiempo? —inquirió Ethan algo apenado, pero se notaba a todas luces que sonreía hasta por los ojos.

—No siempre tengo las últimas clases, esperar no fue culpa tuya —respondió mientras se incorporaba, devolviéndole la sonrisa.

¿Por qué debía estar bajo los encantos de ese chico?

Ethan no se hizo del rogar ni por un instante, simplemente se acercó al profesor con su aplastante y contagiosa felicidad para abrazarlo, mirándolo a los ojos como si fuese la primera vez que lo hacía. Byron adoraba esa parte de él, ese lado tan inocente que casi todas las personas a esa edad ya habían perdido.

—¿Otra vez es algo muy importante?

—Sí, me temo que así es —respondió sin ganas, acercándose al rostro del chico para plantarle un suave beso en los labios—. Pero en realidad, tengo que hacerte una pregunta.

Ethan juntó las cejas en un gesto preocupado, esperando a que continuase.

—¿Darrell Bloom alguna vez te ha preguntado algo extraño?

Y la reacción del chico no fue la que hubiese deseado. Se veía irritado, y claramente frustrado por tener que negar con la cabeza.

—Nunca me ha “preguntado” las cosas directamente, pero no me gusta nada lo extraño que ha estado últimamente —explicó, frunciendo levemente el ceño—. No creo ser alguien que deba interesarle… pero, ¿por qué lo preguntas?

—No tengo buenas referencias sobre él, pero tampoco quiero preocuparte sin motivo. Solo… mantente alejado de él, ¿sí? —dijo con una media sonrisa, besando la frente de Ethan.

—No tenías que pedírmelo, no me gusta nada estar cerca de él —respondió con una mueca de desagrado— E-eso me recuerda… Byron, tengo que decirte algo, pero prométeme que no vas a enojarte.

—Eso dependerá de lo que me digas —advirtió, frunciendo leve el ceño.

—¡No, no, de verdad tienes que prometerlo! N-no puedo estar seguro de que lo haya hecho sin otras intenciones, pero me confesó lo que hizo y-…

—Ethan no te estoy entendiendo nada —lo cortó el profesor, estaba impacientándose.

El chico suspiró, desviando la mirada hacia los libreros.

—Alguien ya sabe sobre mi beca.

Byron tensó cada músculo de su cuerpo y su rostro se congeló en una expresión fría e inquieta, atravesando a Ethan con la mirada sin darse cuenta.

—¿Quién? ¿Quién lo averiguó?

El de ojos verdes lo miró asustado, y alzó ambas manos para colocarlas en sus brazos, en un intento por tranquilizar al profesor.

—Espera, no te exaltes tan rápido —le pidió, tomando aire y hasta valor—. Fue Luke Avery, pero no me interrumpas aún, tienes que saber que él se veía preocupado… por mí —trató de explicar con un suspiro—. Me dijo que no era su intención encontrarse con esa información, pero que yo debía tener cuidado… porque si él pudo enterarse…

—¿Cómo se enteró? —preguntó sin relajarse en ningún un momento.

—M-me dijo que estaba buscando algo… pero nunca me dijo cómo, ni qué era lo que buscaba…

El sistema de Haverville. El maldito sistema de la universidad.

“Ha habido intentos de ingreso al sistema, Byron”

 “Alguien está tratando de contactarme”

“Fue Darrell Bloom”

Y tan pronto como recordó esas frases, la imagen de Luke pegado a Darrell le atravesó la mente. Tenía sentido. Darrell no estaba solo.

—Olvida lo que te dije antes, ya tienes un motivo para preocuparte —dijo con voz grave—. Escúchame bien, Ethan, no quiero que te acerques a Darrell o a Luke, mucho menos las personas cercanas a ellos. ¿Lo has entendido?

—Me estás asustando… —confesó, asintiendo levemente—. Pero no vayas a reclamarle nada a Luke, por favor Byron, no quiero que por ello deje de decirme las cosas —le pidió, poniendo un rostro que estuvo a punto de matar al profesor.

Sus preciosos ojos verdes se veían suplicantes, con sus cejas juntas en una dulce expresión preocupada y los labios casi fruncidos, rompiendo el gesto al morderlos con suavidad.

Byron se acercó, de forma casi amenazante al rostro del chico, sin dejar de mirarle los labios que tanto le habían tentado desde el momento en que lo conoció. Pensar que ahora le pertenecían, encendía algo que no sabía que conservaba.

—Lo pensaré, pero lo que hizo no me tranquiliza, mucho menos ayuda a la situación —expuso mientras besaba con suavidad la comisura de los labios de Ethan.

Fue difícil reprimir una sonrisa cuando sintió el calor de las mejillas del chico, Byron se había hecho adicto a la visión de esas mejillas tiñéndose de color carmín, era como si se pusieran furiosas ante la más mínima cercanía del profesor.

—N-no digas eso… bien pudo habérselo dicho a alguien más… —trató de defenderlo, pero con esa frase entrecortada por suspiros, el de cabello azabache no prestaba atención a lo que verdaderamente decía.

—En primer lugar no debió enterarse —le recordó, hablando contra sus labios para no parar de acariciarlos.

Le encantaba la forma en la que Ethan se moría por detenerlo mientras al mismo tiempo le correspondía con un excesivo cariño.

—Pero… solo no vayas a meterlo en problemas… —dijo finalmente, perdiendo la intensidad de sus quejas a medida que le seguía correspondiendo.

—No lo defiendas, te meterás en problemas tú también —amenazó con la voz algo ronca, dejando ambas manos en la espalda baja de Ethan mientras sus labios bajaban entre la curiosidad y el deseo por su cuello.

Justo lo había escuchado suspirar… cuando Ethan lo separó al instante.

—¡N-no, espera, ahí no! —dijo con la respiración entrecortada y el rostro pintado en rojo— ¡La última vez lo dejaste marcado, y aún no sé cómo lo hiciste!

Byron iba a comenzar a quejarse, pero el ceño fruncido de Ethan lo hizo echarse a reír.

—No creo que tengas que preocuparte por eso, ¿cuál es el problema?

—¿¡Cómo que cuál!? —inquirió algo frustrado— ¡Sebastian las vio, y me metí en problemas tratando de explicarle con alguna mentira! N-no las dejes en lugares visibles.

El rostro de Byron se endureció y su sonrisa desapareció.

Se acercó a Ethan con brusquedad y lo tomó del mentón, echando su cabeza hacia atrás, ligeramente ladeada para poder ver el lugar donde tenía las marcas difícilmente visibles.

Imposibles de notar a simple vista.

—¿B-byron…? —murmuró Ethan, mirándolo de reojo y conteniendo la respiración.

El profesor no respondió, tomó la cintura del chico y lo arrinconó hasta que topó con el escritorio y se vio obligado a colocarse prácticamente encima de éste. Byron se mantuvo entre sus piernas, obligando al chico a estar tan cerca que ninguno de los dos sabía dónde comenzaban las manos del otro.

La sangre había comenzado a hervirle, él había puesto especial cuidado en no dejar marcas visibles y el solo pensar que alguien más las había visto…

—¿Cómo demonios vio las marcas? —exigió saber, con Ethan tratando de huir de su mirada.

—¿Q-qué sucede…? Simplemente las vio, ni yo lo sé… —trató a duras penas de aclararle, pero el de cabello azabache no pensaba en ceder.

—No te creo.

—¡B-byron…!

—De hecho, ahora que lo mencionaste recordé algo, Ethan —comenzó a decir, tensando ligeramente la mandíbula—. Dijiste que la última vez que escuchaste el apellido Lebrant fue cuando eras niño. ¿Cuándo pensabas decirme que tu amigo de la universidad es un Lebrant?

Ethan se congeló. Estaba tan paralizado que inclusive sus ojos dejaron de moverse inquietos, sus manos simplemente se cerraron en puños.

—La forma en la que reaccionaste cuando reconocí el apellido… me asustó, p-pero no te mentí, él cambió su apellido y no ha vuelto a mencionarlo desde entonces —explicó.

Y ciertamente no estaba mintiendo, porque a estas alturas Byron ya sabía que el chico tenía una muy mala forma de mentir. Su forma de ser tan libre y honesta difícilmente se lo permitía, y aunque muchas veces aquello era visto como una ventaja, en Haverville eso era una maldición.

—¿Y qué tan difícil era decirme eso?

—¿Estás…? —Ethan entrecerró sus brillantes ojos verdes antes de alzar una ceja—. ¿Estás enojado porque no te lo dije? ¿O solo estás celoso de que Sebastian haya visto esas marcas?

Byron gruñó ante la mención de su nombre, haciendo que el casi-rubio relajase los hombros y alzara una mano para acariciarle el rostro.

—Las dos —dijo finalmente.

—N-no fue mi culpa que las viera, yo ni siquiera sabía que estaban ahí…

—El punto es que no debía de verlas, Ethan —manifestó mientras acariciaba la curva del cuello del chico con la yema de los dedos—. Este lugar no debería de poder verlo cualquiera.

—¿Q-qué se supone que deba hacer al respecto? ¿Esconderme tras una bolsa de papel? —se estremeció ante el tacto y desvió la mirada—. No hagas eso…

—No es una mala idea, inclusive es tentadora —apremió el profesor, acercando los labios a esa zona—. Debería marcarte hasta que te veas obligado a no poder enseñar ninguna parte de ti.

—¡No estarás hablando enserio! —dijo Ethan asustado, subiendo las manos a los hombros de Byron, donde se aferró sutilmente a la tela de su camisa— D-de verdad detente… además ya es tarde.

—Tengo que castigarte, desvelarte un poco no te matará —le advirtió mientras mordía con suavidad la clara piel de su cuello, ésta se enrojecía casi al instante.

Escuchó al chico reprimir un jadeo, era consciente de su tensa mandíbula y las manos que lo sostenían cada vez con más fuerza, pero nunca trató de separarlo. Eso solo le dio a Byron el consentimiento de seguir haciendo lo que deseara, bajando lentamente las manos de la cintura de Ethan a sus piernas.

—Si… no te detienes…

—No pienso hacerlo —declaró el profesor antes de que esos labios terminasen la frase, alzando el rostro para callarlos al atraparlos contra los suyos.

Hubo una suave queja que se escapó de los labios de Ethan, pero ninguno de los dos pareció prestarle atención, mucho menos Byron cuando comenzó a morder el borde inferior de su boca. Ethan apretó el abrazo de sus piernas en el cuerpo del mayor, acercándolo aún más a él, y Byron casi pierde la cordura cuando sintió sus suaves manos enredarse por sus negros cabellos, haciendo cosquillear su nuca hasta alimentar su impaciencia y alcanzar su límite.

La respiración de Ethan se había vuelto caótica, tanto como la de Byron, pero éste no le permitía detenerse en ningún momento, se había apoderado de sus labios y de su respiración sin consideraciones. Sus manos también acariciaban sin piedad.

—B-basta Byron, tenemos que… —pero su voz se apagó cuando un extraño sonido los interrumpió. Inclusive Byron se detuvo.

Pero fue demasiado tarde.

Tarde para separar sus rostros, tarde para deshacer el enredo que habían creado sus cuerpos, tarde advertir que el sonido provenía de la cerradura y tarde para reaccionar ante alguien abriendo la puerta descuidadamente.

Aquella persona quedó tan paralizada como ellos, pero dolido como solo él podía estarlo ante esa escena.

Fue demasiado tarde cuando Byron se dio cuenta.

—Jeremy… —dijo en un hilo de voz.

Notas finales:

Como me gustan estos finales...

De nuevo comenzamos con la racha de un capítulo por semana. Espero que se cumpla. Que no me de el bloqueo. Y que dejen comentarios porque luego se pone más solitario que los bares con ley seca.

¿Cómo creen que reaccionará mi pobre ricitos? Aws le partirá hasta la cara a Byron, o al menos eso espero. También está la opción de ir a llorar a una esquina.

Ya veo las preguntas respecto a Estefan comenzando a llover... o sobre el por qué Byron no se puede ir de la universidad *sighs* paciencia. 

Ah, por cierto: Me harían un graan favor si comienzan a tirar sus preguntas porque estoy llegando al final y SÉ que no soy un robot ni una bestia (a lil bit) y en algún punto olvidaré algo. Así que... si me hicieran ese lindo favor, lo agradecería y lo tomaría como el pago en efectivo de cada capítulo que les he traído(?) Just saying.

Y si no quieren porque prefieren el anon, ahí tienen el ask sin pretexto: http://ask.fm/MMadivil

Ahora, si también me siguen en twitter, ya la hicieron porque ahí se enteran de todo.

Bien, se acabó el spam, quiero helado con vodka. ¡Nos vemos el siguiente capítulo!


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