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The Teacher por MMadivil

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Accidente: “Suceso imprevisto que altera la marcha normal o prevista de las cosas, especialmente el que causa daños a una persona o cosa”.

A veces las decisiones que parecen de lo más simples en la vida, pueden alterar por completo el orden natural de las cosas. Nunca se sabe cuándo un arrojo de valentía podría provocar un accidente, en un intento por prevenirlo. A veces la culpa puede ser atribuida al azar de la vida, y otras, a alguien con una mente tan retorcida que tal vez solo busca el límite de las personas para arrastrarlas a la miseria. Porque abrir esa puerta, fue decisión de Ethan.

Por alguna razón éste tropiezo del destino solo dura un instante, pero la mente tiene la mágica capacidad de reproducirlos en cámara lenta, volviéndolos interminables y dolorosos recuerdos. Ocurre sin razón, como una bofetada al azar en el aire. Lo peor es que eres consciente de que ocurre, pero al principio no hay reacción, no consigues dolor hasta que el impacto lentamente comienza a hacer visible su marca.

Con él no fue distinto. Y la mejor parte era esa tétrica voz de fondo que murmuraba insistente en su cabeza:

“Ethan, bienvenido a tu primera lección”.

La venda de sus ojos llamada “primer amor” se cayó, revelando a un completo desconocido ocupando ese lugar.

Sería muy difícil olvidar ese semblante de depredador que capturó al momento de abrir esa puerta. La mirada llena de odio y rencor que ensuciaba el rostro al que alguna vez creyó arrancarle la más hermosa de las sonrisas. ¿Quién era ese hombre que torturaba entre sus brazos a Darrell sin piedad? Es verdad que el rubio no era su persona favorita en este mundo, pero no podía soportar la idea de que esa escena quedaría grabada en su mente tal vez para siempre.

Darrell entre los brazos de Byron, con los sentidos cubiertos y una terrible vergüenza expuesta, la viva imagen de la vulnerabilidad. Ethan era tan endeble, que la humedad que resbalaba por las mejillas de Darrell justo debajo de su venda lo abofeteó sin piedad. Pero no era nada comparado a darse cuenta de que ese demonio de rostro impasible y cruel, era la misma persona que una noche antes le había dicho “te amo” bajo cientos de besos y promesas absurdas.

Permaneció inmóvil en el marco de la puerta, con su mano resbalando lentamente del pomo de ésta, dejando que solo el chirrido lento de su abrir llenase el salón.

Cuando Magnus volteó a mirarlo, fue demasiado tarde.

Ethan había visto suficiente, y ambos sabían que no existía explicación para remover ese rostro triste y decepcionado que ahora también perseguiría al profesor para siempre. Sus ojos verdes brillaron vidriosos y en su garganta había un nudo que no se podía tragar. Quería llorar. Tenía ganas de salir corriendo y gritar. Pero incluso ahora, en medio de una marea que solo anunciaba tempestad, no pensaba faltar a sus principios, a su moral. Tomó lo último que quedaba de esa fallida descarga de adrenalina, de esa valentía que había provocado este accidente, para avanzar con algo de miedo hacia ese lugar.

El simple sonido de sus pasos pareció asustar a Darrell de una forma que hizo estrujar su pecho. El profesor lo soltó en ese instante, se separó de ese chico que ahora recogía desesperadamente el aire y temblaba al sentir el frío de la libertad, pero lo extraño es que no se movía mucho más. A diferencia de lo que creyó, Bloom no salió corriendo, ni maldijo a Byron, ni se esforzó por quitarse esa venda de los ojos para encarar a Ethan. Estaba ahí, sentado como un títere esperando una orden.

—¿Qué haces aquí? —fue lo primero que preguntó ese irreconocible hombre.

La mirada de Byron apenas y rozó unos segundos más la presencia de Ethan, se puso alerta al reparar en las personas tras la puerta, y una nueva máscara sombría lo cubrió.

—¿Qué hacen aquí todos ustedes?

—¿Acaso importa… profesor? —logró decir Ethan sin que la voz se le quebrara, recuperando la completa atención de Magnus. Se acercó a Darrell con pasos lentos, casi titubeantes y, con delicadeza, le quitó esa horrible venda de los ojos, mirándolo con temor al ver ese tono rojizo en sus ojos grises. Esperaba verlos llenos de ira, rabia y un ferviente deseo de venganza. Pero ahora… estaban vacíos—. Venimos a buscarte, Darrell… levántate y vámonos de aquí… —trató de pedirle, pero el chico no profería respuesta alguna. En su lugar solo volteó a ver a Byron, como si estuviese pidiéndole permiso, en un estado de shock que Ethan jamás había presenciado en una persona antes—. ¿Darrell…? Darrell levántate… ¿p-por qué no…?

—Aléjate de él, ahora —advirtió Byron con un tono que oscilaba entre lo gélido y amenazante—. Él no se irá a ninguna parte

—¿Qué le has hecho…? —susurró en un hilo de voz, casi aterrorizado.

El profesor por fin abandonó su lugar, pero cuando todos creyeron que haría lo impensable, tomó al de ojos verdes del brazo con la intención de hacerlo retroceder y sacarlo del aula.

—Tienes que salir de aquí, todos ustedes tienen que hacerlo ahora —ordenó con una voz tan profunda y llena de rabia que Ethan casi repelió el contacto de su mano—. Creí haber dado una orden clara cuando mencioné que las lecciones eran privadas.

—¡No me iré de aquí sin Darrell! —sentenció el chico de forma obstinada, incapaz de creer lo que estaba sucediendo.

Forcejeó inútilmente contra el agarre del profesor, terminando por mirarlo a los ojos esperando una respuesta. Buscando, sin éxito, alguna señal de que el Magnus que conocía aún estaba ahí.

Pero él también estaba vacío.

No había rastro de él en esos ojos que ardían como fieras. No había una sola curva en sus labios, un brillo en su mirada, alguna señal de culpa en su voz. Alguna disculpa en el contacto forzado de sus cuerpos.

Aquel era simplemente el profesor M. Byron, el demonio de la clase A-69.

—¿Acaso no me escuchaste, Collins? —respondió de la misma forma, sin dar su brazo a torcer— Luke Avery, Simon Harvey y Bruce Hudson… —enlistó sin siquiera mirarlos—. Si no quieren estar fuera de esta universidad en tres minutos, entréguenme todo lo que tienen en las manos y salgan de aquí.

Todos ellos titubearon, temieron por la simple mención de sus nombres, frustrando aún más a Ethan con la situación. Le tenían tanto miedo a ese tono intimidante, era tan clara la señal de sumisión, que no se podía imaginar qué situaciones tuvieron que vivir para llegar a ese nivel de obediencia absoluta.

Jamás olvidaría la mirada baja de Luke cuando le entregó el celular con el que había tomado evidencia de lo sucedido. La forma en la que se estremeció cuando se cruzó por accidente con la mirada del profesor. No podría olvidar a Bruce, quien siempre le pareció una bestia indomable y explosiva, entregándole la llave con la que habían abierto la puerta mientras su mirada parecía perdida. Y a Simon. Un Simon que jamás había visto, y probablemente el único que expresaba algo con la mirada: Una despiadada indiferencia mientras alzaba las manos como un delincuente atrapado en escena, mostrando las palmas al intentar defender una inocencia que en esas paredes no existía.

Y dolorosamente, aquello respondió una de las tantas preguntas que alguna vez se hizo Ethan, porque el miedo de Simon venía de la experiencia, pero se expresaba con indolencia ante las lecciones aprendidas.

El estruendo de un objeto rompiéndose asustó al de ojos verdes, reconociendo el celular de Luke ahora en el suelo siendo aplastado por los pies del profesor. Ninguna queja salió de los labios de nadie, no había atisbo de sorpresa en la mirada de otros aparte de Ethan. Como si toda esta escena fuese algo que se esperaba, una actuación al mejor montaje.

Pero cuando todos habían parecido desviar la atención, el chico aún sentado en ese lugar de tortura descansó involuntariamente, pues en algún punto cerró los ojos y dejó de luchar contra el peso de su propio cuerpo, dejándose llevar. Darrell se desvaneció en un instante.

—¡Darrell! —exclamó Bruce de repente, corriendo a socorrerlo cuando éste pareció perder la consciencia— ¡Darrell, despierta, con un demonio!

—¿Q-qué le está ocurriendo…? ¡Hay que sacarlo de aquí! —exclamó Ethan con miedo al ver al rubio cada vez más pálido.

—¡Bajen la maldita voz, no se está muriendo! —los calló el profesor con una orden severa, acercándose a Darrell para hacer un rápido chequeo de su estado—. Esto es culpa de ustedes, las lecciones no deben ser interrumpidas y mucho menos a la mitad, hicieron que elevara su estado de estrés emocional. ¡Se los he advertido cientos de veces! —remarcó en dirección a los tres ignorando a Ethan.

 —¿¡Estás diciendo que esto es normal!? —alzó la voz el casi-rubio, perdiendo la compostura que antes había intentado mantener al cansarse de ser invisible— ¡Tenemos que llevarlo a la enfermería y ni tú ni nadie lo va a impedir!

—¡Collins! —exclamó Byron.

—¡Simon, Luke, ayuden a Bruce a llevarse a Darrell! —ordenó esta vez el chico, desafiando explícitamente al profesor sin importarle la presencia de los demás.

Él no era Magnus. Él no era nadie a quien le guardase el mínimo respeto, mucho menos afecto.

—¡Si salen de aquí sin mi consentimiento estarán en problemas!

—Ya tienes suficientes, Byron. ¿Quieres a alguien para darle una lección? Bien, ocuparé el lugar de Darrell.

—¿Ethan… qué dices?

—¡Lo que escuchaste, ahora los demás váyanse! —vociferó con la rabia resbalando en sus ahora blancos nudillos.

Se atrevió a interponerse como barrera entre los chicos y el profesor. Éstos, anonadados por la forma en la que Ethan se enfrentaba a él, decidieron que no podían desaprovechar esa valentía e hicieron lo que les había pedido. Luke cubrió a Darrell con su saco mientras Simon y Bruce lo cargaban entre ambos y le hablaban en un intento por hacerlo reaccionar. Fue Simon quien se atrevió a dedicarle una última mirada de apoyo a Ethan, y pronto desapareció con Bruce a toda prisa, Luke siguiéndoles el paso.

Estaba seguro de que Byron estaba furioso, podía sentirlo, prácticamente le quemaba la mirada que tenía encima de él. Su cabeza le dolía y palpitaba, era irónico que sintiese que se asfixiaba en el lugar que antes le había robado suspiros. Ambos esperaron a que estuviesen solos, por alguna razón le sorprendió que el profesor permitiera que se marcharan, se esperaba algún tipo de arranque de rabia o un completo desastre.

Tal vez, incluso, se imaginó terminando en el lugar de Darrell.

Y fue por eso que cuando los perdió de vista y los sonidos de sus pasos desaparecieron por el pasillo… alcanzó su límite.

Fueron escasos segundos los que se quedó inmóvil, para después moverse cual pajarillo enjaulado y buscar la salida desesperadamente. No podía. No podía enfrentarse a Byron con la cabeza y el corazón hechos un desastre. Cuando aún no lograba asimilar la idea de que esto no fuese una pesadilla. Pero ni siquiera había alcanzado el marco de la puerta cuando Byron la cerró con una fuerza desmedida. Ethan ahogó su infortunio y golpeó la superficie de madera con sus manos convertidas en puños antes de apoyar la frente en éstos, murmurando con la voz llena de rabia, ahogada por las lágrimas que se negaba a dejar salir.

—Déjame ir… solo déjame ir…

Los brazos del profesor lo mantenían encerrado entre su cuerpo y la puerta, podía sentir perfectamente el escaso espacio entre su espalda y el pecho de Magnus, y de solo pensarlo se encogía en su lugar.

Porque no sabía quién era en verdad la persona que estaba detrás de él.

—No lo entiendes… —aquella voz le dolió reconocerla, era la que había esperado escuchar en algún momento de este fatídico día. Tensó la mandíbula y golpeó con la rodilla la puerta.

—¿¡Qué es lo que no entiendo!? ¿¡Que mientras yo creía que esas lecciones te hacían sentir mal por lo que hacías, en realidad lo disfrutabas!? —gritó, volteándose para mirarlo de forma borrosa. Ahí se dio cuenta de que su intento por retener las lágrimas fue inútil— ¡Traté de entenderte Magnus, lo intenté! ¡Te di el beneficio de la duda y jamás te pregunté! ¡Los dos sabíamos que mi ignorancia era lo que mantenía el equilibrio, y lo permití porque me juraste que no lo volverías a hacer!

—¡Lo hice porque era necesario, se estaba entrometiendo mucho más de lo que podía permitir, trataba de protegernos! ¡Incluso de protegerte a ti!

Cuando el llanto surcó sus mejillas, sintió que algo terrible se apoderaba de él al ver de vuelta al rostro que conocía, al Magnus que ahora reflejaba miedo y  frustración al igual que él. Como si se hubiese quitado una máscara invisible o tuviese una personalidad distinta, sabía que ese rostro más humano era el suyo.

O eso quería creer.

—¿¡Y a qué precio!? ¿Acaso esta es la única forma que conoces para solucionar las cosas? ¿A esto te referías con que “todo se iba a arreglar”…? —negó con la cabeza mientras la decepción invadía su mirada. Y ahí estaba. Ahí estaban esos ojos azules que lo martirizaban, ahora plagados de una tristeza que antes no se había atrevido a mostrar— Me lo prometiste…

—Era la única forma de detenerlo, Ethan, para personas como Darrell-…

—¡No, no lo era! ¡Darrell no es más que otro estudiante que deseaba vengarse por lo que hacías! Nada de esto hubiese pasado si no dieras esas lecciones en primer lugar…

—¡No es como si quisiera hacerlo realmente, pero es parte de mi trabajo!

—¿¡En qué clase de trabajo te pedirían algo así!? ¿¡El director William te lo pidió!?

—¡Por supuesto que no! —respondió frunciendo el ceño, claramente afectado por lo que Ethan había dicho.

—Entonces tienes razón, no lo entiendo… porque a pesar de que intentes justificarte y negarlo, vi tu rostro, Magnus… —murmuró con la voz entrecortada— Jamás… había tenido tanto miedo de alguien en mi vida. Lleno de rabia, ira, y con tantos deseos de vengarte… lo estabas disfrutando.

—Yo no… —trató de defenderse, pero su voz se apagó. Incluso Byron sabía que lo que decía era verdad, pero se negaba a aceptarlo, a verse a sí mismo como el monstruo en el que se había convertido.

—Y además me mentiste… me dijiste que no les hacías daño… —Ethan se llevó las manos a la frente, estrujando las hebras de su cabello hacia atrás con desesperación al recordar la mirada de Darrell cuando le quitó la venda— Los destruyes… los haces pedazos para que hagan lo que ordenes… y tienen que actuar como si no sucediera nada frente a ti, frente a mí… ¿quién eres…?

La última pregunta hizo retroceder al profesor como si le hubiesen clavado algo en el pecho, pues había sido pronunciada con tanta sinceridad y dolor, que sabía lo que se avecinaba.

—Dijiste que me amabas… sin importar lo que fuera a decirte después… —murmuró el profesor, ganándose una mirada llena de rencor por parte del menor.

—Eso se lo prometí al hombre que con el que creí compartir los mismos principios… el Magnus del que me enamoré era cruel a su manera, pero incapaz de destrozar a alguien de esta-… —en ese momento Ethan se detuvo y sonrió de forma decrépita y triste, sin limpiarse las lágrimas— Tal vez… me enamoré de la fachada del demonio que acabo de conocer… y todo este tiempo no fui más que un imbécil idiotizado por la idea de que podías amarme.

—No lo digas así, no tienes ni idea… de lo que estás diciendo —dijo casi suplicante, acercándose mientras el chico retrocedía todo lo que su cuerpo le permitía—. Esto no es más que un error, crees tener la razón pero no es así.

—¡La tengo porque no puedo comprenderlo, porque no me cabe en la cabeza que me ames y me mientas! Porque fui paciente… ¿o es que no lo recuerdas…? —esta vez fue el de ojos verdes quien se acercó, haciendo retroceder al otro— En su momento te perdoné las lecciones, ni siquiera me importó averiguar en qué consistían, en ese momento me temía que fuese tan desagradable para ti que yo me enterase, que te perdoné a ciegas —el profesor sostuvo a mirada cada vez con más culpa, mientras Ethan los desgarraba a ambos por igual—. ¡Me pediste hacer a un lado tu pasado y así lo hice! Te habría perdonado todo, todo lo que hubiese sido antes de nosotros… pero te lo advertí. Te perdonaba secretos, no mentiras.

Byron palideció, incapaz de articular una palabra, de moverse un solo centímetro mientras sus palabras le herían tan profundo como si ahora estuviese envuelto en espinas al ver que Ethan retrocedía para tomar el pomo de la puerta y la entreabría sin mirarle.

—¿Es así como quieres que termine…? —dijo el profesor en un intento por detenerlo, la forma en la que se contenía para no alzar la voz era más que evidente, tenía miedo de terminar esa frase— Nada de esto hubiese ocurrido si no hubieses cruzado esa puerta… ahora entiendo qué es lo que Darrell quería. ¿Vas a dejar que su plan funcione?

—Darrell no hizo nada, fuiste tú —contradijo Ethan mientras lo miraba con indignación—. Planeado o accidental, entré aquí temiendo por ti y ahora saldré temiéndote… ¿Crees que solo Darrell lograría algo así? Eres tú, Magnus.

—¡Bloom ha estado entrometiéndose hasta alcanzar mi límite! Tú mismo tenías sospechas de ello…

—¡Pero el plan funcionó gracias a ti! —le echó en cara sin remordimiento, cansado de esta pelea que parecía regresar siempre al mismo punto— Gracias a tu egoísmo y soberbia, preferiste darle una lección antes que repetar mi promesa… ¿Así esperas que yo crea que me amas?

—No te atrevas a poner eso en duda… —el de cabello azabache bajó la voz frunciendo el entrecejo, pero ni siquiera esa seriedad podría frenar a Ethan ahora.

—Entonces mírame a los ojos y júrame que no lo volverías a hacer.

Miraba directamente a Byron, con aquel tono cristalino que hacía brillar el verde de sus ojos, impacientes por una respuesta, capaces de mantener esa pequeña oportunidad del anhelo escondido en ellos. Una sola señal de arrepentimiento podría salvarlo. Magnus entreabrió los labios sin pensar en lo que respondería, pero la imagen de Estefan apareció en su mente.

Y dudó.

Y ese simple gesto bastó para ver lo que quedaba de esperanza en la mirada de Ethan apagarse, para detener el tiempo y drenar todo lo que el cariño alguna vez construyó a base de esfuerzo.

Ethan comprendió en ese momento, que lo más importante para Byron… no era él.

Esperaba algo. Tal vez ambos esperaban algo. Pero ninguno de los dos sabía lo que era, porque ninguno de los dos podía perdonarse lo que acababa de ocurrir. El de ojos verdes se limpió las lágrimas de las mejillas con la mano libre y miró una última vez a Magnus… ahora de forma vacía.

—Lamento haber interrumpido su lección, profesor Byron, aprendí la mía.

Y cuando salió por esa puerta, el mundo entero de dos personas se hizo pedazos.

~*~

Tal vez caminó, tal vez corrió, tal vez su conciencia había decidido darle un descanso y desaparecer en el trayecto. Todo lo que supo era que el aire le azotaba la cara con fuerza y que las lágrimas se habían enfriado en sus mejillas al llegar al solitario elevador del edificio.

En la batalla de su mente habían miles de voces, unas preguntándose si Darrell estaría bien, si había hecho mal en seguir a Bruce, si todo era parte de un plan que se ideó tiempo atrás, si alguien sabía de la relación que tuvo con su profesor. Otras incluso haciendo preguntas más distantes y profundas, como las lecciones que ahora sabía que Simon había tomado, al igual que Luke y Bruce, imaginándose a cada uno en el mismo lugar que ocupó Bloom. Lastimándose una y otra vez por alterar ese recuerdo.

Sin embargo, miró a sus espaldas, sin poder evitar que los absurdos deseos de una última ilusión siguieran ahí, esperando ver a Byron siguiéndolo para arrepentirse de su decisión. Para demostrarle lo equivocado que estaba, para corregir cada pensamiento con una explicación, para que Ethan… dejara de sentir que algo le había sido arrancado.

Pero ahí no había nadie.

La dulce esperanza que siempre caracterizó su corazón comenzó a extinguirse, dejando de esperar por algo que nunca iba a llegar. Pero la mirada que le dirigió Magnus se quedaría ahí, persiguiéndolo como una tortura final, probablemente tan grabado en su memoria como la escena en la que presenció a un verdadero monstruo.

Tal vez se lo merecía, tal vez el mundo tenía razón y la realidad nunca era perfecta. Tal vez esa era su primera lección: El primer amor es ciego. Inocente al caminar por lugares desconocidos sin detenerse a mirar, creyendo que sostenía la mano de alguien en quien podía confiar porque seguía el mismo camino. Por desgracia había entendido que el amor tal vez era solo eso, ignorar piedras a tu paso mientras tropiezas, aprendiendo a caer y levantarse. Su error fue comenzar a encariñarse con ellas, cargándolas y llenándose con secretos, mentiras, sentimientos callados y verdades ocultas. Era desgarrador ser víctima de su propio amor ilimitado. Por dejarse llevar por la corriente, ignorando todo lo que desde un principio debió de ser preguntado.

Se embriagó tanto de primeras veces, que se olvidó de la exisencia de las últimas.

Lo peor es que Byron nunca se mostró realmente arrepentido, parecía alimentarse de una obsesiva venganza con la que Ethan no podía competir. Y eso no podía soportarlo, no de esa manera. Pero ahora sentía que había perdido al hombre del que se había enamorado.

Byron, con la primera mentira, mató su primer amor.

Sentía que no podía más, su propio cuerpo le pedía a gritos desplomarse en algún lugar y no moverse jamás. El elevador le abrió las puertas con el mismo sabor amargo, abriéndole paso a un pasillo que le aseguraba ser su solitario refugio. Pero como cada vez que estuvo a punto de tirar todo por la borda, de dejarse caer junto a sus emociones, un rostro conocido apareció de la nada, provocando que sus ojos se inundaran nuevamente de lágrimas. Su salvavidas a mitad del mar.

—Sebastian…

Lo abrazó sin decir más que sollozar, escuchando a la lejanía preguntas que no se atrevería a contestar, dejando de prestarles atención al no comprenderlas. Solo quería ocultarse como si estuviera viviendo una terrible pesadilla. Hasta que el moreno pareció desesperarse y, aún entre sus brazos, lo obligó a mirarle.

—¿¡Qué te ocurrió!?

—Tenías razón… tú siempre tienes razón…—murmuró con una voz tan rota como él mismo, paralizando a su mejor amigo—. Nunca debí enamorarme de alguien a quien no conocía…

Se infundió el silencio mientras un nuevo sobreprotector abrazo nacía, dándole a Ethan la libertad de esconderse, de llorar, incluso de derrumbarse. Pero aún entre lágrimas, la voz de Sebastian le causó un escalofrío que fue incapaz de ignorar.

—¿Qué fue lo que te hizo...?

—Mintió… en todo.

[—BYRON—]

Los objetos perfectamente acomodados con una enferma obsesión sobre el escritorio, volaron sin piedad al otro lado de la habitación, dispersos y algunos rotos por todas partes. Byron destrozaba todo a su paso, al igual que todo lo que tocaba. Así como lo había hecho con Ethan. Por fin lo había conseguido, había quebrado en mil fragmentos todo lo que siempre temió construir, todo lo que jamás creyó que le importaría en esa medida.

¿Cómo lo consiguió? ¿Quién le había dado el derecho a Darrell de hacerlo pedazos?

“Darrell no hizo nada, fuiste tú.”

Los libros sobre la repisa cayeron obedientes ante la fuerza de sus manos, impacientes y con ganas de drenar el dolor que lo consumía, sin saber realmente cómo hacerlo. Sin saber cómo olvidar esos ojos verdes que tanto detestaba ver llorar, vacíos por su propia culpa.

Siempre fue capaz de cargar con el peso de haber destrozado a innumerables personas, año tras año acumuló decenas de pecados alrededor de sus lecciones en el aula. Todas transcurrieron sin culpas, ni una sola se había adherido como un recuerdo sobresaliente, y ahora aquí estaba.

Deseando regresar en el tiempo, y jamás haber cedido a sus impulsos más banales en comparación con lo que ahora había perdido. Sabiéndose el único responsable de haber aniquilado lo que había descubierto como amor.

El hombre que alguna vez fue frío y disciplinado, ahora miraba el desastre en el salón privado de la biblioteca, donde se ocultaba cual bestia después de haber cometido un asesinato. Consumido por la rabia después de procesar el shock que le había producido el encuentro con Ethan. ¿Acaso esto era el final de lo que creyó que sería lo único por lo que valía la pena luchar? Le parecía cobarde pensarlo, pero sus manos ya estaban manchadas con la responsabilidad. ¿Con qué cara podría pedir perdón? ¿Por qué debía pedirlo exactamente? No, él no lo sabía. Desconocía por qué debía de disculparse por algo que tantos años le indujeron que era correcto, él mismo confiaba en la naturaleza de sus acciones.

¿Por qué gracias a Ethan se sentía culpable, y por fin miraba con otros ojos lo que sabía que estaba mal?

No era la primera vez que sentía algo desgarrándolo por dentro, de una forma u otra, se había familiarizado perfectamente con el dolor. Con las emociones violentas, con los métodos para reprimirlas. Y ninguna funcionaba en este instante, ninguna lo hacía sentir menos impotente, menos destrozado, menos dolido. ¿Por qué había dudado? ¿Acaso la única forma de amar a Ethan era hacer a un lado todo lo demás? No podía hacer algo como eso. Ethan no era el único al que amaba, pero sí el que se había adueñado por completo de su amor como tal.

—Perdóname, Ethan… —repitió una y otra vez al apoyarse en el escritorio, presionando con los brazos hasta que éstos le dolieron.

Los malditos Bloom… siempre eran ellos. Desde que había pisado por primera vez esta universidad, todos los males que podía contar con ambas manos los habían provocado ellos. Por más que a Estefan le debiera dos veces su vida, ahora sabía que el precio de hacerlo era demasiado alto. Y no había mayor rabia que cometer el error que alguna vez ya le habían advertido.

William siempre tuvo razón, en cada momento, en cada consejo. Y como siempre, la soberbia de Magnus le impidió hacer lo correcto.

Y cuando la cólera pasó, cuando no hubo nada más para estrellar contra el suelo, la puerta se abrió con una intensidad que le hizo estremecer con un deja vú, como si reviviera el instante en el que Ethan había abierto la puerta del aula. Esperando verlo ahí con una última oportunidad que realmente no se merecía, y tampoco existía.

—¡Byron! ¡Todo el mund-…! —Jeremy apareció en el marco de esa puerta, rompiendo cada absurdo deseo. Mirando con horror el desastre en el que se había convertido esa jaula, inclusive la puerta no pudo cerrarse por los libros que se esparcieron en el suelo al abrirla— ¿Qué demonios hiciste…? ¿¡Qué sucedió!? ¿¡Entonces es verdad lo que hiciste!?

—¿Qué…? —generalmente ignoraba ese tipo de preguntas, pero aquella última lo alarmó— ¿Cómo… supiste que estaba aquí? ¿Qué escuchaste?

—No lo sabía, pero no tienes muchos escondites. Vine a comprobar que mentían… pero los rumores vuelan, y al parecer no son falsos —explicó, pateando objetos hasta crear un camino y acercarse a Byron para tomarlo de los hombros y exigirle una explicación—. ¿Mandaste a Darrell Bloom al hospital por una de tus lecciones?

—¿Cómo sabes eso?

—En este momento toda la maldita universidad se debe estar enterando, no importa a dónde vayas, los indiscretos saben perfectamente de lo que hablan… ¿lo hiciste?

Magnus sonrió de forma sátira, incapaz de contener la rabia en su mirada.

—Ese maldito podría morirse ahora mismo, no me importa… ¿y qué si lo hice? —escupió de mala gana, con una crueldad que el rubio jamás había presenciado antes— Se merece aún más que eso por atreverse a meterse conmigo, con Ethan… ¡consiguió lo que quería, felicidades al hijo de perra!

—¡Byron tan solo escúchate, se consciente de lo que estás diciendo! —trató de hacerlo entrar en razón sacudiéndolo un poco— ¡Darrell puede ser lo que quieras, pero jamás habías hablado así! ¿No decías que todos tus perros son insignificantes? ¿Qué hizo para que perdieras la cabeza así?

—¡Utilizó a Ethan, eso pasó! —vociferó de mala gana, deshaciéndose de su agarre para hacerle saber su frustración— ¡Entró a mitad de la última lección!

El de rizos se quedó paralizado, deseando que Byron solo estuviese molestándolo otra vez. Tardó un largo instante en comprender que aquello era verdad, y que Magnus en realidad se estaba derrumbando lentamente.

—¿Cómo demonios logró entrar…? ¿¡Y por qué estabas dando una lección a plena luz del día!? ¿¡Qué diablos estaba pasando por tu cabeza!? —Exigió saber con un enojo que tal vez no le correspondía, pero tenía todo el derecho cuando él mismo había tratado de evitar ese error— ¡Sabía que no ibas a detenerte, hice lo que pude y aún así fuiste a meter las manos!

—¡No ibas a poder evitarlo, necesitaba librarme de Darrell de una vez por todas! Pero él planeó todo esto desde el principio… alguien consiguió la llave del aula, no me interesa quién ni cómo, pero de todas las personas… escogió a Ethan para ser testigo…

—¡No, no, no…! —el rubio maldijo por lo bajo, llevándose las manos a la cabeza con frustración y comenzar a andar entre el desastre con la mente hecha un lío, justo como Magnus había hecho momentos atrás— William, yo, todos te lo advertimos… ¿¡por qué seguiste al pie de la letra la petición de Estefan!? ¡En el fondo sabías que esto terminaría mal, te propuse que buscáramos otra solución!

—¿¡Y qué caso tenía!? La única forma de contener a Darrell era esa, y Estefan también lo sabía, él no se tiene la culpa de que cometiera este error.

—¡Deja de defenderlo de esa manera! ¡Los dos sabemos que Estefan solo tiene voz y voto porque tú se lo permites! Por más que traté de hacerte entrar en razón… dime, idiota, resuélveme la existencia en este momento: ¿quién es más importante para ti? ¿Ethan? ¿O Estefan?

Y nuevamente, el profesor abrió la boca solo para que la respuesta quedase en el aire, para que Jeremy también comprendiera que él era incapaz de tomar una decisión como esa. Aquello lo dejó desconcertado, sabía que Byron era difícil de tratar cuando de sentimientos se hablaba, y cuánto trabajo le costaba relacionarlos. Pero que a estas alturas no pudiese tomar esa decisión por Ethan…

—¿Byron…?

—No puedes preguntarme algo como eso, Jeremy.

—¡Sí puedo! Porque al parecer no sabes establecer prioridades, quien está aquí encerrado contigo y te mira todos los días es Ethan. A quien verdaderamente amas, es a Ethan. Estefan se las ha arreglado perfectamente los últimos años y no es un niño.

—Pero sabes bien que no puede dejar de ser mi prioridad… él siempre lo ha sido.

—No, tu prioridad no es precisamente “él”. Y también sabes eso, solo no quieres atreverte a mencionarlo. Ahora ¿por qué no me miras a la cara y me dices cómo se lo tomó Ethan? Explícame por qué estás aquí hablando conmigo y no con él.

Byron volvió a sonreír de esa forma tan horrible que solo podía arrastrar al dolor a quien lo mirase, sabía que se veía patético, pero ya nada tenía importancia.

—Ethan no quiere ni verme a la cara… —murmuró con simpleza, sin ganas de ahondar en cuánto lo había lastimado.

Cuánto los había lastimado.

Jeremy lo miró frustrado, compasivo, dolido por todo lo que estaba ocurriendo. Pero seguía pensando que Byron era un estúpido. Lucía como si ya se hubiese rendido de forma tan fácil, y los problemas solo estaban comenzando.

—Tendrás que decírmelo quieras o no, porque esos rumores no van a tardar en aterrizar no solo con William, también con el rector. Necesitas un respaldo y-…

—¡Byron! —vociferó una voz que los alarmó a ambos, irreconocible y furiosa.

La sorpresa de Jeremy fue tal, que permaneció clavado en el suelo cuando una figura atravesó la puerta como una bestia, abriéndose paso de forma violenta solo para tomar a Magnus del cuello de la camisa y atravesarle la cara de un puñetazo que  tal vez solo el azabache vio venir. Pero no lo evitó. No alzó los brazos en un intento de defensa. Ni siquiera se inmutó ante el dolor, actuando como si lo mereciera. El profesor buscó apoyo en el escritorio, limpiándose la comisura del labio por el que ahora brotaba un llamativo hilo carmesí. Aturdido, parpaderó varias veces antes de tratar de incorporarse, solo para recibir otro golpe en el mismo lugar y repetir la acción, esta vez más lento.

—¡SEBASTIAN! ¿¡Qué demonios crees que haces!? —bramó el de rizos al reaccionar, amenazando con interponerse entre ellos, pero el moreno lo miró de forma amenazadora. Si se atrevía a acercarse, todo saldría peor.

Ninguno de los dos reconocía al Sebastian plantado en ese lugar.

—¿¡Con qué cara se atrevió a hacerle eso a Ethan!? —exigió saber, con las manos aún hechas puños al volver a tomarlo por la fuerza— ¡Maldito hipócrita! —escupió al propinarle un buen puñetazo al estómago.

—¡Sebastian, detente! —incapaz de quedarse por más tiempo en su lugar, Jeremy trató de separarlos, no podía hacerlos entrar en razón al mismo tiempo y el moreno tenía cara de querer matar al profesor.

—Déjalo, Jeremy…. Tiene razón.

—¡Por supuesto que la tengo! Hace apenas una noche se atrevió a encararme como si fuera el hombre más perfecto del mundo, y ahora me devuelve a Ethan hecho pedazos. ¡Nadie más podría hacer algo así!

—Nunca fue mi intención… jamás, realmente lo amo. Jamás deseé que ocurriera algo como esto…

—A mí no me venga con esa mierda, si lo hubiese amado, cumplir la única condición que le puso no sería un problema. ¿¡Qué tan difícil puede ser decirle la verdad a ese chico!? ¿¡Qué fue lo que hizo para merecer algo así!?

—¡Trataba de protegerlo!

—¡De lo único de lo que había que protegerlo, era de usted!

—¡Basta ya! —el rubio empujó con una fuerza desmedida a su violinista, creando distancia suficiente entre él y Byron para entrometerse e impedir más violencia— ¡No te atrevas a golpearlo una vez más!

En otro momento tal vez Sebastian le hubiese prestado atención al verdadero potencial físico de Wild, la habilidad que tenía para esconderlo y contenerse tan bien. No le extrañaba la forma en la que podía defenderse él mismo. Pero este no era el momento, no cuando le hervía la sangre y su mirada deseaba clavarse como una daga en el cuello del profesor Byron. No importaba cuánto intentase controlarse, no quería hacerlo, menos cuando recordaba la forma en la que había abandonado a Ethan para venir a descargar su ira. El de ojos verdes no había dejado de llorar, de maldecir, de implorar que alguien lo despertase de una pesadilla. Sebastian temía, con cada fibra de su ser, la forma en la que Ethan veía hacia un punto vacío y parecía que la decepción se apoderaba de él.

Lo mataron. Mataron todo.

—¡No te metas, Jeremy! Dije que pondría la universidad de cabeza si se atrevía a hacer llorar a Ethan. ¡Pero se atrevió a hacer algo mucho peor! —alegó, mirando por fin a su amante.

—¡No puedes pedirme que me quede quieto mientras miro cómo descargas tu ira en él! ¡Es mi mejor amigo!

—¡Ethan es el mío!

—Jeremy, no sigas… —masculló Byron tratando de recuperar a bocanadas el aire que le fue arrancado furiosamente a golpes—. Todo esto es culpa mía…

—¡No, no lo es! —lo defendió, aún a costa de todo principio, de toda moral que pudiese ser considerada correcta. Lo defendió como lo que era, el más leal de los amigos. Uno al que le saldría muy caro seguir hablando— ¡Tú jamás quisiste impartir esas lecciones, nunca has querido hacerlo pero te acostumbraste a ello! Elegiste el camino fácil, pero no por ello mereces perder lo único que te ha importado.

—Jeremy, ya cállate… —suplicó Byron, sabía perfectamente lo que ocurriría si continuaba.

—¡No, no puedo! ¡Sé que ibas a decírselo todo a Ethan después de la lección de Darrell, no permitiré que te maten por ello!

En ese instante, el profesor miró a Sebastian, quien parecía haber recibido un baño de agua helada con aquellas palabras. Con los ojos desmesuradamente abiertos mientras maquinaba exactamente el significado de esa frase. Byron negó con la cabeza, lamentándose por no haber podido detenerlo, por no haber prevenido otro accidente.

—¿Tú lo sabías…? —murmuró el moreno, mirando a Jeremy con horror—. ¿Sabías lo que ocurría en las lecciones y que las seguía impartiendo aún cuando salía con Ethan…? ¿¡Supiste de la lección de Bloom mucho antes de que ocurriera!?

—Sebast-…

—¡Respóndeme!

Los ojos avellana del rubio se encontraron directamente con los suyos, incapaz de mentirles, de ocultarles lo que ya era obvio. Le dolió darse cuenta del posible error que estaba cometiendo, pero aún a sabiendas de que esto le estrujaría el alma, fue incapaz de dejar a Byron solo. Amaba a Sebastian, pero Magnus era lo más cercano a familia que tenía. Murmuró un “lo lamento” antes de asentir despacio con la cabeza.

—¿Cómo pudiste ocultar algo así…? No solo a mí, también a Ethan. ¿¡Por qué permitiste que lo lastimara de esa manera!?

—¡Porque Byron tenía que cometer sus propios errores a pesar de que traté de evitarlos! ¡Y tú no puedes estar siempre ahí para proteger a Ethan, jamás te diría algo que no me corresponde! —trató de explicar sin éxito—. Invierte los malditos papeles un momento, Sebastian. Si fuese Ethan quien te pidiese ocultarme algo, ¿no lo harías?

El de lentes ni siquiera se dignó a dudar por un instante, solo clavó su mirada desaprobadora sobre el rubio mientras retrocedía lentamente.

—No lo sé, Jeremy. Pero si supiese que eso va a lastimarte, al menos lo intentaría… —sentenció, mirando una última vez a Byron—. Usted no se merece nada de lo que Ethan era capaz de darle.

—Lo sé…

—No, no lo sabe. Porque a pesar de todo, no ha hecho nada por arreglarlo. Solo está aquí viéndose miserable, permitiendo que lo golpee porque cree que así desaparecerá algo de la culpa —con el ceño fruncido, a Sebastian no le importó abofetearlo con la frialdad de sus palabras—. No se merece algo por lo que no piensa mover un dedo. Váyase al infierno.

—Vete ahora, Sebastian —exigió Jeremy en el mismo tono de voz, indispuesto a aceptar que le siguiera hablando de esa forma. A pesar de que sabía que tenía toda la verdad del mundo en los labios.

—Hagan lo que quieran… pero que ninguno se atreva a acercarse a él otra vez.

El moreno desapareció por esa puerta, estrujándole el alma a Jeremy y dejando caer un nuevo peso de culpa sobre los hombros de Byron, quien ya desconocía sus propias acciones y el rumbo por el que éstas lo estaban llevando.

¿Por qué seguía aquí y no luchando por Ethan? ¿Dónde estaba esa disposición a morir de hace unas horas? ¿Dónde se ocultaba el asfixiante cariño con el que se había movido para cometer el peor de los pecados?

¿A qué le temía?

—Perdóname, Jeremy… por mi culpa ahora…

—No lo digas —lo calló antes de que pudiese completar la frase, volteando para mirarlo con una seriedad que su rostro pocas veces portaba—. Lo amo, pero no voy a ir tras él cuando tengo una maldita amistad de diez años con tu estúpido trasero, eres a quien necesito sacar del pozo en el que te has metido y él lo sabe —de un momento a otro, tomando al azabache aún más desprevenido, lo sostuvo por el cuello de su camisa justo como Sebastian lo había hecho antes—. Pero él tiene razón, eres un cobare. ¡Dame una buena razón para comprender por qué no fuiste tras Ethan!

Con el dolor palpitando en su barbilla, la caotica respiración provocándole un ardor al recibir oxígeno por los golpes, y la mirada inquisidora de Jeremy, no se permitió mentir. Estaba cansado, finalmente, Magnus estaba cansado de ocultar y mentir. De seguir perdiendo todo lo que amaba, de apostar y echar a perder todo lo que tocaba. Lo miró con sus azules ojos vidriosos, buscando respuesta y consuelo en los avellana. Buscando, en lo más profundo de su existencia, la verdadera razón por la que no había movido un dedo cuando Ethan salió del aula. Entreabrió los labios con la voz apagada.

—No quiero que vuelva a mi lado.

Y Jeremy también se derrumbó.

[—ETHAN—]

La soledad por primera vez le sabía a miedo. El silencio que reinaba en esa habitación que había presenciado la caída de sus últimas lágrimas, lo envolvió de forma fría pero reconfortante. No recordaba el momento en el que Sebastian se había ido, solo sabía que ya no se escuchaban más sollozos, más quejidos, ni siquiera gotas rodaban por sus mejillas.

No quedaba nada.

Magnus nunca fue a buscarlo, a pedirle perdón a la caída del alba. No lo abrazó ni le suplicó entre besos que lo perdonara y le prometió que ahora todo sería diferente. Tal vez era muy idealista, un soñador nato al que le habían arrancado las alas. Con el paso del tiempo, la calidez de su interior se fue congelando.

Lo que antes debió tomar años, ese día fue tan solo cuestión de horas.

Debía admitir que nunca escuchó un “te amo” más falso. Jamás tuvo el placer de conocer a un mentiroso tan perfecto, escondido tras su dulce ceguera de amor. Si muchas veces temió despertar con una pesadilla para después buscar refugio en sus brazos, ahora sabía que todo este tiempo había dormido con una.

¿Cómo pudo Byron mirarlo al rostro todos los días? Besar sus labios con tan fingida alegría. ¿Tanto le divirtió como su juguete mientras se hundía en su propia agonía? El tiempo al que alguna vez llamó enemigo, le abrió los ojos para desgarrarle el corazón.

Era el destino, Ethan no estaba hecho para el amor.

Se incorporó lentamente del suelo en el que se había hecho un ovillo, con los brazos y piernas engarrotados por permanecer en esa posición un tiempo que le pareció eterno. El tiempo que tardó en drenar finalmente todo lo que se había dignado a sentir, a sufrir.

Para él, Magnus no era más que una mentira. Ahora cada recuerdo de palabra, cada beso, le sabía amargamente a engaño. Cada sonrisa le recordaba los rostros temerosos de los estudiantes en el aula, cada caricia a la mirada perdida de Darrell. Todo era lo mismo.

Muchas veces le dijeron que ser tan inocente tendría un precio muy alto, que la felicidad que emanaba algún día lo haría infeliz. Contra toda predicción se movió a paso firme, ignorando todo hasta que la realidad lo alcanzó. Hasta que lo despojó de cada ilusión que pudiese caber en su dulce cariño, arrasando incluso con recuerdos que nada tenían que ver con su dolor.

El manto de la noche oscureció la habitación, lo miró cambiarse de ropa, vestirse cual animal entrenado para obedecer finalmente a su anfitrión. Ya no iría más contra la corriente, o se atrevería a dar un paso en falso que pudiese abandonarlo en un abismo del que ya no tendría control. Se miró en el espejo del baño, lavándose la cara tras un largo momento de meditación. ¿A quién le importaba qué era lo correcto? ¿Quiénes, además de los seres humanos egoístas, se preocuparían más por sí mismos? No esperaría nada de nadie, no esta vez. Era su turno de moverse como su propia moral lo dictaba.

Tomó las llaves de su habitación de forma despreocupada y lanzó su teléfono a la bañera rebosante, aquella que Sebastian había preparado para él con el único fin de tranquilizarlo. Salió a pasos lentos, precavidos de su habitación. Y cuando finalmente estuvo dentro del elevador, supo que ya no había marcha atrás con su decisión.

Iría a ver a Darrell Bloom, y por fin, escucharía lo que tenía que decir. Porque tal vez todo este tiempo estuvo equivocado, y el verdadero demonio en este lugar, siempre había sido Byron.

Con todo el dolor aún en su pecho, estaba más que decidido a lograrlo.

Si alguien derrocaría a Magnus… sería él.


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