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The Teacher por MMadivil

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—Horas antes de encontrarse con Ethan—


Las clases de cálculo terminaron antes de lo esperado, ya había anochecido y desconocía por completo la hora, lo único que sabía era que aquella había sido la última clase del día. Sebastian se sentía mentalmente exhausto, las exigencias en sus clases eran tan duras que él sabía que si se distraía, se perdería de una gran parte. Necesitaba relajarse, lejos de todo y todos, por lo que agradecía que el edificio B estuviese lejos de la mayor parte del campus.


Además del edificio de residencias, aquel era el más apartado debido a que albergaba un gran salón de música que requería menos ruido exterior, literalmente era una sala de conciertos en versión miniatura y justamente en el segundo piso se encontraba el salón de artes, ese era el que veía el rostro de Sebastian todos los días.


Eran muchos los motivos que lo habían llevado a tomar una gran decisión entre la música y las artes, pero detestaba la idea de que alguien más pudiese escuchar o tan siquiera saber que tocaba el violín y era simplemente porque él solo tocaba para sí mismo. Las únicas personas que lo habían escuchado tocar eran sus padres, Ethan y ahora sus hermanos menores.


El caso del casi-rubio fue un completo accidente.


Cuando eran niños asistían a la misma escuela, vivían justo al lado del otro y jugaban juntos todas las tardes. Cuando uno de ellos era castigado —normalmente Ethan—, hacían enormes planes para escaparse a algún lugar muy lejano, pero tardaban tanto formulando sus ideas que para cuando habían terminado, ya les habían levantado el castigo.


Un día, habían castigado a Sebastian por haberle dado todos los dulces al perro, él estaba tan enojado por haber sido descubierto que fue al cobertizo del patio con su violín en la mano, se sentó ahí y se juró tocar hasta que se le cayeran los brazos para que su madre se arrepintiera de haberlo castigado. Pero él amaba tocar, por más que quisiera desquitar toda su rabia con el instrumento, simplemente al escuchar las notas que salían le provocaba hacerlas cada vez más y más bellas, al grado de enojarse consigo mismo porque el violín lo hacía recuperar su buen humor al instante.


Él y Ethan habían ideado una forma de verse cuando descubrieron unas tablas flojas en la cerca que compartían sus casas, lo único que tenían que hacer era entrar por debajo justo como lo hacía el perro, así era como se veían a escondidas y, el día en el que fue castigado, no consideró que su amigo se acordaría de ello. Él estaba tan absorto con sus propias notas que mantenía los ojos completamente cerrados y seguía la vibración de cada una de éstas, no fue hasta que se detuvo por el cansancio que reparó en que Ethan estaba sentado justo frente a él, provocándole un susto de muerte. A Sebastian jamás se le olvidaría lo que le dijo el casi-rubio aquella vez:


“—¡Eso es genial, sabes hacer música solito! —había aclamado el pequeño Ethan, con sus enormes ojos verdes brillando por la emoción— Si los ángeles hicieran música, se escucharían como Sebastian”


Nada en la vida lo hizo tan feliz como escuchar esas palabras de su mejor amigo, aunque su madre le había dicho que él sería un gran violinista y su padre le dijo que era su orgullo que tocase el violín como él, a ninguno de ellos les había creído con certeza, a nadie le creía más que a Ethan.


Suspiró ante tal recuerdo y no pudo evitar la tonta sonrisa que se formó en su rostro. Aún no podía creer que ese niño tan ingenuo que había extrañado por tanto tiempo ahora estuviese en la habitación contigua a la suya en el edificio de residencia, viviendo justo a un lado como cuando eran niños. Debía admitir que hace algunos años se había resignado a que no vería a Ethan otra vez.


El momento en el que chocaron por accidente el primer día, en realidad Sebastian lo había hecho a propósito, lo había visto caminando con el libro pegado en las narices y le pareció reconocer ese extraño color de cabello, pero no quería hacerse falsas ilusiones, así que lo hizo parecer un accidente.


Ahora no se arrepiente de ello, pero jamás va a decírselo a Ethan, sabe que lo molestará toda la vida si se le ocurre revelarlo. Aunque en todo caso, solo tendría que recordarle que gracias a sus rasgos alienígenas pudo reconocerlo.


Aquel chiste de “¿Tu cabello es castaño o rubio?” había surgido cuando Ethan entró en pánico de pequeño al ver que su cabello no estaba en la escala de tintes del libro de su madre —cuando hurgaban entre sus cosas porque no tenían nada mejor que hacer—, no estaba en la escala de rubios y no estaba en la de castaños.


Sebastian le había dicho que era un alien abandonado en el planeta tierra, eso explicaba su cabello raro y sus ojos verdes, que era adoptado y su madre tenía planeado experimentar con él cuando creciera, por eso se había comprado la máquina torturadora de ojos (un rizador de pestañas).


Ethan lloró por tres horas seguidas ese día y Sebastian fue castigado, desde eso lo único que el de ojos verdes decía cada vez que le preguntaba era “intermedio”.


Se rió sin importarle que estuviera completamente solo y pareciera un psicópata, a fin de cuentas para eso servían sus momentos de paz. Pasó de largo las escaleras que conducían al segundo piso y miró hacia la puerta del salón de música, como siempre, ésta se encontraba entreabierta a pesar de que estaba vacía. Había descubierto este hecho cuando vino a merodear hace varios meses, a los estudiantes les pedían comenzar la mudanza antes de las clases y a Sebastian se le ocurrió indagar los lugares donde probablemente sufriría, fue así como se topó accidentalmente con el salón.


Entró sin miedo alguno, era como si estuviese entrando a su propia casa, miró los asientos para espectadores que eran limitados, a diferencia del lugar de la orquesta que era increíblemente grande, pues si bien no había muchos estudiantes en Haverville para llenar esa sala, fácilmente eran veinte personas las que venían todos los días. Un número bastante alto considerando que el límite de la mayoría es diez.


Pasó la larga fila de instrumentos debidamente acomodados, iban desde guitarras hasta saxofones, había bajos y oboes por todas partes. Pero siempre le intrigó saber por qué solo había tres violines.


Tenía curiosidad, pero la curiosidad era la madre de todos los vicios, así que prefirió encerrar la idea en una jaula mientras abría con cuidado el estuche de uno de los violines, acariciando con suavidad el mango antes de sostenerlo junto al arco.


La verdad era que no le gustaba tocar con un violín ajeno, no era por capricho, simplemente conocía cada centímetro del suyo y eso lo hacía sentir mejor, además para él todos los violines sonaban distinto a pesar de tocar las mismas melodías. Si estaba aquí y no en su habitación con su propio instrumento era porque la forma semicircular del salón creaba una resonancia perfecta, era como si la música pudiese envolverlo.


Se colocó justo en el medio de la estancia y acomodó el violín bajo su mentón,  comenzando a acariciar lentamente las cuerdas con los filamentos del arco, arrancando las primeras notas que paulatinamente fueron en aumento y eran cada vez más dulces, más altas y más fuertes. El maravilloso sonido que hacían solo podía abrir paso a las sonrisas, pues muy lejos de la forma de ser y actuar de Sebastian, esas notas derrochaban toda la alegría que jamás expresaba con gestos o palabras. La música era su único medio de contacto con sus emociones, no las hipócritas y frías que mostraba todos los días, eran las reales, las que le recordaban que también era un humano. Además esa era la melodía que su padre biológico le había enseñado, aún no conseguía tocar como él.


En ese momento era completamente ajeno al mundo entero.


Ni siquiera se dio cuenta del paso del tiempo, para él habían transcurrido apenas unos segundos desde que comenzó a tocar y su celular vibró en su bolsillo, recordándole que en realidad había pasado más de una hora. Con un suspiro de resignación dejó de tocar y guardó el violín en su lugar, tenía un mensaje de Ethan pidiéndole los apuntes de la clase de lengua y lo mejor era ir antes de que se hiciera más tarde.


Cuando salió del gran salón, dejó la puerta exactamente como la había encontrado y atravesó los pasillos cambiando drásticamente de dirección, como si en realidad hubiese salido de otro edificio. No es que hubiese muchas personas en los pasillos, pero lo prefería de esa forma. Cuando estuvo lo suficientemente lejos por el área de residencia sur, reconoció a una figura que se movía con prisa, alguien que no parecía tener la noción de la hora y apresuraba el paso lo más que podía. Tenía puesto el uniforme de profesor y sus rizos rubios le llegaban hasta el mentón, se veían algo desordenados, no era muy propio de aquella persona. Pero Sebastian no necesitaba preguntar para saber lo que ese profesor hacía en un lugar completamente lejos de su residencia.


Después de todo, aquel era su profesor de artes.


Y a unos cuantos metros, justo enfrente, se encontraba el edificio “A”, donde vio salir al profesor que había conocido esa mañana, su alta figura y su cabello azabache no pasaban desapercibidos. Estaba impecable y se veía cansado, había una enorme diferencia entre su profesor y el que ahora salía del edificio contrario, era claro cuál de los dos decía la verdad si alguno respondía “Estuve dando clases”.


—Así es la vida en la universidad, supongo…


*//~J~//*


Estaba completamente satisfecho, desde la bienvenida había conocido por casualidad a uno de sus alumnos y se encargó de cortejarlo desde el primer día. Afortunadamente resultó ser un chico fácil, Jeremy no tuvo que hacer mucho para que esa misma tarde ya tuviese una cita con él en su dormitorio, además había conseguido uno que era casi su tipo. Alto, de piel ligeramente bronceada y con un cuerpo bien proporcionado.


Casi.


Cuando terminó su última clase, le dijo a aquel chico que se viesen en el salón de artes ya que había terminado su jornada, pero éste le había mandado un mensaje diciendo que demoraría un poco porque aún no terminaba una de sus asignaturas, habían extendido la hora y ahora el rubio tendría que esperar un tiempo indefinido.


Entró al aula porque la intensidad del viento comenzaba a fastidiarle, pero no se molestó en encender las luces, simplemente se apoyó en la pared y miró todo a su alrededor sumido en una completa oscuridad. Se veía algo tétrico con tantas sábanas blancas cubriendo las pinturas, era para protegerlas lo mejor posible, pronto harían una gran exposición en la Universidad. Jeremy era capaz de decir lo que había exactamente en cada una de ellas, después de todo él había ordenado que las hicieran desde ayer, y aunque algunas ya tenían forma, la mayoría no estaban ni cerca de ser terminadas.


Ser profesor de artes para él era pasar el rato, explotaba las habilidades de sus estudiantes pero no podía hacer mucho en cuanto al talento, solo les decía que “La práctica hace al maestro” aunque muchos de ellos no tenían remedio. No obstante, cada año había uno o dos estudiantes que lograban sorprenderlo con sus técnicas, pero eso era como encontrar una aguja en un pajar.


Era completamente distinto cuando daba clases de música, precisamente en el salón de abajo, en la primera planta. Él se esforzaba por tener a los mejores alumnos, no era mentira decir que les exigía lo imposible, pero nadie se daba cuenta porque se los pedía con una increíble sonrisa.


Jeremy debía de ser todo sonrisas.


Irradiando felicidad ahí donde iba, era carismático y divertido, disfrutaba ser el centro de atención y regalar sonrisas a diestra y siniestra, le gustaba estar rodeado de gente que lo mirase, es por ello que actuaba de esa manera.


Porque siempre le había dado miedo estar solo. Cualquier cosa que implicara no tener a alguien a su alrededor, le asustaba tremendamente.


Y el único que lo sabía, era Byron. Era el único dispuesto a tenderle la mano si lo necesitaba, también había sido el único que lo acompañó en sus peores etapas. Byron era el único al que…


La mente de Jeremy se detuvo y agudizó el oído, mandando a callar a sus propios pensamientos.


Un violín se escuchaba en la lejanía, la tonada llegaba débilmente a sus oídos, pero ahí estaba, las increíbles notas de “Canon” por Pachelbel. Era una melodía complicada si se buscaba tocarla bien, era difícil conseguir la armonía entre cada una de las notas cuando los tonos cambiaban constantemente y lo que estaba escuchando simplemente conseguía endulzarle el alma.


Estaba estático, creía que si corría en su dirección el sonido desaparecería, por lo que se movió con sigilo y salió a pasos ligeros del aula. La brisa consiguió envolverlo de inmediato, pero a Jeremy poco le importaba, él seguía embelesado con aquella armoniosa sinfonía que se volvía cada vez más compleja a medida que avanzaba. En todos sus años como maestro jamás había escuchado un don como ese, de repente la necesidad de conocer al autor de esa belleza se volvió irresistible y tenía miedo de descubrir que aquello solo era producto de su imaginación.


Era como escuchar a un ángel interpretando su felicidad.


Se dio la vuelta dispuesto a encarar a ese ángel, bajó con rapidez las escaleras dispuesto a abalanzarse contra la puerta del salón de música, hasta que una mano se posó en su hombro y lo hizo dar un respingo, girándose para mirar detenidamente al idiota que había estropeado su encuentro.


—Profesor Wild, ¿lo asusté? —dijo en voz baja el chico con el que Jeremy había quedado, maldita la hora en la que se aparecía— logré salir antes de tiempo, debió decirme que aún tenía clases —continuó, señalando el gran salón de música—. Si quiere puedo esperarlo aquí.


El rubio lo pensó dos veces, realmente quería saber quién era el que continuaba tocando, completamente ajeno a la conversación que había afuera. Pero un sentimiento egoísta lo hizo detenerse, él era quien había descubierto al ángel, nadie más se merecía escucharlo. El simple hecho de que aquel estudiante también estuviese deleitando sus oídos con esa perfecta melodía hizo que le hirviera la sangre, no se lo merecía, nadie más se merecía escucharlo porque nadie entendía lo que estaba pasando. Nadie más comprendía la alegría que irradiaban esas notas, entonces nadie merecía escucharlas.


—No digas tonterías, no podemos perder el tiempo aquí…—dijo Jeremy con una sonrisa, acercándose al chico poniéndose levemente de puntillas para besar suavemente su mejilla y murmurar a su oído—, tú y yo tenemos asuntos pendientes muy distintos a estos, ¿Qué te parece si nos encargamos de eso?


Aquel chico se inclinó para quedar a la altura del profesor y besó con suavidad su cuello, haciendo a un lado sus largos rizos.


—Como ordenes, Wild —respondió separándose con una mirada cargada de lujuria.


Jeremy se esforzó por no poner los ojos en blanco y decirle que parecía un idiota. No a todos les quedaba esa mirada de Casanova dominante, por lo tanto deberían abstenerse de ponerla o tener prohibido intentarlo.


Apresuró el paso hacia la residencia del chico en el edificio sur, poco le importaba si pensaba que su profesor estaba urgido, quería acabar con esto pronto para volver a la sala de música cuanto antes. Estaba dispuesto a tener el sexo más rápido de su vida con tal de encontrarse con ese pedazo de ángel, así que justo ahora, su amante resultaba una completa molestia.


~*~


A pesar de todo lo que había planeado, ese mocoso resultó ser bastante bueno, Jeremy tenía que admitirlo. Aunque nunca era lo suficiente como para satisfacerlo, al menos era algo nuevo y había pasado un buen rato con el muchacho. Sentía una punzada de dolor en las caderas cada vez que se movía y tuvo que colocarse de lado en la cama por unos instantes. El chico era un tal Jason, ni si quiera se sabía su apellido, pero tampoco importaba, Jeremy no volvería a pasar otra noche con él por más que le hubiese gustado.


¿Por qué repetir el mismo platillo cuando todos los días hay un buffet?


Ya se encontraría a alguien mejor que él, mala suerte para Jason.


Sintió una mano bajo las sábanas deslizarse suave por sus piernas y detenerse en sus caderas, buscando subir más la camisa que aún llevaba puesta, y cuando Jeremy se dio cuenta de que el chico quería quitársela, se apartó.


—Vamos Wild, apuesto a que quieres más que eso —dijo Jason acercándose al borde de la cama—. No tiene gracia que yo haya sido el único desnudo aquí.


—¿Metérmela no te pareció suficiente? No necesitas nada más —respondió el rubio comenzando a vestirse, tal vez tendría suerte y se encontraría con ese ángel si se apresuraba—. Agradece lo que tuviste lindura, te dije que no iba a repetir con nadie y tú no serás la excepción.


Justo estaba colocándose la corbata cuando los labios del chico llegaron inesperadamente a su cuello y sus manos acariciaron la cintura del rubio, quien se mordió el labio con una maléfica sonrisa. Sentirse deseado era como su energía vital, era el equivalente a Narciso a la hora de tener sexo. Dejó jugar al chico un poco más y se volteó para morder la comisura de sus labios, hundiendo la mano en las hebras de su cabello para tirar de él un poco, lo besó de forma salvaje y justo en lo mejor se separó, limpiándose con el pulgar el labio inferior.


—Fue un placer, hasta otra vida mocoso —se despidió con una sonrisa y finalmente salió por la puerta, acelerando el paso hasta ir casi corriendo.


Cuando estuvo fuera, se detuvo una fracción de segundo a pensar en lo que había dicho.


—¿Dije “mocoso”? Paso demasiado tiempo con Byron… —se recriminó a sí mismo hablando solo.


Atravesó sin cuidado los pasillos, sintió su teléfono vibrar a medio camino pero siguió con prisa, ignorando a todas las personas que pasaban junto a él. Lo único que quería era llegar al salón de música, rogando porque la melodía aún estuviese sonando y que nadie más la estuviese escuchando.


Pero cuando llegó a la sala, todo estaba sumido en un absoluto silencio, la puerta estaba justo como él la había dejado en la última clase y todos los instrumentos estaban en su lugar, las luces estaban apagadas y no había rastro alguno del ángel que había tocado esa melodía.


Frustrado, le dio un golpe a la pared con fuerza, dejando sus nudillos visiblemente rojos. Se acercó a los violines y abrió los tres estuches, estaban tan bien acomodados que no había forma de saber cuál era el que había utilizado. Suspiró y volvió a cerrar los estuches, sentándose de mala gana en uno de los lugares para espectadores. Recordó la vibración de su celular y revisó los mensajes, era uno de Byron.


—Hablando del diablo…


“No te olvides del toque de queda que nos ha puesto William de forma temporal, no salgas de los dormitorios tan tarde, ricitos de oro. Y recuerda devolverme la tinta de los sellos mañana.


Hades primo de Narciso (B)”


Se prometió a sí mismo nunca mostrarle a Byron el nombre que le había puesto de contacto, probablemente lo mataría.


—Sí, sí… la tinta, la tinta…—masculló Jeremy, levantándose para ir a buscarla en su escritorio. Precisamente la había dejado en ese salón.


Se la había pedido prestada a Byron hace un tiempo porque había dicho muchas veces que era bastante útil, pero se arrepintió al instante en el que llegó a sus manos, él era un desastre con la tinta y tardó días en quitarse la mancha violácea de los dedos, cada vez que trataba de poner el sello de algo, se ensuciaba con el simple roce.


Con el simple roce…


Una ingeniosa idea aterrizó en la cabeza de Jeremy en ese mismo instante. Si ese ángel volvía a tocar en el salón, tenía una forma de darse cuenta y tendría que poner en práctica su plan cuanto antes.


Y no tenía que preocuparse por buscarlo en el pajar, en esta universidad ahora solo había dos violinistas.

Notas finales:

Es mitad de semana y lo siento como martes, por poco y se me pasa subir el cap de hoy... lo siento<3

El de hoy es más corto que los demás pero necesitaba darle un enfoque a estos dos, ¿Alguno se imaginaba que ya se conocían? Bueno en todo caso, les falta ver lo que piensa uno del otro. Oh y por fin agregué la leyenda del cabello de Ethan, pobrecito, sufriendo traumas desde la infancia por culpa de Sebastian.

Nuestro querido Jeremy es toda una... mujer de la vida galante. Es uno de los personajes a los que les he dedicado mucho afecto, ya verán en algunos capítulos el porqué. 

-Mad, estas yendo jodidamente lenta con la historia por enfocarte en cosas pequeñas.

I KNOW. Pero es que es necesario, lo juro ;A; todo va por una razón. De paso les sigo agradeciendo las palabras bonitas en los review, son muy alentadores mis angelitos<3

En fin, les dejo pensando en el angelito del pajar y pueden escuchar la canción de CANON en Youtube, así se pueden hacer una idea de lo que tocaba Sebastian.

Nos vemos el viernes con un capítulo 100% Byron+Ethan, y no traumen a los niños con ser alienígenas adoptados.

PD: Si alguien por casualidad del destino ha visto la película "En el nombre de la rosa" se pueden hacer una idea de lo que hará Jeremy con la tinta.


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