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Uno, dos y... ¿Tres? ¿Juegas? por FlyToXin

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Notas del fanfic:

Ésta historia originalmente no es mío, es una adaptación de un libro.

 

Alguien que no soy de

 

Elisabet Benavent.

 

¡TODOS LOS DERECHOS AL AUTOR CORRESPONDIENTE!

Notas del capitulo:

HOLA!! ^0^/

ADVERTENCIA: ésta historia no es mía originalmente, es una adaptación. ¡Todos los derechos a la autora correspondiente!


Espero de disfrutéis de una historia fantástica que os hará razonar de otra manera sobre el amor y lo sucesos de la vida!

¡Os prometo de os va cautivar la historia!

También decirles que no es mi primera vez escribiendo fanfics, más bien leo fanfics que escribiendo, pero me animé a adaptar una historia de un libro a los personajes que son mi grupo favorito y espero que disfrutéis también de ello. Espero recibir mucho apoyo para seguir con este proyecto, ¡todo depende de vosotras/os!

Perdonadme por los errores ortográficos u otro errores, or agradecería que me lo hagan saber y yo trataré de corregirlos <3.

Así que a ¡disfrutar!

Era lunes de buena mañana y yo estaba en la cafetería de la octava planta tomándome un café y contándole a mi amigo Jongdae los desastres de mi cita a ciegas del viernes anterior. Culpa mía, por dejarme convencer por mis amigos de que un año sin ningún tipo de interactuación con el género masculino era demasiado tiempo. Según mi hermano BaekHyun, tienes que tirarte de vez en cuando a un seis en la escala Richter para conseguir desprender el aura follaril suficiente como para atraer a un diez. No sé si me explico; para que yo lo entendiera tuvo que hacerme un diagrama. Teorizar acerca del sexo y la atracción siempre me pareció bastante extraño, pero como haciendo las cosas a mi manera no es que la vida me fuera muy requetebién en ese aspecto...
—¿Cómo pudo ir mal? Pero ¡si era guapo! —se quejó Jongdae , como si fuese imposible que un tío físicamente atractivo resultara un inútil redomado.
—Lo primero es que no tengo yo tan claro que fuera tan, tan guapo. Desde luego él se creía que lo era. No es que fuera un Orco. Pero le faltaba un palmo. De altura, digo. Bueno, un palmo en general. Y lo segundo es que, llegados a este punto creo que casi ni busco que sea el David de Miguel Ángel. —Suspiré—. Que me guste, que sea aseadito y sin enfermedades mentales a poder ser.
Llevaba tres años soltero desde que Jason y yo decidimos de mutuo acuerdo que aquella relación no iba a ningún lado. Yo tenía la esperanza de que en ese momento empezaría de verdad mi vida: veintiséis años y soltero. El mundo a mis pies, ¿no? Pues no. Desde entonces mi currículo sentimental se había convertido en una pasarela de sinrazones. Yo pensaba que había aprendido mucho porque me había acostado con varios hombres diferentes, pero lo cierto era que a mis veintinueve años no sabía nada; eso no iba a tardar demasiado en aprenderlo. Ni siquiera tenía idea de lo poco que sabía.
—Entonces, para que yo me aclare..., ¿qué pasó? —preguntó él mientras mojaba con energía tres galletas en su café con leche.
—Que todo fue estupendo, que él me parecía atractivo, que hasta insistió en pagar la cuenta y que... cuando llegamos a casa..., rasca, mamá.
—¿Cómo que rasca, mamá?
—Que él estaba de lo más entregado y yo estaba allí como el niño del vídeo «David after dentist». Is this real life?
—¿Tan mal?
—Mal habría significado que allí pasó algo, pero si te soy sincero creo que debieron de anestesiarme todos los jodidos puntos erógenos del cuerpo. ¿Sabes ese momento en el que te ves con alguien empujando encima, te vuelve la lucidez y te dices: «A mí quién me manda...»?
—Eh... —exclamó él con cara de susto. Jongdae llevaba con su novio desde los dieciséis años y no conocía mucho más.
—Sí, ese momento en el que dices: «¡Joder, qué ascazo! ¡Vete a tu casa!».
—¿¡Lo echaste!?
Tomé un sorbo de café y negué con la cabeza.
—A lo hecho, pecho. Tenía la esperanza de alcanzarlo pero... nada. Que no. De repente lo tenía gritando como un loco que se corría. Nos enteramos los que vivíamos en aquella manzana y probablemente todos aquellos habitantes del distrito de Arganzuela que tuvieran buen oído. Cuando se fue volví a decirme a mí mismo eso de que...
—¿Que tienes que ser más exigente a la hora de elegir compañero de cama?
Le miré alucinando. Él era una de las que más habían insistido en que yo volviera «al ruedo» y ahora me decía que tenía que ser más exigente. ¡Por el amor de Dios!
—Pero ¡si llevaba un año sin chuscar! —me quejé—. ¡Si soy más exigente me lo coso!
El primer año y medio después de la ruptura con Jason había sido más interesante. Tuve dos rollos que duraron unos cuatro meses cada uno pero que me trajeron más dolores de cabeza que orgasmos, la verdad. Después conocí a un chico que me hizo creer que era el hombre de mi vida para, después de prometerme el oro y el moro, intentar desaparecer del mapa porque tenía novia desde los albores de la humanidad. Novia, a todo esto, que estaba al corriente de las canitas al aire de su chico pero que perdonaba por amor ciego. Y ciego casi lo dejé yo cuando le tiré el gintonic a la cara, vaso incluido.
Después, meses de sequía. Meses y meses de quererme yo sola en mi casa (si se le puede llamar casa al armario de Seúl en el que vivía). Lo que yo os diga:pasarela de sinrazones. Había algo en las relaciones que trataba de asentar que fallaba de raíz. Algo me aburría en el puro planteamiento de conocer a alguien formal y sentar la cabeza. Y tampoco es que me sedujera mucho la idea de ir de flor en flor. Me daba pereza volver a intentar «ligar», conocer hombres en bares, hacerme la simpática y terminar teniendo una relación sosa con alguien que me echara un mal polvo los sábados. Sí, ya sé, me estaba poniendo en el peor de los supuestos, pero es que mis expectativas románticas dejaban bastante que desear. Estaba seguro de que el amor apasionado estaba reservado únicamente a los guiones de cine.
—Tienes que dejar que te presente al primo de Minseok —dijo Jongdae convencida de que el primo tercero de su novio iba a ser el hombre de mi vida.
—Estoy harta de citas a ciegas. De rollos. De mierdas. Se acabó. Vida contemplativa y vibradores.
Nuestro coordinador se asomó y al verme me sonrió quedamente. Eso me asustó. ¿Habría escuchado lo del vibrador? Ese hombre no sonreía jamás de los jamases. Ni siquiera lo hizo cuando nos anunció el nacimiento de su segundo hijo. Estaba a punto de aclararle que por supuesto yo no tenía vibradores en el cajón de la ropa interior (mentira) cuando se dirigió a mí.
—KyungSoo... —me llamó—, ¿puedes venir un momento?
—Esto..., claro —respondí confusa y algo sofocada.
Nunca era buena señal que Henry Lau (Henry el desagradable para los «amigos») te pidiera un momento. Di el último trago al café y me dije a mí mismo que necesitaba un cigarrillo, pero yo ya no fumaba. Mala señal. El apetito fumador solo despertaba ante situaciones de tensión extrema, como acompañar a mi hermano BaekHyun a comprar el regalo de cumpleaños de mi madre. Algo no iba bien. Cruzamos los pasillos plagados de fotos de portadas de los últimos treinta años. Trabajaba en uno de los periódicos más leídos del país, en la sección de Actualidad Internacional, aunque también escribía para Cultura cuando me lo pedían, que era bastante a menudo. No obstante, el medio para el que trabajábamos había recibido un fuerte envite de realismo en el último EGM. Corría el mes de junio y se avecinaban cambios...
—¿Pasa algo? —le pregunté a mi coordinador.
—Bueno... Ahora te lo explicaremos.
Cuando me vi sentado en el despacho del superintendente me di cuenta de la realidad: iban a echarme. Ni siquiera escuché las primeras palabras del jefe supremo porque empecé a marearme y tuve que concentrarme en mi voz interior, que repetía sin parar: «KyungSoo, no te desmayes». Bla, bla, bla, «tiempos difíciles». Algo capté. Traté de prestar atención. Bla, bla, bla, «operaciones poco rentables dentro del grupo». ¿Qué tenía eso que ver conmigo? Bla, bla, bla, bla, bla, bla, «reducción de personal». Me tapé la cara. «No te desmayes» fue sustituido por un «no llores».
—Dios..., no podéis hacerme esto —dije con la voz amortiguada por mis manos.
—No sabes cuánto lo sentimos.
Levanté la cabeza hacia ellos dos, que me miraban con evidente disgusto. Querían terminar con aquello de una vez.
—¿Por qué yo? —pregunté desesperado—. ¡Trabajo bien! ¡He convertido este periódico en mi vida!
—Esto funciona así, KyungSoo. Estamos perdiendo lectores y estamos perdiendo anunciantes, por lo que nos sobran periodistas. La ley de la oferta y la demanda. El mercado.
—Pero ¡¡nosotros somos información!! —dije a lo desesperado.
—Somos una empresa que busca rentabilidad.
—Buscamos la verdad —defendí, porque realmente me lo creía.
—¿Sí? ¿Tú crees? —me interrogó con ironía el superintendente—. Mira, KyungSoo, trabajas bien y lo sé, pero piensa en la redacción y ahora dime: ¿quién fue el último en ser contratado? ¿Y quién será el más barata de despedir? Y el que no tiene hijos que mantener ni hipotecas que pagar y que, por su edad, será el que más fácilmente encontrará un nuevo trabajo...
Agaché la mirada hacia mis manos, que había dejado caer sobre mi regazo. No había nada que hacer. Estaba fuera.
—¿Cuándo me voy? —pregunté con un hilo de voz.
—Ya, a poder ser. No queremos que afecte demasiado a la marcha de la redacción.
Salí del despacho y, al verme reflejado en una de las vitrinas llena de premios, me sentí ridículo. Ahí estaba yo, tan iluso, pensando que era una superperiodista que terminaría desenmascarando una importante red de trata de blancas y que me darían el Pulitzer. Asco de vida. Asco de crisis. Asco de media hora que había perdido aquella mañana en arreglarme el pelo con la plancha. Visto lo visto no había valido la pena ni ponerme bóxers limpias.
Cogí una caja vacía de folios de debajo de la impresora y agradecí ser de los primeros en llegar a la redacción. Por allí aún no había más que cuatro gatos caminando como zombies hacia la máquina de café.
Jongdae apareció cuando estaba empezando a llenar la caja con mis cosas.
—Pero... ¿qué haces? ¡¿Qué ha pasado?!
—Me voy. Me despiden —contesté sin apenas voz.
Jongdae se desesperó y yo cogí aire y pedí al cielo paciencia para no meterle el bote de los lápices por un orificio nasal.
—Tranquilízate. Eso no me ayuda —le dije.
—¡Joder, KyungSoo! ¡Qué puto marrón! —sollozó.
Cogí el corcho y, para no darle con él en la cabeza, me entretuve en descolgar las fotos. Mis amigos y yo en la boda de Yixing . Mis padres. Mi hermano con nuestro gato de ochocientas toneladas, sujetándolo orgulloso como quien aguanta el salmón de diez kilos que acaba de pescar.
—¿Qué vas a hacer? —me preguntó.
—Irme a mi casa y emborracharme. —Porque supongo que es lo típico que se dice en esas situaciones, como en las películas americanas.
—¡Son las ocho y media de la mañana! —Que es lo que esperas que alguien conteste ante tu confesión.
Le di un beso. Respiré hondo y después me marché, haciendo una parada en la garita de seguridad para entregar mi tarjeta de acceso con mucho protocolo. El encargado de aquel turno me miró con ojos de cordero degollado y dijo:
—No te preocupes, ya la habrán desactivado. Puedes llevártela de recuerdo.
«Recuerdo tus muertos», pensé. Pero no lo dije porque aquel hombre no tenía culpa de nada. Seguro que él también temía terminar algún día con todas las mierdas de su cuartito metidas en una caja de cartón. Y él sí tendría mujer, hijos, hipoteca... y hasta un muñeco del Fary.
Cuando llegué a casa pensé en ponerme un gintonic, pero lo cierto es que, por mucho disgusto que tengas, no es lo que te pide el cuerpo a las nueve y pico de la mañana. Así que elegí otra cosa en la que ahogar mis penas: un chocolate a la taza, que encima me salió aguado y terminó siendo como un cacao de baja categoría. Me comí todo lo que encontré en los armarios (incluso un trozo de pan duro) y después me senté en el suelo dispuesta a llorar, pero no me salió ni una lágrima. Loser hasta para llorar.
No voy a entrar en demasiados detalles: los siguientes siete días, con sus siete noches, fueron más de lo mismo. Basura, lloriqueos, rabia y un poquito de abandono. Vamos, que ni me metí en la ducha. Me hundí en el victimismo porque, qué narices, tenía derecho a pataleta aunque solo fuera durante una semana. ¿Diez días? Bueno, lo que me dejaran.
Después de toda una semana viendo Running Man y Weekly Idol. De buena ley, los informativos, los deportes, películas y pillarme una turca a continuación, mi ánimo estaba por los suelos. Eso y la salubridad de mi alimentación. Una semana comiendo cosas liofilizadas de esas a las que le añades agua y se convierten en un plato de pasta con mucha salsa. Eso y pastelitos al peso del Mercadona. Se me fue de las manos. Me salieron tres granos enormes en la frente. Olía mal. Me sentía peor. Quería morirme.
Jongdae intentó hacerme entender que aquella era una fase anterior a levantarme, renacer de mis cenizas y volver al ruedo, pero el único ruedo que yo veía formando parte de mi vida era el del plató de Weekly Idol. A distancia, eso sí. Ellos allí y yo en mi casa.
Mis padres tenían un disgusto de agárrate y no te menees, pero intentaban disimularlo con discursos motivadores a los que yo no hacía el menor caso. Bla, bla, bla, «aprende de esto». Bla, bla, bla, «tienes que levantarte de la cama». Y lo que no comprendían era que yo ya me había levantado de la cama pero no pensaba hacerlo del sofá. Y de quitarme el pijama ni hablamos.
Pero... una semana más tarde se pasó por casa lo que yo llamo el gabinete de crisis, que son básicamente mi hermano Baekhyun, Jongdae y mis otras dos mejores amigas, Tao y Yixing. Solo se juntaban por cuestiones de gran seriedad, como el outlet bienal de Gucci o el despido de la pánfilo de KyungSoo, que soy yo, claro.
Trajeron vino con muy buenas intenciones, esperando que brindáramos los cinco antes de abrazarnos y dar por solucionado el problema. Pero me lo bebí yo entero a morro mientras ellos tiraban del culo de la botella y gritaban que emborracharse no era la solución. Soy muy rápida bebiendo: ellos tuvieron que conformarse con un poco de zumo de piña cero por ciento azúcares añadidos.
—KyungSoo, no es el fin del mundo; haz el favor de buscar soluciones —dijo muy firmemente Yixing .
—Lo que es el fin del mundo es la pinta que tienes. ¿Desde cuándo no te duchas —inquirió mi hermano. —Dodó, tienes que levantarte del sofá y hacer algo. Apuntarte al paro o algo así—propuso Jongdae.
—Era autónomo, no va a cobrar paro —apuntó Tao.
Me tapé la cara con un cojín esperando a que se callaran y, gracias a la melopea del vino, tras unos minutos con el soniquete de sus cantinelas de fondo me dormí. Cuando desperté ellos no estaban allí pero la casa se encontraba más o menos recogida, tenía comida china en la cocina esperando a ser ingerida y una nota en la nevera en la que ponía: «Mueve ese culo que Dios te ha dado y recupérate. Nosotros estaremos contigo. Pero dúchate antes. Apestas a tigre».
Sonreí, ingerí la mayor cantidad de tallarines tres delicias que pude y después me metí en la ducha, donde pasé un buen cuarto de hora. Después de toda la rutina de aplicarme crema hidratante facial y bálsamo labial como lo habitual, me vestí de persona y me fui a... lloriquear y a buscar mimitos a casa de mis padres. Tampoco iba a comerme el mundo el primer día. Ya era un paso haberme levantado del sofá.
Tres días después, Yixing me llamó para decirme que su primo estaba buscando un administrativo para su empresa, que le había hablado de mí y que pasarían por alto mi falta de experiencia en el tipo de trabajo si salía victorioso del proceso de selección, en el que me tratarían con mimo. Era el primer paso. Los siguientes los fui dando yo, amargado por dentro de tener que contentarme con un trabajo que no tenía nada que ver con mi vida como periodista y mi sueño de ganar un premio por mi labor de investigación. Sin embargo, algo tenía que hacer para pagar el lujo de vivir sólo en aquella especie de armario empotrado que era mi piso. La peor de las derrotas para mí habría sido claudicar y volver a casa de mis padres, donde mi madre me trataría como a un pollito abandonado y regurgitaría la comida para que yo no tuviera ni siquiera que masticar. Baekhyun me ofreció buscar un piso para los dos y compartir gastos ahora que había terminado la universidad, pero, vaya, que conozco a mi hermano y me conozco a mí lo suficiente como para saber que eso acabaría como el rosario de la aurora y terminaríamos siendo un escabroso titular de sucesos: «Dos hermanos se asesinan la una a la otra porque el mando a distancia tenía huellas de Nutela sobre la tecla del cinco». Sí, lo sé. Demasiado largo.
A la primera entrevista no fui vestido adecuadamente. Pensé que unos vaqueros, camisa estarían bien, pero se trataba de una de esas empresas en las que el dress code exige traje o equivalente. Pedí disculpas a la persona de Recursos Humanos que se reunió conmigo y prometí adecuarme al estilo de la empresa para la próxima ronda, aunque perdí la fe en conseguir aquel trabajo. Sin embargo, sorpresa, sorpresa, volvieron a llamarme.
En la siguiente cita que tuve con ellos me hicieron un test de personalidad y otro de aptitudes, unas pruebas de inglés oral y escrito y nuevamente una entrevista personal, esta vez con otra chica a la que no le caí bien y que no se esforzó en absoluto por disimularlo. Cuando me preguntó qué preferiría ser, si una galleta o un pájaro, pensé que no volverían a llamarme jamás, pero, vaya..., volvieron a hacerlo. Y eso que dije «galleta» (porque las galletas son dulces y alegran la vida y los pájaros volarán muy alto pero muchas veces sus cacas caen a la gente en la cabeza). No me digáis que no es de puro milagro que me cogieran...
La última reunión la tuvimos en una oficina diferente donde una mujer de mediana edad se presentó como la coordinadora de secretarios/as y me hizo la oferta en firme. Al parecer no estaba precisamente cualificado para el puesto, pero lo pasarían por alto; nada como ir bien referenciado. Yixing había vuelto a hacer magia, como cuando te arreglaba antes de una cita y al mirarte en el espejo el gigantesco cráter que había dejado un grano que ni siquiera se intuía.
Empezaría a trabajar el 7 de julio, momento en el que me explicarían los pormenores de mi trabajo, que al parecer iba a versar sobre reservar restaurantes, organizar agendas, gestionar salas de reuniones y demás.
¿Qué haces cuando se te cae el alma a los pies y a la vez debes sentirte agradecida? Sonríes, pero por dentro esa sonrisa te escuece porque sabes que dice muy poco de ti. Y... te abandonas definitivamente a la desidia. Hasta que algo o alguien te rescata. En mi caso fue... pronto.

Notas finales:

Espero que os hayáis gustado! Recuerden sin vuestro apoyo no avanzaré, si queréis el siguiente capítulo dejenme al menos 7-10 reviews y yo trataré de subirlo antes posible. El próximo capítulo será muy largo! ^^

De nuevo, si hay algún error ortográfico por favor dejenme saberlo y yo trataré de corregirlo. Gracias por leer, hasta pronto!! <3


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