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The Painter. por JHS_LCFR

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Notas del fanfic:

Fanfiction escrito y presentado para la Tercera gala de los Dioses Olímpicos (dodekatheon12).

Notas del capitulo:

NOTA: Como regla principal de la tercera gala, este fanfiction está 

Ambientado en el Universo de ‘Retrato en Sangre’ o ‘The Traveler’, del auto británico John Katzenbach

The Painter (Breathe or Bleed).

 

(Ambientado en el Universo de ‘Retrato en Sangre’ o ‘The Traveler’, de John Katzenbach)

 

 

Aquella tarde de otoño pesaba como pocas, y en el aire se veía el flotar de dulces y molestas partículas de polvo, zigzagueando perezosamente entre los rayos de Sol pálidos y aburridos que se colaban por entre las cortinas, cortes de tela gruesa color borgoña como el vino tinto y capaces de eclipsar cualquier rastro de vida y felicidad que asomase por el interior de la habitación.

Alrededor, no se escuchaba ni el más triste y temeroso de los ruidos. Los pájaros ya no cantaban y hacía ya tiempo que los coches habían decidido abandonar esa ruta de tierra, llena de barro y malas yerbas crecidas por sectores, como vomitados en el medio del suelo, creciendo desamparadamente, sin razón. Sí, ese viejo caserón tranquilamente podría lucir como un edificio abandonado, pero entre los árboles ya desnudos y el cielo grisáceo, aún se ocultaba una pequeña y lánguida presencia, un ser humano apolillado por dentro y acariciado por la piel de porcelana por fuera, con ojos cansados pero vivaces, ocultos tras un manto de aburrimiento cotidiano que sólo podía levantar…pintando.

Sí, cuando pintaba, la vida de Kim Junmyun era mucho mejor.

No obstante, el proceso necesario a la realización del pasatiempo de sus sueños también era significativo, aunque agotador: Junmyun tenía épocas, fechas y tiempos para pintar, datos y números fijados, escritos, precisos. No podía echarse a pintar en cualquier momento, no, definitivamente no.

Eso sería faltarle el respeto al mismísimo arte.

Abrazando el eco de sus pasos por el pasillo, cerró los ojos y levantó las comisuras de sus labios, imperceptiblemente relajado, contento, como desentendido del mundo, de los problemas que él cargaba y de todo lo que podría hacerle enojar consigo mismo.

Contando las puertas a sus costados, llegó al fondo del estrecho corredor y levantó sutilmente los párpados, respirando hondamente el perfume a silencio y vacío que asfixiaba la habitación.

Los colores eran opacos, pero le proporcionaban más calor que frío; el tapizado de las paredes y el alfombrado del suelo de antaño le generaban una especie de cosquillas en la punta de los dedos. Sin pensarlo, abrió y cerró sus manos tres veces antes de comenzar su labor, cruzando la habitación diagonalmente, hasta el fondo a la derecha, donde se hallaba el tocadiscos, apelmazado sobre un mueble de algarrobo. Una vieja cámara fotográfica y una carpeta de plástico transparente también descansaban allí, pero las manos de Junmyun viajaron directamente al brazo y a la aguja que rayarían pronto el vinilo.

Colocando la marcha fúnebre de Chopin, parpadeó con sus ojos hechos dos medialunas y giró sobre sus pies con gracia para regresar: Junmyun se consideraba un hombre sencillo,sencillo y viejo por dentro, pero no tenía problemas en ser el único, el único ser humano que lo entendiese.

Allí, desde hacía dos días, lo esperaba el caballete cargado con un lienzo, las pinturas dispuestas en el marco inferior, como llamándolo.

Los colores siempre serían los mismos, convino; después de todo, Junmyun no buscaba diversidad, sino una cronología eterna, con imágenes similares pero con cada una cargando una esencia única, íntima y original, incapaz de ser copiada.

Respirando hondo, observó la banqueta donde se sentaría el artista y otra más pequeña, de base cuadrada a un costado: el diario rezaba “Asesino suelto: la víctima sería un estudiante de la Universidad de Bellas Artes”.

Qué ironía, pensó sonriente, mientras tomaba el papel impreso y lo doblaba por la mitad, dirigiéndose nuevamente al mueble de algarrobo, donde abrió un cajón para esconder la cámara.

-Esto no me servirá más—suspiró; automáticamente, sus ojos y mano libre treparon la madera hasta la carpeta traslúcida, tentadoramente transparente—, pero tú sí.

Y sonriendo con todos los dientes, asintió a la pequeña fotografía de carnet, donde su artista miraba fijamente a la lente, nervioso…como si supiese lo que le estaba por ocurrir.

 

 

* * *

 

 

El Rectorado había hablado de suspender las clases por treinta días hábiles, de forma que lapolicía y los forenses pudiesen llevar a cabo en paz su trabajo e investigar: Para los estudiantes, e incluso algunos de los docentes, eso suponía una completa locura. La muerte de un estudiante de quinto año de danzas no era poca cosa pero, en palabras de uno de los jefes de cátedra, “no se podía atrasar todo el plan de estudios, condenando la carrera de cientos de miles de estudiantes regulares…por no hablar de los que apenas estaban ingresando”.

La Universidad de Bellas Artes comenzaba a perder prestigio: además de luchar durante años (¡Siglos!) contra el estereotipo de albergue de bohemios indisciplinados y consumidores sin escrúpulos, la sencilla idea de cargar con un aura oscura y lúgubre había logrado disparar lejos a más de seis mil cursantes, entre ellos ingresantes y alumnos a punto de recibirse y ejercer. Sumado a las infaltables cintitas rojas y amarillas, típicas de película, la sangre salpicada parecía no salir de las paredes de la entrada, invitando entonces cada mañana a los sobrevivientes a sufrir una especie de trampa-carnicería abominable y voraz.

No, se aseguró el joven transpirado y tembloroso que miraba sus pies descalzos sobre las baldosas, fuera de su cama.

Do Kyungsoo no tenía ganas de ir a la Facultad ese día.

 

 

Jamás odió tanto a un final en su vida: había entrado con los dientes hincados a su labio inferior, ojos fuertemente cerrados y nariz arrugada, había corrido para cruzar la entrada y había zigzagueado de memoria las zonas marcadas, maldiciendo a su jefe de cátedra por ser un maldito obeso y enfermo mental. ¿A quién carajo se le ocurría dictar clases mientras se investigaba un asesinato? El hecho de que se hubiese cometido “fuera del establecimiento” (en la puta vereda) un viernes a la noche, después de clases, no tachaba a la institución de “inocente”, nunca lo haría. Fin. Pero no, Kyungsoo no podía ser feliz: tenía que transitar ese asqueroso miércoles nublado hasta la Universidad, entrando a una habitación del tamaño de su mono-ambiente nada más que para pintar un asqueroso bodegón, o a una gorda y arrugada anciana desprovista de sus ropas, nomás cargando una tela para cubrir los lugares que ella quisiese.

Mostró los dientes y sacó la lengua, presa de una arcada: basta, basta…recuerda que, si todo sale bien, aprobarás. Aprobarás y tendrás el resto del verano libre. Adiós, segundo año.

Apurando el paso para evitar preguntas incómodas de los visitantes de negro y azul oscuro, bajó la cabeza y miró sus zapatillas desatadas: se concentró en no tropezar hasta que estuviese en el aula; una vez allí, podría sacudirse, gritar y maldecir a todo lo que quisiera.

En cuanto cruzó el marco negro de la puerta, levantó la cabeza y buscó a los profesores, para encontrarse únicamente con un muchacho pequeño, sentado sobre una mesa y de piel pálida.

Antes de que pudiese tragar y pensar, Kyungsoo, con la boca abierta, se dedicó a admirarlo en silencio: las sillas estaban dispuestas en un cuadrado enorme, los respaldos golpeando contra las paredes; en el centro un único escritorio, una especie de tablón, se erguía alto y con las patas de casi metro y veinte de longitud, los caños pintados de negro y salpicados de diversos colores, como la base de madera blanca.

-Buenos días—escuchó de pronto, por parte del joven; sacudiendo la cabeza, Kyungsoo juntó y humedeció sus labios, intranquilo—, tú eres Do Kyungsoo, ¿Verdad?—Kyungsoo asintió—. Qué bueno, entonces supongo que tú eres el que debe pintarme.

-¿D…disculpa?—aquello le tomó desprevenido—¿T…tú eres mi modelo?

Señalando al muchacho con piloto de botones cruzados color caqui, lo observó cerrar los ojos y asentir: el rosado se disparó en sus mejillas, y con la muñeca temblorosa, se aferró a su lienzo y a la bolsa con el resto de sus cosas. Después de inspirar y exhalar para tranquilizarse, realizó una pronunciada reverencia y pidió perdón por las molestias.

-No pasa nada—sonrió el desconocido, aún sujeto a los botones del cuello de su piloto—, el dilema de seguir o no con las clases a pesar de lo sucedido debe tener a todos agobiados.

-¿Estás al tanto de todo y aún así viniste aquí?—preguntó Kyungsoo, ya más tranquilo, pues cuando bajaba el lienzo en el caballete sentía que una especie de muralla se establecía entre él y el resto del universo. Tomando los pinceles, miró y jugó con las hebras para decidir cómo empezaría; notó la mirada inquisitivamente pícara del modelo en su rostro—¿P…pasa algo?

-En verdad, nada—negó despacio, la sonrisa nunca abandonando su boca o sus ojos; se acomodó sobre la mesa y se paró—, me estaba preguntando por qué tarda tanto el profesor en llegar.

-Seguramente esté discutiendo con el Rector—bufó Kyungsoo, cansado—. Si quieres, podemos esperar a que él llegue.

-Oh, no, no. Cuanto más rápido seamos, mejor—interrumpió el otro, parándose sobre la mesa con decisión y quitándose el abrigo: la piel que vestía era simplemente perfecta, y junto con las sombras que acariciaban sus músculos, la pobre luz de la mañana se volcó sobre su pálido cuerpo, explotando el tinte insípido y frígido que colapsaba con filo en su rostro, ojos entornados y oscuros examinándolo todo con una suerte de…crueldad—. Dime cómo te conviene que me posicione.

Kyungsoo tuvo que sacudir la cabeza, absorto en la fuerza que emanaba el aura de un ser, a primera vista, tan desolado y frágil.

-Emh, haz como tú quieras, este…

El desconocido, nuevamente sentado y con una pierna colgando fuera de la mesa, dejó caer el codo izquierda en la rodilla doblada y ladeó la cabeza. La pierna izquierda clavaba el talón en la mesa con fiereza, el nivel de intimidad expuesta volviéndose feroz y voraz.

-Llámame Kim, Kim Junmyun—sonrió—, aunque últimamente me conocen bajo el nombre de ‘Suho’.

 

 

Cuatro horas después, Kyungsoo había dado por terminado su trabajo, aún sin rastros del profesor: incómodo, volvió a disculparse una vez que hubiese sacudido los pinceles contra las patas de su silla y agradeció eternamente a Junmyun por su trabajo, el chico aún despreocupadamente desnudo y en posición: Estirando el cuello y girando tranquilamente la cabeza, le había explicado que le dolía moverse y que tardaría en salir del salón, que fuese a hacer lo suyo tranquilo mientras él descontracturaba su entumecido cuerpo.

Saliendo entonces a la galería, Kyungsoo buscó las escaleras que conducían a los baños del primer piso, intentando evitar a cualquier compañero que cursase con él a esa hora: por suerte, le habían asignado un aula a cada estudiante que quisiese rendir, para mayor comodidad del aspirante a artista y del modelo. Pero eso no significaba que, en los descansos o tiempos libres, Kyungsoo se hallaría tranquilamente solo: por eso prefería subir y bajar treinta escalones de mármol blanco, prefería encontrarse con caras desconocidas que lo ignorasen a tener que entablar una conversación.

Aparentemente, lo que ocurrió no fue lo deseado.

-Oh—exclamó, frenando en seco ante la imagen de un muchacho inclinado sobre el lavamanos, llenándose las manos con jabón y mirando atentamente un vaso grande con café—¡Jongin!

-¿Kyungsoo? ¡Hey!—el joven de piel tostada y cabello azabache dejó que Kyungsoo se acercara para saludarlo con un corto beso en la mejilla: después de todo, eran íntimos amigos de la infancia, no podían saludarse de otra manera—, pensé que estarías en tu casa escondido y llorando por la noticia—declaró, ojos abiertos y cabeza ladeada en confusión mientras se lavaba las manos.

-Así iba a ser…pero tuve que rendir. De todas maneras, me sorprende que tú estés aquí—murmuró el otro, apenas más pequeño y más joven—. Después de todo, Taemin y tú se llevaban bastante bien.

-Justamente por eso estoy aquí—sentenció Jongin, torciendo sus labios gruesos en una mueca de disgusto—, desde que dejé los estudios y entré a policía quise trabajar en un caso como este…además, se lo debo a Taemin. Debo encontrar al hijo de puta responsable.

-Claro, comprendo—asintió el otro, bajando la cabeza y juntando los pies, esperando a que el lavabo se desocupase para poder lavar sus pinceles; de pronto, notó el café—¿Te vas a quedar a trabajar aquí hasta tarde?

-Probablemente, ahora me estoy tomando un descanso de tanta sangre…no tienes idea del lío que es limpiar eso. Ya sacamos todas las muestras que pudimos…pero las manchas—gruñó, asqueado—. Son un asco, apestan a usurpación…y eso me hace enfadar, porque si Taemin estuviese aquí y ahora, me estaría regañando por pensar así de su sangre.

Kyungsoo frunció el ceño, confundido: Jongin tenía esa forma de expresarse tan…extraña, tan retorcidamente diferente. Si Taemin estuviese vivo, no habría sangre que limpiar, pensó. Instantáneamente sacudió la cabeza, descartando el pensamiento.

-Sí…de verdad, es una pena—suspiró, un nudo latiéndole en la boca del estómago—. Permiso—continuó, Jongin corriéndose a un lado para que pudiese lavarse las manos, las muñecas y los pinceles.

-¿Y, aprobaste?—le preguntó el más alto.

-No lo sé, el profesor aún no ha aparecido—respondió, disperso en el torrente que empezaba a lavar y llevarse los colores.

-Oh, qué mala suerte…a menos que sepa algo y por ello haya decidido faltar—musitó Jongin, frotándose el mentón y pellizcándose el labio con fuerza.

-Jongin, hace tres años que estás en policía. No eres un médico forense, mucho menos un detective, ¿Sí? Concéntrate en tus labores para poder rendirle un buen homenaje a Taemin—sonrió, mirándolo con pena.

-…Tienes razón, debería escucharte más. Lo siento.

-Además, mi profesor debe andar discutiendo con el Rector—le consoló, golpeándole amistosamente el hombro—. Mantenme al tanto y avísame si necesitas ayuda—sonrió, mirándole a los ojos profundamente desprovistos de emoción: se notaba que Jongin se sentía vacío—, en serio. Llámame si te sientes solo.

-Lo haré—asintió el otro, acariciándole la mano y tomándole de los dedos con cuidado—… ¿Kyungsoo?

-Dime—dijo en un hilillo, recordando los viejos momentos, desde la caída por la colina de uno que los juntó por primera vez, hasta el vergonzoso beso que alguna vez habían compartido en una vieja y lejana fiesta, ambos presos del alcohol.

Jongin apretó los labios: Kyungsoo creyó estar de nuevo bajo las luces apagadas y la música ensordecedora.

-Por favor…cuídate.

 

 

-¿Kyungsoo? ¡Joven Kyungsoo!—escuchó a lo lejos, mientras caminaba fuera de la salida, sorprendentemente desprovista de policías y reporteros: girando sobre sus pies y haciendo sonar el nylon de la bolsa contra el lienzo aún fresco, Kyungsoo entornó los ojos y divisó a un agitado Junmyun que corría con los labios purpúreos y las manos sujetas firmemente al cuello del piloto—. Disculpa el atrevimiento pero, ¿Podrías ayudarme? Creo que estoy perdido.

-¿Perdido?—tartamudeó el estudiante, parpadeando y aferrándose al lienzo tapado con una delicada pero tirante cobertura de papel vegetal—, pensé que era de por aquí.

-Lo soy—asintió, sonriente—, pero vivo a las afueras de la ciudad y generalmente no me encuentro en necesidad de viajar hasta el centro. En fin, ¿Podrías decirme cómo agarrar la calle Insadong?

Kyungsoo frunció el ceño, nuevamente confundido: lamiéndose los labios, miró alrededor. No estaban muy lejos. Levantando la mano, empezó a explicar, hasta que la mano helada y tiritante de frío de Junmyun se aferró a su muñeca, interrumpiéndolo lentamente.

-¿Podrías…podrías dibujar un plano para mí?

El otro suspiró, incómodo: no le gustaba hablar con extraños, no le gustaba estar hablando con un extraño desnudo y no le gustaba estar hablando con un extraño desnudo en un lugar donde había ocurrido recientemente un asesinato.

No obstante, tragó saliva y asintió: no es como si no lo conociese en absoluto…al menos su cuerpo había sido vigorosamente violado con sus ojos a la hora de pintarlo…y al hablar de su cuerpo, Kyungsoo recordaba las curvas y los rincones más privados…íntegros.

-De acuerdo, pero no soy bueno explicando.

-No importa—rió—muchas gracias—con una reverencia, reafirmó su agarre y lo llevó a la vereda de enfrente—, tengo lápiz y papel en el auto, vamos antes de que nos mate el frío.

Kyungsoo marchó de a saltos, como reacio a avanzar: se detuvieron frente a un Cadillac, modelo ‘El Dorado’ de 1985, color negro. Kyungsoo lo reconocería en cualquier lado: era el auto favorito de Jongin, y Jongin nunca dejaba de hablar de él.

Una vez Junmyun bordeó el vehículo y le abrió la puerta del pasajero, el muchacho entró medio cuerpo, dejando la pintura y la bolsa de los pinceles en el alfombrado gris salpicado de motas azules, como rombos inclinados, textura visual semejante a las escamas de una tenebrosa serpiente.

-¿Anoto en el capó?—preguntó, tímido. Los cabellos rojizos caían frente a sus ojos, y a pesar de que sacudiese la cabeza, no lograba limpiar su visión.

-Hazlo allí mismo, sólo cuida de no pintarme el asiento—bromeó Junmyun, girando por el capó hacia el asiento del conductor; rápidamente entró, encontrándose con un Kyungsoo que batallaba con la lapicera que no escribía.

-Esta cosa… ¿Tienes otra?—refunfuñó, corriendo instintivamente la pintura hacia la el freno de mano, para sentarse mejor—, esta no tiene tinta.

-Claro—sonrió Junmyun, estirando el brazo para cerrar la puerta. Kyungsoo abrió los ojos, producto de la sorpresa y miró hacia la ventanilla: un clic detrás de sus orejas trabó las puertas. Todas.

-¿Qué…?

-La tengo en casa—continuó el otro, tranquilo y poniendo el auto en marcha: sin ceremonia alguna, retiró la pistola de la guantera y la hundió contra el estómago de Kyungsoo, que transpiraba y perdía la órbita en sus ojos—, así que no te muevas—murmuró, rostro serio, mirada de enfado—, tenemos un largo viaje por delante…y no quieres morir después de haber rendido este semejante examen, ¿O sí?

 

 

* * *

 

 

El viaje hacia la casa de campo había transcurrido tranquila y silenciosamente: Kyungsoo se había asegurado de llorar con la boca apretada y sellada, sus hombros temblando desmesuradamente mientras el Cadillac se zarandeaba fuera de la ruta para encarar un camino terroso y embarrado, repleto de cascotes y piedritas sueltas.

-¿Cansado?—sonrió, maniobrando con la mano izquierda y removiéndose en su lugar por las sacudidas: hacía cuarenta minutos reloj que no soltaba la pistola, incrustada fervientemente en la remera y en la piel del chico—, el viaje es de más o menos una hora, mala suerte si tienes hambre o tienes que ir a orinar.

Kyungsoo apretó los ojos y clavó los dientes en su labio inferior, víctima del pánico y presa de la súplica por el auxilio: ¿Cómo había ido a parar allí? ¿Cómo había terminado con un arma contra su cuerpo y un auto como su jaula permanente? Algo le decía que no volvería a casa esa noche, que no saldría ni siquiera su alma de allí: Junmyun pareció notar su acongojo (por decirlo de algún modo, aunque se quedaba corto), y carraspeó, buscando aquel suave y antiguo tono empleado hacía cinco horas, ni más ni menos.

-No es como si no fuese a darte de comer, sabes. Sólo…vivirás un tiempo conmigo, plantéatelo así, sí.

Kyungsoo quiso hablar, aunque sabía que no debía, y con los ojos entrecerrados llorándose mares, comenzó a gimotear. Despacito, despacio, como acostumbrando a su captor al ruido para luego pedirle permiso y así gritar y chillarse los miedos y las pesadillas fuera de sí, desatando el nudo de su garganta que apresaba sus cuerdas vocales hasta no poder más.

-Tranquilo, muchacho—empezó Junmyun, que en realidad no tenía nada que decir—, aunque, pensándolo bien, llora ahora, porque ni bien estacione, tenemos mucho que hacer.

Y mirando por entre los árboles, el Cadillac dobló sutilmente, subiendo una apenas pronunciada colina y perdiéndose entre los arbustos marrones y rojizos, hermanos de enredaderas que lograban tapar por sobre las paredes gran parte de la hectárea que suponía la casa y el patio, devorándose el secreto que las innumerables paredes del caserón suponían.

Tragando las respuestas que muy pronto se harían todos aquellos que buscasen, preocupados, a Do Kyungsoo.

 

 

* * *

 

 

Junmyun le había dejado cinco segundos para llorar y desahogarse solo. Entiéndase, salió solo del auto y se tomó su tiempo para bordear el auto por atrás, tranquilo: en esos cinco segundos, Kyungsoo se tomó del rostro y se tiró de los pelos, perdido en la vorágine de sus inquietudes y en los dientes de su trituradora y desopilante imaginación.

Lo iban a matar. Definitivamente iban a matarlo.

La pregunta no era cómo.

La pregunta no sería por qué.

La pregunta no sería dónde, sino cuándo.

“Estarás viviendo un tiempo conmigo”, le había dicho. Eso no resultaba tranquilizador, eso no podía apaciguar los espasmos que se amontonaban y taponaban en el pecho: de pronto, dos pequeños golpes en la ventanilla levantada dolieron como disparos a la sien y a la boca. Kyungsoo gritó y saltó en el asiento, mirando hacia afuera, hacia la parca de sobretodo color caqui con piel casi transparente y labios violáceos por el frío.

-¿Estás listo?—escuchó, la voz amortiguada por la barrera del vidrio. Junmyun entonces abrió la puerta, y Kyungsoo no percibió el momento en el cual la había destrabado (pudo haber escapado, pudo haber corrido en esos segundos…hasta que lo matase la bala certera y perdida, porque estaba seguro de que, cuando muriese, nadie sabría cómo, ni dónde, ni por qué…al igual que él). Saliendo despacio, respiró el aire frío y mortal, chocando contra sus poros—. Como te dije, tenemos trabajo. Acompáñame al baúl, no podré bajarlo solo.

-¿Ba…?—la mirada certera de Junmyun le hizo callar al segundo. Simplemente lo siguió pensando, ¿Bajarlo?

Sacando la llave e introduciéndola en la cerradura, Junmyun giró su muñeca un cuarto de reloj hacia la derecha y pujó, la chapa curvada disparándose hacia arriba automáticamente: el hedor a podrido se disparó entonces, y percibiendo desde el rabillo del ojo cómo el estudiante ahogaba un grito contra sus manos, torció la boca y refunfuñó.

-Tu puto maestro es un hueso duro de roer—asintió, esnifando por el frío y dirigiéndose a los pies. Sacándole los zapatos y tirándolos al fondo del espacio, tomó los talones con una mano, las rodillas con la otra, y tiró—. Fueron necesarios dos tiros: uno para que dejara de correr…y otro para que se callase—sonrió, mirando al chico de costado—¿Vas a ayudarme a sacar esto o tú también quieres dos disparos?

 

 

Lo primero que se escuchó fue otro clic, seguido de una especie de zumbido electrónico, luego, a medida que se fueron prendiendo las luces, Junmyun habló, sacando inciensos del segundo cajón del mueble de algarrobo, junto con un encendedor y un pequeño porta sahumerios oscuro, de madera.

-Déjalo en el sillón de felpa bordó y siéntalo como más te plazca. Si el mal olor te descompone, prenderé éstos cerca tuyo…hasta entonces, asegúrate de dejar al tipo en la postura que más te guste.

Kyungsoo luchaba contra la urgencia de vomitar: el profesor, inerte, colgaba sobre su espalda y apresaba cada vez más su cuerpo contra sus propias rodillas, tirándolo al piso. Le costaba erguirse y caminar arrastrando semejante peso muerto; una vez llegó al sillón, lo dejó caer sin prisas y lo acomodó, más que nada por vergüenza y por lástima.

-Es una pena que no pueda calificarte—escuchó detrás de él, en alguna parte de la habitación alfombrada—, no obstante, yo ya lo hice…debo decirte que eres un gran artista, Do Kyungsoo.

El susodicho se giró rápidamente, presa de las lágrimas de un súbito enfado: con los insultos colgando en la punta de su lengua, sintió todos sus sentidos apagarse mientras la sonata para piano número dos de Chopin sonaba.

Sonata para piano dos, opus treinta y cinco, recordó.

-Esa es…

-La marcha fúnebre, sí—sonrió el otro, complacido mientras enganchaba los cinco inciensos y tomaba con su mano libre la carpeta de plástico—, te gusta mucho Chopin, ¿No es así, Kyungsoo?—exclamó, levantando la voz por sobre el tocadiscos, desde donde el vinilo giraba perezosamente—, según tu formulario de ingresante…te ayuda a la hora de pintar—siseó, resaltando las últimas palabras, despegando los ojos de las hojas para fijarlos en aquella pequeña y temerosa cara, una cara tan clara como un libro abierto—. Vaya, vaya…no te ha agradado nada que te haya investigado durante un tiempo, ¿Verdad?

-¿¡Qu-quién te dio eso!?

-Eso es lo que menos importa—respondió, sorprendido y soltando de un golpe todo lo que retuvieran sus manos. Acercándose al chico, lo observó durante unos segundos y luego le tomó el mentón, acariciando la piel, absorbiendo la vida con las yemas de sus dedos—, ¿Has acomodado al profesor? Mira que no puedes arrepentirte luego.

-N…no lo haré. Ni siquiera sé por qué tengo que hacerlo—exigió, buscando una explicación.

-Bien, bien…vas entendiendo—sonrió Junmyun, complacido. Entonces se alejó dando pasos hacia atrás, y extendiendo los brazos—. Dime, Kyungsoo… ¿Qué ves en esta habitación? Exactamente, ¿Qué es lo que ves?

Kyungsoo bordeó en silencio la habitación, pero solo con los ojos. No despegó los pies de su lugar en ningún momento: si se tardaba demasiado en admirar cada esquina, cada rincón…Junmyun sabría que estaba memorizando los posibles escapes. Optó entonces por dar un recorrido rápido, admirando el caballete, las pinturas y los lienzos apilados contra el sillón de un cuerpo, afelpado.

Al mirar la paleta de colores que lo esperaba, tragó.

-Quieres…quieres que lo pinte.

-Exacto—rió el otro, relajando la línea de sus hombros y corriendo con sublime entusiasmo hacia el mueble del tocadiscos, deslizándose entre las tenues sombras como un ser de la noche, como una criatura despiadada y mortal—. Mira, mira esto y dime qué ves…o mejor dicho—se corrigió, sacando la cámara y varias polaroids instantáneas, apenas cubiertas de polvillo y tierra—, dime qué no ves—sacudiendo las fotos en el aire para limpiarlas, corrió de vuelta al lado del estudiante, parándose detrás de él, erizándole los pelos de la nuca con su venenosa respiración—. Dime, aquí, en estas fotografías, Kyungsoo…dime qué es lo que falta.

Kyungsoo tomó las imágenes con gruesos bordes blancos y se atragantó: entre sus dedos yacían cinco retratos, cinco imágenes oscuras, despiadadas y horribles. Transpirando mares otra vez, buscó estabilizar su respiración y parpadear con cordura: tragando saliva, contempló a dos muchachas y tres hombres…las mujeres lucían jóvenes, simples estudiantes de secundaria. Luego venía un anciano arrugado, después lo que parecía ser un ambicioso hombre de negocios.

…Último, se encontraba Taemin.

Las fotografías eran del tamaño carnet, y en todas ellas, los protagonistas luchaban por mirar fijamente la lente de la cámara. Había un solo problema: las caras se regodeaban en salpicaduras de sangre, y más de una mandíbula se había roto, por no hablar de las cicatrices, los golpes y la falta total de vida en las pupilas.

-…tú lo mataste—fue todo lo que pudo decir, y Junmyun resopló, casi como un niño.

-Sí, pero no has respondido mi pregunta. ¿Qué falta ahí, Kyungsoo? ¿Qué rayos les falta?

-N…no lo sé.

-¡Vamos, piensa!—le alentó Junmyun, empujándolo suavemente.

Como si se tratase de un juego.

Como si las fotografías fuesen merchandising de alguna serie de televisión de terror.

-Yo…no—negó, afligido—no entiendo, no…

-¡Les falta lo que no tienen, maldita sea!—bramó, enfurecido—¡Les falta vida, Kyungsoo, vida!— y tapándose los oídos con las manos encorvadas, Kyungsoo cerró los ojos por unos segundos, sólo para cerciorarse de que era su final…aunque no ocurrió nada—, ¡Incluso las muertes más escabrosas o insignificantes tienen vida, pero yo no he podido atraparla!—tirando la cámara al suelo, el estallido fragmentó la lente, el sujeta correa y los rollos: Junmyun bufó, despeinándose del disgusto—. Trabajé como fotógrafo forense cinco años…y a comienzos de este invierno, cuando se iba a cumplir mi sexto aniversario en el Seoul News…me di cuenta de que perdí mi toque, de que lo perdí todo.

Echando la cabeza hacia atrás, suspiró, relajado: Kyungsoo podía sentir cómo la furia se le enroscaba en los brazos y le asfixiaba el cuello. Por las dudas, se enderezó y permaneció quieto con Junmyun dando vueltas a su alrededor, mirando cada tanto el cadáver putrefacto, cuyo olor mezclado con los inciensos no daba resultado en absoluto.

-Años y años sacando las mejores fotografías…años y años, siendo renombrado, reconocido, halagado, alabado—sonrió al cielo, extendiendo los brazos. Luego los dejó caer—, para luego terminar en esto…en un simple, sencillo joven de veintitrés años que comenzó su carrera con entusiasmo para luego…ser devorado por la rutina—gruñó, cabizbajo y ofendido. Negó despacio—. Fue difícil irme, créeme, pero fue lo mejor. Hasta ahora, soy el único que ha notado el deterioro en su trabajo…pensé que era mejor retirarme y esconderme hasta que pudiera volver el gran fotógrafo que alguna vez fui y que sé que aún soy…sólo…sólo necesito volver a capturar ese pequeño…y efímero…brillo en sus ojos—siseó, disgustado consigo mismo, juntando el índice y el pulgar frente a sus ojos, furiosos, abatidos—, ese pequeño brillo que permanece en el cadáver para luego desaparecer…ese pequeño, pequeño brillo…ese que representa la despedida del alma, la separación total de ánima y cuerpo—girándose de pronto, tomó a Kyungsoo desprevenido—¿Lo entiendes, Kyungsoo? ¿Entiendes lo que te digo?

El pelirrojo se encogió de hombros ante el miedo. Los zapatos de punta lustrada de Junmyun taconearon todo el camino hacia él, decidido.

-Ahí es donde entras tú—resopló, airoso, levantando el mentón—. Eres de los mejores de tu carrera, más allá de que apenas estés pasando a tu tercer año—sentenció, tomándole nuevamente del rostro—. Mírame cuando te hablo…porque, a partir de ahora, realizarás el trabajo que yo ya no puedo hacer.

Kyungsoo quiso hablar, quiso protestar, pero su cuerpo se había adormilado.

-Pintarás la muerte tal y como yo la genere, luego la mezclarás con lo que tú veas y ahí…ahí, tú les darás la vida y el movimiento a un cadáver desprovisto de ellas con las pinceladas. Ahí, tú pondrás parte de tu vida, y les darás a mis obras lo que yo estoy buscando, lo que yo ya no puedo hacer. ¿Entendiste?

Silencio, silencio absoluto.

Lágrimas saladas brotaron de los ojos de Kyungsoo, exasperando al asesino al punto de hundir las uñas en la carne y sacudirlo con odio profundo.

-¿¡Entendiste!?

…Y Kyungsoo asintió.

 

 

“Un registro perfecto y delicado”.

“La vida que huye del cuerpo vacío y se refugia y retrata en pinceladas cuidadas y sumisas”, así había concluido su captor.

Kyungsoo llevaba ya cuarenta minutos sentado y mirando fijamente el lienzo. Cuarenta minutos antes, había escuchado atentamente otro clic y el portazo definitivo que definiría su estadía en aquella nueva cárcel.

Si desviaba su vista hacia su derecha unos treinta y cinco grados, podía ver el desplome de lo que alguna vez había sido su profesor, pero estaba más que claro que no podía hacerlo.

Tragando saliva, se preguntó nuevamente por qué estaba allí, y si todo no era más que una macabra y morbosa broma: no, no podía ser así. Junmyun había ido en serio con su porte mortífero y letal, y la música seguía sonando, y los pinceles y la paleta y el lienzo y el cuerpo estaban allí…

Tomando un Goya tamaño diez, inspiró hondo y buscó visualmente el pote de color bordó y verde agua, de forma que pudiera pintar el fondo del afelpado del sillón.

No, ¡No!, pensó, espantado. ¿¡Qué rayos estás haciendo!?

Respirando agitadamente, miró durante una milésima de segundo a su profesor, boca levemente abierta, cabeza ladeada y ojos desmesuradamente abiertos: la carne empezaba a apestar, y si seguía dudando, más tarde terminaría retratando nada más que un bulto de carne podrida.

Víctima de los espasmos y las arcadas, se ovilló en sí mismo y cerró los ojos, manoteando los pomos de pintura y los pinceles para poder empezar a pintar.

“Entre más rápido lo hagamos, mejor”.

 

 

* * *

 

 

Junmyun había terminado de trapear y borrar los rastros de la entrada, las escaleras y el piso de las habitaciones transitadas (salvo la ocupada por Kyungsoo), cuando dio por terminada la jornada inicial: debido al frío y a los temblores, sería mejor darse un baño.

Adentrándose en el tocador que estaba a dos puertas del cuarto del tocadiscos, contempló su rostro en el espejo y se quitó el sobretodo, admirando finamente su cuello y su pecho desnudos, sintiendo nada más que el calor de sus pies, abrigados por los zapatos, desprovistos de calcetines.

A veces me pregunto si debería matarme yo también, pensó, aburrido y extendiendo el brazo hacia la ducha, dejando pasar el agua caliente.

Después de todo, no es como si a alguien le importase: padres recientemente separados, hermano casado y viviendo lejos…cada uno tiene sus problemas. No es como si yo representase la luz en sus ojos, el motivo de su vivir.

Entrando en la ducha, bajó la cabeza de cara a la ducha y sonrió.

-La luz de sus ojos—rió, entretenido y levantando la cabeza para que el agua le diese de lleno—, una luz que Kyungsoo rescatará para mí en pinturas, y no en insulsas fotografías.

A través de las pinturas, se podía observar más que la imagen retratada; a través de la tela tirante y elegantemente pintada, uno podía notar, identificar y hasta revivir el proceso de elaboración: Cuántas pinceladas habría en total, cuántas capas de color se aplicaron, cuánto tiempo habría tomado realizar sólo las figuras, o los fondos, o los bordes…

Junmyun agradecía al cielo por su epifanía aquel viernes a la noche: acariciándose el cuello para sentir el calor golpeando en su piel, recordó la captura y el asesinato rápido e indoloro de Taemin. Era claro que Junmyun tenía buena puntería, pues con apretar una única vez el gatillo los sesos se habían disparado, vomitando el rojo sobre las paredes, como un fuego artificial humano, un carnaval de glóbulos rojos agitados, vivaces y explosivos.

Sonrió: matarlo había sido sencillo, pero la chispa se le había escapado.

Ni siquiera llevándolo a la casa y vistiéndolo mejor, ni siquiera posicionándolo con dulzura en el sillón tenía sentido…no, definitivamente había perdido lo que alguna vez se había convertido en su sello.

…Aunque por suerte, ahora tenía a Kyungsoo.

Tomando el jabón para limpiarse el estómago y las manos, dejó rastros de espuma por su pelvis y su sexo, riendo cosquilludamente ante el tacto.

El matar y el redecorar e intervenir artísticamente a su víctima era mucho mejor que una antigua noche de sexo romántico o salvaje: hundir la bala o el filo en la carne era muchísimo más estimulante para él.

Ser el responsable…ser el primero, el último y el único en tomar la vida de alguien…

El tirón repentino entre sus piernas lo quitó de su ensimismamiento: mirándose aturdido, frunció el ceño y resopló.

-Fantástico—gruñó, y soltando el jabón, comenzó a complacerse despacio.

No fuese cosa que su rehén lo descubriese estimulado de esa manera.

 

 

* * *

 

 

-Con permiso—anunció, entrando con una cálida sonrisa y ropa abrigada, al estilo dandy—, Kyungsoo—exclamó, con fingida sorpresa—, esta mañana tardaste sólo cuatro horas en pintarme, ¿Cómo puede ser que hayan pasado dos horas y media y aún no hayas comenzado? ¡No has pintado casi nada!

El estudiante arrugaba los puños contra la tela de sus rodillas y dejaba caer la cabeza hacia adelante, de manera que sus cabellos rojizos lograsen amplificar la barrera que tantas veces había sido su lienzo, un lienzo apenas pintarrajeado con los colores de un simple sillón.

Resoplaba, agitado.

-Está listo—dijo de pronto, despertando la curiosidad en su captor—. Tú dijiste que pintara la muerte que tú generas junto con lo que yo veo…ahí lo tienes—suspiró, señalando el lienzo—. Ahí, en ese sillón, no veo nada. No veo nada que valga la pena pintar—la mentira se le había ocurrido hacía tres cuartos de hora, y rezando a los cielos, apretó los dientes para que Junmyun le creyera y, decepcionado, lo dejara marchar en paz.

-Vaya…no había tenido en cuenta esa posibilidad—murmuró el otro, cruzado de brazos y ojos saltando de tanto en tanto desde el cuerpo a la obra, mal hecha, claramente no terminada—, pero menos tuve en cuenta el hecho de que intentes mentirme para escapar—y bordeando al chico, viajó por enésima vez al tocadiscos, deteniendo la música y sacando del bolsillo del pantalón un elemento rectangular, delgado y negro.

Otra vez se escuchó el clic: Junmyun registraba sus conversaciones en un grabador.

-No han pasado ni veinticuatro horas y el rehén se rehúsa a realizar un simple pedido, un simple mandado—lamentó, caminando de vuelta hacia Kyungsoo, que lo veía con ojos desorbitados—. Es una pena, puesto que el sujeto es habilidoso en lo que se le pide, aunque bastante…bastante…—susurró, tomándole de los cabellos con delicadeza, apreciando el color ante los débiles rayos de Sol que traspasaban la ventana—impertinente.

Los dedos de Junmyun entonces se curvaron para tirar del pelo con brutalidad y rectitud: llamando de la cabeza de Kyungsoo para que éste se parase, lo tuvo a centímetros del rostro y acercó el grabador a su boca, hundiendo la punta en su mandíbula, del lado derecho.

-¿Tienes que decir algo al respecto? No me hagas desperdiciar segundos, éste es un registro de mi mejor proyecto, de mi obra mayor.

Exasperado y con la espalda arqueada, Kyungsoo abrió los ojos y bufó, mirando el aparato hundido en su piel.

-No voy…no voy a hacer lo que me piden—ordenó, internamente asustado—. Y ni bien pueda, llamaré a la policía.

En consecuencia, Junmyun lo soltó bruscamente y carcajeó: su risa dolía en la cabeza, en los pulmones y pesaba sobre el pecho. Tomándose del estómago con la mano libre, se removió en su lugar, divertido.

-¿¡Crees que te creerán!? ¡Si ellos me aman, la policía me adora! Les proporcioné datos que nadie más les pudo dar, ¡Porque yo era a quien buscaban! Les di a los mejores detectives las más deseadas portadas, ayudé a llevar importantes y ahora reconocidos nombres a la primera plana cuando en aquel entonces no los conocía ni su propia madre, ¡Estate alerta, Kyungsoo! ¡Contra mi relación con la policía, es imposible luchar!

El pelirrojo se dejó caer finalmente en la banqueta, acongojado y sin esperanza alguna que abrigase su pequeño cuerpo: a lo lejos, su captor jugueteó con el grabador y dirigió el rostro rápidamente hacia el cadáver, irremediablemente hediondo.

-Tienes dos horas más para pintar antes de que termines como él. ¿Entendido? Tengo una carpeta con folios enteros y llenos de suplentes tuyos—y dirigiéndose de nuevo a la puerta, siseó, antes de desaparecer—: …agradece que no te he reventado una bala en la cara aún.

 

 

* * *

 

 

-Bien…no está nada mal, bien—asintió Junmyun esa noche, brazos cruzados y pulgar izquierda acariciando su labio inferior: lo había conseguido—. Me gusta, me gusta todo lo que tiene. Mira, mira esta parte de aquí, en la cara—acentuó, bailando con las yemas sobre la mandíbula desencajada—, esa parte te ha quedado maravillosa. Sencillamente sublime, Kyungsoo, ¡Me encanta!

El joven permaneció estoico e inmutable, respirando apaciguadamente y con la mirada perdida en el rostro de un mañanero y agotado Jongin, uno que buscaba encontrar al responsable del asesinato de su viejo amigo Taemin, a quien todos sabían que amaba unilateral e irrevocablemente.

-Mira los ojos—seguía Junmyun, parpadeando e inclinándose sobre el cuadro, pero Kyungsoo seguía perdido—, mira la chispa, mírala, ahí está…puedo verla. Has logrado encontrarla, incluso estando escondida en lo más profundo de sus ojos, encerrada en lo poco que queda de su alma aquí con nosotros, los mortales.

Kyungsoo se lamió los labios y respiró: recordó el tacto de Jongin sobre su hombro cual llama acogedora…ahora se había ido. Se había esfumado en un instante.

-Los pliegues de la ropa casi que te hacen creer que permanece vivo—jadeó Junmyun, tensando la mandíbula para controlar sus impulsos—, míralo, Kyungsoo—pidió, acariciando el lienzo finalizado—, te está pidiendo que lo mate…está pidiendo que terminemos con lo poco que queda de él, rescatado y encerrado en esta pintura.

Kyungsoo no supo cuándo volvió a llorar: recordó el ‘cuídate’ de su mejor amigo y viajó mentalmente por esos ojos, por esos labios y esas pestañas.

…Y pensar que alguna vez lo había tenido pegado a él, sus bocas fundidas en un torpe, desgraciado y mentiroso beso. Y pensar que aquella noche se había aferrado a él de esa manera porque lo quería tanto…

…Si en el futuro se reencontraban, si algún día, Kyungsoo lograba salir y, por esas casualidades de la vida, lograba volver a verle… ¿Qué cara pondría él? ¿Qué cara pondría Jongin? No podría vivir con el secreto oculto como mentira bajo el silencio por mucho. Y si brotaban las palabras con aquella súbita y asesina verdad, ¿Qué pensaría Jongin? ¿Aún lo saludaría con un beso en la mejilla, aún lo querría y atesoraría?

No, ahora no había salida: no podía escapar ni volver por el camino que había tomado para volver a casa. Nadie le creería, y si se daba la posibilidad contraria y salían a la luz las pruebas…lo condenarían, no podría concretar su repentino sueño de ser un chico de veintiún años normal.

Ahora sólo le quedaba seguir la sombra de Junmyun y convertir en piezas de óleos las viejas fotografías. Ahora sólo podía huir, correr y correr y correr hacia la eventual mente, constantemente a la deriva.

Mamá, papá…

Jongin…

…Jongin…

Negó despacio, hundiéndose cada vez más en la tristeza de un futuro incierto pero muy probable: una mano se posó entonces donde alguna vez se posó la de Jongin, borrando todo rastro. Reemplazando la caricia por una amenaza, por un recordatorio del aberrante acto que acababa de cometer.

-Ésta, ésta misma pintura, Kyungsoo…será la primera de muchas y próximas obras maestras—los dedos se curvaron con poder y autoridad sobre su camiseta, amenazando con atravesar el algodón y agarrotarse a la piel como un halcón a punto de acechar a su presa desde el cielo—¿Qué dices, eh? ¿Te embarcarías conmigo en esta campaña? ¿Me acompañarías en este proyecto? No…en esta misión. El mundo debe conocer tu capacidad, Kyungsoo, el mundo no puede perderse la belleza con la que cargan tus manos ni bien se encuentran con un lienzo.

Ya con el cansancio galopando en sus párpados, asintió: seguía llorando, y la oportunidad de poder dormir lo esperanzaba con la posibilidad de que luego pudiese despertar de esa pesadilla…

De lo contrario, se conformaría con poder dejar de respirar mientras abrazaba el mundo de los sueños.

 

 

* * *

 

 

A pesar de que su cuerpo había rogado por un respiro, a Kyungsoo le costó mucho acostarse y dormir: cerca de la medianoche, Junmyun lo había dirigido fuera de la habitación y conducido por el pasillo hasta el otro extremo, donde una pequeña puerta de color bordó se abría pase entre la felpa y las cortinas brillantes de color borgoña. Dentro de lo tétrico que resultaba el edificio, aquel parecía ser el único rayito de esperanza, el único brote de vida y de luz.

Cuando entró a la habitación, notó a cinco pies de distancia la cama de dos plazas, dispuesta perpendicularmente a la línea de la pared, y con dos almohadas color maíz que hacían las veces de ojos, vigilando constantemente la entrada de los visitantes. Las sábanas permanecían en la gama de los colores vino tinto y ladrillo (aparentemente, Junmyun vivía de todo color que le recordase a la sangre), y en las dos mesas de luces que se hallaban a los costados de la cabecera, dos tenues lámparas cálidas iluminaban el recinto, demasiado ostentoso, demasiado grande para ya dos personas, e infinitamente interminable para una sola.

-Duerme tranquilo, que nadie va a atacarte—le había dicho Junmyun, bajando lentamente la mano por la curvatura de la espalda, generando escalofríos mientras la mano caía fuera del cuerpo del estudiante para tomar el pomo de la puerta y despedirse—: dulces sueños…no sea cosa que tengas pesadillas.

Y ahí estaba, seis horas después, abriendo los ojos hinchados y adoloridos con pereza, sintiendo las lágrimas secas tirar de su piel, de sus labios, de todo su cuerpo: tenía los labios paspados e inflamados de tanto morderse, las muñecas le dolían e incluso su hombro derecho parecía salirse de lugar.

No había dormido bien, y había pintado demasiado.

Sentándose en la cama, se despeinó y se frotó el rostro en pos de ahuyentar otro ataque de llanto. Tanteando la mesa de luz de su derecha, apagó la lámpara que había dejado encendida a lo largo de la noche (sólo por las dudas), y se dio cuenta.

Abriendo los ojos, respiró agitado.

Había dejado tontamente su billetera y su teléfono en la superficie del mueble.

Y ahora no estaban, habían desaparecido.

Saltó fuera de la cama y corrió por los pasillos, forcejeó con cuanto picaporte tuviera en frente, golpeó la madera y gritó hasta desgarrarse la garganta y gastar sus cuerdas vocales, sin obtener respuesta, ni una risa, ni un golpe, ni una amenaza…nada.

Estaba solo, lo había abandonado allí, en Dios sabe dónde, y con un cadáver en una habitación (suponiendo que aún estuviese allí, claro): desamparado, Kyungsoo se dejó caer de rodillas y se tapó los ojos, rogándole al cielo porque todo fuese un sueño, un sueño pesado y larguísimo del cual no podía despertar por no saber, por no conocer los trucos para hacerlo.

De pronto escuchó el eco de los pasos, sus pasos, y se levantó de un salto: Junmyun subía las escaleras con cuidado, cargando un bandeja de plata con un juego de porcelana listo para servir el té, sumando la presencia de cinco galletas marineras con sal, dispuestas en forma de medialuna.

-Oh—sonrió, levantando la cabeza al ver a su inquilino—. Buenos días, mi artista—sus ojos se empequeñecieron con la típica forma de las medias lunas—, supuse que tendrías hambre…Dime, ¿Qué soñaste? ¿Pensaste en mí?

 

 

-Lamento no haberte dado un pijama—murmuró Suho, sirviendo el líquido amarronado y colocando dos pequeños sobres de azúcar contra las tazas y sobre los platillos: de reojo, observó a Kyungsoo llevando solamente su camiseta, que le acariciaba hasta el comienzo de los muslos—, de verdad, se me pasó darte uno anoche. Lo lamento, manera de tratar a un inquilino—sonrió.

Kyungsoo, avergonzado, recordó el hecho solamente vestir ropa interior, remera y calcetines. Automáticamente estiró la tela para cubrir sus piernas desnudas, con poco y nada de éxito.

-¿Pasó algo en particular que te haya hecho olvidar de los pantalones?—rió el captor, tomando su platito y sosteniendo la taza por el mango con sólo tres dedos.

-Pensé…pensé que me habías abandonado—soltó el pelirrojo, mirándolo con infantil enfado: no podía mencionar la ausencia de sus cosas, resultaría demasiado obvio—. Pensé que me habías dejado solo con el profesor—jamás le diría ‘el muerto’, Kyungsoo seguía pensando que todo podría llegar a ser un sueño, y en su realidad, su profesor estaba vivo—, y que luego llamarías a la policía.

Atónito, Junmyun carcajeó complacido, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás: la diversión se manifestó esta vez como una risueña melodía, y Kyungsoo se sorprendió de la cantidad de matices que podía adquirir la voz de un ser tan pequeño y, a la vista, tan ordinario. Después de todo, ambos eran bajos de estatura y no tenían rasgos relevantes…después de todo, ambos eran seres humanos, casi comunes y corrientes.

-Mi querido Kyungsoo, ¿Qué te hizo pensar que podría llegar a hacer algo como eso? Simplemente fui a enterrar el cadáver al amanecer, luego me lavé las manos y te preparé este desayuno liviano, puesto que supuse que no estarías de ánimos para desayunar un pastel—musitó, con ese aire sereno, sublime y casi atractivo. Junmyun tenía algo en el lenguaje de sus ojos, en sus pómulos, en su sonrisa…algo desencajaba, y quizás eso que desencajaba generaba otro orden y otro equilibrio, añadiendo cierta toxicidad a sus muecas, cierta ambivalencia a las facciones que probablemente estudiaba y practicaba todos los putos días.

Kyungsoo entonces se limitó a acariciar el mango de la taza, luego tomando torpemente una galleta para llevarla a sus labios y partirla con el más mínimo esfuerzo: masticó y sintió un hambre voraz apoderarse y agarrotarse a su estómago. Tragó saliva, nervioso, y suspiró.

De hecho…creo que un pastel estaría bien.

 

 

* * *

 

 

Mientras bajaban a la cocina inmaculadamente blanca (que, según Kyungsoo, daba escalofríos), Junmyun estaba bajando la tapa del horno con el pastel ya hecho y listo para comer, cuando escuchó atento el inicio de conversación que implementó el chico.

-¿Vivías aquí cuando trabajabas para la policía?

Junmyun, quien se había agachado para retirar la bandeja de plástico con bordeas calados, se incorporó y dejó la comida en la mesada, sonriendo pacíficamente mientras se dirigía a los cajones para sacar un cuchillo: seguro eso lo asustará.

-No, me mudé aquí hace un año, como producto de mi epifanía. No me gustan para nada los ascensores, los teléfonos táctiles ni las pantallas planas. Para nada. Los aborrezco, de hecho. Detesto esas camionetas familiares con tres filas de asientos—girando la cuchilla en su mano, observó los ojos intranquilos de Kyungsoo siguiendo sus movimientos: empezó entonces a cortar la torta—, no me gustan los programas musicales con ídolos y mucho menos encuentro llamativo o interesante vivir con dos pedazos de plástico en mis oídos todo el día, con esa…música electrónica que no es más que un ruido molesto y ensordecedor…tapándome hasta los pensamientos. Cirugías plásticas, computadoras portátiles…no, definitivamente no.

Kyungsoo asintió y tomó del té, Junmyun desvió sutilmente los ojos hacia su boca, los labios gruesos abrazando el borde de la porcelana para dejar que el líquido caliente se adentrara por sobre su lengua hacia su garganta. Tensó la mandíbula y suspiró.

-¿Por qué preguntas?—le dijo al fin—¿Acaso no te gusta mi casa?

-Al contrario—respondió el otro bastante tranquilo (para su sorpresa) y bajando la taza en la mesada, a medio metro de distancia hacia la derecha de Junmyun—. Me recuerda al palacio de la reina en el cuento de Alicia…siento que ya he oído o visto este tipo de lugares…en cuentos, en películas, en sueños tal vez…

Junmyun sonrió: el chico era astuto, pues no dejaba de mirar para todos lados mientras fingía conversar cómodamente. Aquello lo enfadó.

-Tu estúpido teléfono está en la habitación del caballete—siseó, desgranando la porción de pastel cortada entre sus dedos, el dulce y el almíbar metiéndose debajo de sus uñas—. No creas que no me doy cuenta—agregó—, no pienses que puedes jugar conmigo.

 

 

Lamentablemente, perdió el control: presa de la furia por la falta de respeto, Junmyun había tomado a Kyungsoo de los cabellos y lo había arrastrado hasta el pie de las escaleras. Gritando, sacudiéndose y pataleando, había tirado contra los escalones al chico, que se sacudía eufórico en pos de liberarse, arañando y chillándose la vida, como si de esa forma pudiese calmar a su captor y luego poder escapar.

-Sube—le ordenó, el pecho inflado y vaciándose bruscamente, casi por completo—¡Sube las escaleras, maldita sea, haz lo que te digo!

Gateando de espaldas y tropezando con sus rodillas y sus manos, Kyungsoo procuró subir sin sacarle los ojos de encima. Mientras tanto, Junmyun se obligó a comportarse: no podía perder a su artista, mucho menos perderlo a manos propias. No obstante, cuando ambos hubieron llegado al pasillo superior, le tomó de la muñeca con rabia y tiró, jalando y jalando mientras caminaba, mientras abría la puerta y lo tiraba dentro de la habitación vacía, de forma que pudiese surcar rápidamente la habitación, tomando el teléfono.

-¿Querías tu teléfono? Aquí lo tienes—gruñó, macabro y sonriente; tirándole el aparato al regazo, le oyó gemir de dolor y las fuerzas internas fueron mayores, llevándolo instintivamente a tomarle del mentón, obligándolo a mirarle de frente—. Llama a tu asquerosa madre, llámala a ella y a todo aquel que te busque—Junmyun había tomado la pistola sólo por las dudas, y sabía que la simple presencia del arma haría que el estudiante obedeciera sin chistar—. Invéntate una buena mentira, porque no te quitaré la correa hasta el puto día en que te mueras.

Y soltando al muchacho para que llamara de una vez, retrocedió con el brazo extendido y apuntándole a la frente. Tanteando detrás de su espalda, tomó el grabador del mueble de algarrobo y grabó. El zumbido llenaba el silencio, y el pelirrojo no se movía, sólo lloraba en silencio.

-Llama—dictaminó, seco—. Llama, hazlo antes de que te reviente la cabeza y te mate.

 

 

* * *

 

 

Kyungsoo tecleaba, inquieto e intranquilo, además de transpirado. Estaba sentado en una alfombra limpia pero con olor a vejez y a humedad, tenía las piernas desnudas, se sentía sucio y, para cerrar la escena, una pistola le saludaba desde lo alto, apuntando directo al puente de su nariz, entre sus ojos: buscando el contacto de su madre, miró la pantalla y luego a Junmyun, que torcía su rostro en desequilibrio, como a punto de reventar las balas contra su cuerpo, contra el techo y los vidrios.

-No…me hagas…repetirlo—le dijo.

Y Kyungsoo, en un respingo, pulsó.

Tardó en notar que ya estaba llamando, y acercando el auricular a su oído, jadeó.

Un pitido. Dos. Tres…y al buzón de voz: agradecido eternamente, Kyungsoo cortó y dejó caer la cabeza hacia adelante, aunque sabía que para Junmyun, eso no era suficiente.

-Cuando ella te llame…atenderás, así que más te vale que vayas pensando una buena coartada que cubra el resto de tu vida.

Antes de que Kyungsoo pudiera contestar con alguna contra-amenaza, el teléfono comenzó a vibrar: Un enorme y blanco “Jongin” se rezaba en la pantalla.

-¿Jongin…?—murmuró Junmyun, frunciendo el ceño: recordaba ese nombre, lo había visto alguna vez, hacía mucho tiempo atrás… -  Oh—sonrió—, el muchacho nuevo, el que se está encargando de mi caso, ¿No? Kim Jongin, aspirante a médico forense—Kyungsoo sintió el acoplar de las lágrimas en sus ojos.

En cuanto Junmyun le arrebató el teléfono para responder, saltó, desesperado.

-¡No, no! Por favor… ¡Por favor, no le hagas daño! ¡¡No!!—luchando por recuperar el teléfono, los alaridos que brotaban de su boca terminaron por ahogarlo con los espasmos—¡No lo lastimes, él no tiene nada que ver!

Estiraba los brazos, saltaba, luchaba, pero no podía. De puntas de pie, sintió que un antebrazo lo rodeaba y que la pistola acariciaba su espalda desnuda al tener los brazos extendidos hacia arriba, la tela dejando al descubierto su blanca y débil piel.

-¿Qué…?

-Si te mueves, disparo—susurró Junmyun sobre su oreja, rozando exquisitamente la boca contra el lóbulo para luego morder suavemente: la pistola bien podría haber sido una extensión de su brazo, pues el frío del metal se asemejaba a la temperatura de su cuerpo, rígido y carcelario con un Kyungsoo contra el pecho, un Kyungsoo que no paraba de temblar—, recuerda que eres un rehén…que eres una pobre gacela herida y expuesta a mis ojos…todo por no ponerte ese maldito pantalón.

Kyungsoo siseó ante la intromisión del frío, el caño recorriendo su columna para perderse bajo su remera, luego bajando por la cascada de su espalda, siguiendo el hueco del final y luego pronunciando la curva de sus glúteos: se sentía asqueado, y el rastro que dejaban el mango y el hueco por donde saldría la bala no hacía más que intensificarse.

-Mírate, Kyungsoo…mira qué viva, qué bonita, tersa y dulce piel…imagina cada uno de estos bellos y vírgenes poros manchados de sangre—murmuró, extasiado, y el teléfono vibraba—. Una piel inmaculada, corrompida por el exabrupto líquido que brota de tu propio cuerpo…tu piel virgen, virgen y blanca y pura…manchada por el más horrible y desagradable de los pecados…sí, Kyungsoo. Lo sé todo, todo, sobre ti…

-¡S…suéltame!

-¿Qué pasaría si contesto a la llamada—continuó—y le explico a este…este Jongin…cómo te tengo? ¿Crees que se preocupe por ti, crees que me odiarás tanto como tú quieres que me odie?

-¡No le digas!

-¿Y si después, cuando jure matarme por haberte raptado…le digo que tú sabes quién asesinó a Taemin…cómo crees que reaccionará? ¿Qué pasa si le digo que lo sabes desde el día que lo viste y que no le has dicho aún por vergüenza? He visto cómo charlaban en el baño…debes estar más atento a los escuchas no deseados, Kyungsoo…deberías haber mirado mejor por los pasillos, debiste haber faltado aquel día, el día que supe que tú eras perfecto para mí.

-¡No me toques!

Y con la llamada finalizando, Junmyun posó el caño sobre el muslo derecho del pelirrojo, justo sobre el muslo derecho, deslizándose cada vez más hacia su entrepierna, cuidándose de acariciar con un dedo fuera del gatillo.

-Sí, Kyungsoo, lo sé todo sobre ti. Sé lo que buscas, lo que quieres, a quién quieres…por eso, creo que nunca podré matarte. Nunca lo haré—dejando caer el teléfono, usó la mano libre para tomarle del trasero y juntarlo más contra sí, pellizcando y hundiendo las garras como tanto le gustaba, tanteando y explorando la piel inocente, la piel temerosa, sumida en la transpiración del más hermoso de los pánicos—¿Sabes por qué? Porque yo sólo mato a aquellas ambiciosas ratas impertinentes…aquellos que siempre aspiran a todo, a lo que todos quieren y a lo que nadie llega, a lo mejor, a lo inalcanzable…yo mato a las ratas que pretenden abandonar la madriguera para creerse los reyes de las alcantarillas, Kyungsoo. Esas jóvenes cantantes, esos gordos negociantes y traficantes, incluso tu estúpido conocido, Taemin…todos pretendían obtener más de lo que merecen, todos pretendían triunfar y vivir de los lujos, lujos que no deberían dárseles por el simple hecho de ser codiciosos, a los cuales el mundo entero nunca les sería suficiente.

-N…no me toques…

-Ésas son las personas que malgastan el aire de nuestro planeta, ¿Me entiendes?—Junmyun seguía, atesorando al pequeño artista entre sus brazos, entre sus dedos y la pistola: era demasiado precioso, demasiado preciado, como una flor a punto de marchitarse—Aquellos que muerden la mano que les da de comer y agarran hasta el codo cuando se les da sólo la mano…ésos, merecen morir. No tú, tú eres humilde y haces vista gorda a los milagros que tienes de manos…tú buscas escapar para ser normal, no para tenerlo todo y así ser feliz…Por eso seguirás con vida, Kyungsoo, siempre y cuando no olvides cómo debes ser.

 

 

“De esa forma, nunca podré matarte. Nunca lo haré”, concluyó, antes de robarle un beso que le quitó el aire.

“Hagamos historia juntos. Yo me encargaré del guión, del registro grabado y del futuro…”

“Tú, pintarás todo eso”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Muchísimas gracias a Los 12 Dioses Olímpicos por dejarme participar n_n


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