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P[lutón], P[arís] por Lucigarro

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Zhang llora por primera vez en mucho tiempo mientras prepara su maleta a toda prisa. El teléfono aún está pendiendo del cable. Ni siquiera ha podido colgar. Le tiemblan las piernas y el corazón. Pero no sabe por qué llora. Tiene demasiados motivos en ese momento pero no sabe con cuál quedarse.

El terror se apodera de él cuando ve que lo tiene todo recogido y está listo para marchar. Una despedida demasiado temprana duele casi tanto como la ausencia de despedida.

— ¿A dónde vas?

Zhang se sobresalta al notar unos labios susurrando en su oreja.

—Han invadido. Tú lo sabías, ¿verdad?

Do asiente mientras aprieta el hombro del otro suavemente. Dar apoyo nunca ha sido su fuerte.

—Tus superiores también debían saberlo. Todo el mundo lo sabía, Zhang. Sé que quieres salvar a tu gente y que no quieres doblegarte ante Japón. He conocido a muchos como tú que luchaban por salvar lo que es suyo, y eso es muy loable. Pero Zhang, es inútil. Desconozco cuántos componéis la sedición, pero no sois suficientes ni tenéis los suficientes medios para enfrentaros a un imperio que está en auge. Mire a su alrededor. En París a nadie le importa lo que está pasando allá, no vais a recibir apoyos de occidente y su patria está demasiado debilitada. Lo siento mucho, Zhang. De veras que lo siento.

Zhang siente cómo su cara se tiñe de un rojo intenso, preso de la furia.

—Habla usted como un perdedor, señor Do.

Zhang coge la maleta y sale de la habitación sin despedirse. No quiere admitir que cada una de sus palabras es tan cierta como que no sobrevivirá cuando pise Manchuria de nuevo.

—Zhang, por favor.

—Si todos los coreanos son como usted, les deparo un futuro muy negro, señor Do. Uno no lucha porque piense que va a ganar. Uno lucha porque cree que la causa lo merece. Y me da igual si un japonés me vuela la cabeza por intentar defender Manchuria, porque al menos habré demostrado que me importa algo más que estúpidos hallazgos de norteamericanos que están demasiado ciegos como para darse cuenta de que el dinero se acaba.

—A usted le dará igual que un japonés le vuele la cabeza, pero a mí no, Zhang.

Se queda helado en mitad del corredor al escuchar aquello. Ni siquiera se atreve a darse la vuelta y mirar a Do porque no sabe qué decir. Su cabeza va a explotar de un momento a otro, o eso le parece a él.

—Por favor, Zhang. No se vaya, o al menos no se vaya así. Es usted un hombre más que loable, pero le hace falta una dosis de realidad. En las asociaciones como a la que usted pertenece la verdad no tiene cabida. Los preparan para luchar sin contarles los riesgos. ¡Por Dios, no es usted más que un cerdo al que ceban para después comérselo!

—No ponga en duda la valía de la sedición, señor Do. Todos tenemos muy claro por lo que luchamos, contra quién luchamos y los riesgos que corremos. Vamos a una guerra, sabemos que las opciones de salir airosos son ínfimas. Pero si no luchamos, ¿en qué lugar quedaría mi patria? ¿En qué lugar quedaría Manchuria si se rindiera a la invasión de un imperio usurpador?

—Se llevaría usted una sorpresa horrible si supiera qué hay detrás de todo ese movimiento rebelde, Zhang… Esa insignia está tan manchada como la bandera japonesa. No se manche las manos usted también.

Zhang da un golpe a la pared demasiado fuerte y su puño empieza a sangrar. Vaya paradoja, piensa. Mira a Do por última vez y continúa su camino. París fue un error desde el primer momento, piensa.

—Vaya un imbécil. –Murmura Do mientras sale corriendo en la dirección opuesta.

 

 

 

—Escuche… No, por favor, escuche. He hecho todo lo posible pero las calles estaban abarrotadas… Sí, ya sé que tendré que esperarme dos días… Sí, lo sé, y lo siento… Escuche, durante estos días puedo conseguir eso, no sé cómo ni dónde, pero…

Zhang cuelga con rabia. Sí sabe dónde conseguirlo, pero no quiere tener que recurrir a él. Está enfadado, y es que una parte de él se alegra de haber perdido el avión. Tal vez ha llegado tarde adrede. Ni siquiera sabe dónde va a hospedarse, sus superiores han pagado ya la reserva en L’Hotel y el dinero que tiene es para comprar lo que debió comprar esa misma mañana.

—Sube.

Do lo mira serio desde el asiento del piloto de un Bugatti 41 Royale color azul marino. Reluciente. Majestuoso. En cierto modo se parece a su conductor, piensa Zhang. Muy a su pesar, se monta en el coche sin poder evitar mirar hacia la cintura de Do. Le sobresale la culata de una pistola.

— ¿Por qué piensas siempre que voy a matarte? En primer lugar, uno no puede ir por París desprovisto de un arma. En segundo lugar, vamos a un sitio especialmente peligroso. Deberías coger tu pistola y cargarla.

— ¿Por qué me habla de manera informal, señor Do? No creo haberle pedido permiso.

—Pues yo creo que haberme penetrado sin piedad en la azotea de un edificio bajo la luz de la Luna parisina es permiso más que suficiente. Déjate de formalismos y saca la pistola. No la de anoche. –Añade con una sonrisa demasiado lasciva para la situación en la que se encuentran.

Zhang se mantiene alerta durante todo el trayecto. Nota la pistola en su costado, pero no le transmite seguridad alguna. Nunca se le ha dado bien batirse en duelo de pistolas, aunque al menos sigue vivo…

—Quédate aquí.

— ¿A dónde va? ¿Qué hacemos aquí?

—No te muevas.

Do desaparece, dejando a Zhang más inseguro que nunca. Ni en un millón de años lo admitiría, pero el otro le transmite mucha más seguridad que la pistola que lleva bajo la chaqueta. Por seguridad, la saca y comprueba que está cargada mientras espera a Do.

Pasan unos minutos en completo silencio hasta que escucha el sonido de un disparo. El corazón se le dispara y comienza a sudar mientras su mente maquina un posible plan. No sabe dónde está, no sabe qué hace allí (aunque tiene una ligera sospecha), no sabe quién ha disparado.

— ¡ARRANCA EL COCHE!

Puede divisar a lo lejos cómo Do corre como alma que lleva el diablo, y casi de manera automática se mueve al asiento de piloto y arranca el coche. No entiende qué ocurre, pero abre la puerta del lado derecho esperando a que el otro suba.

Do apenas acierta a subir de un salto en el coche mientras Zhang retrocede tan rápido como el coche se lo permite.

— ¿A dónde voy?

— ¡Yo qué sé, Zhang! Aléjate de aquí, conduce sin parar hasta llegar a L’Hotel.

Zhang hace lo que le dice sin atreverse a preguntar qué ha sido ese disparo ni por qué ha huido de aquel callejón.

—Creo que ya estoy llegando al centro de París. ¿Ahora qué?

Do no responde y sale del coche con la mano dentro del chaleco.

—Déjale el coche al aparcacoches de L’Hotel y sube a mi habitación.

Zhang asiente y conduce hasta la puerta del hotel, dejándole el Bugatti al aparcacoches sin preocuparse de darle una mísera propina. Otra cosa poco propia de él.

Sube las escaleras de dos en dos con el corazón en un puño y la mano en la pistola. La puerta de Do está entreabierta. Saca la pistola de su chaleco e irrumpe en la habitación.

—Tranquilo, estoy solo. Pero no creo que por mucho tiempo.

— ¿Qué ha pasado? No entiendo nada, Do.

—Si he ido al callejón ha sido porque sé que ahí hay gente que puede proporcionarme lo que tú necesitas para volver a Manchuria, pero…

—Espere un momento. ¿Cómo sabías… sabía qué necesito?

Do lo mira amargamente mientras se quita la chaqueta y el chaleco.

—Tutéame o tendré que hablar formalmente yo también. Y lo sé porque si quiero enterarme de algo, me voy a enterar, Zhang. Además, no es muy difícil de deducir qué puede haceros falta allá.

Do se quita la camisa sudada y va en busca de una limpia. Zhang no puede evitar fijarse en los lunares que tiene por toda su espalda. ¿Cómo puede pensar en eso en la situación en la que se encuentra?

—Bueno, el caso es que alguien ha estado siguiendo tus pasos. Alguien aparte de mí. –Añade al ver cómo Zhang alza la ceja. –Parece que Japón no quiere ni rastro de sublevados en sus regiones. No tardarán en venir por aquí, es mejor que nos vayamos o las cosas pueden torcerse mucho.

— ¿Que nos vayamos? ¿Vienes conmigo?

Do le dirige una mirada que a Zhang le parece cargada de dulzura, y eso lo pone más nervioso que el sonido de mil disparos.

—No sé cómo acabarán las cosas. –Do se acerca y le da un beso antes de terminar de abrocharse el chaleco, y sale de la habitación.

 

 

 

— ¿Dónde estamos?

—A unos 50 kilómetros de París. No se me ocurría otro sitio mejor al que ir. Por esta noche estaremos a salvo, mañana tendremos que buscar otro sitio.

Zhang observa a su alrededor. Están a las afueras de una de las ciudades más grandes de Europa. Se pueden ver las luces titilantes de todos los edificios. Deben de encontrarse en algún pueblo pequeño porque hay unas pocas casas unos metros más allá, pero está todo a oscuras y no se escucha un solo ruido.

—Ven, en esta casa me hospedé yo cuando vine a París por primera vez. Es una casa de pastores, así que no esperes que huela muy bien ni que tenga muchas comodidades.

—Escucha, Do, no te he dado las gracias por…

—No, Zhang. No te pongas sentimental, no nos conviene a ninguno de los dos.

Zhang asiente y entra en una de las casas casi a tientas. Sí que es cierto que no huele bien, y comodidades… Tan solo hay una cama pequeña y una mesa estropeada por el tiempo. Casi igual que su habitación en L’Hotel…

— ¿Cuándo te han dicho que sale el próximo avión hacia Manchuria?

—No hay aviones hacia Manchuria. Pasado mañana a primera hora sale un avión hacia Pekín, y de ahí cogería otro avión hacia Manchuria… Si es que puedo.

Do coge su mano y la aprieta entre las suyas. Puede sentir el miedo del otro, pero de nuevo no sabe cómo actuar.

—Tranquilo. Te ayudaré hasta que cojas el avión.

— ¿Y cuando lo coja?

Do evita mirarlo. El ambiente se ha cargado repentinamente. Ambos llevan haciéndose la misma pregunta un buen rato, pero ha sido el chino el que se ha atrevido a preguntarlo.

—Vamos, puede que sea la última noche que pasemos juntos.

Zhang se funde en un largo beso sin poder evitar derramar una lágrima. París está siendo más duro de lo que esperaba…

 

 

 

—Zhang. Zhang, despierta.

Zhang se levanta sobresaltado. Está confuso y desnudo. A su lado, Do se está vistiendo a toda prisa.

— ¿Qué ocurre? ¿Qué hora es?

—Es de madrugada. Levántate, Zhang. Alguien viene, ¿no lo oyes?

Sin pararse siquiera a escuchar, se viste todo lo rápido que su sueño le permite y se guarda la pistola en el cinturón.

Ambos salen de la casa a tientas. El ruido cada vez es más evidente. Suben al coche y justo cuando van a arrancar, escuchan un claro y evidente… balido. Y tras ese balido, otro. Y después otro… Sueltan una carcajada al ver a lo lejos una figura encorvada sujetando una vela que ilumina un rebaño de ovejas.

—Bueno, al menos no es un japonés…

Ambos vuelven a reír de nuevo y Zhang lo besa casi sin darse cuenta.

 

 

La imagen que ambos dieron al día siguiente era de la versión masculina de Thelma y Louise.  Sin salirse de la carretera, conduciendo sin parar, como si fueran prófugos.

Hablaron de los tópicos más estúpidos tratando de evitar la conversación que era verdaderamente importante. Zhang quería hablarlo, pero sabía que Do no era muy dado a los sentimentalismos y no quería estropear el momento (aunque tampoco es que fuera un momento especialmente romántico…)

Do, por su parte, estaba asustado. No por ser perseguido por una gente que no tendría ningún tipo de miramientos en matarlos a ambos, sino… porque por primera vez alguien irrumpía en su corazón. Y tenía que ser justamente un rebelde manchuriano que tendría que partir en cuestión de horas. Siempre le había gustado la soledad de su mente. Podía disfrutar de las relaciones con otros hombres sin darles demasiada importancia, pero con Zhang todo le había salido mal. Ya no encontraba soledad en su mente, y todos sus pensamientos iban a parar a lo mismo: Zhang.

Para la hora de comer ambos estaban hastiados de tanta carretera francesa y se desviaron hacia un pueblo incluso más pequeño que el de la noche anterior.

— ¿Por qué paramos?

—Tranquilo, simplemente he parado para comprar algo de comer. Seguro que te mueres de hambre pero no has abierto la boca para no molestarme.

Zhang asiente con fastidio y baja del coche para estirar las piernas. La verdad es que está hambriento y cansado.

Mientras Do busca un sitio en el que comprar comida, él se apoya en el coche y deja que el Sol le bañe la cara. Han pasado demasiadas cosas en dos días, pero algo en su interior le dice que lo peor está por venir.

Ya no le apetece luchar por Manchuria, ya no le apetece volver a ver a sus camaradas. Tampoco le apetece estar en París. Tal vez Do tenga razón y las razones por las que surgió la sedición no sean tan admirables como pensaba. Tal vez sea otra treta del gobierno por defender lo que les pertenece sin malgastar dinero ni medios en soldados. O tal vez ni eso… Tal vez China accedió a la invasión. Ya no está seguro de nada.

—No pienses tanto. Toma, no he podido conseguir más, a la noche volveremos a parar y cenaremos mejor. El avión lo coges en París, ¿no?

—En Beauvais. A 80 kilómetros al norte de París.

—Bien… ahora mismo estamos al sureste de París, así que podemos rodear toda la zona para no detenernos pero tampoco alejarnos demasiado, y así mañana estarás allí sano y salvo.

Zhang asiente lentamente y monta en el coche de nuevo. Do parece tan seguro de sí mismo… En parte le molesta, porque da la sensación de que él no le importa lo más mínimo. Que no le importa separarse de él.

 

 

 

Las horas se consumen como la cera de una vela, y la noche cae de nuevo para desgracia de ambos. Exhaustos, paran en algún pueblo del este de París sin preocuparse de investigar siquiera cómo se llama.

Se hospedan en la primera pensión que encuentran. Una pensión cochambrosa, de mala muerte, poco recomendable, pero están demasiado cansados como para buscar algo mejor.

— ¿Tendría usted una habitación para esta noche? Y un par de platos para cenar, si no es molestia.

El recepcionista de la pensión los mira de forma grave y con el ceño fruncido.

—Tengo dos habitaciones y dos platos.

Zhang lo mira sin comprender muy bien, pero luego abre los ojos desmesuradamente al darse cuenta de su descuido. Él nunca es tan descuidado, pero París lo está cambiando todo…

—Perdone a mi colega. Sí, queremos dos habitaciones, por favor.

En hombre tiene la inferencia de darles dos habitaciones separadas por un largo pasillo. Como si eso fuera a evitar que en mitad de la noche uno asaltara la alcoba del otro…

—Relájate, Zhang, llevamos más de 24 horas huyendo y no han dado con nosotros. Estás a salvo.

—Do, no me preocupan esos hombres que nos persiguen. Y lo sabes.

Do lo mira de forma reprobatoria antes de dirigirse a su habitación. No puede permitir que Zhang rompa del todo la muralla que se había construido.

 

 

Horas después e inmersos en la noche, ambos, como era de esperar, comparten alcoba de nuevo. Como cada noche desde que Zhang llegara a París, y cada noche es más mágica que la anterior. Y más amarga.

—Creo que es hora de hablar, Do.

Do está apoyado en su pecho desnudo y no se mueve al escuchar esas palabras. Desde que terminaran estaba esperando a que las pronunciara, sabía que era solo cuestión de tiempo.

—No sé hablar de esto, Zhang. Hasta que te conocí no sabía qué era compartir algo más que cama. No compliques nuestras vidas justo ahora. Es mejor que se quede todo en un recuerdo bonito a un presente doloroso.

—No me puedo creer que seas tan cobarde, Do. No te vas a morir por decir lo que sientes, no te vas a morir por explicar cómo te sientes. Joder, no te vas a morir por pedirme que me quede contigo.

—No, no, no, y no, Zhang. Tu problema es que piensas que lo peor que te puede pasar es morir, pero hay cosas que duelen mucho más que la muerte. Preferiría morir a tener que explicar qué siento, porque morir es instantáneo, pero lo que sucede entre nosotros se está alargando demasiado, y tú encima quieres alargarlo todavía más. No puedes dejar que el primer hombre que aparezca en tu vida te cambie todos tus planes, ni puedes ni debes.

—Estás muy confundido, Do. No eres el primer hombre en mi vida, y nadie, jamás, me había trastocado tanto los planes como tú. Pero evadir la realidad es muy cobarde, y yo no soy así. Igual que lucho por Manchuria, quiero luchar por… Nosotros.

Do se separa de él, molesto, y se pone en pie.

—Tú eres un luchador y yo soy un curioso. No podemos dejar de ser quienes somos porque nuestros caminos se hayan cruzado, Zhang. Eres el misterio que más me ha gustado descubrir, pero no debemos ir a más. No ahora.

Zhang asiente molesto y se pone en pie, abrazando a Do por la espalda.

En mitad de una habitación oscura y pequeña de una pensión cutre a las afueras de París, dos hombres desnudos (no solo de piel, sino de alma también) pasan los últimos momentos juntos antes de partir hacia el destino que estaba escrito desde mucho antes de que se conocieran.

 

 

Los gritos del dueño de la pensión aún resuenan en sus oídos cuando montan en el coche al amanecer. La visión de dos hombres desnudos compartiendo alcoba lo había hecho enloquecer y los había echado a patadas sin preocuparse siquiera de cobrarles la habitación y la cena.

Do no ha abierto la boca desde que montaran en el coche. Zhang juguetea con la insignia de la sedición entre sus manos, tratando de no pensar, de no hablar, de no hacer nada. Su avión sale en dos horas y media, y cada vez está más seguro de que en Manchuria no lo van a recibir con los brazos abiertos.

Las luces de París los reciben de nuevo después de su experiencia de prófugos por los alrededores. Por primera vez, Do no siente calor al entrar en París, sino desazón. Tal y donde empezó todo, acabará todo.

Los 80 kilómetros que los separan del aeropuerto se hacen eternos pero a la vez demasiado cortos. Zhang no se ha atrevido a mirar al otro en todo el trayecto, y mira con amargura por la ventana. No sabe si Do lo hace adrede, pero pasas por la puerta de L’Hotel. Zhang está a punto de soltar un suspiro para ver si Do se da cuenta de dónde están, pero reconoce unas facciones asiáticas en la puerta del hotel que lo hacen sobresaltarse.

—Do, mira a la derecha, en la puerta de L’Hotel. Dime que ese no es el que ayer disparó.

—Ayer disparé yo, Zhang. De no ser así estaría muerto. Pero… mierda, es uno de ellos.

Los siguientes instantes son demasiado confusos. Do acelera de manera inesperada y temeraria haciendo que el hombre de la entrada se fije en ellos y los reconozca fácilmente. Do acelera aún más, poniendo el coche al límite.

La persecución por las calles de París es digna de película sin duda. Do no pierde los nervios en ningún momento. Por el contrario Zhang entra en un estado de ansiedad en cuanto comprende lo que está pasando.

—Zhang, coge tu pistola y trata de dispararles en una de sus ruedas. Su coche es más rápido que el mío así que es cuestión de minutos que nos alcancen.

—Pero… Yo no tengo tanta puntería, y esto está lleno de gente, y…

— ¿Cobarde, Zhang?

Zhang lo mira con rabia y saca su pistola. Abre la ventanilla y trata de disparar sin demasiado acierto. Resoplando, dispara de nuevo con un poco más de acierto. No les da en la rueda, pero les da de lleno en el capó del coche y el conductor da un volantazo por el sobresalto.

—Muy bien. Venga, que estamos a punto de llegar.

Zhang está tan cargado de adrenalina que no se da cuenta de que se acerca irremediablemente al momento de la separación. Carga con su maleta y corre con Do al interior del aeropuerto, que ese día está especialmente concurrido. Quedan 20 minutos.

—Ya estamos aquí. Te dije que te traería sano y salvo, ¿verdad?

Zhang asiente y muestra su billete a una de las azafatas, que le da unas indicaciones que a él no le importan lo más mínimo en ese momento.

—Escucha, Zhang, he estado pensando… Podrías llamarme cuando llegaras a Manchuria. Tienes el teléfono de L’Hotel, y yo no tengo previsto moverme de aquí por un tiempo…

— ¿Eso es lo que quieres? Pensaba que preferías ser un recuerdo bonito a un presente doloroso.

—Y así es, pero… No sé, igual que yo te he cambiado, tú me has cambiado. Me estoy volviendo más valiente para unas cosas y más cobarde para otras.

Zhang lo abraza sin importarle las miradas reprobatorias de la muchedumbre.

—Los dos sabemos qué puede pasar cuando llegue a Manchuria. Si todo va bien te llamaré, te lo prometo.

Do asiente y mira el reloj. Se agota el tiempo.

—Escucha, Zhang. Siento haber trastocado todos tus planes. Manchuria es una causa admirable, y es por gente como tú que aún confío en los hombres. Aunque estúpido, es muy valiente que luches por los tuyos aunque te hayan dado de lado. Tengo mucho que aprender de ti.

—Supongo que… esto es un adiós. El definitivo, ¿no?

Do asiente y lo abraza de nuevo.

—Qué ridículo es todo, hace una semana no nos conocíamos y ahora…

—Dicen que París es la ciudad del amor, o eso he oído en Manchuria…

Se miran a los ojos sin atreverse a hablar. A su alrededor, el tiempo parece haberse detenido. Solo existen ellos dos. Y el tiempo se les agota.

—Venga, es hora de que subas al avión…

— ¿Y ya está? ¿Así se acaba todo?

Zhang espera algo más. Tal vez espera que lo retenga. Ha leído demasiadas novelas románticas.

—Así es como tiene que ser, Zhang. Lucha por lo que crees. No, no por mí. Lucha por Manchuria, no importan los resultados sino los esfuerzos. Si las cosas van bien, algún día podrás volver, cuando allí tu misión haya terminado.

—Se nota mucho que no crees en tus palabras, Do. Gracias por apoyarme. Tienes razón, Manchuria me necesita más que tú, aunque yo te necesite a ti más que a…

Sin poder resistirse, Do lo besa en mitad del aeropuerto, haciendo que todas las cabezas se giren. Los gestos de desagrado ante ese beso no los detienen para fundirse en el beso más largo que se hayan dado hasta el momento.

—No olvidaré París, Do. Aunque quisiera no podría.

—No olvides Plutón. Allí siempre puedes volver. Ve, se te hace tarde.

Se vuelven a besar y Zhang comienza a andar sin apartar la mirada de Do.

 

Y tal y como vino, se fue. Con más dolor. Y París y Plutón no volvieron a ser los mismos. Cada noche, a la misma hora, dos personas miraron a un punto aleatorio en el cielo, creyendo de corazón que era el planeta que se encontraba a millones de kilómetros.

Tal vez volvieron a verse. Incluso puede que Zhang ni siquiera cogiera el avión. Pero eso solo lo saben París y Plutón… 

Notas finales:

Con este capítulo termino el fanfic. Espero que os guste y que me dejéis muchos reviews, intentaré contestarlos todos en cuanto pueda. Y apoyaad el proyecto 12eyes, ¡os encantará


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