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Simplemente Perfecto por keny_shawol

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Notas del capitulo:

Hola~


Había olvidado que tenía esto guardado y hoy cuando revisaba archivos viejos lo encontré, es largo y me preguntó cuándo escribí tanto. En fin, cambié algunas cosas mientras leía, y decidí publicarlo, porque nada haría teniéndolo ahí guardado y a punto de ser borrado. 

Kim Kibum creía que su relación con Choi Minho, era agradable de una manera extraña.


 


Mantenían una relación profesional. Con un trasfondo que no quería etiquetar.


 


Choi Minho era su modelo, su musa, la persona que hacía que el dinero entrara en sus bolsillos de una manera rápida y agradable.


 


Kibum pintaba. Pintaba desnudos que todos parecían amar.


 


A Kibum sinceramente no le importaba si las personas que compraban sus trabajos eran viejos pervertidos. Kibum amaba colocar el material sobre el lienzo y entonces crear algo.


 


Choi Minho era su modelo más popular. Era el modelo misterioso, sin rostro, y del cual, extrañamente, sus trabajos se vendían más.


 


El rostro de Minho jamás aparecía en sus trabajos, era un acuerdo silencioso al que habían llegado. A Kibum de alguna manera le gustaba mantenerlo así. En secreto, sin que nadie supiera quién era en verdad el cuerpo que estaba sobre el lienzo.


 


No eran celos, tampoco era amor, era sólo que por alguna extraña razón le gustaba ese misterio detrás de Minho.


 


Se habían conocido de una manera misteriosa también. Una noche, en el bar que a Kibum le gustaba frecuentar. Minho tenía una copa bailando en sus manos y una mirada vacía. Kibum no recuerda por qué le habló, tampoco cómo llegaron a ese acuerdo de trabajar para él.


 


Choi Minho, definitivamente, no necesitaba la paga que él le daba. Él era, después de todo, hijo de un político. Él era también un joven con una vida casi asegurada.


 


Minho le decía que lo hacía para salir un poco de su vida, de sus rutinas y porque le gustaba ver las miradas de Kibum mientras pintaba, o eso era lo que le gustaba decir.


 


Y a pesar de verle desnudo siempre, Kibum nunca había pensado en Minho como algo más que un modelo. Pero entonces Minho había sonreído una noche, contándole algo sobre el futbol y la pintura. Era la primera vez que Kim Kibum veía la sonrisa pintada en la boca de Minho. Y, decidió, era hermosa.


 


Minho entonces había preguntado cuál era su bebida favorita, Kibum había dicho té de cereza. Minho había llegado al día siguiente con vasos de papel y té de cereza en ellos. El corazón de Kibum latió un poco más rápido ese día.


 


Fue entonces como comenzó todo. Minho y él, de nuevo, en un trato silencioso, acordaron que sólo eran un cuerpo más en la vida del otro. Sólo un momento de diversión y placer que no afectaba a ninguno.


 


Kibum seguía de viéndolo de esa manera a pesar de los días.


 


—¿Y tus padres, Kibum?—Minho preguntó esa noche. Estaba ahí, recostado en el sofá favorito de Kibum. Desnudo, con las piernas flexionadas y los brazos sobre su cabeza. Kibum decidió que esa era su imagen favorita de él.


 


—Murieron.


 


El rostro de Minho no cambió su expresión, y Kibum le agradeció por no preguntar más.


 


Sus padres estaban muertos, murieron cuando él sólo tenía siete años.


 


—¿No tienes ningún amante, una pareja?


 


—No me gustan las relaciones, Minho.


 


Pero la realidad era otra. A Kibum no le gustaba querer a una persona, no le gustaba depender de alguien, ni mucho menos apegarse tanto a alguien, casi tanto como amarlo. Creía que su soledad, era mejor.


 


Después de todo tenía razones y bastantes para pensar de esa manera. Después que sus padres murieran, Kibum quedó solo, hasta que su abuela lo había llevado con ella. Kibum la amaba, demasiado, lo hacía todavía.


 


Pero ella había muerto cuando apenas tenía 15 años y desde entonces, su soledad y él eran uno. Y estaba bien así, lo estaba para él.


 


—¿Te gusta estar solo?


 


Minho sonó tan infantil en ese momento. Kibum enarcó una ceja y le miró desde su lugar. Era la primera vez que Minho hablaba más que las simples palabras de cortesía que se daban.


 


—Es mejor así.


 


—¿Cómo es mejor?—Kibum alejó la vista un momento más del lienzo y frunció el ceño hacía Minho. ¿De todas formas que lo tenía tan platicador esa noche?


 


—No hay amores imposibles, no hay rechazos, no hay lágrimas. —Dijo, regresando la mirada a su trabajo. —No hay dolor si esa persona se marcha.


 


Minho no dijo más nada esa noche. Kibum, de nuevo, le agradeció.


 


 


Fue después de 10 tazas de té de cereza y una plática más, que Kibum sintió por primera vez los labios de Minho en él.


 


Esa noche Minho tenía una sonrisa diferente en el rostro, una mirada más cálida, más brillante. Kibum aún no podía decir que lo conocía, no sin saber qué representaba esa mirada.


 


Era extraño, pero agradable, bueno. Él podía haber estado con Minho de una manera más íntima, pero sus labios jamás se habían tocado. Ni por un segundo, ni por equivocación. Él y Minho habían mantenido ese límite.


 


Peo esa noche, Choi Minho parecía demasiado feliz. Tal vez era, Kibum pensó, porque su trabajo con él estaba por finalizar. El desnudo de Minho estaba casi terminado, Kibum sólo estaba dándole los últimos toques.


 


Media hora después, Minho tomaba sus calzoncillos y desaparecía su cuerpo desnudo. Kibum veía todo desde el otro extremo de la habitación, limpiándose los dedos con un pañuelo viejo.


 


—Entonces, —La voz de Minho sonó cuando se abotonaba la camisa. —Creo que eso es todo.


 


—Creo que sí.


—Llámame si me necesitas de nuevo. —Kibum asintió, porque seguramente, lo necesitaría de nuevo. —Nos vemos, Kibum.


 


Kibum asintió de nuevo, caminando detrás de Minho hacia la puerta.


 


Eso era todo. Sus días de placer con Choi Minho, estaban llegando a su fin esa temporada. El desnudo de Minho era lo último en su colección esa vez y hasta que no lo necesitara de nuevo, no lo volvería a ver.


 


Kibum de pronto sintió ese sentimiento que tenía olvidado. Ese de extrañar a alguien, sus risas, sus sonrisas y su voz. Negó con la cabeza y soltó una pequeña risa cuando se dio cuenta de lo que estaba pensando.


 


Mierda, él no podía extrañar a Choi Minho.


 


—Gracias por todo, Choi.


 


Minho asintió cuando alcanzaron la puerta. Su mirada brillaba y recorría su rostro. Kibum se sintió expuesto.


 


—Una cosa más, Kibum.


 


Kibum alzó la mirada, Minho sonrió y entonces llegó.


 


El primer beso con Choi Minho sabía a té, al licor que bebieron después, una combinación extrañamente dulce. Los labios de Minho invadieron su boca. Besó aquí y allá, dejó sus manos caer en su cuerpo y le abrazó de una forma única.


 


A él nunca le habían gustado los besos, porque todos habían sido torpes y desesperados. Pero éste, el de Choi Minho, era dulce, era suave y era único. Y no quería que terminara.


 


Pero era obvio que no todo duraba por siempre. Minho había dejado sus labios. Su frente se recostó contra la de Minho y sus ojos buscaron los otros.


 


—¿Qué fue eso?


 


Minho se encogió de hombros, mientras las esquinas de su boca se curvaban suavemente.


 


—Quería hacerlo. —Susurró tan cerca de su boca, que Kibum estuvo tentado a atrapar una vez más esa boca esponjosa. —Llevo semanas viniendo a este lugar, escuchándote hablar, viendo esa boca moverse. —La sonrisa de Minho se extendió un poco, sólo un poco. —Te dije, Kibum, que una de las cosas por las que siempre regresaba es por las expresiones que haces. Deberías verte, eres malditamente adorable cuando pintas.


 


O comenzaba a tener problemas del corazón, o Minho era malditamente bueno con las palabras. Debía ser una de esas dos cosas, porque su corazón latía más rápido, de una forma más acelerada. Casi como lo describían en los libros románticos que él tanto odiaba.


 


—¿Qué estás diciendo?—Se sorprendió de su voz clara y sin tartamudeos, en verdad lo hizo.


 


—No quiero esperar a que me necesites de nuevo desnudo para verte, Kibum. —Minho sonrió, esta vez un poco más infantil, más lindo. —Quiero verte otro día más y uno más y uno más.


 


—¿De qué estás hablando?


 


—Tengamos una cita, y otra después de esa, y una más después.


 


La sonrisa de Minho tenía esperanza, sus ojos buscaban respuestas y su mano seguía contra su cabello, después en su mejilla y por último en sus labios.


 


—Bien. —La respuesta lo sorprendió más a él que a Minho. —Sí.


 


 


Choi Minho, Kibum decidió, debía ser ilegal. Totalmente ilegal.


 


Minho no sólo tenía el cuerpo perfecto, ni muy delgado, ni demasiado musculoso, tenía más que un rostro atractivo y miradas profundas. Tenía más que esas sonrisas arrogantes y boca esponjosa. Minho tenía algo más que aún no podía descifrar porque lograba cosas nunca antes experimentadas en él.


 


Kibum en verdad sentía que su corazón tenía problemas. Latía más rápido, más acelerado cada que Minho sonreía y le besaba después. Podía lograr eso con sus besos, con las tazas de té de cereza de media noche, con las miradas desde el otro lado de la mesa y con la forma en que le acariciaba lentamente.


—Tal vez deberíamos ir a esa cafetería nueva de lo que todos hablan. —Minho comentó, mientras dejaba el sofá en donde se encontraba y caminaba hacia la puerta.


 


Era como una rutina que tenían cada noche. Se quedarían hablando de todo y de nada y beberían té de cereza hasta que no pudieran más. Minho diría que deberían de hacer el otro día y se despediría de él con un beso. Uno de esos lentos, en donde también mordía suavemente sus labios.


 


—No creo que sea buena idea. —Él habló, pero no fue hasta que Minho se quedó de pie que se dio cuenta de lo que estaba diciendo.


 


No era buena idea ir a esa cafetería, tampoco lo era estar en ese tipo de relación con alguien como Choi Minho. No lo era porque él podía acostumbrarse, querer más, extrañarlo con más frecuencia, desearlo de otras maneras que no podía permitirse.


 


—¿Por qué no?—Minho frunció el ceño y lo miró confundido, como un niño perdido y desorientado.


 


Porque no puedo quererte de otra manera. Porque no puedo acostumbrarme a ti.


 


Flotaron las palabras dentro de él, queriendo ser dichas, pero perdiéndose a la mitad del camino.


 


—Tengo trabajo.


 


—¿En verdad?—Asintió y le miró a los ojos. No era del todo mentira, tenía trabajo.


 


—Está bien entonces. —Minho acarició su mejilla, sonriéndole suavemente. —Será para otra ocasión. —Entonces le besó como cada noche antes de marcharse. Suavemente, dulcemente, mordiendo sólo un poco. —Buenas noches, Kibum.


 


—Buenas noches.


 


Minho le miró sin alejarse. Sus ojos viajaron a cada parte de su rostro y entonces se detuvieron en su boca y después en sus ojos.


 


Minho besó su nariz después de eso. Tan simple, tan suave y tan único. Hizo que su corazón latiera, que sintiera un cosquilleo maravilloso dentro de él y que sonriera suave.


—En verdad, Kibum, tienes una nariz adorable.


 


¿Eran palabras cursis? No. ¿Debían hacer que su corazón latiera frenéticamente? No, pero lo logró.


 


Minho rió, tal vez por sus mejillas rojas, tal vez por su sonrisa. Minho besó de nuevo su nariz y Kibum cerró los ojos. ¿Por qué? No tenía idea, sólo sentía que debía hacerlo.


 


Minho se fue después de un beso más, con una sonrisa arrogante y algo en sus ojos que no supo reconocer.


 


 


 


Alguien debió darle una advertencia. Alguien debió decirle que Choi Minho no era bueno para él.


 


Sentía algo, algo que pensó estaba olvidado. Eso que sentías cuando extrañabas demasiado a alguien, cuando sus besos no eran suficientes, cuando sus caricias se sentían de otra manera.


 


Era lo que sentía. Si Minho le besaba a Kibum se le hacía todo y nada, como si fuera suficiente, pero a la vez como si necesitara más y más. Ni siquiera podía encontrarle la lógica.


 


Cuando Minho se marchaba con un beso a sus labios y su nariz, ya sentía que necesitaba que las horas pasaran más rápidas. Ya sentía es necesidad de verle, y decirle que lo había extrañado.


 


Pero no lo hacía. No lo estaba haciendo, lo estaba alejando de él. Le estaba rechazando cada vez más seguido. Porque el miedo le estaba invadiendo el cuerpo, el temor de querer a alguien y después perderlo como todo en su vida, era terrible.


 


Kibum necesitaba alejarse de Minho, de esa comodidad que comenzaba a sentir, de esos besos dulces y suaves y de las palabras cariñosas con que lo empezaba a llamar. Kibum no quería odiarlo, en verdad no quería.


 


Quería a Minho como un recuerdo de verano u otoño, pero nada más que eso. Quería verle como la persona que estuvo a punto de lograr un cambio en él, pero sin lograr nada más que unos besos en la boca y caricias en la espalda.


 


—Bum, tal vez deberíamos ir…


 


—¡No!


 


Se sorprendió de su voz, del grito que dio cuando las palabras escaparon. Negó con la cabeza, mientras sentía el repentino dolor de cabeza. Ese que siempre llegaba cuando estaba pensando de más en una situación.


 


Miró a Minho desde el otro extremo del sofá. Le miró con todo lo que sentía en él. Con el miedo, con la alegría, con el odio, con el mar de emociones en su cuerpo.


 


—¿Qué está pasando, Kibum?—Minho preguntó, su cuerpo acercándose a él. Kibum lo permitió, porque repentinamente tenía la necesidad de sentirlo un poco más cerca. —¿Qué sucede, Kibum?—No corrió el rostro cuando Minho lo acunó en sus manos, tampoco desvió la mirada. —Puedes decirme.


 


¿Podía? ¿En verdad Minho entendería todo lo que estaba pasando por su cabeza?


 


—Creo que esto es un error. —Habló rápido y desesperado, dejando entrever cada cosa que sentía. —Esto es un error, Minho, no debimos pensar en nosotros como algo más.


 


Los ojos de Minho brillaron, el dolor cruzó sólo un momento por ellos, y por primera vez Kibum se arrepintió de sus palabras.


 


Eso era justamente lo que no quería que sucediera. Eso de temer dañar a alguien, de odiar ver el dolor en los ojos ajenos. Era su mayor miedo, también.


 


—Me estás matando, Kibum. —Minho dijo, y le gustó, de una manera extraña, y peculiar, le gustaron esas palabras. —¡Maldición, lo estás haciendo!


 


Minho dejó su rostro, dejó de sostenerlo y se alejó de él. Sus dedos despeinaron su cabello, pasearon de un lado a otro en su cabellera, dejando ver la frustración en él.  


 


—Creo que es mejor que te marches.


 


—¡No!—Minho le miró, su mirada furiosa, enojada, dolida también. —He soportado tus rechazos todo este tiempo, en verdad lo he hecho. Pero no puedo más con esto. Te estoy  dando cada maldita parte de mí, pero tú no quieres aceptarlo. —Sus ojos grandes le traspasaron, vieron detrás de él, buscando respuestas, buscando algo más. —¿Qué debo hacer? ¿Qué tengo que hacer? Dime, maldita sea.


 


—¡No tienes que hacer nada! —Dejó su lugar en el sofá y caminó hasta la ventana. Se abrazó a sí mismo, mientras le daba la espalda a Minho, y se obligaba a no verle más. —No puedes hacer nada, Minho. Esto es todo lo que tengo para darte.


 


Minho se fue después de eso, cerrando la puerta con un golpe brusco, que movió algo más que las cosas en su departamento.


 


 


 


Las reconciliaciones, Kibum pensó, también podían tener un lado bueno.


 


Minho y él no se habían visto en una semana, pero cuando se encontraron en la entrada del departamento de Kibum, las chispas estallaron.


 


Kibum no estaba seguro si era el enojo por parte de los dos, o si era esa necesidad de sentir el cuerpo del otro, pero cuando entraron al departamento y cerraron la puerta, dejando el mundo exterior detrás, la ropa cayó.


 


Sus besos eran más desesperados, se dio cuenta. Eran menos dulces, más duros y más necesitados, pero eran perfectos en su mente retorcida.


 


La ropa cayó más de rápido de lo que pensó, y las manos de Minho no perdieron tiempo, era como si necesitara sentir cada parte de su cuerpo.


 


Las manos de Minho recorrían cada parte de él, y Kibum se sentía abrumado.


 


Kibum besó a Minho, sin importarle la advertencia que su mente le estaba dando. Necesitaba sus labios, ese sabor que extrañó, necesitaba morderlos, sentirlos contra los suyos, perderse en él.


 


A Kibum no le importó más nada, no las advertencias, no el latido acelerado de su corazón, se dedicó a Minho y nada más.


 


Los dedos de Minho jugaron con su paciencia, recorrieron sus labios y delinearon suavemente. Pasearon por su clavícula y se detuvieron en sus pezones.


 


Lo estaba sintiendo de nuevo, ese cosquilleo que le decía que algo estaba mal de la manera correcta. Ese que le advertía con mayor entusiasmo.


 


La sonrisa de Minho estaba ahí, bailando en sus labios, observándole con los ojos nublados. Se arqueó contra él cuando los dedos largos presionaron un poco más fuerte, jadeó cuando la lengua de Minho decidió jugar con él también.


 


Sintió la excitación de Minho contra su pierna cuando sus labios se encontraron de nuevo. Minho se movió, creando la fricción perfecta de sus cuerpos. Gimió contra su oído y Kibum decidió que quería escuchar ese sonido una y otra vez.


 


Sus miradas se encontraron después que Minho acariciara su mejilla. Su mirada decía algo, algo fuerte y decido, algo de lo que Kibum tuvo miedo.


 


—No vuelvas a alejarme de esa manera, Kibum. —Acunó su rostro, mientras las palabras flotaban entre ellos. Kibum se perdió, se vio incapaz de alejar la mirada de esos hermosos ojos cafés.


 


Diablos, estaba en problemas.


 


Sí, lo estaba. Lo sentía.


 


—No lo haré.


 


—¿Tienes idea de lo que me haces sentir?—No era una pregunta que esperara respuesta, Kibum lo entendió. —¿Tienes idea? Dios, Kibum, tal vez tengo miedo igual que tú. Tal vez no sé lo que estoy haciendo, también. Pero no me importa, quiero saber a dónde me llevara esto. Quiero saber a dónde nos llevara. Sé que esta semana fue una tortura para mí. —Asintió, porque quería decirle sin palabras que le entendía, más de lo que podía imaginarse. —Así que no me alejes más, Kibum, porque no sé si podré soportarlo.


 


Kibum asintió, perdido en esa realidad que Minho quería y deseaba. Secretamente lo deseaba también, lo estaba sintiendo ya.


 


Minho no esperó respuesta de nuevo, sus labios se estrellaron contra su boca. Su lengua jugó allí y allá, y sus pasos lo llevaron a la habitación de Kibum.


 


Las sabanas frías tocaron su espalda cuando cayó en la cama, Minho sobre él recorrió su cuerpo, con sus manos, con su boca, con su lengua.


 


Kibum se dejó hacerlo. Porque lo necesitaba y no podía seguir negándolo más.


 


 


 


Los primeros días de invierno Kibum los pasó de una manera diferente a lo que él acostumbraba.


 


Kibum amaba los días de invierno, le gustaba quedarse bajó los cobertores y esperar por esos ‘cinco minutos más’, pero ahora era diferente.


 


Kibum comenzaba a amar los ‘cinco minutos más’ de sus últimos días. Despertaba debajo de los edredones, con el cuerpo de Minho acurrucado a su espalda y su brazo sobre su cintura.


 


Kibum amaba el frío que entraba por debajo, donde sus pies se encontraban. Amaba los besos suaves que Minho dejaba contra su cuello desnudo y esa sensación de paz y calidez que sentía últimamente.


 


La tenía mal y lo sabía. Estaba cada vez peor. El sentimiento estaba creciendo conforme pasaban los días.


 


¿Qué día era? ¿Desde cuándo su departamento parecía el de Minho también? ¿Por qué su ropa tenía un lugar especial? ¿Por qué Minho preparaba café por las mañanas como si fuera lo más natural del mundo?


 


Porque lo estaba permitiendo. Porque estaba bajando cada pared contra él.


 


Y, sinceramente, no le importaba.


 


No cuando Minho le veía por debajo de los cobertores, con sus ojos entreabiertos y esa cansada sonrisa de todas las mañanas.


 


—Buen día. —Ahí estaba, era la voz ronca de Minho por las mañanas, la que hacía que sus problemas del corazón regresaran siempre. —Buen día, Bummie.


 


¿Podía ser alguien malditamente adorable por las mañanas?


 


—Buen día, Minho.


 


Era el peor de los cursis, pero tampoco es como si le importara. La sensación estaba ahí y siempre que quería reprimirla, Minho sonreía de una manera única y no podía ser frio de nuevo con él. Ya no más.


 


—Kibum. —Minho acercó su cuerpo a él. Demasiado como para sentir el aroma de Minho. —¿Alguna vez te has enamorado? —Preguntó, mientras acariciaba su nariz suavemente.


 


Kibum lo pensó. Le miró a los ojos, buscando algo más en Minho. Algo que le dijera que no era el único sintiendo ese cariño crecer cada día más. La mirada de Minho no lo dejó ir, y era como si él también buscara esas respuestas.


 


Minho tenía la mirada brillante y expectante, Kibum pensó en ese momento, que tal vez no era único sobrepasando los límites nunca dichos.


 


—Sí, —de ti. —Creo que sí. —Una sonrisa pintó los labios de Minho, una sonrisa feliz, sin rastros de burla y otras cosas, como si la respuesta de Kibum fuera la correcta. —¿Y tú?


 


El dedo índice de Minho recorrió de nuevo su nariz, y cerró los ojos como cada vez que lo hacía. De alguna manera lo hacía sentirse especial con ese simple toque, algo tan simple como un dedo acariciando su nariz, hacia su corazón latir.


 


—No tenía ni idea de lo que era el amor, Kibum. —Su voz fue suave, como una caricia a él. —Pero ahora, creo que puedo estar seguro de lo que es.


 


Era una confesión escondida, y no importó en lo más mínimo. Kibum le sonrió, mientras le abrazaba y escondía el rostro en el cuello de Minho, dejando un beso ahí, como un ‘te quiero, Minho’ silencioso.


 


 


 


La rutina era extraña, pero era lo mejor de todo el día. Minho y él bebían té de cereza por las noches, con una manta sobre su regazo y con la vista enfocada en esa ventana que daba la mejor vista a la ciudad.


 


Minho y él podían quedarse por horas hablando de todo y nada, de sus sueños y de algunos secretos, de la forma en que el té era más dulce esa noche o la forma en que el frío se sentía bien, en una manera reconfortante.


 


Era único. El sentimiento lo era.


 


Kibum comenzaba a dejar salir todo, bajar esas barreras, abrirse a Minho. No lo sentía mal, era algo que hacía con absoluto gusto, y que no le importaba.


 


—Entonces. —Minho habló esa noche, mientras dejaba caer su brazo por sobre sus hombros. A Kibum le gustó la sensación de ser abrazado así. —¿Ningún familiar, Kibum? ¿Tíos, abuelos, primos?


 


Kibum se tensó, pero cuando Minho acarició con la punta de sus dedos su brazo, todo desapareció. La noche caía y las luces nocturnas comenzaban a adornar la vista. Minho seguía pasando sus dedos por su brazo de la manera más suave que existía.


 


Kibum suspiró cuando sintió las palabras listas para ser escuchadas.


 


—Mis padres murieron cuando tenía siete años. No sé nada de la familia de mi madre. —Habló con la taza  de té contra sus labios. —Mi abuela me cuidó después de eso. Murió cuando tenía 15 años y desde eso, estoy solo.


 


Los brazos de Minho le tomaron más fuerte, más posesivo y más protector. Kibum sintió eso que los libros vendían, ese cosquilleo en la espalda, esa revolución en su estómago y ese estremecimiento cuando Minho besó su frente.


 


—Lo siento mucho, Kibum. —Minho parecía querer quitar el dolor a besos, besó la punta de su nariz como cada noche y dejó un par de besos más en sus labios. —No debí preguntar. En verdad, lo siento.


 


—No tienes por qué. —Kibum acunó el rostro de Minho, encontrando su mirada y perdiéndose en esos ojos. —Ya pasó mucho tiempo de eso. —Sonrió, mientras acariciaba con el pulgar la mejilla de Minho. —Creo que ahora estoy mejor.


 


Sonrió porque no quería que Minho se preocupara, sonrió porque sus palabras eran ciertas. Minho estaba ahí con él, y hacia que el invierno se sintiera perfecto. Hacía que el frío se colara en él de una manera agradable.


 


Minho le miró entonces, por largos segundos, por largos minutos, sonriendo lentamente. Parpadeó cuando la habitación quedó a oscuras, sólo siendo iluminada por la luz de las calles y las luces de los edificios.


 


—Oye, Kibum. —Minho habló, suave, como un susurro. Como esos con los que contabas un secreto. —Te amo.


 


Ahí estaban. Los latidos acelerados y la sonrisa tonta. El beso dulce y las caricias sinceras. Pasó cuando Minho dijo esas palabras, cuando sonrió después de eso como si hubiera contado el mejor secreto.


 


—Oye, Minho. —Kibum susurró cerca de sus labios. —Te amo, también. —Y entonces le besó.


 


 


 


Las palabras que todo el mundo decían en juego, estaban dichas, pero para Kibum no era un juego, no era una mentira, era una bonita realidad que se sentía como una burbuja de besos y palabras cursis.


 


Y cada cosa que hacía con Minho era más especial.


 


Los besos eran los mismos, eran Minho y él encontrándose con los labios, pero para Kibum, eran más dulces y más necesitados.


 


Desde que su confesión fue algo más que una mirada silenciosa, Kibum sentía esa necesidad de Minho más grande.


 


Cuando sus labios se encontraban sentía como si chispas revolotearan entre ellos, como si una colisión se realizara entre ellos.


 


Las manos de Minho parecían querer recorrerlo y recordarlo por completo. Pero aunque parecían desesperadas, sus caricias siempre eran suaves y sus dedos siempre eran juguetones.


 


Kibum sentía extraño como si cada beso no fuera suficiente y como si Minho no tocara más.


 


Kibum sentía que no obtenía lo suficiente de Minho, pero a la vez como si eso fuera todo lo que necesitaba.


 


Decir ‘te amo’ sólo hacía que los besos se disfrutaran más y las sonrisas fueran más tontas.


 


A Kibum no le importaba morder a Minho. Podía hacerlo con sus labios, su barbilla y hasta sus dedos. Era tan ilógico cómo funcionaba el amor, pero tampoco es como si le importara.


 


—¿Puedes sentirlo, Kibum?—Minho habló contra su mejilla, bajando por sus labios y perdiéndose contra estos sólo unos segundos. —Dime que también puedes sentirlo.


 


—¿Qué?—Kibum se sorprendió de su voz. Estaba perdido en el mundo de los besos y el placer.


 


En el mundo de los toques sobre el abdomen. El placer se sentía como olas estrellándose contra él, como el mar jugando suave y con control. Kibum cerró los ojos cuando las manos de Minho se deshicieron de su ropa interior.


 


—¿Sientes esa necesidad de tocar? ¿De acariciar, de saborear? —Los dedos de Minho jugaron en su abdomen, bajaron hasta sus piernas e ignoraron su hombría. —Siento que no tengo suficiente de ti. Te estoy tocando, pero no es suficiente. Necesito más. —Kibum se perdió en los ojos de Minho cuando sus miradas se encontraron. —¿Lo sientes también?


 


Kibum asintió, porque eso era justamente lo que sentía. Pensó que Minho podía estar leyendo su mente y descubriendo sus más valiosos secretos.


 


Sus dedos revolotearon entre ellos y llegaron al abdomen de Minho, subiendo después suavemente hasta sus labios. Minho los atrapó entre sus labios suave y delicadamente y sus ojos logaron una sonrisa.


 


—Lo hago. —Murmuró tan suave como pudo, porque sentía que era mejor. —Nunca tengo suficiente de ti. —Confesó. —Pero a la vez, eres todo lo que necesito.


 


Minho le besó después de eso, atrapando sus labios de manera posesiva, murmurando contra estos lo malditamente enamorado que estaba de él. Una y otra vez.


 


 


 


Alguien también debió advertirle que no todo duraba para siempre, y que las personas a veces no obtenían finales felices.


 


En julio, Kibum lo descubrió.


 


La segunda taza de café del día recién desaparecía, sus dedos se mostraban manchados de colores oscuros, y el contraste entre el negro y  blanco se reflejaba en el lienzo.


 


El modelo de nombre Dongwoon, o Jonghyun, no podía estar seguro, había llegado con los ojos cansados, un taza de café en la mano, y en la otra el periódico del día. Kibum no era una persona fanática de las noticias diarias, pero entonces el tipo desnudo frente a él, había dejado el periódico cerca de él.


 


Fue entonces cuando lo vio. En la primera plana, en la sección de espectáculos, el rostro de Minho le miraba, y entonces si corría la vista un poco, sólo un poco, el rostro de una chica de ojos brillantes le sonreía. EL titular hablaba sobre una inminente boda, dos familias uniéndose y convirtiéndose en una. Dos hermosos jóvenes enamorados y dispuestos a dar el siguiente paso.


 


Kibum hubiera llorado, él sentía que podía hacerlo, porque su pecho se oprimió y se desgarró, todo al mismo tiempo, y entonces la voz curiosa del chico frente a él, le habló.


 


—¿Estás bien, Kibum?—Las lágrimas picaron aún más después de esa pregunta. Era tan tonto, porque el chico frente a él, del cual no podía recordar aún el nombre, no le importaba en lo más mínimo su estado emocional, sólo era una pregunta amable y obligada.


 


—Sólo termina de desnudarte y haz tu trabajo. —El hombre no dijo nada más y Kibum se perdió en sus manos sucias y el lienzo que poco a poco desaparecía el blanco.


 


Kibum estaba perdido más que concentrado, sentía que los colores perdían tonalidad y que el abdomen que debía admirarse en su trabajo, era sólo una mancha negra  y deforme.


 


Entonces cuando se había limpiado la mano por segunda vez en el pañuelo sucio, Kibum escuchó la puerta abrirse. Él no tenía que girarse para saber quién era, la voz fuerte y el sonido de sus pasos, era suficiente para Kibum.


 


—Kibum, tenemos que hablar. —Los pasos fueron seguidos de esas palabras, y Kibum sintió unas enormes ganas de quebrarse en ese momento. Sin embargo, no lo hizo.


 


—Lo sé. —Dijo, dejando que sus manos vagaran por el lienzo. —Lo sé todo, Minho. —Sus manos entonces apuntaron sutilmente al periódico a su lado, y después continuaron su camino hacia sus utensilios.


 


—Kibum, sólo déjame…


 


—Te importa, —Murmuró. —Justo ahora estoy en medio de algo importante. —Señaló entonces al modelo y su trabajo. —Cierra la puerta al salir, Minho.


 


Algo dentro de él, pedía que escuchara a Minho, pero entonces su mente hablaba y le decía que todo era mejor así. Kibum tenía demasiado con su corazón desgarrándose y sus ojos picando duramente.


 


—No me iré de aquí hasta no hablar contigo.


 


Ah, pero Kibum no quería hablar. Suspiró, presionando sus ojos fuertemente y alejando sus lágrimas sólo unos momentos más.


 


Dejó sus dedos libres y entonces caminó hasta estar frente al chico desnudo en su sofá. Kibum sonrió hacía Minho y entonces su índice viajó hasta la barbilla del otro.


 


—Lindo, ¿no es así?—Su dedo cayó segundos después hasta sus labios y Kibum sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. —Ahora, si me disculpas, Minho, estoy en algo importante. —Repitió y después de pensarlo dos veces, Kibum estrelló sus labios contra los del chico desnudo.


 


Había algo extraño con labios del otro, y Kibum decidió que era tan simple como que no eran los labios de Minho, entonces después de un golpe de la puerta principal y pasos rápidos, Kibum terminó el besó más horrible de su vida.


 


—Ahora puedes vestirte y largarte de aquí.


 


 


 


Esta vez, no hubo sexo de reconciliación, ni besos dulces y lentos, ni caricias juguetonas y rápidas. No, esta vez sólo había lágrimas y más lágrimas, también té.


 


Kibum creía que sólo bebía té de cereza para torturar su corazón ya roto, aunque no estaba del todo seguro.


 


Él solo dejó que la vida siguiera su transcurso y que sus noches volvieran a ser solitarias.


 


Fue después de la segunda noche con té de cereza y lágrimas perdidas en el cristal, que Kibum escuchó la puerta abrirse y los pasos – demasiado familiares – golpear contra el piso.


 


Kibum se acurrucó en el sofá y dejó que sus dedos viajaron hasta sus brazos.


 


—¿Qué estás haciendo aquí?


 


—Necesitamos hablar, Kibum.


 


—Te vas a casar. —Dijo, y su corazón se rompió en mil y un pedazos. —Es todo lo que necesitamos decirlo.


 


—Déjame explicarte.


 


—Déjame preguntarte. —El devolvió y miró a Minho sin importarle que viera la debilidad en él. —Si te ibas a casar, ¿Por qué empezaste todo esto?


 


Kibum quería gritarle, golpearle también y hacerle cientos de preguntas, pero eso sería demasiado para soportar. Él quería decirle por qué simplemente no se había marchado cuando su trabajo con él terminó, porque no había dejado de ir cuando él se lo prohibió, él quería preguntar por qué siempre regresaba con té de cereza.


Tenía tantas preguntas que le estaban torturando, pero Kibum estaba seguro de que si las hacía, se quebraría peor de lo que ya estaba haciendo.


 


—Porque quería. —Minho dijo, y avanzó unos pasos más cerca de él, pero se detuvo como temiera de su reacción. —Porque te quiero.


 


Kibum quería creerle, en verdad quería, pero no podía. Había tenido las suficientes perdidas, como para saber que esta era una de ellas. Tal vez, Kibum pensó, la más dolorosa.


 


—¿Por qué me permitiste pensar que eras mío?


 


Kibum tenía tantas ganas de llamar a alguien suyo, de tenerlo como una propiedad de esas que eran como la cosa más perfecta del mundo. Kibum quería llamar a Minho suyo, justo como en los libros en donde el amor era del rosa perfecto.


 


Pero no era así.


 


—Pero soy tuyo.


 


Ah, pero Minho no lo era. Estaba seguro de eso. El periódico tenía la noticia y la chica de ojos brillantes era la que llevaba un maldito anillo.


 


—Soy completamente tuyo. —Minho dijo y el espacio entre ellos desapareció más rápido de lo que imaginó.


 


Y después de eso, Minho estrelló sus labios juntos, enroscando su mano contra su cuello. Era perfecto, pero tenía amargura en él, como el café. Justo como el café.


 


Kibum le besó, porque mentiría diciendo que no lo quería hacer, y trató de sólo recordar lo dulce, y olvidar un poco el sabor amargo.


 


—Me estás mintiendo, no soy tuyo. —Kibum murmuró después del beso y tomó el periódico que aún seguía a su lado torturándole y presionándolo contra el pecho de Minho como su adiós.


 


 


 


Kibum se estaba acostumbrando poco a poco a la vida sin Minho, o al menos lo estaba intentando. Y dolía, pero Kibum estaba acostumbrado al dolor.


 


Fue tres días después de su último beso con Minho, que su mundo se removió por completo justo como si lo hubiera sacudido.


 


Sus dedos tenían sus siempre machas de pintura y demás, cuando el sonido de alguien llamando a la puerta interrumpió su soledad.


 


Kibum murmuró una maldición, mientras tomaba su pañuelo y caminaba hacía la puerta, limpiándose los dedos en el camino.


 


Kibum esperaba que quien quiera que fuese, se marchara rápidamente y lo dejara solo. Cuando la puerta fue abierta, Kibum jamás se imaginó encontrarse a Choi Minho parado frente a él.


 


Minho tenía esa sonrisa cansada que siempre le regalaba, el cabello ligeramente despeinado y esa camisa azul desteñida que parecía haber tenido mejores días.


 


—Entonces déjame contarte una historia. —Minho habló, después de que él sólo pudiera parpadear. —Había un chico que no sabía qué hacer con su vida, y entonces un extraño se cruzó en su camino una noche, y fue como si todo tuviera una razón en su vida.


 


—Minho…


 


—Oh, no, espera, viene la mejor parte —Mino presionó su índice contra sus labios y sus ojos le pidieron suavemente que le escuchara. —Sabes, él no tenía que trabajar siempre con ese chico, porque si es sincero, él ya tenía un trabajo, pero regresaba. Siempre regresaba. El chico que le pintó es malditamente adorable, debo decir, y cuando él se pierde en el lienzo, sus ojos brillan y sus labios se fruncen, y sus mejillas se elevan, y es simplemente perfecto, entonces ese chico, el chico desnudo que pintaba, quedaba fascinado por él. Se estaba enamorando duramente de él.


 


—¿A dónde quieres llegar?


 


—Pero este chico, sabes, tenía un pasado. Todo tenemos uno, ¿no es así?—Minho no esperaba respuesta, sin embargo, Kibum asintió. —Y estalló antes de lo imaginado y terminó lastimando a muchos. Fue un estúpido, Bum.


—Demasiado estúpido.


 


—También hizo llorar una chica, y obtuvo un golpe en el rostro con un anillo. —Minho rió, pero no lo sentía, no llegaba hasta sus grandes ojos. —Este chico sólo quiere un final feliz, Bum. Un final feliz con el chico que pinta desnudos, para ser exactos.


 


Kibum mordió su labio inferior, sintiendo un fuerte martilleo contra su pecho. Había algo en las palabras de Minho, que hicieron que su estómago sufriera un gran revolcón, y que manos cosquillearan de una manera placentera.


 


—Ese chico, ¿puede ser realmente mío? —Kibum murmuró, alejando las palabras que su mente decía. Algo le decía que cerrara la puerta y olvidara a Minho, pero otra cosa, su corazón tal vez, sólo le suplicaba que se tirara a los labios de Minho y le besara justo ahí. —¿Eres realmente mío en esta ocasión?


 


—Siempre he sido tuyo.


 


Kibum asintió, y después lentamente sus manos se enrocaron en la cintura de Minho, presionando sus pechos juntos, Kibum dejó que cabeza descansara un momento contra Minho.


 


—Sí, creo que ese chico puede tener su final feliz. —Después de eso hubo un beso, y tan sólo un poco después había una historia con final feliz comenzando.


 

Notas finales:

Bien, si han leído todo esto, también debo decir que use también la historia para darles noticias. Este sábado, no habrá actualización de TOAO, en México es semana santa, y por lo general –como la niña buena, que no soy – me la paso en la iglesia, así que sí, la actualización se pospondrá.


¡Nos estamos leyendo! 


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