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Ella es mi mejor amiga por Alexander Bold

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Notas del fanfic:

El día de hoy quiero compartir con ustedes una historia que escribí una tarde de junio, yo estaba realmente fúrico, porque omití cierta información que arruino algo que para mí poseía un valor indescriptible; que tiene, y tendrá un valor inigualable.

El título original era otro pero esta vez quiero modificarlo, porque la historia adaptada si cambia un poco (porque es un adaptación). Yo no invente el titulo, sino que lo saque de un cuento que le pertenece a una escritora amiga mía cuyo nombre no diré pero su seudónimo es J.D. El cuento al que le pertenece dicho título, es muy bueno, ella es una excelente escritora y la historia ciertamente no es parecida al argumento de mi adaptación pero en un solo sentido son iguales. Por eso…

En honor a aquella que me enseño que en este mundo hay personas cuerdas y escritores. Quien me enseño que ser diferente y estar un poco loco era una bendición. Te dedico esta humilde creación. Mi gran amiga J.D.

Este es otro de los escritos que pertenencen a: Cuatro cuentos y una tragedia de un romantico demente. Y al igual que en esa publicación, y a pesar de que es un cuento largo unico, lo dividiré en tres entregas, una cada día si es posible. Espero que sea de su agrado. 

Notas del capitulo:

Esta es la priera entrega y espero de verdad que se deleiten un poco con ella, y que al menos por un momento se vuelvan libres de merodear en un mundo nuevo que se presenta a través de las letras que muy humildemente les comparto. 

 

Disfrutenlo. 

Obra.



Posó con sutileza su piel rosada sobre la mía, en un instante fugaz y maravilloso, en el que su tacto logró en mí una oleada de sensaciones diversas y placenteras.

Sus besos tal como la droga me habían vuelto dócil, y adicto.

Él siempre se comporta así después de haber terminado de fundir nuestros cuerpos en aquel acto pecaminoso y lujurioso, que odio disfrutar: Se coloca sobre mí y me aprecia, como si tuviera a su merced el objeto más valioso que nunca ha visto, y pasa los minutos besándome y recorriendo mi piel con sus dedos, en ocasiones rozando su lengua en mi cuello o mi pecho.

Me mira como solo él sabe hacerlo, sus ojos extraños sobresalen en la obscuridad del cuarto con aquella hermosura que siempre note y admire en aquella frase que recite una y otra vez para mí, describiéndolos.

Tal fuese que se deleitara con conocer hasta el más insólito detalle que cubre mi piel: Las grietas tenues y finas, las reveladoras marcas, las líneas gruesas y redondeadas, las notorias huellas de una actividad extenuante.

Entre las penumbras apenas distorsionadas por las luces de Neón que se asomaban por la ventana, yo trataba de evitar verlo, evitar sentirme culpable una vez más al recordarlo todo, obligándome a no llorar…

Él subió con lentitud su mano, caminando con los dedos por mi pecho, rozando con gentileza y gracia mi cuello hasta llegar a acariciar mi mejilla. Dibujo con su pulgar la línea de mis labios y giró mi rostro para que lo viese, con sus hábiles dedos jugaba en mi boca, haciéndome desear lo que se avecinaba.

Me besó. En una chispa dulce y huidiza.

—¡Te amo! —me dijo, con aquella naturalidad colmada de sinceridad que tanto aborrezco.

Me voltee evitando sus ojos.

—¡Te amo! —repitió.

—¡Basta! —ordené en un susurro—. No deberías decir eso con tal ligereza.

—¿Cómo podría evitarlo? ¿De qué manera me obligaría a no repetírtelo? Si ¡te amo!

—No lo sé, no lo sé… Tan solo evita expresarlo.

—¿Estás seguro? —me preguntó en forma intensa, mientras se me acercaba.

Podía sentir su aliento tocar y esparcirse por sobre mi piel, causándome escalofríos. Su pecho estaba sobre él mío y pude notar sus latidos armoniosos y desesperados. Me forzó a mirarlo, y acerco su rostro a escasos milímetros del mío, el vaho que expedía calentaba mis labios.

—¿Seguro?

Trague saliva. Como siento tirria de que me haga esto, como detesto el sentirme ansioso de que me toque. Maldigo el día en que nuestra carne se unió en aquel besó, repudio que no me pueda resistir, que lo desee tanto…

—¿En verdad no quieres que te exprese mi amor? De ninguna forma —sentía la cercanía de su piel moviéndose al articular aquellas palabras que me trastornaban, y como mi dermis se inundaba de un ardor que suplicaba que me tocase.

—¿No me pedias que dijera tú nombre? ¿Qué te hiciera mío? —me preguntaba sin querer que le respondiera.

—Basta… —musite con una suavidad inocente, las palabras salían sin fuerza, como si mi voz se agotara—, déjame…

—¿Por qué me mientes? ¿Por qué no aceptas lo que sientes, lo qué quieres? —me preguntó mientras se movía entre mis piernas.

No respondí.

—Anda, hazlo… Bésame —ordenó—, tú sabes que eso…, es lo que quieres.

Moví la cabeza negándome, pero por dentro estaba ardiendo en llamas…

—¿No?… Entonces debería irme —comenzó a levantarse, sentí como nuestra piel humedecida se separaba dejando una sensación extraña y fría.

Lo detuve con la poca fuerza que mis manos tenían.

«¿Qué demonios estoy haciendo?»

—¿No quieres eso cierto? —me interrogó—. ¡Entonces pídemelo… pídeme que me quede!

Lo mire intentando pedir compasión. Él se acerco de nuevo, sentía su calor, su respiración agitada, su aliento tibio y dulce.

—¡Pídemelo!

«¡Te amo! ¡Te amo locamente! Pero no puedo, es… difícil.»

—Entonces… —se resignó y se movió amenazando con irse.

«No puedo…, pero…»

Subí mis manos rápidamente y sujete su rostro, noté en su cara una expresión sorpresiva, lo acerque lo suficiente y avance solo un poco para besarlo.

Hubiera deseado no hacerlo porque paso toda la noche… Eso ustedes ya lo saben.



Pensamiento.



—Habla con Shepard, del despacho, para revisar la deducción de impuestos. Cítalo para mañana al medio día.

—Sí señor. ¿Algo más?

—No Sofía, es todo. Creó que hoy nos iremos temprano.

—¡Eso será excelente! —contestó con euforia—. ¿Quiere que le informe al personal?

—Por favor, que se retiren a la hora de comer.

—Muy bien — contestó, y antes de salir agregó—: Por cierto Señor, llamaron de la fundación buscando a la Directora. Pero no pude localizarla.

—Iré a verla hoy por la noche, escribe un memo y tráelo antes de irte.

—Sí señor.

Sofía salió de mi oficina con la lentitud de una mujer con su edad.

Abrí mi carpeta para organizar los pendientes, ahí estaba pegado un pos tic rojo que llevaba un mensaje: “Hoy, en el departamento.”

«Creo que no podré verla esta noche —pensé. Me lleve una mano al rostro y me pregunte—: ¿Qué estoy haciendo?»

Tocaron a la puerta. Era Griselda, Griselda Rouse, una importante mujer con un exquisito gusto por la ropa femenina, vestidos, blusas de seda y faldas con un corte sensual y profesional. Era una mujer hermosa, hija y heredera de una importante constructora.

—Normalmente se debe escuchar «Pasé» antes de poder entrar.

—¡Así vas a tratar a la mejor tutora de tú vida!

Me reí. Ella había sido mi salvación en la universidad cuando decidí unirme al mundo de la administración, el dinero y las finanzas.

—No, para nada, siéntate.

Tomo asiento con la finura distinguida de una sensual mujer. Hablamos sobre su interés para con la construcción de las oficinas en el extranjero y algunos otros temas, que eran de un carácter más social. Cuando terminamos Sofía entró y me dijo:

—Señor. El Director vino y se llevo el memo de la fundación.

—¿Él, vino?

—¡Si señor!

—¿Le dejo algún mensaje para mí?

—Dejo esto —contestó y acercó a mí un pos tic amarillo doblado a la mitad, con la línea muy remarcada.

“Apesta a perfume de alguna flor vulgar, creo que tienes que limpiar antes de que nos veamos. Hasta mañana.”

«¡Idiota! Molestarse por…»

—¿Pasa algo? —preguntó Griselda.

—Al parecer algún…, empleado celoso, hizo una escena en el edificio al ver a su…, amante con alguien. Y exageró todo porque no soporta a esta persona —mentí. Deje salir un suspiro y con una voz más tranquila dije—: Tendré que hacerme cargo.

—Eso me sonó a un caprichoso, egocéntrico, poco hom…

—¡No…! —interrumpí. Ella me miró consternada—. Es decir: No deberías desgastarte pensando en ello.

—Eso es todo señor —mencionó en una grácil reverencia.

—Está bien, puedes retirarte Sofía, nos vemos mañana.

—Hasta mañana. Con su permiso Señorita.

—Adelante —dijo con gentileza. Al irse Sofía, Griselda se dirigió a mí—: ¿Y dime, tienes planes esta noche?

«Podría llamarlo y tratar de…»

—No, para nada.

—¡Excelente! Habrá una fiesta en el Bufete de Abogados del amigo de mi padre. Y no quiero ir sola —articuló, insinuado su petición.

—¡Espero qué te diviertas! —dije tratando de molestar.

—Ven conmigo.

—No…, sabes que me molestan los eventos con «burócratas estirados».

—¡Por favor, ven! —pidió con voz inocente—. No te quedes en casa a ver tus grabaciones de películas viejas.

—¿Qué insinúas?

—¡Solo quiero convencerte!

«¿Quizás…?»

—Está bien, me será conveniente distraerme. Pasaré por ti. ¿A las 9, está bien?

—¡Perfecto! Te esperaré —mencionó mientras se levantaba. Antes de salir dijo—: Podría presentarte a un amigo, que se siente solo.

Solo me reí.

Termine de ordenar algunas cosas en mi escritorio, y deje los documentos, que necesitaría mañana, listos. Al salir de la oficina eran pocos los que estaban ahí, algunos ya recogían sus pertenencias.

Adoro caminar por el pasillo que lleva al ascensor cuando esta vacio, es muy agradable aquella sensación.

Fui a casa de inmediato, comí un poco, tome una ducha y me dedique a arreglar la casa: Hacer mi cama, organizar la cocina y lavar los trastes. Después me consagre a ordenar mi librero, hace unas noches busque un libro que se encontraba en lo recóndito, y deje un desastre, muchos títulos por ahí regados.

En realidad amo esa escena: Libros nuevos y viejos regados por doquier, a veces en torres, otras en montones sin forma alguna. Pero el olor es el mismo, con el que te encuentras al recorrer con tus yemas la delicada textura de una hoja fina, delgada y amarillenta de un viejo favorito olvidado.

Cuando me di cuenta eran las 8:30.

Subí rápido y comencé a cambiarme de ropa, me arregle con un smoking gris claro y camisa blanca de lino con cuello Aberdeen. Me coloque las mancuernillas plateadas hexagonales. Corbata de seda, estrecha, de corte oblicuo con un Plain Knot junto con el pisa-corbata plateado que lleva el monograma de mis iníciales. Use el reloj de correa de cuero café obscuro, y los lentes sin marco y armazón de sienes gris.

Baje junto con mi abrigo negro dispuesto a salir, saque mi teléfono y vi que faltaban tres minutos para las 9, decidí llamar a Griselda.

En el teléfono se escuchaban los tonos de marcado, cuando abrí la puerta, y lo vi.

Estaba caminando por el jardín y se acercaba a la puerta. Me miró con sorpresa y, tal como si me examinara, paso la vista por mí persona de arriba abajo.

—¡Hola! ¿Ya estas afuera? —se escuchó en la bocina—. ¿Hola?

Estaba relativamente cerca de mí y dijo con una voz muy tenue:

—¿Por qué tan elegante?

—No…, se me hizo tarde, llegaré en 20 minutos… —contesté en el teléfono.

Él cambio su semblante de una tez cordial a una mirada agresiva e iracunda.

—¿Qué?… ¡Que mal educado! Pero…, está bien, yo te espero. Pagaras por esto, lo sabes. ¿Cierto? —amenazó Griselda.

—Lo sé bien —contesté tanto a mi interlocutor como a mis propios presentimientos.

Colgué.

El me tomo con fuerza por el codo y preguntó serio:

—¿Me perdí de algo?

—Pensé que no nos veríamos esta noche…

—Y de inmediato planeaste una cita con alguien —interrumpió.

«¡Idiota! —pensé.»

—¡Por supuesto que no! Suéltame —me queje—, me lastimas.

—No es lo que escuche.

—Me avísate que no querías verme, y Griselda…

Apretó con más fuerza.

—Así que ¡saldrás con ella! —dijo molesto y agregó sarcástico—: ¡Ya veo porque tan elegante!

—¿Podrías soltarme? —le cuestione molesto—. Ella me invito a una reunión… del despacho de abogados de un amigo y yo… Creí que no querías verme hoy…

—Y de inmediato corriste a buscar diversión con esa…

—¡Basta!

Me solté de su agarre con ímpetu, la acción lo empujo un poco hacia atrás.

—¡Te estás comportando como…! —me contuve de terminar la frase.

—¡Dilo!

—¡Como un idiota!

Me miraba enojado, y yo estaba igual.

—No puedo creer que hagas estos dramas por cosas como esta. En primer lugar: Fuiste tú quien se molestó como un adolecente celoso y canceló lo que él planeó, sin preguntarme. En segundo lugar: Ella es una gran amiga, que aprecio, y me molesta que actúes de esa forma cuando estoy con ella. —le dije serio, molesto, pero sin levantar la voz—. Y en tercer lugar: Me enfurece que pienses todo eso de mí… Ni que fuera qué… No le veo sentido a esto…

Comencé a caminar a mi auto.

—¡Espera! ¡Lo lamento!… ¡Está bien! Me equivoqué —me gritó mientras me seguía. Yo no me detuve y subí al auto, se acerco a la ventana y dijo más tranquilo—: Es solo que no soporto la idea de que alguien pueda…

—No puedo creerlo… «¡Hasta mañana!»

—¡Espera…!

Arranque abruptamente.

Llegue con Griselda aproximadamente a las 9:30. Estaba un poco molesta y de camino al evento se la paso diciendo:

—¡Pagaras por esto!

Cuando llegamos me encontré con una escena muy extraña, estaba plagado de jóvenes con edades relativamente cercanas a la mía. Cuando le cuestione a Griselda sobre ello, contestó:

—El señor Brouwer tiene 93 años, y aunque el despacho le pertenece, la verdad es que su hijo maneja el negocio junto con un grupo de sus amigos que se conocieron en la universidad. Pero tú bien sabes que sería muy complicado para un grupo de muchachos sin experiencia obtener clientes. Y realmente han tenido éxito, la fiesta es por un trato multimillonario en un litigio de divorcio.

—Un momento, ¿él hijo del señor Brouwer?

—No salen las cuentas ¿cierto?

—A decir verdad no.

—Es hijo de su cuarta esposa, el hombre tenía 66 cuando nació.

—¿Tiene 27 años?

—No. Hoy como a las 12 con diez y siete minutos los tendrá.

—¡Impresionante! Sabes mucho, ¿lo estas pretendiendo?

—¡No! Claro que no. Sabes que no. Tan solo se cosas…, ya sabes tengo contactos.

Reí.

—Hablando de contactos…, ven con migo.

—¿Para qué?

—Para «pagar».

Me tomó del brazo y me acercó a la barra, pidió un Martini seco para ella y un Borbón en las rocas para mí. Me dio el vaso y me acercó con un hombre, joven, bien vestido, con un look muy singular.

—¡Hola Grey! —aquel hombre le habló a Griselda.

«¡Que bueno que él no está aquí!»

—¡Hola! ¿Cómo has estado?

—Muy bien y ¿tú?

—¡Fantástica! —expresó entusiasmada—. Quiero presentarte a un amigo.

—Hola ¿Qué tal? —me habló.

—Hola. Muy bien y ¿usted?

—No seas anticuado Peter —me miró con recelo—. Bien los dejo solos.

Griselda se esfumó entre la multitud tan rápido que no pude ni siquiera expresar mi desagrado por su «cobro».

—¿Peter?… —preguntó entrecerrando los ojos.

—Sí. Peter Davies, un gusto —le ofrecí la mano.

El se quedo estupefacto y con algo de torpeza me dio la mano.

«No tiene firmeza ni fuerza en su saludo.»

—¡Por dios…! Peter, hace años que no sabía nada de ti…

—¿Ya nos conocíamos?

—Sé que es probable que te enojes pero quisiera pedirte disculpas —me dijo. Yo lo miraba muy intrigado—, lamento todo lo que hice y dije, pero no podía evitar sentirme molesto… Para ti parecía ser tan fácil. Yo nunca tuve el valor…, tuvieron que descubrirme con un chico en las duchas del gimnasio.

—Perdona… No puedo recordarte.

—¡Me alegra! No me hubiera gustado que me recordaras con odio.

—Nunca haría eso. Sea lo que sea que haya pasado, está olvidado.

—Evan Roland.

Mis recuerdos volvieron, y creó que mi cara se inmutó porque él se alejó un poco.

—Fue hace tanto…

—Lo siento. Lo siento mucho…

—Tranquilo, como dije «ya todo está olvidado», no fuiste la mejor persona del mundo pero sin dudarlo no has sido el peor. Yo siento mucho que hayas tenido que pasar por todo aquello sin siquiera poder hablarlo con alguien. Pude haberte ayudado.

—Tomaré tus palabras. Ya todo está… «superado».

—Muy bien.

Continuamos hablando como por una media hora. Fue muy agradable, aunque venían a mi mente los recuerdos de aquel Evan adolecente, lleno de furia y confusiones que se la pasó diciéndome barbaridad y media, e incluso solía escribirlas en mis cosas. Siento tanta lastima, tal vez si en aquel instante lo hubiera ayudado.

«Ya todo está…»

En ese momento recibí una llamada y salí a contestar. Ya afuera leí con desgane el nombre en la pantalla.

Contesté.

—Hola… —dije serio.

—¿Sigues molesto? —se escuchó en una voz casi extinta.

—Un poco… —contesté más tranquilo.

—Discúlpame, estaba molesto, fui un idiota… Perdóname —parecía que había estado llorando.

—No me gusta que andes pregonando por doquier que soy cualquier cosa.

—No volverá a pasar, lo juro.

«¿Cómo es que eres capaz…?»

—Eso espero. ¿Dónde estás?

—En el departamento.

—Ve a casa.

—No quiero quedarme solo ahí.

—¿Aun no llega?

—Al parecer tuvo un retraso y el avión saldrá por la mañana.

—Entones ve a esperarla.

—¡Te amo! —susurró.

—No vemos mañana en el aeropuerto. Quisiera verla. Ya ha pasado un mes…

—¿No me escuchaste? ¡Te amo!

«¡Yo también te amo! Pero…»

—Lo hice…

—¿Por qué no me respondes como sé que quieres hacerlo? —se escuchó en la bocina seguido por un gran suspiro.

—No ahora, no esta noche…

—¡Cuídate! —me dijo con cierta tibieza—. Te veré mañana —susurró.

—Descansa.

Colgué. Y no pude contenerme, las lágrimas se aglutinaban en mis parpados y recubrían mis ojos con furia.

—¿Por qué tenias que ser tú?… Te juró que intente… Lo intente, dejar de sentirlo, dejar de pensar en él, pero… Te falle —sollozaba, y las lágrimas escurrían por mi rostro, dejando a su paso una sensación fría—. Ho Dios ¿que…, demonios estoy haciendo?

Me recargué en la pared del edificio, junto a la puerta, no podía dejar de llorar, dejar de recordar, dejar de sentirme una escoria por todo aquello…

—¿Por qué? —grite iracundo—. Te odio, te odio… tanto. —no podía detenerme. susurré—: Te amo, te amo locamente. Pero tenias que ser… No, no, no…, no puedo evitarlo. Perdón, perdón, perdón, si pudiera, si tuviera la oportunidad de regresar…, de volver.

Miré al cielo, estaba tan obscuro, apenas un par de estrellas cuya luz se imponía al infinito atravesando la nada. Y me lo pregunte:

—Mi silencio… ¿Cuándo aprendí a mantenerme callado? ¿Cuándo fue qué mentirte se convirtió en una opción?… ¿Cuándo me enamoré de él…? Perdóname…, no te merezco, te falle, guarde silencio de la más grande mentira que he vivido.

«¡No puedo evitar…, recordarlo todo!»

 

* * *



Lo acepte alrededor de los 12 años, o por lo menos estuve resuelto en cuanto a esa situación. Y a decir verdad me sentía endiabladamente bien por ello, no me hubiera gustado vivir lleno de dudas y miedo, eso no sería una existencia digna.

Admiró la belleza que implicaba la feminidad, y más de una vez, no lo negaré, mi atención a sido capturada por una dama. Siempre he pensado: «Las mujeres fueron creadas, a diferencia de los hombres que tienen sus propios atributos, para ser hermosas.»

Y todas, a su manera, lo son: Hay las que son dulces y tiernas, aquellas llenas de personalidad y amigables, esas que son simplemente bellas, por supuesto quienes poseen cuerpos hermosos y elásticos, dignos de la admiración masculina. Y un montón de otras variedades con características diversas, igualmente beldades.

Pero nunca, ninguna, por más grandiosa y segadora a la vista que fuese, logró causar en mí, sensaciones tan complicadas como: robarme el aliento, hacerme tartamudear, hipnotizarme, perderme en la infinidad de las ideas. Ni una sola vez me sentí maravillado con verlas ni desesperado por no tenerlas.

A los 15 me sinceré con mis padres. Nunca he estado más nervioso que en aquel instante en el que les pedí que habláramos en la sala, mientras mamá leía y papá resolvía, por sexta vez, el cubo rubik. Recuerdo bien que mi miraban con cierta salpicadura de curiosidad pero conservándose serenos.

Jamás me le había declarado a nadie, nunca había besado, me limitaba a las maravillosas imágenes que podía crear en la imaginación, fantaseaba. Pero estaba seguro…

Al principio fue bastante difícil, las cosas cambiaron mucho, y la mirada de algunas personas se torno tan extraña, tan diferente, tan dolorosa… Sin embargo no podía renegar de lo que soy.

Papá fue tan comprensivo… Aun evocó las palabras que me dijo aquella tarde que les confesé todo, y me llevó a pasear por el parque.Caminábamos con lentitud y por un momento entre aquel incomodo silencio pensé, aun que fuese por un instante que había cometido un error:

—Si te soy sincero: ya intuía esto. No sé cómo, pero algo muy en lo profundo de mí, me advirtió… Me tomo un poco de tiempo aceptarlo, y al transcurrir los días cuanto más pensaba en ello, me enojaba conmigo por mis sentimientos tan revueltos. Y aunque nunca abandone la esperanza de que estuviera equivocado comprendí… ¡Que eres mi hijo!… —entonó con fuerza. Se detuvo, giró hacia mí y me tomo por el hombro, tan solo me miraba hasta que dijo—: ¡Y por dios que te amo! Por sobre todo. Y yo se que en muchas ocasiones no estaré de acuerdo contigo, y me molestaré por tus decisiones, y me preocuparé. Pero nunca…, por más paralelo y contradictorio, dejare de aceptar lo que hagas o pienses. Siempre tendré fe en mi hijo… ¡Mi hijo!… ¡Mi más valioso tesoro!

Aquella tarde de un lento, amarillento y cálido otoño, me tomo entre sus brazos. No pude evitar llorar al sentir que me dedicaba aquel mismo amor con el que siempre me había tratado.

La reacción que tuvo mi madre fue… diferente, aun ahora creo que continúa un tanto resentida: A menudo hace comentarios sobre tener nietos asiáticos, aludiendo a la adopción. Resiente mi declaración ella se transformó de manera abrupta, de un momento a otro paso de ser mi más grande amiga, mi confidente, mi maestra de la vida, a tan solo un madre amable, fría, y poco comunicativa.

Me gusta creer que no sabía cómo acercarse, que tenía miedo de equivocarse y decidió permanecer distante.

Todo cambio cuando papá murió. El cáncer acabo con él tan rápido, casi indoloro. Y tal vez lo que más me dolió fue que él se rindió: Escuchó las duras y lacerantes palabras que nadie está dispuesto a atender del médico, y se negó a intentar cualquier cosa, prefirió rendirse sin siquiera haber confrontado al enemigo

Sin quimioterapia, sin tratamientos experimentales, sin pastillas, sin hospitales, sin doctores, solo quería estar con nosotros y disfrutar de sus últimos momentos en el lago.

Era un hermoso lugar, a menudo papá rentaba una cabaña en los adentros del bosque y durante la mañana caminábamos cuesta abajo hacía “el borde custodiado por soldados de madera” como le llamaba a una amplia hilera de pinos erectos en las cercanías del lago. Amaba pescar, mientras lo hacía yo y mamá nos sentábamos a escuchar las historias que inventaba.

En una ocasión nos narró los pasajes de William Arnicold, un hombre fuerte, muy grande, con una barba inmaculada que llegaba al final de su cuello y rodeaba su rostro. Nos contó sus aventuras en los alrededores, de cómo un día había venció a tres osos negros que lo sobrepasaban en tamaño para conseguir un salmón de piel dorada que, según la leyenda, proveería a quien lo atrapase un deseo. 

Al irnos y pasar por el pueblo de Nipphen, que era la más cercana muestra de urbanidad, vi en una tienda de pesca el promocional de un hombre robusto de barba que llevaba un pez amarillo en la mano izquierda, y en la derecha una trampa para osos; su pose acrecentaba la visibilidad de sus bíceps. Debió haberlo visto mientras compraba anzuelos. Al darme cuenta, solo pude pensar que prefería la historia del “Guardabosque Arnicold, domador de osos”.

En sus últimos días viajamos al lago, rentamos la misma cabaña que llevábamos años visitando. Pescamos, cantamos, escuché, contó, reímos, tratamos de disfrutar al máximo.

Recuerdo escuchar, durante las noches, a mi madre llorar y reclamarle a Dios el por qué mi padre, que en su vida había sido honesto, generoso, humilde y afable, recibía un castigo como ese.

La noche antes de morir, en aquella cabaña y con el sonido casi inaguantable de los grillos, me visito durante la noche. Se sentó en mi cama y me pidió que guardara silencio, que me dedicara a escuchar hasta el final, que lo dejará hablar.

—Te he amado desde el momento en que te tuve en mis brazos, eras tan pequeño, tan inocente… Sujetaste con tus pequeños dedos mi pulgar y supe que jamás dejaría pasar un solo día sin estar contigo y verte crecer… —comenzó a llorar, las lagrimas escurrían impías por sobre su piel reseca, miraba al vació—. Como quisiera haberte prestado mi hombro por un amor perdido. Llegar a ver tus ojos llenarse de aquella ilusión infinita al encontrar a la persona indicada para compartir…, tu vida. Añoraba rescatarte en tu primera borrachera. Haberte visto llegar a ser… ¡Un gran hombre!, merecedor de respeto.

Tomó mi mano entre las suyas y la acercó a su rostro, pude apreciar la textura áspera de sus manos, dignas de alguien que ha entregado su vida a trabajar por su familia. Lloraba al igual que él.

—Quisiera haberte enseñado tantas cosas… —dijo soltando mi mano y acercándome a él. Me abrazó con aquel mismo sentimiento con el que siempre lo hizo: amor puro y paternal. Acaricio mi cabello y me sujetaba con fuerza. Podía sentir sus lagrimas convertirse en una humedad fría sobre mi playera—. Enseñarte…, que no se puede devorar al mundo en una sola mordida. A disfrutar de las pequeñas cosas… A cede. A diferenciar tus sentimientos en la confusión de un mal día… ¡Prométeme que nunca olvidaras que eres mi más valioso tesoro! ¡Qué amaras con locura!..., y que pase lo que pase, sabrás perdonar y olvidar… ¡Prométemelo!

Él murió mientras dormía. Aquella mañana que escuché el eco de un grito desgarrador y desesperado, encontré el cuerpo de mi padre recostado en su cama y cubierto por una sabana azul, se veía tan calmado, parecía perdido en un profundo y agradable sueño.

El doctor nos dijo que había sido una muerte envidiable, muy tranquila y pacífica, habló sobré un proceso en que las funciones del cuerpo fueron apagándose una a una hasta que murió.

Yo tenía 16 años…

Revivo esos días grises que se presentaron sin compasión. Mi madre y yo lloramos tanto.

Dejamos sus cenizas bajo un roble que se alzaba por sobre todos los demás, imponente. La vista del lago desde ahí era realmente hermosa. Como el lo recitó una y otra vez tantas veces, incluso cuando todavía no conocía su condición terminal: “Quiero disfrutar del viento acariciando las hojas de un gran árbol, ver en cualquier dirección y encontrarme a las maravillas que este mundo tiene la bondad de mostrarnos. Descansar en la soledad de la vida silvestre.”

Cuando regresábamos a casa pasamos a Nipphen, mientras mamá revisaba algunas cosas con el arrendatario de la cabaña yo me quede viendo aquel anuncio, descubrí que aquel pez no era dorado, si no que al estar a la intemperie adoptó una capa amarillenta y quebradiza.

Cuando ya estuvimos en casa, no lo sé… creo que sin mi papá la luz de aquel hogar tan amigable se extinguió. Mamá tomó la decisión de mudarnos, me costó tanto dejar mi hogar, el que había compartido con él, pero sin duda voltear a cualquier rincón me llevaba a evocar su recuerdo. 

Papá se había encargado de nosotros por el resto de nuestras vidas, y cuando el abogado le dijo a mi madre sobre la cuenta de ahorros que tenía, quedó boquiabierta. Ella nunca abandono su trabajo, amaba lo que hacía, siempre me lo dijo: “Si no amas lo que haces, ¿para qué hacerlo?”

Una gran mujer sin duda. Y tras la tormenta y sin haber llegado la calma, ella y yo, poco a poco, fuimos acercándonos. “Solo nos tenemos el uno al otro —solía decir—, aunque sé bien que un día vas a abandonarme y vivirás como a tu padre le hubiera gustado verte hacerlo, «¡feliz!»”

Continúe en la misma escuela, donde los conocí: A la más hermosa pareja de la escuela, y lo digo literalmente, ellos eran hermosos. El nombré de ella es Julieth, mi más grande amiga, podría bien decir: la hermana que nunca tuve.

Ella de verdad es muy linda, con una piel crema tostada, cabello ondulado de hebras café, ojos ámbar. Y puedo asegurar que en este mundo no hay otra que posea su personalidad, amigable, dulce, pero a la vez severa y directa.

Ella ha sido un ángel protector en mis momentos más turbios y lóbregos…

No soy afeminado, nunca he tenido inclinación a ideas o costumbres características de las mujeres. Me gustan los hombres, pero eso no significa que actué como una chica. En la vida quise muñecas, probarme vestidos, o maquillarme.

A mí me gusta el deporte, y era bueno en ello, sobre todo en basquetbol, todavía adoró jugarlo; mi primer balón me lo compró papá cuando tenía seis años. Fui un buen estudiante, no muy inteligente pero bastante perseverante, y a decir verdad me gustaba llevarme pesado con mis compañeros y comportarme como cualquier otro chico.

Creo que en parte eso fue lo que impidió que muchos se acostumbraran a la idea que planteaba mi orientación sexual. Para algunos fue una sorpresa y para otros una vía de descarga para sus más deleznables sentimientos.

Fue muy difícil enfrentarme al nuevo mundo que apareció ante mi cuando pronuncie las palabras: “Soy gay”. El desprecio y la intolerancia enervaba mi autoestima y era expedido por personas que llegue a apreciar mucho, que pronto se convirtieron en extraños, que huían de mí, como si tuviera algún tipo de enfermedad genocida.

Sin embargo yo no permití que nadie me hiciera menos, y aunque dolía el desprecio de algunos, comprendí que eso reflejaba el trasfondo que se mantenía en una amistad ilusoria. Nunca recurrí a la violencia, jamás los deje llegar tan lejos, tan solo me defendía con palabras cuyo propósito era el de cambiar la tan ennegrecida y absurda visión del medio que me rodeaba.

Yo preservaba una idea: Ser gay, ser gordo, ser delgado, ser alto, ser negro, ser asiático, ser pobre, ser discapacitado, ser pequeño, nada de eso importa si nosotros no le damos algún valor. 

Me tomó tiempo, esfuerzo y lágrimas que comenzaran a entenderlo: Que las diferencias solo existen porque decidimos notarlas, repudiarlas, admirarlas.

Hubo quienes se mantuvieron renuentes, pero no se atrevían a reconocerlo, y los demás lo dejaron pasar como cualquier trago amargo. Julieth había sido vital para ello, un gran apoyo, nunca me abandono y luchó a mi lado por cambiar las ideas tan pobres que tenían tantos.

También había sido el pilar más importante para superar la perdida de mi padre y mantenerme firme. Siempre prestándome su hombro, siempre diciendo: “Él te amaba tanto, y se sentirá mal si continuas así de triste, si sigues llorando”. Cada vez que podía haciéndome reír, o buscándome un novio entre los estudiantes, a excepción de él. Hostigándome con salir a divertirme y no quedarme en casa a pensar.

Ella realmente es la mujer más maravillosa del mudo. Mi mejor amiga.

Él es otra historia, su nombré es Andrew, Andrew Logan, y sin duda es, fue, y espero que siga siendo «hermoso.»

Cabello café oscuro, lacio, con un brillo peculiar. Sus ojos son muy «extraños», con cierta luz se muestran verdes, con aquel suéter azul parecen grises, cuando lleva la playera blanca se ven áureos, y con su ropa de deportes se presentan sin trampas, como realmente son:

«Verde fuerte cerca del iris, rodeado de uno más claro, ambos encerrados en un anillo leonado.»

Sus facciones lo hacen endiabladamente sexy: De perfil puntiagudo y barbilla ligeramente partida. Labios carnosos y rosados, formando una perfecta y bella figura de manzana en aquella gran boca, provista de una sonrisa brillante que dejaba ver sus hoyuelos. Mirada apacible y calmada. Con un cuerpo de deportista, nato, alto y robusto.

Él ama el tenis y la natación, es sociable y gentil. “¡Todo un caballero!” como dice July. Más de una sentía envidia de ella, creo que sigue habiéndolas. Y aunque era muy guapo, sexy, agradable, tierno… Nunca sentí atracción por él, no al menos en aquellos tiempos, algo me lo impedía.

Ellos realmente se amaban, cualquiera podría notarlo con tan solo detenerse y admirar las miradas que se dedicaban. En ella, era sencillo apreciarlo al oírla pronunciar su nombre, hablar de él, o cuando dejaba que yo solo terminara el proyecto de historia porque se escapaba con él detrás de las gradas a…

Y en él… era muy obvio, todo lo que hacía era por ella, le dedicaba el tiempo que no tenía y no le importaba tener problemas después. Creo que ella era, o tal vez sigue siendo, como algún tipo de narcótico para él.

Andrew y yo nunca tuvimos una amistad entrañable, sinceramente hablando. Más bien éramos conocidos amigables y solo nos hablábamos porque ambos apreciábamos a July. Al menos al principio, al paso del tiempo nos volvimos más…, cercanos.

El primer cumpleaños de Julieth que pasaron juntos, fue la primera vez que…, nos vimos sin ella estando ahí.

Él me abordó después de un partido, era sábado, se veía realmente nervioso, lo había visto en las gradas y me pareció extraño que estuviera ahí sin July. Al terminar el juego yo caminaba a casa y él gritó desde la acera contraria, estaba saliendo del gimnasio de la escuela y corría hacia mí:

—¡Peter! ¡Espera, Peter!

—¿Andrew? Pero… ¿Qué haces aquí?

—Vine a ver el juego… Y también porque… necesito un favor —musito cansado.

—¿De qué se trata?

—¿Podrías acompañarme mañana al centro? —al terminar de preguntar se mordió el labio inferior.

—¡Claro! —respondí entusiasmado. Me miró aliviado—. A July le encanta ir…

—¡Ella no ira! —se apresuró a decir—. Solo nosotros.

—¿Qué…? ¿Por qué? —curiosee.

—¡Solo quería tener una buena tarde de…, «amigos»! —mintió. Note con claridad que se mostraba extraño lo que me causo desconfianza.

—¡No te creo! ¿Qué es lo que no me estás diciendo? —mencione acusador. Miraba a Andrew con seriedad.

—¿De qué hablas…?

Lo miré con más intensidad.

—Yo no… ¿Por qué me miras de esa forma?… Me asustas —articuló aterrado, retrocedió unos pasos yo avance hacia él.

—¡Habla ya! —ordené.

—¡Me da vergüenza decírtelo!… —dijo cabizbajo y apenado—. Creerás que soy un idiota.

—¡Yo nunca pensaría algo así! —dije indignado. Y agregué con una voz más amable—: Confía en mí.


—¡Es por el cumpleaños de Julieth! —confesó—. Quería llevarte al centro y… bueno distraerte un rato…, para después convencerte de ayudarme con el «regalo»…

Me reí por un momento.

—¿Y qué hubiera pasado si en el momento en que me lo pidieras yo me negaba? —pregunté interesado en saber si lo había planeado todo.

—¡Soy muy persuasivo!

Lo mire sorprendido.

—¡Ahora veo que estaba equivocado!

—¿Sobre qué?

—Acerca de que fueses un idiota —respondí en broma, pero él lo tomo en serio.

—¡Grosero!

—¿Perdón? Pero si fuiste quien lo propuso en primer lugar.

—Está bien —se resignó—. Entonces… ¿Me ayudaras?

—No lo sé —contesté mientras comenzaba a caminar.

«Veamos qué tan persuasivo eres.»

—¡Por favor! Hace apenas un instante aceptaste —rogó. Me miraba suplicante, y aunque le tenía un poco de lastima, era más fuerte mi picardía.

—«Antes», no sabía que me habías mentido.

—No lo hubiera hecho de no haber creído que te negarías.

Me detuve.

—¿Y cómo estabas tan seguro de que me negaría?

—No lo sé, creo que…

Continúe caminando.

—¡Hazlo por July! —declaró en una extraña forma de chantaje. Y funcionó.

En aquel paseo por el centro no perdí ni una sola oportunidad para «tratar» de molestarlo. Una y otra vez propuse regalos que Julieth detestaría. Pero aunque me esforcé en sabotearlo, él se negaba muy amablemente, parecía saber bien quien era ella y lo que le agradaría. Eso me hizo preguntarme el por qué había recurrido a mí, y me convencí de que solamente estaba nervioso.

Buscaba con cautela, revisaba los precios sin inmutar su aspecto, apreciaba cada objeto como tratando de imaginarla con aquel brazalete, o vestida con esa fina pieza color salmón con holanes, en realidad se notaba muy inmerso en su tarea.

Mientras escudriñaba las tiendas por las que pasábamos, yo me aseguraba de encontrar algo que comprar, él no era el único que aun no tenía regalo.

Revisamos muchos lugares, la tarde descendía sobre nosotros con un aire templado, la luz del sol dedicaba en las nubes una serie de tonalidades anaranjadas, azules y violetas. Observé como Andrew miraba con preocupación su reloj, caminábamos a través de una calle peatonal revestida con mosaicos rojizos.

Y de entre todas esas casas de estilo antiguo y paredes de piedra multicolor, avistamos un letrero de madera, erguido por fuera de una puerta entreabierta de pintura azul desgastada, estaba bastante acabado y las letras apenas podían distinguirse:

“Curiosidades y Regalos de Ms. Jane.”

Lo tome del hombro y lo guie hasta esa casa, casi cubierta por enredaderas y musgo.

Adentro una mujer de edad avanzada, con una actitud muy juvenil se levanto de un sofá que expidió polvo al moverse, se nos acerco y dijo:

—Bienvenidos, siéntanse cómodos en vagar por los estantes, estoy segura de que al buscar todos encuentran lo que necesitan —nos miraba amigable.

Caminamos por ahí y por allá, de un lado al otro, de mueble en mueble, todos se mostraban con la elegancia de un pasado que se contaba a través de las delicadas gritas y cicatrices de antiguos dueños. Se exponía una amplia variedad de vágatelas que iban de lo moderno y lujoso, a lo más inusual y antiguo.

Fue cuando subí las escaleras que encontré un tocador muy hermoso de madera en acabado blanquecino y envestiduras doradas, el espejo parecía descuidado y mi reflejo se distorsionaba por las manchas. Por encima se encontraban algunas botellas de perfume con formas curiosas, maquillaje y una caja muy hermosa, de madera barnizada, llevaba un pequeño candado junto con las llaves. La abrí con cuidado y mis sentidos se sorprendieron al ver y escuchar la música salida de una serie de mecanismos extraños y dorados.

«Una caja de música —pensé sorprendido—. Que bonita, no tiene figurillas, pero…»

Tenía un pequeño cajón que abrí con recelo, en su interior había un cojinete recubierto por terciopelo rojo y encima, colocado con sumo grácil, en la forma que acrecentase su belleza, sobresalía un collar, de cadenas leonadas y delgadas, que en su centro se unían en una serie de líneas y brillantes coloridos formando la hermosa imagen de un colibrí succionando el néctar de una flor. Lo acompañaban un par de pendientes parecidos a una rosa.

Llamé a Andrew en seguida.

Quedó embelesado por toda la majestuosidad que se mostraba en aquel objeto. Preguntó de inmediato por el precio, a lo que la agradable mujer contesto con una cifra que nos dejo impresionados.

Se detuvo a mirar a Andrew y cuestionó:

—¿La amas?

—¡Como a ninguna otra cosa! —respondió sin siquiera pensarlo, como si aquella frase no le causara trabajo, como si fuese algo natural.

Entonces ella propuso que estaría dispuesta a separar el collar de la caja para disminuir el precio, aunque ella en el interior no deseaba que se apartasen. El valor disminuyo considerablemente, y aun así Andrew parecía indeciso.

«¡Lo tengo!»

—¿Podría darnos un momento para pensarlo? —propuse.

—Por supuesto, piénsenlo con calma.

La mujer desapareció en un instante, como si se hubiera perdido entre aquellos objetos tan viejos como ella.

—¡Creo que esto es para ella! —dijo sorprendiéndome—. Odiaría separar el collar de su bella caja. Si junto el dinero que tengo y de hoy hasta el día de su cumpleaños tra…

—¡Espera! —interrumpí—. Te propongo algo.

—Si quieres proponerme un préstamo, te lo agrades…

—Podrías dejarme hablar.

—¡Lo siento! —dijo apenado.

—Yo aun no le he comprado un regalo a July… —confesé, me miró sorprendido, y le propuse—: ¿Qué te parece si cada uno aporta la mitad del precio? Admito que es un regalo precioso y seguramente ella adoraría que ambos…

Sus ojos se llenaron de ilusión y alegría, y completó:

—…, se lo regalásemos.

—Sí. Me robaste las palabras.

—Yo el collar y tú la caja de música.

—No.

—¿Yo la caja y tú el collar?

Me reí.

—Eres muy gracioso. ¿Por qué tendríamos que regalárselo como si fueran dos objetos ajenos? Yo diría que: ¡«Ambos» le regalaríamos todo!

—Tienes razón.

Así compramos, por primera vez haciendo una mancuerna, el más bello regalo para Julieth. De ahí en adelante él y yo nos organizábamos juntos para darle las mejores sorpresas. Y al verla tan feliz ambos sabíamos que hacíamos lo mejor.

Regresábamos a la misma tienda cada vez que teníamos que festejar a July para buscar algo, a veces lo encontrábamos y otras no.

Un día yo vi en una vitrina muy vieja la estatuilla metálica de un caballero montado con su espada desenvainada, no era exactamente un regalo para July, ella no tenia esos gustos, pero yo la adoré. Recuerdo bien que Andrew tuvo que ir a buscarme, pues me había quedado viendo la figurita.

Nos hicimos muy cercanos, nunca lo dijimos abiertamente pero yo lo consideraba un gran amigo.

Crecimos tan rápido.

Una tarde July nos cito a una cafetería, ella literalmente fue muy sorpresiva…:

Estábamos sentados del mismo lado de la mesa, Andrew parecía muy nervioso, y en el tiempo que esperamos a que ella llegará, trate de distraerlo, aunque yo también estaba muy preocupado. Su voz en aquella llamada me alteró, pero tendría que esperar:

«—¡Quiero hablar contigo y con Andrew, mañana a las tres en el Café Marck! No preguntes, solo ve…»

Cuando ella llegó y la vi en una sola pieza y a salvo, un peso se me quito de encima, pero su rostro estaba muy…, distinto, sin aquella sonrisa que cargaba siempre y que aparecía casi en cualquier momento.

—No quiero que digan nada —ambos la mirábamos interesados—. Ayer…

—Solo dilo —le motivó Andrew.

—Estoy embarazada. 


Continuara.

Notas finales:

Espero lo hayan disfrutado. Les agradezco mucho que lean y espero que sigan haciéndolo. Acepto todo tipo de sugerencias y críticas, preguntas y objeciones, no se contengan. 


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