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El Corazón Mentiroso por Jesica Black

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Capítulo 5: Al vilo de la muerte

 

 Le miró, ya era demasiado tarde y los ojos de Dégel desaparecían tras los párpados que le pesaban. No era para menos, su único día libre lo ‘desperdició’ —según Kardia— con él y no era difícil de esperar que estuviera agotado. 
Había pasado más de las siete de la tarde cuando ambos caminaron hacia la salida del hospital, justo después de un largo trayecto entre vehículos de alta gama estacionados. Se detuvieron en la entrada, con el sol ocultándose entre la arbolada, ya sin energía.

—Deberías ir a descansar, ha sido un día agotador para ti —murmuró Dégel,  Kardia negó.

—¿Y perderme lo mejor? —Preguntó, el menor arqueó la ceja—. El beso de despedida.

—¿El….beso? —Cuestionó y comenzó a reír—. ¿El beso de despedida?

—Bueno, si, como el beso de los buenos días ¿no? ¿Por qué te ríes tanto? ¡Es verdad!

—Si quieres besarme, hazlo —esperó.

Kardia no lo pensó mucho cuando sus bocas se juntaron con la ajena en un suave vínculo, mordió el labio inferior para hacerle abrir la cavidad y meter la lengua.
Apasionado, embriagante, como lo hubiera esperado del muchacho de cabellera verde, era tan deliciosamente adictivo que sentía despegar sus pies de la tierra y volar. Volar….estaba volando. 
Las manos del joven de cabellos azules se enredaron en sus cerdas verdes, tiró suavemente de ellos para que abriera más la boca y poder profundizarse.  Nunca había sentido algo tan caliente, ardiente y húmero como lo hacía sentir Kardia, era más allá de lo imaginado para él, estaba…. ¿enamorándose?

Se distanciaron unos segundos para mirarse a los ojos,  el mayor le tomó la mano y la depositó en el pecho, mirándole con intensidad:

—¿Sientes eso? —susurró en voz queda, Dégel asistió—. Nadie había logrado que mi corazón sonara tan fuerte como tú, creo que podría morir de amor ahora mismo.

—Idiota….—giró su cabeza apenado y le soltó—. Ve a tu cama y toma tus medicinas ¿bien? —sonrió, pasa sus manos hacia atrás en su cuello y hace un movimiento para luego sacarse lentamente una cadenita con un dije, le acomoda mejor y tomó la mano de Kardia para pasárselo—. Esto me ha dado buena suerte hasta ahora, consérvalo…

—Pe-pero es….tu-..

—Sí, es mío, pero quiero que lo conserves —le tomó por la muñeca con una mano y con la otra ayuda a cerrar la ajena con el dije—. Por favor.

—Lo haré —susurró, Dégel sonrió nuevamente y se alejó, girando sobre sus talones y su cabello se mece al igual que él, camina hacia la parada del autobús con elegancia.

 

Kardia se dirige hasta la entrada, tenía un largo trayecto pero llevaba mirando el dije con intensidad, era hermoso, un copo de nieve graficado con absoluto detalle. Estaba a solo un metro de la entrada, ahí podía ver a las enfermeras de turno cuando sus manos se abren involuntariamente al caminar y la cadenita cae. Se da la vuelta e intenta tomarla, pero un fuerte dolor en el pecho le detiene. Se lo agarra, quiere ir por la cadena pero no puede inclinarse. Un dolor terrible le carcome, sus ojos se ponen blancos y su cuerpo cae....

 

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Camus despertó poco después, estaba en la cama de Milo, completamente desnudo y solamente tapado con una manta. Buscó su ropa al tanteo en la oscuridad y se puso lo que encontró, no recordaba donde había dejado lo demás, solo una playera que suponía no era de él, pero aun así se la colocó y los bóxers que recordó era lo último que se sacó y debía estar ahí. Caminó descalzo por la casa y abrió la puerta, deslizándose por el pasillo para ver a Milo sentado en el piso del living, sin camisa y con un pantalón, rodeado de un montón de hojas.
Camus se acercó y se inclinó hacia delante para besar la espalda, lo que altera al mayor y giró sorprendido, la cabellera de Milo apenas cubría la mitad de la espalda, pero la de Camus era diferente, le llegaba hasta las caderas y muchas veces era un intruso cuando quería penetrarlo, pero aun así le resultaba muy atractivo.

—¿Quieres algo de comer? —preguntó el menor, Milo sonrió de costado.

—¿Sabes cocinar?

—Sino supiera, no estaría vivo —caminó hasta la cocina pero aun escuchaba la voz de su amante.

—¿Tus papás no estarán preocupados por ti? Ya son las tres de la mañana —tomó otro de los escritos y comienza a leer.

—No te preocupes, mi madre apenas nota que existo —buscando algo en la heladera—. Milo, deberías considerar ir a la tienda por víveres.

—Lo siento, mamá….—se burló y continuó leyendo.

—Ya en serio, solo una caja de arroz y ¿qué demonios es esto? —Tomó un tomate podrido del refrigerador—. ¡Agh!

—Creo que hay algo de cereal en la primera puerta a la derecha —frunció el ceño cuando llegó a la siguiente hoja—. Camus, ven un momento.

—Sí, ya voy —bufó tirando el tomate, se lavó las manos rápidamente y se dirigió al living.

—Lee esto —le extiende la hoja de papel.

—¿Éstos no son los escritos que nos hiciste hacer en clases? —el mayor afirmó, el menor le tomó y comenzó leer, espantándose—. ¡DeathMask nos vio!

—No solamente Valentino, sino también Zachary —se levantó del suelo—. Me están chantajeando de cierta manera aunque ellos digan que no.

—Golpearé a esos sujetos —respiró fuertemente, Milo le abrazó.

—No, déjamelo a mí, puedo con esto….pero eso significa que no debemos tomar el riesgo de dejarnos llevar en el salón de clases…es muy peligroso.

—Maldito DeathMask —bufó—. Deja todo eso y vamos a dormir.

—¿Vamos a dormir? —Bajó sus manos hacia las caderas—. Tu sabes que no puedo ‘dormir’ contigo en la cama.

—Intentémoslo una vez al menos —con ambas manos le tomó el rostro para bajarlo y besarle, otro beso tan apasionado como los muchos que se daban.

Milo le empujó suavemente hasta uno de los muebles, recargándolo allí y comenzando a tocarle más profundamente, recorriendo las piernas desnudas mientras lo subía encima. La habitación comenzó a arder un poco. Se movió, golpeó con sus caderas y un retrato cayó al suelo. Giró su cabeza para verlo, estaba boca abajo. Se agachó y le tomó para ver el retrato de Melody allí. Camus pestañó rápidamente mientras Milo se separaba de él y le observaba, ¿qué hacía? Él no tenía retratos de Melody allí, entonces ¿por qué?

—Mejor vamos a dormir —murmuró, Camus asistió con la cabeza.

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Regresó de su casa al hospital a las siete de la mañana y saludó enérgicamente a todos los que habitaban el recito. Se acercó a la recepción y comenzó a sacar sus carpetas, fue directamente a la puerta detrás y se colocó su guardapolvo blanco y sus lentes dispuesto a ir a visitar a sus pacientes, entre ellos a Kardia Onasis. 
El día anterior habían tenido un especie de ‘cita’ ¿Se podía llamar así? ¿Se podía llamar así cuando no habían salido siquiera del hospital? Dégel pensó que sí, se acercó nuevamente a la recepción y esta vez se encontraba una enfermera allí, usando la computadora.

—Buenos días, Larent —saludó a la muchacha, enérgicamente el muchacho.

—Buenos días, Dómine. Tengo los papeles que me pediste antes de ayer —le extiende la carpeta, el joven les echó un vistazo y asistió.

—Gracias, iré a ver al paciente del 115.

—¿Hm? —la joven se quedó pasmada y Dégel pudo notarlo—. No hay nadie en el 115.

—¿Cómo que no hay nadie? Hace dos años que Onasis Kardia está allí —comenzó a temblar, preocupado.

—Onasis ya no está allí, señor —se le quebró la voz, el joven abrió sus ojos—. Está en terapia intensiva, anoche tuvo un colapso y tuvieron que internarlo allí.

—¿¡Qué!? —como un rayo corrió por los pasillos hasta las escaleras, subió al primer piso en la sala de terapia intensiva. Sus ojos brillaron, las lágrimas resbalaron por su rostro cuando golpeó la enorme puerta  dejándola abrir. Allí, rodeado de montones de tubos y cables, con un respirador en el rostro—. Ka-Kardia….—se acercó y miró al médico, Dokoh Librasis, que lo atendía—. ¿Qué le pasó, Dokoh?

—Tres infartos masivos —suspiró pesadamente—. Onasis se olvidó de tomar sus medicinas y ahora tenemos muchos más apuros…..este chico realmente no aprende —los ojos del hombre se abrieron al escuchar la voz de Dégel.

—¡Estúpido infeliz! —apretó los puños—. ¿Podría dejarme solo con él?

—¿Hm? Claro doctor Dómine —dijo el hombre y se fue por la puerta de entrada.

—¡¿COMO TE ATREVES?! —Gritó y golpeó la mesa junto a la cama—. ¿Có-cómo? —Los ojos del muchacho en la cama se cristalizaron, Dégel le miró, justo encima de él, mientras sus lágrimas caían, golpeando el rostro del mayor—. Eres un idiota….

—Hmm…..—intentó hablar, pero prácticamente no le salían las palabras—. Dé….Dégel…

—No hables, bobo, será peor —enjuagó la lágrima y respiró por la nariz, haciendo un suave sonido—. Sabía que no estaba bien estar tanto tiempo afuera ¡Lo sabía, lo sabía! Pero….pero…—se alejó un poco, Kardia levantó una mano y se la tomó—. Es la primera vez que-que me siento tan feliz…

—Dé…..gel….—susurró dentro del aparato que le permitía respirar, el joven negó con la cabeza para impedirle hablar, y el mayor giró su rostro buscando algo, un papel, un lápiz, algo. Hace una señal con las manos y el joven le entiende, toma su bolígrafo y se lo pasa, luego busca en la mesa algunos papeles viejos que ya no sirvan y se lo da.

Kardia usa el bolígrafo sobre el papel y comenzó a trazarlo, suave, con letra desprolija y desordenada, palabras abreviadas, pero se podía leer perfectamente: “Preferiría tener mil infartos más y estar contigo una hora; que estar sano y no tenerte a mi lado”.  Dégel leyó el papel y se derrumbó en el pecho, llorando, como si le desgarraran el alma.

—E-res un des-gra-ciado…..—dijo con la voz entrecortada, apretó fuertemente sus ojos, sus dientes y se abrazó a la calidez del pecho desnudo mientras las gotas de su llanto se derramaban encima de él.

La puerta se abrió dejando pasar a un muchacho de rubia cabellera. Se quedó allí parado, mientras Dégel se incorporaba y secaba su rostro, intentando parecer profesional. Milo sonrió y asintió con la cabeza mientras el joven intenta salir victorioso de allí o al menos con pasos elegantes, miró hacia el costado y vio al joven pelirrojo justo detrás de él: ¿cuántos años tendría? ¿Sería su hijo? Bufó y continuó su camino cerrando la puerta.

—¿Cómo estás, Kardia? —Se acercó y le miró desde arriba, el joven hace un gesto con el rostro—. Eres un desgraciado realmente ¿cómo vas a salirte del hospital y no tomar tus medicinas? ¡Eres un idiota!

—Agh…me…me lo….han dicho —gimoteó, Milo suspiró pesadamente.

—Camus, ¿podrías dejarnos solos? —el pelirrojo asintió y se retiró del lugar, mientras los dos hermanos se quedaron allí—. Ya puedes dejar de actuar tanto, has sufrido cosas peores.

—No estoy actuando…—murmuró entrecortadamente.

—Bueno, pero seguro te sientes mejor que como estás o como te ves realmente —bufó molesto—. Eres un dolor de huevos, Kardia.

—Lo….lo siento.

—No…no tienes nada que sentir hermano, me alegra que estés mejor, me informaron los médicos que te van a tener veinticuatro horas aquí en observación y si todo está bien te llevan a planta baja —suspiró pesadamente y cruzó los brazos—. Realmente, necesitas un corazón.

—Ironía.

—Ya deja esas estupideces de la ironía….—se acercó más—. ¿En qué mierda pensabas estando en la calle solo a esas horas? ¿Querías morirte? Porque si querías hacerlo yo te….

—Me enamoré….—murmuró con la voz queda, Milo se ahogó con sus palabras y no pudo gesticularlas.

—¿Q-Qué?

—Que me enamoré…

—¿De él? —señaló la puerta, Kardia afirmó—. Apenas lo conoces, además ¡Por amor de dios, es tu doctor!

—Y tú estás…..con tu….alumno —realmente tenía razón Kardia, al menos el ‘pequeño romance’ de éste no estaba prohibido por quinientas leyes morales y sociales.

—Hmm….tienes razón —bufó—. Cuando tienes razón, tienes razón.

 

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Dégel miró desde su lugar al joven Camus, que aún se encontraba en la sala de espera, pero cada vez que el más joven giraba para verlo, habría una carpeta y se ponía a leer el historial médico de algún otro paciente —Que había leído, o fingido leer, muchas veces ese día—. Al menos así estuvo durante diez minutos hasta que respirando profundo se acercó a la máquina expendedora que se encontraba justo al lado de él. 
Puso dos monedas y apretó el botón de café caliente en lata, se escuchó un fuerte sonido y se agachó.

—¿Usted lo ama? —preguntó la suave voz del adolescente, Dégel le miró incrédulo y luego se levantó.

—Sí…. —sonrió de costado y caminó hasta el asiento contiguo para sentarse—. ¿Quieres algo de beber?

—No, ya desayuné —murmuró, hablaba demasiado bajito y mantenía su cabeza gacha.

—¿Cómo supiste que yo….?

—Sus lágrimas fueron tan sinceras —levantó la cabeza, giró y lo miró directamente a los ojos, esos ojos rubí del más joven eran terriblemente avasallantes, como si de un camión se tratase, cruzaba caminos y miradas con ellas.

—¿Mis lágrimas…?

—No se preocupe, desde que conozco a Milo, Kardia siempre se está por morir —intentó sonar un poco más tranquilo o al menos quiso tranquilizar a Dégel y éste se lo agradeció.

—Cuando uno es médico y sabe sobre lo que pasa, sabe lo que significa un número de una máquina escondida detrás, o la presión arterial, o los análisis clínicos —cerró los ojos, intentó pensar—. Cuando uno sabe todo eso, es tan difícil poder superarlo —los abrió—. Es tan complicado…

—Él estará bien, yo sé que si —sonrió.

—¿Eres pariente de ellos? No te pareces mucho —preguntó, Camus iba a hablar pero cerró la boca y pensó.

—Soy sobrino de Milo, hijo de la hermana de su ex mujer —sonrió de costado, Dégel no le creyó pero tampoco quería indagar en ello.

—¿Viven cerca? Porque llegaste con él.

—Sí, bueno….—miró para otro lado, el mayor leía con la mirada y Camus lo sabía.

—Camus…. —el aludido se dio la vuelta y le miró a los ojos—. Lo siento, creo que Kardia me habló de ti.

—¿Él le hablo de mí?

—Eres el adolescente que estudia en el mismo salón que da clases Milo, ¿verdad? —el pelirrojo se dio cuenta que Dégel le había atrapado en su mentira, por lo que no le quedó más que afirmar—. Lo siento, pero Kardia me dijo que tu cabello rojo era inigualable, por eso, te reconocí enseguida.

—¿Entonces sabe que no soy el sobrino de Milo?

—Sí —asintió pero no dice más.

—Bueno, debo irme, tengo clases en la tarde —se levantó—. Le avisaré a Milo.

—Buena suerte, si quieres hablar o algo, puedes venir a mi consultorio, Camus —el joven afirmó y salió disparado.

 

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La muerte viene adherida a la vida, es algo inexplicable que pasa, está allí, no puede moverse más de lo que es posible, no desaparece, no se va, sino, que llega valiente y fuerte para adueñarse de todo lo que está a su alrededor.
Todo muere, absolutamente todo. Las plantas, los animales, la voz en los oídos, el viento en los montes y el agua en la cascada.
La muerte es algo que esperas, porque llega, no importa donde estés o con quien, no importa la pasión que le pongas al vivir o el desgano que es llevarla a cabo, no importa cuando luches, ella siempre gana.

Kardia cerró los ojos, su hermano ya se había ido, Dégel había secado sus lágrimas, el murmullo de afuera era casi inaudible, solamente la soledad. 
Aunque la muerte siguiera allí, había algo que no se le podía arrebatar jamás y éste era el amor; el amor era puro, único, indiscutible. El amor eran sus ojos, su cabello, su sonrisa; el amor era Dégel. ¿Cómo pudo en pocos meses enamorarse tan ardientemente?

Quería hacerle el amor, quería escucharlo gemir al menos una vez, pero hasta ahora era un imposible, algo que no podía, un prohibido. ¿Por qué su hermano podía y él no? Si al menos iba a morir, quería lograr llegar al orgasmo con el peliverde montado en sus caderas. Sonrió de costado, tal vez en algún momento lo lograría, tal vez…..

Corazón, no me mientas…..corazón….

 

Continuará.

 

Notas finales:

Fuerte, corto y conciso, espero que no les moleste eso. ¡No se olviden dejar comentarios! No me hagan amenazarlos con que no continuaré el fic sino me dejan :3 porque lo voy a hacer, los amenazaré jajajaja.

¡Saludos!


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