Frunció el ceño, totalmente en desacuerdo con las palabras que su mayordomo había pronunciado. ¿Sonreír?. ¿Él?. ¿En qué estaba pensando aquel demoniaco ser?. Había perdido la sonrisa hacía demasiado tiempo, justo cuando perdió su antigua vida, sus padres, el cariño... Su sonrisa desapareció en un abrir y cerrar de ojos, junto con su felicidad. Y ahora, solo quedaba vacío.
-Idiota...- Fue lo único que pudo pronunciar, para después soltarse bruscamente de aquella comprometedora posición en la que lo tenía su mayordomo, y abandonó la sala sin dar explicación alguna.
(...)
-¡Sueltame!- Gritó, buscando desesperadamente una bocanada de aire.
-Suelte a Boochan, por favor.- Rogó el mayordomo, con aquella expresión angelical que tan contrariada la quedaba- Lo está ahogando.- Acotó, ante la acción de la rubia, quien seguía apretando sin descanso a su pequeño amo.
Tras insistir un poco más, por fin Ciel fue libre de aquel asfixiante abrazo.
“Es realmente molesto que esta chiquilla toque demasiado a mi joven amo"- Se sorprendió el mayor pensando, aunque bien lo había ocultado.
(...)
-¡¡Pues yo... lo odio!!- Lizzy gritó para segundos después tirar aquel anillo al suelo, poniendo todas sus fuerzas y coraje en aquel acto.
El estruendo se escuchó por toda la sala, para segundos después, ser invadida por un sepulcral silencio.
Ciel, atónito e incrédulo ante lo que sus ojos le mostraban, actuó por sus impulsos. Se posicionó frente a la chica y alzó la mano, dispuesto a golpearla. Aunque gracias a Dios -ironía del destino- Sebastian lo detuvo a tiempo.
(...)
-... Bailar?- Había pronunciado el niño, intentando parecer seguro ante cada palabra, cuando en realidad, lo único que deseaba era correr y esconderse bajo las sábanas, exigirle a su mayordomo que se quedase con él y acallase las voces y alejase las pesadillas y olvidar todo por unos segundos. El anillo, aquel que había pertenecido durante generaciones a su familia, uno de los pocos recuerdos que le quedaban de esta, había sido destruido en unos segundos, como, irónicamente, su vida lo había sido años atras. Y es que solo hacía falta un mísero segundo para que tu mundo se viniese abajo. Mas no mostró nada de aquello, solo sonrió. Sonrió como nunca antes, incluso enseñando sus perlados dientes. Intentando mostrar aquello que no sentía: Felicidad, superación del pasado, dicha...
Pero, si se miraba atentamente, aquello no se podía denominar sonrisa, y es que jamás llegaría a sus ojos. Solo era una mueca, tan falsa como quizá lo era él.
Y a pesar de todo, nadie nunca lo sabría; excepto su mayordomo, por supuesto, que lo conocía mejor que incluso, podría asegurar sin lugar a dudas, que él mismo. Y estaba seguro, como tantas veces le había susurrado en el oído, que aquel demoniaco ser recuperaría su sonrisa. La verdadera. La que hacían que le brillasen los ojos. La que desprendía inocencia, dulzura... amor.
«Porque eso es lo que haces cuando amas a alguien, luchas incansablemente para devolverle la sonrisa a la persona que le da sentido a tu vida.»