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50 stereotipa por YumeRyusaki

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Notas del capitulo:

E- Eternidad (Kairu)

En la banca del patio, en silencio, Yutaka se sienta a esperar nada.

 

 

III. Eternidad

 


«Aunque sea por solo un segundo quiero regresar a ese día, aunque sea por solo un segundo quiero abrazarte […]
Gracias, mi amor, por ser la reina de mi soledad
».


 

Detrás del cementerio del templo había una modesta casita a la que Hana iba cada que la escuela le permitía. Al pie de la casita estaba un frondoso árbol, en el verano la frescura que ofrecía era maravillosa. A Hana le gustaba ir en esa época, sentarse en el suelo, comer sandía, ver las ramas del árbol moverse, y de vez en cuando escuchar alguna vieja e increíble historia de su tío. En la noche, su madre iba a recogerla y regresaba dando brincos por haber pasado un agradable día.

—¿Por qué el tío no vive con nosotros en la ciudad? ¿Por qué se ve siempre tan triste? —preguntó cuándo empezó a notar que el tío tendía a ver con nostalgia el horizonte, como si estuviera en la eterna espera de alguien que no iba a llegar.

Su madre esa vez se negó a responder y apuró el paso.

 

—Gracias…

—No hay de qué, Yutaka-san, he preparado bastante y sería un desperdicio tirar la comida.

Hana entró a la casa y dejó su bolsa en el suelo y buscó un vaso para servirse agua. Detrás de ella, su tío entró llevando un cazo de comida caliente y un pedazo de torta con melocotones. No había sido difícil darse cuenta que su tío era muy apreciado por los vecinos, que tendían darle comida y que Yutaka correspondía con amabilidad y con verduras que él mismo cosechaba. Yutaka parecía llevar una vida tranquila y feliz pero no lo era.

—Tío —Yutaka cortó un pedazo de torta y se lo tendió. Hana lo aceptó con una sonrisa, y dejando el plato a un lado, se acercó al hombre—, te quiero.

Yutaka sonrió enormemente y besó la coronilla de su cabeza, sin decir nada, tomó su parte de torta y se dirigió a la salida. Hana le siguió. Sentados en la banca del patio, comieron en silencio. Una corriente de aire cálido pasó, moviendo las ramas del árbol y tirando hojas.

—Tío —Yutaka volteó en su dirección, Hana se estremeció al ser consciente del vacío de sus ojos—, ¿no es solitario estar aquí?

—No —respondió, pellizcando sus manos. Sus labios se apretaron y de pronto dio la impresión de estar tragando púas y el dolor fuera insoportable, sin embargo, Yutaka fingió muy bien una sonrisa hasta que recobró por completo la compostura—. No estoy solo —sus ojos fijos en un punto muerto en la lejanía— porque Hana me acompaña.

Pero Yutaka no se refería a ella. Hana notó por primera vez que la mirada de Yutaka no se perdía en el horizonte sino en algún punto del cementerio, y en ese momento él no parecía siquiera un poco triste, sin embargo, había un aura extraña alrededor de su tío que le provocó ganas de llorar aunque no supo por qué.

No, sí que lo sabía.

En la escuela le habían enseñado algo sobre las células; Hana recordaba especialmente la estructura de estas porque le recordaban a Yutaka. Él, como la membrana, había recubierto su corazón para no sentir más y lo había hecho porque, con seguridad, era infeliz.

 

Años después cuando Hana presentó su examen a la universidad y aprobó, a la primera persona que quiso decirle no fue a sus padres o a sus amigos. Subiendo los escalones del templo de dos en dos como cuando era una niña, corrió a casa de su tío, y en la puerta, gritó con júbilo:

—¡Lo hice!

Yutaka se acercó a ella y le abrazó.

—Bien hecho —pronunció con orgullo y Hana sonrió feliz. Incluso siendo casi una adulta, Yutaka seguía siendo su persona favorita en el mundo. Aún le gustaba visitarle y sentarse junto a su tío a esperar nada—. Cuídate mucho en adelante, sigue siendo una chiquilla aunque tengas cuarenta. Se amable con los demás para que sean amables contigo. Sigue adelante con tu pecho lleno de orgullo.

Sin entender porqué de pronto los consejos que sonaban a despedida, Hana asintió, grabando el mensaje en su corazón, y grabando también la expresión de autentica felicidad de Yutaka. El hombre sonreía y sonreía.

 

Cuando el verano llegó, Yutaka enfermó; tan enfermo que tuvieron que darle cuidados intensivos, aún así, Yutaka se había negado en rotundo a dejar ese lugar.

—¿Tío? —Hana lloró al verlo muy quieto y con los ojos cerrados. La incertidumbre de la muerte ahondaba en su corazón.

—Estoy bien —dijo, abriendo los ojos y limpiando sus lágrimas—, no llores. Solo tengo sueño. Voy a dormir, ¿sí?

Hana asintió e hizo caso omiso de su corazón rebotando cuando Yutaka volvió a cerrar los ojos. Tan quieto, tan en paz, como si estuviera… Negó con la cabeza y movió los brazos para espantar la mariposa blanca que, sin saber de dónde había salido, se posó en la almohada de Yutaka. La espantó tres veces pero la mariposa se empeñaba en volver, la última vez que lo hizo se apoyó en la frente del enfermo. En sueños, Yutaka sonrió con la dulzura que pocas veces exteriorizó.

Espantándola lejos de la habitación, siguiéndola por el patio y luego más allá, en el cementerio, Hana se detuvo frente a la tumba donde la mariposa se posó. “Matsumoto Takanori” leyó en la piedra. La persona había muerto muchos años atrás y aunque no le había conocido ni escuchado su nombre, tuvo la sensación de que le era familiar. La tumba estaba limpia y llena de flores —las mismas rosas blancas que Yutaka cuidaba— se notaba que cada cierto tiempo, era visitado. Levantando la mirada en dirección a la casita, cuando volteó nuevamente a la tumba, la mariposa había desaparecido.

Regresó confundida, se asomó a la habitación de su tío, seguía dormido con una calmada sonrisa en los labios. Con temor a despertarlo, fue a la cocina y preguntó a su madre por Takanori Matsumoto. Su abuela, que entraba en ese momento, tomó un pedazo de sandía y le pidió que le acompañara al patio.

—Takanori era amigo de la infancia de Yutaka, a donde iba uno siempre iba el otro. Su amistad creció con ellos, era una amistad extraña —La anciana mordió la sandía y masticó con lentitud. Arrojó las semillas y sonrió al añadir—: Tu tío estaba enamorado de ese chico, pero también era un cobarde, tenía miedo de sus sentimientos, así que consiguió una novia e iba a casarse con ella. Pero tú sabes, no se puede engañar al corazón.

—¿Qué pasó entonces?

—Lo que tenía que pasar —respondió con obviedad—: Takanori también amaba a Yutaka, y si Yutaka era feliz con una mujer, él lo iba a aceptar. Pero mi hijo no era feliz con ella, así que cuando se dio cuenta, buscó a Takanori. A tu abuelo no le gustaba mucho, y debo reconocer que a mí tampoco, pero nunca había visto a mi hijo tan feliz. Así que dejamos que hicieran lo que quisieran. Fueron buenos años aquellos.

—Pero Takanori-san murió, ¿cómo pasó?

—Fueron a pescar al mar. ¿Sabes que tu tío nunca aprendió a nadar? Pues una ola los atrapó y hundió el bote. Takanori ayudó a Yutaka a salir pero él no salió nunca más, no con vida. Mi hijo se culpa por la muerte de ese chico y se recluyó en este lugar, a vivir cerca de su tumba. Le lleva flores, va a orar, limpia la cripta con tal amor que duele verlo. Aún después de tantos años, Yutaka le sigue añorando.

—Eso es muy triste…

Hana se preguntó si Yutaka cuando se sentaba en el patio con la mirada perdida era porque seguía esperando que Takanori saliera alguna vez del mar. Limpiando sus lágrimas, reaccionó a la pregunta de su abuela:

—Entonces, ¿cómo supiste del nombre de ese chico?  Yutaka siempre se negó a hablar de él.

—Seguí una mariposa blanca…

Una sospechosa mariposa blanca.

—Hana, es hora de la medicina, despierta a tu tío.

Hana abrió la puerta de la habitación y se acercó. El hombre seguía igual que como le había dejado, cuando se acercó pudo ver que su rostro tenía una expresión de absoluta paz; su cuerpo ya no era cálido. Yutaka había dejado de respirar. Apretó los labios haciéndose a la idea, cuando abrió la boca, un sollozo escapó. Salió corriendo, llorando escandalosamente, sus mejillas empapadas y el nudo insoportable en su garganta que le impedía hablar. Al encontrarse con su madre y su abuela en el patio, cierta calma apareció en su corazón al ver el brillante cielo azul. Allí, volando juntas, una mariposa blanca y la otra negra revolotearon cerca como si saludaran, y luego, subiendo y bajando con las corrientes de aire, se fueron alejando hasta perderse en la distancia.

—Adiós —pronunció—. Adiós, Yutaka, Takanori, tienen la eternidad por delante.

Había algo en su corazón que le decía que aquella mariposa blanca era en realidad Takanori que se había hecho presente para acompañar a Yutaka, para reunirse con él, ahora para siempre.


 

«Bienvenido»

Notas finales:

Taka me pidió un cuento y salió esto, recuerdo que lloriqueó con el resultado.

Bien, mantenga presente que de las 10 ship de tG, hay un par de de las que no escribo, pero si le interesa otra y si usté quiere un drabble, deje una palabra que empiece con la letra J y el nombre de la ship. 

Hasta otra~


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