Como un día cualquiera, Sunggyu se sentó en una de las mesas vacías de aquella pequeña cafetería que solía frecuentar. Era tarde, cerca de las ocho, y hacía un día soleado, por lo que Sunggyu llevaba una camiseta de manga corta de color azul oscuro de su banda de rock favorita, a pesar de que odiaba enseñar los brazos.
Esperó a que el camarero llegara.
Sunggyu se había acostumbrado a toda la gente que había en aquella cafetería. Era un lugar pequeño, perdido en alguna parte de la ciudad, por lo que la gente que lo frecuentaba solía ser la misma. El dueño era un señor mayor, de rostro afable y una sonrisa cálida. Su mujer, una señora bajita y pomposa, siempre vistiendo colores llamativos y una felpa de color rosa con una mariposa.
El personal consistía en dos camareros: una chica rubia, despistada y alegre; y un chico alto, un poco malhumorado, pero siempre hacía reír a la gente.
A todos menos a Sunggyu, quien había perdido las ganas de reír hacía un año.
Aquel día, sorprendentemente, no estaba el mismo chico de siempre.
Sunggyu frunció el ceño ante aquel cambio en su monótona rutina, y observó al nuevo camarero, decidiendo que todavía era demasiado pronto como para decir que le caía mal.
También era un chico alto, pero con el pelo rojizo echado hacia un lado, y con una nariz recta y afilada.
Era guapo, Sunggyu tuvo que admitirlo, pero no era de su interés.
Esperó que fuera la chica quien le tomara el pedido, pero no tuvo tanta suerte.
El chico esbozó una amplia sonrisa, de par en par, y Sunggyu sintió algo de remordimiento al no poder devolvérsela.
“¿Qué desea tomar?” preguntó, con una voz grave y melosa.
“Un café con leche, por favor.” dijo Sunggyu, asintiendo levemente con la cabeza.
El chico apuntó el pedido en una libreta, y se dio media vuelta, en dirección a la barra para preparárselo.
Tardó un poco más de lo normal, y Sunggyu comenzó a pensar que quizás se le había olvidado.
Cuando volvió, depositó la taza de café sobre la mesa, y Sunggyu murmuró un leve gracias mientras la cogía y la movía hacia así.
Volvió a fruncir el ceño cuando vio que, en la espuma del café, había una carita sonriente dibujada con canela, y en la servilleta, había escrito, en una letra rápida y descuidada “no me gustas que estés triste, apuesto a que tienes una sonrisa preciosa.”
****
Los días pasaron y los mensajes subliminales no cesaron, lo que causaban que Sunggyu estuviera confuso. Cada vez que intentaba sacarle el tema de conversación al camarero, este cambiaba de asunto por completo, aludiendo al día que hacía o a lo que habían dicho las noticias el día anterior.
“Buenos días.” saludó el camarero, cuando Sunggyu fue esta vez una mañana de domingo.
“Lo mismo de siempre.”
Solía siempre pedir un café con leche, aunque a veces, y solo a veces, lo dejaba a la elección del chico.
Sunggyu cogió el café esta vez directamente de las manos del chico, un poco insensatamente, lo cual le llevó a quemarse los dedos, e hizo una mueca de dolor.
“¿Estás bien?” preguntó el camarero, mirándole algo preocupado, y Sunggyu asintió.
Desvió su mirada hacia el café, y vio que esta vez había un corazoncito hecho con malvaviscos, que flotaban graciosamente sobre la espuma.
Sunggyu esbozó una diminuta sonrisa, una muy pequeña, apenas perceptible, pero para el camarero fue más que suficiente.
“¡Has sonreído!” exclamó, no pudiendo ocultar su alegría, y Sunggyu frunció el ceño.
¿De verdad había sonreído?
“No sé de qué te sorprendes tanto.” murmuró Sunggyu, haciendo un puchero.
“Nunca sonríes, y eso no me gusta. Alguien tan precioso como tú debería hacerlo siempre. Apuesto a que tienes una sonrisa preciosa.”
Sunggyu se sonrojó, y sintió como su corazón comenzaba a latir rápido.
“Tú no sabes nada de mí.” dijo, mirando hacia abajo para evitar la mirada del chico.
“Tengo toda una vida por delante para hacerlo.”
****
A veces, Sunggyu pedía un dulce para acompañar el café. No solía tener mucha hambre, pero últimamente su apetito estaba volviendo. Lo que parecía que cada vez se perdía más y que no tenía ganas de volver, era su mente, porque todo el rato, prácticamente las veinticuatro horas del día, giraban en torno al chico de la cafetería, del cual ni sabía su nombre.
Sunggyu ordenó una napolitana de chocolate junto con su café, y un radiante Woohyun se lo trajo, dejándola sobre la mesa.
A diferencia de otros días, esta vez no había ninguna carita sonriente ni ninguna nube de algodón en su taza, y Sunggyu sintió como su estómago daba un vuelco. ¿Acaso el chico ya se había cansado de él?
Abrió la servilleta donde se encontraba la napolitana, y la familiar letra hizo que una oleada de alivio recorriera su cuerpo.
“¿Quieres quedar conmigo mañana después de mi turno? Sé que sueno como un acosador, pero será por la tarde e iremos a un lugar lleno de gente, así que no debes preocuparte de que quiera asesinarte ni nada parecido. ¿Dirás que sí? >~ <”
Junto con la última frase había dibujado un pequeño cachorrito, y Sunggyu esbozó otra pequeña sonrisa, porque de verdad que aquel dibujo se parecía a su creador.
Sunggyu levantó la mirada, tímidamente, y sus ojos se encontraron con los del chico, quien lucía algo nervioso, esperando su respuesta. Sunggyu asintió, y vio como el chico esbozaba otra amplia sonrisa, que causaba que el corazón de Sunggyu se encogiera un poquito.
***
A Sunggyu no le importaba que aquel chico acabara siendo un asesino en serie. Su vida había dejado de tener sentido hacía un año, cuando perdió a su familia (su padre, su madre, su hermana) en un accidente de coche, y lo único que había puesto un poco de alegría en sus días había resultado ser el camarero.
Sunggyu no podía dejar de comparar al chico, tan radiante y lleno de vida, con sí mismo. Él era todo lo que Sunggyu una vez fue, y sintió algo de nostalgia.
Nunca había sentido su corazón latir acelerado ante alguien, tampoco nunca las palmas de sus manos se habían puesto a sudar, ni su cabeza había dado una y otra vez vueltas ante la imagen del chico, sonriente y dispuesto a darlo todo.
El chico apareció, luciendo bastante nervioso, como si tuviera miedo de lo que iba a pasar.
“¿Estás bien?” preguntó Sunggyu cuando estaba casi seguro de que el camarero iba a vomitar en cualquier momento.
“Sí.” dijo, sonriendo tímidamente y pasándose el pelo por la mano. “Es solo que no esperaba que fueras a aceptar y, no lo sé, la verdad es que tengo miedo de que esto salga mal y me gustas mucho y....”
Sunggyu esbozó una pequeña sonrisa y vio como Woohyun también lo hacía al verlo, sus ojos convirtiéndose en unas medias lunas.
“Primero deberías empezar por decirme tu nombre.” dijo Sunggyu, enarcando una ceja.
“Nam Woohyun.” sonrió. “¿Y el tuyo?”
“Kim Sunggyu, encantado de conocerte.”
Ambos se sentaron en el césped del parque, muy cerca el uno del otro, y Woohyun acarició con su dedo índice la mano de Sunggyu.
“¿Tienes algo que decirme?” preguntó finalmente Sunggyu, cansado de ver como Woohyun abría la boca para decirle algo pero, en el último momento, retrocedía.
“Me gustas mucho.” dijo, directamente.
Sunggyu sintió como el calor se acumulaba en sus mejillas, y desvió la mirada hacia el suelo.
“Es por eso que me gustaría conocerte más. Y-yo, no lo sé, simplemente hay algo que me hace querer protegerte por encima de todas las cosas y...no lo sé, simplemente quiero hacerte sonreír todos los días.”
Sunggyu se tapó la cara con las manos, algo avergonzado.
¿Podría permitir que este chico se convirtiera en el centro de su mundo? ¿Dejar que Woohyun, como el huracán que era, arrasara con pesaroso mundo, dándole la vuelta por completo?
Sunggyu levantó la mirada, encontrándose con la de Woohyun, y supo que sí, que podría permitirlo perfectamente.
“Tú también me gustas.” dijo Sunggyu, despacio, y sintió cómo Woohyun entrelazaba sus dedos, mientras sus labios se posaban sobre los suyos en un tímido beso.
Fue solamente unos segundos, pero, después de romper el beso, Sunggyu sonrió. Y, esta vez, fue una sonrisa de par en par.