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Hilo rojo del destino por Laet

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Notas del capitulo:

Han preguntado por el lemon, y no, no va a haber lemon -lo habría puesto en advertencias- sencillamente porque soy incapaz de escribirlo. Espero que no suponga un problema.

  Pierre se había enfadado, obviamente. Ray dejó que gritase hasta desahogarse, sin intentar decir nada en su defensa. No podía evitar sentir lo que sentía por Kai, pero no había excusa para el modo en que había plantado al joven cocinero, aunque sus comentarios le hubiesen ofendido.

  Después de eso no habían vuelto a hablar fuera de lo estrictamente necesario en el trabajo, pero al menos no volvió a cuestionar su autoridad.

  La semana pasó rápido, demasiado para su gusto. Entre las reuniones de Kai y su trabajo, apenas podían verse. El bicolor había dejado su habitación de hotel y se instaló en su pequeño piso durante aquellos días, de modo que al menos podían pasar las noches juntos.

  Y las habían aprovechado, se sonrió el oriental.

  Por las mañanas, lo primero que hacía era tantear el colchón, sólo para encontrar un espacio vacío. Entonces recordaba que Kai estaba en Londres, asistiendo a un torneo. Y que tardaría al menos dos meses en volver.

  Argh.

  Resultaba que el torneo no era tan pequeño como había pensado –por otra parte, era obvio, si se paraba a pensarlo: Kai no peleaba con bladers de segunda fila-, tampoco tan grande como un campeonato mundial, pero era de nivel europeo. Con la cantidad de competidores y nuevas modalidades de desafíos, la cosa iba para largo.

  -Tendría que haberme ido con él –refunfuñó con el rostro enterrado en la almohada.

  Se lo repetía casi cada mañana y cada noche, pero sabía que entonces habría tenido remordimientos por dejar tirado a su tío. Después de que le hubiese conseguido aquel empleo, no podía marcharse así como así.

  Se levantó, venciendo la pereza, y fue hasta la cocina. Luego se prepararía, iría a la compra, limpiaría un poco y volvería al restaurante. Como cada día. Resopló.

  Desde el escritorio, Driger emitió un destello verdoso. Ray percibió su apoyo incondicional y sonrió.

***

  -Buen trabajo, Kai, has puesto en su sitio a ese engreído –lo felicitó Yuri.

  El engreído al que se refería era Johnny, ni más ni menos. Ahora que se podían hacer desafíos directos, el escocés no había podido resistirse a retar al ruso bicolor.

  El combate entre las bestias de fuego fue espectacular. La salamandra era resistente, pero el fénix estaba en su mejor momento, más poderoso que nunca.

  -Gracias.

  Se sentía bien. No por hacer morder el polvo a aquel bocazas –que también era gratificante-, sino porque Ray había dejado a Pierre por él. Era increíble saber que el oriental estaría esperándole en París.

  -Se ve que Francia te ha sentado bien –sonrió Bryan con intención. Pero Kai no era de los que se sonrojaban con facilidad.

  -Tú no te distraigas mucho con Ivanov, reserva algunas fuerzas para el juego.

  Spencer e Ian tosieron para disimular una carcajada.

  Bryan masculló algo, pero lo ignoró.

  -¿Cuándo es nuestra próxima batalla?-preguntó.

  -Ian tiene una esta tarde. Le ha retado uno de los daneses –informó Yuri.

  -Habrá creído que porque soy más pequeño podrá ganar puntos a mi costa –bufó el dueño de Viborg.-Pues se va a llevar una sorpresa –sonrió con malicia.

  Aquel sistema de desafíos, ya fuesen individuales o por equipos, permitían reunir puntos, al margen de las rondas eliminatorias. Al final de la competición, además del equipo vencedor en la final, recibirían un trofeo el equipo y el jugador que más puntos hubiesen obtenido. Era una manera interesante de reconocer la valía de los participantes. Podía suceder que en un equipo aparentemente mediocre hubiese un jugador excepcional, o que un buen equipo fuese eliminado por alguna desventaja. No sería la primera vez que un estadio era favorable para unos y una pesadilla para sus contrincantes.

  Por el momento eran pocos los que se habían atrevido a desafiar al equipo ruso. Tenían fama de ser tan habilidosos como duros, además de ser los segundos en el ranking mundial. Aún así, cuando ellos habían lanzado retos nadie los había declinado. En los últimos años habían dejado claro que jugaban limpio, y que no eran tan peligrosos como se había llegado a creer. Al menos para quien no pertenecía a su equipo.

  Entre ellos sí que solían gastarse bromas, a veces despiadadas y potencialmente dañinas. Pero la gente ajena a su pequeña familia no tenía qué temer, a excepción de una réplica cortante o una lluvia de sarcasmos.

  Kai pensó en Ray. Gracias a Yuri los otros tres rusos sabían ya de sus sentimientos por el oriental. De vez en cuando recibía comentarios burlones, o descarados como el de Bryan, pero sabía que lo apoyaban, en especial el pelirrojo.

  No era que su relación dependiese de lo que ellos opinasen, pero era un consuelo. Ray había perdido a sus amigos de toda la vida. Quizás pudiese unirse a su grupo de amigos. Sus psicóticos, paranoicos y, en general, muy peculiares amigos. Pero, quitando todo aquello, eran buena gente.

  Aunque ni muerto se lo diría.

***

  Ray arrugó la nariz.

  -¿Qué pasa?-inquirió Pierre, cortante.

  -Me huele… raro –dijo, señalando el plato de pescado que tenía delante.-¿A ti no?

  El francés se inclinó un poco e inspiró hondo.

  -Está perfectamente. Gabriel, ven aquí –llamó a otro de los cocineros.-¿Te huele raro?

  -No… está bien.

  -¿Bueno?-se volvió hacia el oriental, combativo, que sacudió la cabeza.

  -Debe de ser cosa mía –murmujeó.-Últimamente no me encuentro muy bien.

  Se llevó la mano a la frente, un poco mareado. Una mano se posó en su hombro, vacilante. Pierre lo miraba con preocupación.

  -Deberías descansar –le dijo.

  Tragó saliva y asintió con lentitud.

  -Ray –lo llamó su tío.-Ven.

  El joven lo siguió hasta su despacho.

  -Últimamente no tienes buena cara.

  -Lo siento, no quería causar problemas en el…

  -No te preocupes por eso, hijo. Dime, ¿qué te pasa?

  -No lo sé –suspiró.-Me mareo, y algunos olores me resultan desagradables.

  -¿Tienes náuseas por las mañanas?-enarcó una ceja.

  -A veces. Pero seguro que en unos días estaré bien.

  -Mientras es mejor que te tomes un respiro. Mañana es día de descanso. Por la mañana te llevo al médico para que te examine.

  -No hace falta que te molestes.

  -Por favor, ¿qué molestia? Te recogeré a las diez. Ahora vete a casa y no te preocupes por nada.

  Una vez en su piso se tumbó en la cama, mirando al techo. Quería a Kai allí con él, sus mimos, pero al torneo aún le quedaban al menos un par de semanas. Si le llamase, estaba seguro de que el bicolor volvería para cuidarlo, pero no podía. Por lo que sabía, los rusos estaban haciéndolo muy bien -lo cual no le sorprendía-, y no iba a estropearles su momento.

  Después de muchas vueltas en el colchón cayó rendido, más inconsciente que dormido. Por la mañana estaba embotado y sin fuerzas. Tenía aquella sensación que, sabía, empeoraría hasta convertirse en náuseas. Se arrastró hasta la cocina y preparó una infusión de menta, lo único que lograba calmar su malestar, como había descubierto hacía poco más de una semana.

  La calidez de la infusión se extendió por su cuerpo, reconfortándolo. En pocos minutos se encontraba en plena forma. Se preparó, cogió su documentación y fue a encontrarse con su tío.

***

  La sala de espera era de un verde desvaído que pretendía ser relajante, pero a él le estaba deprimiendo. Le parecía angustioso, enfermizo.

  Su tío le apretó el brazo en ademán consolador. Su mirada le desconcertó. Iba más allá de la leve preocupación que correspondería a su ligero malestar. Abrió la boca para preguntar, pero una enfermera les llamó y les hizo pasar a la consulta.

  -Siéntense, el doctor vendrá enseguida.

  Ray tomó asiento en una de las sillas frente al escritorio. Por alguna razón, se sentía cada vez más nervioso.

  -No te preocupes. Este médico sabrá ayudarte.

  El joven frunció el ceño. ¿Acaso sabía lo que le ocurría? ¿Tan grave era? Oh, ahora sí que quería tener a Kai allí.

  -¿Qué quieres decir?

  En ese momento se abrió la puerta. El doctor era un hombre asiático, bastante alto, de lustroso cabello negro que llevaba cuidadosamente recogido en una coleta baja, y más joven de lo que esperaba.

  -Stan Kon, cuánto tiempo sin verle –saludó alegremente a su tío. Luego miró al chico, que se sorprendió al ver sus brillantes ojos dorados.-Este debe de ser tu sobrino Ray.

  -Así es. Ray, éste es Shen Mei.

  -¿Os conocéis?

  El doctor rio. Parecía risueño, cercano, pero conservando un porte digno y profesional.

  -Somos originarios de la misma aldea. Probablemente conozcas a mi familia, que sigue viviendo allí.

  -¿De veras?-sí que conocía a una familia Mei, y a su memoria acudió una historia de que tenían un hijo del que nunca hablaban.

  -Sí. De niño era muy curioso, y cuando supe que tu tío se había ido a recorrer el mundo decidí que algún día haría lo mismo. Contacté con él, y me ayudó mucho. Si alguna vez necesitas algo, no dudes en pedírmelo.

  Ray no pudo evitar sonreír.

  -Bueno, empecemos –se sentó al otro lado del escritorio y escogió una carpeta del ordenado montón que tenía.-¿Qué síntomas tienes?

  -Me mareo de vez en cuando, y a veces tengo náuseas, sobre todo por las mañanas. Algunas comidas y olores que me gustaban ahora me repelen.

  -¿Tienes problemas para dormir, descansas mal…?

  -Últimamente sí.

  -Ajá… -dijo, tomando notas pensativo.-¿Cuánto hace que empezó todo esto?

  -Unos… diez días. Dos semanas, tal vez. Pensé que sería algo puntual, estrés quizás.

  -¿Hay algo que te estrese?

  -¿Trabajando en un restaurante?-se carcajeó. Los dos hombres se sonrieron también.

  -¿Alguna nueva fuente de estrés?-rehizo la pregunta.

  -Salía con un compañero de trabajo –confesó tras una vacilación, pero la declaración no produjo ninguna reacción en los mayores-, pero cortamos porque me reencontré con un viejo… amigo. Tuvimos algo hace años, y ahora… parece que podríamos tener algo serio.

  -Y eso te pone nervioso.

  -Me ilusiona, pero también me asusta un poco. Si no sale bien… -se le encogió el corazón-, no quiero perderle.

  Respiró hondo. El doctor le concedió un minuto antes de hablar.

  -Podría explicar algunas cosas, pero me gustaría descartar otras... Lo que te voy a preguntar ahora es algo delicado –miró a su tío.-Creo que sería mejor hablar a solas.

  -Esperaré fuera –asintió el mayor de los Kon.

  El joven tenía otra vez la sensación de que sabía lo que le pasaba. De que todos allí lo sabían salvo él.

  -Dime –prosiguió el doctor-, ¿has mantenido relaciones con algún hombre?

  Ray se sonrojó violentamente.

  -¿E-eso tiene algo que ver?

  -No lo pregunto para avergonzarte.

  -Pues… sí.

  -¿Y utilizaste protección?

  -Claro –mantenía la mirada clavada en sus manos, entrelazadas en su regazo.

  -¿Siempre?

  -Pues… -vaciló.-A excepción de Kai, sí. Pero estoy seguro de que él está muy sano. Cuida mucho de su salud –se apresuró a explicar.

  -Por favor, Ray, túmbate en la camilla.

  -¿Qué ocurre?-se estaba preocupando.

  -Ocurre que los sabios y venerables ancianos de nuestra aldea se callan cosas que no deberían. Ellos y sus ridículos tabúes… -masculló para sí mientras hacía que el chico se tumbase y encendía un aparato.

  Ray no supo de qué se trataba hasta que no cogió una parte del dispositivo, unida a la pantalla por un cable, le aplicó un gel transparente y la pasó por su vientre.

  -Estás de coña –murmuró, anonadado.

  -¿Sabes lo que estoy buscando?

  -No –soltó espantado.-Soy un hombre, así que no puede ser…

  -Ray –lo llamó con suavidad, dejando el ecógrafo fijo por fin-, sé que es un tema prohibido, pero los muchachos siempre se enteran de las historias que intentan ocultar.

  -Pero… pero… ¡es imposible!

  -Puedo asegurarte que no –su sonrisa era cariñosa y tranquilizadora.

  Fue hasta la mesa y volvió con un marco que tendió al joven. En ella aparecían el doctor, un hombre de cabello castaño y ojos azules, y un niño de unos siete años.

  -Son mi marido y mi hijo.

  Lo obvio sería que el chiquillo fuese adoptado, pero sus rasgos eran una mezcla demasiado evidente de los dos hombres. Cabello negro, ojos azules, delicados rasgos gatunos, nariz recta… Miró la imagen de la pantalla. Se le estaba formando un nudo en la garganta, y notaba un vacío en la boca del estómago.

  -¿Estoy…?

  -Embarazado –asintió.-De unas seis semanas, aproximadamente.

  Las palabras resonaron en su cabeza como martillazos sobre un yunque. Medio ausente, como en un sueño, se llevó las manos al abdomen. Lloró en silencio, totalmente sobrepasado. Al momento siguiente su tío estaba a su lado, intentando tranquilizarle, pero no fue capaz de reaccionar hasta que Mei estrechó una de sus manos y lo miró con su imperturbable sonrisa.

  -Sé lo que se siente, pero créeme, no es el fin del mundo.

  El médico habló con ellos, haciéndoles algunas recomendaciones, pero Ray apenas podía concentrarse. Realmente no podía recordar mucho del lapso de tiempo que iba desde el muy desconcertante descubrimiento hasta que su tío lo llevó a su piso. Se hizo un ovillo en la cama y se dejó arropar. Fue vagamente consciente de que su tío iba de un lado a otro, preparándole algo de comer.

  Antes de marcharse le revolvió el pelo con cariño y le prometió que le ayudaría. El chico asintió con la cabeza.

  Lo único en lo que podía pensar era en que Kai iba a odiarle. Lo despreciaría y nunca volvería a verlo. Y quién podría culparlo.

  Cogió a Driger entre sus manos. Brilló, como de costumbre, tratando de infundirle ánimos. Lo sostuvo contra su pecho y poco a poco se sumió en un sueño intranquilo.

***

  El bicolor se quedó pálido y totalmente estupefacto.

  -Es una broma –dijo.-Eso no puede…

  La voz del oriental lo interrumpió.

  -¿Crees que bromearía con algo así?

  Kai cerró los ojos. Tenía un punto de razón, pero era casi imposible de creer. Sin el casi. Desde luego no era algo para zanjar por teléfono.

  -Cogeré el primer vuelo –dijo, antes de colgar.

  Sus compañeros no se alegrarían precisamente de su marcha, pero aquel asunto era mucho más serio que cualquier competición. Por otro lado, estaba seguro de que podrían ganar igualmente sin él, así que sin pensarlo dos veces recogió sus cosas y llamó a un taxi.

***

  Le costaba subir las escaleras hasta su piso. Había vuelto a la consulta en busca de consejo. Veinticuatro horas no fueron suficientes para acabar de asumir su estado. Seguía siendo irreal, pero poco a poco iba tomando conciencia de ello. Sus sentimientos eran un torbellino.

  Cerró la puerta tras de sí y encendió la luz para disipar la penumbra.

  -¿Cuándo pensabas decírmelo?

  Ray pegó un bote. Se giró lentamente. Allí, sentado en la silla de su escritorio, estaba Kai. ¿Era un sueño? ¿O una pesadilla?

  El ruso alzó el papel que tenía en la mano, que no era otra cosa que su ecografía. Parecía que sería lo segundo.

  -No sé qué sería peor, que fuese una broma absurda, o que sea cierto y haya tenido que enterarme por tu tío.

  El asiático tragó saliva. Así que él le había llamado.

  El bicolor, cansado de su silencio, se levantó y avanzó un paso hacia él. Su mirada era intensa, severa.

  -Explícame esto –exigió.

  Ray trató de respirar hondo. Temblaba como una hoja.

  -Es cierto –dijo con voz quebradiza. Los ojos le dolían de intentar contener las lágrimas.-No sé cómo es posible, pero lo es. En mi pueblo hay historias pero… no creí que fuesen más que un mito absurdo.

  Kai le sostuvo la mirada durante unos segundos que parecieron eternos, y entonces pareció derrumbarse. Se dejó caer en el pequeño sofá, dobló las piernas contra su pecho y enterró el rostro entre las rodillas, aún con la ecografía en la mano. Su respiración era rápida y áspera. En otras circunstancias Ray hubiese corrido a reconfortarlo, pero no se atrevía.

  Estaba agotado, confuso, y su ánimo oscilaba entre la depresión y la crisis nerviosa. Y ahora tenía que lidiar con el rechazo de Kai. Se aovilló en la cama.

  En algún momento oyó cerrarse la puerta y supo que el ruso se había marchado.

  Lloró.

***

  Llovía, pero eso no le importaba. Necesitaba que el frío le despejase la mente.

  Era demasiado.

  <<Ray está…>> comenzó, pero ni siquiera en su mente era capaz de pronunciar la palabra. Se llevó las manos a la cabeza. ¿Y ahora qué?

  Él no era precisamente la persona más familiar del mundo. Su único pariente cercano era su abuelo, y su relación era distante en el mejor de los casos. No estaba preparado para ser… Tampoco era capaz de decir aquella palabra.

  Dejó de andar. Apoyó la espalda contra una pared y miró a su alrededor. Una punzada le atravesó el pecho al reconocer la calle. Allí, pocas semanas atrás, le había dicho a Ray que lo amaba. Poco después el chino le había confesado que no se imaginaba vivir sin él.

  Y ahora pasaba eso.

  Empezaba a pensar que el Universo se dedicaba a hacer posible lo imposible sólo para fastidiarle. También le disgustaba que las cosas le pillasen desprevenido, pero, por todos los demonios, ¡se suponía que aquello era lo último de que tendría que preocuparse! Después de todo, salía con un hombre.

  Un débil sonido lo sacó de sus cavilaciones. Aguzó el oído. Parecía un maullido. Siguió el sonido, y se encontró con un gatito tembloroso y empapado entre una pila de cajas. Sin pensarlo siquiera se quitó la bufanda, envolvió al animal en la tela y lo acogió entre sus brazos. Al principio la criatura se revolvió y maulló con más fuerza, presa del miedo, pero entre las caricias y la calidez acabó por tranquilizarse.

  Kai sonrió inconscientemente. Ser capaz de ayudar a aquel animalillo indefenso le producía una cierta alegría.

  Y entonces algo pareció encajar en su mente.

***

  <<¿Kai?>> pensó, pero no era capaz de hablar.

  El bicolor estaba de vuelta en su piso. Debería intentar hablar con él, pero simplemente no tenía fuerzas, así que siguió tirado en la cama.

  El ruso tampoco le habló. Entró y se sentó en el sillón como si fuese lo más normal del mundo. Vio que llevaba algo en brazos, y le pareció oír un maullido. Era todo tan extraño que no descartaba despertarse en cualquier momento y que todo hubiese sido un sueño.

  Lo contempló mientras secaba al gato con su bufanda, y luego lo vio ir hasta la cocina y hurgar en la nevera. Resultaba chocante que se comportase como si estuviese en su propia casa, pero no le importó. Cosas mucho más raras había visto últimamente.

  Una vez el animal estuvo seco y bien alimentado lo dejó cerca de la estufa, donde se hizo un ovillo. Entonces Kai fue hasta la cama y se tumbó a su lado. Cuando sus brazos lo envolvieron, su mente se despejó de golpe y sus sentidos se agudizaron. Sentía su respiración, su cuerpo, su calor…

  -Lo siento –oyó que decía.-No debí irme así. Necesitaba pensar.

  Apenas acabó de hablar, Ray se dio la vuelta y lo abrazó. Lloraba. Pero esta vez de puro alivio.

Notas finales:

Espero que los saltos temporales no sean muy confusos. No quería perderme en detalles innecesarios, quiero que esta historia sea más corta y rápida. Me preocupaba más retratar bien los sentimientos de alguien que se encuentre en este percal, lo cual supone un ejercicio de imaginación, ya que hablamos de un tema delicado en una situación imposible. Me gustaría saber cómo lo veis.


Hasta pronto.


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