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Hilo rojo del destino por Laet

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Capítulo 5

 

  Se despertó, sobresaltado, cuando algo cayó sobre él. Agarró aquella cosa, pequeña, suave y cálida, y la acercó a la altura de su rostro. Parpadeó, intentando enfocar la vista, y se encontró cara a cara con un pequeño gato atigrado gris y negro, con los grandes ojos verdosos abiertos al máximo. Maulló de miedo. Con sus garras trataba de sujetarse, temeroso de caer de sus manos.

  Sonriendo lo posó sobre su pecho y lo acunó con dulzura. Hundió las manos en su pelaje, y el felino se relajó y comenzó a ronronear. Aquello tuvo a su vez un efecto calmante sobre él.

  Estaba tan concentrado que no se dio cuenta cuando el bicolor entró en el piso, con un par de bolsas de la compra. El ruso esbozó una media sonrisa y se apoyó en la pared, contemplando la tierna escena.

  Ray tardó unos minutos en percatarse de su presencia. Cuando lo hizo, Kai pudo leer claramente una mezcla entre esperanza, expectación y cierto temor.

  -Buenos días –lo saludó, intentado aparentar más tranquilidad de la que sentía.

  -Ho-hola Kai –se sentó mejor, con la espalda contra el cabecero.

  -Espero que no te moleste –señaló al gato con un gesto-, no podía dejarlo a la lluvia.

  -No importa, creo que nos hemos hecho amigos –sonrió al animalito, que se había hecho una bolita.-Puede quedarse si q…

  Se llevó una mano a la boca.

  -¿Ray?

  El chino dejó al gato con cuidado en el colchón y luego se levantó y corrió al baño. Kai oyó un sonido desagradable, pero no dudó en ir tras él.

  De un tiempo a esa parte, así empezaban a menudo sus mañanas; saber por qué no se lo hacía mucho más fácil. Más bien le provocaba sentimientos encontrados.

  Apoyado en la taza del retrete, notó cómo Kai le retiraba el cabello de la cara con gentileza, se sentaba a su lado y le frotaba la espalda.

  -No quería que me vieses así… es asqueroso.

  -No es para tanto. ¿No recuerdas cómo era convivir con Tyson y sus modales en la mesa?-consiguió que el oriental se riese a pesar de las náuseas.-¿Quieres algo para asentar el estómago?

  -¿Puedes hacerme una infusión de menta?

  -Claro.

  Era extraño cómo podía sentirse bien y mal a la vez. Kai estaba allí, con él, cuidándolo… pero pasado el shock tendrían que hablar seriamente del tema.

  Al salir por fin del baño había una humeante taza de infusión esperándolo en la encimera, y el bicolor se dedicaba a colocar la compra en las alacenas.

  -¿Has comprado todo esto? No hacía falta que…

  -Ray –lo cortó-, vas a tener que acostumbrarte a que haga cosas por ti –se giró hacia él, mirándolo con seriedad. El pelinegro tragó saliva. Al parecer Kai había salido del shock antes de lo que esperaba.-¿De cuánto estás?

  El oriental pestañeó, sorprendido.

  -Creí que preguntarías… -negó con la cabeza.-El doctor dijo que de unas seis semanas.

  Kai asintió para sí.

  -Sé la pregunta que esperabas –murmuró. Ray notó cómo se tensaba, aunque intentaba no dejarlo traslucir.-¿Sabes de quién es el niño?

  Se encogió de hombros. Respecto a ese punto, ni siquiera necesitaba echar cuentas.

  -Eres la única persona con la que he estado en los últimos meses. Y la única con quien no… -bajó la voz, sonrojado.

  Kai enarcó una ceja.

  -¿No qué?

  El pelinegro respiró hondo.

  -No usamos protección, Kai.

  Se hubiese reído al ver cómo se coloreaban las mejillas del ruso, pero estaba demasiado tenso.

  -¿Entonces… -cayó en la cuenta-, Mercier y tú nunca…?

  -Pues no –alzó una ceja al ver la sonrisita del otro.

  -En base a mi experiencia contigo, me sorprende, es todo. No te ofendas –se apresuró a añadir.

  -Supongo que me lo he ganado –suspiró.-Entonces…. ¿qué piensas de todo esto? ¿Crees que debería tenerlo?

  El bicolor abrió los ojos como platos.

  -Ray… yo… yo… no puedo… -se pasó una mano por el pelo.-No creo que sea quien debe tomar la decisión.

  -Pero necesito saber qué piensas.

  Kai lo miró. El oriental parecía perdido, pero no desvalido. Entendió que no le estaba pidiendo permiso para tener al bebé, sino su opinión, para que le fuese más fácil decidir. Pero lo cierto era que estaba igual de inseguro.

 -La verdad es… que no lo sé. Tú serías un padre estupendo –puntualizó-, pero yo… yo no tengo madera. Ni siquiera he tenido una familia de verdad -suspiró.-No obstante –continuó tras una pequeña pausa-, te quiero, y decidas lo que decidas te apoyaré.

  A Ray se le humedecieron los ojos.

  -Lo siento, últimamente no paro de llorar.

  -No te disculpes –se acercó y lo abrazó protectoramente.

  -Soy feliz –sollozó contra su hombro.-Esto es una locura, pero soy feliz. Creí que me odiarías… Aún no me creo que estés aquí.

  -¿Por qué iba a odiarte?

  -¿Porque soy un bicho raro? Por decirlo con delicadeza.

  Kai se carcajeó.

  -Eso estaba claro –le puso una mano bajo el mentón y le alzó el rostro para besarlo con suavidad.-Para estar conmigo no podías ser muy normal.

  Ray sonrió levemente.

  -Todavía no he decidido qué hacer, pero me alegro de contar contigo.

***

  Dejó al pelinegro durmiendo plácidamente junto a su nueva mascota, a quien habían bautizado como Michel. En realidad, Ray fue quien eligió el nombre, y él sencillamente no iba a discutir cómo llamar a un gato. Y tampoco estaba tan mal.

  Llegó al restaurante poco después de que finalizase el servicio de comidas. Apoyó la espalda contra una de las paredes del callejón, cerca de la puerta del personal. No pasó mucho rato hasta que empezó a salir gente. Abrió los ojos cuando notó una mirada clavada en él.

  -Ray no está aquí –le informó Pierre, malhumorado.

  -Ya –miró al francés de arriba a abajo.

  Le fastidiaba reconocerlo, pero era atractivo. Si tenía una buena personalidad, comprendía que Ray se hubiese fijado en él. Tiempo atrás había sentido celos, pero ya no. Sabía que el oriental le quería.

  -¿Sabes dónde está?-no obtuvo respuesta por parte del joven de ojos rojos. Resopló.-Oye, no es que lo esté acosando, ¿vale? Pero anteayer se fue pronto a casa y no tenía buena cara.

  -Se pondrá bien –dijo simplemente, y pasó por su lado para entrar en el restaurante. En la cocina ya sólo quedaba un hombre bajo de cabello negro como la tinta.-¿Stan Kon?

  El hombre se giró y lo estudió atentamente.

  -Debes de ser Kai.

  -Así es.

  -Me alegra que hayas venido. Mi sobrino está en su…

  -Lo sé, he hablado con él. ¿Cómo supo que era a mí a quien debía llamar?

  El oriental esbozó una sonrisa sesgada. Le hizo un gesto para que lo siguiese. Al final de un corto pasillo había una especie de oficina, con un escritorio, un par de sillas y una estantería, todo escrupulosamente ordenado. La pulcritud era cosa de familia, por lo visto.

  -Conozco a mi sobrino –dijo el mayor cuando ambos estuvieron sentados-, sé que es un chico cuidadoso. Sólo habría olvidado tomar precauciones con alguien en quien confiase plenamente. Y el tuyo es el único número que tiene en la agenda.

  -Ya veo –carraspeó.

  -¿Habéis decidido algo sobre el niño?

  -Creo que aún no sabe si tener el… ehm… tenerlo –aún le resultaba muy extraño referirse al… a su… en fin, mejor dejarlo.-Pero ya le he dicho que tiene mi apoyo haga lo que haga.

  -Eso está bien –sonrió aprobatoriamente.-Veo que supo elegir.

  El joven ruso se sonrojó. Al rescatar a Michel de la calle se había dado cuenta de que no podía dejar a Ray. Si su instinto lo llevaba a proteger y cuidar a un gato, tanto más a la persona que amaba… y que tal vez fuese a tener al hijo de ambos.

  -No es para tanto. Sólo es mi deber.

  -En los tiempos que corren es cada vez más difícil encontrar a un hombre dispuesto a cumplir con su deber. Quiero a Ray como a un hijo. Es un buen muchacho, y vale mucho. Me alegra ver que está con alguien que lo cuidará como se merece.

  -Espero hacerlo bien –dijo más para sí mismo que para el otro.

  -Si te consuela, nadie está preparado para esto. Cada uno lo hace lo mejor que puede, quiere o sabe –le palmeó el brazo.-Sois buenos chicos –le sonrió-, lo haréis bien.

  Kai desvió la mirada, más emocionado de lo que le gustaría reconocer. ¿Cuándo había sido la última vez que alguien lo definió como un “buen chico”?

  Tal vez nunca.

***

  No estaba dormido, pero tampoco despierto. Su estado podría describirse como trance.

  Sus ojos dorados seguían los movimientos de Michel entre las sábanas. De vez en cuando se movía para evitar que el pequeño gato cayese al suelo o para dispensarle alguna caricia. Luego volvía a sumirse en aquel estado meditabundo.

  Prácticamente había obligado a Kai a volver a Londres, para que llegase con su equipo hasta el final del torneo. El ruso estaba dispuesto a dejarlo todo para cuidarlo, así que tenía que ser él quien se asegurase de que no descuidaba los demás aspectos de su vida. Mientras tanto, Ray intentaría decidir qué quería hacer.

  Aquella mañana, mientras hablaba con Kai por teléfono, se dio cuenta de que se había llevado una mano al vientre de forma inconsciente. Y de que lo hacía también cada vez que pensaba en el bicolor. Sin darse cuenta, una parte de sí mismo se estaba haciendo a la idea de ser padre, y el que fuese también el bebé de Kai le producía una honda satisfacción.

  Ya no era una idea abstracta. No era un algo a lo que pudiese referirse como si fuese un apéndice superfluo, una cosa de la que pudiese deshacerse si le molestaba. No era un bebé cualquiera. Era su hijo.

  Y lo quería.

  Estaba acostumbrado a querer a alguien a quien no podía ver ni tocar, pero aquel tipo de amor, por una personita que todavía no existía, era nuevo para él.

  Michel maulló, reclamando su atención. Ray sonrió y extendió una mano para rascarle la barriga. El gato cogió uno de los dedos entre sus zarpas y lo mordisqueó juguetonamente, sin hacerle daño. El chico rió y jugó con él un rato, hasta que en un arranque de ternura lo estrechó entre sus brazos y besó su peluda cabecita. El animal ronroneó y se frotó contra él, respondiendo a su cariño.

  Su teléfono comenzó a sonar. Frunció el ceño al ver que no era Kai.

  -¿Diga?

  -Espero que los rumores no sean ciertos.

  Se incorporó de golpe, sorprendido.

  -¿Lee?-hacía mucho que no sabía nada de él. Por su tono, hubiese preferido que siguiese siendo así.

  -¿Y bien?

  -Vas a tener que especificar –replicó con tono desafiante a la dureza del otro.

  -Dicen que estás con el Hiwatari.

  -Dicen bien.

  -¿No te cansas de avergonzarnos?

  -¿No te aburres de ser el recadero de los venerables ancianos?-pronunció el adjetivo con acidez.-Hay una cosa, se llama “pensar”. Deberías probar a hacerlo por ti mismo.

  -¡No eres más que una deshonra! –rugió Lee.-Todos saben ya lo que haces, metiéndote en la cama de cualquiera.

  -Vaya, las cosas deben de iros muy bien si podéis perder el tiempo metiendo las narices en mis asuntos -siseó.-¿Por qué no les dices de mi parte que se compren una vida y me dejen en paz, sí?

  Oyó satisfecho cómo el otro balbuceaba cosas sin sentido. Lee seguía siendo el de siempre, pero él había cambiado. Ya no le preocupaba lo más mínimo lo que aquella gente pensase de él. Y no consentiría que tratasen de cambiarle.

  -No… no vas a poder volver… jamás –dijo Lee.

  -¿Esa es tu amenaza?-se le escapó una carcajada.-Creo que podré vivir con ello.

  -Nunca, Ray. Jamás –repitió.

  -Déjalo ya, Lee. Si me llamas por Mariah, deberías olvidarlo. Sería una crueldad casarme con ella cuando no la amo. Se merece a alguien que la quiera de verdad, y lo sabes –dijo con seriedad. Al otro lado de la línea se hizo el silencio.-Yo no voy a volver a un lugar donde se me juzga, y donde unas normas estúpidas son más importantes que el que sea feliz. Si quieres ser mi amigo, tendrás que aceptar cómo soy.

  Colgó sin esperar respuesta.

  Miró su abdomen y acarició la zona. Suspiró.

  -Quiero que sepas que siempre voy a quererte –prometió-, seas como seas.

  Volvió a tenderse sobre el colchón y deslizó una mano hacia Michel, atrayendo su atención con movimientos rápidos y retomaron su juego.

***

  -¿Buscas esto?

  Kai se volvió, y vio que Yuri, sentado en el escritorio, jugueteaba con una cajita de terciopelo azul.

  -Así… -continuó el pelirrojo-, que por eso estás tan pensativo. ¿De veras vas a hacerlo?-abrió la caja y jugueteó con el contenido.

  -Más te vale no perderlo –advirtió. Entrecerró los ojos cuando el lobo deslizó el aro dorado en su anular izquierdo y lo contempló con una sonrisa. Se lo arrebató de malos modos.-Pídele a Bryan que te compre un anillo, este no es para ti.

  -No me lo puedo creer. ¿Vas a pedirle que se case contigo?

  El bicolor gruñó, volviendo a dejar la joya en la cajita.

  -Lo estoy pensando.

  -¿Cuál es la duda?

  -No quiero que piense que lo hago por el… por el bebé, ni que se sienta presionado a tenerlo.

  Yuri puso una cara extraña. Lo hacía cada vez que mencionaba el embarazo de Ray. No se lo había ocultado, ni se le había pasado por la cabeza esconderlo. Los rusos eran como sus hermanos, aunque lo demostraban a su manera.

  Y desde luego no creía tener motivos para avergonzarse. Ni él ni el oriental. Es decir… era una situación más que rara, pero no era culpa de Ray el poder embarazarse, ni que los mayores de su aldea decidiesen ocultarlo. Algo irresponsable por su parte, basado en un tabú absurdo.

  Él seguía teniendo sentimientos encontrados. Giró el anillo entre sus dedos, sentado en su cama. Le daba vértigo cada vez que pensaba en tener un niño a su cargo. Su niño. Si era demasiado, si acababa molesto, agotado, irritado y en el límite de su paciencia no podría dejarlo. No podría perder los nervios e irse. Era una responsabilidad para toda la vida.

  Y cumpliría con ella, se dijo. Pero temía no estar a la altura.

  Siempre había superado todo a base de trabajo duro, dejando a un lado sus emociones. Ahora debía ser tan fuerte como delicado. Protector. No sabía cómo lo hacía con Ray, le salía sin darse cuenta. Tampoco tenía ningún referente. Así que no podía prepararse, simplemente confiar en que, dado el caso, sería un buen… padre.

  -No deberías dudar –levantó la mirada. Se había olvidado del pelirrojo.-Tienes a alguien que te quiere y… tendrás una familia.

  Kai frunció el ceño.

  -¿Qué te pasa últimamente?

  Yuri resopló y lo miró con desdén.

  -Cualquiera de nosotros daría lo que fuese por tener una familia, y tú ahí, pensándotelo.

  -No es eso… -volvió la vista.-Sólo… tengo miedo –miró a su amigo de nuevo.-Tengo miedo de no hacerlo bien.

  El otro suspiró y se sentó a su lado. Apoyó la cabeza en el hombro del bicolor, que se sobresaltó, pero no se apartó. Los ojos azules miraban al infinito, perdidos entre mil recuerdos. Algo que ninguno de ellos se permitía a menudo.

  -Mi padre -murmuró el pelirrojo tras unos minutos de meditación-, pasaba más tiempo borracho que sobrio. Mi madre se largó en cuanto pudo y me dejó con él. Tuve que apañármelas robando y hurgando en la basura, hasta que acabé en la abadía –se separó un poco y lo miró con fijeza.-Tienes muchos defectos, Kai. Pero habría cambiado a mi padre por ti sin dudar. Tal vez te hagas el duro y frío, pero eres un buen hombre, y nunca dejarías tirado a alguien que te necesita.

  El bicolor abrió mucho los ojos. Siguió al otro con la mirada mientras se levantaba e iba hacia la puerta, aún boquiabierto.

  -Yuri, yo…

  -Si dices algo de esto, lo negaré todo –le advirtió el pelirrojo, esgrimiendo una de sus sonrisas lobunas.

  -De todas formas nadie iba a creerme –replicó, sonriendo a su vez.

  -Y ahora prepárate para entrenar. La final es mañana, y no quiero fallos.

  -Sí, capitán.

***

  El chasquido de la cerradura despejó en parte la nube somnolienta en que estaba sumida su mente. No sabía qué hora era, ni siquiera estaba seguro del día. Se removió, pero el cuerpo no le respondía. Oyó unos pasos ligeros que se detuvieron a su espalda, junto a la cama, y el colchón se hundió entre el crujir de los muelles. Sonrió cuando un brazo le rodeó la cintura. Reconocía claramente aquella presencia cálida y reconfortante.

  -Lo siento –consiguió susurrar.-Quería ir a buscarte al aeropuerto, pero…

  El otro dejó escapar un suave sonido al sonreír y estrechó más su abrazo.

  -No pasa nada, te conviene descansar. ¿Cómo estás?

  -Bien –se acurrucó contra el bicolor.-Mi tío viene siempre que puede, y Michel me hace compañía –el gato, que dormitaba al sol en la ventana, maulló al oír su nombre, haciéndoles reír.-¿Y tú? Sé que habéis ganado el torneo.

  Se giró sobre sí mismo para mirarlo. El cariño con que el ruso lo contemplaba le aceleró el corazón.

  -Te he echado de menos –lo besó. Sonrió cuando Ray pasó los brazos alrededor de su cuello para profundizar el beso. Sólo un pequeño detalle le impedía dejarse llevar y perderse en el cuerpo del oriental.-Yuri y los demás están abajo. He prometido invitarles a comer para celebrar la victoria. Quería ver cómo estabas y preguntarte si te apetece venir.

  -Pe-pero ellos…

  -Lo saben. Se lo he contado todo. No tienes nada que temer –le acarició la mejilla.

  -¿No me odian?

  El tono quebradizo de su voz le partía el alma.

  -¿Quién iba a odiarte?-no le gustó la sombra que cruzó por la mirada del otro.-¿Alguien te ha dicho algo?

  -Nada importante –intentó sonreír.-Lee me llamó, al parecer se han enterado de que estoy contigo y van a declararme persona non grata –se encogió de hombros.-Tampoco es que tuviese pensado volver –añadió al notar un ramalazo de ira ardiendo en los ojos rubí.

  -Si alguien se atreve a haceros daño yo…

  Los iris dorados brillaron. No había unos ojos tan hermosos en el mundo.

  -¿Hacernos?-preguntó en voz baja.

  Kai tardó unos segundos en procesar lo que acababa de decir. Sus mejillas se tiñeron de rojo.

  -H-ha sido un lapsus. Sabes que no quiero presionarte sobre si…

  -Kai –lo interrumpió con suavidad.-Creo que ya lo he decidido.

  Hablaba con lentitud. Era ridículo estar nervioso a aquellas alturas. O tal vez no, se dijo mientras se incorporaba y se sentaba contra el cabecero. Decírselo a Kai lo haría completamente real y definitivo.

  El ruso se sentó frente a él, expectante. Cuando Ray lo miró sintió un vacío en la boca del estómago.

  -Quiero tenerlo –declaró el pelinegro tras lo que pareció una eternidad.-Es mi hijo… nuestro, si tú quieres. Si no, yo lo tendré y lo criaré de todos modos. Lo quier…

  Los labios de Kai acariciaban los suyos, silenciándolo con gentileza. Notó humedad. ¿Lloraba? Sí, cuando se separaron había lágrimas rodando por sus mejillas. Pero sonreía. Era una sonrisa genuina, feliz. El oriental rio y se lanzó a sus brazos.

  -Os quiero –murmuró el ruso, con el rostro enterrado en las hebras de cabello azabache.

***

  Ray se arrebujó en su abrigo y se quedó parado en la entrada, súbitamente acobardado. Los rusos esperaban charlando tranquilamente apoyados contra el edificio de enfrente, y Kai fue con ellos.

  -Estábamos a punto de subir a buscaros –dijo el pelirrojo. Miró de reojo al oriental.-Puedes acercarte, no mordemos. Hemos desayunado bien hoy.

  El bicolor lo miró, inquisitivo.

  -¿Prefieres quedarte?

  -Y-yo… -tartamudeó al tener sobre sí las cinco incisivas miradas de la plantilla rusa.

  -Tranquilízate, hombre –Yuri esbozó una amplia sonrisa, se le acercó y le pasó un brazo por los hombros, con una gentileza de la que no le sabía capaz.-Vayamos a comer. ¿Qué tal si eliges el restaurante?

  -¿No trabajas en uno?-preguntó Ian.-¿Qué tal ese?

  -Pues…

  -¿Qué pasa?

  -Tal vez le resulte raro que le sirva la gente con la que trabaja –intervino Kai, y el pelinegro suspiró aliviado. No se sentía capaz de explicarse por sí mismo.

  -Bueno, ya encontraremos algún sitio –dijo el lobo con optimismo, y echó a andar, todavía abrazando a Ray. Kai fue por su otro lado y le ciñó la cintura con su brazo. El chino sonrió, sintiéndose protegido.

  Y, sobre todo, aceptado.

  Era irónico que sus supuestos amigos de infancia le diesen la espalda, mientras que los temidos rusos lo acogían con facilidad, sin preguntas ni condiciones. Qué cierto aquello de que las apariencias engañan.

 

Notas finales:

Teniendo en cuenta que tengo el instinto maternal de un zapato, supongo que no está tan mal. Tengo dudas sobre si resolver lo de Lee o que Ray lo mande al garete y no se vuelva a saber de él. ¿Alguna preferencia?


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