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Fucked Up por JHS_LCFR

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Fucked Up 4

(Love)

 

Su familia supo aceptarle en el medio del abrasante verano y con un par de kilos menos: sonaba absurdo mencionar que Kyungsoo había perdido peso, pero la pérdida de apetito había arrasado con su cuerpo aquella noche en la que había escapado con una sola valija y un bolso entrecruzado en el pecho, desamparado.

Había caminado por las sombras y había evitado todo foco de luz al caminar aquella noche de verano violento, y había alcanzado a pagar el boleto de colectivo con monedas de pura suerte ante la incapacidad de encontrar la tarjeta de descuento: una vez en su departamento, y cruzando los dedos para que Jongin no apareciese a último momento para retenerle, dejó caer su pobre equipaje y finalmente se dejó caer él también, gimiendo a los gritos, largo y tendido, mientras aceptaba, de una vez por todas, las consecuencias de su decisión.

Aún cargaba con la remera hecha pijama por el desgaste de los años, y sus bermudas no eran más que un pantalón cargo cortado por la cantidad de agujeros y manchas que habían dejado antiguas sesiones de limpieza profundas en una sala comedor que no era suya, en baños que no terminaban de agradarle y en balcones que le daban una vista lejana y descolorida de todo. Porque el lugar de Jongin, nunca había sido realmente el lugar de Kyungsoo.

Sentado en su propio recibidor, había mirado alrededor esperando encontrar alguna señal cálida de bienvenida, como algún bocadillo en la mesa que hubiese olvidado guardar, o alguna guarnición escondida en lo más recóndito del refrigerador.

Lo cierto era que Kyungsoo no había pisado su departamento en meses, y tampoco se sentía seguro en paredes cuyo color parecía haberse desteñido con la iluminación difusa de la Luna: mirando alrededor, notó cómo todo el puto lugar necesitaba una buena limpiada, pero no podía distraerse ya con ese tipo de cosas.

Ya no quería prender la radio y cantar sin vergüenzas mientras trapeaba, justificando su soledad con el arduo y temprano trabajo de Jongin, mientras todo lo que él hacía era cocinarle y esperar mientras escribía su estúpida tesis.

Ya no quería fregar y pispiar dentro del horno mientras las horas corrían y el refrigerado se llenaba de comida casera, ya no quería desvelarse lavando platos mientras sus oídos permanecían alertas a cualquier sonido que pudiese emanar de la puerta o del exterior.

Ya no quería.

Y dejando caer su cabeza, Kyungsoo inspiró hondo y se refugió en el silencio de su casa, porque ni siquiera se había acordado de comprar pilas nuevas para el reloj del recibidor, abandonado.

 

 

Fue más vergüenza que orgullo lo que llevó a caer dos semanas después en la casa de sus padres, en contexto de una muy oportuna cena familiar, sonriendo con torpeza y agotamiento mientras sus familiares lo abrazaban y bañaban de besos, ajenos a la sorpresa y decepción que luego les atacaría al escuchar que la ‘longeva y próspera’ relación de Kyungsoo con el único chico que había llevado a esa mismísima sala, había acabado.

De todos modos, decía el hermano, se lo veía venir ante las constantes ausencias del moreno en ese tipo de cenas. Era una lástima, decía la madre tomándole la mano a lo largo de la mesa servida, pero ya se sabía que aquel trabajo abrumador iba a terminar siendo el culpable de todo.

Rechazando vino y salsa extra para sus fideos, Kyungsoo sonrió lenta y plásticamente, callándoselo todo: no quería tener que revelar nada, prefería echar culpas a lo incorpóreo como el trabajo del chico, antes que admitir que le habían engañado.

Prefería echarle la culpa a una agenda que nunca supo si vivía llena como Jongin decía, antes de admitir que, agotado, Kyungsoo había decidido pagarle con la misma moneda.

Para la altura del postre, Kyungsoo dejó caer el sutil comentario de que ya había vendido la mayoría de los muebles y se había deshecho de casi todo, sacando toz y ahogos de su padre y la copa de vino, ganándose suspiros de espanto de su madre y una mirada atónita por parte de su hermano mayor y su mujer, rostro también perplejo.

Y fue para la altura del café después de toda la comida, que Kyungsoo pidió asilo en aquella misma casa, sonriendo genuina y cálidamente ante el permiso total de sus padres, enterándose de que su vieja habitación seguía intacta, sólo que con un par de cajas de libros que su padre había utilizado para su más reciente investigación.

 

 

Trescientos sesenta y cinco días después, y rozando los veintitrés, Kyungsoo respiraba con el rostro portando nuevamente color, y con las pestañas reflejando momentáneamente el brillo del Sol, otra vez rodeado por un abrasante verano: se había tomado un descanso del periodismo y su facultad con la molesta tesis, había abrazado casi todo trabajo de medio tiempo que aparecía en los diarios, y había aprendido tanto, fuese a los golpes o al primer intento, que incluso se animaba a intuir que era un chico nuevo, un Kyungsoo mejor: no le avergonzaba relatar su temporada pedaleando para dejar botellas de leche y periódicos, no se avergonzaba en absoluto de contar sus noches de regreso a casa de sus padres apestando al pescado que preparaba en el restaurante, y casi se enorgullecía entre risas mientras relataba cómo su jefe en el Ministerio de Trabajo lo recibía con un gruñido y una pila de papeles de recados, junto al teléfono que debía atender todas las mañanas del último invierno, cada cinco minutos.

Había engordado demasiado para su gusto, pero a pesar de encontrarse relativamente regordete de mejillas y con alguna curva de más a la altura de sus caderas, Kyungsoo incluso se había animado a salir a trotar al parque en la mañana, dos fines de semana de por medio: si bien no era trotar, sino sudar y resoplar antes de seguirle el ritmo a su hermano, Kyungsoo reía frente al espejo que lo reflejaba mientras se pellizcaba el rostro rosado, sus hombros temblando de la emoción mientras trotaba rápidamente en su lugar y giraba hacia la puerta de entrada.

—¡Me voy a ver el departamento! —anunció, sus padres asomando la cabeza para despedirlo con la mano, sin saber que Kyungsoo ya tenía un nuevo hogar desde hacía tres días, patéticamente amueblado pero lo suficientemente cómodo como para recibirlo a él, a sus ahorros y a su vieja computadora portátil—, ¡Adiós!

Aquella tarde, recogió su juego de llaves del bowl y salió a la calle, decidido.

Caminando hasta la parada de autobús y pagándose el boleto solo.

Pidiendo que le cobrasen la distancia que había entre ese mismo puesto y el centro, donde ansiaba ver las puertas abiertas de aquella vieja cafetería.

 

 

Tranquilo, se dijo sentándose en el mismo rincón, de espaldas a cualquier comensal que hubiese dentro del recinto, y desnudando su laptop de la funda sucia, descosida y negra. Tranquilo, insistió, trabajarás un poco en la tesis o… jugarás un juego en Internet. Luego saldrás a buscarle.

Levantando la tapa de la computadora y aceptando con un asentimiento corto y una sonrisa, notó que la misma mesera de aquella vez le había entregado la taza, y haciéndole ver que le quedaba muy lindo el nuevo corte de pelo con flequillo, Kyungsoo momentáneamente le señaló, causando un rojo casi fosforescente en el rostro de la pobre mujer, que sólo supo entrar en pánico antes de reírse y marcharse.

Aun así, Kyungsoo luchaba contra el barullo de la muchedumbre: mientras leía el diario online y corría el dedo por la superficie táctil buscando novedades o estupideces que le ayudaran a pasar el tiempo, entrecerró los ojos y trató de olvidar aquella sensación de encontrarse como expuesto, de cara al vidrio que lo separaba de la calle donde pasaba demasiada gente, ya fuese perdida en su teléfono o mirando momentáneamente dentro de local, observándolo a él.

Kyungsoo aún luchaba contra aquella sensación de desprotección y desnudez, pero si algo había aprendido en el Ministerio de Trabajo, era que lo peor que podía pasarle, a lo sumo, era que alguien le mirase, rayando en él, y luego corriese el rostro.

Hay mucha gente en el mundo, Kyungsoo.

Que sólo una persona te corra la vista… no es nada. No debería ser tan importante.

Cayendo cada tanto en lo lindo que quedaba el rojo de las flores que decoraban las macetas de la entrada, Kyungsoo pasó media hora levantando cada tanto la vista, sonriendo para sí mientras veía la gente seguir y avanzar, pasar de él como si nada.

Tecleando tonterías en el buscador y descargándose música, fue tomando pequeños sorbos de café y mordisqueando plácidamente la mitad del tostado que tapaba todo su plato, tanteando con torpeza las servilletas al no terminar de saber muy bien qué tan cerca de él y qué tan a su derecha se encontraban.

Entonces la campanilla de la entrada explotó ante el movimiento muy bruto de un nuevo comensal, uno que respiraba con impaciencia y miraba las mesas de la primera fila, buscando a quien diese de cara a la calle.

Entonces Kyungsoo dejó de estirar sus dedos, y con los ojos fijos en la pantalla, sonrió.

Porque Chanyeol otra vez se sentaba con un sonoro desplomo sobre la silla que tenía enfrente y al otro lado de la mesa, resoplando con agotamiento y vergüenza mientras Kyungsoo bajaba la tapa y se encontraba con mejillas rosadas y lágrimas a punto de explotar.

 


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