Steven POV
Desde que era campeón Pokémon de Hoenn había llegado a ser muy conocido por toda la región. Entrenaba Pokémon misteriosos y antiguos, me causaban tanta ilusión como al encontrar una roca misteriosa de cualquier tipo. Ciertamente, éste trabajo de ser campeón me privaba de todo lo que disfrutaba, el tiempo libre que tenía era malditamente poco, lo único que se podía disfrutar, era la hora de dormir que nunca estaba alterada.
Ya harto, decidí dejarles libre de trabajo por un mes a mis compañeros del alto mando. Era hora de tomarme unas vacaciones bien merecidas. Por otra parte, les serviría a los novatos para hacerse más fuertes, ya que últimamente les costaba apenas el primer desafío. Había salido de mi sala, busqué a los miembros de la élite 4 en sus respectivos campos de batalla para darles una paga y agradecer por todo lo que habían hecho por mí. Salía del edificio donde se libraban los combates, cuando vi salir de la liga con rapidez a los miembros, unos en sus pokémon con capacidad de volar, nadar o simplemente correr como si no hubiera un mañana, dejándome totalmente atónito en las puertas del edificio.
Saqué a mi fiel Skarmory de su cápsula, permitiéndome montar en su lomo para ir directamente a buscar algunas ruinas o lugares donde quizá hubiera algo misterioso. Visité cada ciudad y pueblo en busca de algo sobrenatural o algún resto fósil, pero mi búsqueda fue en vano. El último rincón de ésta región que me faltaba fue Ciudad Petalia, sólo rogaba a Arceus que algo misterioso o raro ocurriese. Guardé una vez más al ave metálica al tocar tierra firme y me puse en marcha directo al Centro Pokémon para consultar con la enfermera el suceso de una posible anomalía en la ciudad. Caminaba cuadra tras cuadra, hasta que por fin llegué, podría descansar todo lo que quisiera antes de seguir. Mi mirada había chocado con un niño sentado detrás de la ventana, con su mirada perdida en la nada causando que sonriese, obviamente por cómo veía los hechos, él era un novato. Tal vez mi objetivo no se cumpliese, pero siempre me había intrigado saber qué sentían los entrenadores al iniciar su viaje. Finalmente vi como cruzaba la mirada conmigo, una bella mirada… Me cautivaron al instante sus ojos rojos, parecían rubís, mi piedra favorita antes que el zafiro. Era un hecho, le seguiría en todo su camino y vería como se hace más fuerte.
Cuando desvío su mirada, inmediatamente corría a esconderme detrás de un edificio alto, ahora me sentía un acosador pervertido por volverme tan loco con esos ojos. Esperaba el momento exacto para salir, debería estar curando a sus Pokémon, asomaba la cabeza detrás de esa pared trasera del edificio de en frente para comprobar si el chico seguía ahí, me había preocupado al enterarme que se había marchado con tan sólo unos minutos. Salí de mi escondite en busca de aquel chico con ojos carmesí, supongo que iría recto, ya que por ser entrenador su objetivo era el gimnasio. Corría desesperado por encontrarlo, pero lo que vieron mis ojos fue aterrador, un estúpido ciclista había tirado a mi chico de ojos rojos a un estanque, encima el menor no parecía saber nadar. Acto seguido, corrí con preocupación al estanque y sin pensarlo, me tiré directo al agua. Me dio igual estar aún vestido, ahora lo importante era salvar la vida de ese muchacho. Nadé velozmente hasta que lo tomé de la mano y lo acercaba hacia mi pecho para nadar a la superficie con él.
En cuanto había llegado a la superficie lo saqué dejándolo a la orilla del estanque, saliendo yo tras él para comprobar su respiración. Por suerte, el menor no estaba tan grave, lo había salvado de chiripa, lo tomé en brazos y me lo llevé por donde había venido buscando un buen sitio para dejarlo reposar. Había visto un buen árbol para convertirlo en una casa oculta, por ello liberaba a todos mis monstruos de bolsillo, ayudándome a construir la casa y en menos de dos horas tenerla lista. Acomodé al menor en mi espalda para poder escalar, y aunque fuese difícil lo logré. Acosté al más chico en una montaña de hojas comenzando a desvestirlo, pues podría resfriarse o coger una pulmonía. Terminé dejándolo sin ropa allí acostado, era tan bello verlo dormir, sobretodo desnudo, estaba inconsciente, podía hacer lo que quisiera con él, pero no era el momento ni el lugar, ni siquiera éramos algo. Agarré una tela cualquiera que había encontrado por ahí para taparle, porque si seguía observando su miembro podría hacer algo que terminaría arrepintiéndome toda la vida.
Pensaba que podría tener hambre cuando despertase, así que salí a buscar y recoger unas bayas, ¡vaya que tardé en hacerlo! Ya era de noche y tenía las suficientes en una canasta que había hecho con ramas. Regresaba a la pequeña casa mostrando una dulce sonrisa y para cuando puse estas en el suelo, volví a ver esos rubíes junto con un sonrojo en sus mejillas, sabía a qué se debía y no quisiera incomodarle.
—Tranquilo. Tú ropa está por allá secándose. —señalé la cuerda que colgaba de un extremo a otro llevando consigo la ropa del menor. — La traeré por ti, no te muevas. —él me siguió mirando con ese lindo sonrojo. — Me voltearé para que puedas cambiarte. —comenté sonriendo dejando su vestimenta en sus manos y dándole la espalda.
— Y-Ya puedes… Girarte. —dijo tímido una vez acabó. — Gracias por salvarme. —dijo semi-gritando agachando la cabeza.
Me sorprendió la disculpa del menor, no me lo esperaba, aunque claro era de entender, le salvé la vida. Suspiré y luego me acerqué a él tocando su cabeza con mi mano para después sonreírle. No sé cómo había llegado a pensar en cosas tan sucias que le podría haber hecho al niño, me hacían sentir un maldito depravado y pedófilo, pues tenía 17 y él… Sólo debía de tener unos 13 años.
— No fue nada, cualquiera lo habría hecho. — le contesté ruborizándome levemente.
— Muchísimas gracias… Disculpe la molestia, por favor…—se le notaba avergonzado, tal vez por tener en su cabeza que le había visto desnudo. — Yo… Me tengo que ir, gracias por todo. —empezó a tomar sus cosas e irse.
— ¡Espera! —le tomé del brazo evitando que se marchase. — No te marches aún, ya es tarde, la cena está lista, aunque sólo sean bayas. No te vayas, por favor. Ni siquiera me has dicho tu nombre. — intente ganar más tiempo con él, tenía muchas ganas de conocer a tal vez mi futuro sucesor.
No le permitiría decir una palabra más. Ignoré si quería o no estar conmigo y lo llevé a sentarse al suelo en frente mío. Me gustaría saber por qué éste mocoso causaba estragos en mí, me gustaba ver sus ojos rojos que hacían a las mariposas aletear en mi estómago. Yo no podía estar enamorado de él, es imposible, ambos somos hombres y nuestras edades son distintas, además era mal visto para la sociedad. Pero era imposible no poder pensar en hacerlo mío, sólo mío y de nadie más.
— Bien, me presentaré… Yo soy Steven Stone, campeón de la liga Pokémon Hoenn. — confesé con el orgullo en alto por mi labor mientras comía una de esas dulces bayas.
No escuchaba respuesta del contrario, le miré y estaba boquiabierto, esto le dejaría trauma. Sólo reí por ese gesto de sorpresa. Yo pensaba que ya sabía quién era yo, pero al verlo, vi a su padre en él, porque como todo Campeón debía estar al pendiente de quién es líder de gimnasio, al ser él de Johto y no conocer nada ya me dejaba mucho que desear, y yo le mostraría toda la región.
— Todos actúan igual. Bueno, si no mal recuerdo, Norman dijo que el nombre de su retoño era… Brenda, no, eso es de mujer. Entonces… ¿Brandon? No tampoco… ¡Ah, eureka! Es Brendan. —seguro iba a pensar que soy una especie de pervertido, se le nota sonrojado y avergonzado.
— S-Sí… Así es. Mi nombre es Brendan. —dijo en un susurro casi inaudible, gracias a Arceus que todo estaba tan silencioso que le podía escuchar.
— Bien… Ahora deja esa vergüenza que no pasa nada. —manifesté para animarle y no sea tan aguado. — ¿Cuál es tu sueño? —pregunté sin un tema exacto para mantener una conversación.
— Mi sueño es conocer a los Pokémon legendarios, Groudon y Kyogre. —dijo emocionado.
— Yo pensaba que querías ser el mejor entrenador. Dime, ¿por qué te convertiste en entrenador?
— Quiero superar a mi padre, es otro de mis sueños. ¡Voy a ser el mejor! —exclamó con entusiasmo.
Me gustaba mucho escucharle, todos sus sueños y aventuras, un montón de historias que escuchar de sus labios. Respondía a cada una de sus preguntas mientras que él pequeño se hacía ilusiones. Hablamos toda la noche, pero para culminar éste día, volví a pensar sobre mis sentimientos hacia el más chico. Todo me gustaba de él, nos conocíamos el uno al otro en todo el rato, hasta llegué a imaginarme todo lo que me decía: imaginaba su lindo rostro en mis pensamientos creando los acontecimientos narrados al pie de la letra. Parecía que me tragué millones de mariposas porque no dejaba de sentirme raro con él en frente de mí, planteé la siguiente pregunta en mi cabeza: ¿Yo amo a Brendan?. La respuesta era confusa.
Todos mis impulsos hicieron que de un momento para otro besase al menor, tenía que descubrir lo que sentía por él y sólo esperaba que me diera la oportunidad que buscaba, “¿¡Pero acaso estás idiota, Steven!? ¡Acabas de conocer a éste crío en un día y ya lo estás besando para descubrir lo imposible!”, gritaba mi subconsciente. Pero yo no quería separar mis labios de los del menor, eran suaves y sentía el leve sabor dulce de todas las bayas que había comido con anterioridad sin dejar rastro de ellas, sentía hasta cómo su respiración estaba tan agitada. Me separé de él para mirarle directamente a los ojos, estaba sonrojado casi lo mismo que estaba él, mi paga fue una bofetada seguido de un “¡Idiota!” repetidas veces a todo pulmón. No sabía cómo reaccionar y dejé que se fuera…